Jordi Maqueda / EL HOMBRE DESESPERADO / VOCES EN LA NADA - NOVENA - / Reflexiones- Observaciones
De Canejan recuerdo vagamente los piojos, y un pollo que matamos, que no pudimos pelar, pero sobre todo, lo que recuerdo son los momentos durante aquel viaje: cuando aquella sombra solitaria y furiosa se reveló como luz radiante. Y fuimos escuchando y cantando canciones de Serrat, de Víctor Manuel y Aute, —que en el colegio entonces sonaban en el patio— mientras reíamos, comíamos y Eugenio nos contaba historias, que ahora no podría recordar. Del viaje resulto la aventura el mismo viaje, y no Canejan, dándose a conocer en el trayecto el verdadero ser, de aquel que todos los días veía, pero aún no conocía (sino su sombra): un Eugenio lleno de vida, pero extrañamente y a la vez atormentado por la vida. Años después aún lo veía (solo como siempre) en los bares donde repartía, a menudo anochecido, las más de las veces cabizbajo, siempre en el mismo sitio en la barra, con el whisky en una mano a solas, y en la otra un vaso de agua vació: esperando a quien nunca llegaba, a la luz de los candiles, esperando la del alba… "Ven al fondo… ven al agua". Estampas de decepciones a miles y millones repartidas, son las amarguras por el tiempo perdido, que ya no recuperamos en la vida, cuando dejas de escuchar a las reinas de la mar; ahora lejanas que ya no persigues: no hay barco, ni hallarás otros mares donde navegar, ahora siempre atrapado en este lugar. Por ello cuando emprendas tu viaje, ruega a Poseidón que sea largo y lleno de aventuras; ruega que las sirenas salgan al encuentro, y nos conduzcan donde aquella no nos persiga, ni pueda atrapar. Canjean a no ofrecía nada, es solo una isla diminuta en medio del Pirineo: nunca prometió nada, solo el deseo de ir a Canejan, que nos dió un bello viaje. Que de otra manera nunca hubiéramos emprendido.
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