La pisada del diablo “ adaptación de una leyenda popular”
Alguien en alguna ocasión dijo que Madrid era un lugar muy especial, un bosque encantado lleno de vida, para perderse y no regresar jamás. Pero al margen de su encanto, Madrid es hoy una inmensa urbe; una moderna metrópoli repleta de agitación. Un hormiguero de personas venidas de cientos de lugares, cargadas con sueños, pesares y angustias pululando de un lado a otro; dejando una parte de si impregnada en el ambiente de la ciudad. Sin embargo, algo inquietante hay en la cosmopolita urbe, que de algún modo nos recuerda a aquellos aislados pueblos, de lo que un día se dio en llamar “la España profunda”. Me refiero – por supuesto -, a sus mitos y Leyendas; historias que abundan como duendes en los bosques recorriendo las esquinas, pasando de boca en boca y, que en cualquier momento te pueden alcanzar asaltándote de la mano de un portero, un vecino, o el camarero de algún aburrido bar. No es extraño, que aquellos que gustan de pasear por la sierra que rodea Madrid en algún momento hayan escuchado, de boca de aquellos con los que se cruzaron, que por esos parajes hace mucho tiempo, apareció un Magnifico ser. Incluso ahí quien afirma que, si bien, aquella no fue la primera vez que este se acerco a Madrid; si fue la primera ocasión que clavo sus radiantes ojos en esta, profetizando su regreso. Los extraños hechos a los que me refiero, se desarrollaron en un paraje no lejos del palacio del Escorial, aproximadamente a un kilómetro de "La Silla de Felipe II". Los nativos narran, que una ermitaña del lugar llamada Martiña, se encontró un día con un humilde peregrino, de singular belleza, que caminaba dirección a la ciudad. Martiña, compasiva de aquel sujeto, le ofreció como muestra de caridad comida y un lugar donde descansar y pasar la noche, pues un poderoso temporal de lluvia azotaba con furia la sierra. El peregrino, extrañado de tanta bondad, como muestra de gratitud le pregunto si podía hacer algo por ella, lo que fuera. Ella le dijo que no, para después… tras unos instantes retractarse y, pedirle por favor, que cuando siguiese su camino, si pasaba cerca de una ermita, rezase una oración por su alma a la virgen María, pues ya estaba muy vieja y sentía que de aquel invierno no iba a pasar. Fue entonces cuando el peregrino se levanto furioso, como trastornado, mostrando a Martiña su verdadera identidad, revelándole enteramente su esencia, resultando no ser otro que: el mismísimo lucifer.
Martiña palideció y por un momento pensó que seria su fin, sin embargo, Lucifer – para mayor sorpresa de la mujer -, no la lastimo, por el contrario sonrió, pues tramo un plan. Durante un tiempo - No se sabe exactamente cuanto - Lucifer visitó un día tras otro a la anciana en su cueva, allí Martiña fue seducida, ofreciéndola poder juventud y felicidad a cambio de que olvidase la enorme devoción que sentía por la Virgen. Martiña se negó, y así ocurrió cada una de las numerosas ocasiones que la visito. Ante la reiterada negativa de la ermitaña, Lucifer, sintiéndose frustrado, pues intuía un espíritu igual en las gentes del valle, enfureció. La cólera desatada por aquel hizo temblar la tierra, al golpear este una roca en medio de una indescriptible explosión. Luego se lanzo al vacío; pero, no sin antes advertir que volvería, diciendo:
“Cuando las gentes sean otras gentes. Cuando el tiempo sea otro tiempo. Cuando la duda asiente, perturbando la frágil voluntad y el corazón del hombre… Volveré. Y para entonces… me estarán esperando”.
Aun hoy, en aquel lugar se halla un canto de granito en el que parece incrustada la enorme huella de un talón izquierdo, a la roca la llaman "La Pisada del diablo".
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