El dolor y repulsa por lo que está sucediendo en Europa presionan las compuertas de la indignación en personas y conciencias de todo el mundo. Ni siquiera la crítica o denuncia, sumadas a los esfuerzos "limitados" y la ayuda de gran parte de Europa a los refugiados, parecen formas efectivas de afrontar este dramático presente, y la amenaza que para todos supone. Pero, frente a este nuevo paradigma que nos toca vivir, uno se pregunta cómo, todavía, algunas personas pueden tener y defender ideales, cualesquiera, "cuando existen sobre la tierra sordos, ciegos y locos. Cómo podemos alegrarnos de la existencia de la luz, que otros no pueden ver; o del sonido que no pueden escuchar" (Cioran, frag ). Cómo puedo sentirme en paz cuando otros lloran y sufren el horror de la guerra. Llega un momento —¡ahora!— en que todo pensamiento al respecto me parece inútil e, igualmente la compasión; una compasión y misericordia que resultan tan ineficaces, como insultantes para quienes sufren la devastación y, que hace que me cuestione —considerando el estado actual de las cosas— mientras el caos de nuevo centellea en Europa con el resplandor demoníaco de las bombas: donde ancianos, mujeres y niños participan de los sufrimientos más terribles... si tanta lucidez improductiva por parte de algunos, durante tanto tiempo, no es la culpable de las tinieblas y el horror que ahora sufren los otros.
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