La escritura no sólo es un medio auxiliar
al servicio de la ciencia, y eventualmente su objeto, sino que es en primer
lugar, como lo recuerda en particular Husserl en El origen de la geometría, la
condición de posibilidad de los objetos ideales y, por lo tanto, de la
objetividad científica. Antes de ser su objeto, la escritura es la condición de
la episteme; episteme significa conocimiento en tanto «conocimiento justificado
como verdad», Según Platón.
Realidad:
es el conjunto de lo-que-es. Ente: Significa “lo-que-es”. Designa
cada cosa que es, como algo concreto, es decir: el árbol, la silla, la persona…
no en cuanto que son árbol o silla, sino en cuanto que son. Ser: intenta
designar ese algo en común que tienen los entes, lo que hace que sean entes (proyectándolos
hacia los demás). Sustancia: (sub-stantia) es lo que
permanece invariable frente a los cambios. Se refiere a lo que hace que cada
cosa sea lo-que-es.
La Realidad es
el conjunto (de todo “lo-que-es). Ente significa “lo-que-es”,
y la palabra designa cada cosa que es, como algo concreto, es decir: el árbol,
la silla, la persona… mas no en cuanto que son árbol o silla, sino en cuanto
que son, y son-ahí. Ser: intenta designar ese algo
en común (y reconocible) que tienen todos los entes, es lo que hace que
sean (siendo hacia otros seres): por tanto (hablaríamos de
aquello que los proyecta) como entes, que son (en cuanto “aquello que
es-ahí” proyectado a una conciencia, que los pueda reconocer, igualmente seres). Sustancia:
(sub-stantia / substantia de los eleáticos) es
lo que permanece invariable frente a los cambios. Se refiere a lo que hace que
cada cosa sea lo-que-es. (Invariable / adjetivo: aquello que no
varía, o no puede variar. Dicho de una palabra: Que no admite flexión
§
3.2. - Existe una tradición filosófica que se
remonta a antes de Platón, y que reflexionaba, Siendo aspecto relevante
en los filósofos primeros una cuestión “concreta”: la búsqueda
de un sustrato inmutable capaz de explicar la realidad: siempre cambiante
y efímera, y que habría de llevar luego de cabeza a la filosofía desde
aquellos inicios (dentro de la propia cuestión del ser); hablamos de “la
apariencia”, considerando ―la filosofía desde entonces― (la
apariencia) como de una menor entidad (aquello que
vemos o percibimos ante nuestros sentidos) frente a aquella realidad existente
(oculta a nuestros sentidos) que habrá de ser, únicamente accesible a
nuestra inteligencia (al pensamiento por la razón). Revelándose
a la postre (este problema de la apariencia / frente a la auténtica
realidad no manifiesta a los sentidos) con el tiempo, como el primer
gran problema que la filosofía (el pensamiento) se plantea. Por lo que parece
conveniente dedicar un tiempo a la apariencia, antes de
seguir. Si bien, no afirmaré de manera rotunda mostrando: lo que la apariencia
es (su finalidad última), pues la apariencia ya es (ahí para mostrarse a una
mente o consciencia que la observe y hacia la que se proyecte), sea luego
(entendida por esa mente (lo que es), o interpretada y explicada por la
razón (lo que la razón pretenda a la conciencia que
sea) yendo más allá del hecho (experiencia y sensaciones captadas) a
partir de aquella parte perceptible de algo, de las cosas (entes/ seres que
podemos ver proyectado hacia nosotros) cuando miramos.
§
3.3. La humildad es importante: lo es para poder
saber, y saber que lo que vemos “es” ya es un gran saber que poseemos; mas
pretender saber de lo proyectado que vemos, luego aquello que lo proyecta: imaginando
por nosotros que pueda ser, no solo es no-saber / sino que es
igualmente no reconocer (del lado de aquello que podemos con la vista recorrer) de
otro gran saber: que hay algo revelado a los sentidos, de una forma tal, que la
razón no ve.
La
apariencia ocupa a la filosofía desde sus inicios, y podría decirse incluso que
tal es el primer problema que se plantea y con el que se pone en marcha el
pensamiento occidental. Al menos, parece aspecto clave en los primeros
filósofos griegos, embarcados en la búsqueda de un sustrato inmutable y eterno
capaz de explicar la realidad cambiante y efímera, que podría ser vista así,
como mera apariencia, frente a la auténtica realidad constituida por aquel
primer principio. Realidad, por tanto, y en el sentido (de la apariencia
manifiesta) constituye la parte apreciable a los sentidos, de aquel primer
principio (energía) por la que todos estamos constituidos; y, por tanto,
responde dicha apariencia, como la parte (o espectro de la energía, alterada en
forma de materia visible) dada a los sentidos, y que estos (los sentidos) nos
muestran (de aquella materia, a través del reflejo de esta en la luz)
proyectada esta materia del sustrato inmutable de energía (primera y existente)
que constituye todo el cosmos (desde su principio), y principio del que parten
y se proyectan, luego todas las cosas (materiales) que podemos ver (reflejadas)
de la luz que estas mismas nos reflejan (proyectándosenos), y en la que por la
vista nos reflejamos, igualmente (de ese mismo reflejo, de esa misma luz) nosotros
en ellas
En
cualquier caso, lo que nadie discutirá (creo yo) es el problema, que solo el
hombre encuentra (esa oposición por la razón) a partir de una idea propia y
subjetiva, que distingue entre lo aparente (mostrado a sus sentidos) y lo que
luego queda oculto a estos y que constituye la esencia misma del problema del
pensamiento luego de Parménides de Elea, al distinguir este
entre la vía de la verdad, que nos coloca frente al ser eterno,
uno e inmutable, y la vía de la opinión, que
no nos da sino el mundo sensible del cambio y la multiplicidad /
no entendida esta multiplicidad (por parte de Parménides y su escuela) dentro
de la forma (del uno e inmutable). Luego si la primera, (la vía de la verdad)
basada en la razón, nos conduce a la verdadera realidad, la segunda,
establecida sobre los sentidos, no puede sino mostrarnos una realidad engañosa,
es decir, una mera apariencia (que se entiende como falsa realidad),
y que Parménides desestima atender y entender, de la multiplicidad y de lo
heterogéneo más que evidente de toda la realidad apreciable, como partes / y
partes necesarias y constituyentes/ que son del uno (inalterable proyectadas) y
que permanece en lo heterogéneo y cambiante, de todas estas partes, lo uno,
como lo otro y múltiple proyectado del ser: en ellas.
Luego a partir de Parménides, el problema de la apariencia
ha sido siempre remitido al problema de la realidad, y seguramente no es
exagerado afirmar que la forma en que se han entendido las relaciones entre
ambas (apariencia y realidad) han sido básicamente dos: por un lado,
que la apariencia oculta la verdadera realidad; y por otro, que
la apariencia es la realidad misma, su manifestación. La
primera de ellas suele ser dominante en las filosofías de corte racionalista, y
en la antigüedad su más claro exponente es, sin duda alguna Platón, para quien
el mundo sensible, es decir, éste que nos muestran los sentidos, no es más que
un reflejo del mundo y, por tanto, una mera apariencia de lo que constituye la
verdadera realidad. Mas esto significa, al mismo tiempo, que todo lo que
podamos decir de este mundo no alcanza el rango de verdadero conocimiento, sino
que se queda en mera opinión, ya sean simples conjeturas (eikasía),
puesto que no son más que una copia imperfecta de las Ideas. Con
todo, en el pensamiento platónico no se da un desprecio absoluto de la
apariencia… luego en nuestro caso: deberemos superar de
la cosa su apariencia: trascendiendo de esta de su forma obvia a los sentidos
(la apariencia), igualmente hacia la forma que la proyecta y de esta a aquella
que a ambas las contenga).
El empirismo estoico (y quizá también epicúreo)
considera como criterio de verdad la representación aparente, es
decir, aquélla a la que debemos otorgar nuestra aprobación por resultar
indudable (pues es la que se nos muestra a los sentidos), los estoicos parece
que están admitiendo, no sólo la existencia del objeto de la representación
(manifiesto a nuestros sentidos por la apariencia) sino, además, que éste es
tal y como se nos muestra (independientemente de que pueda ser algo mas / que
no entendamos a reconocer). Y esto puede interpretarse una: como
la afirmación de que no existe realidad alguna detrás de lo que aparece, o, que
la apariencia es precisamente la realidad misma/ y la otra: que
la realidad nos es dada a ser percibida de la representación (la apariencia)
manifiesta a nuestros sentidos, de tal modo, por
alguna buena razón. Luego, en ese sentido, y que sea la apariencia real no
impide esa otra realidad diferente (como la percibida de una mosca) o una
realidad mayor / en tanto que pueda esta misma realidad ser percibida de un
mayor rango y espectro a los sentidos. Con la apariencia, por tanto, se quedan
los escépticos, y no porque como los estoicos la consideren verdadera, sino
porque ninguna otra cosa más podemos conocer, afirman.
Cabría
pensar entonces, que los escépticos mantienen esa contraposición entre
apariencia y realidad, y que, como Parménides y Platón, creen que la apariencia
oculta a la realidad, es decir, que existe una realidad (verdadera) detrás de
lo que aparece, aunque, a diferencia de Parménides y Platón, piensan
que no puede ser por nosotros advertida/ no nos refieren que la realidad
nuestra sea falsa, sino refieren una realidad mayor / pero que no podemos
alcanzar / de tal modo que tenemos que (de entrada)
vivir en y para la apariencia, haciendo de ella no sólo criterio del
conocimiento, sino también de la acción, pudiendo afirmar entonces
que nos guiamos de la representación mental (representación
mental: pero que (en mi caso /ateniendo a la experiencia real) yo veo fuera de
mi: proyectada y representada para mi, de la información primera que percibo).
Consistiendo, en efecto, en una impresión, representación involuntaria (interpretada
instantáneamente de la realidad por la conciencia, en tanto que me es necesaria
y yo la pueda reconocer, ante la necesidad para subsistir y de tener que
moverme y evolucionar en esa realidad), luego y en estas
condiciones nadie seguramente disputará sobre si el objeto que se percibe es en
tal o cual forma (siendo esto irrelevante a nuestras exigencias vitales de
supervivencia (a los fenómenos sobrevivimos); cuando ahora , si, y por alguna
razón más allá de la necesidad aparente nos preguntamos, si el objeto observado
es tal como se percibe: lo que vemos, y solo aquello que vemos (a
partir aquella forma subjetiva y proyectada de la realidad a la mente, y que
esta interpreta y devuelve proyectada de manera práctica reflejada del objeto
de nuevo a la conciencia: que es memoria y sentido: y capacidad de juico)
No
puedo, y hablo por mí, negar una realidad mayor y más amplia, cuando de mis
experiencias he percibido reflejos que me hablan de esta. Protágoras: tampoco
negaba que exista una realidad oculta por las apariencias (y que debería
entenderse esta realidad oculta quizá y mejor: como una realidad
mayor implícita de las misma formas que observamos y percibimos: mas allá de la
apariencia estas), sin que nos sea dado conocerla (pues no se nos
revela a nosotros). En consecuencia (y si lo entendemos holísticamente / dadas
tantas realidades varias como seres variados: pulpos, moscas o personas puedan
interpretarla) esto no es ninguna catástrofe, y será bueno (para ellos y
práctico) lo que a la mosca, al pulpo o al hombre le
parece que es, pues incluso más allá de cumplir con nuestras necesidades
vitales de subsistencia como seres que deben prolongarse en un medio, está esa
otra necesidad (o llamada) tan propia de los seres humanos: y que es a partir
de esa luz proyectada (y reflejada de la forma / cosa frente a nosotros y que
percibimos de su apariencia a los sentidos) la que primero debemos atender,
para poder captar de sus bordes “la sombra”: sombra que “es la misma luz
presente en el medio” pero que no vemos, sino en la forma que
(la propia luz) a través del reflejo de esta (la luz) en la cosa, luego se nos
proyecta a la conciencia.
En el pensamiento cristiano, aun cuando quepa
sospechar que la auténtica realidad es Dios, la apariencia no queda sin más
descalificada, sino al contrario, y profundizando en la valoración positiva de
la misma que podemos vislumbrar ya en Platón, luego en el neoplatonismo, Pero
eso no equivale a afirmar que la apariencia, en sí misma, sea la propia
realidad. Tampoco en la época moderna, desde Hobbes, cuando reconociendo la
subjetividad y relatividad de la apariencia, se nos dice que, con todo, no
podemos ir más allá de ella, siendo entonces los racionalistas, quienes
considerarán factible un conocimiento de la realidad una vez superados los
errores y la subjetividad inherente a la sensación (luego interpretando y no
leyendo: de lo escrito en el rollo (la información) por delante y por detrás). En
este sentido Kant distinguirá entre la apariencia meramente ilusoria y la
apariencia real –si es que esto puede ser d alguna manera y complicarse todavía
más. Luego de la pretensión de alcanzar el saber absoluto por parte de Kant,
esto conduce a Hegel a considerar (a Kant) un escéptico y empirista. Luego Hegel
dirá: «La esencia no se distingue
del ser y no es la esencia sino porque aparece y esta determinación
desarrollada es lo que constituye el fenómeno. Por consiguiente, la
esencia no está ni antes ni después del fenómeno, pero en cuanto es la esencia
que existe, la existencia es fenómeno» [Lógica, II, B,
CXXXI].
Algo parecido (entendemos) de la afirmación de Sartre,
en la Introducción a El ser y la nada «La apariencia no
oculta la esencia, sino que la revela: es la esencia.». Al entender
que es en el fenómeno donde se nos muestra la esencia, entendemos
así la apariencia hegeliana es enteramente objetiva, y no dependiente, por
tanto, de la subjetividad: se trata –eso dice Hegel— de cómo, de hecho, se
manifiesta la esencia misma a partir de lo que nos muestra de ella (la
apariencia). La cuestión entonces podría ser ¿cuánto nos muestra la apariencia
de la esencia?, así, respecto al asunto del que estamos tratando, decir que no
acabo de ver dónde está el problema (del problema mismo de estar limitados por
los sentidos o de fondo, por nuestras capacidades). Acaso
el problema acontece desde creemos saber que el
mundo que percibimos es, en gran medida, una construcción nuestra y subjetiva (discrepo:
el mundo percibido es una construcción objetiva (de la realidad que se muestra
a quien la observa) dicha realidad se muestra solo y es perceptible a quien
puede percibirla: una mente que luego la proyecta (a la
propia consciencia por el propio reflejo / de la luz / en una forma que la
consciencia pueda reconocer), por tanto, una mente y conciencia que
está adaptada al medio en que se desarrollo y se desenvuelve, y que lee (dicha
mente) dicho medio en el que se mueve / esto es: la mente no interpreta el
medio: sencillamente lo lee instantáneamente, para
con ello poder luego, el sujeto, proceder y satisfacer sus necesidades propias,
estas directas a sus capacidades (del sujeto) y sobrevivir en el medio …. Esto
es: no debemos (y de hecho no podemos subjetivamente) interpretar
conscientemente la realidad. Luego «Interpretamos mal el
mundo y, luego decimos que nos engaña», (Tagore), pues nuestra mente ya ha
trabajado en ello de manera inmediata e inconsciente, proporcionándonos el
conjunto de imágenes (por la visión) y otros estímulos y sentidos, memoria (actos sucedidos,
igualmente a otros (que reconocemos como propios, cuando de su consecuencias, incluso de las peores consecuencias, aprendemos nosotros igual) y que nos son necesarios, pues son
los que precisamente necesitamos para sobrevivir en el medio (en el que
vivimos). Si bien y esto ha quedado demostrado de las sociedades, no podemos
interpretar el medio (cuando la realidad es como es) pero si podemos
transformarlo (no tanto hacia nuestros intereses) y acomodarlos a nuestras hacia
nuestras necesidades, como bien se demuestra de de ambas formas al observar las
sociedades modernas.
Luego y desde que sabemos, al
menos así lo entiendo, y entiendo: que el espacio “es” no un espacio vacío
entre los cuerpos, sino energía (luz)
que no vemos y no entendemos entre los cuerpos que sí vemos y entendemos, y que
por tanto el tiempo podría ser algo (subjetivo) al no existir un espacio (vacío
que recorrer) entre los cuerpos conectados. Pensar que las cosas que se nos
aparecen son lo que en realidad (de su apariencia) sin más entendemos, o dicho
de otro modo, que la apariencia constituye la auténtica realidad de lo
observado, no será del todo ingenuo, si de ello entendemos de la apariencia una
parte de aquella realidad (que nosotros de nuestra necesidades y sentidos
primarios podemos percibir para sobrevivir en el medio / dentro de un medio que
del todo no vemos ni comprendemos). Siendo la apariencia expuesta de los
cuerpos / entes / seres, lo relevante y primero a entender, partiendo de esta
cuando luego y más allá de pretender solo sobrevivir en el medio, pretendemos
conocer (aquello)
que es el medio, en que todos los cuerpos entes y seres se desenvuelven, esto
es: el espacio entre estos, y que a su vez conecta dentro de una
forma todo lo que vemos, lo que no vemos y aquello que tampoco todavía
entendemos).
Entonces: en este caso las extrapolaciones como las
que señala Aristóteles (por ejemplo: que no tendríamos forma de
diferenciar el parecer del experto del de el ignorante, sino principalmente
porque lo que a nosotros se nos muestra) me sobran, solo siendo, eso, una
forma de nosotros poder entender algo no manifiesto de lo manifiesto a partir
del sujeto, luego hacia lo verdadero pertinente: la forma. Por tanto decir que
aquella forma es más real o que esa es “la forma real” de
una cosa, es absurdo. Si nuestros umbrales de sensibilidad fueran otros
distintos, y de mayor rango de lo que son ahora, veríamos una forma de la cosa
diferente a la que ahora vemos, oiríamos otros sonidos y captaríamos más
olores. Pero aquello no sería menos erróneo (en tanto a incompleto / esto
relativo a los sentidos que nos proporcionan la información) de lo visto y
captado actualmente de nuestros sentidos. Luego resultando, por la misma razón
(a la razón subjetiva que interpreta), aquello que se nos aparece como engañoso
o falso, pues ciertamente: la realidad que a nosotros ahora se nos muestra (de
nuestros sentidos) no es menos real que aquélla que provocara ese otro aparecer
(de tener más agudos los sentidos) entendiendo sólo una forma posible de
manifestarse la realidad: a través de mecanismos de necesidad (y que no
dependen del individuo o la especie; sino de las necesidades de la vida, como
ecosistema sustentado y del planeta: en el medio (el espacio) sujeto a la
esfera dependiente del sol.
§
3.4. La metafísica occidental ha distinguido desde su
comienzo, entre un mundo esencial y verdadero, y un mundo apariencial que
velaba-descubría al primero. En este sentido (la luz reflejada de las formas de
las cosa materiales en estas, nos permite ver estas, pero no vemos la luz /
pues la luz es información, y no puede verse sino (leyendo la información de
esta) cuando es reflejada de algo hacia una conciencia que lee dicha
información. Los pensadores griegos buscaron más allá de las apariencias, un
mundo esencial que sirviera de fundamento a aquéllas. Algo inmóvil (pero que no
veían) que explicase el movimiento, algo sin origen en las cosas, pero que
origine las cosas; algo permanente que sustente lo caduco y efímero. Este algo
fue llamado de diferentes formas a lo largo de la historia: nosotros lo
llamamos luz, pero seguimos en la sombras (sin entender, qué es la luz / mas
allá de la luz que decimos que vemos / pero en realidad no vemos / sino la
información que trasporta a la mente (consciente) que lee, y nos muestra luego
parte del mundo que no vemos.
La palabra «Metafísica» está
pensada a partir de la condición del ente, entendida en cuanto a lo todavía
oculto: el ser, y que se limita explicar de la imagen que perciben los
sentidos, de la forma (apariencia) de esta imagen percibida, que denota una forma
del ser que la proyecta / hacia los sentidos de otro ser. Pero esto no excluye
el hecho de que ni ahora, ni antes, la Metafísica (por el acto de razonar)
pueda llegar a ningún dominio jamás en el seno de ente real alguno, al buscar
entender (por el acto de razonar / más allá del acto de observar) del ente una
imagen: la forma proyectada (la apariencia) como parte igualmente del ser (de
aquello que la proyecta), a partir de una sombra, que ahora reconocemos que
está pero no vemos, sino reflejada de los entes, hacia otros entes /
poniéndolos en contacto entre sí. Lo que nos lleva a que aquello proyectado (la
imagen / la apariencia) lo es desde el lado borde de la forma de la
imagen/ por lo tanto desde el límite o frontera entre
lado de la imagen y lado de la sombra (sombra que es la luz que no vemos, sino
cuando nos proyecta la imagen a partir del borde de la forma), y
que nos invita → a movernos →en un acto de ser, recorriendo / (Reconociendo
con la vista / Habitando) ese lado de la sombra (desde borde
o perímetro de la forma (de la imagen) que
la determina / y habrá de ser de ese mismo lado la forma de la sombra, que
entendemos del lado de la imagen proyectada, lo que nos permite pensar en la
existencia de una forma ahí (de lo que no vemos pero entendemos es-ahí). De
este modo la Metafísica, es superada, por la experiencia
del ser →en acto de ser (en la medida que se
es →en acto de ser (hacia) → moviéndose al límite/borde, o frontera
del ente / imagen) que nos permite una distinción clara entre el ser que
proyecta el ente (como parte del ser igualmente del otro en el que se refleja y
se proyecta la imagen), entendiendo que la manifestación del ente, y sólo del
ente tomado este como objeto (definido) de estudio, pierde la exclusividad que
ha tenido hasta ahora en su pretensión de ser módulo y medida al pensamiento y
las ciencias. El ocaso de la verdad del ente quiere decir: la verdad del ser,
mostrándose del ente, en su sombra, la forma total del ser. De ahí, que
cualquier cálculo, pretensión de verdad, que no tome en cuenta la sombra (ser
del ente) antes objeto no será verdad en la propiedad, ni de un cálculo: lo
exacto.