PENSAR EUROPA / SOBRE LA IDEA DE UNA PAZ PERPETUA / jordi maqueda

 

«Preveo que habrá que esperar otro momento para una paz tan deseada y necesaria para toda Europa». —marqués de Torcy, ministro de Estado de Luis XIV.
Charles-Irénée Castel de Saint-Pierre, conocido como abad de Saint-Pierre Siguió de cerca las negociaciones del Tratado de Utrecht (1712-13) como secretario que era del abate de Polignac. Inspirado en las discusiones diplomáticas que atestiguo, inspiró un proyecto que se hizo denominar Proyecto de paz universal entre las naciones por el que se hizo célebre. La obra que escribió con estos conceptos, llamó luego la atención de Leibnitz e influyó en Jean-Jacques Rousseau, en lo que fue una primera visión de unidad europea y que repercutió mucho más tarde en la Sociedad de las Naciones en 1919 y aún en la ONU de la actualidad. Luego, Rousseau se propuso demostrar a sus lectores que la idea de una paz perpetua no era un pensamiento quimérico. El filósofo ginebrino, sin embargo, señaló que esta paz no podría lograrse sin una confederación que uniese a todos los países europeos y que solucione todos los eventuales conflictos entre sus integrantes a través de procedimientos jurídicos justos. A este respecto, surgió entonces una pregunta clave: ¿Qué motivaría a los países a incorporarse a tal confederación (gouvernement confédérative)? Pero, Rousseau, de inmediato encuentra una primera respuesta en la historia de Europa, y las raíces comunes que la mayor parte de los países europeos tienen en el Imperio Romano, y que es a partir de la cual éstos pudieron desarrollarse. De acuerdo con Rousseau, a pesar del ocaso del Imperio Romano persiste entre sus antiguos miembros un sentimiento de solidaridad. Sus instituciones jurídicas y sus leyes tienen su origen en la cultura romana y en su herencia intelectual, abriendo un importante espacio para el entendimiento mutuo. Asimismo, Rousseau considera al cristianismo como un factor importante de cohesión que contribuyó a introducir valores morales comunes en Europa.

Antes de que el siglo XVIII brindase una visión diferente de la paz, se considerada ésta como una “tregua entre conflictos” y no podía ser pensada como “perpetua”; no, al menos en el mundo temporal; pues, La naturaleza misma del hombre, que para muchos hace de éste un ser profundamente belicoso, así, como las relaciones internacionales, donde el uso de la fuerza era y es una herramienta de estabilización geopolítica, eran profundamente contrarias al establecimiento de una paz permanente. Sin embargo, siglo XVIII verá las cosas manera diferente. En primer lugar, el hombre es mejorable y, sobre todo, está dotado de razón. Ahora bien, la guerra y sus horrores desafiarán la razón del hombre que aspira sobre todo a vivir libre y tranquilo.

El proyecto de paz perpetua en Europa (1712-1729) del Abate de Saint-Pierre es el texto original que inicia el largo debate sobre la paz perpetua, que de algún modo se cierra con Immanuel Kant a comienzos del siglo XIX, de modo singular, digamos que satirico. allí donde Castel de Saint-Pierre preconiza la implementación de un sistema de “arbitraje permanente” en Europa que garantizaría la paz en el continente, Kant percibe la paz perpetua como una culminación histórica y universal que asistiría al desarrollo y establecimiento planetario de regímenes republicanos (hoy democráticos) que, por su naturaleza, son totalmente refractarios a la idea de entrar en guerra unos contra otros. Inspirado por la crítica de Rousseau sobre los textos de Castel de Saint- Pierre, Kant parte de la filosofía de la historia que desarrolla en su Idea de una historia universal para plantear las bases de su propia visión de la paz perpetua (Sobre la paz perpetua, 1796). "Kant ve allí la historia marcada por una sucesión de conflictos que, por el horror creciente que inspiraría a los hombres, estos terminarían produciendo los cambios sistémicos que asegurasen luego la paz permanente (kant habla de un horror para el desconocido, que luego conocerá europa, y por ello, pienso que kant no creía en la paz perpetua, pues igualmente tampoco creería posible el horror del que es capaz el hombre y que conoció europa con posterioridad) precisamente, y en relación a los monstruosos conflictos que van a traumatizar a Europa y al mundo entero en el siglo XX y que generarán la reconstrucción europea después de 1945, no podemos ignorar la proyección del filósofo prusiano de una paz republicana, pues de algún modo germino en Europa occ, si bien es demasiado tarde para decir que fue perpetua e ingenuo seria atreverse a decir que pudo haber sido universal.

La visión de una paz perpetua sigue siendo hoy una admirable idea que tuvo el gran mérito de invertir completamente la manera en que se aborda la relación entre la paz y la guerra. De una visión de la paz en negativo de la guerra se pasó a una visión de la paz como el ideal del género humano y a una actitud frente a la guerra que la considera como una falla de la política y ya no como su continuación lógica. Así pues, la función de lo político ya no sería la de garantizar una paz ventajosa para su país sino plegarse a la voluntad de los pueblos que, por su parte, desean una paz sólida y duradera, en una palabra: perpetua. Para los filósofos del siglo XVIII y sus herederos, la idea de una paz perpetua constituyó de alguna manera la realización máxima de la buena gobernanza a escala planetaria, pero sin que ésta requiera necesariamente el establecimiento de una “gobernanza mundial”. No obstante ello, uno de las cuestiones que plantea Jean-Jacques Rousseau a propósito de la paz perpetua es la siguiente: “No hay guerra entre los hombres: sólo hay guerra entre los Estados” (¿Qué estado de guerra nace del estado social?). Ahora bien, en la actualidad, el Estado, precisamente, es el que está en el centro de nuestros interrogantes sobre el futuro de la gobernanza mundial.

 


En un contexto de extrema rivalidad internacional constantemente materializada en episodios bélicos, en el año 1775, Immanuel Kant – con predominante influencia de Leibniz, Wolf y Rousseau - proyecta un plan de gobierno en el que se concrete una paz permanente entre los Estados. Para redactarla, el filósofo de Könisberg, se inspiró en una pintura satírica, colocada en el frente de una posada, con la imagen de un cementerio bajo el cual aparece un letrero: “la paz perpetua”. Se pregunta a quién está dedicada esa frase: ¿A los hombre en general? ¿A los gobernantes? ¿O a los filósofos? No intenta responderlo, pero advierte que el hombre práctico no deberá temer que las opiniones del hombre teórico hagan peligrar al Estado si lo deja jugar su juego.

Aún cuando un Estado Universal sea imposible, Kant mantiene la “ilusión” de que sí sea realizable una aproximación al mismo mediante un adecuado proceso de asociación de los Estados. Ante la dificultad de lograr la concreción del plan de gobierno que proyecta, termina por afirmarse en la ejemplaridad que implica la asociación por medio de repartos autónomos en las que prima el valor cooperación, concretando así el pactismo predominante en la época. Para lograr la asociación entre los Estados, señala cuáles deben ser las condiciones previas y cuáles las definitivas para el logro de esa unión.

Nos parece oportuno invitarnos a la reflexión, ante proyecciones que fueron hechas hace más de doscientos años. Parecería que el mundo se ha centrado en el cumplimiento de los presupuestos a los que Kant denominó definitivos, desatendiendo lo preliminar, que se relaciona con la dimensión social del mundo jurídico. En tal sentido, si observamos el contexto internacional hoy día, es fácil advertir que el problema fundamental es el desconocimiento de la dimensión sociológica por parte de quienes poseen el poder y ejercen su libertad sin frenos ni respeto por los Estados más débiles.

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