Hay un estado de ánimo, una categoría, diferente a todas los demás, tanto que no tiene nombre, teniendo que ser descrita: surge tras el abandono y que se parece mucho, dicen, “a una herida terrible y profunda", de aquellas que más lastiman y, sin embargo, y aunque uno no deje jamás de sentirla: no se puede ver”. Es como un cable roto, del que antes pendía nuestra seguridad; una línea de teléfono cortada, un barco a la deriva hacia la Nada, una maleta de emociones cargada de fotos antiguas. Es la raíz arrancada del árbol. Con el abandono desaparece toda naturalidad, emociones y confianza, floreciendo el desinterés y la apatía. La percepción de este vacío es algo que toda persona, dado el caso, percibe sin importar la edad, y que la devastará. Lo malo es, que para entender aquello que supone ser abandonado, «uno tiene que ser abandonado». Y, es algo que nadie debería sufrir, porque con cada ausencia vamos perdiendo una parte de nosotros mismos, desligando del mundo y de la realidad a quien lo padece, y ninguna persona merece tal sufrimiento. “En todas las cosas cada cual queda, en último extremo, reducido a sí mismo”— Goethe.
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