“Estoy persuadido de que se pueden escribir cinco líneas, y no más, que destruirían la civilización”-Fred Hoyle: Astrofísico (1).
Por
suerte, hoy encontramos una iglesia católica muy distinta de cómo fue antaño. Ésta,
ciertamente, se muestra como una entidad mucho más tolerante y abierta, incluso,
podríamos afirmar que razonablemente “moderna”, si nos resignamos ante algunos
aspectos de ésta que, ciertamente, tardaran tiempo, sino años o quizás otro
montón de siglos para finalmente comulgar con la realidad de las cosas y las
personas. Hoy creo sentirme libre de opinar; de airear algunas de mis muchas
quejas y dudas acerca de ésta iglesia, dando mi modesta opinión en torno a
diversos sucesos, estando a salvo de juicios promovidos por el antaño llamado
Santo oficio que en otro tiempo, todos
conocían con el terrible nombre de santa inquisición (1). Sucesos estos, de nuestra lejana pero legitima historia
–la historia de la humanidad- y que sin duda se vieron relegados a nuestro
conocimiento, afectados por la poderosa maquinaria censora y fiscalizadora que actuó
durante siglos, prácticamente, desde el principio –incitada por determinados estamentos religiosos- de un
modo trasgresor y falto de toda ética.
A
lo largo de la historia de la humanidad -tanto de la antigua como de la
moderna- se ha podido comprobar que la concentración de poder, la
ostentación descontrolada y el abuso de este por parte de una o varias
personas, o bien de una casta - sea del
tipo que sea- operando, a su antojo y sin ningún estamento externo que
la controle, suele ser una amenaza para el resto de la sociedad. Y eso,
precisamente, es lo que ocurrió durante siglos con la iglesia. Sería muy
difícil hoy día llegar a hacerse una idea de cómo hubiera evolucionado
occidente, el mundo cristiano, de no existir la Santa Madre Iglesia. De cómo se
hubiesen desarrollado la música, el arte, la filosofía e incluso la ciencia
durante la edad media de no estar bajo el mecenazgo de aquellos, que
durante tanto tiempo ostentaron un poder casi absoluto, tanto en los estamentos
políticos como religiosos, condicionando éstas y muchas otras materias. Pero si
aún hay algo que todavía resulta más difícil de concebir, puestos a divagar es
dónde estaría, cómo sería hoy la humanidad; qué sabríamos acerca de tantas
cosas que ni puedo imaginar y que ahora desgraciadamente desconocemos pues nos
las negaron, de no haber sufrido tantos siglos de influencia y censura
intelectual, promovida, por esa casta sacerdotal. Y, cuando hablo de
censura y ostracismo intelectual, me estoy refiriendo a todo un mundo
conocimientos recogidos durante la antigüedad: técnico, filosófico, étnico,
cultural, geográfico y religioso pagano,
que fue manipulado y, en algunos casos omitido por completo, en otros,
censurando a antojo, privándonos de éste; tomándose muchas molestias para que todo
aquel saber quedara bien oculto, en algunos casos, bajo el velo de la nueva fe
y, en otros, custodiados –estos, en forma de miles de libros variados-ocultos en
celdas profundas, guardadas por diez cerberos en bibliotecas, de las que muy
pocos han oído hablar. Libros, muchos de ellos únicos, de un valor incalculable
en conocimientos y sabiduría; algunos, volúmenes pertenecientes a bibliotecas
antiquísimas, escritas en piedra en lenguas remotas, recogidas y copiadas por
fieles calígrafos en códices luego archivados y, que a su vez, volvían a ser
copiados. Algunos traducidos y comentados por ilustres sabios de la época -muchos de ellos artísticamente ilustrados-
que seguían investigando sobre su contenido y, que en algunos casos eran ampliados
con nuevos conocimientos que con paciencia, dedicación y tiempo, les eran
revelados. Libros aquellos, muchos, proféticos; otros de artes ocultas:
cábala, magia arcana, filosofía, matemáticas, biología, religión o apología y, de autores tan variados como
Pitágoras, Aristóteles, Manethon, Salomón, Hermes y tantos otros. Un tesoro que
debió permanecer intacto, si acaso respetuosamente consultado pero, que acabo
por en unos casos por ser sustraído para luego ser ocultado, y en otros quemado
en la hoguera o extraviado; casi todo perdido para siempre a causa, unas veces
por miedo de darlo a conocer y otras por incompetencia, dejadez o el descuido.
Provocando con ello, no sólo la perdida y el olvido de uno de los mayores
patrimonios culturales de la humanidad sino, también, sumiendo a esta en el
oscurantismo y la ignorancia. Guardándose para sí la verdad de un conocimiento
recién adquirido del que a su vez era privada la sociedad y, del que ellos
claramente se beneficiaban a un modo particular, apoyándose, en el inmenso
poder político que ostentaban.
Entiendo
que ahora resulta muy fácil hacerse preguntas acerca de semejante tesoro
perdido y esperar a que otros las respondan - la iglesia intuyo que no -.
Los historiadores en este caso. Sin embargo, hasta para ellos es difícil
predecir en qué consistía la inmensa sabiduría que se llegó a extraviar –poco
se salvó-. más, Aun cuando determinados aspectos, fuentes y datos de esa misma
historia tal como la conocemos, tal como nos la han contado, y que tuvieran que
ver con sucesos que a su vez pudieran amenazar, contradecir u oponerse al poder
instaurado, parecen también haber sido hurtadas; empantanadas con datos
inexactos y convertidas en algo así como una exigua muestra borrosa y
deformada de la realidad. Valga tan solo un
ejemplo para comprender lo que intento explicar: El incendio falsamente
imputado a los musulmanes de Omar, de reconocida tradición bibliófila por
cierto (1) –así lo reconocen los
eruditos- de la biblioteca de Alejandría. Recopilemos los hechos. Para
llegar al nacimiento de la biblioteca debemos remitirnos a Ptolomeo II Filadelfos,
hijo de Ptolomeo al que se le atribuye la construcción de lo que podríamos
llamar la primera universidad del mundo: en su sentido más moderno. Para ello,
al margen de hacerse con un buen número de libros, éste compró las bibliotecas
de Aristóteles y Teofrasto, reuniendo más de 400.000 libros múltiples y 90.000
simples (2). Posteriormente, Ptolomeo III (el 'Benefactor') será el fundador de
la Biblioteca en el Serapeum (templo dedicado a Serapis) que sumará 700.000
libros (3). Ésta, finalmente, reemplazará a la anteriormente construida tras el
incendio sufrido por aquella durante las luchas entre los legionarios de Julio
César y las fuerzas ptolemaicas de Aquilas, entre agosto del 48 y enero del 47
a.C. en el puerto de Alejandría.
Durante
el siglo IV d.C. luego de la proclamación del cristianismo como la religión
oficial del imperio romano, la seguridad de los santuarios griegos en
Alejandría comenzó a ser amenazada. Los primeros cristianos, monjes salvajes
del monasterio de la Tebaida y sus
los prosélitos odiaban la Biblioteca porque ésta, representaba el último
reducto de las ciencias paganas (4). La situación se tornó particularmente
crítica durante el reinado de Teodosio I (375-395), el emperador que no aceptó
tomar el título pagano de pontífice máximo y que trató de acabar con la herejía
y el paganismo. Por orden de Teófilo, obispo monofisita de Alejandría (5), que
había peticionado y conseguido un decreto imperial, el Serapeum, el complejo
que contenía la preciosa biblioteca y otras dependencias fueron destruidas y su
contenido en su mayor parte saqueado. "Tras el edicto ésta magnífica
Biblioteca pereció a manos de los cristianos en el 391, fecha de la violenta
destrucción e incendio del Serapeum alejandrino.
Según
las Crónicas Alejandrinas de un manuscrito del siglo V, fue el patriarca
monofisita de Alejandría, Teófilo (385-412) conocido por su fanático fervor en
la demolición de templos paganos, el destructor violento del Serapeum (6).
La destrucción de tan magnífico lugar
significó la pérdida de aproximadamente
el 80% de la ciencia y civilización griega, además, de legados importantísimos
de culturas asiáticas y africanas, lo que se tradujo en el estancamiento del
progreso científico durante más de cuatrocientos años, hasta la llegada de
la durante la Edad de Oro del Islam (siglos IX-XII) y, gracias entonces
a sabios como: ar-Razi, al-Battani,
al-Farabi, Avicena, al-Biruni, al-Haytham, Averroes y a otros como ellos que
durante siglos supieron guardar lejos del peligro, lo que otros ansiaban
abrasar.
1-. Durante el siglo X, en la Alta Edad Media, cuando los castillos de los
príncipes cristianos tenían bibliotecas de diez volúmenes, mientras no excedían
de treinta a cuarenta las de los monasterios más famosos por su ciencia, como
Cluny o Canterbury, la de los califas de Córdoba alcanzaban los cuatrocientos
mil.
2-. Así lo asevera el filólogo bizantino Juan Tzetzes (c.1110-c.1180)
basado en una 'Carta de Aristeas a Filócrates' que data del siglo II a.C.
3-. Según cuenta, el escritor latino Aulio Gelio (c.123-c.165).
4-. Por esa época parecía impensable que un siglo antes allí hubiera
estudiado y formado cientos de discípulos un filósofo como Plotino (205-270),
fundador del neoplatonismo.
5-. Los cristianos orientales provienen de la primeras comunidades
formadas por los apóstoles y que dieron lugar a los patriarcados de Alejandría,
Antioquía, Constantinopla y Jerusalén. Sin embargo, a partir del siglo V las
controversias teológicas dieron lugar a la ruptura de la iglesia. Aunque el
Concilio de Calcedonia del 451 definió a Cristo como una persona con dos
naturalezas Dios y hombre, hubo personas que mantuvieron la postura monofisita
de una naturaleza. Este error teológico significó que mientras la postura
correcta fue sostenida por Roma, Constantinopla y Georgia, así como la
población griega de Alejandría (Egipto), el monofisismo fue adoptado por muchos
de los egipcios para diferenciarse de los griegos bizantinos y dieron origen a
la Iglesia Copta. Por la misma razón muchos de los sirios siguieron la
corriente e introdujeron como lengua litúrgica el siríaco que proviene del
arameo y bajo el liderazgo de Jacob Bar Addai se les denomino Iglesia Jacobita.
Los armenios también se sumaron a la herejía monofisita
6-. Un discípulo de san Agustín, - renombrado historiador y teólogo
visigodo Paulo Orosio (m. 418 d.C.)-, en su manuscrito, Historia contra los
paganos, nos informa certificando que la biblioteca alejandrina no existía ya
en 415 d.C.: "Sus armarios vacíos de libros... fueron saqueados por
hombres de nuestro tiempo".
7-. De ahí que sean observados con recelo los escritos de estos padres de
la iglesia .
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