La Angustia, la Nada y Una cabra Tocando el Violín


La Mariée de Marc Chagall

La angustia como medio 
de, o hacia el conocimiento

JORGE MAQUEDA MERCHAN
Aceuchal - Extremadura (España)


PALABRAS CLAVE

LA ANGUSTIA; EL MIEDO; LA FELICIDAD; NIETZSCHE; HEIDEGGER;
 KIERKEGAARD; LIBERTAD;PENSAR; FUTURO

0 - Una cabra tocando el violín
I - La angustia, y otros estados de ánimo
II - La angustia, como un medio de conocimiento 
III-El peligro de no escucharnos a nosotros y escuchar a todos

«No hay duda de que todo nuestro conocimiento comienza por la experiencia. […] Pero aunque todo nuestro conocimiento comience con la experiencia, no por eso surge todo él de la experiencia» (Kant, I.: Crítica de la razón pura,).

0 - Una cabra tocando el violín


"Tu Miras a las cosas y te preguntas ¿Por qué?
Pero yo sueño cosas que nunca fueron y me pregunto ¿ por qué no?"
- George Bernard Shaw -

Volví a la habitación de pesar, siempre vuelvo, igual que volvía Marc Chagall a sus cabras y violines. Durante años me pregunté ―creo que hoy tengo mi respuesta― la razón, de si con ello Chagall, al enfrentar la entelequia que supone el lienzo en blanco y empezar a esbozar una cabra, era feliz y, parece que sí: superando así, con sus cabras y violines, una y otra vez esa angustia nacida de estar parado, frente a la Nada, que supone un lienzo vacío. Con el tiempo comprobé, que no solo para Chagall era así, pues Julia Roberts parece pensar igual, al referir a Hugh Grant (mientras comparten aquel desayuno en Notting Hill, frente a una obra del pintor Bielorruso, afirmando: "La felicidad no es completa sin una cabra tocando el violín"..

Pero la razón de volver a la habitación de pensar no fue Chagall, sino otra cuestión, que en esto sí, al igual que él, me veo siempre necesario superar. La cuestión, venida de las noches de desvelo no es otra que, si Podría ‘la Nada’ no ser ‘la Nada’, sino siendo aquel vacío entre el centro y todas la “cosas” cuando estas han sido apartadas  al igual que tras una explosión ― lugar luego privilegiado, desde el que ver en perspectiva todo en derredor. Más aún; si existe algo, tal que coloque al hombre justo, siendo el epicentro de esa detonación. Y parece que, de alguna manera, llegué a una conclusión.

I - La angustia, y otros estados de ánimo 

La angustia: Entiendo que para muchos es fácil pensar en la angustia como algo negativo, donde se cae, como se cae en la duda (O. y Gasset) y, ciertamente, esta angustia no parece ser nada agradable, pero toda esta incerteza e inquietud deviene,  a cuando no sabemos darle una utilidad, dirigiendo “nosotros” esa angustia en una dirección concreta, pues, la angustia, no es una patología sino un "estado” de ánimo o "sensación" que nos inunda y desestimula, que acontece frente a determinadas situaciones: de presión, estrés o incertidumbre (casi siempre, o las más de las veces, en torno a la incertidumbre relativa al futuro). Por tanto, un estado de ánimo o sensación no es algo que debamos padecer (al menos si no queremos) permaneciendo: en éste estado, como si se tratase de una gripe por días o semanas (cuando no meses) a que pase por sí misma; y menos aún por aflicción, desviar nuestra atención “distrayéndonos” –hacia otro lugar o quehacer– de lo que es objetivamente importante, verdadero y sustancial en la vida. 

Las sensaciones o “estados” de miedo, angustia o igualmente de felicidad se pueden presentar a cualquiera nosotros; pero, éstos no se presentan porque sí, tienen su (causa-de ser) y su (razón-de ser). 

El miedo, por ejemplo, a su (causa–de ser) atiende y se presenta al individuo (que está-ahí) cuando hay una amenaza o peligro inminente, pero “el miedo” tener miedo, no es un “estar-ahí en el miedo” sino “reaccionar al miedo” que de entrada es la “razón- de ser” del miedo (como causa determinante para el proceder luego del individuo) que escucha –esa llamada venida del subconsciente al razonamiento consciente– una llamada pues, que debemos inmediatamente “atender” y a la que por tanto “reaccionar”– y lo hacemos, adelantándonos al “miedo - como presente” avanzando, hacia otro momento de tiempo o “futuro/inmediato” y por tanto igualmente, cambiaremos con ello nuestro estado de “ánimo-anterior y pasado”1, a un estado de “ánimo-inmediato y futuro”2 y, que bien puede ser el sosiego ¿Cómo? Muy sencillo: si sentimos ese “miedo” ante un peligro inminente, pudiendo presentarse éste ante la presencia de un animal salvaje en el monte, correremos como el diablo poniéndonos a salvo; igualmente, si el miedo deviene de la amenaza venida de un desconocido que rompe los cristales de la ventana por la noche, e irrumpe en nuestra casa “reaccionaremos” igualmente: poniéndonos a nosotros y nuestra familia a salvo, o, bien, enfrentándonos a él: jamás, permaneciendo en el “miedo” e “inmóviles”, pues el miedo es, como ya dije un “reaccionar-al miedo”. 

Luego encontramos otro estado al que llamamos “felicidad”, muy diferente al estado del “miedo” como veremos; pues, siendo su “causa-de-ser” el “placer” experimentado, bien durante un momento o experiencia, al contrario del miedo, cuya “razón-de ser” nos impulsa a huir; la felicidad por el contrario, atiende a su (razón-de ser) invitándonos, no ha huir, sino a “estar-ahí” a permanecer o permaneciendo en el momento. Por tanto, reaccionaremos al estado de “felicidad” –y respondemos a su “razón-de ser”– continuando en el momento, o bien buscando “en el presente o futuro” otro momento similar, o igual de placentero, que nos lleve a estar-en la felicidad. 

Y la angustia, por su parte, no difiere a éstos otros dos estados, antes mencionados y explicados: no en tanto a su causa, como a su razón, por la que entendemos nos mueven a algo, en cada uno de los casos: huir o permanecer; sino, que del mismo modo, igual “la angustia” nos motivará e incitará a movernos, solo que a un lugar inesperado y muchas veces olvidado, de ahí que en un principio no sepamos responder a la llamada, y “la angustia” aumenta en grado pues, no lo encontraremos ahí fuera, no importa donde miremos o busquemos jamás lo encontraremos: pues es hacia dentro de nosotros mismos donde habremos de buscar, buscar eso que habrá de llevarnos a otro estado y otro lugar.... me explicaré. 

II - La angustia, como un medio de conocimiento 

La angustia, como concepto, o (El concepto de la angustia ― trabajo filosófico escrito por el filósofo danés Søren Kierkegaard en 1844) vagamente resumido, podríamos decir que, Para Kierkegaard la angustia es un “miedo poco definido” o: “temor opresivo sin causa precisa”. Kierkegaard ponía como ejemplo, a un hombre al borde de un edificio o un precipicio. Cuando el hombre mira al borde, experimenta un miedo definido a caer, pero, al mismo tiempo, siente un aterrorizante impulso de tirarse intencionalmente al vacío. Esta experiencia deriva en una angustia, proveniente de la completa libertad de poder elegir, si arrojarnos o no al precipicio (curiosa, como poco, esta sublime relación que nos sugiere Kierkegaard entre angustia y libertad). 

Pues el mero hecho de que uno tenga la posibilidad y la libertad de hacer algo, incluso, suponiendo la más terrorífica de las posibilidades, dispara el temor y la angustia, Kierkegaard llamó a esto "mareo de libertad". Pero, la angustia, más allá de su concepto, puede tener muchos significados, dependiendo a quien se pregunte; entendiéndose como emoción, sentimiento, pensamiento, condición o comportamiento derivado de un estado de “ánimo disfórico” caracterizado éste, generalmente, como una emoción desagradable o molesta, como la tristeza (estado depresivo), ansiedad, irritabilidad o inquietud. Pero, ese ‘temor opresivo sin causa precisa’ llamado angustia (el estrés de vivir), a diferencia del miedo ―que puede ser saludable muchas veces― causa estragos en el organismo de cualquier ser humano que la padece. La angustia es, por ello, algo enteramente distinto del miedo y de otros estados anímicos. Ciertamente, puede presentarse ante esos momentos, citados por Kierkegaard, en el que sentimos y nos asusta comprobar nuestra libertad natural; pero, igualmente, se presenta en aquellos momentos cuando nos sentimos contra la pared ―poniéndonos al filo siempre de ese precipicio―, como puede ser la notificación de un desahucio, o el diagnóstico desfavorable de una grave enfermedad, mostrándonos de una manera opresiva y asfixiante el futuro, cuando no, avocándonos a pensamientos o visiones dolorosas, a la fatalidad que nos  puede en cualquier momento, alcanzar. algunos ya lo están relacionando con el estrés, pues tiene mas semejanza con este que con el miedo: angustiado/estresado

Una vez aclarado, aunque sea someramente, tanto significado como el concepto: la angustia, al igual que los otros “estados” como la felicidad, o el miedo (pues “estamos” temerosos; “estamos” felices y “estamos” angustiados) tiene, igualmente, su causa; una (causa-de ser) a partir de esos momentos, a veces inevitables y fatales, en los que dramáticamente todo a nuestro alrededor va a dejar de importar, cuando no a desaparecer pues, a diferencia del miedo o la felicidad, donde somos plenamente conscientes de todo aquello que nos rodea: cosas presentes y los sentidos, con la angustia sucede al contrario y todo eso desaparecerá: quedándonos tan solos y desiertos que ni el mayor consuelo o el mejor de los amigos nos podrá confortar, no encontrando lugar ahí fuera, ni nadie donde aferrarnos: da igual donde miremos o busquemos (solo nos tenemos a nosotros). Pero, aunque nos sentimos solos, y nos parece que estamos solos, lo cierto es que no estamos completamente solos, sino con nuestro ser (potencia de ser)  único momento éste en que (angustiados y temerosos) estamos, si se quiere entender así, solos con nosotros mismos (estando “lo que somos y lo que podemos ser”) y lo sentimos, enteramente ―como sentimos la presencia del abuelo que ya no está sentado a la mesa en la cena de navidad― de ahí, que el hombre tenga un pre-conocimiento de su ser, incluso, antes de saber siquiera qué es el ser; y esto, todos lo hemos comprobado alguna vez; por lo que podemos entonces emprender, el que entiendo es el más elevado deber,  único deber, cuando llegado el momento del cual posiblemente dependerá el resto de nuestras vidas, a solas, hemos de decidir qué hacer y qué hacer con él (con nuestro potencial de ser). Sin duda, convendremos en intentar comprender y sin decir nada: entendernos con él; pues éste, una vez y de cualquier forma manifiesto, se nos mostrará –no como “ente” sino como vía– no necesitando ya jamás consejo ni a nadie: a “los otros” (con quienes podrás estar, vivir y compartir, si te apetece pero, jamás te determinarán) y a eso, yo lo llamo libertad). Pues, una cosa queda clara, al menos para mí: no somos felices cuando no somos libres viviendo una vida dirigida e impuesta: una existencia desgarrada, alienada, determinada siempre por la imperante necesidad de lo cotidiano e innecesario. Pero, para salir de esta situación primero hay que saberse –y saberse puede ser tan trágico como no saberse jamás– si bien, para ello primero hay que encontrarse –de ahí la imperiosa necesidad de encontrar nuestro ser– del mismo modo que sólo salimos de algo, reconociendo, ese algo como tal. Si bien, para esta empresa no hay consejos, no hay planos, un libro o instrucciones que seguir, y cada uno debe recorrer por sí mismo ese camino, que otros intentarán que no recorras, pues, su vida depende de que jamás encuentres el camino de la tuya. Y todo empieza, por empezar a pensar, si bien, igualmente, habremos de renunciar a lo banal: la dilapidación, el consumo, el lujo y todo aquello innecesario e impuesto: enfocándonos, en lo que realmente precisamos para iniciar nuestro caminar. 

Pero a muchos parece pensar asusta –otros parecen ignorar cómo hacerlo, más allá de pensar lo inmediato, en tanto a qué desean o les preocupa, o llevados por las tantas distracciones de nuestra sociedad– pero, y volviendo al tema: ¿por qué? más allá de éstas espurias razones mencionadas, o el deseo banal de distraerse una persona teme, o rehúsa, pensar, cuando pensar es lo más sencillo, humilde y provechoso que puede hacer: nada más maravilloso una persona puede obrar que pensar y hacerlo por sí mismo y para sí. Pensar, razonar es sentir y descubrir la vida en toda su plenitud, fuerza e intensidad verdadera, avocándose a “ese instante en el que sentimos un gran desprendimiento que nos llega súbitamente, como una sacudida sísmica; y el alma entonces se suelta y se arranca; ella misma no entiende lo que sucede imperando un impulso que se apodera de sí como un mandato. Despertando una voluntad y deseo a todo, previo a partir hacia algún lugar, ardiendo en una fuerte y peligrosa curiosidad en torno a un mundo hasta ahora desconocido, que despierta el horror frente a lo que ella amaba: un relámpago de desprecio sobre lo que se llamaba “el deber” apareciendo una exigencia revolucionaria “un impulso” que empuja a la que será nuestra peregrinación”– Nietzsche

Yo mismo sentí ese impulso, es difícil no sentirlo la primera vez que se lee a Nietzsche y luego, incluso un impulso mayor –por cuanto suponía ya sabiendo aquello que buscar– al descubrir a otros, como Heidegger, y otros que le siguieron o, antes que él le precedieron. Pero, resulta increíble lo fácil para algunos es caer en tópicos –como aquellos que creen en el disparate pseudocientífico, dándole una supuesta validez– entendiendo, en el “existencialismo” (palabra que me disgusta) de Nietzsche, por señalar a un autor, una melancolía o tristeza (tonterías) y, que vuelve afligidas a las personas cuando no es así, ―cierto que en Nietzsche no encontraremos un “materialismo filosófico” por supuesto, sino un Nihilismo ―o creencia en la absoluta falta de valores en la sociedad, o bien el rechazo radical del valor, o sentido, de la deseabilidad― derivado, del “idealismo Alemán”(orígenes del Nihilismo en el Idealismo Alemán. Winfried Weier) mas no veo tristeza, sino impulso y voluntad: deseo, en el párrafo anterior, en tanto a liberación de cuanto supone esa sociedad y la corrupción del hombre en ésta; una lucha, posiblemente perdida donde, como dice Hamann “La naturaleza humana está tan corrompida e impura que la concepción y el nacimiento de un hombre no puede acontecer sin mancha". Pero, Nietzsche no sólo representa la meticulosa disección de este mundo desplomado y a la deriva, sino, igualmente una nueva –y si se quiere: trágica– oportunidad para el pensamiento. Pero una reflexión trágica (debido en tanto lo que afronta, cómo se afronta, y cuánto se profundice) no ha de ser triste –aunque algunos como Mihai Eminescu y Emil Cioran recurran a la nostalgia como sabiduría (P. Javier Pérez / Universidad de Valladolid) – y, he ahí el desconcierto. Pero, además, es difícil concebir a alguien en una tristeza, nostalgia o melancolía, desarrollando textos “centauros" en el caso de “Nietzsche” como los él u otros los llaman, tan lucidos y neurálgicos, como igualmente lo son aquellos escritos por Ciorán, bajo esa supuesta influencia de una angustia asfixiante (que dicen les subyuga) sino más, y en todo caso, habiéndose superado, prevaleciendo, o quizá a través o proyectados por ella; y, si bien (sumergirse en el hombre, parece como si esto produjera asfixia de laxitud indeseada – Ciorán) parece que Nietzsche y tantos otros medran por esa selva de estados y emociones, alcanzado algún lugar, un lugar desde el que alzarse y lanzar su mensaje, a saber: “Nunca he sido tan feliz conmigo mismo como en las épocas más enfermas y más dolorosas de mi vida: basta mirar Aurora, o El viajero y su sombra, para comprender lo que significó esta “vuelta a mí mismo”: ¡una especie suprema de curación!.” (EH, “Humano demasiado humano”). Cuando menos da que pensar verdad? 

Aunque, no es menos cierto, que esta noción del individuo en Nietzsche, como un ser autónomo, se le revela a muchos ―en esa visión que exalta al individuo criticando a la sociedad― como una obra que, en la práctica, resulta ilusoria: si bien, y a mi entender, lo ilusorio y triste, ciertamente, es permanecer donde ya se está y cómo se está (en la inopia) no sabiendo qué o cuánto se quiere de nada o de qué, o, peor aún, ni quién o qué se es (y no refiero esto último a la profesión) pues la cuestión, más sería referida a cuál es nuestra finalidad: un “fin-como-destino” en la vida; y, estar perdidos en lo cotidiano, sin itinerario ni dirección, es la mayor zozobra que podemos padecer. Y digo perdidos no porque sí, sino con razón; pues, a la pregunta qué quieres ser (referido a ese punto culminante de tu vida) te pararás un momento, y tendrás que pensar, no sabiendo de inmediato bien qué responder, cuando, ya sin saberlo (e independientemente de lo que confieses) llevas una marcha y dirección desde hace mucho tiempo definida; aunque, posiblemente, no la pensaste en ningún momento, dirigiéndote, hacia algo que incluso tú mismo ignoras. De ahí la necesidad de parar, de dejar de hacer lo que hacen los demás y de ser “otro” más; y, preguntarte, de una vez, qué quieres y dónde vas; pues, “aunque existimos en el mundo con otros, no podemos permitir que esos otros (publicidad, sociedad, familia amigos) acaben definiendo lo que el individuo es, o será de manera particular, llevándolo a participar de una vida “inauténtica”: Gozamos y nos divertimos como se goza; leemos, vemos y juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga; pero, también nos apartamos del “montón” (del uno, que no es nadie determinado y que son todos) como se debe hacer; y, encontramos irritante, lo que se debe encontrar irritante, como se debe ser.” – Heidegger. 

III-El peligro de no escucharnos a nosotros y escuchar a todos

Nadie dijo que la vida fuese fácil, ni tampoco que vivir digna y auténticamente fuese, en ocasiones, tan difícil. Lo que me recuerda aquello que me decía mi padre, a saber: “nada que te resulte fácil valdrá la pena ”. Lo que me lleva a pensar en nuestro modo de vida , digamos “fácil” ―no refiero aquí las contingencias de cada uno, que haberlas habrá― y, si esta “facilidad/comodidad” (todo organizado para que lo tengamos a mano, como la comida en los supermercados) vale la pena, en tanto luego nos limita y dirige (el “ente” social y el estado) hacia los qué debemos, privándonos, cuando no prohibiéndonos lo que nos gustaría (en tanto a la libertad individual) poder ser o hacer; lo que finalmente nos lleva a este estado perpetuo de lucha y disputa, desde el mismo día que nacemos.

Y precisamente, es aquel "individuo" “que está ahí” en su angustia y disputa, sometido a la presión que supone vivir como proyecto, aún incompleto, cuando, en ocasiones “cae”; pues, es cierto que la existencia es el lugar del ser que esta en el mundo como “individuo”, donde existe pudiendo alcanzar todas sus posibilidad de ser, trazando metas e intentando cumplirlas, pero en el mundo vive igualmente con los “otros”. Y, puede llegar el momento, en el que el  “individuo-en disputa” tras comprender su realidad que, por más que para muchos sea desatendida o pase inadvertida, tiene igualmente “existencia” ―mas allá de aquello que es vida o, un vivir por vivir― también, se da cuenta de que no se ha creado a sí mismo, ni tampoco al mundo en el que se encuentra, sino que sencillamente está ahí (ahora parado e indeciso) sin un fundamento aparente o razón: sin motivo; y, además, también, se da cuenta (ahí-parado), de que él “tampoco” ha escogido ser cómo es: un “ente” que existe y que habrá de elegir unas posibilidades y no otras, siendo, en cualquier caso responsable de cuanto le acontezca, dependiendo de aquellas: sus propias decisiones. Y es posible entonces, que el ser que está ahí, ese “individuo en disputa” pase a ser un individuo-en conflicto” consigo mismo; entiéndase: en disputa, con la sociedad, por su libertad, pasando, a estar en conflicto, consigo mismo, no tanto dejando ya de creer pero sí, rindiéndose, y gradualmente dejando de creer, por encima de todo y de todos: en su libertad; experimentando, esa ingrata sensación el saberse abandonado a sí mismo: angustiado y… escuchando lo que el “uno” que no es ninguno y son todos” (la sociedad) tiene que decirle; comenzando a disiparse en la mundanidad, en el dejarse llevar por el exterior por lo que se dice, por lo que se piensa, por lo que no es nadie y son todos: la sociedad y sus estructuras que implantan lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe y lo que no se debe pensar o hacer; corriendo, entonces más peligro que nunca; peligro de dejar de vivir, vivir propiamente; bien, porque no encontró, no escuchó, o dejo de escuchar su ser. Y es por ello, la necesidad inmediata de darse de baja, dejar de pertenecer, renunciar; enfocándonos en aquello que precisamos para iniciar nuestro peregrinar. Pues y pese a no haber escogido el “individuo” ser o existir, y pese a no haber escogido todavía “su manera” de ser o existir, el “individuo-en disputa” ha de saberse responsable de su propio ser, tanto como si él mismo lo hubiese creado o construido; pues, más allá de cualquier duda o contingencia posible, desacierto o incluso caída, comprende, tiene que comprender, que en existir y sólo en su existir, se juega su ser: ser, como él decida ser/ser, no como "los otros" decidan que sea. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario