—Nada más trágico que nacer para luego tener que morir —.Sobre la muerte —Pensar la existencia —Buscando entender —Cuando el suicidio se afronta desde la sociología o psicología (desde el ente social) —Acerca de la voluntad de vivir —Del auto-sacrificio —Sobre la imposibilidad de convivir /o sobrevivir la realidad social—Tomar conciencia de que podemos elegir —Morir (socialmente, o precisamente por ello) precisa igualmente de razones —Mainländer —¿hay alguna lógica hasta la muerte? / desde una lectura de Camus—Cuando asumimos la responsabilidad de la existencia / vivir es elegir—
Nada más trágico que nacer para luego tener que morir. Pues da igual dónde, cuándo y poco importará la manera, todos nos dirigimos ineludiblemente a ella: como el ancla al fondo del mar. A veces incluso algunos anticipándose. Renunciando así y definitivamente a este ingrato lugar de amarguras y penitencias, absurdo y desprovisto de sentido, donde vida y muerte están ligadas, y el dolor centellea todos los días; donde sonámbulos e idólatras adoran mentalmente aquello mismo que los segundos no conciben y los primeros no imaginan; donde los huérfanos se consuelan en el silencio del recuerdo y la impotencia, de no querer creer pero tener que ver el mundo desmoronarse ante sus propios ojos. Pero lo peor no son las injusticias, la violencia o el hambre que acontece y del que somos testigos todos los días. Tampoco las guerras, el sufrimiento y la desesperación que estas conllevan: Lo peor no lo hemos conocido todavía. Está por llegar: "es lo último que llega".
Sobre la muerte recuerdo que unos me miraban como si mi destino fuese diferente al suyo; otros, lo hacían con lástima, sin observar antes lo lastimoso de sus vidas, y como si ellos fuesen ajenos al devenir de la propia existencia: como si aquellos que suplican vida eterna, fuesen a obtener otra cosa más que polvo como recompensa. Como si negar la muerte fuese solución, cuando no hay negación que no contenga en sí, en forma de afirmación, aquello (antes) contra lo que se pronuncia. Pero ¿Quién quiere la vida eterna? ¿Acaso existe eso? La eternidad es una cosa y muy distinto es abarcarla, y más absurdo pretender conquistarla. No elegí nacer, tampoco morir, pero me siento afortunado en el caso de no sobrevivir: la eternidad no es una vida para un hombre, y la muerte es después la calma y reposo final al que cualquiera aspira. Pues vivir es también morir (un poco todos los días), y fue el sentido de morir lo que dio (todavía) mayor sentido a mi vida. Luego mucho después, si en la vida encontramos (antes) que todo son preguntas, igualmente, (después) lega el momento cuando todo se convierte en alguna respuesta: en ese efímero detenerse en el proceso del instante al manifestarse a uno (del sentido de la vida , el suyo de la razón que contempla). Y Allí he sentido toda mi vida: en ese preciso instante (atrapado en el tiempo) y sin saber nada de una muerte que para conocerla, de cierto, antes hay que nacer; pero para poder entender no bastará con vivir, ni siquiera sirve el terminar de vivir: cuando para poder entender lo después, tendremos antes que entender y de la vida lo nos toca vivir, y el por qué, en algún momento hay quienes (cada uno a su manera) renuncian a su vida.
Pensar la existencia-— pues para poder nacer antes hay que morir / El hombre viene al mundo condenado a aceptar su destino, a “aceptar su muerte”; pero cabría entender que es aquello antes y de lo que luego llamamos muerte / / Chi-lu le pregunta a Confucio: '¿Puedo preguntar sobre la muerte? ', y éste le responde: 'Tú no comprendes ni siquiera la vida / Así que Nachiketa (en sánscrito: नचिकेत), también conocido como Nachiketā fue a la «casa de la Muerte (Lama)», pero el dios Lama (al que lo había entregado su propio padre). Nachiketā estaba fuera de la casa, y esperó tres días sin comida ni agua. Y (En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.…jn 3-3). El hombre nace y lo hace para tener conciencia del el entorno, y de una vida única y maravillosa, llena de experiencias en un mundo que es dado para ello… mas cuando las religiones aparecen se nos dice que el hombre vive, porque un dios “dice” que nos hizo y le debemos la vida, y que si es necesario hemos de morir por ese Dios, de ahí que no somos personas del todo libres, y si un padre lo decide, habremos de ser dados a la muerte (al sacrificio para gloria de Dios) los que antes i de un de un padre / luego de otro que lo recoge en su casa y reconocen su señor y de dios (igual) y un padre.
La mayoría de las personas no entienden necesario deliberar sobre la existencia / su existencia: existir ya se concibe como implícito en todo lo que hacemos y no es necesario darle más vueltas (aunque afirmemos estar de agua hasta el cuello). Sin embargo, reflexionar sobre la existencia es hacerlo sobre la idea de la vida y por tanto acerca de la muerte: y de manera singular el suicidio, tener conciencia igual de este, nos permite abordar en primer plano la razón de la propia existencia, pues se pone en tela de juicio la importancia que algunos dan a ésta, moviéndonos a madurar en nuestras propias motivaciones, sueños y esperanzas; además de en todo aquello que nos da seguridad. La enfermedad ayudó a pensar al enfermo, y la certeza de la muerte mueve a reflexionar; y el suicidio (en este caso la posibilidad de un “suicidio”) nos obliga a deliberar seriamente sobre el sentido “real” del mundo y la propia existencia.
Coincido, que lo políticamente correcto en este caso, es descartarla definitivamente como opción: eso sería lo políticamente correcto. Sin embargo, no se trata este de un escrito “políticamente correcto” sino, que se trata más de “una evaluación, a modo de introspección, proponiéndolo como una experiencia de vida y proyecto propio”. Y llegado a lo subjetivo, entiendo, que una vida es autentica, cuando se tiene la posibilidad de elegir; pues, el peso de la existencia sólo puede llevarse con ligereza, cuando somos conscientes de que tenemos la libertad de terminar con la vida; pues, a pesar de las dificultades, las restricciones y prejuicios es lo único que no nos puede ser arrebatado / la liberta de poder elegir; y, precisamente esa libertad “ecuménica” nos empodera y procura la fuerza descomunal, que luego triunfa sobre los pesos que nos aplastan; de tal forma que encontremos un sinsentido a poner fin a nuestros días; o, por lo menos, a no hacerlo antes de haber demostrado hasta dónde podemos llegar. Aunque, y ciertamente, y admitámoslo: los suicidas creen en su precocidad; y en no pocas ocasiones consuman su acto muchas veces antes de estar maduros, algunos siendo muy jóvenes; razón esta que hace de los suicidios algo horrible, precisamente, porque se destruye un destino singular en lugar de coronarlo.
Buscando entender, puedo entender que un hombre/mujer quiera acabar con su vida: lo puedo entender y aceptar (todos deberíamos) pero, con matices: entendido, como el acto de culminación de un proyecto insatisfactorio de vida, es decir, un proyecto puntual y fallido venido una la razón que luego lo justifica. El final, si se quiere (razonado) tiene que cultivarse como si fuera un huerto, eligiendo el momento más favorable de su desarrollo. Pero cuidado, aquí entramos en arenas movedizas, pues no me refiero con ello dar a entender a todos, que están en la cumbre y desean que se les recuerde así”. Recuerdo la carta de suicidio de Kurt Cobain, donde podía leerse una cita de una canción de Neil Young: "Es mejor consumirse rápidamente que desaparecer poco a poco". Cierto que Kurt estaba en la cumbre, como artista, pero no así como persona debido a sus problemas (que no soluciono quedando atrapado en ellos), y que le llevaron a hacer lo que hizo. Lo cierto es, que el último y definitivo descenso a los infiernos de K. Cobain no fue sorprendente; y posiblemente, ya se había iniciado meses antes de que decidiese llevarse el cañón de una pistola a la barbilla. Sin embargo, precisamente ese carácter desesperanzador de la existencia y el desencanto ante la vida, se presenta no pocas veces a muchas personas ―en algunos casos como una especie de iluminación― como proceso de descubrimiento hacia una vida mejor sin ornamentos: dura, y en la que afloran esos sentimientos de desesperanza que todos hemos sentido en algún momento, ante los cuales tenemos siempre la posibilidad de elegir ( al menos el tipo de suicidio). Porque ¿Quién no ha pensado en el suicidio alguna vez? Todos hemos pensado en algún momento en suicidarnos, así sea de forma remota o hipotética, hemos pretendido renegar de la vida deseando la muerte, pensamiento éste y vinculo indisoluble, entre los que eligen el suicidio y los que no / . Y, precisamente, es esa posibilidad, aunque la entendamos remota, de reflexionar sobre nuestro propio suicidio ―motivos, recursos, la disposición del lugar― y vernos muertos anticipadamente es la que nos ayuda en gran medida a entender (que el alma nos está diciendo algo), aquello (de la vida) sobre lo que debemos meditar) para poder replantearnos esta: nuestra propia vida y volver a nacer de las propias cenizas. De otro lado, negarnos esa posibilidad de sentirnos dueños de nuestra propia existencia o bien, ocultar nuestro pensamiento por miedo a lo que puedan decir los demás, es negar nuestra propia libertad y convertirnos en otro gusano envilecido más, reptante sobre la carroña cósmica que habita esta tierra.
Cuando el suicidio se afronta desde la sociología o psicología (desde el ente social) se impone generalmente un discurso crítico que persigue por todos los medios prevenirlo, como si se tratase de una consecuencia propia de nuestras sociedades, o digamos un daño colateral; y que en mi opinión es así; pues no encuentro en otros seres algo parecido al observar (en toda su extensión de la naturaleza, hasta donde he podido ver). Luego razonar el suicido como una forma (que podemos explicar y aceptar razonadamente en la sociedad y contabilizar (psicología) o —y me remito ahora al otro lado— por el mismo suicida, razonado y cultivado aquello (el acto) eligiendo el momento. Todo esto (observado en ambas direcciones, cuando lo explican (y da igual el modo o manera o de que lado, luego la sociedad asintiendo sin más, puntualizando si “estaba loco” o “era un valiente”) descalifica a esta —a la sociedad misma— y a la razón que lo explica, y por tanto que justifica de algún modo el suicidio, como forma natural de los seres vivientes que lo desarrollan. El suicidio «es una de las hierbas invasoras que florecen en nuestra mente, y se multiplican, en la atmósfera de nuestra civilización moderna, solo por que se nos arrancaron y escondieron las otras flores, que ahora solo algunos cultivan para sí, y que nos inspiraban a salir proyectándonos hacia… con el sol a cada nuevo día y vivir».
Acerca de la voluntad de vivir ―La metafísica o estudios filosóficos acerca de la voluntad de vivir no son ajenos a esa línea de pensamiento (tampoco a mi experiencia, por lo que algo puedo decir). Sin embargo, desde aquellas perspectivas propias que nos llevan a ser autoconscientes, en un intento de captar la esencia íntima de las cosas (que son), luego encarando la propia voluntad (autenticas motivaciones), es decir, enfrentándonos a nosotros mismos (mirando y analizando lo que somos) esa misma voluntad de vivir emerge del anonimato para encontrar su propia identidad, si bien (entonces y ante lo evidente) esta puede comenzar el curso de su propia negación: cuando las circunstancias no nos permiten gozar de esa vida propia (que algunos anhelamos y por la que nos dejamos la piel), no permitiendo el entorno (marco social) culminar aquellas expectativas que esperamos (nosotros) de una vida autentica. Luego en esa situación tomar conciencia del suicidio (como potencia o posibilidad), no es considerado (particularmente y hablo por mi) como una señal de querer dejar de vivir, por el contrario resulta ser la manifestación más indiscutible de alguien para afirmar la propia y autentica vida que desea→ encontrándose: lo que uno es (por encima de lo que se desea de la sociedad que uno sea), entendiendo (el suicidio) aquel modo esquivar el sufrimiento que advertimos de una posibilidad todavía remota, de sentirnos y ser lo que otros desean que seamos ( instrumentos motivadores del ente y la maquinaria social).
Precisamente (y entendamos esto que acabé de decir): ese carácter desesperanzador de la existencia y el desencanto ante la vida se presenta no pocas veces ― en algunos casos como una especie de iluminación . Pero ese tipo de suicidio (arbitrario) y quienes eligen dicho camino, este nada tiene que ver con una fuga hacia delante (hacia una vida mejor); se trata de suicidios proyectados desde la lucidez de la razón (que es sin razón) y plena conciencia (que es inconsciencia) al ser hilvanados desde la asunción de la responsabilidad (mas irresponsable con los que amamos ) y el compromiso con los demás (y esto es lo más absurdo, cuando nos aniquilamos en lugar de ayudarlos), resultando entonces coherente con la historia (y la razón de medios y fines) de quien decide realizarlo (pero incoherente con el sentido común) pretendiendo en ello un acto de libertad y heroísmo final a ojos de quienes comparten sus mismas ideas (o de la ceguera más absoluta, a ojos de quienes observamos aquella razón absurda (y subjetiva) que nos va a explicar (porque va a quitarse la vida), explicación: y solo palabras (sin ningún valor) que se solapa la mayor de las cobardías cuando el enemigo lo tienes delante y te retiras (inmolado) en vez de luchar por uno mismo (por tu vida y familia) y por los demás, mostrándoles aquel otro camino, y no: un final (literal) del camino.
Del auto-sacrificio―Luego entiéndase aquel que muchos entienden que puede justificarse, este se representa siempre en el derecho a decidir sobre la propia vida, cuando esta ya ha perdido toda dignidad y horizonte de proyecto: y se prolonga una agonía, que se siente como una condena innecesaria; pero lo cierto es que luego ahí no queda nadie (quiero decir nadie preguntarle a quien abnegó de su vida), para poder preguntarle ¿ cómo has llegado hasta aquí?, ¿Cómo llegaste a este punto? … empezando por el principio (pues a veces nos lanzamos de cabeza al vacío sin observar las consecuencias). En todo caso, esa respuesta y no otra es la que me gustaría escuchar (me equivoque), de aquel que renunció a seguir viviendo en unas condiciones que quizá posibilito el mismo / sedentarismos, mala alimentación, actos temerarios… etc) y no del que luego, razonadamente, me lo explica (como un acto de heroísmo: ante la imposibilidad de vivir, o sobre vivir a las consecuencias de los propios actos), y cuando lo que teníamos delante no era otra cosa que la parte final de la propia condena que el mismo sujeto se declaro (yo he cumplido algunas), quiero decir: de los propios actos (asumir/ sobrepasando) luego las consecuencias.
Sobre la imposibilidad de convivir /o sobrevivir la realidad social―. Mainländer ya auguraba que en el futuro (hoy) la política contribuirá a la renuncia voluntaria a la vida. “Se creará un Estado capaz de satisfacer todas las necesidades materiales de los ciudadanos. Con ello, y todos los deseos vitales satisfechos, aumentará el aburrimiento y con ello, el deseo de muerte”. Mainländer aduce en el fondo razones ontológicas al acabar con su vida, horas después de recibir el ejemplar recién publicado de La filosofía de la redención, en una cosmovisión según donde el trasfondo de la realidad se vuelve una experiencia tan destructiva, que resulta imposible vivirla sin terminar dañado, optándose simplemente por no perseverar más en ella. Esa ley del sufrimiento es presentada, no obstante, como necesaria para el fin último, el descanso en la paz eterna, la muerte absoluta, la nada. Pocas existencias se han mostrado tan coherente (y a la vez tan absurda) con una idea propia como la del pensador de Offenbach am Main, quien puso fin a sus días tras haber descubierto que el devenir del mundo se encamina hacia la nada, aunque solo entendiese el devenir de esa nada a partir de una idea propia del futuro de las sociedad que le atormentaba (luego, no solo no haciendo “él tampoco nada” por evitarlo: y evitar la deriva de la sociedad que auguraba), sino y en su caso acelerándose hacia esa misma nada que anticipaba del mundo, donde hoy 8,000,000.000 de personas se enfrentan al hecho mismo de existir, que el negaba, y lo hacen todos los días), dirigiéndose, por tanto Mainländer hacia el no ser, en virtud de una pura voluntad de morir, frente a la posibilidad de solucionar sus problemas (aquellos que refiere y le atormentan de la posibilidad de una sociedad de la nada) y con ello poder ayudar (mostrando un camino de vida) a los demás, en lo que él (del futuro de las sociedades) ya intuía o veía venir.
Precisamente en los países de mayor calidad de vida (al norte) industrializados, es donde dicha voluntad de morir (literalmente) y el miedo, es mayor y en aumento, a la vez que aumenta el distanciamiento entre las personas, y donde a veces basta con mirar a tu alrededor para poder ver un mundo plano habitado por rutinarios de la desesperación; que se aceptan unos a otros, sin más sentido que cumplir una moral y formalidad útil (y no puedo decir que nunca estuve allí): despertarse, ducharse, desayunar, llevar los niños (nueva fuerza de trabajo y mano de obra) al cole, ir (por supuesto) a trabajar, ir (por supuesto) a comprar: consumir, comer, conducir (consumir energía), llegar a su casa, dormir y de nuevo lo mismo un día y otro estos se van en (producir, pagar y consumir: en un circuito cerrado ) esa nuestra existencia en occidente, hasta que un día (te das un golpe en la cabeza “al caer de culo”) despiertas y te preguntas: si es posible encontrar un sentido al curso que lleva la propia vida. Luego, y aún no del todo despierto las noticias de guerra continuas y los avances de la ciencia (contra la detección temprana del cáncer de colon o el calentamiento global) pues tampoco ayudan. Saber si hay vida en Venus o en Marte, si la tierra se encuentra en algún punto de la galaxia o si se ha descubierto un nuevo exo-planeta no responde a búsqueda alguna de sentido. En resumen, parece como si la vida (que aceptamos llevar) no se ocupase más que en entretenernos y aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella”, o bien como dice Víctor Hugo: “Estamos todos condenados a muerte, si bien con una especie de aplazamiento incierto”. En este sentido, y como siempre me alineo con Camus al manifestar "Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) y siguen así hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay alguna lógica (en la vida común de los mortales) hasta la muerte?"(Camus 1966)De modo que entiendo (aunque no de la misma forma) que una vida es auténtica solo cuando se tiene la posibilidad de elegir: pues ciertamente el peso de la existencia sólo puede llevarse cuando somos conscientes de que tenemos la libertad de terminar con nuestra vida (Kierkegaard / la angustia); pero una vez “que tenemos el valor de reconocerlo” que hemos pensado en ello (y nuestras razones tendremos) ahora, y atendiendo a estas mismas razones ¿por qué no lo hacemos?, quiero decir: socialmente. Esto es: cambiar, y hacerlo hacia otro modo de ser y estar en la vida y el mundo, para poder vivir genuinamente la existencia: esa que ahora sabemos que podemos cambiar. Entonces… ¿elegiremos?, ¿nos saldremos del marco propuesto?. Pues, y a pesar de las dificultades, restricciones y prejuicios, cambiar es lo único que no nos puede ser arrebatado; precisamente esa libertad de cambiar nos procura una fuerza descomunal, que luego triunfa sobre los pesos que nos aplastan; de tal forma que encontremos un sinsentido a poner fin (literal) a nuestros días. Pues, y esto tenemos que entenderlo: aunque los suicidas creen en su precocidad, estos consuman su acto muchas veces antes de estar maduros y siendo aún muy jóvenes; razón que hace de los suicidios (literales) aquello que destruye un verdadero destino, en lugar de coronarlo y coronarse en la vida.Pero dedicarse a tal empeño de cambiar (morir para volver a nacer) implica carácter y atrevimiento, pues tratamos con ello de sacar provecho, donde entendemos del sopor y la falta de motivación que el suicidio, como forma (literal) de terminar con la propia vida) debe permanecer en suspenso; solo como aquella salida última que siempre debemos observar —de los que sucumbieron— y a distancia, solo recorriendo del borde (por lo que oímos, y entendemos que expresan y nos muestran los demás) de aquella forma de la que de alguna manera empezamos a reconocernos (y a la que nos acercamos), pero a la que no debemos entrar jamás.Pero y por qué, ¿por qué la necesidad de verlo y sentirlo?, de proponerlo y reconocernos, aunque sea a distancia, y sencillamente no descartarla sin más. Descartarla definitivamente sin más sería lo políticamente correcto (así se hace normalmente / no mirando a los ojos del momento). Pero en lo personal, entiendo, que la persona solo puede descartarse de aquello (formas) que reconoce en él de las primeras causas (y luego al observar de estas, las últimas causas que reconoce en los otros). Se trata entonces de “una evaluación a modo de introspección, primero nos reconocernos en el lugar ese que ahora estamos (ahí), y a la vez saber que podemos mejorar (y proyectarnos y salirnos) hacia una experiencia o proyecto de vida mejor y propio”. Precisamente es la posibilidad, aunque la entendamos remota, de reflexionar sobre el suicidio ―motivos, recursos, la disposición del lugar, consecuencias…― vernos muertos y enterrados anticipadamente, la que nos ayuda en gran medida a entender (lo que el espíritu nos está diciendo) de la propia vida: algo sobre lo que demos meditar, para luego poder replantearnos, de nuevo esta: nuestra vida. De otro lado negarnos esa posibilidad de sentirnos dueños de nuestra propia existencia; o bien, ocultar nuestro pensamiento por miedo a lo que puedan decir los demás, es negar nuestra propia libertad y convertirnos en otro gusano envilecido más, y reptante sobre la carroña cósmica que habita esta tierra.
Tomar conciencia de que podemos elegir―. Pero tomar conciencia de que podemos elegir es igualmente asumir un grave conflicto (angustia) donde por un lado, nuestros sufrimientos nos reprimen y empujan al abismo, y por otro nuestros instintos se oponen obligándonos a vivir aunque de inicio estemos sujetos y limitados a nuestro tiesto. Luego a medida que vamos madurando y reflexionando sobre la vida, ya con unos años, descubrimos la vacuidad manifiesta de la misma, aunque para entonces los instintos se han reconvertido hacia la razón que guía (la sociedad) y nuestros actos, refrenando nuestro crecimiento natural (del límite que aceptamos nosotros mismos impuesto, del tamaño y volumen del tiesto en el que aceptamos existir, estando limitados de este) igualmente en el vuelo de nuestra inspiración (nos vemos limitado por esa misma razón absurda, ente social, que nos dirige. Despertamos al mundo y la realidad demasiado tarde. Sin embargo, aún en ese momento tardío tendremos consciencia de nuestra libertad, pudiendo ser dueños de una elección que se hace más significativa, en tanto más nos retrasamos no poniéndola en práctica, pero que “nos hace soportar los días y, aún más las noches", pues no nos sentimos pobres ni oprimidos: al disponer de recursos; y aunque no los explotásemos nunca y acabáramos en la expiración tradicional, hemos tenido un tesoro en nuestros desánimos; pues no hay mayor riqueza que disponer de la propia vida (para poder cambiar), aún cuando la hubiésemos decidido desaprovechar (por algún tiempo), pues nunca es tarde para renacer (dice San Juan 3:4-6) y volver a empezar, reconstruyéndonos de aquellas experiencias que supimos superar.Morir (socialmente, o precisamente por ello) precisa igualmente de razones. Entendiendo aquí una "salida" de la antigua vida, no como huida sin freno, sino más como el producto de una profunda reflexión y muestra de poder sobre la propia existencia (contra la voluntad del hegemom). Todos escuchamos y leemos en medios hoy sobre la Eutanasia, que vendría a significar «buena muerte»: y, me pregunto, ¿quién no tiene derecho a una buena muerte?, luego a renacer y escribir su propio epitafio en vida, cuando habiendo visto hacia donde pudieron llegar las cosas (de los otros) quiso no tener humillarse frente a sí mismo y suplicar luego su propia muerte (literal) en una cama enmohecida. Esa es la verdadera libertad que yo entiendo y en ella cada uno debe descubrir el momento oportuno para abandonarse, según le parezca o no, de acuerdo a su situación personal, sea ésta (su vida actual) digna de ser vivida. Pues no tiene sentido prolongar la agonía de determinada forma de estar en un mundo tan maravilloso como el nuestro, cuando no sabemos o no podemos disfrutarlo (pues apenas lo entendemos ni nos entendemos mínimamente a nosotros: las personas), y este, el mundo, la naturaleza (todo) termina por no tener sentido para nosotros. Es mejor entonces, al menos así ha sido en mi caso, ser los autores de nuestro propio destino. Se trata de una iniciativa por la cual rescatamos una vida (la nuestra) cuando no vale la pena ser vivida, sintiéndonos más prisioneros de ella que afortunados de tenerla. Presa de los propios sueños y deseos demenciales y patógenos: que son los sociales, y las opiniones degeneradas, demenciales y dañinas que observamos de unos a otros. La actitud entendida de los signos de los tiempos, luego aplicada a los nuestros, ante la imposición de unas reglas y normas absurdas y por tanto inasumibles (algunas por injustas), es de absoluta confianza y tranquilidad, pues no existe ningún temor cuando enfrentamos actos de injusticia hacia nosotros y los demás (como enfrentar un director de banco, en tanto: hacerle entender, y atenerse a consecuencia, si le quitan la casa, su lugar a nuestra madre (que ha luchado siendo para algunos Madre y Padre a la vez, durante todos los días de nuestra vida/ o igualmente yendo a protestar en las calles, porque nos quieran mantener encerrados (ilegalmente), y por meses, creando además de pánico un número indeterminado de muertes (evitables) por la exposición a los virus en unas urgencias atestadas, luego con la única intención de mantener intacta la mano de obra industrial, y avocarnos a vacunas, cuando si la defensa de un organismo sobre otros es de manera natural, aquel se alinea con el ritmo de la evolución de otros organismos y de todo el entorno en la naturaleza, y si cambia el entorno, nosotros también debemos naturalmente adaptarnos a este, con la armadura que la madre naturaleza y, por tanto: dios nos ha dado: entendiendo de dios, aquella parte, que de la naturaleza y siendo parte del todo nos trasciende. Y no, no hacemos concesiones (ninguna) ni a nadie, en contra de lo justo, por temor a las consecuencias (pues a estas nos sobrepondremos, por justicia) o a la muerte social Ser en la muerte social —como acto voluntario— para poder vivir libremente, barriendo basura, antes que no poder ser, ni ser uno mismo.
Mainländer - Las injusticias y la discriminación han hecho resurgir la cuestión del suicidio en cada situación de crisis. Mainländer augura que en el futuro la política contribuirá a la renuncia voluntaria a la vida. Se creará un Estado capaz de satisfacer todas las necesidades materiales de los ciudadanos. Con ello, y todos los deseos vitales satisfechos, aumentará el aburrimiento y con ello, el deseo de muerte. Pocas existencias se han mostrado tan coherentes con una idea propia como la del pensador de Offenbach am Main, quien puso fin a sus días tras haber descubierto que el devenir del mundo se encamina hacia la nada (no haciendo él tampoco nada por evitarlo), y dirigiéndose hacia el no ser, en virtud de una pura voluntad de morir, frente a la de solucionar sus problemas y con ello poder ayudar a los demás en lo que él ya veía venir. Precisamente en los países de mayor calidad de vida, es donde dicha voluntad de morir (literalmente) es mayor y en aumento, a la vez que aumenta el distanciamiento entre las personas, y donde basta con mirar a tu alrededor para poder ver el mundo habitado por rutinarios de la desesperación; momias que se aceptan unos a otros, sin más sentido que cumplir una moral y formalidad útil: despertarse, ducharse, desayunar, llevar los niños al cole, ir a trabajar, comprar, consumir, comer, conducir, llegar a su casa, dormir y de nuevo lo mismo un día y otro; hasta que un día (te das un golpe) despiertas y te preguntas si es posible encontrarle un sentido al curso que lleva la propia vida. Luego, las noticias de guerra continuas y los avances de la ciencia no ayudan. Saber si hay vida en Venus o en Marte, si la tierra se encuentra en algún punto de la galaxia o si se ha descubierto un nuevo exoplanetas no responde a búsqueda alguna de sentido. En resumen, parece como si la vida (que hemos aceptado llevar) no se ocupase más que en entretenernos y aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella”, o bien como dice Víctor Hugo: “Estamos todos condenados a muerte, si bien con una especie de aplazamiento incierto”. "Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) siguen así hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay alguna lógica hasta la muerte?"(Camus 1966) .¿hay alguna lógica hasta la muerte? / desde una lectura de Camus" Siempre es agradable mentar a Camus, lo siento cercano: un amigo, así es como lo veo y leo. No sé si al principio elegí su libro o él me eligió a mí, en todo caso yo lo elegí luego a él, de lo que me siento agradecido y jamás me arrepentí no dando por perdido aquel tiempo (entre un tiempo y otro tiempo). No sé cuánto aprendí o desaprendí con él, en mi caso cuesta distinguir cuánto puede dejar alguien, de sus escritos y razonamientos en uno mismo, más cuando la consecuencia de ello no es evidente ni inmediata, sino una sinergia progresiva entre la memoria y la razón que en algún momento y por alguna circunstancia se hace perceptible, pudiendo entonces señalarla como consecuencia de.., tal y como me dispongo a mostrar. "Nuestros contemporáneos no son simplemente los escritores de nuestra época, muchos de los cuales ya nunca podremos leer; contemporáneos son los textos que leímos e hicimos nuestros en un momento dado, los que han dejado una huella en nosotros." Michael WoodCamus ha sido para mí uno de esos escritores que hice mío. Influenciado éste de joven, por los mismos autores que me influenciaron entonces a mí, con casi la misma edad. Intuyo, que desarrollé algún tipo de vínculo con su espíritu: vínculo o cercanía que a otros parece costarles establecer, no por no entender lo que expresa Camus, sino más por entender cómo sentía y pensaba, en tanto: a la influencia que representaba la lectura de "aquellos", a los que pocos siendo tan jóvenes se aprestan a leer. Sobra decir, que siempre he sentido admiración por aquel tipo con su cigarro a medias en la boca tan parecido y, a la vez, tan diferente a mi padre, que saltó como un espontáneo al ruedo de la filosofía, llevado por aquella valentía de no aceptar una existencia irreflexiva: burlándose de él en su día sus detractores y definiéndolo: como un filósofo para jóvenes —creo que los filósofos presocráticos, precisamente, enseñaban a jóvenes: de las cosas que son)—, y que en la actualidad sigue siendo la opinión de no pocos académicos, como no podía ser de otra manera, viniendo de académicos dicha opinión: que ven solo sus propias luces y no la las sombras que las proyectan. Pero y volviendo a lo que íbamos, de cuanto de sus escritos yo pude obtener, una cosa destaca entre todos ellos: “Sísifo” será su sombra (la que me guíe y nos guíe en su propia condena), y de quien le no interesa tanto dicha condena, como lo que Camus nos enseñó por medio lo que ocurre durante una parte de éste castigo (en los infiernos) justo cuando una vez alcanzada la cima con la roca, ésta vuelve a caer y Camus ve: “a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento, cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración, y que vuelve tan seguramente como su desdicha, “es la hora de la conciencia”. En cada uno de los instantes en que abandona la cima y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, (Sísifo advierte) que es superior a su destino. (Él) “Es más fuerte que su roca” – el mito de Sísifo, Camus.Justo, en ese preciso momento, en esa bajada en silencio con su conciencia, es cuando Sísifo es “superior a su destino, y más fuertes que su roca” somos Sísifo y su Roca (uno solo, y todos juntos, elevándonos sobre nuestro propio abismo, sobre las llamas nos delimitan a un destino. Un momento (tiempo) que todos, incluso en la peor de las situaciones encontraremos reflejándonos en él, como yo me encontré tras mi accidente (casi dos años recuperándome) luego de otras fatalidades; haciendo valer la afirmación de que en “una tragedia no todo momento es tragedia”, y que en ella nuestra conciencia —sea al anochecer, y libres por momentos del dolor físico—actúa, y por ella nos reponemos: sobreponiéndonos a la caída, si no de inmediato (durante al menos un breve periodo de tiempo volveremos a ella: siendo, nosotros a cada paso (en acto de reconocernos de nuestras partes esparcidas) luego recomponiéndonos en ellas→ de todas nuestras partes, más fuertes que trágico nuestro destino. Camus no me enseñó a pensar (yo ya sé pensar/ pues llegue a través de otros a él, dejándome luego guiar y poder a ver esa dimensión que otros todavía no ven, mostrando ese ángulo oculto: el camino (sobre el límite), que nos señalan quienes lo recorrieron antes que nosotros.
Cuando asumimos la responsabilidad de la existencia / vivir es elegir― Siempre ha sido cuestión de elegir. Vivir es elegir. Sólo del saberse y reconocerse surge la verdadera angustia. Se mire como se mire, la vida (la sociedad) parece un cúmulo de desengaños, falacias y mentiras: esto es obvio, al igual que es obvio que son muy pocas, una minoría las personas que alcanzan de pleno alguna de sus metas, de aquellos propósitos primeros, en esta vida. De otro lado luego está la inmensa mayoría: aquellos que deberán conformarse con lo que las circunstancias, el entorno y los acontecimientos o accidentes propios de la existencia, les permitan ser; a saber: serán lo que puedan (u otros les dejen ser) más allá de lo que un día se propusieron ellos ser, o pudieran haber sido. “Pues un hombre hace lo que puede, con lo que otros van dejando de él”—vino a decir, no precisamente un ingenuo. Sin embargo, lo peor no es la capitulación de uno mismo, o las propias aspiraciones—en favor de la voluntad y aspiraciones de otros—hincando la rodilla, luego viéndose agonizar (envejecer) lentamente. No. Lo peor es angustia que envuelve la imprecisa perspectiva de ese futuro que aguarda y esa mirada al fondo del abismo sabiendo, que el siguiente paso conlleva hundirse de pleno en él. Y todo porque un día, el peor de nuestras vidas elegimos “vivir” dejando que se derrumbaran todas nuestras expectativas: nos dejamos de mover, o nos movíamos tras otros. Llegados a ese punto la angustia castiga con su cólera el alma: al saber y reconocernos únicos responsables de nuestros actos y consecuencias: de todo lo que no hicimos y de todo lo que ya no podremos hacer, pues “no elegimos” entonces “vivirlo”. Por tanto, quien tenga valor y aún este a tiempo que elija: siempre ha sido solo cuestión de elegir. Pues vivir es “elegir” ― esta apreciación, seguro que no se le escapa a nadie―. Vivir es tener que tomar decisiones (“elegir”) y tomarlas a diario (para “vivir”). Elegir es (por acción) pensar (de nuestro camino —en este—aquello (experiencia) a lo que surgiendo “proyectándose” frente a nosotros “elegimos” prestar atención). Y Solo al elegir por nosotros a lo largo de nuestro camino — (acto de elegir / pensar hacia → y dirigirnos a aquello) — vivimos "genuinamente" nuestras nuestras vidas. Luego en cada elección, en cada acto (al elegir) nos vamos haciendo y transformando: definiéndonos a nosotros mismos al ser, y ser de todo en lo que encontramos, comprometiéndonos aún más si con ese destino “incierto” de quienes viven, de veras, su camino... ― cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro.., si no los yergue tú alma ante ti. Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios. Ten siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Pero no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin esperar a que Ítaca te enriquezca. Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas (Cavafis).De aquellos temas que trata Heidegger después a Ser y tiempo, la noción de ‘pensar’ destaca (por una razón muy obvia, entiendo) ocupando buena parte de estos planteamientos tardíos, como un camino —“(superación del pensar (en tanto aquella noción que tenemos del pensar: “de la necesidad del pensar” casi obligatoriamente de algo— hacia la superación de la metafísica (como superación de dicha “necesidad del individuo” de pensar acerca de.. (Por la de solo observar meditativamente) aquello que se nos proyecta frente a nosotros: una flor por ejemplo), como medio para poder replantearnos la relación del ser humano con el ser (pues primero que pretender relacionarse con “el ser” de las cosas / debemos relacionarnos, primero, con esas cosas (por ejemplo esa flor) frente a nosotros. Y Esto es: no entendiendo “ la flor” (pensado de entrada nosotros en aquello que decimos o creemos que las cosas son, sino observándolas ( libres de los propios pensamientos que nos las definen relacionados de ellas) para que estas sean (ellas mismas) hacia nosotros en nosotros, lo que son (lo que es esa flor en particular) a nosotros (en ese momento), y en relación con nosotros y en relación con todo lo demás; pues lo que comprobamos de algo observado en la naturaleza (por ejemplo de esta flor, frente a la que estamos) es que hay otras plantas a su lado, iguales o diferentes, y más entes junto a estas ( la flor esta rodeadas de seres, formas y rocas: y yo ahí, estoy rodeado de seres vivos, formas, y rocas y de la luz ( el sol) “que me las proyecta” reflejándose de ellas hacia mí. Pero si miramos entre el ramaje, vemos las sombras: hay una parte (las raíces) que están en el suelo, enterradas: no las vemos, y por tanto hay algo que no vemos de las plantas, pero que está ahí, oculto) .luego Esa flor, esas flores, son mucho más de lo que vemos (hay cosas de ellas que no vemos (pues están ocultas, estas de las plantas bajo el suelo). Luego vemos todo ahí: está todo en una forma compacto de seres unidos y pegados unos a otros, en ese universo al que nos asomamos ahora nosotros; y es así, porque sin los otros seres y las rocas a su lado, sin el musgo (y esas otras plantas que también molestan, pero necesita), sin los hongos, la tierra y agua, el aire y sin el sol.., (la planta que proyecta la flor hacia a nosotros, me dice: que ella sola… sin todo lo demás moriría.Pero esta percepción de la realidad de las cosas, y de la naturaleza hoy es casi inexistente: y hablaríamos hoy de una percepción ya de entrada del mundo natural distorsionada en nuestros días, pero no tanto (y como alude Heidegger) por el mundo de la ciencia y la técnica (como por propia la razón subjetiva “nuestra propia razón” que se dispara abordando la cosa, antes incluso de que la observemos de pleno (dejándonos colmar de sensaciones e impresiones) de la cosa misma frente a nosotros. Heidegger propone un pensar que no es patrimonio de los filósofos, sino que está latente (en las prácticas / y experiencias habituales de los individuos —como bien pueda ser el caminar por el campo—proponiendo de la experiencia, en este caso ( que es el mío propio) de caminar observando el campo: un estimulo para “el pensar lento y meditativo” (dejémoslo en observación meditativa, en tanto esté libre del “pensar en ideas”) y que no busca informaciones útil para la vida, sino que se apresta a reconocer, lo que a otros se le ‘resiste a ser explorado’] sobre todo, cuando interviene, interrumpiendo la magia (la razón “subjetiva”) que ni ve, ni quiere ver, ni nos deja ver, lo que la naturaleza, por si misma nos quiere decir.Pero vivir plenamente los sentido y la experiencia de estos (esto es: vivir), también es renunciar y arriesgarse. Cuando elegimos y tomamos una decisión en cualquier dirección: emprendemos un camino nuevo, pero igualmente estamos renunciando a algo (morimos en aquello anterior). Es por ello, que al elegir esto o aquello (al moverme y movernos) afirmamos, al mismo tiempo el valor del camino que tomamos. Todo así, la cuestión es sencilla ("moverse") y quien no lo entienda, sencillamente, es que no aprendió nada todavía (la vida proveerá). Por tanto pensemos antes de detenernos por demasiado tiempo en este o aquel lugar, no vayamos a perder algo, o lo que es peor: no vayamos a perderlo todo, por no movernos en nuestra propia dirección. “Que pueda en todo caso la filosofía escrita, tras sus comienzos hace dos mil quinientos años, mantenerse en estado virulento todavía hoy, lo debe sin duda a los resultados de su capacidad para hacer amigos a través del texto. Se sigue escribiendo como una cadena de la suerte a través de las generaciones, y quizás a despecho de “todos los errores en las copias” –o aun, quizás, “gracias incluso a tales errores”– arrastró a copistas e intérpretes con su amigable encanto” — (Peter Sloterdijk - Reglas para el Parque Humano). "Los días del futuro están delante de nosotros como una hilera de velas encendidas: velas doradas, cálidas, y vivas. Quedan atrás los días ya pasados, una triste línea de velas apagadas; las más cercanas aún despiden humo, velas frías, derretidas, y dobladas. No quiero verlas; sus formas me apenan, y me apena recordar su luz primera. Miro adelante mis velas encendidas. No quiero volverme, para no verlas y temblar, cuán rápido la línea oscura crece, cuán rápido aumentan las velas apagadas" (Cavafis).
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