La imperiosa necesidad de saber ( The urgent need to know) - Texto completo

La imperiosa necesidad de saber

JORGE MAQUEDA MERCHAN
Aceuchal - Extremadura (España) 

 I - Extraviarse en los tópicos
  II - La curiosidad Superficial, La Distracción: Y La Mente del Mono
III - La imperiosa necesidad de saber
IV - El laberinto, El Minotauro y La Paradoja

PALABRAS CLAVE 

SABER; CONOCIMIENTO; INDIVIDUO; ANGUSTIA; FILOSOFÍA;LABERINTO; MINOTAURO; PARADOJA
Es un hecho innegable: comprender la razón de las cosas, aunque sea a por nuestros propios medios y posibilidades, en tanto a como estas “cosas” o “entes” a nosotros se nos representan y las entendemos, ha llevado a dotarnos de valiosos mecanismos por los cuales, comprobamos se premia al individuo con emociones agradables y salvaguardas, recompensando, en este ese entendimiento; pero, igualmente, castigando con malestar la ignorancia y rencor al ignorante. Pues es más fácil para el individuo vivir a la luz del mundo y en la realidad de las cosas, que hacerlo bajo la sombra de esa realidad y su oscurantismo. Así, la razón de iniciar un viaje hacia el saber —de las cosas y las personas— igual que en otros viajes, no la hallamos únicamente en el destino, sino, igualmente, en todo lo descubierto a lo largo ese camino.

I - Extraviarse en los Tópicos

Iniciado el nuevo siglo, cuando algunas de las antiguas creencias declinan y el final de las grandes síntesis doctrinales se acentúa, un hambre avanza peregrinando el mundo. Se trata de la imperiosa “necesidad de saber”: saber que, en unos, es un querer saber por saber (o curiosidad) y, en otros, un "saber quiénes somos" o, cuál es el velado propósito, de la que en tantas ocasiones resulta una miserable existencia. De tal modo, o más bien por ello, multitud de personas de la más variada condición, y cuyo nexo común encuentra su raíz más profunda en la angustia, se han dejado seducir en torno a temas que van más allá de su quehacer acostumbrado. Seducidos, los unos, hacia cuestiones, digamos “profundas” cuando no víctimas, “los otros”, del que resulta ser el humilde parásito de la ingenuidad; y arrojadas, a la aventura de hallar unas nuevas expectativas en las que habrán de volverse a replantear, aquellos mismos y pretéritos temas relativos a la existencia. Pero, si bien esta actitud se observa por medio de innumerables manifestaciones y formas, no escapa a la atención, el creciente interés mostrado por buena parte de la ciudadanía, encandilada, en torno a una amplia gama de tópicos (ufología, sectas, parapsicología, etc.) tanto, por medio de libros, como a través de las diferentes plataformas o Redes Sociales de internet, encontrando en ellas, no tanto la solución a sus problemas, como una grata y soñolienta, sino absurda distracción. Sin embargo, y, aunque no considero apropiadas estas formas de dilapidar el tiempo, sería ventajista por mi parte arremeter única, directa y exclusivamente contra el disparate pseudocientífico, cuando la más ligera brisa de aire lo derrumba, y no referir por igual al que muchos consideran uno de los más bajos deseos de la gente moderna, es decir: la curiosidad superficial,

II - La curiosidad Superficial, La Distracción y la Mente del Mono

Por naturaleza —afirma Aristóteles— tienen todos los hombres deseo de saber; saber, por ejemplo, de una cosa. Y, por naturaleza, igualmente, casi todos los hombres necesitan hoy que alguien, esa cosa se la explique. Y es precisamente en la explicación, donde perdemos aquello más genuino de todo conocimiento. Pues saber, en su conjunto, y resumido en una sola palabra es: entendimiento; facultad esta que habrá de adquirirse por el examen propio de las cosas a partir de experiencias sensibles —también llamadas impresiones— y la información que estas últimas le ofrecen al juicio, respecto de las primeras— procurando llegar a conocer y, consecuentemente, a su producto: el conocimiento: y, no hay conocimiento de una cosa en su explicación; es decir, aquella que, por ejemplo, en una conferencia nos ofrecen otros de ella, esto es: “una conferencia que pretendiera hacerles creer a Uds. que entienden algo que realmente no entienden y satisfacer así, por naturaleza, aquello que Wittgenstein —introducción a su conferencia sobre lógica — considera, "uno de los más bajos deseos de la gente moderna" es decir, la curiosidad superficial, acerca de los últimos descubrimientos de la ciencia". La curiosidad “procura un saber, pero tan solo para haber sabido”. Es un saber instrumental, movido por la vanidad. Se busca conocer para poder participar en (la sociedad) o para obtener un cierto estatus social. La curiosidad es el estado que caracteriza al hombre moderno, informal y mediocre, ávido de noticias, maravillado por la “innovación” –nos dice Heidegger; quien, además, distingue la curiosidad del asombro o la “contemplación admirativa”, el thaumazein de los griegos, que para Aristóteles y Platón es origen de la filosofía y que está asociado primero con un “no-comprender”, con la aceptación de un misterio y una apertura al conocimiento y, por lo tanto, al ser. (Los dos momentos constitutivos de la curiosidad, la incapacidad de quedarse en el mundo circundante y la distracción hacia nuevas posibilidades, fundan el tercer carácter esencial de este fenómeno, que nosotros denominamos la carencia de morada.)-Heidegger.

El asombro, que se caracteriza justamente por una intensidad de la atención hacia algo, por quedarse con un único pensamiento u objeto presente (y sondear este a profundidad, esperando sin violentar su manifestación) degenera –cuando ese asombro no es llamado por la necesidad imperante de conocer (de conocimiento)– en mera curiosidad (un de aquí para allá sin parar) que semeja más a lo que en la India llaman “la mente de mono” que constantemente cambia de rama, persiguiendo cada cosa que se mueve o le inquieta, e incapaz de discernir o detenerse en lo que merece de veras la atención. Según Heidegger, entiende que “si busca lo nuevo, es solo para saltar nuevamente desde eso nuevo a otra cosa nueva". En este ver, mirar no busca una captación [de las cosas], ni tampoco estar en la verdad mediante el saber de ellas, sino que en él procura posibilidades de abandonarse al mundo. Por eso, la curiosidad está caracterizada por una típica incapacidad de quedarse en lo inmediato”.

Hoy llegamos al punto alarmante en el que estar recibiendo constantemente estímulos –de lo nuevo y excitante– es no solo considerado (por el "ente" social) un bien general o un derecho: hay que (“estar conectados”) sino una necesidad, como atestiguan nuestros jóvenes y no tan jóvenes. La distracción, entonces viene así a reemplazar a la contemplación (madre del conocimiento) las personas no profundizan ni se detiene en nada, sobre todo nada que interese de veras: explorándolo y conociéndolo, sencillamente pasan el tiempo en pensamientos difusos apenas concretados o reaccionando a estímulos que les llevan de aquí para allá: nada concreto, nada interesante, nada constructivo, nada que sea útil al individuo, sino simplemente para entretenerse: distraerse, o dicho de otro modo: perder el tiempo, su único tiempo. La distracción se vuelve entonces un premio final e inútil de la historia del ciudadano mediocre; que además exige distraerse. No exige más libertad, derechos, cultura, sanidad, mejores condiciones laborales, NO, cuando sale del trabajo, solo exige distraerse y se enfadará si no puede hacerlo (no lo hará por su mísero salario). Y luego, distraerse todos juntos es hoy ya la cumbre y el fin absurdo de la socialización. Y de este modo; la ambigüedad se convierte en el resultado último de la curiosidad superficial, que define la actitud que el ser humano tiene hoy con el saber de las cosas, adquirido a partir de sus distracciones y no por el conocimiento o estudio (sea cual sea el medio de este estudio) hoy acrecentado por el acceso indiscriminado a la información que “permite que cualquiera puede decir cualquier cosa, cuando de inmediato se hace imposible discernir entre lo que ha sido y no ha sido examinado y expuesto tras una comprensión auténtica”, produciendo una indiferencia generalizada (ya a nadie le importa la veracidad de lo dicho o que se comenta) en tanto a un mundo, en el que “todo parece auténticamente comprendido, aprehendido y expresado, pero en el fondo o no lo está, o bien no lo parece, y en el fondo lo está”.

Pero no puedo más que indignarme –y esto ya quiere decir algo respecto a mis semejantes –cuando a tantos les importa nada, al ver al punto a que se ha llegado; sobre todo en algunos aspectos de la sociedad, de la vida, de esa cotidianeidad abominable que son las Redes Sociales, cuando ciertamente ya no interesa a nadie la realidad que acontece (más allá de cuando a ellos les afecta): la verdad, la realidad en el mundo y de las personas, y solo importa la distracción y la fantasía que por medio de abstracciones (que muchos toman por reales) alimentan el tejido de un cosmos creado para sí mismos; dentro del mundo que otros han creado para ellos; dentro, la sociedad que han creado para todos; y ahí, encerrado, la felicidad del ciudadano es absoluta: lejos de la realidad, de la verdad y del mundo; bombardeado por los medios: recibiendo, cuando no exportando, absurdeces y tonterías a cada hora, todos los días; y, es luego curioso cuando toca ir a lo real y concreto de sus vidas, la mayoría parecen perder su fogosidad. Puede ser porque la realidad es demasiado práctica, demasiado fría, dura y real como para entusiasmar el alma distraída que no puede encender su entusiasmo en las cosas no triviales. Pero mientras tanto, el planeta sigue rodando y muriendo como ellos: un poco más cada día; la realidad, el tiempo, la vida y las estrellas pasan, sin que ser mínimamente conscientes de todo ello: allí, distraídos en su mundo de fantasía. Parece claro, que se necesitará alguna motivación y cierto ideal para despertar a algunos ciudadanos de la inercia y la rutina de su existencia, y convertir al sumiso en un verdadero humano.

III - La imperiosa necesidad de saber.

Es muchas ocasiones, incluso a una edad tardía –quizá influenciados por una amistad, la casualidad, o por mera curiosidad– algunas personas, también de clase humilde y trabajadora, sencillamente, comienzan a advertir una terrible seducción, atracción, hacia temas que van más allá de su quehacer cotidiano. Digamos, que son seducidos hacia cuestiones “metafísicas”, y que desde tiempo inmemorial han inquietado de manera fabulosa tanto a personas comunes como notables. Estos últimos ahora, y al igual que aquellos entonces, de alguna manera comienzan a hacerse preguntas en torno a sí mismos, y sobre aquello que más profundamente les inquieta o, porque no decirlo, les angustia y atormenta. Se trata de preguntas laberínticas: interrogantes profundos que atañen a cuestiones desde hace milenios, envueltas en una densa niebla y desconocimiento, por la que lentamente se abren paso la consciencia y la razón. No es extraño, por tanto, que a resultas de este interés, el “individuo” en algún momento de su vida decida aventurarse y realizar pequeñas lecturas, “incursiones” podríamos calificarlas, dado el carácter esporádico y breve de estas, y que tienen como único fin encontrar algunas respuestas. Y Son muchos los que durante años recopilan libros e ideas sobre los estantes de su librería: religión, psicología, e incluso grandes teorías y ensayos filosóficos, a la espera, de con el tiempo ir comprendiendo el profundo significado que se encuentra bajo aquellas gruesas tapas. Pero, en algunas ocasiones, y cuanto más profunda sea la pregunta y, por tanto, la respuesta que se quiere revelar, encontramos, que pasan los años e, invierno tras invierno, es fácil comprobar cómo la que fue en principio una agradable lectura, de páginas repletas de un saber extraordinario, no ayudan ni proponen solución alguna a la pregunta, menos a aún a los innumerables problemas que día tras día plantea la vida: algo así como tener una extraordinaria guía para comprender todos los misterios de la existencia, pero escrita en un idioma imposible de descifrar, cuando nos encontramos zambullimos en la Metafísica; y, precisamente, ese aspecto en tantas ocasiones inescrutable que sugieren algunos caninos de la filosofía, como una la selva que oculta sus secretos y se muestra infranqueable, parece ser lo más seductor de ella.

Pero, como si de una cosmología del hombre se tratase, el carácter en ocasiones talmúdico que parecen adquirir las palabras y reflexiones, de algunos, por no decir de casi todos los grandes pensadores, compromete cuando menos la capacidad intelectual del individuo común para descifrarlos y, las grandes preguntas, las grandes cuestiones de la vida, permanecen ajenas a este y a la mayoría de las personas –La insatisfacción y el descontento, esa especie de dolor por el amor de quien te ignora agudizaba el desencanto– la falta de adhesión y la distancia mostrada por aquellos sabios atormenta. Muchos son los que abandonan y olvidan entonces aquellos libros sobre sus estanterías. Pues, ciertamente, pretender alcanzar el conocimiento puede ser descorazonador; más, para aquel que carece del consejo de las cátedras: conocer pues, los profundos misterios, extraer conclusiones del estudio y la lectura de aquellos libros parece únicamente estar destinado a aquellos que, previa intensa formación académica, poseen el método y el medio para poder bucear e interpretar la compleja dimensión del pensamiento, en el cual se expresan aquellos singulares textos; y, como no podía ser de otro modo, esto no ha hecho, ni hace más que acrecentar el prejuicio ya existente, y ampliamente extendido entre las clases más humildes, de que la filosofía no tiene nada que ver con ellos y su dramática realidad: que escrito entre esas líneas no existe un nexo alguno con los deseos ni necesidades del hombre común: el trabajador, mucho menos con los suyos propios. Sin embargo, hay quienes no se resignan, capitulando, en esta su búsqueda y no se rinden jamás; pues, entienden que en ocasiones las puertas de la razón se abren igualmente al profano, proporcionando, aunque sea por unos instantes, algo de luz a su perspectiva. Un centelleo este, muchas veces lóbrego y tenebroso, mas una luz que será casi siempre reveladora de la angustiosa realidad, si bien, no parece importar el precio que por “saber” se tenga que pagar. Sin embargo, es en esta (en la filosofía), más que en ningún otro lugar, donde el pensamiento desventurado ha escarbado, hundiéndose con mayor pasión y vehemencia, labrando tan vasta maraña de fortificaciones y galerías, que si decidimos aventurarnos por nuestra cuenta a ellas, se requerirá de una gran dosis de osadía, corriendo serio riesgo de extraviarnos en ellas y, amplificando así, la magnitud de las aflicciones por largo tiempo contenidas: la angustia surgida frente a la inquietante perspectiva, surgida de encontrarnos transitando un camino, tras el que no ese intuye final ni perspectiva.

III-El laberinto, El Minotauro y La Paradoja

Algunos refieren el lugar como templo; y otros hablan de un laberinto. Lo cierto, es que en todo caso no se trata de un dédalo cualquiera, sino de un enorme santuario fortificado de sapiencia y erudición, en el que contadas personas se adentran: llevadas, unas por la pasión y otras sencillamente ―a través del cenagoso sendero de la existencia― viéndose arrastradas al mismo; donde una vez apresadas se verán condenadas a morar por largo tiempo aquellas lóbregas galerías. Aún y así, no es extraño encontrar a quienes, ingenuamente, penetran el templo que guardan el Minotauro y La Paradoja. La razón ―ante una providencia tan indefinida― no es otra, que encontrar algo con que aligerar el pesado fardo que “por el hecho de ser hombre, todo hombre lleva consigo” y en el páramo demora su transitar; a la vez, que fustiga sus abatidas conciencias, cuando se impone ante ellos la perspectiva angustiosa de la aniquilación. En la marcha, se les distingue fácilmente, pertrechados con un utillaje arcaico de nociones, con ellos viaja siempre la duda; en todo momento presta a interrogar acerca de cuestiones confiscadas, si no extraviadas en un laberinto donde la angustia resulta de todas partes al comprobar, que podemos una vez dentro volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero jamás retornar sobre los propios pasos: «quién sin estar obligado, intenta alcanzar el completo conocimiento prueba sin duda, ser audaz hasta la temeridad» (3). Tenemos por el laberinto tal curiosidad (4) que olvidamos el dolor que cuesta transitarlo; y peor aún, «suponiendo que la razón del individuo no perezca en el fútil intento, este se encontrará ya tan lejos del entendimiento que jamás, podrán sus semejantes comprenderlo» (5).

Sin embargo, en ocasiones muy contadas, los muros de ese complejo laberinto se derrumban ante aquel, que alcanzando el punto más bajo de sí mismo, hubiere tocado fondo, reconociendo en el laberinto un camino sin salida; hallando así, en la “angustia” un hilo de luz por el que guiarse ante la trágica perspectiva que habrá de resultar encontrarse sumido, palpando con las propias manos el fondo del abismo: tomando plena conciencia de aquello más absoluto. El precio a pagar habrá sido elevado: soledad, sufrimiento y no pocas veces la locura, serán la moneda de cambio exigida por el Minotauro; Pues, solo cuando la existencia muestra al individuo su más dramática figura, parece la mente entender, lo que desde hace tanto tiempo aquellos libros decían; entendiendo, no las palabras sino a las personas que los escribieron; comprendiendo que en el laberinto no hallará solución alguna, sino las mismas preguntas y angustias que a lo largo del tiempo, los hombres se han planteado a sí mismos, cuestionándose, por el destino y fundamento de su propio ser (cuando no se trata de leer a quien pensó la muerte, sino de pensar por él mismo la muerte). Finalmente, hallando esa última verdad, encontrará que no hay esperanza en ella (la muerte); y su símbolo así nos proclama (7): “pues en el anuncio de su verdad suprema encontramos la Paradoja, cuando el destino de la necesidad se conjuga con su desaparición pues ¿Acaso el hombre desea la muerte cuando esta es la verdad, no queriendo alejarse de ella, en tanto que contribuya así a la no verdad?” (8). Sin embargo, “cuando se percibe el fin se va más aprisa que el tiempo. La iluminación primera y la decepción inmediata y fulgurante, otorga entonces una certeza que transforma el desengaño en liberación.”(9) que después, y más allá de la confusión total y, no siendo capaz de distinción alguna, logrará su salvación de la única manera posible: aferrándose a lo real y absurdo, a la inutilidad absoluta de ser en esa nada fundamentalmente inconsciente, cuya ficción es susceptible, sin embargo, de crear la ilusión de la vida (10). Una vez alcanzado este punto ya habremos entendido que la filosofía no es otra cosa que la expresión escrita de un profundo y continuo interrogante humano, descubriendo: que nunca hemos sido nada, más que aquello que nos dejaron ser: más, presintiendo de esa angustia el fin, este no lo será; pues, no es poco este angustioso saber: fin para algunos, y fin del principio para otros; siendo, por tanto ― catapultados― origen de lo que será.

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1 el engaño. Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.
2. la verdad, que habrá de ser igualmente la muerte. 
(a)Schopenhauer nos procura el recelo necesario frente a la idolatría del progreso, y frente a esa obsesiva búsqueda de la felicidad que es la gran falacia de nuestro tiempo.(Rafael Hernández Arias)Parerga y Paralípomena, Ed Valdemar (Pról. Pág. 16)
3. Jaspers, intr. a Nietzsche
4. Jaspers, intr. a Nietzsche 16,437
5. Jaspers intr. a Nietzsche 7, 49
6. Nietzsche
7. del Zaratustra
8. Nietzsche
9. E M Cioran
10. E.M.Cioran
11(así refiere Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres cap. 1 - sobre aquellos que son mas propicios a la dirección del mero instinto natural y no consienten a su razón que ejerza gran influencia en su hacer u omitir.


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