MEDIOCRIDAD Y REDES SOCIALES

Prologo a la segunda Edición del texto 11/10/de este año :-)

Siempre intento, a medida que pasa el tiempo, definir aquellos textos que un día escribí del tirón (este lo hice el (2/11/de este año :-) cuando aquella idea que dio su origen, quizá no se contextualizaba o era difícil contextualizar del todo, digamos, en la realidad social. Pues, si bien es cierto que no corrijo ni repaso, una vez escritos, cuando entiendo que se pueden y puedo definir mejor aquella idea primera haciéndola más comprensible y así pinche al insensible, pues lo hago. Y, aunque jamás pueda llamar a nada de lo que hago “resultado final” pues mientras yo esté vivo y evolucione: todo conmigo, en mi o surgido de mí, lo hará igualmente, puedo llamar al siguiente texto: un texto “evolucionado” para mayor sorpresa, maravilla y desconcierto de darwinianos.


EL PELIGRO DE LA MEDIOCRIDAD
 CÓMO LA LA SOCIEDAD Y LOS MEDIOS nos MANIPULAN Y VUELVEN MEDIOCREs

Mediocridad y  Redes Sociales

Hay quien opina, yo no termino de coincidir “que en la ética venidera florecerá un idealismo, independiente de dogmas y apriorismos metafísicos", pues pienso que de los ideales fundados en la experiencia social, sólo pueden reforzar la misma doctrina ya existente en esa sociedad, reforzando si cabe, y desterrando definitivamente todas las posibilidades de advenimiento de lo propiamente humano, jamás sobrepasando a ésta, sino más sucumbiendo bajo ella. Sin embargo, coincido en la idea que los ideales, de entre todas las creencias, representan el resultado culminante de la función humana del pensar; y que un ideal no es una fórmula de ninguna manera muerta, sino una hipótesis a perfeccionar y probar; y que para que sirva debe ser concebida en función de unas posibilidades factibles: dirigidas, no tanto hacia lo social, como lo debería ser hacia lo individual. 

La modernidad se construyó sobre aquella idea humanista de la invención del individuo, proponiendo que cada individuo-ciudadano fijase él sus propias metas según su voluntad y deseos, alcanzándola luego de una manera natural, es decir: dándole sentido a la propia vida. Pero, este entusiasmo hacia un individuo autónomo, que perseguía ideales siendo capaz de auto determinarse, venida entonces de la Ilustración y algunas filosofías románticas, como las de Nietzsche o Hegel; entendiendo, aquella noción de individuo como ser emancipado (que advertimos, por ejemplo, cuando Nietzsche exalta al individuo criticando duramente a la sociedad) se ha revelado hoy como una obra en la práctica, utópica, pues, para que aquello ocurriese habrían de ser los propios individuos dentro de las sociedades (a las mismas que ellos pertenecen  y sirven, dándoles su actual forma) quienes, deberían tomar aquel ideal por suyo; pero, cómo convencer en algo o para algo al ciudadano  ya presa de la esfera social y bajo la influencia de “los otros”, un ciudadanos que ha perdido su autenticidad (identidad); más, cuando luego observando el conjunto de la sociedad, encontrar ese individuo que piensa y obra por cuenta propia –rigiéndose por sus propios valores es casi imposible– resultando más que una hipótesis, un imposible. 

El hombre moderno se encuentra “arrojado” dice Heidegger, inmerso por completo en su cotidianidad, capturado por una “sociedad” que el mismo ha deificado. Heidegger utiliza un término das Man, traducido como el “uno”, pero quizá se entienda mejor como “ellos”, “los otros” o la publicidad misma, la esfera u opinión pública, en definitiva: la sociedad, donde el hombre moderno subordinado, “inauténtico” y “Mediocre” es de entrada incapaz de usar su imaginación, para concebir ideales que le propongan incluso a él mismo, un futuro distinto a su presente realidad, y por el cual luchar.

Cuando un filósofo, intelectual o pensador enuncia ideales, bien sean para beneficio de éste: del individuo (el hombre) o, bien para mejorar la sociedad en la que vive “humanizándola”, la comprensión inmediata de estos ideales / razones, le resultan más difícil de entender o asimilar, cuanto más se elevan sobre sus propios prejuicios y la charlatanería y locuacidad convencional reinante en el ambiente social que le rodea; y lo mismo ocurre con la verdad, cuando la opinión ajena únicamente es fácil de entender, para quien le concuerda ésta verdad, con “sus rutinas” secularmente practicadas; sin embargo, es muy difícil para aquel ciudadano medio, entender todo aquello que de múltiples maneras para su bien le sea expuesto, cuando su imaginación no pone mayor originalidad en el concepto y la forma que se le muestra. De ahí que el individuo, el ciudadano, se vuelva sumiso a la rutina, los prejuicios y a la domesticación; volviéndose parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no sólo no se cuestiona sino que sigue ciegamente. Es aquí, precisamente donde aquel concepto del ser, del hombre, que es pura posibilidad abierto a un sin número de posibilidades hacia fuera, se desmorona hacia adentro: colapsando - sucumbiendo; cuando encontrándose en el mundo (él) con los otros “ellos” y “la sociedad”– acabará indefectiblemente por definir lo que el individuo es, o será de manera particular, en lo que Heidegger califica como una vida “inauténtica”, refiriéndose al respecto: (El uno [das Man, el ellos] despliega una auténtica dictadura. El uno, que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la suma de ellos) prescribe el modo de ser de la cotidianidad).

La sociedad, o si queremos: la ingeniería social; ha dedicado siglos a crear su “buen-ciudadano” dócil, maleable e ignorante de la realidad: un ser prácticamente vegetativo (que durante la semana se levanta, va a trabajar, vuelve del trabajo, cena, ve la televisión (adoctrina) y se va a dormir, carente por completo de personalidad y contrario a la perfección (propia e individual o ajena) insolidario, y cómplice de intereses creados, que lo hacen un borrego necesario del rebaño dentro de la sociedad; sociedad, que no es “nada ni nadie determinado” sino una abstracción deificada por aquel que la deifica y convierte en su nuevo ídolo, centro y referente de todo significado, mostrándosele como normalidad y medianía, y al tiempo como “medida de todas las cosas”, siendo referente interiorizado por el ciudadano, y tendencia en aquellos individuos dirigidos o tentados hacia la mediocridad y el aplanamiento de sus posibilidades de "poder ser" (ellos mismos) , pasando a ser-inauténticos (como los otros), o como mucho, una caricatura deformada e irrisoria de cuanto puede ser. Pero, por qué elegir no-ser, cuando se puede ser.

El mediocre, proviene de la angustia del individuo, una angustia estéril propia de saberse, en su caso, pero no encontrarse jamás; una angustia pues, que puede ser superada; siéndolo en dos direcciones, una de ellas estéril (de la otra fructífera hablaré en otro momento) cuando superando durante su camino esa angustia, no es capaz de constituirse y verse a sí mismo, ni crear un proyecto de vida propio e individual; entonces (dejando de buscarse, cansado o porque quizá no quiso o supo buscar-ser) mas temiendo la soledad que deviene, buscará la pertenencia agregándose al grupo, rebaño (sociedad), y luego integrándose en subgrupos o “clases” (política, fútbol etc.) siempre, guiándose por el hēgemon-social. A estas alturas ya es un conformista, que como otros no aspira a otra cosa que lo propuesto en las directrices que gobiernen la sociedad a la que pertenece, como por ejemplo: casarse y tener hijos, comprar una casa, coche, hipotecarse, consumir lo innecesario (donde encuentra paz y felicidad) ir al fútbol y adoptar una opción política existente (de las dispuestas). Luego, en su vida complaciente, este sujeto (desprovisto de su ser) se vuelve con el tiempo vil y escéptico; siempre malhumorado,  crítico ignorante que jamás aprenderá a amar, pues quien no se respeta y ama a sí mismo, sirviendo a otros, se odia y odiará todo lo demás. (En la previa determinación de lo que es posible o permitido intentar, la medianía vela sobre todo conato de excepción. Toda preeminencia queda silenciosamente nivelada. Todo lo originario se torna de la noche a la mañana banal, cual si fuera cosa ya largo tiempo conocida.- Heidegger)

La sociedad, entonces libera al individuo de la responsabilidad de definir por sí mismo lo que es (sociedad del bienestar), y de la aventura que implica el verdadero conocimiento, así como del misterio de la existencia. El “uno”, el “ellos”, la sociedad “ya ha anticipará siempre todo juicio y decisión de aquel, y despoja, al mismo tiempo, a cada ciudadano de su responsabilidad, de cuidarse. El “uno” puede, por así decirlo, darse el lujo de que constantemente 'se' recurra a él”. Existimos por lo tanto, y a la vista está, en un mundo que aparentemente ya ha sido descubierto, definido y conquistado, por “los otros”; y una vez que nos amoldamos a él, podemos aflojar y dedicarnos a ser entretenidos por las maravillas que produce la sociedad iluminada. Nietzsche es contundente: “¡Cuán acogedor, cuán amigable se vuelve con nosotros el mundo tan pronto actuamos como todos los demás actúan y 'nos dejamos' ir como todo el mundo!” (Genealogía de la moral). Por tanto el mediocre será culto y admirador de la cultura -tanto como se pueda concebir la basura de cultura que admira - una cultura y erudición de masas, impuesta, dentro de las sociedades occidentales que, bajo un disfraz pseudo democrático esconden una estructura totalitaria, al mismo tiempo que es un ente capaz de reprimir todo cambio cualitativo, una realidad ésta por pocos conocida pero de lo que ya se advirtió hace más de un siglo sucedería (En este artículo me aventuré a predecir algunos resultados de los cambios políticos propuestos entonces. Reducida a su expresión más sencilla, era la tesis mantenida por mí que, si no se tomaban las precauciones debidas, a un aumento de la libertad aparente, seguiría una disminución de la libertad real. Nada ha venido después que modifique la creencia entonces expresada. Medidas dictatoriales, rápidamente multiplicadas, han tendido de continuo, por dos caminos diferentes, a mermar las libertades individuales. –El individuo contra el Estado–H. Spencer. A partir de la versión española de A. Gómez Pinilla (F. Sempere y Cª editores, Valencia s.f.)

Pero el “mediocre” no tiene idea del contexto en el que se desenvuelve; menos aún qué es arte o cultura, pues no sabe ni entiende de ella. Identificando, por ejemplo, la música creada, clónica y de un mismo patrón como arte e, igualmente, con los cánones de belleza (o modas) que son igualmente ficticios e impuestos, y no se dan sino como producto de la ilusión creada—y quien vive de ilusión es un iluso—; cuando el que exista un ideal, no desprecia que lo real, por el contrario de lo ideal, sea bello aunque no admirado y deseado por el mediocre, que siempre se sentirá realizado imitando algo o alguien: un cantante o actor por ejemplo, y si no le quedará la moda: llevando el mismo corte de pelo, barba o ropa que otros. Contentándose con aquello que se le ofrece, pues no es capaz de interpretar atisbando otras vías de realización y aceptación que no sean las impuestas por el hēgemon. Luego, posiblemente, buscará ideales de singularidad que le pretendan diferente del rebaño: único, pero que le son igualmente impuestos, por ejemplo por medio un coche, que anuncia que conducirlo (publicidad) le hará uno entre “todos los otros” a su propietario: diferente, cuando no es sino otro borrego más. Así, distinguimos a los mediocres fácilmente, unos acomodados y otros no tanto, pero todos dentro del rebaño; viviendo sin una voz propia, sin que se advierta de su existencia pues la sociedad quiere y piensa por ellos y por tanto absortos en el consumo; y caracterizados principalmente por aquello tan banal y frívolo que llamamos: la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad que antes en diarios, televisiones o radios, pero ahora materializándose de manera omnipresente en las redes sociales, están siempre conectados al flujo de información, a la voz de la convencionalidad; donde esta red-social es prisión, enredamiento y literalmente una celada mental, un caer presos del caos enajenante de la muchedumbre, lo que Heidegger llama das Verfallen. Armados por la tecnología –que será el centro de la crítica posterior de Heidegger– y envalentonados por la ilustración científica o cientificista, somos capaces de penetrar en la distancia y en todas partes, decidiendo –a su entender– lo que es el ser y definirlo para los demás; pero nunca alcanzando un fin, y jamás preguntándose por su libertad; son esa sombra proyectada gracias a la cual algunos valoramos tanto la luz.

Los ciudadanos mediocres, como vemos, no sólo no son unos genios vanidosos, sino que se muestran como unos verdaderos ignorantes, señores del hablar repetidor, superficial, trivial, el chisme, el consumo y la circulación de información rápida o basura. Mostrando un no conocimiento o un conocimiento de las cosas “a la ligera”, banal y sin “fundamento” o arraigo que, sin embargo, se presenta como autoritario en la sociedad, y crea la media o el parámetro general en redes y medios; diseminando así, y nivelando hacia abajo, la capacidad de entendimiento de los individuos. Hablo de “esa posibilidad (imposible) de comprenderlo todo sin apropiarse previamente de la cosa” y, por tanto de cuando “La comprensión media del lector, que podrá jamás discernir entre lo genuino que ha sido conquistado y alcanzado originariamente a través del conocimiento o experiencia y lo que meramente es repetido por aquel” estableciendo así el imperio de la Doxa (δόξα) una palabra griega que se suele traducir por 'opinión'; opinión que Platón tanto criticaba pero, sobre todo, despreciaba a quienes hacían del falso conocimiento adquirido y de la apariencia un medio de lucro personal o de ascendencia social. Sin embargo, es precisamente en este sentido, la ascendencia social o cuando el ciudadano no puede ya como individuo ascender a realizarse como ser, sino ascender como ciudadano, cuando este más se radicalizará, no aceptando nuevas ideas, opiniones o formas de ser distintas a las que entiende o ha aprendido y hecho propias a lo largo del tiempo (las únicas que entiende y conoce) dentro de la tradición a la que pertenece, sin darse cuenta o sin importarle, o incluso despreciando el hecho de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres y mujeres con ideas totalmente diferentes y contrarias al mismo tiempo. Pero de la mediocridad del indolente -que acata la voz de su amo como un perro, y desde esa seguridad que le da saber que hace y piensa lo que le dicen- se desprende que todo esto le da igual: no le importa, pues el mediocre está en perpetua lucha contra el idealista, al que intenta opacar desesperadamente toda acción, pues sabe que su existencia y ascenso depende de que el idealista nunca sea reconocido. Surgiendo entonces la peor faceta: el fanatismo, donde adoptando una moral radical artificial e impuesta -pues no existe una natural- al ser incapaz de decidir desde la subjetividad lo bueno y mejor para él y para todos (desde su propia perspectiva) denunciará y descalificara cualquier otra posibilidad de liberación de otros, pues no tiene dignidad, ni puede contribuir al bienestar de sus semejantes, aunque él piense que sí desde el maniqueísmo de pensar que todo lo que él hace esta bien, y lo que hacen otros está mal. Es algo que difícilmente se puede calificar de "persona" al no alcanzar esas mínimas cotas de dignidad que convierten a alguien en persona.

¿Culpable? No, no es un crimen ser así: "El Dasein se comprende siempre a sí mismo desde su existencia, desde una posibilidad de sí mismo: de ser sí mismo o de no serlo. El Dasein, o bien ha escogido por sí mismo estas posibilidades, o bien, en muchos casos ha ido a parar directamente en ellas, o incluso ha crecido do en ellas desde siempre. La existencia es decidida en cada caso tan sólo por el Dasein, por si mismo, tomando entre sus manos ser, o bien dejándose perderse " -Heideggerser y tiempo. Lo que finalmente me lleva a concluir, a mi pesar, que difícilmente las personas dentro de la sociedad, que viven y dependen de ella puedan cambiarla, cuando por cualesquiera razones observamos que éstas permanecen, pagando el precio por muy elevado que sea, sólo por permanecer en ellas. No tanto como algunos pensamos: eludiendo la realidad de su ser, pues parece que ciertamente su realidad es esa: estar-ahí como ciudadano, y no anhelando otra cosa, como individuo. 

    Y es que una vez adaptado, educado y considerado en una sociedad enferma, con toda su miseria,—formando parte ella—, igualmente, es estar enfermo, además, de predispuesto a abandonarse por completo a su aviesa moral unos o, sometidos a sus políticas y engaños los otros. Todo habrá de resumirse finalmente en servir; servir de un modo u otro al sistema, sea en el consumismo, la dilapidación, la codicia o bien ardiendo en la condenación de la servidumbre eterna: condenados y esclavizados, ellos y sus hijos. Lentamente consumidos día tras otro, por burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias gubernamentales, calificadoras, de crédito y, por todo aquello que en sí mismo consciente se arrastra y presta —facultado en la mentira y el engaño— alimentando la falacia que perpetúa la angustia de la terrible infamia y el engaño en el que vivimos. Mentira, que solo beneficia a unos pocos.

Pero Luego hablan de crisis social: no hay crisis sino en la conciencia, cuando ésta ya no puede aceptar aquellas normas y creencias, las mismas normas que en el pasado le dieron contingencia en un mundo y sociedad absurda, desprovista de cualquier sentido, donde el caos centellea con resplandor demoníaco y donde el hombre participa de sufrimientos y de la más terrible de las agonías, consolados únicamente, en el llanto que mezcla su sabor salado con el agridulce de la sangre por muchos derramada en el trabajo, y en aquella última esperanza hallada en el sufrimiento de saberse muertos pero seguir aún vivos; pues sólo por este, nuestro amor hacia aquellos más desesperados, conservamos todavía algunos la esperanza del cambio.

"nadie está más esclavizado que aquel, que erróneamente cree ser libre, 
en tanto, que pretenda cambiar algo"

Johan Wolfgang Goethe.

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