UNA OBSERVACION: SOBRE EL DESTINO de Jorge Maqueda merchán ⟲ Jordi Maqueda (Aceuchal, 06207 Badajoz -España)

Saber; Aristóteles, Voluntad; Destino; Deseo; Conocimiento; Reflexiones; Teorías;

Hace algunos años leí un bello pasaje en un libro que afirmaba, que “la verdadera patria de todo hombre y mujer, origen de sus deseos e igualmente, punto de partida en el que es forjado el destino de sus vidas, se encuentra en algún momento de la infancia”. Por mi parte, reconozco haber pasado tardes y noches enteras en vela, pensando, cuando no buscando en el lejano pasado, ese preciso instante, hasta pretender dar con él. Estupidez grande la mía, an sólo posible de aquel que ignora que no importa el origen ―apenas sostenido ya en un reflejo indefinido que se derrumba una vez y otra en el impreciso caudal de la memoria— sino el propio destino, y que este se desplaza, en tanto forma parte de uno mismo, y donde lo más importante no es llegar, sino enriquecerse de todo lo que nos aporta el camino. De modo, que de nada sirve aquel vano ejercicio, sino para reconocerse (mártir), y otra víctima más del devenir, pues ahora en el presente y al igual que antes en el pasado e ignoraba el final del camino que emprendía, y consecuentemente, hacia dónde el este me conduciría. «Todo destino es dramático y trágico en su más profunda dimensión» escribió, en alguna ocasión Gasset. “Por ello― a decir de Cavafis― cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti. Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios. Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Pero no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin esperar a que Itaca te enriquezca. Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas (Cavafis).

Platón, en su Timeo dice que « aquello que sucede, sucede necesariamente por una causa». Plutarco, al final de su libro de fato, entiende que «lo primero y más importante no es tanto saber, que nada deviene sin una causa, sino que todo deviene en virtud de causas anteriores». Por lo tanto, sería inteligente no buscar causas primeras ya lejanas, concluyendo que todo principio es causa de la anterior y continua sucesión de diversos acontecimientos, los cuales, conducen hasta un determinado origen: catástrofe lo llamaría C. Zeeman— o sencillamente principio, inductor que altera los factores que hasta el momento han guiado nuestra vida, y en el que sin saberlo, conjuramos de nuevo las parcas que maniobran infinitos destinos. Será a partir de entonces que caminaremos, de nuevo, sobre un hilo que por nosotros mismos irá siendo tejido, desconociendo, aquello que aguarda más allá, escondido, tras los vados y sombras del camino. Y así, hasta provocar otra inflexión (catástrofe) en la maquinaria del destino. Pues ocurre, que aquellos fundamentos que gobiernan los misterios del universo, comienzan como engranajes de un viejo reloj a temblar, avanzando sin vuelta atrás, cuando como niños sentados imaginando historias en silencio contemplamos, con la vista perdida en el horizonte y la esperanza labrada en el tiempo, la difusa silueta de unos sueños forjados el murmullo sibilino del viento y el rugir furioso de unas olas, que golpean los límites que le fueron impuestos al mar. Vuelve y tómame, amada sensación, vuelve y tómame cuando la memoria del cuerpo se despierta, y el viejo deseo corre otra vez por las venas (cavafis).

PRECIPITARSE A LAS PROPIAS CONSECUENCIAS / Jorge Maqueda merchán ⟲ Jordi Maqueda (Aceuchal, 06207 Badajoz -España)

Hoy más que nunca podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que pertenecemos a la era de la complejidad y la incertidumbre (S. Pániker). Las barreras que antaño nos recluían en celdas “sociales” apartados de esperanzas y anhelos han ido cayendo. Los hombres no nacen condicionados y las aspiraciones no se ven limitadas, debido a un bajo estatus social. Consecuentemente, desde muy jóvenes todo lo que somos, tenemos o la opinión que merecemos a los demás nos parece insuficiente; nos sabe a poco queriendo más reconocimiento: deseamos sentirnos protagonistas, incluso diferentes al resto de la sociedad. Sin embargo, al levantamos por la mañana la realidad nos saluda, como todas las mañanas: arrojándonos a la cara un jarro de agua fría. Nos miramos entonces ¿Cuántas veces?, resignados frente al espejo, aborreciendo de lo que somos y  nuestra vulgaridad; y nos afligimos por todo aquello que deseamos desde lo más profundo del alma; desde esa misma profundidad por la que igualmente sabemos que jamás lograremos el propósito a alcanzar. Pero he aquí el lugar: “la fortaleza” de nuestro hogar y el instante frente al espejo: precioso lugar y momento, en el que la inconsciencia se despereza y nos mira desde el otro lado con nuestro propio reflejo, susurrándonos con voz grácil y seductora, de tal manera que las palabras adquieren  propia luminiscencia: más cuando «Rotas y sin vigencia, las normas que durante tanto tiempo prestaron contingencia dentro de la sociedad al individuo, no puede este ahora construirse una dignidad, sino del fondo de sí mismo» (Gaset). Pero cuidado: la imaginación es mala cabalgadura para un hombre sensato, lo decía Pío Baroja y no le faltaba razón. Hay ocasiones, en que esas efímeras e inofensivas visiones ( insinuaciones), plagadas casi siempre de buenas intenciones, mueven a despertar profundos deseos y exacerbadas pasiones, que lejos de parecer arriesgadas nos seducen de manera singular: tirando de nuestras almas —desoyendo las advertencias— cuando atisbamos a lo lejos la posibilidad de ir más allá, ser más allá convencidos de hacer posibles aquellos sueños. Se trata de verdaderos orgasmos deslumbrantes de luz delirante y fabuladora (de los que circe ya nos advierte por Odiseo), que incitan a mover y cambiar el modo de ser y pensar al individuo: a actuar, creyendo, que si seguimos adelante, lograremos permutar el mísero destino al que se dirige nuestra existencia. 

No negaré que el ejercicio resulta convincente, y más para quien ya se encuentra desilusionado consigo mismo (y lo observamos precisamente en todos aquellos que permutan sus vidas, como si se tratase de ser otro / vivir otra vida). De modo, que la catarsis ciertamente contribuye al embelesamiento, desmantelando así toda defensa y juicio —frente a ese caballo blanco que avanza llamado voluntad—, que el individuo pudiera haber construido, dándole algo de tiempo y así defenderse de su violencia. Violencia devastadora, con la que luego irrumpe arrasando cual salvaje montura pertrechada de etéreas substancias, invitándonos a cabalgar, haciendo frente a las eventualidades del mundo que puedan salir al paso. Muy pocos son entonces los que intuyen el enorme coste y sacrificio que supone tan precipitado juicio; una determinada elección en nuestra vida, sobre todo, cuando se quiere ir más allá de uno mismo. Y son menos aún, quienes cuentan con que la tormenta pueda tragarse, mandando a pique la tan anhelada empresa.

No son pocas las ocasiones, que embarcamos la vida en un frágil junco, construido apenas con algo más que buenas intenciones, y sin saber que nos aventuramos a un mar bravío, seno de frustraciones y desventuras: una travesía muchas veces malograda ya de antemano, por no haber calculado “la infinitud del deseo” ni previsto las dificultades de tan arriesgada singladura. No pasa mucho tiempo para cuando la tempestad arrecia desarbolando las velas: desatando los problemas y volviendo a los titanes en contra nuestra. Sólo entonces nos acordamos de aquellos desestimados consejos y advertencias surgiendo las primeras dudas: recelos primero, que darán paso al miedo, que se agrava durante la noche cristianizado en sombrías pesadillas que una vez manifiestas, se tornan perversas acechando y atormentando al individuo: consumiéndole más que la propia vida. Con ellas se revelarán uno tras otro todos los peores fantasmas, surgidos como demonios no invocados en la noche oscura: duendes que invitados por ese “otro yo” que algunos afirman "todos llevamos dentro", y disfruta martillando lenta la conciencia cuando nos reprocha que quizá nos equivocamos (que no hicimos caso); o aún peor, recordándonos lo terriblemente atroz y absurda en que puede llegar a convertirse la propia vida. Por fin, y una vez ya presa de la red tejida por el caos y la incertidumbre: la misma, donde deposita sus gérmenes la locura, veremos el futuro de forma muy distinta; sintiéndonos, como aquel que tantas veces frecuentó la angustia y la duda, dotándola de sentido, y que de manera elocuente  al preguntarse qué le depararía el futuro, comparó sus sensaciones con las de una araña que desde un punto fijo se descuelga, suspendida, teniendo ante sí siempre el enorme vacío, pataleando sin encontrar un lugar donde apoyarse: víctima de su propia voluntad y precipitada hacia a sus propias consecuencias.


SOBRE EL SABER y... EL DESEO DE SABER / Jorge Maqueda merchán ⟲ Jordi Maqueda (Aceuchal, 06207 Badajoz -España)

«Por naturaleza —afirma Aristóteles— tienen todos los hombres deseo de saber» [πάντες ἄνθρωποι τοῦ εἰδέναι ὀρέγονται φύσει, 980α 21]. Ciertamente, Aristóteles nació hace más de veinticuatro siglos en la Antigua Grecia; sin embargo, no por haber vivido en un lugar y momento que nos puedan parecer tan lejanos en el tiempo le eran ajenos los sentimientos: deseos, o las propias sensaciones, que son al ejercicio que me propongo, aquellas cosas que conciernen; independientemente, de quién y en qué lugar o tiempo las experimente. Y dado que pocos encontraré mejor que él facultados en tanto al saber, en cuanto a tal concepto y que exponerlo en toda su magnitud sería —a este ejercicio— un exceso, consideraré por el momento y con ello también así finalizar el exordio en el que me veo envuelto, que Aristóteles no sólo tenía razón sino que sigue hoy estando en lo cierto. Cierto "que no hay nada que ocurra en el universo y consecuentemente en el mundo —derivado de la naturaleza o las personas— que no estimule al pensamiento, en el hombre que observa y aprende, a través, del medio en el que se desenvuelve, impulsándole a saber". «Saber» que en su conjunto y resumido en una sola palabra es entendimiento; facultad ésta que habrá de adquirirse por el examen de las cosas, a partir de aquellas experiencias sensibles —también llamadas impresiones— y la información que estas últimas se ofrecen al juicio respecto de las primeras— procurando llegar a «conocer» y consecuentemente a su producto «el conocimiento». «Conocimiento que —nos dice Kant en la primera línea de su estética trascendental—comienza con la experiencia; pero esto no significa que todo él derive de la experiencia. Principio no significa, pues, origen, sino fundamento» primero del hecho empírico que lleva luego a reflexión: jerarquiza, estructura, ordena, discrimina la información; e igualmente, encuentra respuestas y soluciones —a las cuestiones y problemas derivados de las cosas por medio de la razón y los demás caudales adquiridos a través de ella. Esto es el entendimiento, que da sentido al mundo, venido del asombro a despejar el horizonte “nuestro horizonte”. «Horizonte —pero— limitado, pues nace de una limitación: limitación, que delimitan las propias cosas pero también nuestra visión de ellas». "Cuando nuestras emociones se basan en creencias falsas, ¿son falsas?" (Irving Thalberg -1977)

Sin embargo, de tantas las cosas que nos son extrañas en la vida desde su comienzo, sería insensato por nuestra parte abandonarnos, más llegado el momento de la madurez, limitándonos igualmente a admirar asombrados todas ellas, deleitándonos luego en pueriles cavilaciones ingeniosas. Se precisa de esta labor un orden y establecer alguna prioridad. Más aún, cuando lo que de cierto apremia ahogándonos con el juramento de su lobreguez, es la total ausencia de razón que justifique el sufrimiento que deviene de la manifestación —tantas veces fatídica— de la propia existencia: siendo, como somos, incapaces todavía de prever aquellos fatales eventos que habrán de seguir aconteciendo. Pues, lo advirtió ya Sócrates —filósofo, pero antes soldado— siendo el primero, que tomando aguda conciencia de la vasta tragedia humana que de manera continua discurría ante sus ojos —lejos de especular con vanos conceptos— nos recordó, que dados a la reflexión era la existencia el primer y mayor problema a abordar, estimulando, así una nueva forma de pensar e “incitando” con ello al examen incesante de uno mismo, como al de los demás. Así pues, sería precisamente llevado de esta aptitud entorno de las circunstancias que condicionan, dando o restando sentido a la vida y donde precisamente el saber justamente está en ser buscado —cuando más, hallado, éste posibilita favorables los cambios— que de los resultados obtenidos a partir de una primera introspección, buscando no fui capaz de advertir otro móvil que a diario determinase mis pasos (entonces), más allá de aquel mismo deseo que desde antaño ha guiado mis actos e, igualmente, el devenir de buena parte de la humanidad. Pues, según pude constatar fue Aristóteles quien —al igual que ahora yo intuyese— entonces convino, que debía existir un fin supremo, deseado, no solo por él sino por todos mortales —principio liberador de todos los males— deduciendo, finalmente, que este fin no debía ser otro que la felicidad: pues «Siendo la felicidad mejor y más bella que todas las cosas, es también la más placentera» [ἡμεῖς δ᾽ αὐτῷ μὴ συγχωρῶμεν. ἡ γὰρ εὐδαιμονία κάλλιστον καὶ ἄριστον ἁπάντων οὖσα ἥδιστον ἐστίν. 1214α]3.

Sin embargo, cuál sería mi asombro que entregado a profundizar, reflexionando, en el conocimiento de mi propia experiencia y habiendo a la sazón repudiado la senda del autoengaño —que conduce a no encontrarse ni a saberse uno quién es jamás — pude observar y no sólo de mis actos, que la búsqueda de la felicidad o el mero hecho de desearla pudiera ser aquello que fatalmente motivase cuanto de trágico en la vida hubiere luego de acontecer. Y parece lógico preguntarse ¿Cómo puede ser? o ¿Qué de malo puede haber? Y la verdad, es que yo tampoco lo sabía, siquiera apenas lo intuía antes de comprender gracias a unas viejas lecciones aquello que Aristóteles de forma modesta, al comienzo de su metafísica nos refería, a saber: que primero y por encima de cualquier anhelo de saber «Tienen todos los hombres deseo…» Deseo éste, pero, que no es una clase mayor de querer, sino un impulso, o disposición genérica de la razón “sine iudicium” (sin juicio) entendida, esta razón como puro ámbito de representaciones: “inerte” y sometida a las pasiones mismas —dice Hume— en tal medida, que no puede pretender otro oficio que obedecerlas y servirlas. No alcanzando de este modo la razón, ser motivo de acción ni mucho menos oponerse a la pasión, que venida a lomos del impulso “encubierto” bajo su estela, se muestra ya como una sola cosa, poderosa, que da origen a la acción. Pues, ocurre con el deseo como con tantas cosas, que al desnudarlas encontramos un saber: que arropadas bajo éstas existen otras que nos son dadas encubiertas y así veladas a la razón, que todo lo ignora de ellas cuando ingenua, las experimenta. Y, es por ello que concluyo con una sugerencia: que no habrá de darse por pedestre este saber; «pues saber, que por naturaleza estamos impulsados, no es un saber cualquiera» .

© Jorge Maqueda Merchán (2001)


1("No quieras imposibles"), Quilón, 16 (Diels-Kranz, 10, 3
2('epithymei') y αδυνατον ('adynaton') se refieren a conceptos fundamentales del pensamiento griego sobre el deseo, la afectividad, el apetito y sus objetos, su sentido, su dinámica, en definitiva, su "potencia", por jugar con una de las versiones que va a tener, en otro contexto, la δυναμις ('dynamis'), que comparte el mismo territorio semántico que lo posible (δυνατον, 'dynaton') en la filosofía de Aristóteles.


ET IN ARCADIA EGO ("Todos nacemos en Arcadia") / Jorge Maqueda merchán ⟲ Jordi Maqueda (Aceuchal, 06207 Badajoz -España)


    

  Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho. Bien y mal, y placer y dolor, y yo y tu – humo coloreado me parecía todo eso ante ojos creadores. El creador quiso apartar la vista de sí mismo, - entonces creó el mundo. Ebrio placer es, para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí mismo. Ebrio placer y un perderse a sí mismo me pareció en otros tiempos el mundo. Este mundo, eternamente imperfecto, imagen, e imagen imperfecta de una contradicción eterna – un ebrio placer para un imperfecto creador: - así me pareció en otro tiempo el mundo. Y así también yo proyecté en otro tiempo mis ilusiones más allá del hombre, lo mismo que todos los transmundanos...


F. Nietzsche - «Así habló Zaratustra»
    
«Auch ich war in Arkadien geboren» escribe Schiller, al inicio de aquel poema al que tituló Resignation. Lo cierto es, que parece no ser necesario sentirse seducido por el aire cargado de esencias que desprenden sus versos, para que de inmediato advertimos —marginando el significado literal y ateniendo a lo que el poeta, verdaderamente nos decía— que Schiller tenía razón. Diríase, que la sigue teniendo: «Todos nacemos en Arcadia».

    Del mismo modo que les ocurriera a aquellos pastorcillos que, dicen las líricas, poblaban antaño la fértil región del Peloponeso: nacemos y crecemos convencidos de hallarnos en un extraordinario paraíso donde alimentamos deseos y esperanzas, imaginando, algún día trasladarlo a buen fin. Sin embargo, cuán cruel se manifiesta a los hombres su destino que a poco de haber iniciado tan ansiado camino —y apenas habiendo recorrido unos míseros días— comprobamos, consternados y ante la evidencia, que debemos hacer frente a una realidad distinta: hasta entonces desconocida y preñada de miserias, e innumerables peligros, tal que fueron así representados por Guercino de aquella advertencia de un camino (cierto y real) que atenaza con faz descarnada, conmoviendo la liviana existencia de nuestras vidas: presto a devorar toda fantasía, que nuestras ingenuas almas pudieran todavía albergar. Será en ese instante, cuando intuyendo la vida ajena y desbordados ante el desconcierto que nos envuelve y abruma, cuando recordemos, igual que los pastorcillos paralizados frente a la siniestra osamenta, aquellas palabras de Dante cuando apenas iniciado su camino temeroso refería,«.Extraviado me vi por selva oscura; que la vía directa era perdida: ¡Ay cuanto referir es cosa dura de esta selva agreste y fuerte, que aún conserva el pecho la pavura!» Divina comedia; canto I. 

CUESTIONES A LA INTERPRETACIÓN DE COPENHAGUE, O PRINCIPIO DE COMPLEMENTARIEDAD (Extrapolada al Concepto relativo de la realidad tal como la percibimos) /Jorge Maqueda merchán ⟲ Jordi Maqueda ( Aceuchal, 06207 Badajoz -España)

Posiblemente usted se pregunte, qué interés puede tener en este blog un acercamiento a esta curiosa interpretación, que incorpora el principio de incertidumbre de Heisenberg, y presentada por Niels Bohr a finales de los años veinte, llamada entonces “idea o principio de la complementariedad”. Espero, que el texto se justifique a sí mismo, y que al final dicha cuestión quede, si no del todo, en buena medida satisfecha.

     Bohr  señaló—corría el año 1927—, que mientras en física clásica (determinista) se concibe que un sistema de partículas funcione como un aparato de relojería —independientemente, de que éstas sean observadas o no—, en física cuántica el observador interactúa con el sistema, en tal medida que el sistema no puede considerarse independiente del observador: interpretación ésta, participatoria del principio antrópico. 

  • Principio antrópico débil

Debemos estar preparados para tener en cuenta el hecho de que nuestra ubicación en el universo es necesariamente privilegiada en la medida de ser compatible con nuestra existencia como observadores.

  • Principio antrópico fuerte

El universo (y por lo tanto los parámetros fundamentales de los que depende) debe ser tal que admita la creación de observadores dentro de él en algún momento.


La consecuencia directa de la interpretación de Copenhague se puede explicar, y entender más fácilmente en términos de lo que ocurre cuando se realiza una observación, a saber: en primer lugar se debe aceptar que el hecho de observar una cosa la altera, cambia (modifica  / y modifica a nuestra intención de observar dicha cosa, o deseo de que la cosa sea: una determinada cosa (deseo en una forma concreta al deseo, de dicha cosa en una determinada forma), de lo que se desprende que al observar, se afecta directamente lo observado (afectamos al espacio observado: y observamos con la vista, la retina de los ojosy, por lo tanto, el observador estará, por medio de la vista, alterando (entendiendo) la cosa, pero lo hará en función de nuestros saberes y conocimientos adquiridos por  experiencia o ausencia de esta en la naturaleza (y angulo y grado de visión igualmente)  formando parte en todo momento del experimento, en tanto la cosa observada será: bien lo que realmente la cosa es (mirada holística objetiva), o lo que el observador, bien por falta de ángulo de visión o experiencia  desea que sea derivando a una "visión subjetiva". Finalmente, se habrá de considerar, que toda la información que constituyen los resultados finales del experimento (definición de la cosa) viene dado por la capacidad del observador. 

en este sentido, seria releyendo a J. Gribbin “En busca del gato de Schrödinger” Ed. Salvat- 1986,  donde encontré una de las mejores explicaciones que he leído jamás, en tanto a aquello que la interpretación de Copenhague representa, refiriendo un ejemplo de extraordinaria sencillez facilitado por Eddington, allá por los años treinta. Eddington, en su libro “The philosophy of Physical Science”, y refiriéndose al asunto en cuestión, reseñó, que lo que se percibe y aprende en un experimento, siempre está altamente influido por las expectativas: expectativas (deseo) de quien investiga ¿hablamos de una voluntad ejercida sobre el medio observado? No, no lo creo. Pero mejor, vayamos con el ejemplo.

"Supongamos, afirma Eddington, que un artista asegura que en el interior de un bloque de mármol yace oculta la figura de una cabeza humana. ¿Absurdo? Pero entonces, el artista —un escultor se intuye— comienza a hacer aquello que mejor sabe: su trabajo, y con algo tan sencillo como un martillo y un cincel, pasadas unas horas, pone al descubierto la forma oculta". Gribbin, acertadamente, se pregunta, si sería quizás ese, el modo en que Rutherford descubrió el núcleo. “Hemos de recordar que el descubrimiento, no amplía el conocimiento que tenemos del núcleo” —afirma Eddington—. Lo cierto, es que nadie, ni antes ni ahora, ha visto jamás un núcleo atómico. Lo que se observa son siempre los resultados de los experimentos, que se interpretan en términos de núcleos (piensen ahora en términos de montañas). Tampoco nadie jamás encontró un positrón hasta que Dirac sugirió que podían existir, y hoy los físicos aseguran conocer mayor número de partículas que elementos existen en la tabla periódica (En busca del gato de Schrödinger - John Gribbin-1986). 

Luego e Independientemente, de cómo cada cual entienda esta explicación, lo cierto, es que se trata de un concepto relativo a la realidad tal y como la percibimos, entendida, no como meros observadores ajenos, sino más bien formando parte integrante de ella: de la realidad observada en sí misma y, por lo tanto, interactuando continuamente con ella en tanto así, como la entendemos, la percibimos. Dicho de otro modo: creando una realidad que somos nosotros y nuestras expectativas y experiencias en ella (piensen de nuevo en términos de montañas). A partir de aquí, deberán ser ustedes quienes juzguen si cuando miramos hacia el horizonte, "y no en este caso de lo infinitamente pequeño", vemos un paisaje genuino o, más bien, en ese horizonte y lo que vemos en él, es aquello: que queremos ver o tememos ver. El mundo, según Husserl, adquiere sentido por su horizonte / sentido y entendimiento del mundo, que ha de venir del “asombro”, de despejar ese horizonte (oscuro) dice Zubiri. Pero entendamos ese horizonte, ese nuevo paisaje que asoma ante nuestros ojos y lo que hacemos como resultado de despejarlo, 

ACERCA DE UNA NUEVA TEORÍA DE LA VISIÓN / Jordi Maqueda ⟲ jorge Maqueda merchán (Aceuchal, 06207 Badajoz - España)

Hay cuestiones que por alguna razón y desde siempre han atraído desconcertado las mentes más instruidas. Si bien, tal desconcierto no habrá de ser mayor al debate que genera postular de esas mismas cuestiones, algunas de sus posibles soluciones. Y se observa esta circunstancia, en mayor medida, cuando de lo que se trata es de la realidad; entendida, esta como aquella realidad material que percibimos a través de los sentidos. El propio Heisenberg (1901–1976) —físico conocido sobre todo por formular el principio de incertidumbre— para quien todo aquello que observamos no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a nuestros ojos, ya se cuestionó la existencia de la realidad en sí misma, tal y como la percibimos. Niels Böhr (1885–1962) posiblemente, el físico que realizó algunas de las mayores y más importantes contribuciones a la comprensión de la estructura del átomo y de la mecánica cuántica, en su momento, también fomentaría el debate, afirmando: "Todo aquello que nos parece un mundo estable, tangible y visible no es más que una ilusión": a decir de aquello que oculta o enmascara la realidad. Y, si bien, es cierto que tal afirmación a muchos desconcierta, existe otra que, profundamente entendida, aún más nos inquieta, a saber: del ensayo de una nueva teoría de la visión. Así llamó George Berkeley (1685-1753) filósofo, y natural de Irlanda, a su primera obra publicada apenas con 24 años de edad. Berkeley, desarrollaba en esta la tesis por la cual, se entendía la negación de una realidad externa y objetiva al ser humano, estando aquella sugerida al hombre por las propias sensaciones que se derivan directamente de la persona que se encuentra observando el objeto en cuestión. Del mismo modo, Berkeley, afirmaba que el tamaño, volumen y situación de los objetos no se podían ver de un modo directo, sino que todo ellos eran interpretaciones del significado de los colores (la luz) los cuales son en realidad lo único que realmente podemos ver, afirmando: "La coincidencia de las sensaciones táctiles con las visuales carece de toda justificación, pues aquellas y estas sensaciones, también llamadas impresiones, son simplemente signos de los cuales consta el metódico y codificado lenguaje de la naturaleza, dirigido por Dios a los sentidos y la inteligencia de los hombres". Luego ya más avanzado el ensayo, Berkeley describe este lenguaje metódico y creado por Dios, afirmando, que tendría por objeto instruir y guiar al hombre, a la hora de regular sus actos en la tierra con fin de que obtuviese todo aquello que le fuese necesario para la vida en ella. Si bien —a mi modo de entender— aceptar esta interpretación contiene una segunda lectura, implícita (no descrita), que nos llevaría a cuestionar si este magnífico lenguaje codificado habría podido ser creado por Dios, no solo con el objeto de que el hombre obtuviese todo aquello que le fuese necesario para la vida en la tierra, sino también, con el propósito de mantenerlo alejado de todo aquello que sobre esta, y sutilmente velado a nuestros sentidos y a la razón, pudiese fatalmente destruirlo. Pues, de sobra por todos conocido que existen en la naturaleza innumerables amenazas, además, de aquellos peligros que percibimos o podemos también también intuir: sin embargo, hay otros no, pues tan velados a la razón, o al menos lo están, hasta que ya es demasiado tarde. Y es precisamente llegados a este punto: tarde y sobrepasado el límite dado a la razón, que regresan surgidas del infierno a tomar desquite aquellas fuerzas terribles y distintas a las que se suponían y que acompañadas de unas veces de dolor y sufrimiento, lo son otras además, de un bárbaro y profundo sentimiento de devastación. Pues "Hay cosas que solo la inteligencia buscaría, pero que por sí sola no podrá encontrar. Son aquellas que solo el instinto encontraría, pero que no debería buscar jamás."(Bergson)