EL PELIGRO DE ESCUCHARLOS A TODOS Y NO ESCUCHARNOS A NOSOTROS MISMOS

jordi Maqueda /

Graffiti griego

El peligro de escucharlos a todos y no escucharnos a nosotros mismos 

Nadie dijo que la vida fuese fácil, ni tampoco que vivir digna y auténticamente fuese en ocasiones tan difícil. Lo que recuerda aquello de “nada que resulte fácil valdrá la pena”. Y esto me lleva a pensar en el modo de vida que llevamos, digamos fácil ―no refiero aquí las contingencias de cada uno, que las habrá― y, si esta “facilidad/comodidad” (todo organizado para que lo tengamos a mano, como la comida en los supermercados) vale la pena, en tanto y cuanto luego, esta misma forma de vivir, nos limita y dirige hacia qué debemos ser o hacer, privándonos, cuando no prohibiéndonos lo que nos gustaría (en tanto a la libertad individual) poder ser o hacer, llevándonos a este estado perpetuo de conflicto: lucha y disputa, desde el mismo día nacemos. 

Y precisamente, es aquel "individuo" “que en su disputa, sometido a la presión que supone vivir como proyecto, aún incompleto, cuando en ocasiones “cae”; pues, es cierto que la existencia es el lugar del ser -en el mundo como “individuo”- donde existe, pudiendo alcanzar todas sus posibilidad, trazando metas e intentando cumplirlas. Pero en el mundo vive igualmente con los “otros” el "uno", y puede llegar el momento en el que el “individuo en disputa” tras comprender su realidad que, por más que para muchos sea desatendida o pase inadvertida, tiene igualmente “existencia” ―más allá de aquello que es vida o, un vivir por vivir― también, se da cuenta de que no se ha creado a sí mismo, ni tampoco al mundo en el que se encuentra, sino que sencillamente está ahí (ahora parado e indeciso) sin un fundamento aparente o razón: sin motivo; y, además, también se da cuenta (ahí-parado), de que él “tampoco” ha escogido ser cómo es: un “ente” que existe y que habrá de elegir unas posibilidades y no otras, siendo en cualquier caso responsable de cuanto le acontezca, dependiendo de aquellas: sus propias decisiones. Y es posible entonces, que ese “individuo en disputa” pase a ser un individuo en conflicto” consigo mismo; entiéndase: en disputa con la sociedad, por su libertad, pasando a estar en conflicto, no tanto dejando ya de creer pero sí, rindiéndose y gradualmente dejando de creer, por encima de todo y de todos: en su libertad; experimentando, esa ingrata sensación el saberse abandonado a sí mismo: angustiado y… escuchando lo que el “uno” que no es ninguno y son todos” tiene que decirle; comenzando a disiparse en la mundanidad, en el dejarse llevar por el exterior, por lo que se dice; por lo que se piensa; por lo que no es nadie y son todos: la sociedad, sus estructuras que implantan lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe y lo que no se debe pensar o hacer; corriendo, entonces más peligro que nunca; peligro de dejar de vivir, o vivir propiamente; bien, porque no encontró, no escuchó, o dejo de escuchar su ser. Es por ello la necesidad inmediata de darse de baja, dejar de pertenecer, renunciar; enfocándonos en aquello que precisamos para iniciar nuestro peregrinar. Pues, y pese a no haber escogido (el individuo) ser o existir, y pese a no haber escogido todavía “su manera” de ser o existir, el "ser que está ahí", el “individuo en disputa” ha de saberse responsable de su propio ser, tanto como si él mismo lo hubiese creado o construido; pues, más allá de cualquier duda o contingencia posible, desacierto o incluso caída, comprende (tiene que comprender) que en existir y sólo en su existir se juega su ser: ser, como él decida ser o no ser, y no como otros decidan que sea.


No hay comentarios:

Publicar un comentario