¡Hablan de juzgar y clasificar la sagrada naturaleza! ¡Dejémosles, pues, que hablen y digan! Si al menos fueran humildes. ¿Pero acaso esos mismos hombres no hicieron antes una ley, que ahora no respetan? ¿Acaso no son insolentes con todo lo divino? ¿No es mágico eso que llaman Nada, y eterno todo aquello que no tiene alma? ¿Y no es mejor Nada que tanta insolencia? Se enorgullecen por lo que no son y, cuánto más por lo que no saben: que los rayos del Sol son más nobles y divinos, y los manantiales de la tierra, los bosques, y el rocío de la mañana, el alma nos refrescan. ¿Pueden hacer ellos algo que se le parezca? ¡Pueden matar, pero no pueden dar vida! Se preocupan, traman y maquinan, pero ni con sus artes pueden entender, que no quiere ser resuelto aquello que les mira, y mientras tanto las estrellas observan, siempre por encima. Menosprecian, cuando ella los tolera, desnudando a la paciente Naturaleza; pero no podrán interrumpir el otoño —¡¡y qué digo!!— menos aún la primavera. ¡Ella si es realmente divina! Que les permite vivir y destruir, y pese a eso, y pese a ellos ¡La Nada sigue siendo Nada y la belleza todavía más bella!
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