Que un hombre sea feliz, i eso ¿qué prueba? la modernidad de pai (de otros luego aquí) construida sobre eI buen ciudadano i mediocre.
Se cree que nun deriva del jeroglífico egipcio de serpiente (la palabra hebrea para serpiente, nachash comienza con nun). Sin embargo, la letra fenicia tomó el nombre nūn que significa "pez", pero se ha sugerido que el nombre original desciende de una hipotética palabra protocananea naḥš "serpiente", basada en el nombre en etíope. Otras fuentes han planteado la hipótesis de que su origen es un jeroglífico de pez en el agua (en arameo y acadio nun significa pez y en árabe nūn significa pez grande o ballena).,
Sartre considera que no existe la naturaleza humana. Esto quiere decir que en nosotros no encontramos unos rasgos fijos que determinen los posibles comportamientos o las posibles características que podamos tener (eso de cada uno). Para muchos autores esta afirmación es exagerada: desde las teorías religiosas se defiende que el ser humano, tiene un alma y que ésta es precisamente su naturaleza; desde la biología se indica que nuestra constitución genética se realiza en lo fundamental del mismo modo en todos los seres humanos de todos los lugares y de todas las épocas. Sartre rechaza la existencia de una naturaleza espiritual o física que pueda determinar nuestro ser, nuestro destino, nuestra conducta. Para él el ser humano en su origen es algo indeterminado, y sólo nuestras elecciones y acciones forman nuestra personalidad. Pero si no existe una naturaleza común a todos los seres humanos, ¿por qué llamamos seres humanos a todos los seres humanos?, ¿en qué nos fijamos para reconocer en el otro a un semejante? Sartre introduce el concepto de “condición humana” que son los límites comunes a todos los hombres; serían los siguientes: 1. estar arrojado en el mundo; 2. tener que trabajar; 3. vivir en medio de los demás; 4. ser mortal. Todo individuo se ha tenido que enfrentar a estos hechos inevitables y ha resuelto de distintos modos los problemas vitales a los que conducen. Con estos cuatro puntos Sartre se refiere a la inevitable sociabilidad humana, a la inevitable libertad en la que vive el hombre y a la inevitable indigencia material de nuestra existencia, indigencia que obliga al trabajo y a las distintas formas de organización social que sobre el trabajo se levantan. Pero el hombre tiene la posibilidad de engañarse adoptando alguna forma de determinismo, esto es la mala fe, que es un estado de conocimiento y desconocimiento simultáneos. Por un lado se es consciente de la propia libertad, del futuro, que es lo que no es, y por otro lado, no se es consciente de que no se es lo que es, el pasado, así se enmascara la libertad y desaparece la angustia. La mala fe es un auto engañarse, mientras que la mentira es engañar a los demás
Y precisamente, es aquel "individuo" que en su disputa, sometido a la presión que supone vivir como proyecto, aún incompleto, cuando en ocasiones “cae”, pues es cierto que la existencia es el lugar del ser -en el mundo como “individuo” donde existe, pudiendo alcanzar todas sus posibilidad (un desarrollo personal) trazando metas e intentando cumplirlas. Pero en el mundo vive igualmente con los el "uno" (los otros), y puede llegar el momento en el que el ese “individuo en disputa” tras comprender su realidad que, por más que para muchos sea desatendida o pase inadvertida, tiene igualmente una “existencia” —más allá de aquello que es vida o, un vivir por vivir— también, se da cuenta de que no se ha creado a sí mismo, ni tampoco al mundo en el que se encuentra, sino que sencillamente está ahí (ahora parado e indeciso) sin un fundamento aparente o razón: sin motivo y, además, también se da cuenta (ahí-parado), de que “tampoco” ha escogido ser cómo es: una persona “un ente” que existe y que habrá de elegir unas opciones: posibilidades de vida y no otras, siendo en cualquier caso responsable de cuanto luego acontezca, dependiendo de aquellas, sus propias decisiones. Y es posible entonces, que ese “individuo en disputa” pase entonces a ser un individuo “en conflicto” consigo mismo; entiéndase: en disputa con la sociedad, por su libertad, pasando a estar en conflicto, no tanto dejando ya de creer pero sí, rindiéndose y gradualmente dejando de creer por encima de todo y de todos: en su libertad y experimentando esa ingrata sensación: el saberse abandonado a sí mismo: angustiado y escuchando lo que el “uno” (que no es ninguno y son todos) tiene que decirle; comenzando el entonces a disiparse en la mundanidad, en el dejarse llevar por el exterior, por lo que se dice, por lo que se piensa, por lo que no es nadie y son todos: la sociedad, sus estructuras que implantan lo que está bien y está mal, lo que se debe y no se debe pensar o hacer; corriendo entonces más peligro que nunca; peligro de dejar de vivir, o vivir propiamente; bien, porque no encontró, no escuchó, o dejo de escuchar su ser. Es por ello la necesidad inmediata de darse de baja, dejar de pertenecer, renunciar; enfocándonos en aquello que precisamos para iniciar nuestro peregrinar. Pues, y pese a no haber escogido (el individuo) ser o existir, y pese a no haber escogido todavía “su manera” de ser o existir, el ("ser que está ahí", el “individuo en disputa”) ha de saberse responsable de su propio camino, de su propio ser, tanto como si él mismo lo hubiese creado o construido; pues más allá de cualquier duda o contingencia posible, desacierto o incluso caída, comprende (tiene que comprender) que en existir y sólo en su existir se juega su ser: ser como decida él mismoser o no ser, y no como otros decidan que sea.
Mediocridad y Redes Sociales
De lo que se trata pues, es de no distraerse: buscar al ser nos hara más libres, pero hay que ser animoso y buscarlo, por supuesto la angustia está ahí cuando nos cuestionamos al ser; sin embargo, hay que afrontarla y ser-ahí, preguntar, no sucumbir a una existencia inauténtica y baldía: no siendo un: no-ser, o (Das Man) ( el “uno” – “los otros”) al que la cotidianidad y mediocridad le envuelven y determinan, valorando lo cotidiano y mediocre haciéndolo fundamento de su vida, ni creer falsos infinitos: como que la felicidad es eterna, o el amor dura para siempre, pues cuando estos falsos infinitos fallan, te dejaran pedaleando en el vacío.
I
Hay quien opina, aunque yo no termino de coincidir “que en la ética venidera florecerá un idealismo, independiente de dogmas y apriorismos metafísicos" pues, pienso que de los ideales fundados en la experiencia social, sólo pueden reforzar la misma doctrina existente en esa sociedad, reforzándola si cabe aun más, y desterrando definitivamente todas las posibilidades de advenimiento de lo propiamente humano, que jamás sobrepasará a ésta, sino más sucumbiendo bajo ella. Sin embargo, coincido en la idea que los ideales, representan un aliciente a la función humana del pensar; y que un ideal no es una fórmula de ninguna manera muerta, sino algo a perfeccionar y probar; aunque, y para que sirva debe ser concebida en función de unas posibilidades factibles: dirigidas, no tanto hacia lo social, como lo debería ser hacia lo individual.
II
La modernidad se construyó sobre aquella idea de la invención del individuo, proponiendo que cada individuo, por si mismo fijase sus propias metas según su voluntad y deseos, alcanzándola luego de una manera natural, es decir, dándole sentido a la propia vida. Pero, este entusiasmo hacia un individuo emancipado y autónomo, que perseguía ideales siendo capaz de auto determinarse —venida entonces de la Ilustración y algunas filosofías románticas, como las de Nietzsche o Hegel; entendiendo, aquella noción de individuo como ser emancipado (que advertimos, por ejemplo, cuando Nietzsche exalta al individuo criticando duramente a la sociedad) —se ha revelado hoy como una obra en la práctica, utópica; pues, para que aquello ocurriese deberían ser los propios individuos dentro de las sociedades (a las que pertenecen y “sirven”) quienes, deberían tomar aquel ideal por suyo; pero, cómo convencer en algo o para algo a aquel ciudadano ya presa de la esfera social y bajo la influencia de “los otros”, que ha perdido su autenticidad; más, cuando luego observando el conjunto de la sociedad, encontrar ese individuo que piensa y obra por cuenta propia –rigiéndose por sus propios valores es casi imposible– resultando más que una hipótesis, un imposible.
El hombre moderno se encuentra “arrojado” nos dice Heidegger, inmerso por completo en su cotidianidad, capturado por una “sociedad” que el mismo ha deificado. Heidegger utiliza un término das Man, traducido como el “uno”, pero quizá se entienda mejor como “ellos”, “los otros” o la publicidad misma, la esfera social u opinión pública, en definitiva: la sociedad, donde el hombre moderno subordinado “inauténtico” y “Mediocre” es de entrada incapaz de usar su imaginación, para concebir ideales que le propongan incluso a él mismo, un futuro distinto al presente del que participa, y unos ideales, principios por cuales luchar. Cuando un filósofo, intelectual o pensador enuncia ideales, para beneficio de éste: el individuo (el hombre) o, bien para mejorar la sociedad en la que vive “humanizándola”, la comprensión inmediata de estos ideales: razones, le resultan más difícil de entender o asimilar, cuanto más se elevan sobre sus propios prejuicios y la charlatanería y locuacidad convencional reinante en el ambiente social que le rodea; y lo mismo ocurre con la verdad, cuando la opinión ajena únicamente es fácil de entender, para quien le concuerda (ésta verdad), con rutinas “sus rutinas” secularmente practicadas. es por tanto, muy difícil para aquel ciudadano medio, entender todo aquello que de múltiples maneras para su bien le sea expuesto, cuando su imaginación no pone mayor originalidad en el concepto y la forma que se le muestra. De ahí, que el individuo, el ciudadano, se vuelva sumiso a la rutina, los prejuicios y la domesticación; volviéndose parte del rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no sólo no cuestiona sino que sigue ciegamente. aquí, es precisamente donde aquel concepto del ser, del hombre, que es pura posibilidad abierto a un sin número de posibilidades hacia fuera, se desmorona hacia adentro: colapsando, sucumbiendo; cuando encontrándose en el mundo (al sujeto) con los otros “ellos”, y “la sociedad” acabará indefectiblemente por definir lo que el individuo es, o será de manera particular, y terminando en lo que Heidegger define como una vida “inauténtica”, refiriéndose al respecto: (El uno [das Man, el ellos] despliega una auténtica dictadura. El uno, que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la suma de ellos) prescribe el modo de ser de la cotidianidad).
III
La sociedad, o la ingeniería social, ha dedicado siglos a crear su “buen-ciudadano”: dócil, maleable e ignorante de la realidad. Un ser prácticamente vegetativo (que durante la semana se levanta, trabajar, vuelve del trabajo, recoge a los hijos, cena, ve la televisión y se va a dormir) carente por completo de personalidad y contrario a la perfección (propia o ajena): insolidario y cómplice de intereses creados que, lo hacen un borrego necesario del rebaño dentro de la sociedad. Una sociedad, que no es “nada ni nadie determinado” sino una abstracción deificada por aquel que la deifica y la convierte en su nuevo ídolo, centro y referente de todo significado, mostrándosele como normalidad y medianía, y al tiempo “medida de todas las cosas”, siendo referente interiorizado por el ciudadano, y tendencia en aquellos individuos dirigidos o tentados hacia la mediocridad y el aplanamiento de sus posibilidades de "poder ser" (ellos mismos) , pasando a ser-inauténtico (como los otros), o como mucho, una caricatura deformada e irrisoria de cuanto puede ser. Pero, ¿por qué elegir no-ser, cuando se puede ser?
La mediocridad, nace de la angustia del individuo, una angustia estéril propia de de saberse, en su caso, pero no encontrarse jamás; una angustia pues, que puede ser superada; siéndolo en dos direcciones, una de ellas estéril (de la otra fructífera hablaré en otro momento) cuando superando durante su camino esa angustia, no es capaz de constituirse y verse a sí mismo, ni crear un proyecto de vida propio e individual; entonces (dejando de buscarse, cansado o porque quizá no quiso o supo buscar-se) más temiendo la soledad que deviene, buscará la pertenencia agregándose al grupo, o rebaño social, para luego integrarse en subgrupos o “clases” (política, asociaciones, etc.) siempre, guiado por el hēgemon-social: a estas alturas ya es un conformista, que no hará nada por si solo), y que como otros no aspira a otra cosa que lo propuesto en las directrices que gobiernen la sociedad a la que pertenece, como por ejemplo: casarse y tener hijos, comprar una casa, coche, hipotecarse, consumir lo innecesario (donde encuentra paz y felicidad) adoptar una opción política existente (de las dispuestas). Luego, en su vida complaciente, este sujeto (desprovisto de su ser) se vuelve con el tiempo rufián y escéptico, un cobarde siempre malhumorado, crítico ignorante que jamás aprenderá a amar: pues quien no se respeta y ama a sí mismo, sirviendo a otros, se odia y odiará todo lo demás. (En la previa determinación de lo que es posible o permitido intentar, la medianía vela sobre todo conato de excepción. Toda preeminencia queda silenciosamente nivelada. Todo lo originario se torna de la noche a la mañana banal, cual si fuera cosa ya largo tiempo conocida) – Heidegger..
El sujeto encuentra en este punto cierta paz, pues la sociedad libera al individuo de la responsabilidad de definir por sí mismo lo que es, pero igualmente: de la aventura que implica el verdadero conocimiento, así como del misterio de la existencia. El “uno” (“ellos”, la sociedad) anticipará desde este momento, siempre, todo juicio y decisión de aquel, despojado todo ciudadano de su responsabilidad. El “uno” puede, por así decirlo, darse el lujo de que constantemente 'se' recurra a él”. Existimos por lo tanto, y a la vista está, en un mundo que aparentemente ya ha sido descubierto, definido y conquistado, por “los otros”; y una vez que nos amoldamos a él, podemos aflojar, dejar de angustiarnos y dedicarnos a ser entretenidos por las maravillas que produce la sociedad iluminada. Nietzsche es contundente: “¡Cuán acogedor, cuán amigable se vuelve con nosotros el mundo tan pronto actuamos como todos los demás actúan y 'nos dejamos' ir como todo el mundo!” (Genealogía de la moral). Por tanto el mediocre será culto y admirador de la cultura, tanto como se pueda concebir cultura la basura que admira; una cultura y erudición de masas, impuesta, dentro de las sociedades occidentales, que bajo un disfraz pseudo-democrático esconde una estructura totalitaria (instrumentalismo incrustado) al mismo tiempo que es un ente capaz de reprimir todo cambio cualitativo: una realidad, ésta, por muy pocos conocida; pero de lo que ya se advirtió hace más de un siglo sucedería (En este artículo me aventuré a predecir algunos resultados de los cambios políticos propuestos entonces. Reducida a su expresión más sencilla, era la tesis mantenida por mí que, si no se tomaban las precauciones debidas, a un aumento de la libertad aparente, seguiría una disminución de la libertad real. Nada ha venido después que modifique la creencia entonces expresada. Medidas dictatoriales, rápidamente multiplicadas, han tendido de continuo, por dos caminos diferentes, a mermar las libertades individuales. –EL INDIVIDUO CONTRA EL ESTADO –H. Spencer. A partir de la versión española de A. Gómez Pinilla (F. Sempere y Cª editores, Valencia s.f.)
Pero el “mediocre” no tiene idea del contexto en el que se desenvuelve; menos aún qué es cultura, pues no sabe ni entiende de ella. Identificando, por ejemplo, la música clónica y de un mismo patrón como cultura e, igualmente, con los cánones de belleza (o modas) que son igualmente ficticios e impuestos, y no se dan sino como producto de la ilusión creada —y quien vive de ilusión es un iluso— cuando el que exista un ideal, no desprecia que lo real, por el contrario de lo ideal, sea igualmente bello, aunque no admirado y deseado por este mediocre, que se sentirá más realizado imitando algo o alguien: un cantante por ejemplo; o bien, siempre le quedará la moda: llevando el mismo corte de pelo, barba o ropa que otros; contentándose con aquello que se le ofrece, pues no es capaz de interpretar otras vías de realización y aceptación que no sean las impuestas. Luego, posiblemente, buscará ideales de singularidad que le pretendan diferente: único, pero que le son igualmente impuestos, por ejemplo por medio del coche se anuncia (en la televisión- publicidad) que conducirlo hará de su propietario alguien diferente, cuando no es sino otro borrego más. Así, distinguimos a los mediocres fácilmente: unos acomodados y otros no tanto, pero todos dentro del rebaño: viviendo sin una voz propia, o se advierta de su existencia pues la sociedad quiere y piensa por ellos, y por tanto absortos en el consumo, y caracterizados principalmente por aquello tan banal y frívolo que llamamos: la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad que antes en diarios, televisiones o radios, pero ahora materializándose de manera omnipresente en las redes sociales, en (un estar siempre-ahí) conectados al flujo de información, a la voz de lo convencional ( aceptado por acuerdo) y, donde esta red-social es prisión, enredamiento y literalmente una emboscada mental, un caer cautivos del caos enajenante de la muchedumbre, lo que Heidegger llama das Verfallen. Armados por la tecnología –que será el centro de la crítica posterior de Heidegger– y envalentonados por tener una voz, comentar publicar, seran capaces de penetrar en la distancia y en todas partes, decidiendo –a su entender– lo que es el ser y definirlo para los demás; pero nunca alcanzando un fin, jamás preguntándose por su libertad: son esa sombra proyectada gracias a la cual algunos valoramos tanto la luz.
Los mediocres, como vemos, son unos genios vanidosos que se muestran como verdaderos ignorantes, señores del hablar repetidor, superficial, trivial, el chisme, el consumo y la circulación rápida de información o basura. Mostrando un no conocimiento o un conocimiento de las cosas “a la ligera” banal y sin “fundamento” o que, sin embargo, se presenta como autoritario en la sociedad, y crea la media o el parámetro general en redes y medios, diseminando así, y nivelando hacia abajo, la capacidad de entendimiento de los individuos (cada día más ignorantes y tontos): refiero, por supuesto “esa posibilidad (imposible) de comprenderlo todo, sin apropiarse previamente de la cosa y, por tanto de cuando “La comprensión media del lector, podrá jamás discernir entre lo genuino que ha sido conquistado y alcanzado originariamente a través del conocimiento o experiencia y lo que meramente es repetido por aquel al que escucha” estableciendo así el imperio de la 'opinión'; opinión que Platón tanto criticaba, pero sobre todo despreciaba a quienes hacían del falso conocimiento adquirido y de la apariencia un medio de lucro personal o de ascendencia social. En este sentido: Sócrates sabía muy bien lo que se hacía, no queriendo escribir nada pues, ¿en manos de quién caería el sabio pensamiento? ¿Y qué haría luego? No le faltaba razón, de ser esta la causa; pues ocurre, cuando en manos del que luego con ese conocimiento y como si fuese propio, dicen saber y nada saben de nada, no reconociendo jamás de su ignorancia. Ignorancia, casi siempre facultada en la de los demás; pues normalmente resulta del que menos capacidad de pensar tiene, aquel que precisa de los pensamientos de otros y en la cita redundada de éstos una vez y otra recitándola, fundamenta y se fundamente ante los demás, y en aquello que en su esencia y razón verdadera en cuanto a origen y necesidades ciertas del preciso momento en que fue parido, ni idea lejana tenga. Siendo interpretado, en consecuencia, para fines que el deseo de reconocimiento, poder, ego y otras cosas iguales, similares o peores alimenta. Y aclaro: dije menos capacidad de pensar: "razonamiento a partir de las mismas fuentes etéreas donde nace el conocimiento". No dije "inteligencia", pues sabe dios que los hay muy inteligentes y, más hay listos) blandiendo tan preciado recurso: el pensamiento ajeno y sobreviviendo luego en consecuencia de él, utilizándole como herramienta.
luego, es precisamente en este sentido de reconocimiento y ascendencia social, cuando el ciudadano no puede ya como individuo ascender a, sino ascender como ciudadano, cuando este más se radicalizará, no aceptando nuevas ideas, opiniones o formas de ser distintas a las que entiende o ha aprendido y hecho propias a lo largo del tiempo (las únicas que entiende y conoce) dentro de la tradición a la que pertenece, sin darse cuenta o sin importarle, o incluso despreciando el hecho de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres y mujeres con ideas totalmente diferentes y contrarias al mismo tiempo. Pero de la mediocridad del indolente -que acata la voz de su amo como un perro, y desde esa seguridad que le da saber que hace y piensa lo que le dicen- se desprende que todo esto de da igual: no le importa, pues el mediocre está en perpetua lucha contra el idealista, al que intenta opacar desesperadamente toda acción, pues sabe que su existencia y ascenso depende de que el idealista nunca sea reconocido. Surgiendo entonces la peor faceta: el fanatismo, donde adoptando una moral radical artificial e impuesta -pues no existe una natural- al ser incapaz de decidir desde la subjetividad lo bueno y mejor para él y para todos (desde su propia perspectiva) denunciará y descalificara cualquier otra posibilidad de liberación de otros, pues no tiene dignidad, ni puede contribuir al bienestar de sus semejantes, aunque él piense que sí desde el maniqueísmo de pensar que todo lo que él hace esta bien, y lo que hacen otros está mal. Es algo que difícilmente se puede calificar de "persona" al no alcanzar esas mínimas cotas de dignidad que convierten a alguien en persona.
¿Culpable? No, no es un crimen ser así:
"El Dasein se comprende siempre a sí mismo desde su existencia, desde
una posibilidad de sí mismo: de ser sí mismo o de no serlo. El Dasein, o bien
ha escogido por sí mismo estas posibilidades, o bien, en muchos casos ha ido a
parar directamente en ellas, o incluso ha crecido do en ellas desde siempre. La
existencia es decidida en cada caso tan sólo por el Dasein, por si mismo,
tomando entre sus manos ser, o bien dejándose perderse " -Heidegger, ser
y tiempo. Lo que finalmente me lleva a concluir, a mi pesar, que
difícilmente las personas dentro de la sociedad, que viven y dependen de ella
puedan cambiarla, cuando por cualesquiera razones observamos que éstas
permanecen, pagando el precio por muy elevado que sea, sólo por permanecer en
ellas. No tanto como algunos pensamos: eludiendo la realidad de su ser, pues
parece que ciertamente su realidad es esa: estar-ahí como ciudadano, y no
anhelando otra, como individuo.
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