ACERCA DEL DESTINO - 6 : UNA ÚLTIMA OBSERVACIÓN SOBRE EL DESTINO

Foto : jordi maqueda: 2022


II

Hace algunos años leí un bello pasaje en un libro que afirmaba, que “la verdadera patria de todo hombre y mujer, origen de sus deseos e igualmente, punto de partida en el que es forjado el destino de sus vidas, se encuentra en algún momento de la infancia”. Por mi parte, reconozco haber pasado tardes y noches enteras en vela, pensando, cuando no buscando en el lejano pasado, ese preciso instante, hasta pretender dar con él. Estupidez grande la mía, an sólo posible de aquel que ignora que no importa el origen ―apenas sostenido ya en un reflejo indefinido que se derrumba una vez y otra en el impreciso caudal de la memoria— sino el propio destino, y que este se desplaza, en tanto forma parte de uno mismo, y donde lo más importante no es llegar, sino enriquecerse de todo lo que nos aporta el camino. De modo, que de nada sirve aquel vano ejercicio, sino para reconocerse (mártir), y otra víctima más del devenir, pues ahora en el presente y al igual que antes en el pasado e ignoraba el final del camino que emprendía, y consecuentemente, hacia dónde el este me conduciría. «Todo destino es dramático y trágico en su más profunda dimensión» escribió, en alguna ocasión Gasset. “Por ello― a decir de Cavafis― cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti. Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios. Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Pero no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin esperar a que Itaca te enriquezca. Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas (Cavafis).

Platón, en su Timeo dice que « aquello que sucede, sucede necesariamente por una causa». Plutarco, al final de su libro de fato, entiende que «lo primero y más importante no es tanto saber, que nada deviene sin una causa, sino que todo deviene en virtud de causas anteriores». Por lo tanto, sería inteligente no buscar causas primeras ya lejanas, concluyendo que todo principio es causa de la anterior y continua sucesión de diversos acontecimientos, los cuales, conducen hasta un determinado origen: catástrofe lo llamaría C. Zeeman— o sencillamente principio, inductor que altera los factores que hasta el momento han guiado nuestra vida, y en el que sin saberlo, conjuramos de nuevo las parcas que maniobran infinitos destinos. Será a partir de entonces que caminaremos, de nuevo, sobre un hilo que por nosotros mismos irá siendo tejido, desconociendo, aquello que aguarda más allá, escondido, tras los vados y sombras del camino. Y así, hasta provocar otra inflexión (catástrofe) en la maquinaria del destino. Pues ocurre, que aquellos fundamentos que gobiernan los misterios del universo, comienzan como engranajes de un viejo reloj a temblar, avanzando sin vuelta atrás, cuando como niños sentados imaginando historias en silencio contemplamos, con la vista perdida en el horizonte y la esperanza labrada en el tiempo, la difusa silueta de unos sueños forjados el murmullo sibilino del viento y el rugir furioso de unas olas, que golpean los límites que le fueron impuestos al mar.  Vuelve y tómame, amada sensación, vuelve y tómame cuando la memoria del cuerpo se despierta, y el viejo deseo corre otra vez por las venas (cavafis). 

 


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ACERCA DEL DESTINO - 4-3 / UN LUGAR MÁS ALLÁ DE LAS SIRENAS / Jordi Maqueda

Monte Ararat (volcán) Oriente de Turquía - kurdistán
Sobre los 5000 metros de altura (sep 2021).
    

II -Precipitarse hacia las propias consecuencias.

Hoy más que nunca podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que pertenecemos a la era de la complejidad y la incertidumbre (S. Pániker). Las barreras que antaño nos recluían en celdas “sociales” apartados de esperanzas y anhelos han ido cayendo. Los hombres no nacen condicionados y las aspiraciones no se ven limitadas, debido a un bajo estatus social. Consecuentemente, desde muy jóvenes todo lo que somos, tenemos o la opinión que merecemos a los demás nos parece insuficiente; nos sabe a poco queriendo más reconocimiento: deseamos sentirnos protagonistas, incluso diferentes al resto de la sociedad. Sin embargo, al levantamos por la mañana la realidad nos saluda, como todas las mañanas: arrojándonos a la cara un jarro de agua fría. Nos miramos entonces ¿Cuántas veces?, resignados frente al espejo, aborreciendo de lo que somos y  nuestra vulgaridad; y nos afligimos por todo aquello que deseamos desde lo más profundo del alma; desde esa misma profundidad por la que igualmente sabemos que jamás lograremos el propósito a alcanzar. Pero he aquí el lugar: “la fortaleza” de nuestro hogar y el instante frente al espejo: precioso lugar y momento, en el que la inconsciencia se despereza y nos mira desde el otro lado con nuestro propio reflejo, susurrándonos con voz grácil y seductora, de tal manera que las palabras adquieren  propia luminiscencia: más cuando «Rotas y sin vigencia, las normas que durante tanto tiempo prestaron contingencia dentro de la sociedad al individuo, no puede este ahora construirse una dignidad, sino del fondo de sí mismo» (Gaset). Pero cuidado: la imaginación es mala cabalgadura para un hombre sensato, lo decía Pío Baroja y no le faltaba razón. Hay ocasiones, en que esas efímeras e inofensivas visiones ( insinuaciones), plagadas casi siempre de buenas intenciones, mueven a despertar profundos deseos y exacerbadas pasiones, que lejos de parecer arriesgadas nos seducen de manera singular: tirando de nuestras almas —desoyendo las advertencias— cuando atisbamos a lo lejos la posibilidad de ir más allá, ser más allá convencidos de hacer posibles aquellos sueños. Se trata de verdaderos orgasmos deslumbrantes de luz delirante y fabuladora (de los que circe ya nos advierte por odiseo), que incitan a mover y cambiar el modo de ser y pensar al individuo: a actuar, creyendo, que si seguimos adelante, lograremos permutar el mísero destino al que se dirige nuestra existencia. 

No negaré que el ejercicio resulta convincente, y más para quien ya se encuentra desilusionado consigo mismo (y lo observamos precisamente en todos aquellos que permutan sus vidas, como si se tratase de ser otro / vivir otra vida). De modo, que la catarsis ciertamente contribuye al embelesamiento, desmantelando así toda defensa y juicio —frente a ese caballo blanco que avanza llamado voluntad—, que el individuo pudiera haber construido, dándole algo de tiempo y así defenderse de su violencia. Violencia devastadora, con la que luego irrumpe arrasando cual salvaje montura pertrechada de etéreas substancias, invitándonos a cabalgar, haciendo frente a las eventualidades del mundo que puedan salir al paso. Muy pocos son entonces los que intuyen el enorme coste y sacrificio que supone tan precipitado juicio; una determinada elección en nuestra vida, sobre todo, cuando se quiere ir más allá de uno mismo. Y son menos aún, quienes cuentan con que la tormenta pueda tragarse, mandando a pique la tan anhelada empresa.

No son pocas las ocasiones, que embarcamos la vida en un frágil junco, construido apenas con algo más que buenas intenciones, y sin saber que nos aventuramos a un mar bravío, seno de frustraciones y desventuras: una travesía muchas veces malograda ya de antemano, por no haber calculado “la infinitud del deseo” ni previsto las dificultades de tan arriesgada singladura. No pasa mucho tiempo para cuando la tempestad arrecia desarbolando las velas: desatando los problemas y volviendo a los titanes en contra nuestra. Sólo entonces nos acordamos de aquellos desestimados consejos y advertencias surgiendo las primeras dudas: recelos primero, que darán paso al miedo, que se agrava durante la noche cristianizado en sombrías pesadillas que una vez manifiestas, se tornan perversas acechando y atormentando al individuo: consumiéndole más que la propia vida. Con ellas se revelarán uno tras otro todos los peores fantasmas, surgidos como demonios no invocados en la noche oscura: duendes que invitados por ese “otro yo” que algunos afirman "todos llevamos dentro", y disfruta martillando lenta la conciencia cuando nos reprocha que quizá nos equivocamos (que no hicimos caso); o aún peor, recordándonos lo terriblemente atroz y absurda en que puede llegar a convertirse la propia vida. Por fin, y una vez ya presa de la red tejida por el caos y la incertidumbre: la misma, donde deposita sus gérmenes la locura, veremos el futuro de forma muy distinta; sintiéndonos, como aquel que tantas veces frecuentó la angustia y la duda, dotándola de sentido, y que de manera elocuente  al preguntarse qué le depararía el futuro, comparó sus sensaciones con las de una araña que desde un punto fijo se descuelga, suspendida, teniendo ante sí siempre el enorme vacío, pataleando sin encontrar un lugar donde apoyarse: víctima de su propia voluntad y precipitada hacia a sus propias consecuencias.

III

UN LUGAR MÁS ALLÁ DE LAS SIRENAS

Por desgracia, la literatura o relatos existentes no nos hablan de aquellos que partieron un día y sucumbieron antes de poder regresar con noticias e historias de sus destinos, y que dejaron pudriéndose sus huesos y pieles al sol. Sin embargo y como cabría esperar, existen otras versiones —menos comentadas— que circulan entre algunos hombres de la mar y la montaña. Se trata de antiguos y curiosos relatos que, con el tiempo han formado parte de la leyenda y de los que es muy complicado afirmar su veracidad. En todo caso, es algo que tan solo conocen unos pocos, los más viejos y sabios que guardan celosamente de desvelar a extraños. Solo, la ingenuidad de quien pregunta puede abrir los labios sellados de quienes protegen su secreto. Solo entonces —abordo de un pesquero en alta mar o en el interior de inalcanzables refugios en las montañas, sobre heladas cumbres, cuando la nieve cubre los pasos y los hombres se reúnen arropados por el fuego— es cuando se relata no sin temor, que hay quienes un día escucharon una llamada partiendo, no sabiendo nadie de ellos durante semanas, meses o incluso años —llegando a dárseles por muertos— o perdidos en la tormenta, pero un día volvieron, regresados quizá por la misma tempestad que se los había tragado, y portando aquellas mismas ropas que cuando se fueron; raídas por el tiempo y evidenciando miserias y penalidades; si bien, quienes los vieron llegar afirmaron que luego de hablar con ellos parecían ser otros: personas muy distintas de las que un día partieron, y que al ser preguntados sobre donde estuvieron, jamás lograron sonsacarles o que hablaran de ello. Como si un fiel juramento sellara sus labios para la eternidad y la vida les fuese en ello. Tan solo se podía observar una delicada sonrisa y un brillo radiante en su mirada al ser preguntados, y que delataba a aquellos rostros magullados por el frío, el sol o la sal. Aquel brillo, decían los viejos, era el reflejo de quienes alcanzan un destino utópico a la razón, inimaginable al simple mortal, donde se encuentran todos los matices de la tierra y el universo. Un lugar en el que la naturaleza (que gusta de ocultarse) se muestra al hombre y le hace partícipe de su grandeza, velada hasta entonces a sus sentidos. Ese lugar donde el hombre, solo después de mucho batallar, y desafiando la propia vida con la muerte puede alcanzar la verdadera patria, y aquella paz tan anhelada para con sus semejantes y consigo mismo.

Sin embargo, esa misma y terrible ausencia de hechos confirmados y contrastados de noticias, acerca de aquellos valientes o locos desvariados, que arriesgando su vida hubiesen partido hacia las verdes praderas; agudiza el talante mítico de tan asombroso lugar, pues sugiere dos posibles opciones. Una de ellas, la mítica: «aquel que imprudente se acerca al lugar ya no vuelve a su hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo». La Otra, escéptica: «se trata de seres y lugares imaginarios: inventados por la mente humana y no habitan otro lugar que esta». Cabría entonces preguntarse entonces ¿qué puede haber de cierto en todo ello? Evidentemente, recurriendo a la lógica y a la razón, una respuesta parece demoledora. Pero no seré yo, quien la manifieste o argumente pues saben las divinas Cárites que de ello me guardaré, como me he guardado del hambre y la peste. Y al punto viene observar esta exhortación que transmito, "pues aquellos que ligeros emiten juicios y de confianza se sienten colmados — erguidos sobre el arrecife de las Sirenas (cabo de gata, nijar)— estos los primeros serán hechizados" .

Precisamente Pausanias (aquel griego de provincias de profesión sus viajes) — no solo poeta sino también filósofo, que vivió bastante y deambuló mucho más — perteneciente a la escuela escéptica de Pirrón de Elis, al igual que Timón de Fliunte y por ello pragmático estudioso de Homero, como lo fueron: Aristóteles y Eustaquio “comentarios a la Iliada”; Heraclito "alegorías homéricas” y Platón “Hipias menor”, es quien al final de su Nekuia «evocación de los muertos» cierra de modo  inquietante sin aparentemente motivo y advirtiendo al lector, de tomar a la ligera juicios, aunque no sabemos exactamente relacionados con qué. Pues al tratarse tan solo de un fragmento —perteneciente a la parte final— desconocemos, que poderosos motivos pudieron llevarle a manifestar tal advertencia, cuando de por medio andan las sirenas.

Llegados a este punto, quizá, debamos ser nosotros quienes intentemos atisbar: si encerrado entre el mito y la leyenda existe algo más, algo que podamos extrapolar a la realidad. Entiendo, por supuesto, que puede parecer una tarea complicada y reservada a quienes tras muchos años de estudios y formación poseen, el método y el medio, para bucear en la compleja dimensión en la que se muestran tan singulares textos. Pero razonemos un momento y situémonos en la piel del poeta; comprendamos su modo de ver el mundo, las personas, los sentimientos; o, mejor aún, reflexionemos acerca del modo de expresarse de estos. Me viene a la memoria una vieja lectura; “la poesía” - Borges, donde alude al Panteísta Irlandés Escoto Erigena, quien dijo, “La sagrada escritura encerraba un infinito número de sentidos" comparándola con el plumaje tornasolado de la cola de un pavo real. Luego, de todos es conocido que los poetas, proceden por hipérbolas; pues bien, al leer poesía caminamos, a veces sin saberlo, sobre una calculada y trabajada configuración metafórica, con la que ha entretejido el autor su poema. Lentamente, al profundizar en este, y del tumulto de sus palabras se comienzan a advertir diversos significados; interpretaciones, todas posibles, pero de las que tan solo una permanecía latente en la mente del autor: “Su mensaje” o, en este caso “advertencia”. Así pues, la pregunta correcta, no sería ¿qué son? sino, ¿qué es aquello que representan? A qué se está refiriendo realmente el poeta, cuando nos advierte de las sirenas. 

Pero no esperen por mi parte una respuesta. Desembarazarse del oscuro y abultado velo que cubre nuestras conciencias y ver más allá, es tarea que incumbe individualmente a cada uno de nosotros: un ejercicio intimista y personal. Ya resulta bastante embarazoso para mí, que tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente me embargan: voces, que en ocasiones resuenan con fuerza en nuestro interior, provocando, que alcemos la vista hacia lugares insólitos y lejanos de nuestras tierras. Lugares, donde habita la fascinación y el encanto y, desde donde se escucha el sutil y melódico canto de unas vírgenes aladas que con pujanza, tiran de nuestras almas. Cuánto más complicado, todavía, sería para mí tener que razonar, describir esas pasiones que nos llevan voluntariamente a partir en una azarosa búsqueda y, más aún, hacerlo a aquellos que las ignoran. Que ignoran el sonido oculto y camuflado tras el fuerte viento, en las montañas; o tras el rugido de olas que se estrellan furiosas contra las rocas, en solitarios acantilados; en el lamento que exhala la nieve al crujir bajo las botas, cuando es pisoteada; o el monótono rumor que se advierte risueño, en primavera bajo los vapores de un diminuto arroyo del agua escarchada; en ese destello que se filtra buscándonos entre las hojas de los árboles al levantar el sol, tornando de tonos extraños y mágicos la realidad, como si está, de alguna sucinta manera tratase de insinuarse, mostrando por unos instantes tonos extrañamos, antes ocultos sobre aquellas mismas formas.  Cuánto más complicado, todavía, sería para mí tener que razonar, describir esas pasiones que nos llevan voluntariamente a partir en una azarosa búsqueda y, más aún, hacerlo a aquellos que las ignoran. Que ignoran el sonido oculto y camuflado en el fuerte viento:  en las montañas, o tras el rugido de olas que se estrellan furiosas contra solitarios acantilados en las rocas; cómo podría describir ese lamento que exhala la nieve al crujir bajo las botas, al ser pisoteada, o el rumor del agua que se advierte risueño en primavera bajo los vapores de un diminuto arroyo en la escarcha; o la mirada en ese destello que se filtra buscándonos entre las hojas de los árboles al levantar el sol, y que torna de tonos mágicos la realidad, como si está, de alguna sucinta manera tratase de insinuarse, mostrándome por unos instantes tonos extrañamos, antes ocultos sobre las mismas formas. Cómo explicar esa necesidad de mirar, escuchar y hablarle a las estrellas, de ir más allá del horizonte y seguir adelante caminando entre la tempestad cuando, aparentemente, delante no hay más que soledad y un intenso frío, sin saber qué Parca, o qué más allá en silencio nos aguarda.



 El limonero

Tengo un limonero en casa, que a más de limones da buena sombra: de hecho, esta segunda posibilidad solo se dio a partir de una necesidad para ambos. Se me rompió el toldo hace unos años y decidí extender las ramas del limonero, como en un bonsái (a la vez que le libraba de unos alambres en las ramas que las estrangulaban) dirigiéndolas luego horizontalmente al suelo, para que proyectasen una sombra más extendida. En un año ya no necesite toldo. El limonero daba sus limones y también sombra en el patio, protegiendo además a otras plantas del sol. Supongo que de algún modo le di las gracias (por los limones y la sombra) y él me las dio a mí, por fijarme en él y reconocerlo, como algo más que un tendedero de ropa: un aliado contra la fuerza del sol en Extremadura, pues poco después advertí algo, un brote bajo del tronco; de aquellos que siempre cortaba, tan bajo como donde empieza el tronco y que por alguna razón no corte. Creció y este año se dividió, en forma de (Y) vertical hacia arriba mostrando una forma (que una persona como yo ―ingenua e ignorante del lenguaje de las plantas― pudiese entender y reconocer) del limonero hacia mí. Precisamente, aquel brote inició justo cuando empiezo yo a ver todo (la vida) de forma distinta (la historia es larga). Pero ya no podía dejar de observar ese brote (que es una forma) de la que reconozco una sombra que asoma (tímidamente) y se desarrolla a partir de un punto de la corteza (borde) del limonero mostrándose (a mi) para ser reconocida, como del limonero no lo obvio: que da limones, sino mucho más, cuando del mismo brote hacia él me proyecto y me reconozco algo más que el que recoge solo limones del limonero. Entonces pienso en el ciervo que me encontré en aquella curva, en el pirineo (1993) a la vez que escuchaba el gruñido tremendo de un oso lejano, justo cuando mi vida se iba a desmoronar (entonces en una forma cómoda hundiéndose /hacia los avernos viviendo una vida (otra forma) de mi mismo ser, pero (más oscura y difícil, muy difícil, de exclusión y adicciones y a la vez que con el tiempo (esa oscuridad empezó a tomar luz a la vez que la transitaba dicha oscuridad, y me reconstruía en ella habitándola (sin miedo) donde se hizo más presente aquel otro Jordi, que coge la escopeta apunta y dispara sin pestañear siguiendo luego su camino. Llena de callada fuerza, la gran naturaleza abraza al que vive presagiando; para que invoque a su espíritu, lleva en el pecho pena y esperanza el hombre; de su más honda entraña asciende el poderoso anhelo. Y es capaz de muchas cosas y espléndido es su decir, transforma el mundo (Holderlin - Empédocles)


Caldera Volcán Masaya ( Masaya - Nicaragua)

Según algunas tradiciones, el último gran presocrático, Empédocles de Agrigento, se mató arrojándose al Etna con 60 años cumplidos, cuando gozaba de la plena devoción de sus seguidores. Después de hacerse acompañar por algunos de ellos en un paseo por las laderas del volcán, simplemente desapareció para no retornar. Se llegó a creer que existía algo fuera de lo terrenal, que el curso de las cosas humanas puede alterarse para un hombre. Tales eran las habladurías que surgían. Mas se encontró por entonces su sandalia de cuero, palpable, usada, terrena. Había sido legada a aquellos que cuando no ven, en seguida empiezan a creer. El fin de su vida volvió a ser natural. Había muerto como todos los hombres. Ese “hombre embriagado de Dios” –según lo define Hölderlin en su drama– purificó el alma desprendiéndose de su cuerpo decadente “antes de que no pudiera revelar ya la divina naturaleza a los hombres, sin convertirse en juego, burla y escarnio”. Y así puso de manifiesto el abismo que separa a los dioses de los hombres, a lo eterno de lo terreno, para retornar finalmente a la naturaleza como lugar de reconciliación entre ambos. "A cuerpos hermosos de muertos que no envejecieron y los guardaron, con lágrimas, en un bello mausoleo... /... se asemejan los deseos que pasaron  sin cumplirse; sin merecer una noche de placer, o una mañana luminosa" (Cavafis).


Borde inestable Cráter Volcán Telica (león - Nicaragua)

 "Los días del futuro están delante de nosotros como una hilera de velas encendidas: velas doradas, cálidas, y vivas. Quedan atrás los días ya pasados, una triste línea de velas apagadas; las más cercanas aún despiden humo, velas frías, derretidas, y dobladas. No quiero verlas; sus formas me apenan, y me apena recordar su luz primera. Miro adelante mis velas encendidas. No quiero volverme, para no verlas y temblar, cuán rápido la línea oscura crece, cuán rápido aumentan las velas apagadas" (cavafis).


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ACERCA DEL DESTINO - 4-2 : PRECIPITARSE A LAS PROPIAS CONSECUENCIAS

Jordi Maqueda  / PRECIPITARSE HACIA LAS PROPIAS CONSECUENCIAS




II -Precipitarse hacia las propias consecuencias.

Hoy más que nunca podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que pertenecemos a la era de la complejidad y la incertidumbre (S. Pániker). Las barreras que antaño nos recluían en celdas “sociales” apartados de esperanzas y anhelos han ido cayendo. Los hombres no nacen condicionados y las aspiraciones no se ven limitadas, debido a un bajo estatus social. Consecuentemente, desde muy jóvenes todo lo que somos, tenemos o la opinión que merecemos a los demás nos parece insuficiente; nos sabe a poco queriendo más reconocimiento: deseamos sentirnos protagonistas, incluso diferentes al resto de la sociedad. Sin embargo, al levantamos por la mañana la realidad nos saluda, como todas las mañanas: arrojándonos a la cara un jarro de agua fría. Nos miramos entonces ¿Cuántas veces?, resignados frente al espejo, aborreciendo de lo que somos y  nuestra vulgaridad; y nos afligimos por todo aquello que deseamos desde lo más profundo del alma; desde esa misma profundidad por la que igualmente sabemos que jamás lograremos el propósito a alcanzar. Pero he aquí el lugar: “la fortaleza” de nuestro hogar y el instante frente al espejo: precioso lugar y momento, en el que la inconsciencia se despereza y nos mira desde el otro lado con nuestro propio reflejo, susurrándonos con voz grácil y seductora, de tal manera que las palabras adquieren  propia luminiscencia: más cuando «Rotas y sin vigencia, las normas que durante tanto tiempo prestaron contingencia dentro de la sociedad al individuo, no puede este ahora construirse una dignidad, sino del fondo de sí mismo» (Gaset). Pero cuidado: la imaginación es mala cabalgadura para un hombre sensato, lo decía Pío Baroja y no le faltaba razón. Hay ocasiones, en que esas efímeras e inofensivas visiones ( insinuaciones), plagadas casi siempre de buenas intenciones, mueven a despertar profundos deseos y exacerbadas pasiones, que lejos de parecer arriesgadas nos seducen de manera singular: tirando de nuestras almas —desoyendo las advertencias— cuando atisbamos a lo lejos la posibilidad de ir más allá, ser más allá convencidos de hacer posibles aquellos sueños. Se trata de verdaderos orgasmos deslumbrantes de luz delirante y fabuladora (de los que circe ya nos advierte por odiseo), que incitan a mover y cambiar el modo de ser y pensar al individuo: a actuar, creyendo, que si seguimos adelante, lograremos permutar el mísero destino al que se dirige nuestra existencia. 

No negaré que el ejercicio resulta convincente, y más para quien ya se encuentra desilusionado consigo mismo (y lo observamos precisamente en todos aquellos que permutan sus vidas, como si se tratase de ser otro / vivir otra vida). De modo, que la catarsis ciertamente contribuye al embelesamiento, desmantelando así toda defensa y juicio —frente a ese caballo blanco que avanza llamado voluntad—, que el individuo pudiera haber construido, dándole algo de tiempo y así defenderse de su violencia. Violencia devastadora, con la que luego irrumpe arrasando cual salvaje montura pertrechada de etéreas substancias, invitándonos a cabalgar, haciendo frente a las eventualidades del mundo que puedan salir al paso. Muy pocos son entonces los que intuyen el enorme coste y sacrificio que supone tan precipitado juicio; una determinada elección en nuestra vida, sobre todo, cuando se quiere ir más allá de uno mismo. Y son menos aún, quienes cuentan con que la tormenta pueda tragarse, mandando a pique la tan anhelada empresa.

No son pocas las ocasiones, que embarcamos la vida en un frágil junco, construido apenas con algo más que buenas intenciones, y sin saber que nos aventuramos a un mar bravío, seno de frustraciones y desventuras: una travesía muchas veces malograda ya de antemano, por no haber calculado “la infinitud del deseo” ni previsto las dificultades de tan arriesgada singladura. No pasa mucho tiempo para cuando la tempestad arrecia desarbolando las velas: desatando los problemas y volviendo a los titanes en contra nuestra. Sólo entonces nos acordamos de aquellos desestimados consejos y advertencias surgiendo las primeras dudas: recelos primero, que darán paso al miedo, que se agrava durante la noche cristianizado en sombrías pesadillas que una vez manifiestas, se tornan perversas acechando y atormentando al individuo: consumiéndole más que la propia vida. Con ellas se revelarán uno tras otro todos los peores fantasmas, surgidos como demonios no invocados en la noche oscura: duendes que invitados por ese “otro yo” que algunos afirman "todos llevamos dentro", y disfruta martillando lenta la conciencia cuando nos reprocha que quizá nos equivocamos (que no hicimos caso); o aún peor, recordándonos lo terriblemente atroz y absurda en que puede llegar a convertirse la propia vida. Por fin, y una vez ya presa de la red tejida por el caos y la incertidumbre: la misma, donde deposita sus gérmenes la locura, veremos el futuro de forma muy distinta; sintiéndonos, como aquel que tantas veces frecuentó la angustia y la duda, dotándola de sentido, y que de manera elocuente  al preguntarse qué le depararía el futuro, comparó sus sensaciones con las de una araña que desde un punto fijo se descuelga, suspendida, teniendo ante sí siempre el enorme vacío, pataleando sin encontrar un lugar donde apoyarse: víctima de su propia voluntad y precipitada hacia a sus propias consecuencias.


© Jorge Maqueda Merchán (2011)


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ACERCA DEL DESTINO 4-1 / QUÉ SABÉIS VOSOTROS DE LAS SIRENAS


Ya resulta bastante embarazoso para mí, tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente me embargan: voces, que en ocasiones resuenan con fuerza en nuestro interior, provocando, que alcemos la vista hacia lugares insólitos y lejanos de nuestras tierras. Lugares donde habita la fascinación y el encanto y, desde donde se escucha el sutil y melódico canto de vírgenes aladas que con pujanza, tiran de nuestras almas.  Cuánto más complicado, todavía, sería tener que razonar, describir esas pasiones,  que nos llevan voluntariamente a  partir en una azarosa búsqueda y, más, hacerlo a aquellos que las ignoran. Que ignoran el sonido oculto, camuflado tras el fuerte viento, en la tormenta; sobre las altas cumbres  o tras el rugido de  olas que se estrellan furiosas contra las rocas, en solitarios acantilados; en el lamento, que exhala la nieve al crujir bajo las  botas, cuando es pisoteada; en el monótono rumor del agua, que se advierte risueño, en primavera bajo los vapores de un diminuto arrollo escarchado. Cómo explicar esa necesidad de ir, de ir más allá, de seguir navegando, caminando entre la tempestad, cuando aparentemente delante no hay más que  soledad y un intenso frío; y sin saber, que Parca, en silencio aguarda. 

QUÉ SABÉIS VOSOTROS DE LAS SIRENAS

Entiendo, que aquellos que no estén familiarizados con la mitología Griega, y tengan una imagen de estas dentro de un folklore más actual; metamorfoseado por el cine y los libros de cuentos, que de niños nuestros padres nos solían comprar, al leer las líneas más abajo expuestas se extrañaran, exclamando, al tiempo que se preguntan, sorprendidos: «Demonios ¿qué son las Sirenas?». Y, lo cierto es, que aquella imagen que nos habíamos formado, de pronto se viene al traste al conocer algunas, de las muchas referencias que de ellas remite la literatura; sin embargo, lo peor, es que muy pocos convendrán en ponerse de acuerdo a la hora de opinar en torno al tema: ofreciéndonos nunca una descripción o explicación exacta de ellas. De modo, que al intentar determinar su origen, número o cometido dentro del enorme entramado mitológico nos sentimos abrumados; sumergidos, en un mar de opiniones, en algunos casos incluso contradictorias pues, son varias las versiones que se barajan al respecto y, que se recogen extraídas de la vasta mitología y la Poesía Helena. Así, unas veces las encontramos como horribles monstruos marinos o terrestres que atormentan a los hombres; y otras, en un papel que resulta compasivo, piadoso con aquellas víctimas que lograron conmoverlas, personificando el alma tranquilizadora que comparte la tristeza de los vivos, después de haber sido un peligro para ellos. Pero al mismo tiempo, y esto no deja de ser curioso, las podemos encontrar como fieles protectoras de tumbas —contra las acometidas de los malos espíritus—. Luego está su origen, a priori atribuido a Forcis —el anciano del mar—; si bien, observamos otras posibilidades, sugeridas a partir de unas gotas de sangre caídas de la punta del río Aqueloo, en cuyo caso sus madres bien podrían ser varias: desde Gea, pasando por alguna de las tres musas: Melpomene, Caliope o Terpsicore. Por último, estaría su número, dos o bien tres, dependiendo del autor y que varían en función de la madre. En el caso de ser Melpóneme, sus nombres serían: Telxipea, Aglaope y Pesinoe; mientras que si su maternidad es atribuida a Terpsicore, sus nombres varían siendo: Parténome, Leucosia y Ligea. Pero de lo que no cabe duda, es que entre tanta vacilación, encontramos un bonito y sugestivo nombre —hoy profanado y hartamente manoseado hasta la saciedad— para describir unos seres “míticos” y fabulosos, de los que apenas sabemos nada. Inventadas, por la imaginación humana, nos dicen unos pero, quién puede afirmar, no haber escuchado jamás ―en los más profundo de sí― en momentos cuando el alma se encuentra sosegada, aquellas melodiosas voces seductoras por las que dejándonos llevar, nos hemos sentido hechizados y visto que nuestra alma era empujada.

«Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudente  se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a su hogar; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor, enorme montón de huesos, de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, a fin, de que ninguno las oiga; mas si tú deseas escucharlas haz que te aten a la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil. Y acaso, de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, atente, con más lazos todavía».  «Homero — Odisea;  Rapsodia XII».

Leyendo atentamente el fragmento de la traducción de la Odisea realizada, por L. Segala i Estaella y editada por la colección Austral —posiblemente una de las mejores transcripciones realizadas al castellano, dada su fidelidad literal— algunas inquietantes respuestas con relación a estos extraños seres parecen emerger a la luz, surgidas de las palabras escritas hace milenios de la mano del genial Homero. Gracias a él y a modo de apercibimiento se nos revela una primera descripción sorprendente, y no menos aterradora; quizá, un tanto somera que incluso ensancha el profundo mar de desconocimiento que de estos legendarios seres “míticos” poseemos hoy día las personas. En cualquier caso —monstruos marinos y demonios alados para unos, o vírgenes protectoras de las almas para otros— la mitología nos recuerda, que podría tratarse de parientes próximos a Erinas y Arpías, ambas poseedoras una dilatada y endiablada leyenda negra, marcada por la desgracia y la tragedia, que no debemos en ningún caso orillar. Por tanto y, observando la advertencia —por cierto a tener muy en deferencia— que la divina Circe “diosa de lindas trenzas” dedica al valeroso argivo «Odiseo» parecería obvio comprender, si damos pie a la leyenda,  el motivo por el que a lo largo de los siglos no hemos tenido noticia de aquellos que se han aventurado a buscar ese lugar, insólito y remoto: desbordante de belleza y paz para unos;  maldito, despiadado y despreciado por otros, que con sus encantadoras y sonoras voces habitan, protegiendo sin tregua y con desvelo las incansables y melódicas sirenas. pues los peligros, sufrimientos y miserias que aguardaban, acechantes a cuantos escuchando, partiesen en su busca serían dignos a tener muy en consideración y pocos, muy pocos serán, quienes se atreverán finalmente a desafiar las advertencias.



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ACERCA DEL DESTINO - 3 : SOBRE EL SABER, Y SABER QUE SOMOS IMPULSADOS

Jordi Maqueda  / SOBRE EL SABER, Y SABER QUE SOMOS IMPULSADOS


Sierra de San Servan (Badajoz) 2020



     Del saber antes mencionado «que somos impulsados» se deduce, igualmente, que toda búsqueda —por inocente o bien intencionada que parezca (incluyendo la búsqueda de la felicidad) — es precedida por ese deseo que la origina. «Deseo que es atributo y misma esencia del hombre» (Spinoza) y que para reconocerlo, antes debemos comprender que al sentirlo está ya en todas sus partes constituido, y en nuestra consciencia obrando, en tanto, que nos condiciona pudiendo hacer nada para librarnos del castigo que representa, cuando no por mil veces deseado, seguimos tan lejos de alcanzarlo. Constituido, si; pero bien pudiera haber sido maquinado pues parece más la obra del diablo: acaso un gusano, forjado a partir de la misma génesis de la conciencia. Germen que eclosiona y toma su asiento y sustento primero a partir de la propia extrañeza de las cosas; luego cuando mayor sea la fijación, mayor será su alimento, que irá en aumento igual que su necesidad—más allá de lo racional—  sostenida por uno o varios sentimientos: necesidades pero, que bien pudieren también no serlas, aunque parecerlo, llevando al individuo a diferentes estados de conciencia (emocional), donde se retroalimenta lo que todavía no, pero ya se intuye impulso (potencial de la acción) hasta el momento en que  se desata. 

     Impulso —crisol— que funde todas las partes y donde se fragua naciendo el deseo, que habrá de tornarse luego en acción de la voluntad; voluntad que nos estimula y arrastra por desconocidos e intrincados laberintos hasta conseguir, no siempre la tan anhelada meta de la felicidad; pues, no son pocos los que opinan que  podría no alcanzarse jamás alegando que la felicidad es como el cielo: a veces, creemos estar en él imaginando una realidad y, sin embargo, de inmediato advertimos que se trata de una ilusión temporal: una fantasía, que nos llena de desconsuelo al comprobar instantes después, que seguimos con los pies descalzos sobre el suelo”. Esta misma idea se desprende de aquellos textos de Schopenhauer, donde retomaría los estudios acerca de la felicidad, iniciados siglos atrás por Aristóteles; estableciendo, que dicha felicidad así como la suerte de los mortales, podía reducirse a tres condiciones básicas y fundamentales: lo que uno es, lo que uno tiene, y lo que uno se representa; refiriéndose en este último caso, al honor, la categoría y la gloria. Pero, no se dejen seducir por lo que se pretende, sea un decano de los libros de autoayuda. Si bien, es cierto que aquel ilustre filósofo trató ampliamente el tema de la felicidad y de cómo acceder a ella, lo que verdaderamente deducimos luego de su lectura es, la imposibilidad absoluta de acceder a ella, concluyendo: que el Arte del buen vivir es esencialmente un manual en el que se desarrolla el complicado arte de "sobrevivir" en el mundo. 

Sin embargo, inteligente por nuestra parte también, sería no olvidar: la advertencia, surgida de aquella mente, dicen algunos que atormentada, que abocaba a su dueño continuamente al pesimismo, y cuya dimensión más crítica se encontraba representada por una voluntad irracional, aludida y ampliamente desarrollada en sus escritos, de la que se entiende nos previno: describiéndola, como una voluntad infinita, discorde y devoradora de sí misma. Una voluntad esencialmente que es desdicha y dolor «Pues ningún bien final saciará la avidez de ese genio del engaño —llamado voluntad— que encadena, la libertad y la independencia del intelecto(...)  (…)no hay libre albedrío; en todos los casos, la búsqueda racional está movida por los intereses de la voluntad, voluntad que jamás se ve saciada, y cuya única forma de liberación posible, para el hombre, es la total auto aniquilación de la misma». Con ello—dice Nietzsche (Más allá del bien y del mal)— Schopenhauer nos da a entender la voluntad como la única cosa que nos es propiamente conocida —del todo y por entero— sin sustracción ni añadidura. Pues nos describe una voluntad que es en sí misma libre. Si bien, esta voluntad también puede, aunque no sin esfuerzo promover en el hombre y para el hombre, su propia liberación; siempre, que no perezca sometido a ella. Por lo que “claramente” se nos exhorta a renunciar a un cuarto aspecto sugerido, pero no incluido junto en los anteriormente expuestos, y que a mi modo de ver es más relevante, incluso, que aquellos expuestos. Me refiero, al que sin duda alguna condiciona el destino y la felicidad de las personas en nuestro tiempo; entiéndase: no lo que somos, tenemos o representamos, sino aquello que desde el fondo más insobornable de nosotros mismos, anhelamos ser.

1 En el umbral del tratado de ética, que debe indicar el camino de la liberación humana de la voluntad de vivir, Schopenhauer se debate ampliamente con el problema de la libertad. ¿Cómo puede el hombre liberarse de la voluntad si no es libre frente a ella, si es un esclavo de la voluntad misma? (Hist. Del pensamiento. Sarpe)


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ACERCA DEL DESTINO - 2 : Sobre el saber... y el Deseo de saber

Jordi Maqueda  / SOBRE EL SABER, Y SABER QUE SOMOS IMPULSADOS



Cráter Activo Volcán Telica (Nicaragua 2019)
"impulsado", pero ¿a donde? da igual: así te despiertes hoy y te veas al borde de un volcán, mirando piedras que caen de arriba, ahora caminar el borde del cráter es otra parte de tu camino, luego desciende y no te detengas, no seas la piedra, ni sigas a la piedra que a la orilla está y se queda, pues sino hoy mañana se derrumbará dormida, cayendo al mismo lugar (profundo) que le dio la vida. 
Todos tenemos el mismo defecto: esperamos vivir, y vivir siendo felices como si vivir fuese poco (buscamos la felicidad, siempre cuanto más arriba), en lugar de vivir plenamente la propia vida. Hallar esa felicidad parece ser la labor infinita del hombre, y esperarla sin la conciencia del tiempo que pasa, su castigo. Por desgracia, el hombre solo aprende a vivir desde el momento en que ya no puede esperar nada: justo cuando deja de tocar los tambores y empieza a escuchar al viento. "solo vive" "μη επιθυμει αδυνατα" (quilon) 1,2


«Por naturaleza —afirma Aristóteles— tienen todos los hombres deseo de saber» [πάντες νθρωποι το εδέναι ρέγονται φύσει, 980α 21]Ciertamente, Aristóteles nació hace más de veinticuatro siglos en la Antigua Grecia; sin embargo, no por haber vivido en un lugar y momento que nos puedan parecer tan lejanos en el tiempo le eran ajenos los sentimientos: deseos, o las propias sensaciones, que son al ejercicio que me propongo, aquellas cosas que conciernen; independientemente, de quién y en qué lugar o tiempo las experimente. Y dado que pocos encontraré mejor que él facultados en tanto al saber, en cuanto a tal concepto y que exponerlo en toda su magnitud sería —a este ejercicio— un exceso, consideraré por el momento y con ello también así finalizar el exordio en el que me veo envuelto, que Aristóteles no sólo tenía razón sino que sigue hoy estando en lo cierto. Cierto "que no hay nada que ocurra en el universo y consecuentemente en el mundo —derivado de la naturaleza o las personas— que no estimule al pensamiento, en el hombre que observa y aprende, a través, del medio en el que se desenvuelve, impulsándole a saber". «Saber» que en su conjunto y resumido en una sola palabra es entendimiento; facultad ésta que habrá de adquirirse por el examen de las cosas, a partir de aquellas experiencias sensibles —también llamadas impresiones— y la información que estas últimas se ofrecen al juicio respecto de las primeras— procurando llegar a «conocer» y consecuentemente a su producto «el conocimiento». «Conocimiento que —nos dice Kant en la primera línea de su estética trascendental—comienza con la experiencia; pero esto no significa que todo él derive de la experiencia. Principio no significa, pues,  origen,  sino fundamento» primero del hecho empírico que lleva luego a reflexión: jerarquiza, estructura, ordena, discrimina la información; e igualmente, encuentra respuestas y soluciones —a las cuestiones y problemas derivados de las cosas por medio de la razón y los demás caudales adquiridos a través de ella. Esto es el entendimiento, que da sentido al mundo, venido del asombro a despejar el horizonte “nuestro horizonte”. «Horizonte —pero—  limitado, pues nace de una limitación: limitación, que delimitan las propias cosas pero también nuestra visión de ellas». "Cuando nuestras emociones se basan en creencias falsas, ¿son falsas?(Irving Thalberg -1977)

        Sin embargo, de tantas las cosas que nos son extrañas en la vida desde su comienzo, sería insensato por nuestra parte abandonarnos, más llegado el momento de la madurez, limitándonos igualmente a admirar asombrados todas ellas, deleitándonos luego en pueriles cavilaciones ingeniosas. Se precisa de esta labor un orden y establecer alguna prioridad. Más aún, cuando lo que de cierto apremia ahogándonos con el juramento de su lobreguez, es la total ausencia de razón que justifique el sufrimiento que deviene de la manifestación —tantas veces fatídica— de la propia existencia: siendo, como somos, incapaces todavía de prever aquellos fatales eventos que habrán de seguir aconteciendo. Pues, lo advirtió ya Sócrates —filósofo, pero antes soldado— siendo el primero, que tomando aguda conciencia de la vasta tragedia humana que de manera continua discurría ante sus ojos —lejos de especular con vanos conceptos— nos recordó, que dados a la reflexión era la existencia el primer y mayor problema a abordar, estimulando, así una nueva forma de pensar e “incitando” con ello al examen incesante de uno mismo, como al de los demás.  Así pues, sería precisamente llevado de esta aptitud entorno de las circunstancias que condicionan, dando o restando sentido a la vida y donde precisamente el saber justamente está en ser buscado —cuando más, hallado, éste posibilita favorables los cambios— que de los resultados obtenidos a partir de una primera introspección, buscando no fui capaz de advertir otro móvil que a diario determinase mis pasos (entonces), más allá de aquel mismo deseo que desde antaño ha guiado mis actos e, igualmente, el devenir de buena parte de la humanidad. Pues, según pude constatar fue Aristóteles quien —al igual que ahora yo intuyese— entonces convino, que debía existir un fin supremo, deseado, no solo por él sino por todos mortales —principio liberador de todos los males— deduciendo, finalmente, que este fin no debía ser otro que la felicidad: pues «Siendo la felicidad mejor y más bella que todas las cosas, es también la más placentera» [ἡμεῖς δ᾽ αὐτῷ μὴ συγχωρῶμεν. ἡ γὰρ εὐδαιμονία κάλλιστον καὶ ἄριστον ἁπάντων οὖσα ἥδιστον ἐστίν. 1214α]3

Sin embargo, cuál sería mi asombro que entregado a profundizar, reflexionando, en el conocimiento de mi propia experiencia y habiendo a la sazón repudiado la senda del autoengaño —que conduce a no encontrarse ni a saberse uno quién es jamás — pude observar y no sólo de mis actos, que la búsqueda de la felicidad o el mero hecho de desearla pudiera ser aquello que fatalmente motivase cuanto de trágico en la vida hubiere luego de acontecer. Y parece lógico preguntarse ¿Cómo puede ser? o ¿Qué de malo puede haber? Y la verdad, es que yo tampoco lo sabía, siquiera apenas lo intuía antes de comprender gracias a unas viejas lecciones aquello que Aristóteles de forma modesta, al comienzo de su metafísica nos refería, a saber: que primero y por encima de cualquier anhelo de saber «Tienen todos los hombres deseo…» Deseo éste, pero, que no es una clase mayor de querer, sino un impulso, o disposición genérica de la razón “sine iudicium” (sin juicio) entendida, esta razón como puro ámbito de representaciones:inerte” y sometida a las pasiones mismas —dice Hume— en tal medida, que no puede pretender otro oficio que obedecerlas y servirlas. No alcanzando de este modo la razón, ser motivo de acción ni mucho menos oponerse a la pasión, que venida a lomos del impulsoencubierto” bajo su estela, se muestra ya como una sola cosa, poderosa, que da origen a la acción. Pues, ocurre con el deseo como con tantas cosas, que al desnudarlas encontramos un saber: que arropadas bajo éstas existen otras que nos son dadas encubiertas y así veladas a la razón, que todo lo ignora de ellas cuando ingenua, las experimenta. Y, es por ello que concluyo con una sugerencia: que no habrá de darse por pedestre este saber; «pues saber, que por naturaleza estamos impulsados, no es un saber cualquiera» .

© Jorge Maqueda Merchán (2001)
1("No quieras imposibles"), Quilón, 16 (Diels-Kranz, 10, 3
2('epithymei') y αδυνατον ('adynaton') se refieren a conceptos fundamentales del pensamiento griego sobre el deseo, la afectividad, el apetito y sus objetos, su sentido, su dinámica, en definitiva, su "potencia", por jugar con una de las versiones que va a tener, en otro contexto, la δυναμις ('dynamis'), que comparte el mismo territorio semántico que lo posible (δυνατον, 'dynaton') en la filosofía de Aristóteles.

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ACERCA DEL DESTINO - 1 : ET IN ARCADIA EGO ("Todos nacemos en Arcadia").

Sobre el bósforo (Estambul: cruzando a Asia), foto jordi maqueda 2021


    

  Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho. Bien y mal, y placer y dolor, y yo y tu – humo coloreado me parecía todo eso ante ojos creadores. El creador quiso apartar la vista de sí mismo, - entonces creó el mundo. Ebrio placer es, para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí mismo. Ebrio placer y un perderse a sí mismo me pareció en otros tiempos el mundo. Este mundo, eternamente imperfecto, imagen, e imagen imperfecta de una contradicción eterna – un ebrio placer para un imperfecto creador: - así me pareció en otro tiempo el mundo. Y así también yo proyecté en otro tiempo mis ilusiones más allá del hombre, lo mismo que todos los transmundanos...


F. Nietzsche - «Así habló Zaratustra»
    
«Auch ich war in Arkadien geboren» escribe Schiller, al inicio de aquel poema al que tituló Resignation. Lo cierto es, que parece no ser necesario sentirse seducido por el aire cargado de esencias que desprenden sus versos, para que de inmediato advertimos —marginando el significado literal y ateniendo a lo que el poeta, verdaderamente nos decía— que Schiller tenía razón. Diríase, que la sigue teniendo: «Todos nacemos en Arcadia».

    Del mismo modo que les ocurriera a aquellos pastorcillos que, dicen las líricas, poblaban antaño la fértil región del Peloponeso: nacemos y crecemos convencidos de hallarnos en un extraordinario paraíso donde alimentamos deseos y esperanzas, imaginando, algún día trasladarlo a buen fin. Sin embargo, cuán cruel se manifiesta a los hombres su destino que a poco de haber iniciado tan ansiado camino —y apenas habiendo recorrido unos míseros días— comprobamos, consternados y ante la evidencia, que debemos hacer frente a una realidad distinta: hasta entonces desconocida y preñada de miserias, e innumerables peligros, tal que fueron así representados por Guercino de aquella advertencia de un camino (cierto y real) que atenaza con faz descarnada, conmoviendo la liviana existencia de nuestras vidas: presto a devorar toda fantasía, que nuestras ingenuas almas pudieran todavía albergar. Será en ese instante, cuando intuyendo la vida ajena y desbordados ante el desconcierto que nos envuelve y abruma, cuando recordemos, igual que los pastorcillos paralizados frente a la siniestra osamenta, aquellas palabras de Dante cuando apenas iniciado su camino temeroso refería,«.Extraviado me vi por selva oscura; que la vía directa era perdida: ¡Ay cuanto referir es cosa dura de esta selva agreste y fuerte, que aún conserva el pecho la pavura!» Divina comedia; canto I. 

CUESTIONES A LA INTERPRETACIÓN DE COPENHAGUE, O PRINCIPIO DE COMPLEMENTARIEDAD (extrapolada al concepto relativo de la realidad tal y como la percibimos)


Posiblemente usted se pregunte, qué interés puede tener en este blog un acercamiento a esta curiosa interpretación, que incorpora el principio de incertidumbre de Heisenberg, y presentada por Niels Bohr a finales de los años veinte, llamada entonces “idea o principio de la complementariedad”. Espero, que el texto se justifique a sí mismo, y que al final dicha cuestión quede, si no del todo, en buena medida satisfecha.

     Bohr  señaló—corría el año 1927—, que mientras en física clásica (determinista) se concibe que un sistema de partículas funcione como un aparato de relojería —independientemente, de que éstas sean observadas o no—, en física cuántica el observador interactúa con el sistema, en tal medida que el sistema no puede considerarse independiente del observador: interpretación ésta, participatoria del principio antrópico. 

  • Principio antrópico débil

Debemos estar preparados para tener en cuenta el hecho de que nuestra ubicación en el universo es necesariamente privilegiada en la medida de ser compatible con nuestra existencia como observadores.

  • Principio antrópico fuerte

El universo (y por lo tanto los parámetros fundamentales de los que depende) debe ser tal que admita la creación de observadores dentro de él en algún momento.


La consecuencia directa de la interpretación de Copenhague se puede explicar, y entender más fácilmente en términos de lo que ocurre cuando se realiza una observación, a saber: en primer lugar se debe aceptar que el hecho de observar una cosa la altera, cambia (modifica  / y modifica a nuestra intención de observar dicha cosa, o deseo de que la cosa sea: una determinada cosa (deseo en una forma concreta al deseo, de dicha cosa en una determinada forma), de lo que se desprende que al observar, se afecta directamente lo observado (afectamos al espacio observado: y observamos con la vista, la retina de los ojosy, por lo tanto, el observador estará, por medio de la vista, alterando (entendiendo) la cosa, pero lo hará en función de nuestros saberes y conocimientos adquiridos por  experiencia o ausencia de esta en la naturaleza (y angulo y grado de visión igualmente)  formando parte en todo momento del experimento, en tanto la cosa observada será: bien lo que realmente la cosa es (mirada holística objetiva), o lo que el observador, bien por falta de ángulo de visión o experiencia  desea que sea derivando a una "visión subjetiva". Finalmente, se habrá de considerar, que toda la información que constituyen los resultados finales del experimento (definición de la cosa) viene dado por la capacidad del observador. 

en este sentido, seria releyendo a J. Gribbin “En busca del gato de Schrödinger” Ed. Salvat- 1986,  donde encontré una de las mejores explicaciones que he leído jamás, en tanto a aquello que la interpretación de Copenhague representa, refiriendo un ejemplo de extraordinaria sencillez facilitado por Eddington, allá por los años treinta. Eddington, en su libro “The philosophy of Physical Science”, y refiriéndose al asunto en cuestión, reseñó, que lo que se percibe y aprende en un experimento, siempre está altamente influido por las expectativas: expectativas (deseo) de quien investiga ¿hablamos de una voluntad ejercida sobre el medio observado? No, no lo creo. Pero mejor, vayamos con el ejemplo.

"Supongamos, afirma Eddington, que un artista asegura que en el interior de un bloque de mármol yace oculta la figura de una cabeza humana. ¿Absurdo? Pero entonces, el artista —un escultor se intuye— comienza a hacer aquello que mejor sabe: su trabajo, y con algo tan sencillo como un martillo y un cincel, pasadas unas horas, pone al descubierto la forma oculta". Gribbin, acertadamente, se pregunta, si sería quizás ese, el modo en que Rutherford descubrió el núcleo. “Hemos de recordar que el descubrimiento, no amplia el conocimiento que tenemos del núcleo” —afirma Eddington—. Lo cierto, es que nadie, ni antes ni ahora, ha visto jamás un núcleo atómico. Lo que se observa son siempre los resultados de los experimentos, que se interpretan en términos de núcleos (piensen ahora en términos de montañas). Tampoco nadie jamás encontró un positrón hasta que Dirac sugirió que podían existir, y hoy los físicos aseguran conocer mayor número de partículas que elementos existen en la tabla periódica (En busca del gato de Schrödinger - John Gribbin-1986). 

Luego e Independientemente, de cómo cada cual entienda esta explicación, lo cierto, es que se trata de un concepto relativo a la realidad tal y como la percibimos, entendida, no como meros observadores ajenos, sino más bien formando parte integrante de ella: de la realidad observada en sí misma y, por lo tanto, interactuando continuamente con ella entanto así, como la entendemos, la percibimos. Dicho de otro modo: creando una realidad que somos nosotros y nuestras expectativas y experiencias en ella (piensen de nuevo en términos de montañas). A partir de aquí, deberán ser ustedes quienes juzguen si cuando miramos hacia el horizonte, "y no en este caso de lo infinitamente pequeño", vemos un paisaje genuino o, más bien, en ese horizonte y lo que vemos en él, es aquello: que queremos ver o tememos ver. El mundo, según Husserl, adquiere sentido por su horizonte / sentido y entendimiento del mundo, que ha de venir del “asombro”, de despejar ese horizonte (oscuro) dice Zubiri. Pero entendamos ese horizonte, ese nuevo paisaje que asoma ante nuestros ojos y lo que hacemos como resultado de despejarlo, 


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