LA SATISFACCIÓN DE UN DESEO RESUELTO EN SU REPRESENTACIÓN / Jorge Maqueda merchán ⟲ Jordi Maqueda (Aceuchal, 06207 Badajoz -España)


Llevaba algún tiempo buscando ―algo más de dos meses― las obras completas de Wittgenstein. Cuál sería mi sorpresa, tras meses después de haberlas solicitado, y cuando ya creía tenerlas en mis manos que comprobé, no sin asombro que faltaba del tomo el Tractatus Logico-philosophicus -(1921) e igualmente, las Investigaciones filosóficas Philosophische Untersuchungen - (1953). Las obras completas se repartían en dos tomos, pero me habían enviado solo el segundo, que recogía diarios, conferencias y otros ensayos. Sin embargo, no iría más allá mi frustración, cuando del tomo en mis manos descubrí textos que me eran del todo ajenos; luego y lejos de decepcionarme me embargo el asombro, no encontrando desperdicio alguno en las notas y epístolas (1) en las que hallaría curiosidades; algunas, como la referida a la carencia de sentido de la definición russelliana del cero, o sobre la cuestión entera de la existencia de números de cosas (2) descrita, en una singular hipótesis formulada por medio de una ecuación, que no me veía capaz de comprender: pasando noches enteras en vela, y envuelto por la invocadora sonata de Tartini, intentando alcanzar el significado de ésta. Sería días más tarde, y a través de la lectura de notas dispersas, cuando —marginando el significado literal de la hipótesis (la ecuación referida) que el autor quería dar por resuelta— resolviese a mi entender, no ya la solución de ésta en una fórmula dada, sino más “el deseo a la solución” en ella, tal y como nos es propuesto del propio Wittgenstein, y de sus propias palabras se entienda cuando leemos en otro contexto: “la representación de un deseo es, eo ipso, la representación de su satisfacción (3)”. Preguntándome entonces ¿no es igualmente la representación de su deseo —una hipótesis (resuelta en la ecuación) — la solución, a la cuestión que nos ha sido propuesta? Y, de la que resulta la obtención de un deseo dado en su representación; y, por tanto de esta se obtenga, igualmente la representación de su satisfacción, independientemente, luego de la veracidad o no de ésta.... Un saludo, y si van a leer a Wittgenstein, escuchen a Tartini.

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1 Wittgenstein. 2 tomos. Ed. Gredos- 2009)
2 (de una entrada a su diario filosófico 21/10/1914, Tomo II ed. Gredos 2009, pág. 37)
3 (observaciones a «la rama dorada de Frazer» Wittgenstein Ed. Gredos T2 pg.535)

ACERCA DE UNA SOCIEDAD PROFUNDAMENTE ENFERMA / Jorge Maqueda merchán ⟲ Jordi Maqueda (Aceuchal, 06207 Badajoz -España)


«Nada más trágico que vivir en «el peor de todos los mundos posibles» donde las penas, siempre, prevalecen sobre las alegrías; y nada más absurdo que el sufrimiento: nacer, la enfermedad y luego tener que morir, a veces incluso quitándose uno mismo la vida, renunciando así y definitivamente, a este ingrato lugar —un mundo absurdo y desprovisto de sentido para muchos— donde el dolor centellea con resplandor demoníaco, y las personas participan de innumerables sufrimientos. Donde los marginados, y las víctimas lentas del hambre y la guerra se consuelan en el llanto que, aún conserva el recuerdo y sabor agridulce de la sangre de sus familiares. Y, sin embargo, un mundo, el que se vislumbra vagamente una luz, revelada de aquel mismo sufrimiento, de sabernos muertos pero, seguir aún vivos. Pues, ciertamente, seguimos aquí. Sin embargo, decía krisnamurty, que estar adaptado, siendo educado, estando considerado en una sociedad como la nuestra: enferma —con toda su miseria, brutalidad y conflictos— formando parte ella es, igualmente, estar enfermo; además, de predispuesto a abandonarse por completo a su aviesa moral los unos y, sometidos a sus políticas y engaños los otros. Todo habrá de resumirse en servir; servir de un modo u otro al renovado Leviatán —el mismo que nos obliga y desangra— sea a través de consumismo, la dilapidación y codicia; o bien, ardiendo en la condenación de la servidumbre: esclavizados los unos por los otros, y lentamente consumidos, día tras otro por burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias gubernamentales, calificadoras, de crédito y, por todo aquello que en sí mismo consiente, se arrastra y presta alimentando, la falacia que perpetúa la angustia de esta terrible infamia. Crisis dicen: no hay crisis, sino en la conciencia, cuando esta ya no puede aceptar unas normas, aquellas mismas que en el pasado le dieron contingencia, y que únicamente sirven a los impulsos materiales de las personas: a intereses individuales que se tornarán siempre en contra de los otros —un problema que surge con los deseos y la naturaleza misma del hombre— generando así este conflicto, eterno, únicamente en el fin de acumular poder y riquezas.