La Pisada del Diablo (Sobre una Leyenda Popular)


En alguna ocasión escuché que Madrid es un lugar especial, una ciudad encantadora. Pero al margen de su encanto, Madrid es una inmensa urbe; una moderna metrópoli repleta de agitación. Un hormiguero de personas venidas de cientos de lugares cargadas con sueños, pesares y angustias pululando de un lado a otro; dejando una parte de sí impregnada en el ambiente de la ciudad. Sin embargo, algo inquietante hay en la cosmopolita urbe, que de algún modo nos recuerda a aquellos aislados pueblos de lo que un día se dio en llamar “la España profunda”. Me refiero, por supuesto a sus mitos y leyendas; historias que abundan como duendes en los bosques, recorriendo las esquinas y pasando de boca en boca hasta que en cualquier momento alguna de ellas te puede alcanzar: de la mano de un portero, un vecino o, el camarero de algún aburrido bar. Y no es de extrañar, que aquellos que gustan de pasear por la sierra que rodea Madrid hayan escuchado, en más de una ocasión de boca de aquellos con los que se cruzaron por sus sendas que, por esos parajes hace mucho tiempo apareció un Magnífico ser. Incluso hay quien afirma que, si bien, aquella no fue la primera vez que éste se acercó a Madrid, si fue la primera ocasión que clavó sus radiantes ojos en la ciudad, profetizando su regreso.

El suceso al que me refiero me lo contó mi padrino José Antonio, cuando yo era aún un joven muchacho, a lo largo de un caluroso verano que pasé con él en su casa de Miraflores. Los hechos se desarrollaron en un paraje no lejos del palacio del Escorial, aproximadamente a un kilómetro de "La Silla de Felipe II", donde la extraña morfología de una roca ha alimentado la superstición, sobre un episodio ocurrido allí mismo con el Mal, aunque, hace de ello muchísimo tiempo.

Por lo visto, una ermitaña del lugar llamada Martiña, feligresa y devota de la Virgen de Gracia se encontró un día con un humilde peregrino de singular belleza, que caminaba dirección a la ciudad. Martiña, compasiva de aquel sujeto le ofreció como muestra de caridad comida y un lugar donde descansar y pasar la noche, pues, un poderoso temporal de lluvia azotaba con furia la sierra. El peregrino, extrañado de tanta bondad, y como muestra de gratitud le preguntó si podía hacer algo por ella, lo que fuera.  Ella le dijo que no, para después… tras unos instantes retractarse y pedirle por favor que cuando siguiese su camino, si pasaba cerca de una ermita rezase una oración por su alma a la virgen María, pues ya estaba muy vieja y sentía que de aquel invierno no iba a pasar. Fue entonces cuando el peregrino se levantó furioso, como trastornado mostrando a Martiña su verdadera identidad, revelando enteramente su esencia, resultando no ser otro que el mismísimo Lucifer. Martiña palideció y por un momento pensó que sería su fin, sin embargo, Lucifer, para mayor sorpresa de la anciana no la lastimó, por el contrario sonrió púes, tramo un maléfico plan: Durante un tiempo, no se sabe exactamente cuánto, Lucifer visitó  día tras otro a la anciana en su cueva, allí, Martiña fue seducida, ofreciéndole poder, juventud y felicidad a cambio de que olvidase la enorme devoción que sentía por la Virgen. Martiña se negó, y así ocurrió cada una de las numerosas ocasiones que Lucifer la visitó. Ante la reiterada negativa de la ermitaña, Lucifer, sintiéndose frustrado pues intuía un espíritu igual en las gentes del valle, enfureció. La cólera desatada por aquel hizo temblar la tierra, al golpear éste una roca en medio de una indescriptible explosión. Luego se lanzó al vacío; pero, no sin antes lanzar una terrible advertencia: 
“Cuando las gentes sean otras gentes y el tiempo sea otro tiempo. Cuando la duda asiente, perturbando la frágil voluntad y el corazón del hombre… Volveré. Y, para entonces…  me estarán esperando”. 
Aún hoy, en aquel lugar se halla un canto de granito en el que parece incrustada la enorme huella de un talón izquierdo, a la roca la llaman "La Pisada del diablo". Por supuesto, este es un cuento evidentemente ficticio, fruto de las creencias fantasiosas que durante siglos han acompañado a la cultura mundana; aunque, en Madrid a día de hoy existe una Glorieta que se encuentra a una altitud topográfica oficial de 666 metros sobre el nivel del mar, sobre la que luce un monumento singular “El Ángel Caído”: Lucifer. Exactamente fue en 1877, cuando el escultor madrileño Ricardo Bellver (1845-1924) realizó dicha obra. Al año siguiente ganó la Medalla de Primera Clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en Madrid. En el catálogo de dicha exposición se mencionan unos versos de El paraíso perdido, de John Milton en los que está inspirada la escultura:Por su orgullo cae arrojado del cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes para no volver a él jamás. Agita en derredor sus miradas, y blasfemo las fija en el empíreo, reflejándose en ellas el dolor más hondo, la consternación más grande, la soberbia más funesta y el odio más obstinado. Pero, si hemos de hablar John Milton y del Paraíso perdido, no es esa parte del verso la que me gustaría referir, sino aquella otra donde Satanás arenga a sus fieles para vengarse de Dios,  no con la fuerza, sino con la astucia y el engaño. Y para ello dispone que se utilice a una futura criatura suya, el hombre; diciéndoles:
 -¡Oh, millares de espíritus inmortales!! ¡Oh, potestades a quienes sólo puede igualarse el Todopoderoso! Aquel combate no careció de gloria, por más que su resultado fuera desastroso, como lo atestiguan esta mansión y este terrible cambio que me es odioso expresar. [...] De hoy más, ya conocemos su poder como conocemos el nuestro, de modo que no provoquemos ni rehuyamos con temor cualquier guerra a que se nos provoque. El mejor partido que nos queda es el de emplear nuestras fuerzas en un secreto designio: el de obtener por medio de la astucia y del artificio lo que la fuerza no ha alcanzado, a fin de que en adelante sepa por lo menos que un enemigo vencido por la fuerza sólo es vencido a medias.
                                                <Canto I de El paraíso perdido, Milton1>.
La ciudad de Madrid se encuentra hoy, toda ella, a una altura media sobre el nivel del mar de 667 metros. Y, según algunos expertos... bajando. Todo deviene por una causa decía Platón; y quizá no sea una casualidad todo esto; por si acaso y, solo por si acaso, haríamos bien en recordar aquellas palabras de San Pablo, que nos advertían...
(...) Porque no tenemos que luchar contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
 <San Pablo. Efesios 6:12-3>

 © Copyright 2009 – 2020 Jorge Maqueda Merchán

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