La ciencia tiene como único objetivo encontrar una teoría de la naturaleza—afirmaba Emerson— aunque, parece que a costa de ir destruyendo la naturaleza, o al menos esto es lo que se deduce a la vista, de lo observado a lo largo de los últimos dos siglos XIX y XX. Derivada de esta destrucción (científica), se afirman conocimientos sobre algunas cosas, pero apenas una remota idea de entendimiento asoma de lo que es la creación (la vida), se diría que el sentido de la vida (a los científicos), como el sentido del ser (a los filósofos) le es oculto. Estamos, por tanto, tan lejos del camino de la verdad, que incluso los maestros de distintas religiones se traban en disputa y se odian unos a otros, y a los pensadores se los tilda de locos. Pero para el buen discernimiento, la más simple de las realidades es la verdad: ella es su propia evidencia, y lo que la pone a prueba es que explica todos los fenómenos (por la propia experiencia). En la actualidad, muchos fenómenos (de la realidad) se estiman inexplicables; como el amor, la razón, el sexo, la sangre o, como es el caso de dios (que no se explica) porque no se ve, aunque algo se siente. Pero mandamos mensajes a las estrellas, es decir: a los habitantes de esas estrellas (que tampoco se ven, aunque algo se siente)… por encima del amor de dios / su sentido del humor.
Pero
siguiendo con ese sentido del humor, hace algunos años escribí sobre la
absurdez de los científicos, enviando un mensaje a nadie concreto y dirigido a las
estrellas (a ninguna concreta), cuando (en casa) no nos relacionamos con lo
otro y concreto de nuestro propio planeta, partiendo nuestra afirmación de la
evidencia de no entender siquiera la relación con nuestra propia mente→ luego
no entenderla (a ella/a él) (a la mente/conciente) como algo que es. Luego esta
inconsciencia, es decir: esta ausencia “consciente” de nuestra relación con los
otros (como nosotros, iguales, y con los otros, iguales de otra manera, en un lugar
concreto, con individuos concretos), se hace más evidente de aquella mentalidad,
llevándonos a aquellos mensajes enviados a las estrellas, donde se envían mensajes
(en forma de un disco grabado) a unas estrellas —intuyendo, en algún lugar no
concreto unos vecinos inconcretos (pero que habrán de ser concretos y de alguna
estrella concreta, para poder recibirlos) — y en este mensaje (o disco) la
figura de una pareja: un hombre y mujer sobresaliendo sobre lo demás. Se diría que ambos, Carl
Sagan y su mujer, se representan a sí mismos proyectados de aquel disco (en una
imagen, en la que nos reconocemos de una parte, pero reconocemos que no nos representa
a todos, ni a todo lo demás). Luego, si alguien leyese estas palabras de Sagan,
me pregunto qué pensarían: “En la vastedad del espacio y en la
inmensidad del tiempo, mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie”,
supongo que Sagan no tenia papa, mama, ni
hijos, ni amigos, ni plantas, ni enfermedades, ni problemas con los jodidos insectos… entendiendo de sus palabras
(de su conciencia: la imagen del disco: solo una mujer y un hombre /diseñado
por su mujer). Luego Cuando
le decían a Sagan que Dios creó todo lo que nos rodea, él contraatacaba con la
pregunta: “¿Y quién creó a ese ser que hizo todo el derredor?” / No reconociéndose del derredor (del propio
horizonte, y de todo aquello que reconoce en derredor (él) incluido) / y no reconociéndose:
proyectado (como él) de un mensaje a las estrellas, es decir (a los dieses de
toda la vida) y del propio mensaje enviado (a las estrellas) la respuesta a sus
propios deseos (infantiles) concedidos, luego la respuesta a pregunta “¿Y quién
creó a ese ser que hizo todo el derredor?”, todo eso en derredor, que reconoce: todo eso (que
ha propiciado su propia vida y la de todos los que nombra) pero de lo que (los
que) luego no se acuerda / dirigiéndose a
personas, en las que yo no me puedo reconocer, soberbias: cuando no reconocen a
aquello que (a ellas: el suelo, la tierra y “la voluntad”) que las proyecta.
Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro
hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces,
todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió
su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones
seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y
recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones,
cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño
esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político
corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en
la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en
un rayo de sol.
La Tierra es un escenario muy pequeño en la
vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos
generales y emperadores, para que en su gloria y triunfo, pudieran convertirse
en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables
crueldades cometidas por los habitantes de una esquina del punto sobre los
apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus
malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de
fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la
ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... es desafiada
por este punto de luz pálida.
Nuestro planeta es una solitaria mancha en la
gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta
vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro
lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido
hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro
próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Asentarnos, aún
no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se
ha dicho que la astronomía es una formadora de humildad y carácter. Quizás no
hay mejor demostración de la soberbia humana que esta imagen distante de
nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos
más amablemente los unos a los otros y de preservar y apreciar el pálido punto
azul, el único hogar que hemos conocido.
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