PRISIONEROS DEL "ETERNO PRESENTE" / Jordi Maqueda

Jordi Maqueda  / Libres en el Instante ( El privilegio del instante)  / Filosofía Reflexiones- Observaciones


"El presente: apenas nombramos esta palabra y ya estamos pensando en el pasado y el futuro, el antes y el después a diferencia del ahora... / ...Pero el presente significa a la vez presencia" 
(Heidegger-Tiempo y Ser- 1962)

Cuando se sufre pérdida de memoria a causa de demencia senil, o enfermedad de Alzhéimer uno queda, para siempre prisionero del eterno presente (estar (no-presente) ahí - en el ahora). Paulatinamente, se van borrando la memoria y las ideas hasta desaparecer uno mismo: sin pasado o futuro que nos determine de manera reflexiva, se permanece en un cuerpo latente, expuesto y determinado por lo inmediato: siempre cambiante y que nos determina, y por tanto determina igualmente nuestra existencia, condicionada por el resplandor demoníaco de un presente que nos reclama incesantemente, a cada instante de nuevo—como la luz ultravioleta reclama del insecto su atención, distrayéndole de su labor hacia ella—. Esa es la enfermedad y el problema de todos nosotros, del presente perpetuo que nos impide vivir y terminará extinguiendonos, pues de igual forma que la deslumbrante luz ultravioleta extingue el insecto, nuestro yo tambien habrá desaparecido.

Hemos llegado a un punto en el que la cantidad monstruosa y constante de estímulos  –de lo nuevo y excitante– a la que estamos expuestos en la actualidad es abrumadora, sobrepasando en órdenes de magnitud cualquier estado o exposición anterior del ser humano: las noticias, los datos, las imágenes y sonidos, se suman en una anarquía total, de tal forma que cada nueva idea que nos llega expulsa a la anterior, antes siquiera que tengamos tiempo de considerarla. Los peores horrores y las más aberrantes pesadillas llegan a nosotros junto a otras ideas estimulantes: pero ninguna de ellas sobrevive en la mente más allá de unos minutos, antes de ser arrastradas por una nueva oleada de información, que luego olvidaremos igualmente. Las personas ya no se detienen, no profundizan en nada, sobre todo en nada relevante, reaccionando continuamente a estímulos que les llevan de aquí para allá: a nada concreto y a todo. La distracción se vuelve premio final e inútil de la historia del ciudadano que, además, exige distraerse: luego, distraerse todos juntos es la cumbre y fin absurdo de la socialización. De este modo, la ambigüedad se convierte en el resultado último de la curiosidad, que define la actitud que el ser humano tiene hoy con el saber de las cosas, adquirido a partir de sus distracciones y no por el conocimiento o estudio, acrecentado por el acceso indiscriminado a la información que “permite a cualquiera decir cualquier cosa, cuando se hace imposible discernir entre lo que ha sido y no ha sido examinado, contrastado a verdad y expuesto tras una comprensión auténtica”, produciendo una indiferencia generalizada (ya a nadie le importa la verdad de lo dicho o que se comenta) en tanto a un mundo, donde “todo parece auténticamente comprendido, pero en el fondo o no lo está”.

¿Y qué podemos hacer viendo el punto al que hemos ha llegado?, sobre todo en algunos aspectos de la sociedad, o de esa cotidianeidad abominable que son las Redes Sociales, cuando ciertamente ya no interesa a nadie la realidad y solo importa la desmaterialización: el Metaverso, servir a la distracción, lo conceptual, lo relativo y sin valor: a la fantasía, que alimenta el tejido de un cosmos creado para sí mismos; dentro del mundo que otros han creado para ellos; dentro, de una sociedad que han creado para todos; y ahí encerrado, la felicidad (absurda) es absoluta: lejos de la realidad y el mundo; bombardeado por los medios a cada segundo, recibiendo, cuando no exportando, absurdeces y tonterías a cada hora, todos los días. Pero, si no levantamos la cabeza, esta lluvia abrumadora de estímulos perfectamente diseñados y pensados para mantenernos adheridos a las pantallas y a la información, nos hará prisioneros de un siempre eterno presente, perteneciente a una realidad distinta: otra realidad, que se pretende hagamos nuestra. Esa es la enfermedad actual y también el problema que como la demencia nos aleja de la propia existencia, de la realidad, e impide centrarse en el instante: en el ahora, y en poder vivir como una persona auténtica en el mundo. Te olvidarás de todo y nada dejará huella. Estarás exiliado de la verdadera realidad, incapaz de actuar: “demasiada información a la que reaccionar” de todos los problemas del mundo. Serás enterrado por la información, lejos de todo lo que deberías hacer. Incapaz de elegir e intercalar la acción con lo real. Y mientras tanto, el mundo seguirá y morirá un poco más cada día. La realidad, el tiempo, la vida y las estrellas pasarán, sin ser mínimamente conscientes de todo ello: allí, distraídos en un mundo de fantasía.

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SOBRE LA MUERTE / Jordi Maqueda

Jordi Maqueda  / SOBRE LA MUERTE /   / Filosofía ReflexionesObservaciones


Cuando me diagnosticaron cáncer, algunos me miraban como si mi destino fuese distinto: diferente al suyo; otros me miraron con lástima, sin observar antes lo lastimoso de sus vidas, como si ellos nunca fuesen a morir y la infinitud fuese la vida: como si unos pocos años supusieran diferencia, y aquellos que suplican vida eterna, fuesen a obtener otra cosa, más que polvo como recompensa. Como si negar la muerte fuese solución, cuando no hay negación que no contenga en sí, en forma de afirmación, aquello contra lo que se pronuncia. Pero ¿quién quiere la vida eterna? ¿Acaso existe eso? La eternidad es una cosa y muy distinto es abarcarla: y más absurdo pretender conquistarla (GilgamesH). No elegí nacer y consentí, tampoco elijo morir, pero me siento afortunado, si es el caso, de no sobrevivir: la eternidad no es vida para un hombre, y la muerte es la calma, el reposo final al que cualquiera aspira. Pues vivir bien es también morir bien, y fue la presencia cercana de la muerte, la que dio (todavia) mayor sentido a mi vida. Luego, sobre esta, mi vida, mucho he meditado, (ya casi 15 años despues del cancer: hoy voy para 56) pues si en la vida encontramos que todo son preguntas, igualmente, llega el momento cuando se convierte ella misma en pregunta: ese efímero detenerse en el proceso, al manifestarse está revelándose a la razón que la contempla; e, igualmente sobre la muerte, he profundizado: imaginando toda mi vida concentrada en ese preciso instante: un instante, el último en la vida, y luego, toda la vida en ese preciso instante. Que ¿qué es la muerte? Para saberlo y conocerla, cierto, antes hay que vivir, pero para poder entenderla no basta con vivir, ni siquiera le sirve el vivir mucho: para entender la muerte, tendremos antes que entender la vida, y por que a veces renunciamos a ella.

La muerte - aceptar la muerte (natural), el hombre viene al mundo a morir (Si), condenado a aceptar su destino (si), a “aceptar su muerte” (Si) pero no a acelerar su muerte. El hombre nace y nace para vivir, tener experiencia de vida, de una vida única y maravillosa, llena de experiencias en un mundo que es dado para ello… mas cuando las religiones aparecen (y con ellas los sacerdotes) se nos dice que el hombre nace, porque un dios “dice” que nos hizo, y le debemos la vida, y que si es necesario hemos de morir, antes, por ese Dios, porque así lo quiere dios,  y ya no somos personas libres, sino un rebaño, donde sus corderos, si dios lo pide (nos dicen los sacerdotes), habrán de ser dados al sacrificio (por castigo, o gloria de dioses) ... un cordero inmolado sobre el altar de los dioses ))

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EL HOMBRE DESESPERADO / Jordi Maqueda

Jordi Maqueda  / EL HOMBRE DESESPERADO  /  ReflexionesObservaciones


No te preguntes "nunca” por qué Dios te ha abandonado.
No vale la pena y, además, lo hace con todos .
(Jordi Maqueda 09/01/2012)(1/37a)

Observaciones sobre el Hombre Desesperado

 



El Hombre Desesperado
Sobre la Muerte
El dolor y la pérdida
El Sinsentido de la Existencia
Pensar la idea del suicidio
Libertad de Elección
Morir precisa, igualmente, de razones.
Cuando asumimos la responsabilidad con la propia existencia.

El Hombre Desesperado 

Nada más trágico que nuestra realidad: nacer para luego tener que morir. Pues da igual dónde, cuándo y poco importará la manera, todos nos dirigimos ineludiblemente a ella: como el ancla al fondo del mar. A veces incluso anticipándonos, bien por enfermedad o quitándose uno mismo la vida que le fue impuesta. Renunciando así y definitivamente a este ingrato lugar de amarguras y penitencias, absurdo y desprovisto de sentido, donde vida y muerte están ligadas, el dolor centellea todos los días y las personas participan de las más terribles agonías; donde sonámbulos e idólatras adoran mentalmente aquello que los segundos no conciben y los primeros no imaginan; donde los huérfanos se consuelan en el silencio ensordecedor del recuerdo de la guerra y  la impotencia, de no querer creer pero tener que ver el mundo desmoronarse ante sus propios ojos. Pero lo peor no son las injusticias, la violencia o el hambre que acontece y del que somos testigos todos los días. Tampoco las guerras, el sufrimiento y la desesperación que estas conllevan: Lo peor no lo hemos conocido todavía. Está por llegar: "es lo último que llega".

Sobre la Muerte

Cuando me diagnosticaron cáncer, algunos me miraban como si mi destino fuese distinto: diferente al suyo; otros me miraron con lástima, sin observar antes lo lastimoso de sus vidas, como si ellos nunca fuesen a morir y la infinitud fuese la vida: como si unos pocos años supusieran diferencia, y aquellos que suplican vida eterna, fuesen a obtener otra cosa, más que polvo como recompensa. Como si negar la muerte fuese solución, cuando no hay negación que no contenga en sí, en forma de afirmación, aquello contra lo que se pronuncia. Pero ¿quién quiere la vida eterna? ¿Acaso existe eso? La eternidad es una cosa y muy distinto es abarcarla: y más absurdo pretender conquistarla (Gilgamesh). No elegí nacer y consentí, tampoco elijo morir, pero me siento afortunado, si es el caso, de no sobrevivir: la eternidad no es vida para un hombre, y la muerte es la calma, el reposo final al que cualquiera aspira. Pues vivir bien es también morir bien, y fue la presencia cercana de la muerte, la que dio (todavía) mayor sentido a mi vida. Luego, sobre esta, mi vida, mucho he meditado, (ya casi 15 años después del cáncer, voy para 56) pues si en la vida encontramos que todo son preguntas, igualmente, llega el momento cuando se convierte ella misma en pregunta: en ese efímero detenerse en el proceso, al manifestarse está revelándose a la razón que la contempla.  Igualmente sobre la muerte, he profundizado: imaginando toda mi vida concentrada en un preciso instante: ese instante, el último en la vida, y luego, toda la vida en ese preciso instante. ¿Qué es la muerte? Para saberlo y conocerla, cierto, antes hay que vivir, pero para poder entenderla no basta con vivir, ni siquiera le sirve el vivir mucho: para entender la muerte, tendremos antes que entender la vida, y por qué a veces renunciamos a ella.

La muerte - aceptar la muerte (natural), el hombre viene al mundo a morir (Si), condenado a aceptar su destino (si), a “aceptar su muerte” (Si) pero no a acelerar su muerte. El hombre nace y nace para vivir, tener experiencia de vida, de una vida única y maravillosa, llena de experiencias en un mundo que es dado para ello… mas cuando las religiones aparecen (y con ellas los sacerdotes) se nos dice que el hombre nace, porque un dios (al que ellos no han visto) “dice” que nos hizo, y le debemos la vida, y que si es necesario hemos de morir, antes, por ese Dios, porque así lo quiere dios,  y ya no somos personas libres, sino un rebaño, donde sus corderos, si dios lo pide (nos dicen los sacerdotes), habrán de ser dados al sacrificio (por castigo, o gloria de dioses) ... un cordero inmolado sobre el altar de los dioses .

El dolor y la pérdida

"El pasado se recuerda muchas veces dramático; el presente angustioso; y el futuro se intuye incierto", dominado por ese miedo que amenaza con apoderarse del alma". Todos temblamos ante el dolor, el sufrimiento y la pérdida: ineludibles para toda comprensión acerca de la vida del hombre. Diríase, que la vida humana se halla permanentemente en un estado de profunda miseria, pendiente, siempre de dar sentido a aquellos avatares que devienen de la propia vida. En todas las épocas, culturas y religiones, el hombre tuvo que enfrentar esta misma cuestión del dolor y el sufrimiento, y el sentido de su existencia... en definitiva, ha tenido que vivir y convivir con el drama continuo que supone existir, vivir en este mundo. Pues cada uno de nosotros parece nacer a una vida amenazada; pero, si ese es nuestro sino, también es cierto que otra cosa es nuestra condición: "la humana" esa que empuja a seguir hacia adelante, a persistir, aún con la metralla de toda una vida hundida en la carne. Así, “Si nuestro sino es vivir, y vivir con dolor, nuestra condición es seguir y seguir adelante aún con dolor”. Muchos pensarán, sobre todo en occidente, que estas palabras no van con ellos, que más serían apropiadas para señalar a otras personas o pueblos, o incluso que refieren a otros tiempos; pero, no nos llevemos a engaño: y lo sabemos; al menos todos aquellos que tenemos una cierta edad y perspectiva de la vida: que el ser humano, desde que nace, se forja y crece con retazos de dolor, y cada dolor es preludio de aquello ineludible, que consiste en el mal extremo y último de la vida. Pues existen tantas cruces plantadas en este mundo como vidas ha visto nacer, y cada nacimiento no anuncia otra cosa, que su propia muerte.

El Sinsentido de la Existencia

El pueblo español se entrega al suicidio es la primera frase de «El resentimiento trágico de la vida», la última obra de Miguel de Unamuno.

«Volvieron a mi mente viejos y dolorosos recuerdos ante la imagen desgarrada de esas notas escritas por un hombre en su agonía, enfrentado en solitario a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor (…) En estas notas estaba reflejada la lucha de un hombre que fue fiel a sí mismo en contra de unos y otros, rodeado del ambiente hostil de la propia ciudad a la que tanto quiso (…) Estas notas fueron escritas con la urgencia de no saber si llegarían a un final, con la desesperación de quien ve cómo se va quedando solo mientras se tambalea su mundo, su propia vida y hasta sus creencias». Miguel Unamuno (de sus apuntes)

I

Encontrarán ensayos, libros, tratados al respecto pero, las razones del sinsentido de la existencia para algunas personas, puede resumirse en no más de dos o tres párrafos: Que la vida no tiene sentido, es la principal declaración de quienes experimentan la desgarradora sensación de la apatía por vivir, por medio de una especie de desconexión de todo lo que les envuelve. Unas, son personas reflexivas que profundizan en cuestiones de gran trascendencia (la falta de libertad, las injusticias sociales, las guerras, enfermedades etc...) avocándose, por momentos a un profundo vacío existencial, el cual les engulle cada vez con más fuerza. Vacío éste, al que la sociedad contribuye con sus imperantes mensajes relacionados con valores individuales de satisfacción inmediata. Otras, son aquellas personas que navegan el mundo en la búsqueda del placer, con el único fin de anestesiar su sufrimiento. La diferencia entre ambas radica, que las últimas no reparan en el vacío que experimentan. Si bien, ni los unos ni los otros encuentran respuestas favorables, en tanto a las razones de su propia existencia: nada les llena, nada les satisface (como a todos sin excepción) y, precisamente eso les acaba atrapando en un estado de sufrimiento permanente derivando, hacia profundas depresiones o conductas autodestructivas. En ambos casos, ese vacío existencial es la espiral del sinsentido, consecuencia, para unos de reconocerse a sí mismos como quienes miran el mundo (torcido) desde una perspectiva diferente (quijotesca), sintiendo y advirtiendo las incongruencias detectadas en él. 

Pensar la idea del suicidio

La mayoría de las personas no entienden necesario deliberar sobre su existencia, existir ya se concibe como implícito en todo lo que hacemos y no es necesario darle más vueltas. Sin embargo, reflexionar sobre la idea de la muerte: el suicidio, en este caso, nos permite abordar en primer plano la razón de la propia existencia, pues sólo por aquel, se pone en tela de juicio la importancia de ésta, moviéndonos a madurar en nuestras propias motivaciones, sueños y esperanzas; además, de en todo aquello que nos da seguridad. La enfermedad ayudó a pensar al enfermo; la certeza de la muerte mueve a reflexionar; y el suicidio nos obliga a deliberar seriamente sobre el sentido del mundo y la propia existencia. Dedicarse a tal empeño implica carácter y atrevimiento pues, tratamos con ello de sacar provecho a ese debate, donde entenderemos casi con toda seguridad que el suicidio debe permanecer en constante suspenso, como salida última que siempre debemos ver a distancia. Pero ¿por qué verla a distancia y, sencillamente, no contemplarla como opción? 

Coincido, que lo políticamente correcto en este caso, es descartarla definitivamente como opción: eso sería lo políticamente correcto. Sin embargo, como apunté al en el párrafo anterior, no se trata de un escrito “políticamente correcto” sino, que se trata más de “una evaluación, a modo de introspección, proponiéndolo como una experiencia de vida y proyecto propio”. Y llegado a lo subjetivo, entiendo, que una vida es autentica, cuando se tiene la posibilidad de elegir; pues, el peso de la existencia sólo puede llevarse con ligereza, cuando somos conscientes de que tenemos la libertad de terminar con nuestra vida; pues, a pesar de las dificultades, las restricciones y prejuicios es lo único que no nos puede ser arrebatado; y, precisamente esa libertad “ecuménica” nos empodera y procura la fuerza descomunal, que luego triunfa sobre los pesos que nos aplastan; de tal forma que encontremos un sinsentido a poner fin a nuestros días; o, por lo menos, a no hacerlo antes de haber demostrado hasta dónde podemos llegar. Aunque, y ciertamente, y admitámoslo: los suicidas creen en su precocidad; y en no pocas ocasiones consuman su acto muchas veces antes de estar maduros, algunos siendo muy jóvenes; razón esta que hace de los suicidios algo horrible, precisamente, porque se destruye un destino en lugar de coronarlo. 

Buscando entender, puedo entender que un hombre/mujer quiera acabar con su vida: eso lo puedo entender y aceptar (todos deberíamos) pero, con matices: entendido, como el acto de culminación de un proyecto satisfactorio de vida, es decir, un proyecto puntual venido de la razón, “pensado con detenimiento” mediante un examen reflexivo y crítico; y jamás como resultado de un querer irreflexivo e inmediato. El final, si se quiere así, tiene que cultivarse como si fuera un huerto, eligiendo el momento más favorable de su desarrollo. Pero cuidado, aquí entramos en arenas movedizas, pues no me refiero al fenómeno, por ejemplo, de los famosos que se quitan la vida: “entendiendo, o pretendiendo con ello dar a entender a todos, que están en la cumbre y desean que se les recuerde así”. Eso es Falso. Normalmente tales suicidios se deben a abusos de drogas, alcohol, etc... Y una total falta de control en situaciones de estrés o presión extraordinarias, y una incapacidad manifiesta para controlar sus adicciones y a ellos mismos. 

Recuerdo la carta de suicidio de Kurt Cobain, donde podía leerse una cita de una canción de Neil Young: "Es mejor consumirse rápidamente que desaparecer poco a poco". Cierto que Kurt estaba en la cumbre, como artista: pero no así en lo personal, debido a sus problemas, problemas que le llevaron a hacer lo que hizo, y no otra cosa o razón. Lo cierto es, que el último y definitivo descenso a los infiernos de K. Cobain no fue sorprendente; y posiblemente, ya se había iniciado unos meses antes de que decidiese llevarse el cañón de una pistola a la barbilla, pero eso es otra historia. Sin embargo, precisamente ese carácter desesperanzador de la existencia: el desencanto ante la vida, se presenta no pocas veces a muchas personas ―en algunos casos como una especie de iluminación― como proceso de descubrimiento hacia una vida sin ornamentos; increíblemente dura; y en la que afloran esos sentimientos de desesperanza que todos hemos sentido en algún momento, ante los cuales tenemos siempre la posibilidad del suicidio. Porque ¿Quién no ha pensado en el suicidio alguna vez? Todos hemos pensado en algún momento en suicidarnos, así sea de forma remota o hipotética, hemos pretendido renegar de la vida deseando la muerte, pensamiento éste, y vinculo indisoluble, entre los que eligen el suicidio y los que no. Y, precisamente, es esa posibilidad, aunque la entendamos remota, de reflexionar sobre nuestro propio suicidio ―motivos, recursos, la disposición del lugar― y vernos muertos anticipadamente, la que nos ayuda, en gran medida, a replantear nuestra vida. De otro lado, negarnos esa posibilidad de sentirnos dueños de nuestra propia existencia o bien, ocultar nuestro pensamiento por miedo a lo que puedan decir los demás, es negar nuestra propia libertad y convertirnos en otro gusano envilecido, reptante sobre la carroña cósmica.

Libertad de Elección

Tomar consciencia de que podemos elegir la muerte es asumir un grave conflicto en el que, por un lado, nuestros sufrimientos nos reprimen y nos empujan al abismo y, por otro, nuestros instintos se oponen, obligándonos, a vivir aunque no queramos. A medida que vamos madurando y reflexionando sobre la vida, ya con unos años, descubrimos la vacuidad de la misma, para entonces los instintos ya se han convertido en guías de nuestros actos, refrenando el vuelo de nuestra inspiración. Despertamos al mundo demasiado tarde. Sin embargo, ya tenemos entonces consciencia de nuestra libertad, siendo dueños de una elección que se hace más significativa en tanto que no la ponemos en práctica, “nos hace soportar los días y, más aún, las noches"; no nos sentimos pobres, ni oprimidos: disponemos de recursos. Y, aunque no los explotásemos nunca, y acabásemos en la expiración tradicional, hemos tenido un tesoro en nuestros desánimos: pues, no hay mayor riqueza que disponer de la propia vida. 

Hasta ahora no se ha inventado un solo argumento (razonado) válido contra el suicidio lúcido y consciente, más que aquel que proponen las religiones: prohibiéndolo, desde sus inicios. La razón: deslegitima toda su autoridad, entendiendo en ello un acto de rebelión: el peor de todos, porque el suicida ya no puede arrepentirse, no puede salvarse, tomando en su manos el derecho que sólo corresponde a los dioses; en un acto por el que rechaza el cielo y la tierra como se rechaza a sí mismo. Abdica de toda fe; fe que otros viven en su carácter de promesa ciega de sufrimiento; renuncia así a la promesa por la cual el creyente vive su vida y su tragedia, restando importancia a lo concreto, pues no importa que pase sufrimiento o necesidad, será siempre más grande el beneficio de aquello prometido. Al menos, reconozcámoslo, el suicida alcanzará una plenitud de libertad inaccesible e inconcebible al resto. 

Morir precisa, igualmente, de razones 

El suicidio «es una de las hierbas venenosas que florecen y se multiplican, especialmente, en la atmósfera de nuestra civilización moderna» (Nicéforo).

Muchas veces en este blog me he preguntado sobre el sentido de la vida, la razón de vivir, pero nunca por la razón o razones de morir; y morir precisa, igualmente, de razones. Me refiero, por supuesto, a la muerte voluntaria. Entendiendo ésta, como una "salida" de la vida, racionalmente elegida pero, no como huida, sino más como el producto de una profunda reflexión, y muestra de poder sobre la propia existencia (contra la voluntad del hegemom). Todos escuchamos y leemos en medios hoy sobre la Eutanasia activa, pasiva y suicidio asistido. Llamémoslo por su nombre: suicidios, asistidos o no. Pero eutanasia proviene del griego y vendría a significar «buena muerte»: Y, me pregunto, quién no tiene derecho a una buena muerte, cuando viendo hacia donde pueden llegar las cosas, por una enfermedad por ejemplo, quiere no tener humillarse y suplicar su propia muerte mientras se desmorona a pedazos, y decide anticipar ese momento. Esa es la verdadera libertad, y en ella cada uno debería descubrir el momento oportuno para abandonarla, según, le parezca o no, de acuerdo a su situación personal, sea ésta (su vida) digna de ser vivida. 

No tiene sentido prolongar nuestra vida si esta no tiene sentido para nosotros, esperando que la muerte llegue lenta y dolorosamente por sí sola, cuando la materia no nos sirve ya de soporte y vehículo a actividades propiamente humanas, es mejor adelantarnos, siendo autores de nuestro propio destino y final. Se trata de una iniciativa por la cual rescatamos una vida (en el acto) que ya no vale la pena ser vivida. Pero no hay que estar enfermo para ello. La actitud, por ejemplo, de Sócrates ante la muerte, según nos cuenta él mismo en su defensa, es de absoluta confianza y tranquilidad; no siente ningún temor de ella; sobre todo cuando se enfrenta a actos de injusticia: “no haría concesiones a nadie en contra de lo justo por temor a la muerte. Ser en la muerte (como acto voluntario), antes que no poder ser en la vida.

La injusticia, la discriminación y el permanente sentimiento de extranjería, no solo parecen haber dado la razón a Schopenhauer, sino que han hecho resurgir la cuestión del suicidio una y otra vez en cada situación de crisis. Mainländer augura que en el futuro la política contribuirá a la renuncia voluntaria a la vida. Se creará un Estado capaz de satisfacer todas las necesidades materiales de los ciudadanos. Con ello, y todos los deseos vitales satisfechos, aumentará el aburrimiento y el deseo de muerte. Pocas existencias se han mostrado tan coherentes como la del pensador de Offenbach am Main, quien puso fin a sus días tras haber descubierto que el devenir (Werden) del mundo se encamina hacia la nada (Nichts), hacia el no ser, en virtud de una pura voluntad de morir (reiner Wille zum Tode) que mora hoy en el corazón de todo lo existente.

Precisamente en los países de mayor calidad de vida, es donde dicha voluntad de morir: el suicidio es mayor, quizá porque en esos países a veces basta con mirar a tu alrededor y observar el mundo habitado por rutinarios de la desesperación; momias que se aceptan unos a otros, sin más sentido que cumplir una moral y formalidad útil: despertarse, ducharse, desayunar, llevar los niños al cole, ir a trabajar, comprar, consumir, comer, conducir, llegar a su casa, dormir y de nuevo lo mismo un día y otro; hasta que un día (te das un golpe) despiertas y te preguntas si es posible encontrarle un sentido al curso que llevan nuestra vida. Luego, las noticias de guerra continuas y los avances de la ciencia no ayudan. Saber si hay vida en Venus o en Marte, si la tierra se encuentra en algún punto de la galaxia o si se ha descubierto un nuevo exoplaneta no responde a búsqueda alguna de sentido. En resumen, parece como si la vida no se ocupase más que en entretenernos y aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella”, o bien como dice Víctor Hugo: “Estamos todos condenados a muerte, si bien con una especie de aplazamiento incierto”. "Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) siguen así hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay alguna lógica hasta la muerte?"(Camus 1966)

Cuando asumimos la responsabilidad con la propia existencia.

Cuando el suicidio se afronta desde la sociología o psicología, se impone generalmente un discurso crítico que persigue, por todos los medios, prevenirlo (pero porque se pretende prevenir, acaso se trata de una consecuencia, propia de nuestras sociedades, un daño, digamos colateral). La metafísica o estudios filosóficos acerca de la voluntad de vivir no son ajenos a esa línea, ni está exenta de esa preferencia. Sin embargo, bajo otras perspectivas ―intentando ser autoconscientes, en un intento de captar la esencia íntima y última de las cosas, encarando la voluntad (es decir, enfrentándonos a nosotros) esa misma voluntad de vivir emerge del anonimato, para encontrar su propia identidad y comenzar el curso de su propia negación cuando circunstancias no permiten gozar de esa vida propia ( que alguno anhelamos) o, simplemente, no permiten culminar las expectativas que se esperan: el suicidio, entonces no es considerado una señal de querer dejar de vivir, por el contrario, resulta ser la manifestación más indiscutible de afirmar la propia y autentica vida, siendo lo que uno quiere ser, y es, alejando el sufrimiento de sentirnos lo que otros desean que seamos.

Este tipo e suicidio nada tiene que ver con la enfermedad mental, la depresión o una fuga; se trata de suicidios decididos y proyectados desde la lucidez y plena conciencia e hilvanados desde la asunción de la responsabilidad con la propia existencia y el compromiso con los demás, resultando entonces coherente con la historia de quien decide realizarlo y constituyendo en ello un acto de libertad y heroísmo a ojos de quienes comparten sus mismas ideas. La eutanasia, ciertamente, sería uno de ellos (practicada con la belleza del gesto poético) recordemos a Virginia Woolf y Alfonsina Storni. Sus brazaletes brillaban al sol y su semblante no poda encubrir su satisfacción. El auto sacrificio representa de una u otra manera, siempre el derecho a decidir sobre la propia vida cuando esta, ya ha perdido toda dignidad u su horizonte de proyecto: y se prolonga una agonía, que se siente como una condena innecesaria; e igualmente ocurre en los suicidios reivindicativos, cuando la vida se deshumaniza a límites extremos, a través de la escasez material, el hambre, el castigo físico, el desempleo o la pérdida de la libertad. En semejantes condiciones la aniquilación total, se transforma en liberación y fuente de autoestima. Precisamente, por eso, esta clase de muerte suele constituir la puesta en escena para una reclamación que es una forma de denuncia de la represión, esclavitud y la violencia sufrida por los más débiles: todos recordamos la autoinmolación de Mohamed Bouazizi, detonante de la revolución de los Jazmines en Túnez.

De este derecho a disponer de la propia existencia solo puede reflexionar la filosofía, en tanto para legitimar o no el suicidio. Es por tanto un  desafío filosófico importante es tratar de entender primero, a partir de los casos concretos que atesora la historia del pensamiento, por qué muchas personas pueden llegar a percibir que sus vidas pierden valor por determinadas creencias o puntos de vista hasta el extremo de tornarse filosóficamente inviables.

Mainländer aduce en el fondo razones ontológicas al acabar con su vida, horas después de recibir el ejemplar recién publicado de La filosofía de la redención. Se ha “cometido” una cosmovisión según la cual el trasfondo de la realidad se vuelve una experiencia tan destructiva que resulta imposible vivirla sin terminar dañado, optándose simplemente por no perseverar más en ella. Esa ley del sufrimiento es presentada, no obstante, como necesaria para el fin último, el descanso en la paz eterna, la muerte absoluta, la nada.




EL PROBLEMA DE LA NADA DESDE LA ANGUSTIA (Una Visión Subjetiva) / La Nada y el Hombre

Jordi Maqueda  / EL PROBLEMA DE LA NADA DESDE LA ANGUSTIA  / Filosofía ReflexionesObservaciones



CONCLUSIONES

Jordi Maqueda / EL PROBLEMA DE LA NADA DESDE LA ANGUSTIA

Introducción 

La posición de Heidegger no admite dudas: «la piedra de toque más dura, pero también menos engañosa para probar el carácter genuino y el vigor de un filósofo está en si él experimenta en el ser del ente, al punto y a fondo, la cercanía de la nada. Aquél a quien esta experien­cia le esté vedada quedará definitivamente y sin esperanza fuera de la filosofía». Pero no sólo Heidegger. También Nietzsche había señalado algo parecido en un fragmento del 10 de junio de 1887: «Pensemos ahora esta idea en su forma más terrible: la existencia tal cual es sin sen­tido y sin finalidad, pero volviendo constantemente de una manera inevitable, sin desenlace en la nada: 'el eterno retorno'. Esta es la forma extrema del nihilismo: ¡la nada (el sin sentido) eterna!». La experiencia de la nada está pues ligada en estos dos autores, Nietz­sche y Heidegger a la experiencia del nihilismo. —Remedios Ávila Crespo.

Acerca de la manifestación accidental y traumática de la Nada

Generalmente tomamos atención de algo, conciencia de algo, casi de forma accidental. De la misma forma que venimos al mundo, accidentalmente y sin desearlo, así descubrimos la mayoría de las cosas. La historia de la ciencia, sin ir más lejos ha estado marcada por una larga sucesión de descubrimientos casuales — ej. la radiación de fondo de microondas— por lo que el descubrimiento de algo puede llegar por casualidad y no por elección o ir a buscarlo. De hecho, los expertos estiman que aproximadamente la mitad de todos los descubrimientos científicos, de alguna forma, son “accidentales”. Y la Nada, pues parece no ser ajena a este albur, quizá por ello muchas de sus manifestaciones se dan en circunstancias accidentales, casi digamos que traumáticas según entendamos estas: Heidegger describe su manifestación a partir de la angustia (su angustia), Jünger remite estadios relativos al suicidio y otros la relacionan desde una óptica científica neurofisiológica, bajo los efectos de anestésicos, donde se afirma que la percepción es la de no-ser.

Parece razonable entonces preguntarse ¿puede ser tal experiencia de la nada, de ausencia [de no ser], venida de un evento traumático? Debemos recordar que toda experiencia de la Nada, de darse, será una experiencia subjetiva. La recepción, experiencia, percepción de esta se dará únicamente al que la experimenta, no a quien mire o lea o escuche como se experimenta. Cierto, existen otras concepciones referidas a la Nada y como concebirla, llegar a ella o a través de ella, como por ejemplo el vaciamiento, punto central este de la enseñanza de Eckhart "la Gelassenheit" (dejación o vaciamiento). El mismo san Juan de la cruz, nos refiere aquella noche oscura por la cual pasa el alma para llegar a la divina luz. "Hay que oscurecer", nos dice, adormecer los sentidos, el alma tiene que permanecer en la oscuridad y abandonar todo (incluso tu relación con dios: lo que la iglesia predica) Hay que oscurecer los sensitivo y racional —, dice una y otra vez en sus libros: no dejar entrar nada a la mente, ni siquiera sentimientos o pensamientos devotos, hay que permanecer vacío: Permanecer en lo oscuro, en (la nada). Luego están aquellas derivadas de enseñanzas orientales, pero no será este texto el momento de tratarlas.

Pero y volviendo al ámbito concreto y traumático de la Nada, hay algo que creo puedo aportar y afirmar a partir de la propia experiencia, alrededor de unos acontecimientos que podrían ofrecernos un conocimiento “teorético”, a través del testimonio en primera persona que puede dar una persona viva, en tanto a dos situaciones: una cuando nos encontramos frente a los momentos más críticos de la vida —frente a la oscuridad y el silencio absoluto tras un accidente y a las puertas de la muerte―; y otra: cuando las dificultades hacen aflorar esa espiral dolorosa relacionada con la angustia, frente a un desahucio por ejemplo, —o la noticia de un cáncer que amenaza y pone fecha de caducidad a nuestra existencia— a la que acompaña una desgarradora sensación de ansiedad donde solo encontramos abatimiento, dolor y sufrimiento.

PRIMERA EXPOSICIÓN

Una aproximación primera y subjetiva a la Nada desde el vacío circundante próximo a la muerte tras un  accidente.

«Entre hombre y Nada se atraviesa la sombra de dios», (Gómez Dávila)

Hace mucho tiempo, quedé diez días en coma: tenía ocho años de edad. Hace algunos menos, me ocurrió algo muy parecido: un accidente me dejó apenas sin sangre y en unas condiciones en las que me fue de muy poco, minutos, tener que buscar casa en el otro barrio, estando luego por días en lo que yo llamo “la frontera” con un pie a cada lado de ella: entre ser y el no-ser. De ambas situaciones recuerdo más bien poco, casi nada de aquel tiempo entre Golpe y Despertar. Pero quizá de la segunda, y al ser preguntado, a fuerza de recordar, una imagen me venía siempre a la mente, la misma: oscuridad y silencio, una oscuridad azulada que no era indiscutible oscuridad, sino una ausencia silenciosa, un vacío donde nada ha de ser, y el propio yo ha de ser nada, pues ni las extremidades solo vacío veía, y aquella armonía que como el blanco refuerza la idea sobre la pared que todo está bien: donde debe estar, en el preciso lugar y en su preciso momento. Momento, por cierto, ajeno a pasado o futuro 1 (más un ahora) un intervalo tendido /una imagen finita sustentada a un instante a la vez infinito en el tiempo: sin canjes o permutas, y la sensación de tener que esperar / esperar a despertar o quizá el tránsito que ha de atravesar todo ser y toda nada; y, sin embargo, nada temía, ni a la misma muerte. Sencillamente, estaba donde debía, pues por alguna razón aquel era mi lugar.

Muchas veces después me pregunté, si tras aquella luz azul-oscuro que delimita aquel espacio había algo o nada más; si alguien o algo juzgaba mis actos, o me observaba (“Haya o no dioses, de ellos somos todos siervos” - decía Pessoa) o, si sencillamente y tras de aquella última y débil cortina de luz se encontraba la verdadera oscuridad: como si entre hombre y nada uno atravesase la sombra de Dios”. Luego, pasados muchos años, probablemente a raíz de algunas de mis lecturas, una nueva pregunta fue tomando forma en torno a qué fue todo aquello. ¿Fue una experiencia de la Nada? ¿Me encontré de frente a la Nada? [Del mismo modo que se puede experimentar el morir, pero no la muerte. Según esto, es también pensable el contacto inmediato con la Nada —Jünger] pero entonces ¿a qué terrible precio? Habiendo estado al borde de la aniquilación o, “como es el caso de Malraux y Bernanos, cuando describe la nada en relación con el suicidio abrupto” (Jünger). Lo cierto es que lo ignoro, y solamente puedo dar fe y declarar: no de lo que vi, sino y subjetivamente lo que creo vi en aquel estado.

Quizás sea esta la particular y vaga experiencia de la Nada de un joven motorista despistado, más hábil en la montaña y los volcanes que en la introspección. En todo caso y después de aquella, mi experiencia con la nada ( de serlo) —por cierto y visto desde esta perspectiva: extraordinaria y fascinante— podría iniciarse toda una filosofía, o al menos algo parecido se deduce de las palabras de E. Jünger, que en un escrito publicado con ocasión del 60 cumpleaños de Heidegger, escribió: «Quien menos conoce la época es quien no ha experimentado en sí el poder de la nada y no sucumbió a su tentación»… y aquí estoy: sucumbiendo. Pero antes de finalizar quiero añadir, por los que puedan pensar que se tratase a los efectos de la anestesia total, que he estado después bajo los efectos de esta, debido a sucesivas operaciones que necesitó la pierna, y las sensaciones no fueron las mismas, jamás volví a ver o sentir presente en aquel espacio vacío, pasando con la anestesia de la oscuridad total, al estado de consciencia de forma inmediata.

[1] (quiero decir sin pensamientos, de recuerdos pasados o aspiraciones futuras)

SEGUNDA EXPOSICIÓN

Una aproximación subjetiva a la Nada desde la angustia del hombre

Por supuesto, igualmente he tenido la experiencia de la angustia, pero, desafortunadamente, no estoy de acuerdo en las apreciaciones sobre ello. Y no quiero decir que esta, la Nada, no tenga que ver directamente con ser, sino con la angustia del ser. Pues, aún sintiendo ese vacío-angustia existencial, no encuentro ahí lugar: en la angustia, ni razón para afirmar, conocer y entender algo que pueda partir de esa angustia (de la que hay que huir); como tampoco tengo claro, si uno, al estar frente a ella, a la Nada, mantiene sus capacidades para reconocerla y considera como tal, o si tan siquiera es capaz de considerar nada frente a la Nada. Me explico, y o haré a partir de este texto: [“la cuestión de la Nada está implicada en la vida del que la entiende y esto afecta directamente en su percepción antropológica”. Y, “Por tanto, concebir al hombre desde la Nada propiciará, ineludiblemente, que se tenga que replantear la concepción que se tiene sobre lo que es mejor para el humano mismo, es decir, las ideas sobre lo que significa el Desarrollo o la superación del humano” — Contemplar la Nada, Un camino alterno hacia la comprensión del Ser (Héctor Sevilla, doctor en filosofía). ¿Entender la nada? He sufrido dolor: muchísimo, pero no entiendo el dolor, ni siquiera lo recuerdo, por suerte; he amado, pero no entiendo el mecanismo del amor; he estado a las puertas de morir, pero no entiendo la muerte; he sufrido y menos aún entiendo el sufrimiento; conozco muy bien a algunas personas, pero no las entiendo; vivo, creo que plenamente, pero soy incapaz de entender el sentido último de la vida: ni siquiera sé por qué estoy aquí, en el mundo: yo no lo pedí y, por supuesto mis padres tampoco, pues me abandonaron: posiblemente haya una razón, eso espero. De modo que al leer el párrafo anterior de Héctor, al que admiro, me encuentro desarbolado e incapaz, pues no parezco entender nada, ni siquiera siendo aquello a partir de mi propia experiencia; así pues, ¿cómo podría yo entender la Nada? Y menos, que ésta parta de una angustia que de manera consciente con todas sus fuerzas mi naturaleza rechaza, y que doy por sentado: ninguno queremos conocer, menos experimentar (esa angustia) aunque la experiencia te dé, o nos dé eso: la experiencia sobre un ámbito tormentoso de la existencia. Sobre todo, cuando los que hemos surcado a menudo esas aguas lóbregas y tempestuosas, conocemos de sus corrientes, y si bien es siempre desagradable, como Sísifo, transitamos el páramo cada vez con menor aflicción, e incluso a veces con cierta sorna diciéndonos: “otra vez aquí”: como si aquél también fuera nuestro lugar, otro hogar diferente, del que ya muchos tenemos incluso llaves. Pues si algo es propio del hombre es la costumbre y a todo se acostumbra el hombre —incluso a los infiernos si se da el caso— y la angustia no es ni de lejos el infierno, pero la Nada es otra cosa; algo que no puede estar donde uno está de ningún modo; acaso, podrá estar cuando [estés, pero ya no-estés] y esa es su terrible realidad: como cuando al asomarnos temerosos a ella se intuye el rostro de la muerte—frente al hombre— que la abandera. De tal modo, y según se entiende de una determinada línea de textos y pensamiento, respecto a lo que nos ocupa, buscar la Nada parece más que un camino de conocimiento, de aceptación de una realidad que choca de frente con el motor y voluntad de todo hombre, de su propio sentido, o la comprensión de sí mismo: un abocarse a los abismos, en busca de la Nada, azotado por la zozobra y unas circunstancias adversas, cuando solo pensar en ello ya antecede lo pavoroso, no digo ya la experiencia (y no digo con ello que la angustia no tenga su interés, su qué, y su razón de ser) pero si este es el camino, consciente, luego no es de extrañar que desde otros ámbitos hayamos hecho de la Nada: de la desconocida/ la temida una conocida, transfigurada: banalizada, haciéndola así más soportable y cercana a nuestra realidad y comprensión. Pero las preguntas en este caso serían, una, ¿por qué, relacionamos la nada con la angustia? (más adelante lo veremos). Y luego, ¿de quién fue la idea y el trabajo de mostrarla en este entorno tan calamitoso del ser humano, y no en otro o fuera de él? Acaso, ¿se debe ello a circunstancias especiales que condujeran hasta tales conclusiones y no a otras? Historia, formación, entorno histórico, personal, etc. Y por último, ¿qué encontrase Heidegger la Nada en la angustia de su experiencia, como yo experimenté la mía, es óbice para que otros puedan encontrarla en otro sitio? Y de vuelta, ¿Por qué la angustia? Pues no parece este estado de ánimo/entorno (tomado por entero por la propia angustia) lugar para otra cosa que no sea angustia (hablo por mi experiencia). Jünger afirma que Heidegger da en la diana al afirmar: “La angustia es un estado de ánimo totalmente particular, indeterminado. Cuando llega se le percibe en todas partes, pero, sin embargo, es imposible localizarla en un sitio exacto”. Y Sí, tal vez es el estado de ánimo fundamental del hombre, ese extraño ser que atraviesa el tiempo y en su lucha contra la Nada ha de hacer frente a dos pruebas inevitables: la de la duda y la del dolor. (Jünger). Pero prestemos atención a esto último, es interesante, pues y aunque nos sea imposible localizar la angustia en un sitio exacto, lo que si localizamos inmediatamente es el origen de la duda, la desazón que alimenta la angustia, así como el dolor y la razón del dolor que la causa, y que no son la razón de la angustia: sino la misma la angustia.

Una angustia, que por supuesto tiene su (causa-de ser) y su (razón-de ser) pero nada que ver con la razón de permanecer en ese estado, y menos frente a la Nada, suponiendo que en ese estado se pueda acceder, ni siquiera inconscientemente a algo más que a aquello que provoca esa angustia, al menos en la vida real —a menos que no remitamos la realidad, o nuestra realidad se limite a lo afirmado en unos textos, claro está—. Y precisamente sobre esos textos, una vez elaborada la pregunta por la nada, trata Heidegger de responder o responderse a tal pregunta pasando por alto aquellas caracterizaciones de la nada que no nacen directamente de la experiencia radical aludida. Y, respecto de esta última, Heidegger advierte que la nada, lo que ella descubre no es ni un ente, ni un objeto: «En la angustia la nada aparece “a una” con el ente en su totalidad»18. Pero, ¿qué quiere decir este «a una»? Al mismo tiempo que se apartan, todas las cosas se vuelven hacia nosotros, he ahí el sentido de «la escapada» del ente en total: las cosas se escapan de nosotros, y, al escaparse, no parece que deba haber ninguna razón por la que deban existir o seguir existiendo 19. «En la angustia el ente se torna caduco» 20. Y a esta caducidad acompaña una especie de tranquilidad, de fascinación, o de «calma hechizada» 21, que Heidegger entiende como Nichtung (desistimiento, anonadamiento) (22) — R. ÁVILA, (HEIDEGGER Y EL PROBLEMA DE LA NADA).

(18) Qué es metafísica?, en Hitos, trad. H. Cortés y A. Leyte, Alianza, Madrid, 101 (ed. alemana, 113).

(19) Cf. COHN, P., o.cit., parágrafo 155.

(20) Hitos, ed. cit., p. 101 (ed. alemana, 113).

(21) Ib.

(22)La nada no atrae hacia sí, más bien rechaza, pero «en tanto que sentimos el rechazo de la nada, somos a la vez remitidos a lo que precisamente se escapa de nosotros, o sea, al ente en total (…) Es el escaparse de las cosas y el retroceder del Dasein lo que describe el funcionamiento de la nada. Heidegger ha llamado a esto «el anonadamiento de la nada» (cf. COHN, P., o.cit., p. 157).

Veamos, si yo fuese abogado protestaría, cuando en las frases anteriores «En la angustia el ente se torna caduco»/ «En la angustia la nada aparece “a una” con el ente en su totalidad»/  «Y a esta caducidad acompaña una especie de tranquilidad, de fascinación, o de «calma hechizada» 21, que Heidegger entiende como Nichtung (desistimiento, anonadamiento) se sugiere (un predisponernos / se nos dice lo que debemos ver) sobre una experiencia a lo sumo: que siempre será subjetiva ( de él) , pero nadie puede hablar de la angustia / en la angustia, de manera objetiva, afirmando condición alguna de esta: por lo que ninguna persona puede hablar a otra de lo que es, o como es la angustia: su angustia, con cierta propiedad. En todo caso, lo que sí podemos afirmar, todos con propiedad, es aquello que no es la angustia: no es tranquilidad, no es fascinación, o calma de ningún tipo (si no estás en algún estado conciencia alterado bajo efectos de alcohol u otras drogas). Si acaso y obviamente, será algo más parecido a todo lo contrario: intranquilidad, terror, desvelo, agotamiento, temblores, inseguridad, por poner algunos ejemplos: a no ser que no hablemos de las mismas cosas, ni de la misma angustia, ni de las mismas personas o el mismo mundo, sin que todo ello ponga en cuestión el trabajo de Heidegger, lo que lleva a tomar en consideración primero ese predisponer, y luego, que la angustia, no sea exactamente la angustia como todos la entendemos, y se deba a alguna razón, influencia (o predisposición)