RAZÓN INSTRUMENTAL EN LA EDUCACIÓN; y en la sociedad en su conjunto / jordi Maqueda

Razón Instrumental, o Instrumentalización de la Educación y la sociedad en su conjunto


RESUMEN

El presente texto es una crítica al modelo, presente en las actuales instituciones del estado político-sociales, que por medio de la Instrumentalización, en la educación: escuelas y universidades ―pero, igualmente, observable en todos los ámbitos de la sociedad― utiliza éstas como aparato, por el cual aplicar sistemáticamente la segregación entre individuos, preservando el debate y el conocimiento útil a unos y no a otros; además, de una dogmatización, encubriendo la relación existente entre medios y fines, lo que constituye una acción malvada y vil por medio de una maquinaria altamente eficiente, que desnuda y confisca al individuo de todo cuanto habría de definirle, vistiéndolo, luego con cuanto habrá de definirlo. Siendo el Poder, el Estado, y en última instancia aquel que posibilita estos actos “razonables” y a la vez "Irracionales". Razonables, en tanto a una especie de razón amparada en el funcionamiento abstracto del mecanismo pensante, sin reparar en el contenido. Una especie de razón, que puede designarse como razón subjetiva, y de carácter eminentemente instrumental, que no evalúa los fines mismos e “irracionales” de la acción, sino que manipula la objetividad para favorecerlos, y con ello la autoconservación  del sistema productivo industrial

I

     Durante siglos la filosofía, los textos filosóficos, han tenido una particularidad, más allá del pensamiento que exponen: el lenguaje que emplean. Este lenguaje, académico y técnico, como antaño ocurría con el latín en los textos de la iglesia, mantiene hoy al margen del entendimiento de éstos al grueso de la masa social. Esto es una forma de elitismo: un monopolio del pensamiento, una discusión cerrada ―de la que en la actualidad la clase obrera, sin formación académica, se ve apartada  de las teorías críticas tal como fueron formuladas por los grandes pensadores políticos y sociales del siglo XIX  y por el que sólo se accede a él a través de los cauces pedagógicos y dogmáticos de nuestra sociedad, desde la educación en la escuela, en el colegio, pasando por el instituto y llegando a universidades y escuelas filosóficas (en este caso) afirmados luego todos en ellas. Un camino largo y tedioso, que muchos repudian y, por consiguiente, algo se va a perder en el camino, aunque también algo se gana. Se pierde, precisamente, la educación plena del individuo pero, también con ello dogmatizarse, de ahí que algo también se gane.

II

   A menudo y  si uno lo piensa, parece natural no querer seguir estudiando después de la fastidiosa experiencia en colegios e institutos o, tras pasar un tiempo en la universidad: que por cierto y a día de hoy, en poco o nada se parece o tiene que ver con lo que fueron y representaron antaño las universidades, ahora todas al servicio de la realidad en lugar de cuestionarla y, en todo caso, como mero ente administrativo del estado, proveedor de visados para trabajadores cualificados, donde que muchas veces se otorga este visado, para no dejar entrever las estadísticas y sus pésimos resultados. Pero, tan natural es hoy no querer seguir estudiando, que parece incluso obvio para muchos no hacerlo, de no ser por la necesidad de ese visado laboral; y, tan obvio resulta esta opción de "abandonar", que parece estar ahí como otra opción más, para que se "conciba" y se "abandone". Posiblemente parecerá algo accidental o coyuntural; pero no se llega a tal punto por casualidad o accidente ―como no es un accidente que los ricos estudien en unos colegios y los tuyos en otro― pensar, que hoy un acto consentido dentro de la sociedad, en este caso: que más de dos terceras partes de los estudiantes no lleguen a las universidades por propia voluntad o, no terminen sus estudios, o que un ciudadano cualquiera vaya comprase un coche concreto, o que mi madre me pida la laca Pascual, pensando, que todo ello es a razón de accidentes o caprichos o, consecuencia de buenas o malas decisiones, es poco menos que vivir en la ignorancia. Que la gente abandone la universidad se debe, al igual que cuando alguien compra cosas, a una necesidad, pero no personal, sino social y por la cual la sociedad precisa que hagamos algo, pero no nos lo pide, pues es algo que no va en nuestro beneficio sino en el suyo (por tanto se desestimula, tienta e incita de forma velada). Compramos coches que nos lleven rápido al trabajo, lacas y peines para ir bien peinados, consumimos y dejamos las universidades, porque de otra manera, no habría  obreros, para ir al trabajo en coche, con laca y bien peinados. De lo que se entiende una razón técnica en todo ello, de medios hacia unos fines preestablecidos, y a procedimientos que parecen los más adecuados para lograr tales fines: un proceso segregatorio y de castas ― que no existe, por cierto, o eso nos dicen― de obreros, comerciantes, intelectuales, políticos, administradores, banqueros, por el que la sociedad desde que somos jóvenes selecciona en tanto aquello que precisa: obreros de un lado y administradores (dogmatizados) aptos, de otro; todo ello a través de un proceso prolongado y selectivo, casi imperceptible: pensado, estudiado y ejecutado con gran maestría por una vasta maquinaria, que ha demostrado por largo tiempo su eficiencia, como la propia realidad demuestra.

III

Para empezar, en las escuelas, ni a niños o jóvenes se les enseña a pensar, siquiera algo práctico. La practicidad de éstas, de las escuelas o la enseñanza en sus primeros niveles, no va más allá, consistiendo en enseñar lo preciso para poder escalar cursos, nada útil, lo preciso y relativo al colegio o la sociedad, apenas sin juegos o interacciones con otros niños o el entorno: sentados en una silla, en silencio, frente a una pizarra ―cuando un niño es un pequeño explorador, un científico en potencia, un examinador meticuloso de ese entorno― privándole, de toda iniciativa de conocimiento y limitándose a obedecer. Si nos atenemos a lo que sirven, más que a lo que dicen que sirven las escuelas o se pueda entender de su nombre, estos lugares, no son centros de estudio propiamente, sino guarderías obligatorias: jaulas con batas y pizarras en su interior; un lugar donde cuidar/vigilar a pequeños encerrados (pues no son libres de moverse o salir) mientras los padres que lo ven natural ―pues así fueron ellos educados― se sienten liberados de ir a trabajar estando tranquilos, poniendo toda su preocupación, atención y tiempo en el trabajo.

Pero lo curioso es, que ya desde pequeños a éstos se les coloca en grupos homogéneos: la misma edad (e incluso en escuelas de la misma clase social muchas veces) fomentando así la medianía y la pertenencia, en la creencia venida de observar un día si, otro también a nuestro alrededor a todos los que nos rodean iguales a nosotros y nosotros iguales a ellos: vestidos con la misma ropa o uniforme y poco más o menos con los mismos peinados y zapatillas, cuando de hecho, cada uno de nosotros somos individualmente únicos, y por tanto, distintos a los otros, con nuestros sueños y anhelos; que con el tiempo se irán disipando y abandonaremos, adoptando unos nuevos sueños, necesidades y objetivos mostrados primero, luego impuestos (pero que entenderemos normal)  por el ente social.  "Por otra parte, el hombre, desde su temprana infancia, se ve tan a fondo encasillado en asociaciones, grupos y organizaciones, que la individualidad, vale decir, el elemento de lo peculiar desde el punto de vista de la razón, se halla totalmente reprimido o bien absorbido". (Crítica de la razón instrumental- Max Horkheimer) La escuela, por su parte ―en lugar de avivar una apertura de mente, una proyección propia del individuo a partir de un conocimiento transversal averiguando en ello aptitudes― los dirigirá en la segregación, teniendo pronto, cuando aún no saben lo que quieren o gustaría hacer, que elegir una cosa (tema o materia) entre todas las demás descartándolas; lo que luego deriva en una especialización concreta sobre algo concreto pero, igualmente, en una ignorancia general sobre el “Todo” (entendido este todo como “Todo” y no el todo que se enseña) cuya consecuencia es, poco menos, como cuando al desarrollar la bomba atómica dentro del proyecto Manhattan, se entregaban partes separadas e independientes del proyecto a estudio y por separado a los científicos, y cada uno desarrollaba por separado una parte de aquél: pero entre todos haciendo un algo, sin saber en ningún momento, ni ninguno de ellos, de qué algo se trataba; y de igual modo con nosotros, se nos forma y construimos a la vez la sociedad, sin saber que estamos construyendo y dando forma a un leviatán por medio de una falsa moral, leyes, estructuras y organismos: los mismos, que luego como individuos nos concretan y delimitan, mientras lo hacemos bajo la falsa creencia de que al estudiar y formarnos lo que construimos es a nosotros mismos, y no que lo que realmente hacemos:  construirnos “todos” en ese “uno” como “ente”.

No soy bueno creando mundos de fantasía, pues he comprobado cualquier cosa que elucubro la realidad lo supera. Quiero decir, que no hay que imaginar conspiraciones, del todo inexistentes, cuando observamos determinadas situaciones. Estas y sus procesos están ante nuestros ojos, sólo debemos observarlos y estudiarlos. La forma hoy de enseñar, no es exactamente y como algunos dicen, igual a como se hacía la en los tiempos clásicos. Aquella servía a unas razones muy distintas a las de ahora. Fue durante la durante la ilustración que se dio el desarrollo de los sistemas educativos en Europa, que luego continuó durante todo ese periodo y en la Revolución Francesa (Los pensadores de la Ilustración querían modernizar el sistema educativo y desempeñar un papel más central en la transmisión de estas ideas e ideales). Sería a partir de 1800 durante la revolución industrial cuando la asistencia se hizo obligatoria a la escuela. La mano de obra en las empresas era muy necesaria y se precisaban obreros en cantidades notables para la industria; entonces, no sólo fue práctico encerrar a los niños en escuelas sino, igualmente apropiado empezar a formarlos y enseñarles a ser “buenos ciudadanos” “buenos trabajadores” por medio de una moral subordinada: una Ética moderna, que desde Kant, se había convertido con el tiempo y cada vez más, en una "ética mínima" en la que no se aspira a ayudar al hombre a alcanzar el desarrollo de sí mismo y su libertad, sino que incluso ésta verá amenazada pues, ya no se aspira a determinar la naturaleza o carácter de la persona, sino a determinar las leyes de la voluntad de este hombre: las leyes del deber, y en ello la preocupación propia de una ética subordinada a la convivencia en sociedad. Y Cuando esto sucede, cuando se renuncia a decir el bien, y se limita a enunciar el deber, es porque aquella idea de una cosmología para y con el hombre ha sido abandonada.

Las escuelas son aquellos lugares donde aprendemos y nos inculcan, más allá de las materias, unas normas de conducta tanto para dentro de las escuelas, como fuera de éstas, además, la inutilidad o falta de motivación que sugieren gran parte de las materias en los primeros años de escolarización para los jóvenes, de inmediato evidencia dos clases de estudiantes: aquellos que son  sumisos y manejables que  destacarán asimilando cuanto se les ofrezca, sin rechistar y, de otro lado, el grupo de los  rebeldes e inquietos (esos en los que el carácter fuerte predomina sobre la sumisión y la servidumbre) que gustarían de aprender, por encima de lo que se les pretende enseñar, y que pronto estarán descontentos, con muy baja o nula motivación; luego de esta separación, no física pero evidente, se distinguirán: aquellos que seguirán los estudios hacia una formación más completa, dirigida, e instruidos por el sistema para en el futuro convertirse en trabajadores de alta cualificación, administrativos (universitarios titulados) y, aquellos otros rebeldes, inquietos e inconformistas ― ya tienen un sitio esperando―  de alguna manera serán sutilmente atraídos hacia otros ámbitos de la sociedad, ya no el estudio, sino en la formación pero, dado que viven en un sistema materialista y consumista, el dinero rápido llamará a su puerta y dirigirá sus vidas, y mucho antes de terminar de formarse, saber que quieren o desean, abandonarán los estudios, trabajando con la consecuencia de que aquellos individuos de carácter fuerte serán dirigidos a la producción y no al conocimiento. Ignoro, si alguien se percató del hecho, de que si todos los niños aprobasen el colegio, y luego los institutos, no habría universidades ni lugar donde acogerlos a todos; como en tiempo de pandemia, cuando debido a la alta incidencia de un virus todos enferman, no habiendo luego lugar para ellos donde por estar enfermos deberían estar, y para lo que la sociedad, tan organizada y diletante en tantas cosas, en esto no ha reparado, de no ser precisamente lo que se pretende: la exclusión de los de carácter y difíciles de someter del ámbito del conocimiento, por determinantes, en una sociedad de mansos. Una criba y selección en el acceso a las universidades, no por aptitudes, sino por mostrar muy buenas notas en la sumisión a todo conocimiento inútil, sin mostrar duda o reproche por ello y aplicados en conseguir la siguiente meta: a estas alturas los estudiantes ya saben lo que quieren, igual que los que dejaron de estudiar: (trabajar unos / graduarse otros) pero ninguno quiere ser el. Y al ser preguntados unos y otros dirán: soy administrativo, soy albañil, soy abogado, y se someterán sin resistencia a todo aquello que se pida y ofrezca “y aquellos dominados, que han tomado siempre la moral que les venía de los señores, con mucha más seriedad que estos últimos, creerán en el mito del éxito aún más que los propios afortunados” (Dialéctica del iluminismo- Max Horkheimer & Theodor Adorno)


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