SOBRE LO HUMANO Y LO DIVINO
ESPIRITUALIDAD
EL HORIZONTE PRESENTE
Entender la espiritualidad es entender al hombre
Entender al hombre es entender la espiritualidad / entender la espiritualidad es entender al hombre; pero no pasa necesariamente por entender el espíritu santo, o que podamos ser capaces (en nuestra espiritualidad) de reconocerlo y dejarnos guiar por su voluntad. “Entender la espiritualidad es entender al hombre (sí); mas entender el espíritu santo es entender la voluntad de dios”.
El párrafo anterior ya dice mucho, pero vaya
por delante que por la gracia de Dios soy lo que soy (corintios
15-10) y aquello que hago y mis
obras, y no lo que otro dice que soy. no soy de los que se encierran con
multitudes en recintos cerrados, me cuesta sentir ni ver allí a dios, donde solo
siento personas (que lo buscan y se dejan ver) y veo altares, pero no necesariamente la obra de
dios. Tampoco me gusta la “meditación”: soy más de caminar por el campo y dejarme
acariciar por el sol, de observar los animales; en todo caso: de ir hacia afuera. Pues me veo incapaz,
ni por un segundo, de cerrar los ojos estando en medio de la naturaleza y
juntando allí el índice y el pulgar, sobre una roca sentado y con las piernas
entrelazadas, buscarme a mí mismo y mi espíritu mirando hacia dentro, cuando fuera
y ante mí, a cada segundo que pasa se desarrolla la grandeza y majestuosidad de
la obra dios sintiendo y viendo su reflejo, de él, en toda ella: da lo mismo si brilla el sol, o alumbran las
estrellas. Habrá tiempo de cerrar los ojos, lo habrá, pero si el fin último
del hombre fuese encontrar a dios, o el “espíritu” por el que se manifiesta, en
la oscuridad de nuestro interior, todos naceríamos ciegos, y no con estos ojos
que escudriñan, centímetro a centímetro la realidad que acontece frente a ellos,
incluido el sufrimiento y dolor de las personas: donde es más fácil que en
ningún otro lugar, encontrar a nuestro señor. Quizá, cuando cerramos los ojos a
la luz y al sufrimiento ajeno, nos resulta fácil encontramos a nosotros mismos y
crecer en el conocimiento propio, en aquella oscuridad y la nada que nos rodea aísla,
creada por nosotros mismos, pero igualmente, con ello solo nos aislamos más soltándonos
de la mano del espíritu divino y la creación: alejándonos del mismo dios, que en todo momento y cada segundo
asiste a ella y, en esta, a los que sufren.
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