EL LENGUAJE COMO LÍMITE EN EL CAMINO HACIA EL SER (01): DE LA GRAMATOLOGÍA / jordi maqueda


La  Gramatología es la ciencia que estudia la escritura: evolución, historia, etc.., pero esta no se resuelve al servicio de un conocimiento universal de la naturaleza de las cosas y las formas de esta, sino al servicio de la razón, ampliando el horizonte de conocimientos en materias y conceptos basadas en la nada, pero que nos atrapan en su misma la nada y que jamás nos llevará a nada, más allá de llegar a tiempo a trabajar. pero que nos encierra en la proyección de conceptos abstractos dirigidos a una sociedad  ajena, y distanciada cada vez más de la realidad natural que nos rodea en sus variadas formas; pero que, sobre todo, nos distrae a olvidarnos de ampliar nuestro horizonte de realidad, limitándonos a una sola esfera: la esfera de la razón instrumental, dentro de su cerco y límites...,  cuando ya casi agotadas todas las esferas se advierte necesario (la necesidad) para complementar y ampliar nuestros conocimientos de la naturaleza, superar estos límites dados (e impuestos) por nuestra propia razón y sociedad) hacia los límites de nuestra realidad, partiendo desde los límites mismos de esa razón, superando sus sombras: del infinito

I

Nombramos las cosas según a nosotros nos parece, lo que es (en base a unos saberes dados y anteriores a la experiencia sensible de la cosa, a partir de de unas personas concretas: de su razón, que no es otra que a la que sirven), sin saber por nosotros si aquello de lo que se habla es real: o lo es solo para esa persona y/o para mí también, es más, se pretende que lo sea para todos (que su realidad, sea también la nuestra). ¿Han soñado alguna vez? Bien, si no lo hicieron, porque se van dormir muy cansados y harto de trabajar, para pagar facturas, o de criar niños para que liego trabajen para otros (y mantengan bancos) sepan, que hay gente que sí lo hace, sueña, y luego hace sus sueños realidad, pero los hace a partir de que los otros no puedan hacerlos, es decir: haciendo que todos vivamos sus sueños.

No hemos de olvidar que aquello observado, se muestra en la medida que el observador la puede advertir (a sus sentidos y saberes previos). Así dos personas que miren al cielo de levante en invierno por la noche, una podría solo ver estrellas, mientras otra, verá Capella en la Auriga, Cástor y Pollux en Géminis, Proción en el Can Menor, Sirio en el Can Mayor, Rigel y Betelgeuse en Orión, Aldebarán en el Tauro, la Liebre, el Unicornio. Y vera mundos: vera Marte y Venus si mira al amanecer, a los que se unirá Mercurio en febrero, y a finales del mismo mes Saturno, o Mercurio, Venus, Saturno y Júpiter al anochecer. pero nadie advierte el infinito, de mirar al espacioCon esto quiero decir que el lenguaje no apunta a un concepto real; el sentido del lenguaje es meramente arbitrario por no decir injusto y hasta absurdo no pocas veces, pues el significado de las palabras, de una palabra, viene a depender de aquello que se le representa quien las dice, (le digo a alguien que vi a Marte, y este se puede representar el planeta, del que igual solo ha visto unas fotos, y del que cree que sabe algo, por lo que le han dicho otros que Marte es: que es rojo y algo más pequeño que nuestro planeta; de modo que cuando ahora le diga que lleva casco prusiano, no entienda, y yo le reconduzca al dios del cuadro de Velázquez, pero que él no ha visto nunca, y entonces se lo imagine de cualquier manera guerrera, menos como yo lo vi y entendí en la realidad, y frente a mí: sentado, pensando, y en calzoncillos. De modo que una palabra dice de Marte, o de una piedra (cuando hablamos de una piedra), los que otras palabras dicen, de esa piedra que es, pero difícilmente las palabras que alguien refiere de la piedra, dicen de ella lo que la piedra misma dice que es; lo mismo ocurre, pero de forma aún más grave cuando del espacio, referimos: infinito Pero -cuando yo uso una palabra -Insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menosLa cuestión ―insistió Alicia― es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión ―zanjó Humpty Dumpty―es saber quién es el que manda… eso es todo» 

II

Nos educan mediante el lenguaje, presente en nuestra formación desde edad muy temprana, siendo casi lo primero que aprendemos; pero, el lenguaje, como todo lo pretendidamente humano y creado por nosotros, es incompleto; en tanto, que no sirve universal y enteramente a su fin: comunicarse, no es hacerlo únicamente con los semejantes. Cierto, que de una parte el lenguaje permite ejercer el pensamiento, pues es a través de las representaciones simbólicas desde donde se da, al mismo tiempo, la captación mental de los hechos del mundo y luego su expresión lingüística, pero igualmente, nos limita (ese lenguaje de símbolos en su propias representaciones), una veces por la propia limitación de este y sus propios símbolos “insuficientes”; otras, por la propia limitación y conocimiento que tenemos (por la educación) del mismo lenguaje. Pues no podemos representar correctamente, cuando no nos podemos definir por entero, por medio de una acertada y correcta definición lingüística la experiencia (que entendamos, pero igualmente entiendan los otros), y del mismo modo ocurre con cualquier cosa que tengamos enfrente, al tener que definirla (hacia los otros). Pero precisamente, es la necesidad (imperativa) y social, de tener que definir la experiencia (hacia otras personas), anteponiendo esa necesidad de una definición simbólica: lo que propicia que no atendamos aquello sensible: las sensaciones profundas que nos sugiere la naturaleza inmediata de la propia experiencia (hechos y consecuencias que se dan como relámpagos en nuestro estado emocional, interrumpiendo dicha conexión de nuestra consciencia) entre observador y lo observado, mediante de ese espacio entre ambas formas, luego de este espacio, reconocido de los límites de cada forma. Y esto es un problema, cuando advertimos no pocas veces, lo que más parece: que no somos nosotros quienes usamos el lenguaje, sino que el lenguaje nos utiliza a nosotros. Esto sucede, desde aquel momento en que lo observado se explica antes en nuestra mente ―por el lenguaje racional descriptivo― de siquiera nosotros haber pensado conscientemente: “o querer pensar conscientemente” sobre aquello, o de dirigirnos frente al mismo prestando nuestra atención y mirarlo atentamente; cuando antes llegar, ya observamos armada la frase en nuestra mente, con las palabras, casi siempre indefinidas, pero que definen a aquello ¿lo pensaron así alguna vez?― ¡que flor más bonita!, pero luego, ni era flor y era de plástico. Del mismo modo, las mas de las veces “no solo no hay nada fuera del texto” sino que de lo que en el texto hay: no se refiere nada”, nada concreto de la realidad: por supuesto, hablo de aquellos textos de filosofía (repletos de Nada). Supongo, que por esto mismo, no se la leen a los niños, que deben aprender tantísimas cosas, debiendo hablarles de lo concreto y real: osos, plantas, abejas, que curiosamente todos tienen su nombre y, además, hablan se comunican entre ellos, y se dicen cosas, a la vez que nos las dicen a nosotros. Por el contrario la filosofía no tiene, a veces, no solo cosas que decir, sino que las que dice menos las podamos entender, ni siquiera de de sus nombres, como la Nada. Lo que nos habla no solo de un lenguaje pobre e ingenuo, sino de un conocimiento, igualmente pobre e incompleto del entorno y su realidad. Pero, y si el lenguaje no solo pareciese incompleto, sino que de cierto lo fuese: que lo es; además, de absurdo, en algunas de sus manifestaciones. Tendríamos entonces un grave problema con la realidad y el mundo circundante, cuando al interpretarlo (el mundo y la realidad) dependemos por completo y entero de ese lenguaje racional, tantas veces absurdo, que refiere poco de la realidad, cuando otras veces no solo refiere nada, sino que precisamente: refiere la nada. 

III

(La cuéntica del sentido).

Pongamos que alguien nos pregunta como estamos, y decimos: estoy triste; ahora respondamos gestualmente, esa misma tristeza y sin palabras. De la palabra, se advierte una sola interpretación, su significado de triste; pero del lenguaje gestual, de la forma del cuerpo observado, en tanto frunzamos el ceño o arruguemos las cejas y cerremos o abramos los ojos, y caiga una lagrima, nos sentemos o estemos levantados, miremos arriba o abajo (y puedo seguir): cientos, si no miles de tristezas , millones encontramos (tantas como millones de personas todas y cada una de ellas en sus momentos tristes: y segundos tristes, en la vida de estas) y dados todos a interpretar. Sin embargo, al representárnosla a nosotros o explicarla a otros, diciendo, estoy triste, solo podemos definirla, racionalmente, a su significado literal en un sentido: triste, 1. adj. Afligido, apesadumbrado. Ocurre poco más o menos con el blanco, solo vemos un blanco, y se define el blanco, en un solo sentido: 1. adj. Dicho de un color: Semejante al de la nieve o la leche…; mientras el inuit puede distinguir y explicarnos 100 tipos de blanco, solo de la nieve (de la leche no lo sé), mientras al europeo le ciega un único conejo blanco, del que siempre cuelga un reloj). Así dependemos siempre del lenguaje “ñeco” en tanto que nos limita, no al, o a un: sentido, como lo cierto es, que nos limita a la multiplicidad existente de todos los posibles sentidos (la cuéntica del único sentido).

IV

Derrida expone afirmando que un signo puede ser repetido, y también puede ser citado en diferentes contextos. “Todo signo, lingüístico o no lingüístico, hablado o escrito (en el sentido ordinario de esta oposición) en cualquier unidad, puede ser citado, puesto entre comillas; y por ello puede romper con todo contexto dado, y engendrar al infinito nuevos contextos (y tener sentido real se entiende), de manera absolutamente no saturable.” Por ello, las palabras pueden tener distintos significados cuando son puestas en diferentes contextos y, por tanto: Marte puede tener, perfectamente, casco prusiano y estar sentado en calzoncillos dentro de un marco (en el Prado) más allá de orión. Parece absurdo, pero tiene sentido y significado real (dentro de la sociedad intelectual) que sabe de arte, museos y relojes. Razón por la cual para Derrida (y la imaginación) no hay un contexto absolutamente determinable ni tampoco un solo significado, pues es innecesario cuando difícilmente el individuo educado e instruido en las escuelas (por la razón), especula más allá del supuesto-aparente y significante (limitado). Esto es, se limita a lo expresable (a partir de sus saberes previos) de lo expresado en el texto que, aunque absurdo, le encajará en alguna idea representativa de mi realidad / cuando este nada tiene que ver conmigo, y solo a partir mis breves palabras sobre de ese cuadro. Pero no encontrando en el lenguaje nuevos códigos a interpretar, ni mayor conocimiento de la realidad, de mi experiencia y realidad del momento frente cuadro, de mi mismo, o de qué quería decir orión: con “más allá de Orión”. Pero atiendan, pues había estado viendo a Marte, este invierno desde enero en Tauro, más bien a un lado, o más acá de orión, pero no nunca más allá. Entonces, por que puse orión, algo se me pasaba por el alto al querer explicarme aquí, que el subconsciente (sombra que nadie entiende) me iba a enmendar. Orión, no tarde en buscar: es también un reloj, una marca de relojes que debí ver en algún momento con anterioridad, y que como todos los relojes marca el tiempo, que está detenido: fijado un instante representado sobre el lienzo, Marte está más allá del tiempo, no representado (no hay movimiento), sino aquel instante atemporal y dimensional: más allá de Orión.

Lo que hablan las palabras no es solo del cuadro, sino de la sombra (subconsciente) que nos proyecta hacia los demás, sobre los límites de la razón, presentándonos, por encima de lo que el mismo lenguaje, o nosotros mismos, pretendamos que el lenguaje represente. Siendo el lenguaje un ángulo proyectado del lado de nuestra sombra desde adentro hacia afuera que nos define, en una forma: imagen visible que nos proyecta, y se proyecta hacia nosotros (nos pone en contacto) ―el lenguaje― como aquel espacio de comunicación entre dos consciencias: aquella sombra (o espacio) entre sujeto y objeto, mas en este caso: por la sombra de la razón: el lenguaje; que sirve únicamente su usabilidad/ y necesidad inmediata (de la razón, por la razón del individuo para sus medios y fines) individuales, en tanto precisa comunicarse, por la razón, y describir aquella realidad aparente, vagamente construida sobre su paradigma, por ese mismo lenguaje. Luego Todo lo que no encaja en este paradigma está condenado, sin atender a la condena que supone del propio paradigma, pues desde dentro, no la podemos reconocer. Pero no podemos considerar al hombre como una entidad cerrada, separada, radicalmente desligada o extraña a la naturaleza. Es precisamente por ello que, quizá, habiendo abandonado el hombre el lenguaje natural ―que antaño servía a este para comunicarse entre semejantes y el medio ― hemos perdido, igualmente, la capacidad no para comunicarnos, sino para reconocernos a nosotros mismos, y reconocer el medio natural (la naturaleza) a través del ese espacio que ha sido usurpado por la razón, distanciándonos trágicamente del ser, y devolviéndonos hacia los sentidos ordinarios, como bestias depredadoras (calculadoras: pero más precisas y eficientes sobre cualquier tipo de objetivo que sea nuestra presa). Un paradigma ahora perdido, que habremos de recuperar, si queremos algún día ser, y reconectar no solo con la naturaleza, sino, y primero con nosotros mismos, luego con la naturaleza de casa y quizá un día: con el cosmos por entero.

V

Existe un lenguaje genuino, más allá del racional ―y no hablo de una idea― de lo preciso y real, necesario para evolucionar en el medio (desconocido) pero a la vez natural. Existe, sencillamente, porque no se puede vivir y medrar sin interpretar y comprender el medio en el que uno vive y se desenvuelve. Los animales lo hacen, igual que antaño las personas. La única razón de prescindir ahora de ese lenguaje es por nuestro tributo a la razón (a nuestros miedos, precisamente a lo desconocido) que se cobra con la imposición de otro lenguaje que nos encadena a esta desde pequeños, y creado a la medida de una pretendida “necesidad” Social del individuo, luego por la imposición y obligación, a la vez que se aísla con este al hombre, de el mismo, de los demás, y de la misma y propia naturaleza: reduciéndolo a lo práctico inmediato y necesario dentro de una sociedad, que lo aleja aun si cabe  más de lo natural y de la verdadera formación para le evolución y desarrollo de la consciencia. ¿Alguien puede concebir la existencia del hombre en un medio como hostil como la naturaleza pura por milenios, sin comunicarse con el dicho medio y entenderlo? Sencillamente, es imposible.

De ahí que la naturaleza, por medio del subconsciente, se apresure explicarnos algo, que debemos entender: que no sigamos al conejo blanco (cada uno tiene su propia luz para ver el camino, no guiándose por la luz de otro. Como nos recuerda cuando aparece Benny Bunny, que le muestra (a Alicia), alarmado, la extraña niebla de colores que cubre el suelo del bosque, y ambos van adentrándose en la espesura, Alicia y el conejito se dan cuenta de que se están volviendo olvidadizos. Por suerte, se encuentran con un cervatillo que se compromete a guiarles fuera del bosque. Luego Alicia, aliviada, recobra su memoria, pero no tarda en volver a perderla, cuando, al descender el curso del río, se ve nuevamente envuelta por la niebla multicolor. Desafortunadamente, ésta vez la niebla afecta a Benny, quien de pronto piensa que es un hipopótamo. Siguiendo el rastro de niebla, Alicia se propone descubrir qué es lo que ocurre. El humo de colores la lleva a un claro del bosque donde la Liebre de Marzo está preparando su comida, y el humo que sale de la cazuela es lo que está borrando de la memoria de todos. De ahí, que nuestro subconsciente, por medio de arcanas leyendas y cuentos, nos recuerde (lo que la razón quiere que olvidemos) el viaje (y no precisamente el de Alicia) hacia la experiencia de ese límite o frontera, sin desviarnos de camino, por nada ni nadie, ni por un conejo blanco, o quien diga que es un hipopótamo, y menos seguir la niebla multicolor, por muy rica que huela. Debemos embarcarnos y pagar al barquero… encarar la sombra que proyecta la forma de nuestra razón, superarla, y conocer qué hay de otro lado, adentrándonos en esa sombra, que es la nuestra, frente aquella eterna pregunta; y después, esperar al que a tu encuentro salga y frente a ti se detenga, y te diga: tú, sígueme… cuando luego al mirar a tu alrededor, te encuentres solo.

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