(Adquirirá conciencia el 12 de Enero de 2012) y entonces será el fin.
INTRODUCCIÓN
Al contrario de lo que señala en la introducción de su libro, el propio Robert Kirkman, guionista y creador de The walking dead: “yo no quiero asustar a la gente”; Max Brooks, autor de ZOMBI Guía de Supervivencia, ya pretende prepararnos para el Apocalipsis: “Los muertos están entre nosotros” afirma. En mi caso, lo que me gustaría de verdad es entretenerles. Y si esto ocurre, me daré por satisfecho.
Cuando por primera vez pasó por mi mente, la idea de narrar una historia de Terror, y hacerlo de modo competente, dudé. No sabía si sería capaz. No en vano, yo soy el tío que escribió “Morcillas de cebolla zombi” en la Revista Red CF, revista que yo mismo editaba, y motivo por el cual, y más que posiblemente se publicó. Morcillas de cebolla zombi era, hasta hace poco, mi único trabajo escrito al respecto de temática zombi, al margen de otro relato corto e inacabado, de titulo “Tamagochi Zombi”. Con semejantes antecedentes, no sabía si sería capaz de afrontar el reto de un trabajo más serio.
Todo el mundo dice ―y creé― que tratar y escribir sobre temática zombi es sencillo, y sucede que se equivocan. Además, esto nos lleva a que no se le preste la suficiente atención, a lo que se podría estar sugiriendo, o “debería” sugerirse con mayor profundidad en estas historias: hablamos de pandemias. Pandemias iguales o peores que la Gripe española del 1919, que acabo con 50.000.000 de personas; el Sarampión, o el mismísimo Cólera no andan rezagados. No estará de más entonces, recordar que estas cosas ―las pandemias―, de un modo u otro ocurre en algún momento. Las ha habido siempre, y las seguirá habiendo a lo largo de la existencia pues, si hay algo verdaderamente extendido a todos los organismos vivos de la tierra, con una capacidad sorprendente de mutación, resistencia y adaptación son los virus y las bacterias. Además, la propia historia nos dice, que entre los humanos ha sido muy raro el siglo, si lo ha habido, en el que no hubo en un lugar u otro del planeta, una plaga infecciosa que mermase a la población, diezmándola. Caso extremo sería el de La Peste Negra en Europa, durante la Edad Media, llegando a amenazar la existencia de la especie. No se trata pues, de hacerles pasar miedo y de no conseguirlo jamás. Desconozco si alguien pasa o pasó miedo alguna vez leyendo libros, o viendo películas de zombis. Será más entonces hacerles recapacitar, o intentarlo ante una situación extrema. Una situación extrema donde la sociedad en conjunto: población, gobierno y ejército de un lugar determinado, deberán afrontar lo inimaginable, intentando contener lo incontenible; un terror, que por contra de otros sí tiene forma. Por supuesto en esta historia hay una parte “fantástica” como en casi todas la historias buenas, y que no desvelaré. Para eso tendrán que leerse el libro.
Otra cosa que no entiendo, y me pregunto es ¿por qué llaman historias de terror a las historias de Zombis? Las buenas son mucho más que malas historias de terror. Las historias de zombis ―las buenas― deberían ser por encima de todo, historias de supervivencia, de adaptación y extrema violencia. Adaptación de las personas que habitan esas historias. Adaptación, a un entorno cambiante y hostil “el más brutalmente hostil imaginable”, que muta y se transforma con la aparente finalidad de terminar con la vida de quienes en él se encuentran. Debes adaptarte o perecer: volver a los orígenes, y confiar en el instinto para sobrevivir. Quizá ayer, tenías tu vida, pero mañana no tendrás nada de eso. Mañana tendrás que matar para sobrevivir, y deberás hacerlo de la manera más rápida y salvaje posible; asegurándote de que el que esta en el suelo no se vuelva levantar. Tendrás que robar, sobre todo robar, que es lo que más mola, y hacer cosas que jamás imaginaste, o sí. Eso, si quieres sobrevivir.
Otro aspecto que encuentro deficiente en muchas historias de zombis, en este caso mejorable ―y así lo intentaré― primero es, que ya están empezadas cuando comienzas a leer, o nadie sabe exactamente como empezó todo (ni el autor), y los zombis aparecen sin más: atacando y mordiendo a diestro y siniestro, aportando poca documentación o crónica del estallido inicial, y evolución del suceso, que en si mismo también es importante. Luego otra parte mejorable, es que no siguen. Las vidas de las personas siguen, aún después de que su aventura puntual termine. A mí, me gusta saber que pasa al día siguiente, y al otro día también. Personalmente, y en el modo que nos sea humanamente posible, a mí y a quienes en este proyecto están implicados desde el principio, o se implique luego más adelante será el compromiso de continuar y de mejorar. Nos comprometeremos con esta historia, a la que esperamos se unan más personas. Nosotros aquí estaremos combatiendo y , narrando puntualmente las historias y peripecias del “terrones” y sus amigos. Todo en un mundo infectado, pero al fin y al cabo, su mundo. Tan interesante para mí, como lo pueda ser el mío propio.
El autor.
NOTA SOBRE EL AUTOR
El autor nació en la ciudad de Barcelona un lluvioso 1 de Abril de 1968. Residió hasta el 98 en Barcelona, donde Vivía Trabajando para la empresa Tabacalera S.A. y Caronte S.A. Se trasladó a Badajoz en el 98 donde se instala y trabaja entre otras cosas como asesor financiero. Le encanta la Física y la Astronomía desde muy joven. Amante de la música y la de buena literatura, siente una especial debilidad por Camus. Ha leído a diversos filósofos y físicos, aunque a día de hoy le interesa especialmente el trabajo de Ed Witten, al que sigue con fervor desde el 95, año en el que conjeturo su fantástica TM. Y, si bien es cierto, que todo lo anterior le encanta ―al igual que ocurre con todas las pasiones―, a su vez todo ello igualmente le atormenta: es entonces cuando busca refugio y descanso en la escritura.
Hace unos años, durante el transcurso de una conferencia en la U.S.C. en 1995 Ed Witten, del “Institute for Advanced Study”, sugirió la existencia de algo llamado Supercuerdas, usando a la Teoría TM para explicar un número de dualidades previamente observadas, y dando así el chispazo de salida definitivo para una nueva investigación revolucionaria de la teoría de cuerdas llamada: segunda revolución de las supercuerdas. De sus palabras en la conferencia, se intuían de entrada ya 11 dimensiones, donde la supergravedad interactuaría entre membranas de 2 a 5 dimensiones. Esto, claro está, evidenciaría la existencia de infinitos Universos Paralelos. Algunos de estos universos serían como el nuestro ―con mayor o menor diferencia― y otros, serían impensables: con 4 ó 5 dimensiones. Hoy ciertamente ya no me interesa Ed. Witten, al menos del modo que me interesó tiempo atrás; sin embargo, no puedo dejar de pensar y preguntarme día tras día, si será verdad que existen tales Universos Paralelos; y si es así, si será posible que exista una tierra igual a la nuestra en algún lugar del Espacio-Tiempo: una tierra igual a la nuestra y todos nosotros viviendo en ella pero, donde un meteorito desata la peor de las pandemias y lo hace precisamente en mi pueblo: Aceuchal
¡Liberate te ex inferis!
«Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros».
Marco Tulio Ciceron (106 - 44 a.C.)
«Estos son muy malos tiempos. Los hijos se comen a sus padres y todo el mundo escribe reseñas«.
Josue Marchena Macarro (1968- 201... d.C.)
Las personas tienen miedo, es natural. Temen la guerra, el hambre y como no, también la noche; que amenazante y siniestra, perpetúa el horror de todo aquello que es muy antiguo. Pero, por encima de esta, las personas temen el día que habrá de ser el último. El día en el que todo lo que conocen, y ellos mismos, habrán de llegar a su fin. En mi caso, ni siquiera cuando era un chiquillo albergué fundado temor a unos sueños atroces que turbasen mi reposo tras la muerte. Precisamente por ello, hoy me cuesta más que a otros creer, aún viéndolo con mis propios ojos, que llegado el momento la consciencia pueda emerger alarmada a una existencia baldía, convertida en un horrible y deforme ser. Sin embargo, tanto es así, que no es una locura afirmar que más tarde o temprano, esa que todos creímos sería nuestra primera noche tranquila nos alcanzará a todos. Y no precisamente para liberar nuestras almas, de sombras y penitencias, propias o ajenas; sino para condenar a estas a vagar la oscuridad, enjauladas en cuerpos putrefactos, ansiando llevarse algo a la boca, desde el preciso instante en que adquieren su pérfida conciencia. Pero, estos son muy malos tiempos. Quizá los peores que nos podía haber tocado vivir: «Los hijos se comen a sus padres, ya nadie lee libros, y todo el mundo escribe reseñas». Pero, lo peor de todo es, que ni a la propia muerte se puede recurrir.
I : El Impacto
Mi nombre es Josué, Josué Marchena, aunque todos me llaman «El Terrones». Y hoy hace un año exacto que comenzó todo. Entonces, una pandemia de proporciones apocalípticas, estallo en el pueblo donde yo nací: Aceuchal; comenzando a extenderse a los pueblos de los alrededores y más allá de estos. Nadie sabía exactamente en aquel momento como empezó todo, y menos aún, como iba a terminar: las consecuencias de todo ello.
Lo que yo les voy a relatar, es el principio de la historia tal como la recuerdo, de los acontecimientos que se dieron en la localidad extremeña de Aceuchal. Fue aquel, el inicio de un trágico devenir de acontecimientos de proporciones apocalípticas, que todavía sufrimos nosotros y sufre el mundo entero. Si bien, muy pocas personas tuvieron conocimiento de este suceso en un primer momento. La causa del secretismo inicial por parte del gobierno español, no fue otra que la confusión y el miedo. Miedo, a que se supiese a nivel nacional, fuera del área denominada como «Zona Zero», aquello que estaba aconteciendo entre la población del municipio. Y miedo, a se extendiese el pánico más allá de este.
Para mantener efectivo un velo ofuscador que oculase la verdad, las autoridades cortaron de inmediato las líneas telefónicas; se bloqueo la señal de los repetidores celulares, y se censuró la información suministrada a los medios periodísticos, tanto regionales como nacionales. Facilitándole únicamente a estos, información altamente manipulada y/o falsa. Se cortó además, cualquier vía terrestre o aérea de acceso a la zona: aeropuerto, carretas, caminos y autovías. En todos ellos fueron instalados controles permanentes, aislando Aceuchal del exterior, y evitando también la situación inversa: que del exterior pudiesen acercarse personas a observar e informar de lo que ocurría. La excusa ofrecida por el gobierno español para justificar semejante bloqueo, fue relacionar de manera inverosímil lo que supuestamente acontecía en el pueblo, con el accidente fortuito en la zona de un camión inexistente, cargado de unos residuos nucleares también inexistente, proveniente de la Central Nuclear de Almaraz: esta evidentemente existente, pero muy lejana al municipio. Se precisó, para dar credibilidad a semejante esperpento, de las dotes interpretativas del presidente de la Junta, así como de la habilidad de un enorme numero de ingenieros informáticos, que controlaron y suministraron un importante flujo de desinformación en la red. Además, se desviaron a la zona dotaciones policiales y fuerzas especiales de seguridad del estado para el bloqueo. Finalmente se preciso del ejército, que desplazó a la primera Bandera de La Legión "infantería ligera acorazada (BMR)" con sede en Melilla; y a la Cuarta Bandera "Cristo de Lepanto" del Tercio Duque de Alba, con sede en Ceuta. Ambas, fuerzas altamente entrenadas; pero que… y todo hay que decirlo, mejor les hubiesen ido de no haber venido.
Si hemos de ser fieles a la verdad he de decir que, en el pueblo, no existe quién a día de hoy sepa realmente como empezó todo. Se ha indagado e investigado hasta la saciedad por parte de autoridades civiles y militares, y se ha interrogado hasta a la última rata cochina del pueblo. Pero ninguno de los que pudieron, o quisieron hablar, fue capaz de dar una versión lucida acerca de las posibles causas del estallido inicial de violencia aquella primera noche. Unos relatan que algo venido del espacio, cayó en el cementerio. Pero no se ha encontrado prueba alguna de ello. Luego están aquellos, que siguiendo esta misma historia se extienden afirmando, que de alguna manera aquello ―fuese lo que fuese que cayó del cielo―, transformó a quienes allí descansaban "en el cementerio", y no precisamente ad æternum. Sin embargo, en contra de esta suposición ampliamente extendida tenemos, que al igual que ocurre con las naranjas en el árbol: tan pronto en este, tan pronto en el suelo, que nadie vio caer objeto alguno del cielo. El caso es, que poco importa si vino del mismísimo infierno: la explosión existió.
Aquella noche, plácida donde las haya, me encontraba relajado en casa; conectado al internet. Navegaba por Facebook y algunos blogs, como hago desde hace un par de años casi todos los días. Me entretuve más de la cuenta intentando crear una entrada en la maldita Wikipedia, y luego, en el blog de un amigo: Carlos Suchowolski, leyendo. Este había publicado un nuevo micro relato titulado: De Fiesta en Fiesta, y que decía: "Decidieron salir todos juntos a celebrarlo, pero no hallaron ni un solo claro de bosque ni una sola discoteca donde hacerlo: estaban todas a tope (con el aforo desbordado) por culpa de los vivos, que habían salido a celebrarlo primero. Así fue que, después de tantos años de paz de cementerios, volvieron a escucharse broncos tambores de guerra…" (1).
Ni se por qué, me paré a leerlo dos veces ¿casualidad?, o quizá el destino, que me estaba enviando un mensaje; o una advertencia. Pero yo no podía saberlo, y lo único cierto era que, entretenido como estaba, no iba a encontrar el momento de terminar la reseña del libro de David Mateo: Heredero de la alquimia, en la que estaba trabajando. Ya era muy tarde y estaba muy cansado cuando quise ponerme a ello, no viendo como iba a poder terminarla. Tanto era así, que el sueño me hizo, en más de una ocasión, desvanecer ―literalmente hablando― sobre el ordenador. Fue en una de estas, cuando el perro del vecino "Sarkozy" me desveló, comenzando a ladrar poseído por Dios sabe que instinto perruno. Justo en aquel instante percibí un extraño zumbido en el aire. Este, venía de la calle, y llamó poderosamente mi atención; pero apenas, y sin darme tiempo a preguntarme su causa, escuché la enorme explosión. Fue esta de tal magnitud, que hizo se estremeciese todo mi cuerpo, a la vez que sentí como vibraban los cimientos del suelo bajo los pies, y se partían algunos vidrios de la casa. El impacto no había podido ser lejos. Alarmas de coches, bancos y tiendas de cualquier establecimiento o vehículo del pueblo, que tuviese un sensor electrónico instalado, empezaron a sonar. De inmediato, se escuchó la sirena del coche de la policía local, y un momento después, la del Nissan de los civiles, seguida esta casi inmediatamente por la inconfundible y ensordecedora bocina de los bomberos.
Me sentí tentado de salir en aquel momento a la calle ¿Quien no? con semejante follón. Pero no lo hice. Tenía hambre «hambre de madrugada» que a esas horas, es la peor hambre que se puede tener, pues no hay donde recurrir, si se agotan las existencias de la nevera. De modo, que me dirigí a la cocina pasando de todo lo que acontecía en la calle. Abrí la nevera, y me dispuse a comerme un buen plato de caldereta con pan, y un trozo de mondongo bien hermoso, que quedo de la cena. Mientras tanto, y a la vez que comenzaba a calentar el puchero, por la ventana de la cocina, pude escuchar el jaleo de la calle, por momentos en aumento. Sobre todo, escuchaba pisadas de aquellos que iban calle abajo, hacia la iglesia. Estos hablaban, murmurando en voz baja, como si tuviesen cuidad de despertar a los lirones que no despertaron con el bombazo.
Tras unos minutos ejerciendo de cocinero, me senté a comer. Me arropé las piernas bajo la mesa camilla, para tener los pies calentitos, y me dispuse a meterle mano a la cena, o el almuerzo, no sé. Pero entonces, al coger la cuchara para servirme, sentí que algo no iba bien. Escuché y reconocí algunas voces ―no palabras o conversaciones―, sino voces alarmadas que venían de la calle. Sobre todas había una voz femenina. Esta venía no de muy lejos, y llamó sobremanera mi atención; era inquietante. Me pareció que se trataba de Maria Merchán: la churrera. Por el tono, esta parecía asustada. Me levanté y me asomé a la ventana de la cocina. Entonces pude ver su cara ―de lejos―. Era la cara personificada del espanto. Luego, esta dio media vuelta y empezó a correr calle arriba, hacia su casa. Juan Argueta, su marido, iba justo detrás con paso raro, muy raro. Entonces me dirigí a la puerta ―ahora sí― con la intención firme de averiguar, de una vez por todas, que estaba pasando. Sin pensarlo dos veces corrí la cadena, y abrí el portón. Salí, sin ni siquiera mirar y…
«¡Me cago en la puta que parió a Panete!» Exclamé. De la tremenda impresión, estuve apunto de perder el conocimiento, o algo peor. Por suerte reaccioné de inmediato, y de un salto a lo «Curro Romero», me metí a toda prisa en casa; no sin antes tropezar en el escalón de la entrada y caerme con la crisma, rebotando esta dos veces contra en el suelo. Me levanté como pude despavorido y confuso, para cerrar la puerta cuanto antes. Cerré de un portazo. Me toqué entonces la frente: tenía un chichón de importancia. Eché la cadena, y le di dos vueltas de llave a la cerradura. Finalmente, atravesé la aldaba de acero trabando la entrada a la casa por completo. Me quedé por un momento con la espalda pegada a la puerta, como queriendo hacer fuerza empujando. Entonces, y sin darme respiro alguno, volví a escuchar ruido de cristales rotos. Estos provenían de la ventana de la habitación continua, que da a la misma calle Santa Marina. Corrí hacia allí, y al llegar vi unas manos, multitud de manos, que pretendían acceder al interior, sin importarles las rejas que lo impedían. Eran unas manos ensangrentadas: sucias y embarradas. Intente cerrarla, no consiguiéndolo: todas aquellas manos me lo impedían. Y lo peor de todo era, que por momentos había, a cada segundo que pasaba, más manos en la ventana; y más gente frente a ella: gimiendo, gruñendo y escupiendo. El olor que entraba desde la calle, y que se desprendía de aquella jauría era nauseabundo. Les grité, y advertí de que se marchasen; pero era como hablar a la pared. Finalmente, me dije a mí mismo que aquello No eran personas; y que fuese lo que fuesen, estos suponían una amenaza a mi integridad. Decidí entonces, que tenía que hacer algo más que cerrar puertas y ventanas. Corrí al lugar más próximo: a la cocina. Cogí aquello que entendí útil, y que más a mano puede encontrar: el hacha de la carne. Luego corrí de nuevo a la ventana. Al llegar a esta, y sin pensarlo, asesté varios hachazos a diestro y sinestro, sobre todo lo que se movía. Algunos dedos cayeron dentro de casa ―los pateé fuera―, pero seguía sin poder cerrar la ventana, trabada ahora con dedos y manos amputadas. Entonces se me ocurrió una solución ―yo no me iba a arrimar a esos despojos―, de modo que me dirigí a toda prisa hacia la fresquera, donde recordé tenía un hacha vizcaína de 12 kilos: con maza trasera, y mango de roble de un metro veinte de largo «perfecta para lo que pretendía». Cargado con ella corrí y tome posición frente a la ventana y… — ¡Toma. Toma y Toma! ¡Fuera de mi ventana jodidos hijos de la reputa! Ahora que… ¿Ya no metes la puta manita guarra esa que tienes? ¡Toma! ¡En mi casa no entra ni el papa sin mi permiso, y… menos así de guarros!—.
Por fin, no se cuanto tiempo después de iniciada mi amistosa charla con aquellas horribles criaturas — alguna de ellas por cierto, con parecido más que razonable con alguno de mis vecinos ―, pude cerrar la jodida ventana. Trabándola, y asegurándola con una silla. La verdad ―si he de decirla― es, que no supe comprender bien lo que vi, lo que creí ver, o a lo que me enfrentaba en aquel momento. Lo que hice ―lo más sensato por mi parte creo―, fue apartarme de la ventana y de la entrada y dirigirme finalmente al interior de la casa. Eso si, atrincherándome en el comedor con la vizcaína y las dos superpuestas que limpié, monté y cargué, por si debía usarlas
Aquella noche los primeros disparos en el pueblo se escucharon a las cuatro y media de la madrugada. Estos vinieron de varias direcciones, y efectuados por muy diversas armas: pistolas, escopetas de caza, subfusiles de la guardia civil y varias otras, que no llegué a identificar. Para las cinco y cuarto las calles del pueblo se habían convertido en un verdadero infierno, para los que permanecieron en ellas. Fue la noche más larga y angustiosa que recuerdo haber sufrido en toda mi vida. No sabía exactamente lo que pasaba en la calle. No podía saberlo, pero podía escucharlo todo: gritos, disparos, golpes, carreras. La gente, sobre todo corría; corría de un lado a otro de la calle a llamar aporreando y dando patadas a las puertas: gritando y arañando; dejándose las uñas en estas. Pero no obteniendo más que silencio e indiferencia por respuesta. Ni siquiera el cura abrió la puerta. En mi caso tampoco estuve libre de culpa. También llamaron a mi puerta: dos golpes. Pero, no hice nada. No pude, o no quise reaccionar. Además, no sabía quién, o que era, lo que podía estar llamando. No me atreví, siquiera a acercarme para descorrer la persiana y mirar.
Para las siete y media la luz del alba comenzó a empujar la oscuridad hacia poniente. La calma y el silencio se fueron aposentando en el pueblo. Con la luz del día pude ver, asomado discretamente a la ventana, los numerosos charcos de sangre que cubrían las aceras, y el asfalto de la calle Santa Marina donde vivo, así como estos mismos en la calle de la Soledad. Abrí la ventana ―apenas un par de centímetros―, para ver si escuchaba algo o a alguien. Entonces sentí el intenso olor de la sangre coagulada, vísceras, y excrementos que venia de la calle. La fetidez era insoportable y lo inundaba todo. El ambienté era irrespirable, y la imagen del pueblo indescriptible. Me dirigí a toda prisa al ordenador y me conecté, o lo intenté. Pero internet no funcionaba. Cogí el teléfono y marqué un número, pero este tampoco funcionaba. Busqué algún canal en la televisión. Tampoco. Por ultimo, probé con la radio. Nada de noticias, ni “la cope”, ni “la ser”; nada. Solo escuché música: “Andy y Lucas”. Por lo menos, en algún lugar, todo parecía estar igual que siempre. Al margen de la emisora de música, no parecía funcionar nada, excepto ―y gracias a Dios― la luz y el agua. Estábamos aislados, o por lo menos incomunicados «más tarde comprobaría que efectivamente, todo el pueblo estaba sin línea telefónica, e incomunicado con el exterior». Me dirigí entonces de nuevo a la ventana. No vi a nadie, pero escuché a algunas personas. Había gente en las ventanas. No los veía, pero podía escucharlos. Estaban allí, tras las cortinas, portones y ventanas hablando con la voz muy baja, pero nadie se atrevía a dar el primer paso: a salir de sus casas a la calle. Por descontado, yo no seria el primero. Estaba cansado, tanto como se pueda estar, tras pasar la noche en vela, y en un estado de extrema tensión y angustia. Me pareció, que aquel era un buen momento para descansar. El peligro, por el momento, parecía haber pasado aunque… no sería por mucho tiempo.
II : Desorden
...Somewhere, between the sacred silence and sleep,
Disorder, disorder, disorder...
« System Of A Down »
El sonido de un altavoz me despertó. Abrí los ojos sobresaltado, y observé el reloj de la pared que marcaba las doce y media. Si la hora era la correcta, habían pasado más de cinco horas desde que me quedase dormido en el sillón del comedor exhausto. Fuera en la calle, quién fuese no dejaba de meter caña con el jodido altavoz; y si bien, el sonido llegaba con toda su intensidad hasta mis oídos, una fuerte distorsión me impedía entender nada de lo que decía. En un primer momento, supongo que debido a la lentitud con la que normalmente regreso del sueño a la vigilia, pensé que seria el piconero con su furgoneta, dando por culo como cada invierno, intentando vender su producto a los del pueblo. De modo, que sin más me levanté y me dirigí a la cocina. Cerré la puerta, y prepararé un café con un par de tostadas. Me encendí un cigarro mientras se calentaba la tostadora, y le di un par de caladas profundas: de aquellas que tumban de espaldas de buena mañana, cuando. de pronto... «Mierda ―exclamé».
Aún, sin terminar de despabilarme del todo recapacité, ante el recuerdo e imágenes venidas a mi mente de lo sucedido la noche anterior. Salí de la cocina a paso ligero. En el salón vi las dos escopetas, que se encontraban todavía junto al sillón del que me acababa de levantar. Me detuve un instante al lado de estas, las miré y finalmente cogí una, la superpuesta. Entonces me dirigí corriendo a la ventana de la sala que daba a la calle Santa Marina, y que tan mal recuerdo me traía de la noche anterior. Todavía se podía escuchar levemente el sonido del altavoz. Descorrí la persiana y me asomé escopeta en mano, con cautela. Creí ver a lejos, un vehículo del ejército, o quizá, de la guardia civil. Este parecía ir dando consignas, pero no puede entender con claridad ninguna de ellas. Tampoco ayudaba que el vehículo estuviese bastante alejado y prosiguiese camino dirección al ayuntamiento. Giré la cabeza, mirando dirección a la capilla y... « Joder ―exclamé, repitiendo de nuevo― Mierda ». No me había dado cuenta. Extrañamente la calle, el asfalto, estaba limpio. Muy distinto ha como se encontraba a primera hora de la mañana, cuando me asomé por primera vez. No había sangre, solo agua y algo que olía a jabón. Pero no era eso lo que me inquietaba.
Hay cosas ―señales― que cuando unos las siente, intuye que algo no va, o no va a ir bien, en el futuro. Así encontramos señales que por lo cotidiano en nuestras vidas son evidentes y fáciles de reconocer para cualquiera: la fiebre tras un corte profundo en la piel, o los nubarrones grises en el cielo. Por encima de estas, se encuentran aquellas señales, en las que se advierte que la situación, ya comprometida, todavía puede empeorar y ponerse peor de lo que estaba: el olor a tierra húmeda en el aire, los rayos y los truenos. son algunas de ellas; si bien, hay otras menos naturales que las anteriores, pero a las que debemos estar, si cabe, todavía más atentos y alerta, cuando nuestro instinto nos advierta, quizá de forma velada y difícil de comprender en un primer momento, de que tu mismo, estas en el centro de la más grande de todas las mierdas. Y eso fue lo que sentí, cuando pude ver a lo largo de la calle, desde mi casa hasta la capilla de la virgen de la Soledad, coches mal estacionados, algunos atravesados en la vía, junto a gran cantidad de maletas, algunas abiertas y revueltas, tiradas en el suelo: Puertas y ventanas de casas abiertas de par en par, no ayudaban a calmarme. Lo que advertía era el caos y el desorden. Caos y desorden, dentro de una estructura ordenada como lo puede ser una comunidad, un pueblo, o en mayor medida una ciudad. En definitiva, caos y desorden donde no debería haberlo. Por suerte, fue en aquel instante antes de que me dispusiese a salir de casa, no tengo claro si a pedir ayuda, o informacion a quinpudiese ofrecermela, que de entre un intenso ruido de interferencias surgió una voz reclamando mi atención, diciendo: «¡Capullo! ¿Estás Ahí?... ¡imbécil Contesta!... Cambio».
Tardé apenas unos segundos en darme cuenta que estaba escuchando mi px-888. Un modelo de Walky. Salté como un resorte abalanzándome sobre el baúl de material, de donde salia la voz, que de inmediato reconocí como la de Aitor. Justo en aquel momento se fue la luz y la electricidad en la casa. La pantalla iluminada, me oriento dentro de la caja de material hasta el aparato. Cogí este, apreté el interruptor y contesté:
―¿Aitor eres tú? ―solté el botón del aparato esperando una respuesta, que no llegaba―. Vamos joder ¡Responde!...Cambio.
―No, no soy yo ―contestó por fin―, soy tu madre. ¿Por qué no dices también mis apellidos y numero de la seguridad social? ¿Dónde te habías metido?
―Lo siento. Estaba durmiendo ―respondí, llevándome las manos a la cabeza. por el error―. Cambio.
―Menuda marmota. Abre por detrás, voy camino de tu casa... Cambio.
―¿Sabes qué esta pasando?... Cambio. ―pregunté.
―¡La puta invasión. Eso esta pasando! ―dijo Aitor.
―¿ Qué dices?
―Que no salgas de tu casa joder. Se han estado llevando a toda la gente de los alrrededores. Cambia por debajo de 30 y no vuelvas a esta frecuencia. Si quieres, escucha la VHF baja, entre 30 y 40 MHz en FM, a pasos de 25 Khz, o un poco más arriba, hasta los 79 MHz . Parece la puta convención de militares.
Lo que Aitor quería decir era que buscase las frecuencias en VHF del ejercito, que son las que se usan con los equipos PRC-77 y BCC-349 entre pelotones. No me demoré ni un minuto en conectar, y ahí estaban. Se trataba de toda una jodida convención. En apenas un par de minutos escrutando las bandas, pude comprobar que se habían movilizado dotaciones policiales y fuerzas especiales de seguridad del estado para el bloqueo de una amplia zona de la comarca de los Barros. El ejercito había desplazado buena parte del Batallón ¨Alcántara¨ III/16, perteneciente al Regimiento de Infantería Mecanizada “Castilla 16”, apodada “El Héroe”, y estaba movilizando blindados Leopardo IIA4 , TOA y ATP, pertenecientes a la Mecanizada XI ¨Extremadura¨ de la Base General Menacho, de la DIMZ Brunete, hacia el hospital Tierra de Barros.
Dejé de un lado el comunicador apagándolo, por si rastreaban frecuencias los militares, y me dirigí a la parte de atrás de la casa. Salí al patio, lo atravesé y abrí el portón trasero con cuidado de no hacer demasiado ruido quitando la cadena y el candado. Asomé ligeramente la cabeza y miré hacia abajo: no pude ver a nadie. Entonces escuché un silbido. Miré en la dirección contraria, hacia arriba, y a unos 50 metros, sentado en el hueco de una ventana, pude ver a Aitor. Llevaba el uniforme que solemos usar en las partidas de Airsof, con las que nos mantenemos en forma sin despertar sospechas. Le hice una señal con la mano y sonrió saltando después al suelo, para dirigirse inmediatamente hacia la entrada de mi casa. Entró a toda prisa y cerramos el portón de nuevo, pasando la cadena y el candado. Nos dirigimos al interior de la casa. Aitor estaba manifiestamente alterado, pero lo que comenzó a preocuparme realmente fue darme cuenta, que llevaba un M4 con el cargador dispuesto y el seguro quitado. Para aquellos que lo ignoren, el M4 es una versión carabina del fusil de asalto M-16, de puntería menos precisa, y que utiliza munición 5,56 x 45 mm OTAN, con cargadores de 30 proyectiles...
―¡Acaban de cortar la luz! ―dije alzando la voz, con la intención de que Aitor me escuchase. Si bien, este no parecía prestarme atención, dando vueltas de un lado a otro del salón―. ¿Lo sabias? ¿Me escuchas?
―Si ―respondió Aitor―. Están cortando la luz en todo el pueblo. Por cierto, ¿Donde tienes el grupo electrógeno? No lo veo por ningún sitio.
―Detrás, en el patio ―le respondí, mostrando mi malestar―. ¿Por qué? Escucha, ¿Sabes que está pasando? ¿Me contaras que pasa, o seguiras a lo tuyo?
Aitor paró de dar vueltas y sentó en el sofá, frente a la televisión apagada. Me pidió un frenadol, y luego, haciendo un gesto con la mano, me invitó a sentarme junto a el.
―¿Que es lo que sabes de lo que estas pasando? ―me preguntó.
―¿Yo? ―pregunté con gesto ignorante― Sé lo que ví y escuché anoche. Primero una explosión, y luego pasado un buen rato, la gente del pueblo había enloquecido, atacándose unos a otros.
―¿Viste a esa gente verdad? ¿No te parecieron raros?
―¿Si las vi? intentaron atacarme y entrar entrar en casa. Por poco anoche no me cago de miedo en los pantalones. Y sí, algunos de ellos parecían... parecían...
―ZOMBIS. Muertos levantados de las tumbas. Como los de las pelis. Vamos puedes decirlo, seguro lo estas pensando: Eran unos putos zombis ―. Dijo Aitor, dibujando una extraña sonrisa en su rostro.
―ZOMBIS dices...Hay que joderse. De todos modos no entiendo la presencia de blindados rodeando en el pueblo.
―Eso, es porque has leido poco sobre el género.
―Cierto ―. Respondí.
―Hay blindados allá donde mires, pero lo que has oído por la emisora no es todo. Chemi y yo Hemos copiado comunicaciones, entre equipos PR4G
"Tadiran" que usan los leopardo y se mencionaba que se estaban desplazando hacia aquí la primera Bandera de La Legión "infantería ligera acorazada (BMR)" de Melilla; y a la Cuarta Bandera "Cristo de Lepanto" del Tercio Duque de Alba, de Ceuta.
―joder. No lo entiendo. ¿Y nuestro plan? ¿Como afecta todo esto a nuestro Plan?
―De ninguna manera afecta. Solo que en lugar de atracar el furgón blindado, atracaremos el banco directamente. Ahora no hay guardias, ni policía en el pueblo. Además, tal y como esta el asunto, deberíamos aprovechar la ocasión. No vamos a tener otra igual en la vida.
―¿Estas seguro de eso? ¿Seguro Que no hay nadie en el pueblo? ¿Qué me dices del vehículo que ha pasado antes?
―Segurísimo. Los del coche buscan desperdigados. Aunque creo que ya se los llevaron a todos. No te imaginas como esta la situación. No has visto nada todavía. Te has perdido lo mejor de la fiesta amigo, mientras dormías ―dijo Aitor.
―¡A qué te refieres― pregunté.
―Tranquilo... ya te contaré. Ahora trae el grupo. Vamos a abrir el zulo y a sacar todo nuestro equipo.
―¿Las armas pesadas también?
―Por supuesto, el lanza granadas y los pepinos nos lo llevamos con nosotros. Aunque no tengamos que reventar el furgón blindado ahora, tendremos que reventar la sucursal y la caja fuerte, si queremos llevarnos las perras.
―Claro.. La caja Blindada.
―Escúchame ―dijo Aitor―. Sobre todo debemos estar preparados, ya no solo para escapar de los vivos que nos puedan perseguir, sino también de los muertos y... de eso otro que hay ahí fuera.
―¿Lo otro? ―pregunté.
― Si, lo otro. Pero olvidarlo ahora, y vamos de una vez a sacar nuestras cosas del agujero. No sabemos cuanto tiempo tenemos.
Aitor había ideado algo para recuperar todo nuestro equipo. Con las unidades militares rondando cada dos por tres, era arriesgado perforar un agujero en el suelo de la habitación de invitados, donde lo teniamos enterrado. De modo, que el plan era el siguiente. Chemita acababa de llegar y traía unos cables que conectaría con la instalación de altavoces propiedad de la iglesia que utilizaba don José, el cura, para hacer llegar el sonido de las campanas a toda la población. Aprovecharíamos su red de altavoces por todo el pueblo, a los que conectaríamos un DVD, el cual pondríamos en marcha junto a los altavoces, gracias al grupo electrógeno. Una vez estuvo preparado todo, solo faltaba agarrar el martillo percutor, las mazas y prepararse a golpear el suelo con todas nuestras fuerzas, aunque ...
―¿Lo repasaste todo Chemi? ¿Sube el volumen del amplificador, y mete el DVD?―dije a Chemi.
―El DVD claro... ¿Cual pongo?
―Joder Chemi. Toma la maza y déjame a mi .
En menos de media hora habíamos terminado de cavar, abriéndonos paso hasta las armas enterradas en el suelo. Cuando por fin asomaron las bolsas de deporte cubiertas de tierra y suciedad, paramos de inmediato: apagamos el grupo electrógeno, desconectamos la música e intentamos volver a hacer el menor ruido posible. Aitor salió a la puerta y tiró de los cables que salían desde casa hacia la toma de red, a los altavoces de la iglesia, a los que habíamos conectado todo el artilugio. Chemi, mientras tanto, no se había apartado de la ventana de la habitación que daba a la calle Santa Marina ‒calle cañada‒ vigilando por si se acercaba cualquier vehículo o persona. Finalmente, y tras coger algo de aire, yo solo saqué todo el material del zulo y lo dejé en el suelo de la habitación. Estaba cansado y me dirigí al salón. Aitor ya había entrado y estaba sentado en el sofá. Me senté junto a el. Entonces llamamos a Chemi, que vino a sentarse con nosotros: teníamos que hablar, y decidir que íbamos a hacer.
Después de un buen rato debatiendo, durante el cual Chemi permaneció en todo momento en silencio, escuchando, deducimos que atracar el furgón era una gilipollez. En la actual situación no creímos que ningún furgón viniese al pueblo ni con, ni a por dinero. De modo, que desestimado el plan original, Aitor propuso, como ya me había comentado anteriormente a y a Chemi de camino a mi casa, entrar directamente al banco y reventar la caja fuerte. Además, teníamos información facilitada por nuestra enlace, infiltrada tiempo atrás en el Santander: Cathy. Esta, mientras estuvo trabajando en la sucursal, y antes de irse a Mallorca nos facilitó, además de datos relativos a las entradas y salidas de dinero, una muy valiosa información sobre la existencia de cajas de seguridad privadas en el sótano. El tema de las cajas lo habíamos desestimado en el pasado, debido sobretodo al tiempo que supondría llevarlo a a cabo, retrasando la duración del golpe,y por lo tanto, aumentando el riesgo de que nos sorprendiesen con las manos en la masa; sin embargo, en aquel momento a Aitor y a mi, nos pareció viable. Pero entonces Chemi dijo algo..
―¿Habéis pensado qué haremos cuando hayamos cogido el dinero? No podemos salir del área acordonada. Como mucho llegaremos a Almendralejo por el camino de los pintones que Aitor y yo al venir, comprobamos libre de controles. Pero será imposible llegar a Mérida, o coger la autovía a Portugal como habíamos planeado. No sé si os habéis dado cuenta, pero ésto parece muy grave, aún más después de que me contase Aitor lo que ha ocurrido en el hospital esta mañana. Tengo malas sensaciones, y no estoy seguro de seguir adelante. Creo que deberíamos llevarnos las armas y escondernos en "Stalingrado", en el cortijo, por lo menos hasta que pase todo. ¿Le has contado al Terrones lo del hospital, Aitor?― Añadió Chemi.
―¿Qué ha pasado en el hospital? ― pregunté, mirando a Aitor. ―No me dijiste que se habían estado llevando a la gente allí ―le recordé.
―El hospital, claro ― dijo Aitor.
―Vamos cuéntaselo. Cuéntale toda la movida de Pedro, la vieja, y lo demás ―insistió Chemi.
―Cuenta ―Insistí.
Aitor se levanto entonces del sofá y comenzó a dar vueltas alrededor de la mesita de centro. Se frotaba la cara con ambas manos, como cuando uno se despierta de una pesadilla, y volviendo a la realidad, pretende con el tacto de su piel asentarse en ésta. Entonces, aún de pie, se dirigió a nosotros con los ojos vidriosos.
― No os he dicho esto a ninguno. A ti tampoco, Chemi ―comenzó diciendo―, pero vi el taxi de mi padre a un lado, en el aparcamiento, cuando llegue al hospital. En principio no le dí importancia, ya sabéis: nos cruzamos en tantos sitios. Sin embargo, no me puedo quitar de la cabeza que al salir de allí a toda prisa no me giré a ver si su coche seguía en el hospital. Si le ha pasado algo... no me lo perdonaré en la vida.
―¡Joder!! ―espetó Chemi.
―Pero ¿qué demonios ha pasado en el hospital?―Pregunté, mostrando preocupación ―. Ya me tenéis mosca.
―Pues te vas a cagar, colega ―dijo Chemi―.
―Si, vale. Pero cuenta de una vez, Aitor. Y empieza desde el principio ―insistí.
―Desde el principio ―repitió Aitor, asintiendo con la cabeza ―. Esta bien. Me llamaron esta mañana muy temprano al móvil, serian las seis y media aproximadamente ―comenzó―. Era Pedro, uno de los metadonianos. No me dijo que quería por teléfono, pero lo imagine. De modo, que ante la perspectiva de ganarme sesenta euros del tirón, me levanté de la cama, cogí el taxi y me fui hasta su casa. Al llegar le pregunté donde iba, y este me dijo que a Badajoz: a los colorines a pillar para fumar. Tal y como había supuesto, debía haber cobrado y se iba a pegar su particular fiesta del “yonky-pur" de todos los meses. Después de comprobar que llevaba dinero para pagarme le dejé subir y nos pusimos en ruta. Recuerdo que fue entonces, en el cruce del Bar "los Gonzalez", alrededor de las siete, que me crucé por primera vez con una ambulancia, con luces y sirena a toda castaña en dirección a Aceuchal: la conducia Paco Baena. Nos cruzamos luego con coches de la Policía y de la Guardia Civil a toda leche. Tanta poli me mosqueó y le pregunté a Pedro si llevaba algo encima, no fuesen a pararnos, pero me dijo que no. Le creí y seguimos. Fue antes de llegar a la altura del hotel, cuando comprobé que estaba cortado el paso en la rotonda y la carretera al trafico. La Benemérita, un buen numero de ellos, detenían a todos, tanto vehículos y personas, que pretendían acceder a la autovía o la nacional, de modo que paré.
―¿Te pararon con Pedro? ―le pregunté.
―No. Había más coches. Paré tras de una furgoneta. ―respondió Aitor.
―¿Qué hiciste entonces? ―volví a preguntar.
―Nada. Fue pasados algunos minutos, y viendo la lentitud con que se administraban en el control, cuando bajé del coche y me dirigí andando a hablar con los guardias. Les expliqué que tenia prisa, que estaba trabajando y debía pasar con el taxi para llevar a un cliente a Mérida: al Hospital a ver a su madre enferma, añadí. Entonces me informaron que no se podía ir más a allá del punto donde nos encontrábamos. Me dijeron que volviese al coche y permaneciese dentro, avanzando con los otros, hasta llegar a la posición del control, pues allí mismo teníamos que pasar todos, incluidos mi cliente y yo, unas pruebas. Nos tomarían la temperatura y unas muestras biológicas, nada importante. Todo en una especie de puesto de campaña instalado junto a la carretera. Pregunté que pasaba, y me respondieron que una infección, un virus posiblemente de los pollos de la fabrica de huevos que hay fuera de Almendralejo. Por lo visto el virus estaba afectando a animales y personas en toda la zona, y por nuestra seguridad, estaban trasladando al hospital a todos aquellos que mostrasen síntomas sospechosos. Me señaló entonces un par de ambulancias estacionadas junto a los coches de la Guardia Civil. Por cierto, tu amigo Pedro Hermoso era el conductor de una de ellas.
―¿Un virus de los pollos? ¿ y te lo creíste? ―le dije riéndome.
―¿Si me lo creí? Cuando volví al coche, le miré la cara a Pedro y le vi sudando, con los ojos como platos, el tembleque y toda la movida me dije: “Este cabrón tiene el virus, y me va a joder”. Le dije entonces que bajase deprisa del taxi, con cuidado de que no lo viesen los guardias. Me preguntó espantado, ya sabes como se ponen estos cuando ven a la poli, que qué pasaba. Yo, como si nada, le dije que estaban buscando a un tío y que me habían enseñado unas fotos. Por lo bajini, como el que no quiere la cosa, comenté que el tipo de una de ellas se parecía mucho a él, pero que no había dicho nada a los civiles. Como el cabrón no pasa un día en que no haga alguna putada, al momento se puso nervioso, empezándose a rascar la cabeza, el cuello, a moverse de adelante atrás. Ni cinco segundos tardó: me dio las gracias y saltó del coche metiéndose, como un zorro, entre los olivos. Instantes después, me llamo mi padre. Éste me preguntó si podía ir a hacer un servicio: llevar a una señora mayor al hospital, pues él estaba en Zafra y no llegaría a tiempo para recogerla.
― Entonces. ¿ Pasaste el control y volviste?
― ¡¡Que dices!! Pasé del control y me hice la pirula. Aproveché un momento de confusión cuando un tipo, que por cierto, no sé de donde salio, se dirigió hacia los guardias y se puso a discutir con ellos, agarrando a uno del cuello: vamos que parecía que lo quería besar, provocando que se liasen todos a piños con él. No se dieron ni cuenta de mi maniobra: además, ya sabes como es la Guardia Civil cuando reparte: reparte y no ven más que meter y meter. De modo que me dirigí al sindicato a recoger a la señora. Cuando llegué, la mujer ya estaba allí, frente a la parada con cara de “te meto con el bolso”. Paré y me disculpé por el retraso alegando los controles. La mujer comprendió, o lo pareció, y me pidió si la podía llevar al hospital. Entonces le dije, que si no era urgente mejor seria que lo dejase para el día siguiente, pues no sabía si podríamos llegar a destino con el pollo que había montado y los controles. Además, no dejaban de escucharse sirenas: bomberos, ambulancias, policía. Vamos, que no era el mejor día para ser perro y tener el oido fino. Pero la mujer estaba emperrada con llevar las jodidas radiografías al traumatólogo, de modo que nos encaminamos al Tierra de Barros.
Entonces Aitor se levanto y estiró las piernas, pidiéndome de nuevo un frenadol. Me levanté y fuí a la cocina. Traje un sobre y un vaso de agua y Aitor continuó donde lo había dejado.
― No te lo pierdas, neng ― exclamo, comenzando de nuevo, a la vez que terminaba su vaso de frenadol―. Nada más salir del pueblo y entrar en la nacional, casi llegando a la primera rotonda y a menos de 2 km del hospital TB “Mierda”: Otro control. Paré al lado de la rotonda y le dije a la mujer que no pasábamos seguro. Justo en aquel momento, me entraron unas ganas de cagar del copón, ni te digo el cuesco que me tiré. Así que me dije: tira para el hospital, o te cagas en el coche y no va a haber quién se suba al taxi, lo menos en tres meses ¿Solución? Me puse a dar vueltas a la rotonda hasta que la vieja potó las lentejas. Entonces sí, me dirigí hacia el control saltándome algunos coches que esperaban en la cola. Me pararon metralleta en mano "Te cagas". Le dije al primero que se acercó a la ventana del coche, con cara de pocos amigos, que llevaba a una mujer enferma con fiebre y vomitando. Cuando se acercó a mirar, y cató los olores que salían del coche, saltó rebotado hacia atrás y dejo de hacer preguntas. "Por urgencias, entren por urgencias", me dijo.
―¿No viste más militares durante todo ese tiempo?
―Los vi, claro que los vi. Había carros BMR a lo largo de la carretera, en el último tramo antes de llegar a hospital. Pero llegamos a la entrada sin ningún problema. Si te digo la verdad, no pensé ni por un momento que se encontrasen allí para lo que verdaderamente estaban. Creí que se debía más a que volvían del campo de maniobras, como tantas otras veces, regresando a los cuarteles y que habrían parado por cualquier motivo. No sería la primera vez. Cuando entramos en el recinto, entonces si, pude ver varias decenas de tiendas de campaña, fuertemente custodiadas por personal armado. En ese momento si que me pareció que algo raro ocurría, pero lo asocié a la gripe de los pollos. Como en la película aquella de estallido ¿sabes? Además, yo ya solo tenia dos cosas en mente: parar cuanto antes, e ir a cagar. De modo, que avancé un poco más, sorteando algunos coches mal estacionados en el aparcamiento, hasta llegar a un área más despejada de vehículos, cerca de la entrada de urgencias, donde vi a algunas personas. Pasé con la excusa de la vieja enferma, e indispuesta, y aparqué en la misma puerta: bajé a toda prisa, saqué a la mujer de coche, llamé a un enfermero, y me fui corriendo a giñar.
―Y seguro, que te tiraste cuarenta y cinco minutos sentado en el trono, jugando a la nintendo ¿no? ―le pregunté.
―¿Cuarenta y cinco minutos?. Ya hubiese querido yo ―dijo Aitor―. No llevaba ni dos niveles del Super Mario, buscando a su princesita, cuando comencé a escuchar gritos. Gritos, que parecían alaridos: aunque parecían aislados. Instantes después comenzaron a escucharse ruidos de carreras, gente corriendo de un lado a otro, cristales rotos, portazos y más gritos: estos mucho más cerca que los anteriores. Hubo un momento de calma, pero entonces empezó la verdadera fiesta. Los gritos, parecían estar al otro lado de la puerta. Madre mía, aquello era como estar sentado, cagando en la trastienda de infierno. Deje la nintendo en el suelo acojonado, y nada más empezar a levantarme, para subirme los pantalones: un bombazo que te cagas reventó la puerta de los servicios, lanzándola contra el compartimento en el que me encontraba, rompiendo el cerrojo de este, desequilibrándome y cayendo yo al suelo. Después el silencio. Bueno, el silencio y un piiiiiiii, que no me he podido quitar de la cabeza, ni con los putos frenadoles.
―El frenadol es para la gripe, gilipollas― Chemi y yo empezamos a reírnos, descojonándonos.
―Bueno, ya están los enteraos de mierda estos. Vamos a ver señores doctores ¿os vais a callar de una vez? o no sigo... ―Nos advirtió, con un mosqueo de importancia.
―Sigue. Perdona. Sigue, sigue ―insistí
―Intenté levantarme como mejor pude. Recogí la nintendo del suelo y me subí los pantalones ― dijo.
Aquello ya fue demasiado para nosotros. Chemi y yo no nos podíamos aguantar la risa: Imaginarnos a Aitor con la nintendo en la mano, el culo al aire, y el mundo destruido a su alrededor nos superaba. Pero nos callamos de inmediato, le pedimos de nuevo perdón, y le suplicamos que siguiese contando.
―Como volváis a reíros me callo y no cuento una mierda más ¿Vale? ―nos advirtió de nuevo― Sigo... Una vez me levanté, y después de comprobar que no estaba más que aturdido y cubierto de polvo, busqué una salida. No se veía una burra a un par de metros. De modo, que avancé entre la nube de polvo tropezando con algunos escombros, cuerpos, personas heridas y otras que como yo, caminaban desorientadas por la explosión. Inmediatamente, y una vez empezó a aclararse el aire comprobé, que los daños estaban muy localizados. La explosión solo había afectado a la una parte de las consultas, llegando hasta los servicios, donde yo me encontraba: Ignoraba en aquel momento que la provocó, solo pude ver un boquete en los cristales y en la pared interior del hospital. A mi derecha, la gente corría o bien, avanzaban como podían: corriendo, caminando, cojeando: pero eso sí, todos gritando. Gritando como locos. Yo, sorteando de todo en el suelo, me dirigí uniéndome a la corriente principal de personas que se dirigían fuera del hospital, pero joder: no lo vi de lejos. Cuando me metí entre la gente, aquello fue la hostia: había personas, o lo que fuesen, que se agarraban a otros, no para salir, sino para morderlos. Y... ahí va la hostia, que me agarro un hijo puta apestoso. Me pegué un susto del copón al sentir la presión de su mano,y girarme, para verle con la boca desencaja, ensangrentá acercándose a mi pescuezo. El muy cabrón no me soltaba ni pa Dios. Me quedé con la cara desencaja y me puse a gritar como una... bueno, grité. Al final le metí un hostiazo y me lo quité de encima. Pero, Inmediatamente otro de esos cabrones se me echó encima, empujándome contra la pared. Precisamente, en la pared había un extintor que agarré, y antes de que se volviese a acercar a mi cuello, le metí con el en la cabeza: que asco. Luego... la mujer mayor a la que había llevado al hospital se me acercó. No sé de donde coño salio, agarrándome de la sudadera: y gritando “socorro, socorro”. Y yo.. supongo que debido a la excitación y con la adrenalina por las nubes, no reaccioné a tiempo de reconocerla y le metí otro hostiazo, quitandomela de encima, saliendo luego a todo prisa del hospital.
―Chacho, pero que burro ¿ No la ayudaste? ―dijo Chemi, llevándose las manos a la cabeza.
―¿Burro?. No sabes lo que era aquello. Chemi. Estaba acojonado y no reaccionaba ―respondió Aitor― Además, no lo escuché antes, pero fuera, estaban disparando. Cuando salí, comprobé que la situación era todavía si cabe, peor que dentro del hospital. La gente había enloquecido. Todo era confuso: yo que sé, tío. El que no sangraba por la boca, lo hacia por otro sitio, y al que no le habían mordido, le habían disparado. Al principio los disparos parecían selectivos, pero luego todo cambio. Estaba tan cerca de la linea de contención que formaban los soldados, que pude escuchar la orden clara, tan clara como si el sargento hubiese estado a mi lado en el momento de ordenarla: “Abrid fuego discrecional contra todo lo que se mueva y salga por esa puerta. Que ni Dios ni su puta madre atraviesen esta linea de defensa, o yo mismo os descerrajo un tiro en la sien”. El chusquero gritaba con tanta fuerza que metía miedo solo con oírlo. Me metí en el coche a toda prisa pero antes de arrancar pude escuchar, desde algún altavoz, colocado tal vez en algún helicóptero: Protocolo Flecha rota” . Evacuen la zona de inmediato. Aquello me sonó como cuando un desconocido te dice: bájate los pantalones, chaval: es el protocolo. Así, que puse pies en polvorosa arrancando, pasando por encima de las vallas y metiéndome entre los viñedos: eso si, chocando antes con una cepa, que se había propuesto terminar de joderme la mañana.
―¿y pudiste ver lo que ocurrió después? ―pregunté.
― Claro ―respondió―Miré por el retrovisor y aluciné: los militares tenían más prisa que yo por marcharse del hospital. Estos se replegaban con rapidez hacia la autovía, disparando, pero sin dejar de alejarse. Dí marcha atrás entonces, y pude dirigirme hacia un lindero por el que sin mirar atrás, pise a fondo el acelerador. Segundos después, dos cazas me sobrevolaron. Esa fue la primera que los vi: la segunda fue la hostia. Tras pasar sobre mi descargaron, bombardeando el hospital de manera selectiva, pero eficiente. Voló todo por los aires y, sin embargo, la onda no pareció afectar más allá del perímetro de éste: apenas un golpe de aire sentí. Entonces recordé que había visto el coche de mi padre en uno de los estacionamientos, justo al entrar, joder. Estuve apunto de dar la vuelta, pero me pudo el instinto: o el miedo. No sé. Me apañé para llegar sano y salvo a casa, pero no sin antes cruzarme con algunas personas por el campo, huyendo como yo. Esperaba que alguna fuese mi padre. Recé por ello, pero Dios como siempre ni puto caso. Al fijarme en aquellas personas me parecieron normales, y supongo que mi conciencia, después de lo de la vieja en el hospital, me hizo ayudar a algunas de ellas. Así, fue como supe, que todo el pollo tenia su origen en Aceuchal. Y que habían evacuado a la mayor parte de la población del pueblo a distintas zonas, una de ellas el Hospital de Tierra de Barros: ahora convertido en ceniza y escombros. En casa me estaba esperando este capullo. No le dejaron pasar tampoco con el autobús más allá de Almendralejo, y se vino a casa. Le expliqué más o menos todo, no tan detalladamente; y lo que pensaba del asunto y como afectaba nuestro plan y nuestro futuro: esta era nuestra oportunidad “O ahora, o nunca”. Lo demás es historia. Cogimos algunas armas, yo me puse el uniforme para pasar por soldado si se daba el caso, y nos vinimos por el camino de los pintones, rezando por no cruzarnos con ningún control. Os digo una cosa, y mas vale que os quede claro: Están arrasando todo lugar contaminado que suponga una amenaza o donde la contención haya fracasado: Tenemos poco ......
CAP 1 - 4 : El perrito de los cojones
«Eram quod es, eris quod sum »
"Yo era lo que tú eres; tú serás lo que soy"
-Quinto Horacio-
―¡Silencio! ―Hice callar a Aitor. Le hice un gesto con la mano, apuntando hacia la ventana, e insistí en que no abriese la boca― ¿Lo oyes? Me parece que es el motor de un coche.
Aitor dejo de hablar. Prestamos atención, esperando escuchar de nuevo el ruido de algún motor. Entonces oímos un acelerón lejano. Nos levantamos los tres de un salto poniéndonos de pie. «¿Y mi M4?» preguntó Aitor, mientras Chemi se dirigía corriendo, anticipándose a Aitor y a mi, hacia la ventana de la habitación, que da a la calle Santa Marina. «En el suelo detrás del sofá» le indiqué a Aitor, que había empezado a dar vueltas buscando, mientras yo me dirigía a la habitación dónde dejé las bolsas con el resto de las armas. Abrí una de las bolsas de deporte y busqué uno de los dos MP5 que guardábamos en estas. Mientras tanto, Chemi ya había pegado su nariz a la ventana, sin perder detalle de todo lo que ocurría fuera. Yo, tras terminar de cargar mi arma me dirigí también a la ventana junto a Chemi, pero no sin antes buscar a Aitor con la mirada, encontrándolo apostado, vigilando la entrada posterior.
―¿Ves algo? ―Le pregunté a Chemi en voz baja, mientras este abría unos milímetros la ventana.
―¿Escuchas eso? ―dijo Chemi, abriendo un poco más, la hoja de la ventana.
―No. no escucho nada ―le respondí.
―¡¡joder, joder!!― exclamó entre dientes. ―¡¡Mira tu mismo!! ―me dijo, apartándose de la ventana.
―Que mire ¿donde?
―¡Al fondo joder! ―concretó.
Al hacerse a un lado y girarse, comprobé la cara de impresión de mi amigo. Ocupé luego su lugar asomándome, mirando hacia donde el me había indicado. Unas figuras humanas, deslumbradas en parte por el sol, se movían lenta y torpemente en nuestra dirección. Pasados unos instantes pude distinguirlas con mayor claridad. Y, no me lo podía creer: eran aquellas malditas criaturas moviéndose a lo lejos. Las mismas de la noche anterior. Por lo visto, mientras Aitor nos relataba el fin del hospital TB, y sin que ninguno de nosotros hubiese intuido lo que podía suceder, una parte del pueblo había salido a la calle: la parte esa con la que uno, no quiere encontrarse jamás. Tenían aquel caminar, y aquellos ojos. Algunos podían parecer mis vecinos, pero esos ya no eran mis vecinos. Contaba al menos diez, que pudiese ver con claridad ―el más próximo, a algo más de cien metros―, pero seguro había más. Los podía escuchar: podía escuchar de fondo esos ruidos: Grrrr, Argggh, que ya me eran tan familiares. Miré entonces a Chemi y él me miró con los ojos muy abiertos. «¿Qué hacemos?» le pregunté, sin saber muy bien que hacer. Chemi levantó las cejas, pero no respondió a mi pregunta. Entonces escuchamos los ladridos.
Miré, asomándome de nuevo por la ventana, y pude ver al perrillo del vecino, uno pequeñajo llamado DIDI, que venia corriendo, y que terminó por situarse a unos metros más allá de nuestra ventana, empezando a ladrar en dirección a las criaturas dudando: si ir hacia adelante y atacar, o para atrás y huir. De algún modo, le ocurría los mismo que a nosotros, pero inconsciente del peligro que corría. Abrí la ventana y le llamé por entre la persiana, en voz baja: «DIDI Silencio. Ven aquí vamos ven» le dije. Confiaba, que si el perrito me escuchaba y reconocía, se acercaría lo suficiente, como para poderlo alcanzar y meterlo en casa. DIDI pareció calmarse, sentándose mirando fijamente a la ventana pero, madre mía, cuando este comprobó que era yo “Su vecino", con el que jugaba cada vez que veía”: se volvió loco. Pareció como si aquel instante le hubiesen metido unas pilas de plutonio por el culo, empezando a ladrar como un jodido “DOBERMAN” de 65 kilos, y a pegar saltos y vueltas entorno así mismo, sacando los dientes amenazantes igual que un mandril defendiendo su territorio. El escandalo era de importancia, y las criaturas, todavía lejos, no tardarían en fijar su atención en el chucho, si este no paraba de ladrar y hacer espavientos.
―Estas loco “Terrones” llamando al jodido perro. Nos va a delatar a todos. No veas la que habéis montado. ―Me recriminó Chemi, y no sin razón.
―¿Qué coño esta pasando ahí fuera? ¿Qué es ese escandalo? ―preguntó Aitor, que también escuchó los ladridos
―¡Este gilipollas! que ha llamado al perro del vecino, y ahora esta montando la de Dios, delante de nuestra ventana― le contesto Chemi.
―Haced que se calle, o pegarle un tiro. Pero que se calle de una vez el perrito― propuso Aitor.
En aquel instante, y con el pequeño cabrón todavía ladrando delante de nuestra ventana, volvimos a escuchar el motor de un coche, posiblemente el mismo de antes, al que siguió un disparo lejano pero potente, del que no teníamos idea de su procedencia. El sonido, cada vez más notable del vehículo, y por lo tanto más próximo a nosotros y acelerando, nos dejaba pocas opciones. De otro modo, los ocupantes del vehículo, ya a punto de aparecer por la resolana verían al animal, delatando este nuestra posición con sus ladridos y gestos. De modo, que tomé una decisión importante, la única que podía tomar, y para la que no dispuse de mucho tiempo de reflexión: aunque luego me pesase tanto.
―Voy a salir a por el perrito― le dije a Chemi, haciéndolo a un lado de un empujón, y dejando el arma en una silla para tener libres la manos.
―¡Te verán! ―dijo Chemi, que inútilmente había intentado detenerme sujetarme por el brazo .
―No. no me verán, si salgo y vuelvo rápido― le contesté.
―Si, vale. lo que tu digas: Al final, conseguirás que nos maten a todos.
Salí de la casa como alma que lleva el diablo, sin haber pensado con la suficiente calma en las consecuencias que aquel acto podía acarrear, y con la firme convicción de atrapar al perro de inmediato, volviendo luego al interior de la casa. Sin embargo, las cosas no siempre son como a uno le gustaría, y ni mucho menos salen como las piensa.
El perrito, al contrario de lo que creí que ocurriría cuando este me reconociese, salio disparado a velocidad y dirección absurda, hacia el centro mismo de la calle y yo ―como no podía ser de otro modo, y más absurdo todavía― le seguí, corriendo tras el. Cuando por fin lo agarré y quise darme cuenta, comprobé a mi pesar, que me encontraba ―con el perrito en brazos― en la misma resolana (un cruce a tres calles): La zona más desprotegida de la calle, y expuesto a la vista todos: amigos, criaturas y de la guardia civil, que en aquel momento aparecía con su vehículo, asomando a la resolana y dándome el alto con el altavoz, bajo amenaza de ser disparado. Sin embargo, no hice caso a la advertencia. Las criaturas estaban muy próximas y se acercaban por la calle cañada en grupo numeroso, estando ya amenos de 50 metros. De modo que... seguí corriendo a toda prisa en dirección a mi casa, ignorando el alto que me acababan de dar desde el vehículo policial pero entonces... un disparo al aire, y un "ALTO" más claro y cercano, me clavaron los pies al suelo.
No sé, como pude hacerlo, pero en aquel momento pude pensar: Tenía a un tipo, con una pistola tras de mi, y a un grupo de muertos,con muy malas intenciones, avanzando hacia mi. Los muertos me daban más miedo, pero calculé en base a mi propia experiencia en este mundo de Dios, que las balas eran más rápidas que los muertos, de modo, que manteniendo uno de mis ojos en los pellejudos que se acercaban por la izquierda, me dí la vuelta girándome ―con el perrito aún en brazos― mirando al guardia que me acababa de dar el alto."Me habían pillado.
CAP- 5 EL CARTERO SIEMEPRE ATACA DOS VECES
Siempre me pregunté qué le puede pasar a un hombre o una mujer, por la mente, cuando se atavía con el uniforme de la Guardia Civil, se cala el tricornio hasta las orejas, y luego se mira cuadrándose frente al espejo ¿Qué tipo de seguridad puede otorgar a una persona vestir ese uniforme? Desde joven, esta pregunta había estado dando vueltas en mi cabeza, y por como se desarrollarían los acontecimientos aquel día, seguiría sin respuesta por mucho más tiempo.
El Guardia Civil, al comprobar que me detenía ante el sonido de sus disparos, y que definitivamente no iba seguir huyendo, ni siquiera espero a que me diese totalmente la vuelta para, con toda la tranquilidad del mundo, y obviando la presencia de las criaturas que por momentos se acercaban hacia donde nos encontrábamos nosotros, guardó la pistola en su funda, y me hizo señales para que me acercase.
―¡Vuelva aquí de inmediato, y entre en el coche! ―me ordenó.
―¡Estás loco! Me voy a mi casa ―le respondí gritando, a la vez que pegaba mi espalda a la pared, buscando más seguridad, y mayor ángulo de visión.
―¿No me ha oído? Venga aquí ¡Ya!, y entre en el coche de una puta vez, o tendré que meterlo yo mismo a paradas y arrestado. ―me gritó amenazante, dirigiéndose a mi, de nuevo
―Paso de ti. Me quedo. Vete por donde viniste, y déjame en.... ―y poco más pude añadir, aparte de ― ¡CUIDADO!.
Apenas pude alertar con la suficiente antelación, como para que mi aviso sirviese de algo al distraído Guardia, que pendiente en aquel momento solo de mí, no vio como se le venía encima, apareciendo del interior de unas de las casas situadas por frente, el cartero del pueblo. Poco o nada pudo hacer el hombre para evitar la brutal envestida y la primera dentellada al cuello, que lo llevó inmediatamente al suelo, cayendo presa del paroxismo extremo del cartero, que entre enormes borbotones de sangre, no cesaba en su afán interminable por atrapar, desgarrando entre sus dientes un pedazo tras otro de lo que ya no parecía un cuello. Y ocurría todo esto, ante la mirada estupefacta del la pareja acompañante del guardia, que no veía el momento de salir del coche, para ayudar a su compañero.
Apenas debieron pasar unos segundos, desde el comienzo del furibundo ataque del cartero, y el terrible mordisco en el brazo que me dio el perrito devolviéndome a la realidad: “Despertaba de una pesadilla, para introducirme de inmediato en otra”; Si bien, de no haber sido por el perro supongo, yo sería ahora una de esas criaturas. Por suerte, reaccioné a tiempo para escapar salvado la vida, aunque la impresión causada de la visión del ataque anterior, así como la rapidez con que se dieron a continuación los acontecimientos, no me permite relatar con exactitud lo que paso. De todo, lo primero que recuerdo fue, que tras el mordisco del animal, mi primera reacción fue soltar al perro, que salió disparado en dirección a mi casa. Luego miré a mi izquierda y el susto que me llevé fue de importancia: los tenia encima. Luego hubo unos disparos, y todo fue muy confuso.
Apenas debieron pasar unos segundos, desde el comienzo del ataque, y el mordisco en el brazo que me dio el perrito. De ese modo, desperté de una pesadilla para introducirme de inmediato en otra. Por suerte, reaccioné a tiempo para escapar salvando la vida, aunque la impresión causada de la visión del ataque anterior, así como la rapidez con que se dieron los acontecimientos, no me permiten relatar con exactitud lo que pasó. De todo, lo primero que recuerdo es, que tras el mordisco del animal, mi primera reacción fue soltar al perro, que salió disparado en dirección a mi casa. Luego miré a mi izquierda. el sobresalto fue de importancia. Tenía a todas aquellas criaturas casi encima, a no más de un par de metros. Eran más numerosos y venían a por mí.
Pero no iba a ganar para sobresaltos aquel día. Apenas me dije, preguntándome «¿Patitas para qué os os quiero?» comenzando a correr, y habiendo dado la primera zancada, que tres disparos me aturdieron. Cerré los ojos sin para de correr, y cuando quise darme cuenta, al abrirlos tenía al otro guardia frente a mí. Este se había bajado del vehículo disparando repetidas veces al endemoniado cartero, que quedó en apariencia inerte sobre su compañero. Luego, el guardia se dirigió directamente hacia mi posición, intentando así cortarme el paso, a lo que no se me ocurrió otra cosa que gritar preguntando: «¿Pero qué coño os pasa conmigo?» esto ya casi abordándole y cayendo, debido a la inercia, encima de él. Entonces me agarró sujetándome con fuerza, mientras me gritaba. Por fin, y después de un breve forcejeo logré zafarme, empujando a un lado al pesado guardia civil: precisamente en la dirección del cartero que se había incorporado por completo del suelo. No miré atrás, y salí corriendo, a la vez que el sonido de otro disparo me sorprendió, haciéndome tropezar y caer al piso. Los disparos parecían provenir en esta ocasión de la ventana de mi casa. Alce la vista desde el suelo, sin levantar la cabeza, para comprobar si me encontraba en la linea de fuego; pero antes de que pudiese apenas mover una pestaña, o hacer amago de volver a levantarme, unos gritos me advirtieron.
―¡No te muevas! ―gritó Chemi, que no paraba de disparar contra las criaturas, que una tras otra caían al suelo a poca distancia de mí.