El Laberinto, El Minotauro y La Paradoja


La imperiosa necesidad de saber
The urgent need to know 

JORGE MAQUEDA MERCHAN
Aceuchal - Extremadura (España)


TEXTO DE 2020, SOBRE OTRO ANTERIOR DE 


PALABRAS CLAVE

SABER; CONOCIMIENTO; INDIVIDUO; ANGUSTIA;FILOSOFÍA;
 LABERINTO; MINOTAURO;PARADOJA

Nosotros hemos descubierto la felicidad, conocemos el camino, hallamos la salida de muchos milenios de laberinto. ¿Quién más la encontró? ¿Acaso el hombre moderno? “Yo no sé ni salir ni entrar; yo soy todo lo que no sabe ni salir ni entrar” así suspira el hombre moderno... (F NIetzsche)

II-La imperiosa necesidad de saber

      Es un hecho innegable, que comprender la razón de las cosas, aunque sea a nuestro modo, en tanto a como éstas “cosas” o “entes” a nosotros se nos representan y las entendemos, ha llevado a dotarnos de valiosos mecanismos por los cuales se premia al individuo con emociones agradables y salvaguardas, recompensando en el individuo ese entendimiento; pero, igualmente, castigando con incomodidad, malestar y odio la ignorancia y al ignorante. Pues es más fácil vivir a la luz de un mundo y la realidad de las cosas, que hacerlo bajo la sombra de ésta realidad y su oscurantismo. Así, la razón de iniciar este viaje hacia el saber (de algunas cosas y las personas) igual que en otros viajes, no la hallamos sólo en el destino sino, igualmente, en todo lo que descubrimos en el camino.

     Es muchas ocasiones, incluso a una edad tardía –quizá influenciados por una amistad, la casualidad, o por mera curiosidad– algunas personas, también de clase humilde y trabajadora, sencillamente, comienzan a advertir esa terrible seducción: atracción, por aquellos temas que van más allá de su quehacer cotidiano. Digamos, que son seducidos hacia cuestiones “metafísicas”, que desde tiempo inmemorial han inquietado de manera fabulosa tanto a personas comunes como notables. Estos últimos: ahora; al igual que aquellos: entonces, de alguna manera comienzan a hacerse preguntas en torno a sí mismos, y sobre aquello que más profundamente les inquieta o, porque no decirlo, les angustia y atormenta. Se trata de preguntas laberínticas: interrogantes profundos que atañen a cuestiones desde hace milenios envueltas en una densa niebla y desconocimiento, por la que lentamente se abren paso la consciencia y la razón.  No es extraño, por tanto, que a resultas de este interés el “individuo” en algún momento de su vida decida aventurarse y realizar pequeñas lecturas, “incursiones” podríamos calificarlas, dado el carácter esporádico y breve de éstas, y que tienen como único fin encontrar algunas respuestas. Y Son muchos los que durante años recopilan libros e ideas sobre los estantes de su librería: religión, psicología, e incluso grandes teorías y ensayos filosóficos, a la espera, de con el tiempo ir comprendiendo el profundo significado que se encuentra bajo aquellas gruesas tapas. Pero, en algunas ocasiones, y cuanto más profunda sea la pregunta y, por tanto la respuesta que se quiere revelar, encontramos, que pasan los años e, invierno tras invierno, es fácil comprobar cómo la que fue en principio una agradable lectura, de páginas repletas de un saber extraordinario, no ayudan ni proponen solución alguna a la pregunta, menos a aún a los innumerables problemas que día tras día plantea la vida: algo así como tener una extraordinaria guía para comprender todos los misterios de la existencia, pero escrita en un idioma imposible de descifrar, cuando nos encontramos zambullimos en la Metafísica; y, precisamente, ese aspecto en tantas ocasiones inescrutable que sugieren algunos caninos de la filosofía, como una la selva que oculta sus secretos y se muestra infranqueable, parece ser lo más seductor de ella. 

    Pero, como si de una cosmología del hombre se tratase, el carácter en ocasiones talmúdico que parecen adquirir las palabras y reflexiones, de algunos, por no decir de casi todos los grandes pensadores, compromete cuando menos la capacidad intelectual del individuo común para descifrarlos y, las grandes preguntas, las grandes cuestiones de la vida, permanecen ajenas a éste y a la mayoría de las personas –La insatisfacción y el descontento, esa especie de dolor por el amor de quien te ignora agudizaba el desencanto– la falta de adhesión y la distancia mostrada por aquellos sabios atormenta. Muchos son los que abandonan y olvidan entonces aquellos libros sobre sus estanterías. Pues, ciertamente, pretender alcanzar el conocimiento puede ser descorazonador; más, para aquel que carece del consejo de las cátedras: conocer pues, los profundos misterios, extraer conclusiones del estudio y la lectura de aquellos libros parece únicamente estar destinado a aquellos que, previa intensa formación académica, poseen el método y el medio para poder bucear e interpretar la compleja dimensión del pensamiento, en el cual se expresan aquellos singulares textos; y, como no podía ser de otro modo, esto no ha hecho, ni hace más que acrecentar el prejuicio ya existente, y ampliamente extendido entre las clases más humildes, de que la filosofía no tiene nada que ver con ellos y su dramática realidad: que escrito entre esas líneas no existe un nexo alguno con los deseos ni necesidades del hombre común: el trabajador, mucho menos con los suyos propios. Sin embargo, hay quienes no se resignan, capitulando, en ésta su búsqueda y no se rinden jamás; pues, entienden que en ocasiones las puertas de la razón se abren igualmente al profano, proporcionando, aunque sea por unos instantes algo de luz a su perspectiva. Un centelleo éste, muchas veces lóbrego y tenebroso, mas una luz que será casi siempre reveladora de la triste y angustiosa realidad, si bien, no parece importar el precio que por “saber” se tenga que pagar. Sin embargo, es en ésta (en la filosofía), más que en ningún otro lugar, donde el pensamiento desventurado ha escarbado hundiéndose con mayor pasión y vehemencia, labrando tan vasta maraña de galerías que si decidimos aventurarnos por nuestra cuenta a ellas, corremos serio riesgo de extraviarnos; amplificando así, la magnitud de todas las aflicciones por largo tiempo contenidas, como la ansiedad, surgida frente a la inquietante perspectiva surgida de transitar un camino, tras el que no se intuye final.,

III-El laberinto, El Minotauro y La Paradoja

       Algunos refieren el lugar como templo; otros hablan de un laberinto. Lo cierto, es que en todo caso no se trata de un dédalo cualquiera, sino de un enorme santuario fortificado de sapiencia y erudición, en el que contadas personas se adentran: llevadas, unas por la pasión y otras sencillamente ―a través del cenagoso sendero de la existencia― viéndose arrastradas al mismo, donde una vez apresadas se verán condenadas a morar por largo tiempo aquellas lóbregas y mohosas galerías. Aún y así, no es extraño encontrar a quienes, ingenuamente, penetran el templo que guardan El Minotauro y La Paradoja. La razón ―ante una providencia tan indefinida― no es otra, que encontrar algo con que aligerar el pesado fardo que “por el hecho de ser hombre, todo hombre lleva consigo” y en el páramo (desierto) demora su transitar; a la vez, que fustiga sus abatidas conciencias, cuando se impone ante ellos la perspectiva angustiosa de la aniquilación. En la marcha, se les distingue fácilmente, pertrechados con un utillaje arcaico de nociones, con ellos viaja siempre la duda; en todo momento presta a interrogar acerca de cuestiones confiscadas, si no extraviadas en un laberinto, donde la angustia resulta de todas partes al comprobar, que podemos una vez dentro de él volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero jamás retornar sobre los propios pasos: «quién sin estar obligado, intenta alcanzar el completo conocimiento prueba sin duda, ser audaz hasta la temeridad» (3). Tenemos por el laberinto tal curiosidad (4) que olvidamos el dolor y sacrificio que cuesta al hombre transitarlo. Y peor aún «suponiendo que la razón del individuo no perezca en el fútil intento, éste se encontrará ya tan lejos del entendimiento que jamás, podrán sus semejantes comprenderlo» (5).

     Sin embargo, en ocasiones muy contadas, los muros de ese complejo laberinto se derrumban ante aquel, que alcanzando el punto más bajo de sí mismo, hubiere tocado fondo, reconociendo en el laberinto un camino sin salida; hallando así, en la “angustia” un hilo de luz por el que guiarse ante la trágica perspectiva que habrá de resultar encontrarse sumido, palpando con las propias manos el fondo del abismo: tomando plena conciencia de aquello más absoluto. El precio a pagar habrá sido elevado: soledad, sufrimiento y no pocas veces la locura, serán la moneda de cambio exigida por el Minotauro. Pues sólo cuando la existencia muestra al individuo su más dramática figura, parece la mente derrotada entender, lo que desde hacía tanto tiempo aquellos libros decían; entendiendo, no las palabras sino a las personas que los escribieron, finalmente comprendiendo que en el laberinto no hallará solución alguna, sino esas mismas preguntas y angustias que a lo largo del tiempo, los hombres se han planteado y sentido, a sí y en sí mismos, cuestionándose, por el destino y fundamento de su propio ser (cuando no se trata de leer a quien pensó la muerte, sino de pensar por el mismo la muerte). Finalmente, hallando esa última verdad encontrará que no hay esperanza en ella (la muerte); y su símbolo así nos proclama (7): “pues en el anuncio de su verdad suprema encontramos la Paradoja, cuando el destino de la necesidad se conjuga con su desaparición pues ¿Acaso el hombre desea la muerte aún cuando ésta es la verdad, no queriendo alejarse de ella, en tanto que contribuya así a la no verdad?” (8). Sin embargo, “cuando se percibe el fin se va más aprisa que el tiempo. La iluminación primera y la decepción inmediata y fulgurante, otorga entonces una certeza que transforma el desengaño en liberación.”(9) que después, y más allá de la confusión total y, no siendo capaz de distinción alguna, logrará su salvación de la única manera posible: aferrándose a lo real y absurdo, a la inutilidad absoluta de ser en esa nada fundamentalmente inconsciente, cuya ficción es susceptible, sin embargo, de crear la ilusión de la vida (10). Una vez alcanzado este punto ya habremos entendido que la filosofía no es otra cosa que la expresión escrita de un  profundo y continuo interrogante humano, descubriendo: que nunca hemos sido nada, más que aquello que nos dejaron ser: cuando presintiendo de esa angustia el fin éste no lo será; pues, no es poco este angustioso saber: fin para algunos, fin sólo del principio para otros; siendo, por tanto (y catapultados por esa misma angustia) origen de lo que será.   

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1 el engaño. Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.
2. la verdad, que habrá de ser igualmente la muerte. 
(a)Schopenhauer nos procura el recelo necesario frente a la idolatría del progreso, y frente a esa obsesiva búsqueda de la felicidad que es la gran falacia de nuestro tiempo.(Rafael Hernández Arias)Parerga y Paralípomena, Ed Valdemar (Pról. Pág. 16)
3. Jaspers, intr. a Nietzsche
4. Jaspers, intr. a Nietzsche 16,437
5. Jaspers intr. a Nietzsche 7, 49
6. Nietzsche
7. del Zaratustra
8. Nietzsche
9. E M Cioran
10. E.M.Cioran
11(así refiere Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres cap. 1 - sobre aquellos que son mas propicios a la dirección del mero instinto natural y no consienten a su razón que ejerza gran influencia en su hacer u omitir.



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