«Nada más trágico que vivir en «el peor de todos los mundos posibles» donde las penas, siempre, prevalecen sobre las alegrías; y nada más absurdo que el sufrimiento: nacer, la enfermedad y luego tener que morir, a veces incluso quitándose uno mismo la vida, renunciando así y definitivamente, a este ingrato lugar —un mundo absurdo y desprovisto de sentido para muchos— donde el dolor centellea con resplandor demoníaco, y las personas participan de innumerables sufrimientos. Donde los marginados, y las víctimas lentas del hambre y la guerra se consuelan en el llanto que, aún conserva el recuerdo y sabor agridulce de la sangre de sus familiares. Y, sin embargo, un mundo, el que se vislumbra vagamente una luz, revelada de aquel mismo sufrimiento, de sabernos muertos pero, seguir aún vivos. Pues, ciertamente, seguimos aquí. Sin embargo, decía krisnamurty, que estar adaptado, siendo educado, estando considerado en una sociedad como la nuestra: enferma —con toda su miseria, brutalidad y conflictos— formando parte ella es, igualmente, estar enfermo; además, de predispuesto a abandonarse por completo a su aviesa moral los unos y, sometidos a sus políticas y engaños los otros. Todo habrá de resumirse en servir; servir de un modo u otro al renovado Leviatán —el mismo que nos obliga y desangra— sea a través de consumismo, la dilapidación y codicia; o bien, ardiendo en la condenación de la servidumbre: esclavizados los unos por los otros, y lentamente consumidos, día tras otro por burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias gubernamentales, calificadoras, de crédito y, por todo aquello que en sí mismo consiente, se arrastra y presta alimentando, la falacia que perpetúa la angustia de esta terrible infamia. Crisis dicen: no hay crisis, sino en la conciencia, cuando esta ya no puede aceptar unas normas, aquellas mismas que en el pasado le dieron contingencia, y que únicamente sirven a los impulsos materiales de las personas: a intereses individuales que se tornarán siempre en contra de los otros —un problema que surge con los deseos y la naturaleza misma del hombre— generando así este conflicto, eterno, únicamente en el fin de acumular poder y riquezas.
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3 comentarios:
La enfermedad de la sociedad procede del desdoblamiento de sus componentes, los cuales para recibir unos benefecios necesita sacrificar otros. El pensamiento, por ejemplo, en una sociedad es uniforme en sus reglas básicas (el tronco) y variables en su ramificación, aunque siempre dependientes del tronco. Y luego está el pensamiento individual (el instinto), "el oponente", que vive reprimido, aislado y confinado a la intimidad del individuo. Y en esa dos corrientes, se gangrena el cerebro, se vuelve autómata, mecánico e indiferente a los deseos del cuerpo.
Agus Torres (desde el grupo Philosophia)...
La enfermedad de la sociedad procede del desdoblamiento de sus componentes, los cuales para recibir unos benefecios necesita sacrificar otros. El pensamiento, por ejemplo, en una sociedad es uniforme en sus reglas básicas (el tronco) y var ...iables en su ramificación, aunque siempre dependientes del tronco. Y luego está el pensamiento individual (el instinto), "el oponente", que vive reprimido, aislado y confinado en la intimidad del individuo. Y en esa dos corrientes, se gangrena el cerebro, se vuelve autómata, mecánico e indiferente a los deseos del cuerpo.
El estructuramiento de la sociedad, propicia el enrriquecimiento de unos pocos, y con ello, lo que refieres: siendo el enrriquecimiento, siempre, a costa de otros.
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