Un lugar más allá de la Sirenas
<Llegaras primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a su hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, a fin de que ninguno las oiga; mas si tu deseas oírlas, haz que te aten a la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil. Y acaso de que supliques o mande a los compañeros que te suelten atenté con mas lazos todavía>.– (Odisea; Rapsodia XII).
¿Quién no ha escuchado hablar alguna vez de las sirenas? entiendo que aquellos que no estén familiarizados con la mitología Griega, y posean una imagen de estas, formada dentro de un folklore más actual; metamorfoseado por el cine y los libros de cuentos, que de niños nuestros padres nos solían comprar. Al leer las líneas arriba expuestas se extrañaran, y exclamaran al tiempo que se preguntaran sorprendidos: <demonios> entonces... < ¿Qué son realmente, las Sirenas?>.
Lo cierto es, que aquella imagen que nos habíamos fabricado de niños, de pronto se viene al traste al conocer algunas de sus muchas referencias en la literatura; sin embargo, lo peor es, que muy pocos convendrán en ponerse de acuerdo a la hora de opinar entorno al tema; de dar una descripción y explicación exacta de estas. Así, al intentar determinar su origen, numero, o cometido, dentro del enorme entramado mitológico, nos sentimos abrumados; sumergidos en un mar de opiniones y en algunos casos, incluso contradictorias, pues, son varias las versiones existentes, que se barajan al respecto y que se recogen, extraídas la vasta mitología y la Poesía Helena.
Unas veces las encontramos como horribles monstruos – marinos o terrestres - que atormentan a los hombres; otras, en un papel que resulta compasivo, piadoso con aquellas víctimas que lograron conmoverlas: << Personificando el alma tranquilizadora que comparte la tristeza de los vivos, después de haber sido un peligro para ellos>>. Al mismo tiempo las podemos encontrar como fieles protectoras de las tumbas << contra las acometidas de malos espíritus >>. Por otro lado, estaría su origen, a priori atribuido a Forcis: < El anciano del mar>. Si bien, observamos distintas posibilidades, partiendo de una paternidad sugerida a partir de unas gotas de sangre, caídas de la punta del río Aqueloo; en cuyo caso, sus madres bien podrían ser varias: desde Gea, pasando por una de las tres musas: Melpomene, Caliope o Terpsicore. Y por ultimo estaría su numero, dos o bien tres dependiendo del autor. Y cuyos nombres varían en función de quien fuese la madre. En el caso de ser esta Melpóneme, sus nombres serian: Telxipea, Aglaope y Pesinoe. Mientras, si su maternidad es atribuida a Terpsicore, sus nombres varían siendo: Parténome, Leucosia y Ligea. << ( M.J.Riche)- >>.
Lo cierto parece, que Entre tanta vacilación, de lo que no cabe duda es, que encontramos un bonito y sugestivo nombre – hoy profanado y, hartamente manoseado hasta la saciedad– para describir unos seres Míticos fabulosos, de los que apenas sabemos nada. Inventadas por la imaginación humana, < nos dicen unos>. Pero, ¿quién puede afirmar?, No haber escuchado jamás - en los más profundo de sí -, cuando el alma se encuentra sosegada, melodiosas voces seductoras por las que dejándonos llevar, nos hemos sentido hechizados y visto que nuestra alma era empujada.
Leyendo atentamente, el fragmento de la traducción de la Odisea, realizada por L. Segala i Estaella, y editada por la colección Austral - Posiblemente una de las mejores transcripciones realizadas al castellano, dada su fidelidad literal -. Algunas inquietantes respuestas con relación a estos extraños y curiosos seres, parecen emerger a la luz, surgidas de las palabras escritas hace milenios, de la mano del genial Homero.
Gracias a éste insigne poeta, y a modo de apercibimiento, se nos revela una primera descripción, sorprendente y no menos aterradora; quizá un tanto somera, que ensancha el profundo mar de desconocimiento, que de estos legendarios seres míticos poseen hoy día las personas. En cualquier caso, monstruos marinos o demonios alados para unos, o bien, vírgenes protectoras de las almas para otros; la mitología nos recuerda que podría tratarse de parientes próximos a Erinas y Arpías, poseedoras una dilatada y endiablada leyenda negra, marcada por la desgracia y la tragedia, que no debemos en ningún caso orillar.
Sin dejar de un lado el poema y observando la advertencia - por cierto a tener muy en deferencia–, “que la divina Circe, diosa de lindas trenzas”(1), dedica al valeroso argivo <Odiseo>; Parecería obvio comprender, - si damos pie a la leyenda, dándola por cierta - el motivo por el cual a lo largo de los siglos, no hemos tenido noticia de aquellos que se han aventurado a buscar, ese lugar tan insólito y remoto; desbordante de belleza y paz; para unos maldito y despreciado por otros; que con sus encantadoras y sonoras voces habitan protegiendo, sin tregua y con desvelo, las incansables y melódicas sirenas. Los peligros sufrimientos y miserias que aguardarían acechantes a cuantos partiesen en su busca, serian dignos a tener en cuenta y pocos serian, quienes se atreverían finalmente a desafiar las advertencias. Por desgracia La literatura, los relatos existentes no hablan de aquellos que quizá partieron un día, sucumbiendo antes de regresar con alguna noticia desde sus destinos y dejaron pudriendo sus huesos y pieles al sol; sobre soleadas praderas verdes; colgados de abruptas paredes, en escarpados acantilados; o bien, en el fondo oscuro y frío, de un bravío mar.
Sin embargo, y como cabria esperar, existen otras versiones menos comentadas que circulan entre algunos hombres; hombres duros de la mar y la montaña. Se trata de antiguos y curiosos relatos que con el tiempo han pasado ha formas parte de la leyenda, y de los que es complicado afirmar su veracidad. En todo caso es algo que tan solo conocen unos pocos, los más viejos del lugar y guardan celosamente de desvelar a extraños. Tan solo la ingenuidad de unos niños hambrientos de esperanzas e historias, abren los tímidos labios sellados que protegen tan singular secreto. Generalizando, todas estas leyendas vienen a contar, que abordo de los pesqueros en alta mar, o en el interior de inalcanzables refugios en las montañas, - sobre heladas cumbres nevadas -; cuando el tiempo impide faenar; cuando la nieve cubre pasos infranqueables y los hombres se reúnen arropados por una cálida Llar; se dice, se relata, que hay quienes un día partieron con rumbo y destino desconocido, tardando luego innumerables semanas, incluso meses o años en regresar. Llegando, incluso a dárseles por muertos; ahogados o perdidos en la tempestad. Sin embargo, y tras haber debido sufrir espantosas miserias y penalidades un día regresaron, si bien, quienes los vieron luego dijeron que parecían otros, personas muy distintas; y, que al ser preguntados sobre donde estuvieron, jamás, hablaron de ello. Como si un fiel juramento sellara sus labios para la eternidad y la vida les fuese en ello. Tan solo se podía observar en su rostro una delicada sonrisa, y ese brillo, esa luz radiante de paz y esperanza en su mirada, que les delataba en sus rostros magullados por las rocas o corroídos por la sal. Aquel brillo era el reflejo abstracto de quienes alcanzan un destino utópico a la razón, inimaginable a los mortales, donde se encuentran todos los acentos, colores y sonidos de la tierra. Un lugar en el que la naturaleza muestra al hombre su grandeza, hasta entonces, oculta a los sentidos. Ese lugar, donde los hombres tras mucho batallar, alcanzan la felicidad y la paz con sus semejantes y consigo mismos.
De lo que no cave duda es, que al margen de la leyenda, la terrible ausencia de hechos confirmados y contrastados de noticias, acerca de aquellos valientes o locos desvariados que arriesgando su vida, hubiesen partido hacia las verdes praderas; agudiza el talante mítico de tan asombroso lugar, pues nos sugiere dos posibles opciones. Una, la mítica: <<Aquel que imprudente se acerca a este ya no vuelve a su hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo >>. La Otra, escéptica: << se trata de seres y lugares imaginarios; Inventados por la mente humana, y no habitan otro lugar que esta>>.
Es posible, ahora sea el momento, en que quizá cabria preguntarse: ¿qué puede haber de cierto en todo ello?. Evidentemente, recurriendo a la lógica y a la razón, una respuesta nos parece demoledora. Pero no seré yo, quien la manifieste, ni argumente. Bien saben las divinas Carites, que de ello me guardare, como me he guardado del hambre y la peste. Y al punto, viene observar esta otra advertencia.
< Mas aún, una advertencia transmito, pues aquellos que ligeros emiten juicios, y de confianza se sienten colmados; por las Sirenas, los primeros serán hechizados >. (Pausanias de Hefesto) (Nekuia- 26).
No me negaran que si no extraña, más curiosa, parece esta advertencia viniendo de palabras de Pausanias; no solo un poeta, sino también filósofo perteneciente a la escuela escéptica de Pirrón de Elis, al igual que Timón de Fluente, y por ello un tanto pragmático. Estudioso de Homero, como lo fueron: Aristóteles, Eustaquio – comentarios a la Ilíada -, Heráclito – alegorías homéricas, y Platón – Hipias menor. Sin embargo, tan solo es Pausanias quien al final de su estudio (Nekuia) <la evocación de los muertos>; cierra este de modo tan inquietante, sin aparentemente motivo alguno, y advirtiendo al lector de tomar a la ligera juicios, no sabemos exactamente relacionados con qué.
Lo cierto es, que Al tratarse tan solo de un fragmento – concretamente perteneciente a la parte final - de su estudio, desconocemos que poderosos motivos, pudieron llevarle a manifestar tal advertencia. Y llegados a este punto, quizá debamos ser nosotros, quienes Intentemos atisbar, si encerrado entre el mito y la enrevesada leyenda, existe algo que podamos extrapolar a la realidad.
Entiendo que ésta puede parecer una tarea complicada. Un trabajo tan solo reservado para aquellos, que tras muchos años de estudios; de intensa formación académica, poseen el método y el medio, para poder bucear en la compleja dimensión, en la que parecen permanecer tan singulares textos. Pero, Razonemos por un momento. Situémonos en la piel del poeta; comprendamos su modo de ver el mundo, las personas, los sentimientos. O mejor aún, reflexionemos acerca del modo de expresarse de estos. Me viene curiosamente a la memoria una vieja lectura; un ensayo de Borges llamado “la poesía” en el que alude al Panteísta Irlandés Escoto Erigena, quien parece ser dijo que La sagrada escritura encerraba un infinito numero de sentidos(3); y la comparó con el plumaje tornasolado de la cola de un pavo real>>.
De todos es conocido que los poetas proceden por hipérbolas. Pues bien, al leer poesía caminamos, a veces sin saberlo, sobre una calculada y trabajada configuración metafórica, con la cual ha entretejido en su totalidad el autor su poema. Lentamente, al profundizar en este, del deslumbrante tumulto de sus palabras, se comienzan a advertir diversos significados; interpretaciones todas posibles, pero de las que tan solo una, permanecía latente en la mente del autor. Su mensaje. En este caso: su advertencia.
Así pues, la pregunta correcta, no seria: ¿Qué son? Si no, más correctamente: ¿Qué es, aquello que representan? ¿A qué, se está refiriendo realmente el poeta, cuando nos advierte de ellas, de ir en su busca?, pero no esperen que yo les de la respuesta. Desembarazarse del oscuro y abultado velo, que cubre nuestras consciencias y ver mas allá de ésta, es una tarea que incumbe individualmente a cada uno de nosotros; un ejercicio que deberemos realizar de un modo intimista y personal. Ya resulta bastante embarazoso para mí, que tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente nos embargan; voces que en ocasiones resuenan con fuerza en nuestro interior, provocando que alcemos la vista hasta lugares insólitos, lejanos de nuestras tierras. Lugares, donde habita la fascinación, y el encanto; desde donde se escucha el sutil y melódico canto de vírgenes aladas, que con pujanza, tiran de nuestras almas. Cuánto más complicado, todavía, sería tener que razonar, describir esas pasiones - que llevan voluntariamente a partir en una azarosa busca - a todos aquellos que las ignoran. Que ignoran el sonido oculto, camuflado tras el fuerte viento en la tormenta, sobre las altas cumbres nevadas; tras el ruidoso rugido de las olas que se estrellan furiosas contra las rocas sobre escarpados acantilados. En el lamento que exhala la nieve al crujir, bajo las botas al ser pisoteada. En el monótono rumor del agua que se advierte risueño, alborozado, en primavera sobre los vapores de un diminuto arrollo escarchado. Esa inexplicable necesidad de ir mas allá, de seguir navegando, caminando entre la tempestad, cuando aparentemente delante no hay mas que soledad, y un intenso frío; sin saber que Parca, en silencio aguarda.
(segunda consideración)⟶ después (2011-2020)
La literatura o relatos existentes no hablan de aquellos que partieron un día y sucumbieron antes de poder regresar con noticias e historias de sus destinos, y dejaron pudriéndose sus huesos y pieles al sol. Sin embargo y como cabría esperar, existen otras versiones —menos comentadas— que circulan entre hombres de la mar y la montaña. Se trata de relatos que, con el tiempo han formado parte de la leyenda y de los que es muy complicado afirmar su veracidad. En todo caso, es algo que tan solo conocen unos pocos, los más viejos que guardan-se celosamente de desvelar a extraños. Solo, la ingenuidad de quien no pregunta puede abrir los labios sellados de quienes protegen su secreto. Solo entonces —abordo de un pesquero en alta mar o en el interior de inalcanzables refugios en las montañas, sobre heladas cumbres, cuando la nieve cubre los pasos y los hombres se reúnen arropados por el fuego— es cuando se habla sin temor, de quienes un día escucharon antes una llamada luego partiendo, no sabiendo después nadie de ellos durante semanas, meses o incluso años —llegando incluso a dárseles por muertos— o perdidos de la tormenta, pero que un día volvieron, regresados quizá por la misma tempestad que como de la tormenta los había regresado, y portando-se de las mismas ropas de cuando se fueron y raídas por el tiempo, evidenciando de las miserias de la existencia penalidades; si bien, quienes los vieron llegar afirmaron que luego de habla. y con ellos parecían ser otros i pensamiento: igual pero distintos ellos de cuando un día partieron, y que al ser preguntados dónde, jamás lograron sonsacarles o que hablaran de ello. Como si un fiel juramento sellara sus labios para la eternidad, y la vida les fuese en ello. Tan solo se podía observar una delicada sonrisa y un brillo radiante en su mirada al ser preguntados que delataba a aquellos rostros magullados por el frío, el sol o la sal. Aquel brillo, decían los viejos, era el reflejo de quienes alcanzan de un destino Lo utópico a la razón, inimaginable al mortal común, donde se encuentran los matices (todos de la tierra y en él uἡiverso. Un lugar en el que la naturaleza (que gusta de ocultarse) se muestra al hombre y le hace partícipe de su grandeza, velada hasta entonces a los sentidos. Ese lugar donde el hombre, solo después de mucho batallar y desafiando la propia vida con la muerte puede alcanzar de la verdadera patria, aquella paz tan anhelada para con y de sus semejantes consigo mismo.
Sin embargo, esa misma y terrible ausencia de hechos confirmados y contrastados de noticias, acerca de aquellos valientes o locos desvariados, que arriesgando su vida hubiesen partido hacia i de las verdes praderas; agudiza el talante mítico de tan asombroso lugar, pues sugiere de dos las posibles opciones. Una la mítica: «aquel que imprudente antes se acerca i luego del lugar (esta) ya no vuelve a su lugar, sino que le hechizan / no los mismo igual las sirenas del sonoro canto sentadas en una pradera tiñendo-se del alrededor y él (un enorme montón de huesos de hombre putrefacto cuya piel se va consumiendo». La Otra escéptica-con / afirma: «que se trata de seres y lugares imaginarios: inventados por la mente humana y que no habitan otro lugar que esta». Cabría entonces preguntarse entonces ¿Qué puede haber de cierto en todo ello? Evidentemente, y recurriendo a la lógica de la razón, una respuesta aparece y demoledora. Pero no seré yo, quien la manifieste o argumente pues saben las divinas Carites que de ello me guardaré, como me he guardado de atrás las furias del hambre y la peste. Y al punto viene observar esta exhortación que transmito, "pues aquellos que ligeros emiten juicios y de confianza se sienten colmados — erguidos sobre el arrecife son hechizados" .
Precisamente Pausanias (aquel griego de provincias de profesión sus viajes) — no solo poeta sino también filósofo, que vivió bastante y deambuló mucho más — perteneciente a la escuela escéptica de Pirrón de Elis, al igual que Timón de Fliunte y por ello pragmático estudioso de Homero, como lo fueron: Aristóteles y Eustaquio “comentarios a la Iliada”; Heraclito "alegorías homéricas” y Platón “Hipias menor”, es quien al final de su Nekuia «evocación de los muertos» cierra de modo inquietante sin aparentemente motivo y advirtiendo al lector, de tomar a la ligera juicios, aunque no sabemos exactamente relacionados con qué. Pues al tratarse tan solo de un fragmento —perteneciente a la parte final— desconocemos, que poderosos motivos pudieron llevarle a manifestar tal advertencia, cuando de por medio andan las sirenas.
Llegados a este punto, quizá, debamos ser nosotros quienes intentemos atisbar: si encerrado entre el mito y la leyenda existe algo más, algo que podamos extrapolar a la realidad. Entiendo, por supuesto, que-es de tarea complicada y no reservada a quienes tras muchos años de estudios y formación poseen, el método (pero acusan la inexperiencia del medio) y en él para bucear Lo (Aquelloo i-de antes) en la compleja dimensión en la que se muestran (de tan singulares textos la forma de lo oculto de un texto / explicado o traducido i comentado de otro que no-es-ahí (i-de su experiencia ellas). Pero razonemos un momento y situémonos en la piel del poeta; comprendamos su modo de ver el mundo, i-de las personas los sentimientos; o, mejor aún, reflexionemos acerca del modo de expresarse de estos. Me viene a la memoria una vieja lectura; “la poesía” - Borges, donde alude al Panteísta Irlandés Escoto Erigena, quien dijo, “La sagrada escritura encerraba un infinito número de sentidos" comparándola con el plumaje tornasolado de la cola de un pavo real. Luego, de todos es conocido que los poetas, proceden por hipérbolas; pues bien, al leer poesía caminamos, a veces sin saberlo, sobre una calculada y trabajada configuración metafórica, con la que ha entretejido el autor su poema. Lentamente, al profundizar en este, y del tumulto de sus palabras se comienzan a advertir diversos significados; interpretaciones, todas posibles, pero de las que tan solo una permanecía latente en la mente del autor: “Su mensaje” o, en este caso “advertencia”. Así pues, la pregunta correcta, no sería ¿qué son? sino, ¿qué es aquello que representan? A qué se está refiriendo realmente el poeta, cuando nos advierte de las sirenas.
Pero no esperen por mi parte una respuesta. Desembarazarse del oscuro y abultado velo que cubre nuestras conciencias y ver más allá es tarea propia que incumbe individualmente a cada uno de nosotros: un ejercicio intimista y personal. Ya resulta bastante embarazoso para mí, que tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente me embargan: voces, que sin oírse resuenan con fuerza en nuestro interior, provocando que alcemos la vista hacia lugares insólitos y lejanos de nuestras tierras. Lugares, donde habita la fascinación y el encanto y, desde donde se escucha el sutil y melódico canto de unas vírgenes aladas que con pujanza, tiran de nuestras almas. Cuánto más complicado, todavía, sería para mí tener que razonar, describir esas pasiones que nos llevan voluntariamente de antes a Luego partir ( moviéndonos i-de uno a otro lugar i del acto ser) hacia→ en una azarosa búsqueda Y más aún, tener que hacerlo (explicándole a nadie de aquellos de Aquello.o Lo que ignoran dεl sonido oculto y camuflado tras el fuerte viento, en las montañas; oε detrás el rugido de olas que se estrellan furiosas contra las rocas, oε en solitarios acantilados; oε en un lamento que exhala la nieve al crujir bajo las botas, cuando es pisoteada; oε el monótono rumor que se advierte risueño, en primavera bajo los vapores de un diminuto arroyo del agua escarchada; oε ἡ ese destello de arriba abajo que se filtra buscándonos entre las hojas de los árboles al levantar dε1 sol, tornando de tonos mágicos la realidad, como si está, de alguna sucinta manera tratase de insinuarse, mostrando por unos instantes tonos extrañamos, antes ocultos sobre aquellas mismas formas Y Cómo explicar esa necesidad de mirar y escuchar o hablarle a las estrellas ε de ir más allá del horizonte y seguir (adelante) caminando entre la tempestad cuando y aparentemente, delante no hay más que soledad y un intenso frío, sin saber qué de Parca, Lo qué más allá y dεl silencio aguarda.... "A cuerpos hermosos de muertos que se asemejan a deseos que pasaron sin cumplirse; sin merecer de la noche más placer, que una luminosa, mañana ".
"Los días del futuro están delante de nosotros como una hilera de velas encendidas: velas doradas, cálidas, y vivas. Quedan atrás los días ya pasados, una línea triste de velas apagadas; las más cercanas aún despiden humo, velas frías, derretidas, y dobladas. No quiero verlas; sus formas me apenan, y me apena recordar su luz primera. Miro adelante mis velas encendidas. No quiero volverme, para no verlas y temblar, cuán rápido la línea oscura crece, cuán rápido aumentan las velas apagadas" (Cavafis).
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