Hacia un nuevo paradigma: Un nuevo hombre ; una nuevas era—Cuando hablamos de “paradigma”, lo hacemos refiriéndonos a un modelo —o patrón— dado en cualquier disciplina científica, u otro contexto cognoscitivo o epistemológico.[Podemos entender un paradigma “científico” como la conceptualización que se alcanza sobre la manera en que se observa el mundo y que es compartida por los miembros de la comunidad científica a la que le provee de modelos aceptables con los cuales puede afrontar la solución de problemas de la ciencia (Kuhn, 1988; Najmanovich, 1992)]. Hablamos por tanto de toda una constelación de conceptos, valores y técnicas compartidos por una comunidad, en este caso científica, y utilizados por ésta para definir problemas y soluciones. Luego, Explicar y entender las cosas, dentro de un determinado paradigma, determina la explicación de estas en tanto a ese paradigma (científico/ social/ filosófico) existente.
Nuestras vidas se rigen, al igual que la sociedad y el mundo en el que vivimos, por unos determinados paradigmas, que van cumpliendo su función, hasta que en algún momento se ven superados bien, por nuevos avances o descubrimientos (también revoluciones) haciéndolos inservibles, entiéndase: son útiles hasta que son incapaces de dar soluciones o respuestas a determinadas preguntas o esas respuestas están superadas por la misma experiencia de la realidad: como es mi caso. Es entonces cuando se precisa, o provoca un cambio de paradigma.
Si observamos la ciencia, tal y como la conocemos y entendemos actualmente, generalizando, esta se ha basado en el denominado paradigma (newtoniano – mecanicista) durante los últimos siglos, surgido este a partir de la separación de la realidad: entre el mundo material y mundo inmaterial por parte de R. Descarte, (entendamos aquí la razón: consistente en hallar medios para lograr los objetivos propuestos en cada caso). [Podría afirmarse que hasta el siglo XVI de nuestra era, casi todas las culturas del mundo, incluida las europeas, tenían una visión orgánica del universo. Eso quiere decir que vivían, salvo excepciones, en una relación simbiótica con la naturaleza y el cosmos. A lo largo de los siglos XVI y XVII esta forma de ser y estar en el mundo sufrió un cambio radical en Europa ( la razón iluminista). Esta cosmovisión orgánica es reemplazada por una concepción articulada y que se expresó a través de una metáfora maquinal, que terminó por convertirse en el emblema de la edad moderna. Ahora bien, es preciso percatarse que esta evolución fue el resultado de cambios radicales en la cosmología: en la ciencia y la tecnología] pero sobre todo en ese concepto de razón, que se ve alterado. El hecho de percibir —y de aceptar dentro de sí— ideas eternas que sirvieran al hombre como metas era llamado, desde hacía mucho tiempo, razón. Hoy, sin embargo, se considera que la tarea, e incluso la verdadera esencia de la razón consiste en hallar los medios y lograr los objetivos propuestos en cada caso. Luego los objetivos que, una vez alcanzados, no se convierten ellos mismos en medios son considerados como supersticiones. Y Si bien la obediencia a Dios había servido siempre como medio para conquistar sus favores, y por otra parte como racionalización (justificar las acciones (generalmente las del propio sujeto) los iluministas, tanto teístas como ateístas, interpretaron los Mandamientos, a partir de Hobbes, como principios morales socialmente útiles, destinados a fomentar una vida en lo posible libre de tensiones, un trato pacífico entre iguales, y el respeto del orden existente. Liberada de connotaciones teológicas, la sentencia “sé razonable” equivale a decir: observa las reglas, sin las cuales no pueden vivir ni el individuo ni el todo, no pienses sólo en cosas del momento.
Luego con la aparición en el mundo material de las leyes matemáticas y de la mecánica por parte de Newton: ya no hemos vuelto a necesitar jamás de ningún mundo inmaterial (ni aquellas ideas eternas), pues las respuestas a todas nuestras preguntas se podían encontrar, de un modo u otro, a partir de múltiples teorías y fórmulas (ideas): La razón se realiza a sí misma cuando niega su propia condición absoluta —razón con un sentido enfático— y se considera como mero instrumento. No es que no existan intentos serios de avalar teóricamente la afirmación de la verdad racional. A partir de Descartes grandes corrientes de la Nueva Filosofía aspiraron a una componenda entre teología y ciencia. “La facultad de ideas intelectuales (la razón)” desempeñaba el papel de mediadora. (“Lo divino de nuestra alma consiste en su capacidad para concebir ideas”, leemos en los escritos póstumos de Kant.) Semejante fe en la ratio autónoma fue denunciada por Nietzsche como síntoma de atraso, pues “según instintos valorativos alemanes Locke y Hume eran de por sí... demasiado lúcidos, demasiado claros”. Kant fue para Nietzsche un “demorador” un atraso, pues: “La razón no es más que un instrumento y Descartes fue superficial”. Sin embargo: a lo largo del siglo XIX la ciencia evolucionó en el marco de tal paradigma newtoniano-cartesiano consolidándose así el modelo positivista. Si bien, al mismo tiempo, comienzan las primeras manifestaciones de sus carencias y límites (muchos de ellos solapado por intereses); pero más allá de esas mismas carencias y límites, iba a surgir un problema derivado, endémico, y aún mayor; pues este paradigma —que ahora entendemos nocivo— entendía, y entiende el mundo y la naturaleza como un gran almacén o despensa (en tanto a recursos naturales) del cual podemos disponer, a voluntad, explotándolos tanto como necesitemos o apetezca sin preocuparnos, y mucho menos pensar en las consecuencias a medio y largo plazo de dicha actividad expoliadora. Gracias a ese pensamiento chato y miope, e igualmente materialista, hoy en día nos “beneficiamos” de una explotación descontrolada de recursos y personas (sometidas a una educción dirigida a la producción), de consecuencias catastróficas, y cuyos daños son incalculables: no sabemos todavía si irreparables.
Como en el caso de otros fenómenos culturales atacados por la decadencia, el siglo XX repitió el proceso histórico. En 1900, año de la muerte de Nietzsche, aparecen las Logische Untersuchungen (Investigaciones lógicas), de Husserl, con el propósito de fundamentar una vez más, con rigor científico, la percepción del ente espiritual, la contemplación de lo esencial. Desde sus comienzos, este esfuerzo lleva el signo de lo restaurativo. La autodisolución de la razón en cuanto substancia espiritual obedece a una necesidad interior. La teoría debe hoy reflejar y expresar el proceso, la tendencia socialmente condicionada hacia el neo-positivismo, hacia la instrumentalización del pensamiento, como asimismo los vanos intentos de salvación. Precisamente, esa misma sociedad industrial (positivista – cientificista), sostiene todavía aquella visión arcaica, propia de aquella mentalidad obtusa, aplanada y especuladora, en relación con el mundo que nos acoge (y el universo al que pertenecemos y formamos parte), y que dio origen al actual sistema, tan cruel como nocivo bajo el cual se encuentran las sociedades occidentales (que ahora dan su relevo, mostrando el camino a las nuevas potencias emergentes de Asia) desarrollando estas un neocapitalismo-adaptado extremo: igualmente destructivo y nocivo—o mayor aún dada su densidad de población (china, india) y ausencia de medios de protección ecológicos— donde el objetivo no es otro que ( tomar los medios, hacia aquellos fines que son medios en sí mismos: acaparar, acumular riquezas y demostrar que se posee, se procesa, se produce y se consume más y con mayor velocidad: velocidad esta, proporcional a la destrucción del medioambiente. Lo que da lugar, potencialmente, en el caso de china por ejemplo, a una expansión territorial clandestina y amenazante, en busca nuevos recursos a costa de otros estados, así como paralelamente a una carrera y producción armamentística feroz, de consecuencias finales difíciles de precisar.
Luego y a un nivel individual: cada persona, en esta situación de estrés productivo desemboca en una pérdida de buena parte de las facultades individuales (mentales), así como en un menosprecio hacia la reflexión y el pensamiento o los potenciales propios de sí mismo, luego distraídos y pendientes siempre de que las modas, los famosos, la televisión o los anuncios nos apunten los medios hacia qué debemos hacer para ser “felices”, siendo capaces de anular aquellas ideas que sirvieran al hombre como metas, para adoptar luego las ideas ( como deseos propuestos de unos pocos hacia todos de unos pocos, y que nos serán impuestos (de manera subliminal) por aquellos mismos a los que admiramos o, simplemente, al aceptarnos ( reconocernos) de un modo distinto al que verdaderamente somos, por aquel que deseamos ser 8 y ser reconocido), solo por no quedar fuera del ente social. Pagando por ello un precio desorbitado, no solo en lo económico, sino igualmente en relación a nuestra salud mental y el medio ambiente.
Y si bien es cierto, que la situación actual —social y política— a la luz del cambio de un nuevo paradigma científico que se ha venido operando en el último siglo XX en las ciencias físicas (cuántica, por poner solo un ejemplo), habiendo este dado emergencia a una percepción e interpretación de una nueva realidad muy diferente a la que estaba en boga en los siglos XVIII y XIX (a lo largo de los cuales se gestó y se desarrolló el sistema todavía —recordémoslo— y formalmente: aún vigente); resultaría, que este nuevo paradigma emergente (en el que ahora estaríamos envueltos) parecería (no): sino que “es realmente insuficiente” para muchos de nosotros a la vista, cuando observamos que ya viene viciado (o instrumentalizado) no penetrando la emergencia de una nueva realidad (deseada por todos) científico/social y reorganizada de base, sino que viene, y esto han de entenderlo: pretendiendo adaptar esa nueva realidad o (modelo nuevo de paradigma), al sistema (modelo) social y político (arcaico) y todavía existente: gestado, desarrollado y derivado directamente del paradigma anterior; y recordemos de nuevo: que formalmente aún vigente. Lo diré de otro modo: esa nueva realidad (cuántica) que pretendemos entender, penetrando ya nuestras vidas desde todos los ámbitos de la ciencia y la sociedad desde hace unas décadas ha propiciado: la adaptación del modelo político liberal capitalista a esta, pero no así de las personas. Potenciando ahora, y todavía más si cabe, nuestra dependencia del modelo anterior y arcaico instrumentalizado, ahora renovado (pero no distinto: leamos la escuela de Frankfurt y la razón instrumental) alejándonos casi definitivamente de una posible independencia de este modelo arcaico, y por lo tanto de una vida autentica (con la naturaleza y el mundo) convirtiéndonos en siervos permanentes 24/7 del mismo ( o razón subjetiva). Todavía hay quien espera (sentado) la salvación del cielo (cuando la batalla ya se está librando), y el reino del padre ya está aquí, solo que no lo vieron venir, del mismo modo que no se percataron de lo que siempre había estado: en mi casa (y en toda España), aunque estén en silencio, mandan las madres.
De La necesidad del nuevo hombre— Huelga decir que no se trata de algo que se vaya a suceder-solucionar en una o dos generaciones, pues de lo que hablo —y se propone aquí— es de un cambio radical y de fondo, por el que cualquier enfoque científico y social al respecto debería complementarse de base con otros: con la búsqueda y desarrollo de potencias aún no probadas del intelecto (el entendimiento) y los sentidos; y hablo, aquí y ahora, de un nuevo ser humano capaz de asomarse (quién sabe si tomado de la mano) a esa nueva realidad (verdad) evolucionando a ella, y entenderla no solo a través de instrumentos, sino y sobre todo, por medio de sus propios sentidos: experiencia (y consciencia). Evitando juicios de razón (llevando a cabo ideas), en tanto aquellas consecuencias, que de nuestros actos irracionales y egoístas, luego se devienen.
La cuestión, por tanto, sería ahora preguntarnos cuánto falta para el advenimiento de ese nuevo ser: más respetuoso, que sustituya la arcaica conciencia moral por una conciencia más integrada a aquello que pertenece, y sin pensar que aquello le pertenece. Un nuevo humano que entienda que no hay un exterior de lo existente, ni una piel que le separe del este exterior, sino una piel que le conecta a él y a todo lo demás. Donde esa razón ecológica — hoy tan necesaria por el modo de proceder de las personas —sea ya innecesaria, gracias a una nueva conciencia integrada y que por fin entienda, que "como un inmortal poder, todas las cosas cercanas y lejanas, ocultamente están ligadas entre sí, de modo que no puedes arrancar una flor, sin perturbar a las estrellas" (F. Thompson). Y sin embargo, pienso: ¿Cómo lo haremos? Y luego, yo mismo me respondo: si quizá... ya esté todo ocurriendo.
Luego en relación con la importancia y necesidad de cambio de paradigma dada una nueva realidad, esta se entiende al observar que pasaría, si la naturaleza, las estrellas y todo el universo — en lugar de entender ese todo como algo inerte, tal y como hasta ahora pensamos y entendemos— fuese un todo, no diré orgánico, por cuanto conlleva la expresión, pero consciente y conectado entre sí, y del que formamos parte integrada, aunque algunos se empeñen en mantenernos separados; y donde nuestra mente y consciencia jugasen un papel más allá del que hasta ahora entendemos y percibimos: donde nuestro trato con la luz (y el espacio) sea distinto, siendo más que la luz y por lo tanto radicalmente distinto, a como hasta ahora hemos percibido y entendido, relacionándonos con ella (no especularé). ¿Cómo sería esta nueva realidad? ¿Cómo veríamos el mundo y la realidad, las estrellas y el mismo universo? lo cierto es que me sobrepasa, lo reconozco, pero y a la vez reconozco, sobrepasado que sencillamente, esta nueva realidad se instauraría...
.Hacia una nueva era—Las disciplinas científicas emergentes: la física cuántica, y las neurociencias nos llevan hoy a pensar, que aquel paradigma donde nuestra mente — a través de la luz—interacciona con la materia sería mucho más idóneo para poder explicar aquellos mismos fenómenos emergentes. En relación con este auténtico y nuevo paradigma posible Del todo, y que considera algo como un todo: sería aquel (neo paradigma) que tomaría dentro de un enfoque transversal un conjunto de conceptos que de manera holística, identifiquen fenómenos particulares y subjetivos (incluso no probados empíricamente) de interés para una disciplina concreta (la física, por ejemplo) que, sin embargo, la ciencia aceptaría como potencia, así como las proposiciones que afirman las relaciones entre estos fenómenos, incorporando para ello aportes de aquellos modelos (paradigmas) más relevantes, y abriendo nuevos espacios para acceder, asomándose, a un nuevo conocimiento-experiencia a través de aquellas situaciones, que igualmente permitan explorar las diferentes variables posibles, así como hallar las pruebas de los mismos en el comportamiento de algunos individuos.
Desde unas nuevas perspectivas cósmicas— Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. La vida de una sola persona, aunque estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para investigar una materia tan vasta... Por lo tanto este conocimiento sólo se podrá desarrollar a lo largo de sucesivas edades. Llegará una época en la que nuestros descendientes se asombraron de que ignoramos cosas que para ellos son tan claras... Muchos son los descubrimientos reservados para las épocas futuras, cuando se haya borrado el recuerdo de nosotros. Nuestro universo sería una cosa muy limitada si no ofreciera a cada época algo que investigar... La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre. Séneca, Cuestiones naturales, Libro 7, siglo primero
Actualmente, sobre todo en el último siglo, las personas hemos descubierto un método eficaz y elegante de explicarnos a nosotros (esto no es comprender) con más acierto universo y aquello que acontece en él: un método llamado ciencia, método, pero, que como otras formas anteriormente no solo da una explicación sesgada, sino que también mantienen entre sus filas Brujos y Papas; pues, ni siquiera la ciencia está a salvaguarda del factor humano (los intereses propios y personales / y de la razón subjetiva), a la hora de interpretar sus observaciones y resultados. Sin embargo, esta nueva ciencia nos ha revelado por sus métodos, cosas hasta ahora inimaginables: un vasto universo tan antiguo y violento, donde, en perspectiva, los asuntos humanos parecen ridículos y de escaso interés.
Con los años, y los siglos, el hombre se ha ido alejando cada vez más de la naturaleza y el Cosmos, hasta parecernos este último: el Cosmos, algo remoto y sin consecuencias para nuestras preocupaciones diarias. Pero esa ciencia —la misma que a unos los aleja de la naturaleza y la realidad manteniéndolos pegados a las pantallas de los móviles hacia meta universos— nos ha descubierto, no solo que el universo tiene una magnitud que inspira vértigo, éxtasis e incluso terror y que hay, todavía más allá de lo que vemos: sino, que igualmente, nosotros formamos parte de este en un sentido real y profundo; que, no solo nacimos y evolucionamos en él, si no, que el futuro y destino de la especie depende, estando íntimamente ligado a este (por la consciencia): estando, incluso los acontecimientos humanos más básicos y las cosas más triviales en apariencia, conectados íntimamente con el universo y sus orígenes.
Es primordial, por tanto, para nuestra subsistencia y supervivencia, que comprendamos este universo por los medios dados, y no siempre tomados a nuestro alcance, y que hoy, no solo son Ciencia & Razón; y, sin olvidar que la ciencia, en esencia, solo aporta datos e información de la observación o experimento, siendo, luego y en definitiva la razón —subjetiva, e íntimamente ligada a nuestro grado de evolución y consciencia actual de la realidad— la que interpretará los datos, casi siempre, cayendo del lado de los interesas propios (razón subjetiva) por falta de una razón objetiva que vele por esos objetivos universales de la humanidad (mas allá del individuo) como especie. Que todo aquello que obtengamos y reduzcamos a certeza hoy, no será más que una verdad relativa —cuando no sesgada— de una realidad que no alcanzamos a ver ni entender por completo: certezas, que mañana (debido a una mayor autoconsciencia) serán derrumbadas como un castillo de naipes, por otras más acertadas, en la medida que vayamos adquiriendo, con el tiempo y, por medio de la evolución de la consciencia/ no de la ciencia o la tecnología, nuevos grados mayores, precisamente de conciencia. Y es a partir de este mismo momento, y sea cual fuere el camino que tomemos en el futuro, nuestro destino estará ligado indisolublemente a nuestra capacidad de discernir y admitir —más allá de nuestras certezas— nuestra propia ignorancia, nuestro desconocimiento en tanto a esa realidad hoy inalcanzable en absolutos a nuestra razón, que nos disponemos a descubrir, recorriendo esta paso a paso. "Lo conocido es finito, lo desconocido infinito; desde el punto de vista intelectual estamos en una pequeña isla en medio de un océano ¡limitable de inexplicabilidad. Nuestra tarea, en cada generación es recuperar algo más de tierra". T. H. HUXLEY, 1887
Sobre el conocimiento— El ser humano lleva toda su existencia sobre la Tierra huyendo de la ignorancia. Una ignorancia que le hace sentir ignorante de su propio ser y destino. Abriéndose una fisura, creando una tensión permanente, entre ese hombre que busca el saber de las cosas, y lo desconocido, que a decir verdad, es casi todo. El hombre trata, en un esfuerzo vano de acercarse a lo desconocido, busca saber de las cosas, entenderlas, reduciendo así los límites de su ignorancia. Para ello, a lo largo de la historia ha utilizado, desde mitos, leyendas y dioses, hasta símbolos y, últimamente a través de la ciencia: fórmulas, tesis, hipótesis, modelos y esquemas. Nos cabe preguntarnos ahora —en tercera persona— ¿Qué le empuja a ello? Como si no fuese con nosotros el problema. Es más, precisamente en nosotros encontramos ya algunas respuestas, acerca de ese profundo malestar: un malestar que no le permite ser feliz, ni siendo ignorante.
Es un hecho innegable: que comprender la razón de las cosas, aunque sea de forma vaga, y por nuestros propios medios o posibilidades — en tanto a como estas “cosas” o “entes” a nosotros se nos representan y las entendemos— ha llevado a dotarnos de valiosos mecanismos, por los cuales, comprobamos, se premia al individuo con emociones agradables, recompensando, en este ese entendimiento; e, igualmente, castigando con malestar la ignorancia y rencor al ignorante. Pues, es más fácil para el individuo vivir a la luz del mundo y en el conocimiento de las cosas, que hacerlo a la sombra de esa realidad y su oscurantismo. Sin embargo, para ello, para salvar esa distancia entre nosotros y el desconocimiento: de no saber casi nada de lo que somos y lo que nos rodea; (nosotros) el hombre, ha tratado desesperadamente de crear certidumbres que, aunque muchas veces falsas, pudieran servir de soporte virtual a su vida. Certidumbres estas, que periódicamente a lo largo de la historia has sido ridiculizadas, señalando a los defensores de aquellas “certezas”: de la centralidad de la Tierra, de la aparición “espontánea” de la inteligencia, la superioridad de la raza, e incluso de una visión mecanicista de la realidad… y, aun así, frente al riesgo a hacer de nuevo el ridículo frente a sus semejantes, el hombre: las personas, siguen apostando por tener certidumbres. No obstante, y aunque se rodeen esas certidumbres de misterio, ritos o sacralidad, religiosa o científica, la realidad y el paso del tiempo, oportunamente y de forma impasible, se ocupa de poner en cuestión todo supuesto conocimiento: “nuestra vida vive siempre de una interpretación del universo y que, en consecuencia, toda crisis supone desprenderse de esa ubre que amamanta nuestra vida” —Ortega y G. palabras muy expresivas del propio ortega, que invitan a disponernos a aceptar otra perspectiva vital, y a ver en consecuencia otras cosas ateniéndonos a ellas. Pues la Ciencia no es gradual y acumulativa, lineal; sino que viene en ocasiones a ser arrollada por una serie de grandes cambios; cambios, a veces drásticos de "paradigma".
De Las grandes revoluciones o grandes cambios, decía P Davis, tienden a asociarse con las grandes reestructuraciones de las perspectivas humanas (Davis, por supuesto, refería revoluciones tecnológicas y científicas). Copérnico, Darwin o el mismo Einstein son ejemplo de ello: nada de lo que argumentaron aquellos genios estuvo fuera del entendimiento de sus semejantes, que a poco de formación académica —aunque no estuviesen familiarizados con los estudios— entendieron, sino de forma compleja, si de forma general lo que aquellos genios con sus ideas les querían decir —no tanto quizá quiso citar las ecuaciones en el caso de Einstein—. Y ello es debido a que las personas, por ejemplo, en occidente, todas compartimos —aunque habrá excepciones— no solo la cultura, la capacidad intelectual y la formación, sino igualmente la percepción (los sentidos) y, por tanto, igualmente compartimos nuestra representación del mundo material. Razón por la cual, el razonamiento de cualquier persona formada intelectualmente, es capaz de acceder a los pensamientos y representaciones de aquellos singulares científicos, entendiendo —al menos generalmente—qué nos querían decir.
Sin embargo, durante el primer cuarto del siglo pasado, y prácticamente a la vez que Einstein desarrollaba su teoría de la relatividad y relatividad general —a vez que una nueva física que permitiría un mejor entendimiento del macrocosmos— de otro lado y casi al mismo tiempo, se desarrollaba otro nuevo concepto de la física revolucionario, un concepto que vendría a reformular los aspectos básicos de la realidad, enfocándose esta de un modo nuevo, distinto e inesperado, más próximo al misticismo que al materialismo. Hoy todos, aunque sea de un modo simple, creemos entender aquello que es la realidad: todos tenemos una idea de ella. Sin embargo, y no se asombren: la teoría cuántica (probada y demostrada en muchos de sus aspectos) está fuera de todo entendimiento y razonamiento al común de los mortales, siendo accesible solo a muy pocas personas. Ni siquiera aquellos con amplia formación científica en otros campos, y que pretenden afirmar entenderla, tiene luego ni siquiera una idea de lo que aquellas ecuaciones representan, implican o proponen. Pues hablamos de una realidad de Alicia en el país de las maravillas cuanto menos, y ajena por completo a nuestros sentidos (y, por tanto), hablamos de una realidad a la que no tenemos acceso (y, por tanto) que ni entendemos ni comprendemos por más vueltas que le demos, o explicaciones que nos vendan: en esencia su sentido está oculto ( incluso a los que lo observan), pues precisamente nuestros sentidos y percepción del mundo y la realidad, primero, y después nuestra capacidad de intelecto, e inteligencia y percepción no están a la altura que se precisa para acceder a esa realidad, en tanto refiero: entenderla. Y Tanto es así, que los físicos que trabajan en ella, en sus ecuaciones, la aceptan dentro de sus laboratorios, pero la rechazan fuera de ellos: en su vida cotidiana y mientras están con sus familias y amigos. No hablan siquiera de ella, más allá de las paredes y pizarras de sus laboratorios, teorizando sobre sus consecuencias en la realidad... y hacen bien, créanme, pues los tomaríamos por locos: más locos incluso que a aquellos que dicen ver marcianitos verdes sobre tapacubos de 5m de diámetros. De hecho, no creeríamos nada de lo que nos dijesen en relación con las implicaciones que tienen en la realidad dichas ecuaciones, por cierto correctas, y tanto es así, que incluso Einstein, primero bastante incrédulo y rechazándola (recordemos aquella frase: dios no juega a los dados) terminó después por aceptarla. Pero de esta nueva aventura física y aceleradores de partículas, un filósofo (perdón) o mejor digamos un pensador cualquiera, que levante la cabeza de sus propia cosas e intereses, y no importa si ajeno a esta nueva física o familiarizado amplia o vagamente con ella, y sus ecuaciones, de inmediato advierte un problema o, lo que podríamos llamar: el problema.
Desde la naturaleza del Hombre, y el hombre como problema ¿Cuál es el problema? En el momento en que nos preguntamos “cuál es el problema”, no hacemos otra cosa que reconocer la existencia de este en la propia pregunta: “Hay un problema”. Pero la pregunta, no solo prueba la existencia del problema, sino que igualmente no reconoce aquel. Luego si preguntamos a cualquier persona anónima cuál es el problema, con toda seguridad remitirán los propios: problemas que —y todos podemos comprobarlo— nunca terminan sean unos u otros y, que por naturaleza de la propia especie, irremediablemente, se proyectan como una pesadilla metafísica hacia todos los ámbitos de la existencia humana: política, educación, convivencia… Problema, que de forma paradójica, aún con todos avances en tecnología, salud y bienestar social no parecen solucionarse: el problema es antiguo como el hombre; y casi podríamos afirmar, no que el hombre tenga un problema sino que el mismo sea el problema; sumado esto, a que cada época deviene ya concretada por un campo de problematicidad, que es indisociable del campo de la racionalidad, existiendo un permanente desfase entre lo que el hombre es —y como se entiende a sí mismo en cada momento— y lo que luego se exige, y le exige la complejidad real de cada época (necesidad y contingencia). En relación a otras épocas, y generalizando, lo que cambia es el grado de lucidez de las personas, en tanto son capaces de reconocerse (lo que son) y luego de reconocer: todo lo demás.
En su emancipación (o intento ilustrado de emancipación de la naturaleza) el hombre participa, aun hoy (e implica con ello en su decisión) el destino del mundo que lo circunda y al que “domina” (o cree dominar en su ignorancia). Luego este dominio —o errar de la razón—, sobre la naturaleza incluye, en este caso sí: el dominio igualmente del hombre sobre otros hombres. Todo sujeto (individuo instrumentalizado y funcional dentro de la sociedad) debe tomar parte en el sojuzgamiento (dominio con violencia / negación de la naturaleza (mundo natural). Y a fin de realizar y conseguir esto, debe subyugar a la propia naturaleza igualmente dentro de sí mismo (controlar y someter los propios instintos); algo que solo será posible “al interiorizarlo" en un amor por (el deseo de control y poder), que son los medios (sociales) hacia lo que comúnmente se define como meta: la felicidad del individuo, representada esta en la salud y la riqueza, entendidas estas siempre, en su posibilidad funcional dentro de la sociedad. Siendo igualmente estas las condiciones favorables para la producción: intelectual y o material de unos y otros. Sin embargo: muchas de estas personas “felices” con poder “y con buenos médicos” y “riquezas” son las más inútiles (en el medio natural) y débiles frente a la naturaleza (alergias e intolerancia el calor o a las exigencias físicas en el medio natural: en sierras y montes al sol en verano o bajo la lluvia en invierno) que he podido conocer, y reconocer por un tiempo incluso en mi mismo: (como inútiles en el medio natural / en el que deben ser guiados, y del que de algún modo se les debe proteger). Esto lo entendemos hoy todos cuando vemos cuando al (excursionista / aventurero) le llevan la mochila y le dan de comer; o que para ver una pinturas rupestres en una sierra a una altura de no más de 550 metros y un desnivel de 200m se tenga que adecuar el acceso, cementándolo (a tipo de vía romana), para que esas personas sanas y felices (tanto jóvenes como de mediana edad) puedan recorrer una cuesta de no más de 15 minutos andando, sin que les dé un joenco, o se partan el culo al resbalar. Pero si queremos un ejemplo más claro de la del hombre civilizado (poderoso, sano y feliz), frente a la naturaleza silvestre y su indefensión al punto, de dirigirse hacia la luz (como una mosca al fluorescente) e incapaz de reconocer las sombras de aquella misma luz, hacia la que se dirige, este es el caso de Michael Rockefeller, desaparecido en las frondosas selvas de la costa sur de Nueva Guinea (al marcharse por su cuenta para estudiar una tribu) y que habría sido devorado por los caníbales, pudiendo formar parte de un ciclo de venganza "ojo por ojo” en un ciclo de represalias iniciado por una patrulla holandesa que asesino a unos indígenas). Caso parecido seria el del turista mordido por una víbora (Bothrops) arborícola, cuando este se acerca a fotografiar una flor llamativa, sin observar lo que le observa unos centímetros más arriba.
Semejante renuncia (a la propia naturaleza de los hombres, por si mismos) no solo nos lleva (consecuencias) a la indefensión y desconocimiento del medio (del que venimos y al que pertenecemos: no tenemos otro), sino que produce a la vez una racionalidad (irracional) respecto a los medios utilizados (cuando el humano es cosificado y utilizado como medio para los fines de otros humanos: esclavo del trabajo, fuerza de trabajo), e irracionalidad igualmente respecto al existir humano (enajenado de aquella su naturaleza y ser (de su lugar): apareciendo como un extraño en sí mismo, irreconocible a la naturaleza y al mundo al que pertenece), pero luego “reconocidos” de la sociedad y sus instituciones de las que llevan su sello (en tanto observamos en los individuos) esta discrepancia (lucha constante entre el ser y el no ser del hombre, como hombre (de alma paleolítica), contra sí mismo (contra el hombre/ producto del neolítico) hoy enfrentado a naturaleza de la que forma parte natural, pero de la que se excluye para después someterla: hacia su propio bienestar).Y cuya consecuencias, de tal despropósito, no es un trascender la naturaleza y menos aún una reconciliación con ella, sino la opresión manifiesta (en una angustia que no reconocemos como tal) de nuestra propia naturaleza (al haber sido despojados de esta), y que se muestra evidente; sobre todo, cuando al salir al campo nos distraemos y despistamos, sintiéndonos “perdidos” en ese lugar al que fuimos a encontrarnos). Recordando las palabras de Ignacio Martínez Mendizábal (Paleontólogo, Doctor en Biología y autor de numerosos artículos en las más prestigiosas revistas científicas del mundo) este vino a decir algo así: lo que la naturaleza ha hecho con nosotros a lo largo de miles de años, ha sido construir un ser dotado de alma paleolítica (mas instintiva), que de pronto se ha visto inmerso en el mundo del neolítico —el mundo de los organigramas (la moral, las leyes, etc...)— donde te enfrentas a lo que no existe (a las ideas y no a las cosas). En definitiva, lo que nos dice Ignacio, es que somos un alma paleolítica que vive, cuando no sobrevive, en el nuevo mundo neolítico, y que abandonando su sistema anterior, hoy sólo sabe comunicarse a través de símbolos formalizados (pero) que le son insuficientes, necesitando más códigos y canales (quizá aquellos de antaño). Y lo que es más grave: no advirtiendo la inmensa riqueza informacional (latente) existente en el medio ambiente, en las contradicciones, en el ruido, en los antagonismos que se buscan... ignorando el privilegio que supondría esta nueva comunicación formalizada, llevada de otra forma: digamos a la manera antigua; siendo incapaz de encontrar aquella música de fondo, capaz de acompasar la vida de otro modo: más paleolítico (natural) y menos crítico y añejo.
La expresión (escrita o hablada) se ha convertido igualmente en un instrumento usado por técnicos al servicio de la industria. Quien pretenda (escribir) ser escritor (o locutor) puede inscribirse en determinado colegio y aprender las numerosas combinaciones que pueden ser elaboradas de acuerdo con una lista de Posibilidades permitidas (de expresión). Antaño la aspiración del arte, la literatura y la filosofía consistía en expresar el sentido de las cosas y de la vida, en ser la voz de todo lo que es mudo, en prestar a la naturaleza un órgano para comunicar sus padecimientos o, como podríamos decir, en dar a la realidad su verdadero nombre. Sin embargo, en la edad de la razón formalizada se ha aniquilado la relación entre el hombre y la naturaleza que se ve privada de su lenguaje hacia las personas (por medio de nuestra consciencia de esta) y de las cosas (seres) que son frente a nosotros y podemos reconocer. De un lado, naturaleza se ha visto desprovista de todo sentido o valor interno para nosotros. No perdemos nuestro tiempo útil en visitarla y admirarla / le destinamos el tiempo que nos sobra, y las más de las veces para destrozarla. Por el otro, al hombre le quitaron todas las metas salvo la de auto conservación. El hombre intenta convertir todo lo que está a su alcance en un medio para ese fin (incluso a la misma naturaleza). Y, en medio de todo este desconcierto, cuando el hombre aún no ha salido por completo de las sombras ya quiere dominar la materia (sin entender la luz) con un escaso conocimiento y sentido de la propia realidad, pretendiendo acceder a esa otra, que no solo no percibimos, sino ignorando las consecuencias finales, de pretender de entrar a ésta a martillazos (CERN).
Por supuesto, existe una resistencia a causa de esta opresión. Pero Toda palabra, sentencia o acto que tenga otras implicaciones que la pragmática resulta sospechosa. Cuando a un hombre se le sugiere que admire una cosa, que respete un sentimiento o una actitud, que ame a una persona, animal o planta por ella misma, esto se le hace sospechoso de sentimentalismo y teme que pueden burlarse de él o tratar de venderle algo. Durante su larga historia el hombre ha alcanzado a veces un grado tal de libertad respecto a la presión inmediata de la naturaleza, que pudo ponerse a reflexionar sobre la naturaleza y la realidad, sin hacer con ello planes directos o indirectos para su auto conservación. Estas formas relativamente independientes del pensar que Aristóteles describe como contemplación, se cultivaban sobre todo en la filosofía. Entonces La filosofía aspiraba a una intelección que no había de servir a cálculos utilitarios, sino que debía estimular la comprensión de la naturaleza en sí y para sí. (...)
Pero hoy la indiferencia frente a la naturaleza constituye solo una variante de la actitud pragmática, que es típica de la civilización occidental en su totalidad, donde las formas son diferentes. El primitivo cazador de nutrias norteamericano veía en las llanuras o en las montañas únicamente la perspectiva de una buena caza; el hombre de negocios moderno ve en el paisaje una oportunidad favorable para la colocación de letreros de propaganda de cigarrillos, y los animales son considerados en este caso simplemente como obstáculo de tránsito. Esta representación del hombre como amo se remonta hasta los primeros capítulos del Génesis. Los pocos mandamientos que se encuentran en la Biblia en favor de los animales han sido interpretados por los pensadores religiosos más eminentes, como Pablo, Tomás de Aquino y Lutero, pero de modo tal que únicamente afectan la educación moral del hombre y no se refieren en absoluto a alguna obligación del hombre para con las demás criaturas. Sólo el alma del hombre puede salvarse; los animales únicamente tienen el derecho de sufrir. (...). En la metafísica tradicional (y teología) la naturaleza se concebía, en un sentido amplio como lo malo, y lo espiritual o lo sobrenatural como lo bueno.
En el darwinismo popular, lo bueno es lo (reconocido) bien adaptado y el valor de aquello a lo cual el organismo se adapta no se discute o se lo mide únicamente según la pauta de una adaptación subsiguiente. Luego, esto extrapolado se traduce en la sociedad: Estar bien adaptado “al medio” equivale sin embargo a estar en condiciones de poder enfrentarlo con éxito, de dominar las fuerzas que rodean a uno (tal como está implícita incluso en la enseñanza sobre las diversas formas de la vida orgánica, comprendido el hombre- significa en la práctica a menudo adherirse al principio del dominio constante y extremo del hombre sobre la naturaleza.
Luego considerar a la razón como un organismo natural (emancipado y adaptado) y reconocernos “racionales” no significa despojarla de la tendencia al dominio, ni le presta tampoco mayores posibilidades de reconciliarse con la naturaleza: pero como anticipaba krisnamurty, estar adaptado, siendo educado, estando considerado en una sociedad como la nuestra: enferma —con toda su miseria, brutalidad y conflictos— formando parte ella es, igualmente, estar enfermo. Pero además, es estar predispuesto a abandonarse por completo a su aviesa moral los unos y, sometidos a sus políticas y engaños los otros. Todo habrá de resumirse en servir; servir de un modo u otro al renovado Leviatán —el mismo que nos obliga y desangra— sea a través de consumismo, la dilapidación y codicia; o bien, ardiendo en la condenación de la servidumbre: esclavizados los unos por los otros, y lentamente consumidos, día tras otro por burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias gubernamentales, calificadoras, de crédito y, por todo aquello que en sí mismo consiente, se arrastra y presta alimentando, la falacia que perpetúa la angustia de esta terrible infamia. Crisis dicen: no hay crisis, sino en la conciencia, cuando esta ya no puede aceptar unas normas, aquellas mismas que en el pasado le dieron contingencia, y que únicamente sirven a los impulsos materiales de las personas: a intereses individuales que se tornarán siempre en contra de los otros —un problema que surge con los deseos y la naturaleza misma del hombre— generando así este conflicto, eterno, únicamente en el fin de acumular poder y riquezas. Una falacia dentro de otra falacia es... "una verdad". Luego, imponer esa verdad que está, sustentada en una falacia que está, dentro de otra es... "una infamia"
Las doctrinas que exaltan la naturaleza o el primitivismo a costa del espíritu, no favorecen la reconciliación con la naturaleza; por el contrario, expresan enfáticamente frialdad y ceguera frente a la naturaleza. Cada vez que hace deliberadamente de la naturaleza su principio, el hombre cumple una regresión hacia instintos primitivos. Los niños son crueles en sus reacciones miméticas, porque no comprenden realmente los sufrimientos de la naturaleza. Casi como los animales, se tratan a menudo mutuamente con frialdad y despreocupación, y sabemos que incluso las bestias gregarias se aíslan cuando están juntas, aunque el aislamiento individual puede comprobarse con mucha mayor frecuencia entre animales que no conviven y en grupos de animales de diversa especie. Sin embargo, todo esto ofrece hasta cierto punto un aspecto de inocencia. Los animales no piensan racionalmente y, en cierto sentido, tampoco los niños. Pero cuando los filósofos y los políticos renuncian a la razón, al capitular ante la realidad se produce una forma mucho más grave de regresión, que culmina en forma inevitable en una confusión entre verdad filosófica y auto conservación despiadada y guerra.
Para bien y para mal (afirma hockenheimer) somos los herederos de la Ilustración (y del progreso técnico: el era alemán). Bien, yo renuncio a mi herencia (caso de tenerla) de la ilustración alemana y a al absurdo idealismo de Kant (y a su filosofía mediante ideas, a favor de una filosofía de la realidad: observando y viviendo la realidad y reaccionando a esta por la propia experiencia). Observar la naturaleza, respetarla, no es una regresión a etapas primitivas de la humanidad, sin embargo, reconsiderar la ilustración es un paliativo (que no soluciona y más nos retrasa) frente a crisis permanente que han provocado la razón iluminista. El único modo de socorrer a la naturaleza no consiste en liberar de sus cadenas a su aparente adversario (es reconocernos nosotros de esa misma naturaleza a la que sometemos y aniquilamos).
El nuevo Ser (humano) hacia lo propio y de lo Humano La cuestión ahora sería ¿Cuánto falta para el advenimiento de ese nuevo ser humano? Un ser humano que haya sustituido la conciencia moral por una conciencia más universal. «A menudo he planteado la hipótesis de que en el último término la física no precisará un enunciado matemático, que al final se revelará el mecanismo, y que las leyes resultaron ser sencillas, como el tablero de ajedrez con todas sus complejidades aparentes» Richard P. Feynman (1918-1988)
Pensemos ahora en aquel humano que mostrase una percepción distinta de la realidad. Los científicos se basan en una serie de hallazgos recientes sobre la biología de la visión del color. Sabemos que hay quienes ven más colores, pero desconocemos si ven más allá de los colores: por ejemplo algunos tipos de radiación. Por tanto hablaríamos de una recepción (sin más notas) y propiciada a algún fin por (instrucciones – código), y nunca aleatorio. De este modo, El sistema nervioso, el circuito neuronal, debería adaptarse, tomarían su tiempo a unas nuevas capacidades, y en generar igualmente nuevas conexiones, luego discriminar e interpretar y registrar correctamente las impresiones para disfrutar/ probar de una experiencia visual y sensorial diferente, seguramente más rica, completa y compleja que la común de todos nosotros. Sin embargo, y al tratarse de representaciones de una realidad subjetiva: algo, que solo percibe (en principio entiendo) quien lo ve —científicamente indemostrable—,a primera vista no parecería tener ninguna utilidad mas allá (en tanto a más colores) si no eres un pintor, y tienes más clientes como tú que aprecien el detalle, en lo que aparentemente el resto de personas no encontrarán ninguna diferencia o utilidad. Posiblemente de hablar con alguien al respecto este le aconsejaría ir al médico, y su médico lo enviará al oftalmólogo, que al explorar y comprobar, de haberlas, las sutiles o importantes alteraciones en los ojos (de ser perceptibles), determinaría que todo podría tratarse como un trastorno, no sería la primera vez: término con el que las personas nombran algo, cuando no lo entienden útil a las necesidades del individuo, en la sociedad: una sociedad por cierto, chata, enferma y miope. Frente a aquel diagnóstico tan ingenuo, posiblemente esta persona no hablaría del total de las percepciones, y todo quedará en saber que ve muchos colores para los demás (científicos: como así ocurre), además luego de cargar con el estigma de una alteración o mutación genética, con las consecuencias sociales que ese nombre implica.
Pero es que un académico, sentado en su sillón de cuero, de aquellos que además consideran buenas la mutaciones, teniendo la teoría de la evolución como correcta, paradójicamente, no vería un ojo más evolucionado que el suyo, así lo encontrase en una caja de regalo y con una nota explícita en siete idiomas, luces de colores…y un audio repetido en bucle que afirmara: "este ojo es diferente y mejor que el tuyo”. Para una existencia útil de la ciencia es necesario, cabezas que no acepten que la naturaleza debe seguir ciertas condiciones preconcebidas.” R. Feynman. Lamentablemente, y esto es un hecho, la ciencia, los laboratorios y los científicos que trabajan en ellos, no buscan ni trabajan en observar mejoras físicas en las personas (algún tipo de evolución) que perfeccionen la condición natural de estas, ni por lo tanto promoviendo formas de vivir que animen a cambios profundos en la naturaleza de las mismas personas. Si no, que como consecuencia de un capitalismo asfixiante, el amor al dinero, el reconocimiento social, y la presión de farmacéuticas, así como el control que ejerce en el medio social, trabajan en mejoras físicas, sino en mejoras tecnológicas que mejoren artificialmente la condición física y la vida de las personas. La ciencia, aportándonos tanto y siendo indispensable para nuestra vida y nuestro pensamiento, nos es, en cierto sentido, más extraña que la filosofía. Cumple un fin más objetivo, es decir, más fuera de nosotros: es en el fondo, cosa de economía. M. de Unamuno.
La ciencia nos puede aliviar, ayudándonos y transportarnos de un lugar u otro de la ciudad, o la tierra, incluso nos puede ayudar viajar a la luna (viajar), pero la ciencia no nos llevará a ninguna parte como especie, y eso es seguro. Pues una especie que teme al sol (ni reconoce a sus semejantes, otras especies, en la tierra), esta incapacitada para mirar a las estrellas. Una especie que mira a través (detrás) de objetos o instrumentos escondiéndose, como quien encubre y barrunta una oculta voluntad, huyendo de ser mirado a los ojos por aquello mismo que él mira, es una especie enferma y cobarde, que jamás alcanzará nada por sí misma. No, si no se da una revolución —evolución— mental y física, en esa dirección, por encima de cualquier avance tecnológico. Nadie va a ir a ningún sitio fuera de este planeta, al contrario, creo que en poco tiempo muchos estaremos (perdón) estarán dentro de esa otra realidad: esa realidad, donde mórbidos, y en el sillón de casa, navegamos con gafas absurdas hacia la privación sensorial voluntaria y un paradigma, en el que habrá personas en la tierra que en poco tiempo no reconocerán la realidad frente a sus propios ojos: ni los colores o las formas reales de este mundo.
Las personas vemos cómo se mueven las hojas de un árbol, las olas; sentimos el viento, la lluvia, el calor del fuego, la electricidad del rayo: nuestros sentidos, todos, están adaptados a reconocer la realidad dentro de las particularidades físicas que se dan en la tierra, donde hemos evolucionado a la par que ella y el medio ambiente en el que nos desenvolvemos. Sin embargo, ahora, cuando nos aislamos cada vez más de la propia tierra, y casi no la soportamos, pretendemos salir a otro medio: el espacio, más ajeno y violento. Pretendemos viajar a las estrellas, cuando si miramos en la profundidad de la noche, solo vemos oscuridad y nada más. Es cierto que los aparatos tecnológicos detectan otras cosas, pero se trata de que si el cuerpo físico, los sentidos no detectan nada es porque ese medio nos es del todo ajeno y hostil: no reconociendo en este nada, mucho menos el peligro: como el tipo que penetra la selva por primera vez, y no percibe la víbora entre las hojas. Queremos ir al espacio cuando observamos que no toleramos ni 15 grados más de radiación, expuestos a ella en la tierra, y lo cierto es que cada vez toleramos menos, pues nos escondemos del sol, nos asusta, y en el espacio: todo es radiación. (El sistema de monitorización de la mortalidad diaria por todas las causas (MoMo), elaborado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), estima que en España se han producido algo más de 4.700 muertes relacionadas con el exceso de temperatura entre finales de abril y finales de agosto.(1 sept 2022).
Luego el sol lleva tiempo avisando de cambios, no sabemos si drásticos. ¿Cambio climático? — nos dicen; o cambio de ciclo solar. El Sol atraviesa períodos de gran actividad regularmente, que pueden provocar que vierta al espacio una cantidad de energía superior a la habitual. Actualmente, se encuentra atravesando el ciclo solar 25, una etapa de alta actividad que, según los astrónomos (cuidado), alcanzará su pico máximo a mediados de 2025. Cada una de estas etapas dura habitualmente entre 9 y 13 años, y suelen dar paso a fases caracterizadas por una actividad notablemente menor. Pero lo cierto, es que este ciclo puede encontrarse dentro de un ciclo mayor: de calentamiento e igualmente, de radiación que llega a la tierra; como atestigua (primero) que desde hace 80 años, la temperatura y la radiación que llega a la tierra es significativamente mayor, como advertimos los alpinistas, en los refugios donde vemos fotos del principio y mediados de siglo pasado, o anterior observando el retroceso dramático e imparable de los glaciares, y (segundo) Según este informe que leo del 10 jun 2020, los casos anuales de melanoma, el cáncer de piel con peor pronóstico, aumentaron casi un 50 por ciento en la última década, situándose en 287.723 diagnósticos al año en el mundo. No solo nos aterroriza el sol: ya no soportamos ni las condiciones de nuestro planeta (al habernos aislado progresivamente), y de las que nos tenemos que aislar (ahora obligatoriamente) bajo una sombra o un ungüento cuando se tensan un poco las condiciones, pero queremos viajar a las estrellas. Pero la realidad, la única realidad, es que la gente hoy no mira al cielo con sus ojos, desde hace siglos no lo hace, ni siquiera los científicos: los astrónomos —ellos menos aún— ebrios de tecnología y pájaros en la cabeza. Siendo, el espacio, un entorno extraño y hostil a ojos desnudos del hombre de hoy, no entendiendo o reconociendo nada de lo que hay en él, si no lo ve del otro lado de una lente: nuestros sentidos, cada generación están más atrofiados, no perciben la radiación, la luz o el tejido mismo del espacio (cuando los cruza la luz)... "La tecnología nos salvará" —dicen. La tecnología nos atrofiará y destruirá, y para cuando un humano alcance siguiera a pretender salir del sistema solar, los humanos ya no aguantarán ni 10 minutos en la playa; y que dios ayude a quien pretenda salir..
Pero Max, ya descubrió el desfase existente, entre lo que los hombres piensan, y lo que luego hacen: esa matriz social del autoengaño. M Foucault, escribió: el primer libro de Max (el capital); el nacimiento de la tragedia (Nietzsche); y la interpretación de los sueños (Freud) nos obligaban a interpretarnos a nosotros mismos. Pero la cuestión es... interpretarnos, ¿cómo? Cuando luego resulta entonces aquella paradoja: "donde todo es interpretación ya no hay nada que interpretar" — (Paniker). Si bien, como apunta el filósofo: esta Nada (surgida) es justamente lo que ahora más nos importa, y nos debe importar, pues esta Nada permite dar un paso más en el arriesgado proceso de la lucidez (encerrados en la consciencia de nuestros límites: nuestros límites estallan). Alcanzamos una consciencia pos-crítica. Y de ahí, luego como una supernova cabe estallar: en una apertura hacia la experiencia pura. Seamos coherentes: la humanidad no va camino de alcanzar las estrellas; no va camino del tránsito hacia un ser humano-espacial: esta humanidad, no va a ningún sitio, a ninguna parte, si no nos movemos.
Nuestras mentes, cuerpos y sentidos evolucionan ahora dentro de medio artificial (social de no exposición ( ni al medio ni a los virus) / medio anti-evolutivo), de ahí la necesidad de tanta tecnología y el autoengaño consentido y promovido de que esta tecnología servirá a la conquista de las estrellas, y eliminación de nuestros males, cuando de facto, sirve para tenernos atados en los sillones, propiciando aquellos males, que ella luego soluciona (catarros que casi matan (por aislamiento y falta de exposición al medio natural); pues nos encontramos dentro de un sistema artificial y complejo de producción y consumo ( instrumentalizado), una maquinaria social —que manipula hasta lo inimaginable estímulos irracionales de nuestra mente— de la que somos parte importante y esencial de su engranaje productivo.
Nadie, irá a ningún lugar, créanme, al menos, a ningún lugar donde no llegue el wifi, Netflix, aire acondicionado y haya un Mc. Donald o un Burriquin no demasiado lejos. Luego, la ingenuidad que muestra algunos astrónomos al mirar a través de un telescopio o hablar de la conquista del espacio, es solo es comparable a la mía cuando de niño, creía en los reyes magos. Y, lo más curioso: mientras tanto, los físicos callan, y lo hacen para no hacer llorar a los niños, del mismo modo como un padre no diría a sus hijos que Papá Noel no existe; o, que todo lo que ven y creen cambiará, así como su entendimiento, con tan solo un leve cambio en la percepción de la realidad, que les está siendo amputada. Cuando esto suceda: si no está sucediendo ya.
El sentido de la vida (en general) o o mejor y antes hacia hallar el sentido de la propia vida — No sé cuántas veces he escuchado la pregunta: legítima en todo caso, pues la curiosidad es innata de las personas, como innato en las personas lo es también, por ser personas, la estupidez: esta última como el infinito, radiante y en todas direcciones y sin encontrar sus propios límites. Mi pregunta, a quienes aventuran alguna respuesta compleja a la cuestión, sería: cómo se puede dar sentido a algo, explicarlo por entero, sin encontrar antes el sentido a aquello que lo contiene. Pues, cualquier respuesta al contenido, consecuencia, sin responder antes a la cuestión del continente (aquello que la causa o contiene) sería una visión particular y sesgada: subjetiva. Sin valor alguno en términos absolutos, aunque exista siempre quién encuentre valor práctico: circunstancial y relativo en la respuesta dentro de un ámbito circunscrito: algo así, como explicar la leche a un niño, sin explicarle, o este entendiese antes qué es la vaca. Una respuesta en todo caso y justificada únicamente en el hecho en servir a algún tipo utilitarismo (social), a veces prosaico y ramplón, propio más de un vendedor de ungüentos que de un investigador o científico. Una respuesta, en todo caso, que nos hunde y ancla aún más en la oscuridad en la que vivimos, al invitarnos a no seguir nuestro camino, nuestra búsqueda de una verdad: la revelación de esta.
«Es una gran aventura contemplar el universo más allá del hombre, pensar en lo que significa sin el hombre: como fue durante la mayor parte de su larga historia, y cómo es en la gran mayoría de lugares, cuando se alcanza finalmente esta opinión , o visión objetiva, y se aprecia el misterio y la majestad de la materia, volver entonces el ojo objetivo de nuevo al hombre considerado como materia, ver la vida como parte del misterio universal de la mayor profundidad, es sentir una experiencia que rara vez se describe. Por lo general termina en risa, placer en la futilidad de intentar comprender. Estas opiniones científicas terminan en asombro y misterio, perdidas en los confines de la incertidumbre, pero parecen ser tan profundas e que la idea de que todo está dispuesto simplemente como un escenario para que Dios contemple la lucha del hombre, por el bien y el mal, parece ser inadecuada y casi absurda.» Richard P. Feynman (1918-1988)
Entonces, al preguntarnos por el sentido de la vida, en el universo, deberíamos preguntarnos primero, por el sentido o razón del universo. Pues Bien ¿tiene algún sentido el universo? quiero decir: Tiene una razón de ser, más allá de ser (pues si una cosa sucede en este —siendo consecuencia o causa— en este caso "la vida", esta será entonces causa primera, que literalmente explicara la existencia de la cosa que la propicia. (No creemos conocer algo si antes no hemos establecido en cada caso el «por qué», lo cual significa captar la causa primera. Aristóteles, Física, II, 3 (Gredos, Madrid 1995, p. 140)).
Así, a partir de lo evidente probable: de lo que vemos, sentimos y por nosotros mismos comprobamos y razonamos, no de lo que sentimos, pensamos o deducimos e interpretamos a partir de otro tipo de sensaciones o creencias —de las matemáticas ni las ecuaciones— deducimos, razonando que: Por supuesto, el universo tiene sentido, de lo contrario no estaríamos haciéndonos esta pregunta. Así pues, la razón (o razón suficiente) del universo —o al menos una de sus razones— sería la vida en sí misma y consecuentemente luego “la consciencia”: prueba de ello "nosotros": una vida consciente. Resultado último esta (?), de una materia en evolución a lo largo de miles de millones de años, dentro de un sistema cambiante, al que llamamos universo. Donde parece lógico, además, que el universo, ahora consciente (entendemos, o entendamos al menos en nosotros) —como consecuencia última—y que pretenda luego de mirarse y observarse con sus propios ojos, explicarse y entenderse por completo a sí mismo. Y sin embargo, sí, parece ya mucho, pero acaso se trata de eso tan solo.
Recordemos cuando antes, muy atrás en el tiempo, en el universo no ocurría nada, era un lugar tranquilo y sin cambios, hasta que todo cambio dramáticamente y el universo — aquel lugar donde no ocurría nada relevante— se tornó cambiante. Surgieron luz, átomos, moléculas, estrellas, planetas, galaxias… evolucionando a todos los niveles, físicos y químicos hasta que algo ocurre: la homeostasis, donde parte de esa materia, de ese universo, decide (diríamos hasta que conscientemente) no seguir el ritmo, y aislarse: surge entonces la membrana: la vida; sin embargo, uno no puede aislarse completamente del entorno —más aún en ese entorno de cambios violentos, viéndose obligado a evolucionar— utilizando entonces su membrana no tanto como aislante, como para estar en contacto (conectarse, a modo digamos de antena, para la recepción de información útil) con el resto y poder adaptarse al entorno cambiante: convirtiéndose (por recepción y añadiendo información) entonces a su sistema experto: un sistema que consume energía y produce información Una información que difiere de las demás, pues es una información de un sistema experto, que aprende, (y recibe información por la misma membrana (antena), y se adapta y diversifica hasta que una parte de esa vida y del universo es consciente de ese proceso. Se diría, así, simplificando, que la vida tenía como objetivo esta finalidad; la consciencia: y que por esta consciencia, yo me lo pueda explicar y explicar que sea, soy consciente de ello. Entender que me alimento para sobrevivir de lo externo, que es información, que luego utilizó para producir información. Que por la membrana, una especie recibe de otra aquello que otra la puede ayudar, eso entiendo. Que solo… no soy nada: si no doy, si no recibo.
Así, es la propia pregunta al cuestionarnos nosotros por el universo, al preguntarse el universo y por sí mismo (a través de nosotros), la que da sentido a la misma pregunta y al universo a la vez. Decir vida y universo es por tanto, decir en esencia lo mismo. Preguntarse por el sentido de lo uno - la vida, es preguntarse igualmente, a la vez que le damos sentido a lo otro - el universo. ¿Por qué una estrella? ¿Por qué un planeta? Nadie se pregunta por el sentido de un planeta, tal; entendemos, es consecuencia de un orden, y de un propósito en el cosmos —orden y propósito que aún no entendemos del todo— como parte de la evolución de la materia, la misma que desemboca en la vida y luego medrará hasta, si se dan las circunstancias favorables, en la consciencia. Y he aquí, donde las preguntas de nuevo equivocan el sentido en tanto al preguntar, por esta maravilla llamada “consciencia”.
Mente , consciencia y cosmos— Es posible, según muestran algunos ensayos y experimentos, que la realidad, o buena parte de ella, no exista: o mejor dicho, no se muestre tal es, si no está siendo observada. Quizá cuestionada, si no le preguntamos, más allá de preguntarnos. Por tanto, podría afirmarse que el observador conecta, y afecta a lo observado, no tanto al observar (pasivamente), sino al preguntarle directamente a realidad. De modo que: "Cuando se mide el comportamiento de una partícula por medio de la observación, se está influyendo sobre su estado natural" pero quizá, al preguntarnos, o preguntar a esa partícula directamente, esta influya igual y directamente sobre el nuestro. Pero, Ay, de lo que guarde nuestro corazón entonces, y abierto a quien observamos. (Quid pro quo) hermano. 'algo a cambio de algo' (intercambio de información: la antena, recuerdan) si afectamos siempre es en dos direcciones: dime qué quieres de mí, y te diré quién eres. Y Eso hemos estado haciendo, en la física, biología, astronomía… diciendo al universo quienes somos… y ahora ¿qué?, hermano. Esta idea no es nueva: en tanto a que el universo es indisociable de la vida mental de los seres que lo habitan.
Recuerdo un artículo de David J. Chalmers —uno de los mayores científicos en su campo, al menos entonces 2001— donde se preguntaba por la consciencia: “La mente consciente, nos dice David J. Chalmers, nos es, a la vez lo más familiar y lo más misterioso del mundo. Nada hay que conozcamos de forma más directa y, sin embargo, nada más complicado que ella”. Parecería así que quisiera entenderla, y de nuevo, nos preguntamos por la leche, antes que por la vaca, y aquello que la contiene: el universo. Este es un error muy generalizado en los científicos (los payasos del circo mundial): cuando la respuesta a su pregunta está respondida desde hace milenios: la consciencia, más allá de lo que pretendamos que és, existe para que los seres vivos que la poseen, la utilicen (siendo esta el fruto más extraordinario de la vida): un poder, una luz que alumbra en esta parte pequeña del universo, y permite a éste reconocerse a sí mismo, justo cuando la especie elegida deja de mirar al suelo y dirige su vista a lo profundo, a las estrellas. Así, la cuestión no debería ser tanto ¿qué es la consciencia? sino, qué hacer con ella, como darle una utilidad significativa y positiva. Quizá, en este sentido ayudaría aquella simplicidad de nuestros antepasados, pongamos hace, 2.000.000 de años, cuando comían la banana del árbol, sin cuestionarse, por qué estaba ahí, o, por qué el bananero daba bananas. Ellos, sabían qué hacer con la banana, tenían claro para qué les servía: la comían, eso bastaba; pero, bastaba no solo para seguir adelante con sus vidas, sino igualmente sirvió a la especie para evolucionar (y digo evolucionar, no saciar su curiosidad como una especie sobre otra) como todos podemos comprobar en nosotros mismos, si es que podemos llamarnos evolucionados. Por tanto, quizá pueda, en estos tiempos cientificistas ayudarnos a ver las cosas más claras, la actitud de aquel sencillo homínido: que sin necesidad de perder el tiempo pensando en lo que es algo (la banana / la consciencia) daba buen uso a esta, que tiempo habrá y tendremos de entenderla, si llegamos a ello. Pues, desde que aquel primo lejano cogiese las bananas del árbol, dándole una correcta utilidad y servicio, parece que nos hubiésemos atascado, en algún momento, no habiendo aprendido demasiado, algunos dirían: incluso nada. La metáfora sería, la humanidad murió de hambre mirando la banana, a punto de averiguar qué era y cuántos átomos la constituían, sin darle previa utilidad a lo que servía. Comerla!
Aislarse en el caos (desde el limite)— Antes de comenzar a escribir estos textos —las entradas que componen este nueva serie que aún no tiene un título— me quise aislar del (del mundo, aunque en muchos sentidos ya lo estaba, y si me faltaba algo por aislarme por completo, estos escritos, terminaron por concluirlo). La razón para aislarme, era mantener el ruido a unos niveles aceptables para mí, pues, y esto es importante: anularlo por completo no solo es imposible, además, de poco aconsejable, pues no sería la primera vez, que disimulada en eso llamamos ruido, existe oculta una señal esperando ser revelada. Recuerdo, y solo por poner un ejemplo, a aquellos dos ingenieros (radio-astrónomos para más señas) que trabajando para la compañía telefónica estadounidense ATT, y mientras trataban de entender la fuente de un ruido que aparecía en sus receptores de radio, paradójicamente, y de forma casual descubrieron lo que fue finalmente reconocido como la radiación a 3 K del fondo cosmológico (una señal predicha teóricamente a finales de los años cuarenta) y que a la postre, les hizo merecedores del premio Nobel de Física, en 1978), siendo este ejemplo extrapolable a todos nosotros, en cualquier ámbito de nuestras vidas. Lo que quiero decir, es que la televisión, y el teléfono celular (aquello más disruptivo) fue a parar a una caja. Me quedé con una pequeña radio —para no ser el último en enterarme si se acababa el mundo—, luego cambie el sol del mediodía por la noche y las estrellas: esas mismas estrellas que me acompañan desde muy joven lo largo de mi vida allá donde quiera que esté, esto fue lo que permaneció a mi alrededor, además, del lucero al amanecer que me daba los buenos días cada mañana.
Luego, y como es pertinente cuando se abordan determinados temas, precisaba desde otro enfoque más atrevido, liberándome de las ataduras y cargas con las que esa misma razón se aferra a aquello que llamamos realidad. Recursos estos que, por cierto, ya nuestros antepasados manejaban en tiempos antediluvianos, y que todavía en algunos lugares son esgrimidos por algunos individuos. Algunas personas llamarían hoy a esto “acomodar la mente”, aunque tiene otros nombres: pero no se confundan... Pues he escuchado acerca de personas — refiero personas que escriben, sobre todo—, y que se alejan del lugar donde tienen la residencia, de las ciudades y de las personas que conocen y aman “perdiéndose” muchas veces a una casa apartada en el campo o bosque (es un ejemplo), “en un intento de desconectar”—dicen, buscando aislarse físicamente y mentalmente del ruido inarticulado de las calles de las ciudades, o de la propia la casa, y familia, en definitiva: un alejarse de todo aquello que les molesta, o pudiera molestarlos en los pensamientos de su escritura. Pero se diría, poco más o menos, que resulta un ejercicio —parecido en su finalidad— a lo que hacemos otros sin salir a veces de la ciudad, ni de nuestra casa: centrándonos (disponiéndonos) al acto, de pensar, y acercándonos mentalmente a aquello que vamos a tratar… no alejándonos de lo que nos molesta, sino penetrando lo que no interesa.
Solo comentar, en este sentido, y por si sirve de algo, que me parece innecesario, y absurdo huir de un lugar, pensando que otro será mejor para pensar y escribir lo pensado, al menos cuando se trata de una persona normal, entiéndase normal: sin problemas añadidos y en paz consigo misma y los demás, qué sabe quién es y cree saber lo que quiere. Huir nunca soluciono los problemas personales a nadie, tampoco de concentración. Camus, por ejemplo, pensó buena parte de su filosofía viendo partidos de fútbol, entre el bullicio de la gente en las gradas del campo de fútbol, donde relacionaba el juego sobre el terreno, con los avatares de la vida misma, para luego redactar en su apartamento en un barrio agitado de París, aquello sorprendente para muchos: “lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Otros como Sartré paseaban por la ciudad, igualmente París, donde encontraron inspiración en lo cotidiano, muchas veces confrontando con los demás. Ambos hicieron, junto a otros, de París aquella capital mundial de la razón; y aunque muchos no lo crean, en París, pero incluso en cualquier otra ciudad se puede pensar y escribir: todavía. Tanto fue así, que sobre aquella orilla del Sena (en la Ribe Gauche) en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX, tuvo lugar una eclosión cultural sin igual, que situó a la capital francesa a la vanguardia del mundo de las ideas. Visto de este modo: la ciudad y el ruido, parece incluso el lugar perfecto para el ejercicio intelectual.
Pero, no solo, no es necesario salir de la ciudad para pensar, escribir o aislarse del ruido, incluso del mundo. Los hay, yo me considero entre ellos, que trabajan cada día en sus patios sobre un pequeño árbol u otras plantas durante horas —patios que son puerta a otro paradigma— sumergiéndote, y entrando en contacto con los habitantes de ese cosmos de naturaleza distinta y extraña a la nuestra: un cosmos gobernado por unos habitantes serenos y silenciosos, sin que se tenga que abandonar físicamente, mudándose, del lugar en el que viven. Por lo que intuyo que estas personas necesitadas de alejarse de todo para pensar o escribir, no solo tienen un problema, sino que igualmente no lo saben identificar: razón por la cual, cuanto más necesidad tienen de apartarse de algo y de los demás para liberar su mente, más parece que les cuesta conseguirlo. Siendo aquel esfuerzo: como si el cuadrado de la distancia a recorrer para alejarse, fuese proporcional a la ansiedad que les causa el mundo, y que debiera ser hallado, multiplicada por quién sabe cuántas otras variables. Pues se diría que andan más, no tanto alejándose del mundo, como en busca de algo que ni ellos mismos saben muy bien qué es, ni dónde está.
A veces encuentro interesante escribir con un lápiz: tengo cientos de hojas garabateadas a mano. Cuando escribes a mano, todo va más lento. Debe ir más lento, el viaje se hace despacio. Es casi una ley no escrita —como para mí escribir por la noche, de madrugada— pues de otro modo, terminaríamos con cientos de correcciones y apuntes a otras páginas, terminando en un laberinto indescifrable. Pero en esta ocasión no había prisa; y nunca debe haberla cuando escudriñamos en busca de algo importante e iniciamos un caminar, transitar la sombra para hallar de ella su luz.Y quizá —y esto lo digo por propia experiencia—, estar en medio de la naturaleza, en una casita en Los Picos de Europa o Pirineos, apartada en el bosque, no sea el mejor lugar para atrapar otra verdad que no sea la que allí mismo se encuentre bajo las estrellas, y menos aún si vamos con nuestras propias expectativas e ideas. Me explicaré.
Resulta ya a primera vista paradójico, que alguien vaya a la montaña o al campo, entendemos: a zambullirse en la naturaleza, precisamente a escribir sobre algo distinto a ésta, y que está en su cabeza. No me atrevo siquiera a decir que se pueda ir a pensar en medio de un bosque agitado o sobre cumbres nevadas y pensar en algo más allá del bosque y sus sonidos y en la visión de esas mismas cumbres nevadas: en lo que vemos. Pero, es cierto, los hay que van a la naturaleza a pensarse, o pensar “otras cosas”. Pero tener que pensar, obligarnos a pensar en algo (por ejemplo en una novela o ensayo, en el campo) implica tener que hacerlo ya sobre algo, ese algo que nos privará tomando nuestra mente por largo tiempo, ocupando y cerrando ésta a cuanto fuera acontece a nuestro alrededor: anulándonos como observadores del medio, cuando por el contrario, en la naturaleza deberíamos mantener la mente libre y relajada, abierta y dejando todo fluir a través de los sentidos a la espera de deslumbrarnos con las emociones que resultan de aventurarnos a los sonidos, olores, sabores y a todas aquellas impresiones que de los sentidos devienen expuestos al entorno natural.
Pienso que vida es el regalo que Dios nos hace (entiéndase como se quiera) siempre más allá de nuestro vago entendimiento; luego es la forma en que vivas y sientas, ese, es el regalo o desprecio que le haces a Dios, a la vida, la tierra y a ti mismo — más o menos así lo decía Miguel Ángelo. Y si lo pensamos detenidamente, ¿quién va a un museo de arte a pensar o escribir? Nadie. Las personas visitan un museo buscando que les vibre con fuerza, palpitando su corazón, buscando esa reacción, emoción, que surge ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce estético. Y aun así, entiendan: “la mejor obra de arte no sería más que la sombra de la perfección que encontramos en todo aquello que nos muestra la naturaleza”. Y, dicho esto, la pregunta sería: ¿quién va a la montaña a escribir?; ¿quién puede en un bosque en otoño pensar en otra cosa que no sea lo que tiene ante sus ojos?; ¿quién puede apartar la vista de una mariposa que se posa frente a ti?; o dejar de mirar Acturus —el guardián de la osa— en verano; o Aldebarán —el ojo del toro— en otoño.
Pero siempre hay un problema: el miedo, en ocasiones, incluso la vergüenza. Las personas tenemos excesivo miedo a todo: a la luz del sol, al frío, al calor, al viento, incluso a nosotros mismos, a nuestros semejantes y a la vida misma. Si algo supera nuestros márgenes de tolerancia o entendimiento nos sentimos amenazados e inquietos: desconfiamos. El desasosiego nos desborda. Vivimos felices y concertadamente en orden, en nuestras ciudades o villas, y nos trastorna —cuando no aterra— el desorden que anticipamos fuera de estas. Es por ello que algunos acampan en tiendas con colchones inflables, almohadas, ventiladores a pilas y baterías para el móvil. Lo cierto es que amamos la naturaleza por el día, tanto como nos aterroriza quedarnos abandonados a ella por la noche. Y sin embargo, pretendemos luego una visión —un orden planetario y universal— que solo tiene cabida en nuestra imaginación; pues fuera de esta (imaginación) no somos capaces ni de mirar, asomándonos a la realidad; y lo peor es no reconocer —y ni siquiera comprender— que si todo ahí fuera, cuando miramos nos parece amenazante y un “caos”, quizá.., y posiblemente, sea porque se trate de un tipo distinto de orden, pero entender que la convivencia entre orden y caos es posible, cuando el caos deja de parecer caos, cuando se establece una convivencia o relación entre órdenes distintos. Caminar, conscientemente bajo el sol, pensando en él y dejándonos acariciar la piel es un primer paso (fue mi primer paso). Liberarnos de nuestras cadenas el siguiente, hacia un cambio que nos sumerja dulcemente en el “caos”, asomando la cabeza a aquello que tanto nos asusta. Pues el caos es— igualmente origen—aquello único que hace y hará posible el cambio. Nuestro cambio.
Al final, reducido y sometido a breve análisis vemos personas que salen huyendo de una casa en un lugar / para meterse en otra casa en un lugar distinto, y seguir huyendo (incluso allí) del medio natural donde se encuentran: huyendo, siempre “de lo que hay fuera”; se diría incluso que angustiados —estos de los que hablamos— por una naturaleza que no entienden, cuando de lo que se trata, es precisamente de instruirse a vivir y sentir la intemperie; acostumbrarse de nuevo al caos que supone nuestros sentidos expuestos —sin anestesia— a las experiencia entendamos que hablamos de experiencias puras.
Sin embargo, y esto es un hecho manifiesto, las personas viven y ven la realidad a través de sus propios filtros, como si de unas unas gafas de sol se tratase; personas que ven el mundo a través siempre de algo: de pantallas de televisión, ordenadores, teléfonos y tabletas, y viendo las cosas según la apariencia , y no solo refiero la apariencia propia de estas, sino de cómo luego estas se nos muestran, o nos las muestran. De ahí que luego temamos la realidad y la misma naturaleza que casi no reconocemos. Pensemos, que muchas veces sabemos de las cosas no por propia experiencia, sino por lo que unos y otros nos cuentan o muestran, nos dicen o refieren de ellas; sobre todo hoy: a partir de los medios de comunicación e información, escuelas y universidades. Pero amigos cuidaos de los que enarbolan la verdad: porque del primero al último les mueven los propios intereses, cuando no son estos intereses subordinados a otros ajenos y por ello, normalmente, practicando el engaño. (Las mascaras de la tragedia).
En tanto a nuestro aislamiento de la naturaleza no es evidente, no lo parece; o parece que no nos lo parece ( lo ignoramos: pero igualmente se siente), y se percibe a primera vista, es manifiesto cuando hablamos de aquellas casas abiertas al exterior,com amplios ventanales y vistas a amplios jardines (a través de cristales) pero... , luego cuando estás en el exterior, en el jardín, te metes de inmediato en casa a la mínima de viento, lluvia o calor. Sobre todo y esto es lo paradójico, si se trata de esas mismas casas abiertas, de amplios ventanales, de luz y vistas a amplios jardines en el exterior.
No menos inquietante, son algunos textos, relacionados con la arquitectura. Leo unas notas acerca de Borobio Luis, comentadas acerca de su libro: El ámbito del hombre, EUNSA, Pamplona, 1978, donde se comenta El ámbito del hombre es un libro que habla, es verdad, de arquitectura: de la vivienda y de la ciudad. Pero no es propiamente un libro de arquitectura, ni mucho menos un libro de urbanismo. Es el hombre —la vida de los hombres— lo que interesa a su autor: el hombre como modelador de sus espacios vitales y como creador de sus propios ambientes. Donde se define la arquitectura no como un conjunto de cerramientos y protecciones que constituyen un caparazón exterior al hombre y ajeno a su humanidad; sino como un ambiente que complementa necesariamente la personalidad humana y que está enraizado e integrado en la vida íntima y personal. El espacio arquitectónico no es sólo el hueco de un continente geométrico, sino que es un ambiente con entidad positiva: el hombre lleva en su naturaleza el germen de sus propios ambientes, y es el mismo hombre quien los constituye ante la solicitación de un estímulo exterior. Los elementos constructivos y los conjuntos edificatorios cumplen su misión arquitectónica al actuar como ese estímulo eficaz que permite al hombre constituir su propio ambiente con un carácter determinado. "El hombre comprende su dominio, conoce su extensión, se siente pleno, cuando su espacio se hace arquitectura" Allí donde esté (aunque sea en una tienda de campaña). Pero, pregunto yo al arquitecto (a cualquier arquitecto): acaso ¿las habitaciones, casas, o tiendas de campaña, albergan ya en sí misma todo aquello que implica un habitar?
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