EL HOMBRE DESESPERADO / Jordi Maqueda

Jordi Maqueda  / EL HOMBRE DESESPERADO  /  ReflexionesObservaciones


No te preguntes "nunca” por qué Dios te ha abandonado.
No vale la pena y, además, lo hace con todos .
(Jordi Maqueda 09/01/2012)(1/37a)

Observaciones sobre el Hombre Desesperado

 



El Hombre Desesperado
Sobre la Muerte
El dolor y la pérdida
El Sinsentido de la Existencia
Pensar la idea del suicidio
Libertad de Elección
Morir precisa, igualmente, de razones.
Cuando asumimos la responsabilidad con la propia existencia.

El Hombre Desesperado 

Nada más trágico que nuestra realidad: nacer para luego tener que morir. Pues da igual dónde, cuándo y poco importará la manera, todos nos dirigimos ineludiblemente a ella: como el ancla al fondo del mar. A veces incluso anticipándonos, bien por enfermedad o quitándose uno mismo la vida que le fue impuesta. Renunciando así y definitivamente a este ingrato lugar de amarguras y penitencias, absurdo y desprovisto de sentido, donde vida y muerte están ligadas, el dolor centellea todos los días y las personas participan de las más terribles agonías; donde sonámbulos e idólatras adoran mentalmente aquello que los segundos no conciben y los primeros no imaginan; donde los huérfanos se consuelan en el silencio ensordecedor del recuerdo de la guerra y  la impotencia, de no querer creer pero tener que ver el mundo desmoronarse ante sus propios ojos. Pero lo peor no son las injusticias, la violencia o el hambre que acontece y del que somos testigos todos los días. Tampoco las guerras, el sufrimiento y la desesperación que estas conllevan: Lo peor no lo hemos conocido todavía. Está por llegar: "es lo último que llega".

Sobre la Muerte

Cuando me diagnosticaron cáncer, algunos me miraban como si mi destino fuese distinto: diferente al suyo; otros me miraron con lástima, sin observar antes lo lastimoso de sus vidas, como si ellos nunca fuesen a morir y la infinitud fuese la vida: como si unos pocos años supusieran diferencia, y aquellos que suplican vida eterna, fuesen a obtener otra cosa, más que polvo como recompensa. Como si negar la muerte fuese solución, cuando no hay negación que no contenga en sí, en forma de afirmación, aquello contra lo que se pronuncia. Pero ¿quién quiere la vida eterna? ¿Acaso existe eso? La eternidad es una cosa y muy distinto es abarcarla: y más absurdo pretender conquistarla (Gilgamesh). No elegí nacer y consentí, tampoco elijo morir, pero me siento afortunado, si es el caso, de no sobrevivir: la eternidad no es vida para un hombre, y la muerte es la calma, el reposo final al que cualquiera aspira. Pues vivir bien es también morir bien, y fue la presencia cercana de la muerte, la que dio (todavía) mayor sentido a mi vida. Luego, sobre esta, mi vida, mucho he meditado, (ya casi 15 años después del cáncer, voy para 56) pues si en la vida encontramos que todo son preguntas, igualmente, llega el momento cuando se convierte ella misma en pregunta: en ese efímero detenerse en el proceso, al manifestarse está revelándose a la razón que la contempla.  Igualmente sobre la muerte, he profundizado: imaginando toda mi vida concentrada en un preciso instante: ese instante, el último en la vida, y luego, toda la vida en ese preciso instante. ¿Qué es la muerte? Para saberlo y conocerla, cierto, antes hay que vivir, pero para poder entenderla no basta con vivir, ni siquiera le sirve el vivir mucho: para entender la muerte, tendremos antes que entender la vida, y por qué a veces renunciamos a ella.

La muerte - aceptar la muerte (natural), el hombre viene al mundo a morir (Si), condenado a aceptar su destino (si), a “aceptar su muerte” (Si) pero no a acelerar su muerte. El hombre nace y nace para vivir, tener experiencia de vida, de una vida única y maravillosa, llena de experiencias en un mundo que es dado para ello… mas cuando las religiones aparecen (y con ellas los sacerdotes) se nos dice que el hombre nace, porque un dios (al que ellos no han visto) “dice” que nos hizo, y le debemos la vida, y que si es necesario hemos de morir, antes, por ese Dios, porque así lo quiere dios,  y ya no somos personas libres, sino un rebaño, donde sus corderos, si dios lo pide (nos dicen los sacerdotes), habrán de ser dados al sacrificio (por castigo, o gloria de dioses) ... un cordero inmolado sobre el altar de los dioses .

El dolor y la pérdida

"El pasado se recuerda muchas veces dramático; el presente angustioso; y el futuro se intuye incierto", dominado por ese miedo que amenaza con apoderarse del alma". Todos temblamos ante el dolor, el sufrimiento y la pérdida: ineludibles para toda comprensión acerca de la vida del hombre. Diríase, que la vida humana se halla permanentemente en un estado de profunda miseria, pendiente, siempre de dar sentido a aquellos avatares que devienen de la propia vida. En todas las épocas, culturas y religiones, el hombre tuvo que enfrentar esta misma cuestión del dolor y el sufrimiento, y el sentido de su existencia... en definitiva, ha tenido que vivir y convivir con el drama continuo que supone existir, vivir en este mundo. Pues cada uno de nosotros parece nacer a una vida amenazada; pero, si ese es nuestro sino, también es cierto que otra cosa es nuestra condición: "la humana" esa que empuja a seguir hacia adelante, a persistir, aún con la metralla de toda una vida hundida en la carne. Así, “Si nuestro sino es vivir, y vivir con dolor, nuestra condición es seguir y seguir adelante aún con dolor”. Muchos pensarán, sobre todo en occidente, que estas palabras no van con ellos, que más serían apropiadas para señalar a otras personas o pueblos, o incluso que refieren a otros tiempos; pero, no nos llevemos a engaño: y lo sabemos; al menos todos aquellos que tenemos una cierta edad y perspectiva de la vida: que el ser humano, desde que nace, se forja y crece con retazos de dolor, y cada dolor es preludio de aquello ineludible, que consiste en el mal extremo y último de la vida. Pues existen tantas cruces plantadas en este mundo como vidas ha visto nacer, y cada nacimiento no anuncia otra cosa, que su propia muerte.

El Sinsentido de la Existencia

El pueblo español se entrega al suicidio es la primera frase de «El resentimiento trágico de la vida», la última obra de Miguel de Unamuno.

«Volvieron a mi mente viejos y dolorosos recuerdos ante la imagen desgarrada de esas notas escritas por un hombre en su agonía, enfrentado en solitario a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor (…) En estas notas estaba reflejada la lucha de un hombre que fue fiel a sí mismo en contra de unos y otros, rodeado del ambiente hostil de la propia ciudad a la que tanto quiso (…) Estas notas fueron escritas con la urgencia de no saber si llegarían a un final, con la desesperación de quien ve cómo se va quedando solo mientras se tambalea su mundo, su propia vida y hasta sus creencias». Miguel Unamuno (de sus apuntes)

I

Encontrarán ensayos, libros, tratados al respecto pero, las razones del sinsentido de la existencia para algunas personas, puede resumirse en no más de dos o tres párrafos: Que la vida no tiene sentido, es la principal declaración de quienes experimentan la desgarradora sensación de la apatía por vivir, por medio de una especie de desconexión de todo lo que les envuelve. Unas, son personas reflexivas que profundizan en cuestiones de gran trascendencia (la falta de libertad, las injusticias sociales, las guerras, enfermedades etc...) avocándose, por momentos a un profundo vacío existencial, el cual les engulle cada vez con más fuerza. Vacío éste, al que la sociedad contribuye con sus imperantes mensajes relacionados con valores individuales de satisfacción inmediata. Otras, son aquellas personas que navegan el mundo en la búsqueda del placer, con el único fin de anestesiar su sufrimiento. La diferencia entre ambas radica, que las últimas no reparan en el vacío que experimentan. Si bien, ni los unos ni los otros encuentran respuestas favorables, en tanto a las razones de su propia existencia: nada les llena, nada les satisface (como a todos sin excepción) y, precisamente eso les acaba atrapando en un estado de sufrimiento permanente derivando, hacia profundas depresiones o conductas autodestructivas. En ambos casos, ese vacío existencial es la espiral del sinsentido, consecuencia, para unos de reconocerse a sí mismos como quienes miran el mundo (torcido) desde una perspectiva diferente (quijotesca), sintiendo y advirtiendo las incongruencias detectadas en él. 

Pensar la idea del suicidio

La mayoría de las personas no entienden necesario deliberar sobre su existencia, existir ya se concibe como implícito en todo lo que hacemos y no es necesario darle más vueltas. Sin embargo, reflexionar sobre la idea de la muerte: el suicidio, en este caso, nos permite abordar en primer plano la razón de la propia existencia, pues sólo por aquel, se pone en tela de juicio la importancia de ésta, moviéndonos a madurar en nuestras propias motivaciones, sueños y esperanzas; además, de en todo aquello que nos da seguridad. La enfermedad ayudó a pensar al enfermo; la certeza de la muerte mueve a reflexionar; y el suicidio nos obliga a deliberar seriamente sobre el sentido del mundo y la propia existencia. Dedicarse a tal empeño implica carácter y atrevimiento pues, tratamos con ello de sacar provecho a ese debate, donde entenderemos casi con toda seguridad que el suicidio debe permanecer en constante suspenso, como salida última que siempre debemos ver a distancia. Pero ¿por qué verla a distancia y, sencillamente, no contemplarla como opción? 

Coincido, que lo políticamente correcto en este caso, es descartarla definitivamente como opción: eso sería lo políticamente correcto. Sin embargo, como apunté al en el párrafo anterior, no se trata de un escrito “políticamente correcto” sino, que se trata más de “una evaluación, a modo de introspección, proponiéndolo como una experiencia de vida y proyecto propio”. Y llegado a lo subjetivo, entiendo, que una vida es autentica, cuando se tiene la posibilidad de elegir; pues, el peso de la existencia sólo puede llevarse con ligereza, cuando somos conscientes de que tenemos la libertad de terminar con nuestra vida; pues, a pesar de las dificultades, las restricciones y prejuicios es lo único que no nos puede ser arrebatado; y, precisamente esa libertad “ecuménica” nos empodera y procura la fuerza descomunal, que luego triunfa sobre los pesos que nos aplastan; de tal forma que encontremos un sinsentido a poner fin a nuestros días; o, por lo menos, a no hacerlo antes de haber demostrado hasta dónde podemos llegar. Aunque, y ciertamente, y admitámoslo: los suicidas creen en su precocidad; y en no pocas ocasiones consuman su acto muchas veces antes de estar maduros, algunos siendo muy jóvenes; razón esta que hace de los suicidios algo horrible, precisamente, porque se destruye un destino en lugar de coronarlo. 

Buscando entender, puedo entender que un hombre/mujer quiera acabar con su vida: eso lo puedo entender y aceptar (todos deberíamos) pero, con matices: entendido, como el acto de culminación de un proyecto satisfactorio de vida, es decir, un proyecto puntual venido de la razón, “pensado con detenimiento” mediante un examen reflexivo y crítico; y jamás como resultado de un querer irreflexivo e inmediato. El final, si se quiere así, tiene que cultivarse como si fuera un huerto, eligiendo el momento más favorable de su desarrollo. Pero cuidado, aquí entramos en arenas movedizas, pues no me refiero al fenómeno, por ejemplo, de los famosos que se quitan la vida: “entendiendo, o pretendiendo con ello dar a entender a todos, que están en la cumbre y desean que se les recuerde así”. Eso es Falso. Normalmente tales suicidios se deben a abusos de drogas, alcohol, etc... Y una total falta de control en situaciones de estrés o presión extraordinarias, y una incapacidad manifiesta para controlar sus adicciones y a ellos mismos. 

Recuerdo la carta de suicidio de Kurt Cobain, donde podía leerse una cita de una canción de Neil Young: "Es mejor consumirse rápidamente que desaparecer poco a poco". Cierto que Kurt estaba en la cumbre, como artista: pero no así en lo personal, debido a sus problemas, problemas que le llevaron a hacer lo que hizo, y no otra cosa o razón. Lo cierto es, que el último y definitivo descenso a los infiernos de K. Cobain no fue sorprendente; y posiblemente, ya se había iniciado unos meses antes de que decidiese llevarse el cañón de una pistola a la barbilla, pero eso es otra historia. Sin embargo, precisamente ese carácter desesperanzador de la existencia: el desencanto ante la vida, se presenta no pocas veces a muchas personas ―en algunos casos como una especie de iluminación― como proceso de descubrimiento hacia una vida sin ornamentos; increíblemente dura; y en la que afloran esos sentimientos de desesperanza que todos hemos sentido en algún momento, ante los cuales tenemos siempre la posibilidad del suicidio. Porque ¿Quién no ha pensado en el suicidio alguna vez? Todos hemos pensado en algún momento en suicidarnos, así sea de forma remota o hipotética, hemos pretendido renegar de la vida deseando la muerte, pensamiento éste, y vinculo indisoluble, entre los que eligen el suicidio y los que no. Y, precisamente, es esa posibilidad, aunque la entendamos remota, de reflexionar sobre nuestro propio suicidio ―motivos, recursos, la disposición del lugar― y vernos muertos anticipadamente, la que nos ayuda, en gran medida, a replantear nuestra vida. De otro lado, negarnos esa posibilidad de sentirnos dueños de nuestra propia existencia o bien, ocultar nuestro pensamiento por miedo a lo que puedan decir los demás, es negar nuestra propia libertad y convertirnos en otro gusano envilecido, reptante sobre la carroña cósmica.

Libertad de Elección

Tomar consciencia de que podemos elegir la muerte es asumir un grave conflicto en el que, por un lado, nuestros sufrimientos nos reprimen y nos empujan al abismo y, por otro, nuestros instintos se oponen, obligándonos, a vivir aunque no queramos. A medida que vamos madurando y reflexionando sobre la vida, ya con unos años, descubrimos la vacuidad de la misma, para entonces los instintos ya se han convertido en guías de nuestros actos, refrenando el vuelo de nuestra inspiración. Despertamos al mundo demasiado tarde. Sin embargo, ya tenemos entonces consciencia de nuestra libertad, siendo dueños de una elección que se hace más significativa en tanto que no la ponemos en práctica, “nos hace soportar los días y, más aún, las noches"; no nos sentimos pobres, ni oprimidos: disponemos de recursos. Y, aunque no los explotásemos nunca, y acabásemos en la expiración tradicional, hemos tenido un tesoro en nuestros desánimos: pues, no hay mayor riqueza que disponer de la propia vida. 

Hasta ahora no se ha inventado un solo argumento (razonado) válido contra el suicidio lúcido y consciente, más que aquel que proponen las religiones: prohibiéndolo, desde sus inicios. La razón: deslegitima toda su autoridad, entendiendo en ello un acto de rebelión: el peor de todos, porque el suicida ya no puede arrepentirse, no puede salvarse, tomando en su manos el derecho que sólo corresponde a los dioses; en un acto por el que rechaza el cielo y la tierra como se rechaza a sí mismo. Abdica de toda fe; fe que otros viven en su carácter de promesa ciega de sufrimiento; renuncia así a la promesa por la cual el creyente vive su vida y su tragedia, restando importancia a lo concreto, pues no importa que pase sufrimiento o necesidad, será siempre más grande el beneficio de aquello prometido. Al menos, reconozcámoslo, el suicida alcanzará una plenitud de libertad inaccesible e inconcebible al resto. 

Morir precisa, igualmente, de razones 

El suicidio «es una de las hierbas venenosas que florecen y se multiplican, especialmente, en la atmósfera de nuestra civilización moderna» (Nicéforo).

Muchas veces en este blog me he preguntado sobre el sentido de la vida, la razón de vivir, pero nunca por la razón o razones de morir; y morir precisa, igualmente, de razones. Me refiero, por supuesto, a la muerte voluntaria. Entendiendo ésta, como una "salida" de la vida, racionalmente elegida pero, no como huida, sino más como el producto de una profunda reflexión, y muestra de poder sobre la propia existencia (contra la voluntad del hegemom). Todos escuchamos y leemos en medios hoy sobre la Eutanasia activa, pasiva y suicidio asistido. Llamémoslo por su nombre: suicidios, asistidos o no. Pero eutanasia proviene del griego y vendría a significar «buena muerte»: Y, me pregunto, quién no tiene derecho a una buena muerte, cuando viendo hacia donde pueden llegar las cosas, por una enfermedad por ejemplo, quiere no tener humillarse y suplicar su propia muerte mientras se desmorona a pedazos, y decide anticipar ese momento. Esa es la verdadera libertad, y en ella cada uno debería descubrir el momento oportuno para abandonarla, según, le parezca o no, de acuerdo a su situación personal, sea ésta (su vida) digna de ser vivida. 

No tiene sentido prolongar nuestra vida si esta no tiene sentido para nosotros, esperando que la muerte llegue lenta y dolorosamente por sí sola, cuando la materia no nos sirve ya de soporte y vehículo a actividades propiamente humanas, es mejor adelantarnos, siendo autores de nuestro propio destino y final. Se trata de una iniciativa por la cual rescatamos una vida (en el acto) que ya no vale la pena ser vivida. Pero no hay que estar enfermo para ello. La actitud, por ejemplo, de Sócrates ante la muerte, según nos cuenta él mismo en su defensa, es de absoluta confianza y tranquilidad; no siente ningún temor de ella; sobre todo cuando se enfrenta a actos de injusticia: “no haría concesiones a nadie en contra de lo justo por temor a la muerte. Ser en la muerte (como acto voluntario), antes que no poder ser en la vida.

La injusticia, la discriminación y el permanente sentimiento de extranjería, no solo parecen haber dado la razón a Schopenhauer, sino que han hecho resurgir la cuestión del suicidio una y otra vez en cada situación de crisis. Mainländer augura que en el futuro la política contribuirá a la renuncia voluntaria a la vida. Se creará un Estado capaz de satisfacer todas las necesidades materiales de los ciudadanos. Con ello, y todos los deseos vitales satisfechos, aumentará el aburrimiento y el deseo de muerte. Pocas existencias se han mostrado tan coherentes como la del pensador de Offenbach am Main, quien puso fin a sus días tras haber descubierto que el devenir (Werden) del mundo se encamina hacia la nada (Nichts), hacia el no ser, en virtud de una pura voluntad de morir (reiner Wille zum Tode) que mora hoy en el corazón de todo lo existente.

Precisamente en los países de mayor calidad de vida, es donde dicha voluntad de morir: el suicidio es mayor, quizá porque en esos países a veces basta con mirar a tu alrededor y observar el mundo habitado por rutinarios de la desesperación; momias que se aceptan unos a otros, sin más sentido que cumplir una moral y formalidad útil: despertarse, ducharse, desayunar, llevar los niños al cole, ir a trabajar, comprar, consumir, comer, conducir, llegar a su casa, dormir y de nuevo lo mismo un día y otro; hasta que un día (te das un golpe) despiertas y te preguntas si es posible encontrarle un sentido al curso que llevan nuestra vida. Luego, las noticias de guerra continuas y los avances de la ciencia no ayudan. Saber si hay vida en Venus o en Marte, si la tierra se encuentra en algún punto de la galaxia o si se ha descubierto un nuevo exoplaneta no responde a búsqueda alguna de sentido. En resumen, parece como si la vida no se ocupase más que en entretenernos y aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella”, o bien como dice Víctor Hugo: “Estamos todos condenados a muerte, si bien con una especie de aplazamiento incierto”. "Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) siguen así hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay alguna lógica hasta la muerte?"(Camus 1966)

Cuando asumimos la responsabilidad con la propia existencia.

Cuando el suicidio se afronta desde la sociología o psicología, se impone generalmente un discurso crítico que persigue, por todos los medios, prevenirlo (pero porque se pretende prevenir, acaso se trata de una consecuencia, propia de nuestras sociedades, un daño, digamos colateral). La metafísica o estudios filosóficos acerca de la voluntad de vivir no son ajenos a esa línea, ni está exenta de esa preferencia. Sin embargo, bajo otras perspectivas ―intentando ser autoconscientes, en un intento de captar la esencia íntima y última de las cosas, encarando la voluntad (es decir, enfrentándonos a nosotros) esa misma voluntad de vivir emerge del anonimato, para encontrar su propia identidad y comenzar el curso de su propia negación cuando circunstancias no permiten gozar de esa vida propia ( que alguno anhelamos) o, simplemente, no permiten culminar las expectativas que se esperan: el suicidio, entonces no es considerado una señal de querer dejar de vivir, por el contrario, resulta ser la manifestación más indiscutible de afirmar la propia y autentica vida, siendo lo que uno quiere ser, y es, alejando el sufrimiento de sentirnos lo que otros desean que seamos.

Este tipo e suicidio nada tiene que ver con la enfermedad mental, la depresión o una fuga; se trata de suicidios decididos y proyectados desde la lucidez y plena conciencia e hilvanados desde la asunción de la responsabilidad con la propia existencia y el compromiso con los demás, resultando entonces coherente con la historia de quien decide realizarlo y constituyendo en ello un acto de libertad y heroísmo a ojos de quienes comparten sus mismas ideas. La eutanasia, ciertamente, sería uno de ellos (practicada con la belleza del gesto poético) recordemos a Virginia Woolf y Alfonsina Storni. Sus brazaletes brillaban al sol y su semblante no poda encubrir su satisfacción. El auto sacrificio representa de una u otra manera, siempre el derecho a decidir sobre la propia vida cuando esta, ya ha perdido toda dignidad u su horizonte de proyecto: y se prolonga una agonía, que se siente como una condena innecesaria; e igualmente ocurre en los suicidios reivindicativos, cuando la vida se deshumaniza a límites extremos, a través de la escasez material, el hambre, el castigo físico, el desempleo o la pérdida de la libertad. En semejantes condiciones la aniquilación total, se transforma en liberación y fuente de autoestima. Precisamente, por eso, esta clase de muerte suele constituir la puesta en escena para una reclamación que es una forma de denuncia de la represión, esclavitud y la violencia sufrida por los más débiles: todos recordamos la autoinmolación de Mohamed Bouazizi, detonante de la revolución de los Jazmines en Túnez.

De este derecho a disponer de la propia existencia solo puede reflexionar la filosofía, en tanto para legitimar o no el suicidio. Es por tanto un  desafío filosófico importante es tratar de entender primero, a partir de los casos concretos que atesora la historia del pensamiento, por qué muchas personas pueden llegar a percibir que sus vidas pierden valor por determinadas creencias o puntos de vista hasta el extremo de tornarse filosóficamente inviables.

Mainländer aduce en el fondo razones ontológicas al acabar con su vida, horas después de recibir el ejemplar recién publicado de La filosofía de la redención. Se ha “cometido” una cosmovisión según la cual el trasfondo de la realidad se vuelve una experiencia tan destructiva que resulta imposible vivirla sin terminar dañado, optándose simplemente por no perseverar más en ella. Esa ley del sufrimiento es presentada, no obstante, como necesaria para el fin último, el descanso en la paz eterna, la muerte absoluta, la nada.




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