(LA PESTE - 00) - SOBRE LA HISTORIA DE LA SOCIALIZACIÓN DEL INDIVIDUO: sufrimiento y pasión A partir del texto (Sociology of Literature in Retrospective —LEO LÖWENTH / jordi Maqueda

Sobre la historia de la socialización del individuo: sufrimiento y pasión

A partir del texto (Sociology of Literature in Retrospective —Leo Löwenthal)
Acomodado al presente: a mi presente.
 

Somos juguetes de una ilusión que nos lleva a creer que hemos elaborado por nuestra cuenta lo que se nos impone desde afuera”— Emile Durkheim 

Cuando hablamos de la historia de la socialización del individuo, hablamos a la vez de su sufrimiento, y sin duda también de su pasión. Es la historia de la pasión del ser humano en su crisis siempre actual, la noticia soportada de la tensión, la promesa de aquel humanismo que dio paso a la ilustracion, el engaño y la muerte, que ha de poner de manifiesto la crisis permanente del individuo. Si este expresa la condición permanente de la crisis y en qué medida lo hace, es un criterio (a partir del juicio) del carácter artístico de la literatura. Con ello entramos en el precario ámbito del margen, y de la marginalidad. La buena sociología de la literatura, interpreta lo que parece más alejado de la sociedad como la verdadera clave de la sociedad y especialmente de lo malo en ella. Como dice Victor Hugo: “Estamos todos condenados a muerte, si bien con una especie de aplazamiento incierto”. “Les hommes sont tous condamnés à mort avec des sursis indéfinis”: Tenemos una pausa y después la tierra ya no sabrá de nosotros. Algunos pasarán la pausa en apatía y aburrimiento, otros, los más sabios en pasiones (o aventuras) con arte y canto. Esto significa, que el arte es la única noticia (refleja) de lo que sería bueno en la vida y en las experiencias humanas: aquella promesa de felicidad, que luego no se cumple (quizá: porque no se busca e insista en ello).

El artista mira el mundo de forma sesgada. En tanto mira el mundo de forma torcida, para poder verlo a derechas: correctamente, pues en realidad está distorsionado. El artista no es un cartesiano, sino un polemista orientado a lo idiosincrático, a aquello que se sale fuera del sistema, dicho de otro modo, está preocupado por los enormes costes que este supone para el ser humano, y eso lo convierte en un aliado de la crítica, es decir, de la perspectiva crítica, que es parte de la praxis crítica.. De este modo el poeta se convierte en un aliado allí donde es la voz del colectivo de los parias, de los pobres, de los mendigos, de los criminales, de los locos, es decir, de todos aquellos que cargan con el peso de la sociedad. Aquí se muestra igualmente la auténtica dialéctica (lógica) del arte, que, en el sentido de la cita de Adorno, vuelve absurda su interpretación como mera ideología. En la fantasía mediada del poeta, que llega más cerca de la realidad que la realidad no intervenida, el colectivo humano excluido de los beneficios y privilegios se hace visible como la verdadera y primera naturaleza de lo humano. La posibilidad de la humanidad verdadera se revela en el colectivo de la miseria y la locura no como desfiguración (o fealdad), sino como denuncia inherente. Se trata de la ironía dialéctica del artista literario, a saber: que quienes menos satisfacen el concepto ideológico (ideal) y, en un sentido banal de individuo son los que portan el signo de la humanidad autónoma liberada. Son el tumor de una sociedad que los ha arrojado al margen, y son moralistas por derecho propio. Todos estos seres en los límites de lo humano, los mendigos, los canallas, los gitanos, los enfermos, representan la “carga” de la sociedad, a la que muchos de ellos no quieren pertenecer, o bien de la que han sido expulsados con violencia, luego y mientras son denunciados, acusados y encerrados, por su parte son también acusadores. Su mera existencia acusa a un mundo que ellos no hicieron ni propiciaron y que no quiere saber nada de ellos.

En la literatura o en el cine, vemos como el artista da voz a los perdedores. En tanto el artista da voz a estos hombres, puede intentar despertar un malestar en aquellos que han extraído beneficios del orden dominante: Las figuras marginales no sólo practican la función negativa de denunciar el orden social; a la vez, muestran la idea verdadera de lo humano; y ( aquí debemos prestar atención)  que sirven para manifestar las posibilidades ignoradas de una sociedad utópica realizable, donde cada uno tiene la libertad de ser su propio caso “especial”, con el resultado de que el propio fenómeno de la exclusión desaparece: (es la idea de lo utópico, pero dentro de lo normalizado socialmente, en los márgenes sociales, pero dentro de esos márgenes o límites de la forma). La sociedad de los marginados, los ladrones y los delincuentes que actúan en las zonas marginales son aquellos prototipos grotescos (que el subconsciente —la sombra— nos muestra) de esa utopía: donde cada cual trabaja según sus capacidades y todo se comparte con todos. (Por supuesto que se precisa de una mirada en ángulo penetrante, para atisbar la posibilidad de la forma oculta, que el inconsciente muestra, más allá de la imagen que proyecta: de humillación de los excluidos). Pero este idealismo utópico, sale a la luz claramente en La gitanilla de Cervantes, donde el jefe del clan dice: “Nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda del otro; libres vivimos de la amarga pestilencia de los celos”Así describe Cervantes, en el umbral de la nueva sociedad, las leyes con las que esta funciona y las confronta con la medida que ella misma ha proclamado: el individuo autónomo y moralmente responsable. Sólo cabe encontrar a este ser humano independiente y consciente de su responsabilidad en los márgenes de la sociedad, la cual lo ha producido y expulsado a la vez.

Don Quijote es, aquel de carácter noble, en el que la condición de caballero (andante) lo convierte en su locura, y donde encontramos la naturaleza aventurera del mismo, inserta en medio de la situación fija y establecida de una realidad exactamente descrita y determinada según sus circunstancias externas… En su locura, Don Quijote posee un ánimo completamente seguro de sí mismo y de su causa o, mejor dicho: solo esto es ya la locura de que esté y permanezca tan seguro de sí y de su asunto (de su vida). Dicho brevemente, en él, y a través de él, se realiza la identidad de teoría y praxis: en cada situación está loco, es decir, es normal; en cada encuentro es irracional, es decir, racional. Es el único realmente feliz, y casi realizado, y lo es justamente porque ve la sociedad críticamente torcida y, en su forma fantástica, la pone derecha. Es la realización del potencial del individuo en tanto convierte su idealismo crítico en práctica. Su destrucción y muerte son en verdad la construcción de la utopía y el presentimiento anticipador de lo que debería llamarse “una vida”: vivir y animar la propia fantasía y no la fantasía (que pretenden que vivamos) pero que es la fantasía (impuesta) de otros, a nosotros. Es por tanto Don Quijote (El Quijote) una anticipación en la fantasía que permanece cerrada a la vista del mundo envilecido y humillado, que no ve su potencia y realidad. En el Quijote queda superado el límite entre el artista como voz narrativa y la figura de su imaginación, dirigido hacia la experiencia verdadera: la propia experiencia de uno mismo y sus propias sensaciones (deseos y actividad: fantasías realizadas) en el mundo.(En los 60, los ciudadanos de Estados Unidos al completo estuvieron subordinados a la fantasía (ajena a ellos, pero que hicieron suya) de un presidente John FK que quiso llegar a la luna: condicionando la vida y presupuesto de toda una nación, llevada de las fantasías de otro; Alemania no fue diferente 30 años antes, llevada y arrastrada al infierno de las fantasías lunáticas de Adolf H). Don Quijote es el símbolo de la crítica a esa sociedad, ya desde sus formas feudales tardías en torno al 1600, hasta el conformismo por completo ya manipulado del siglo XX y todavía más del presente (actual). Por ello, se entiende a Don Quijote como el símbolo ahistórico de un verdadero materialismo histórico: de los hombres que crean su historia no precisamente según su arbitrio, sino siendo capaces según las condiciones que heredaron (en el mundo) de generaciones pasadas. Son capaces de cambiar (el mundo) su mundo, para ellos (yo, el mío propio). Pero cuidado: igualmente el de todos nosotros, como sucede actualmente, a veces a través de formas creadas, dentro de la propia forma de la sociedad y subordinadas (a la forma mayor), hacia las que somos atraídos en la actualidad (Metaverso).

Stendhal, un maestro en el análisis de las experiencias de socialización y que, si bien en una forma en aquel (su tiempo) históricamente palidecido, anticipa el clima social, en que la experiencia verdadera es luego completamente arrollada por el conformismo general de la sociedad del siglo XX. Y esto es de hecho lo que caracteriza esencialmente la cultura de masas actual. Cuando Lucien, en la novela antes citada Lucien Leuwen, no es capaz de soportar la degenerada sociedad de la Restauración ni la mediocridad del nuevo mundo burgués, juega con la idea de viajar a América, como sucede también en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister. La cita habla por sí misma:

Lucien se sentía tan aburrido desde su llegada a Nancy, todas sus sensaciones eran tan oscuras, que malgastaba su tiempo con esta epístola republicana: “¿No sería mejor dejarlo todo y embarcarse a América…? No, se dijo finalmente a sí mismo, ¿para qué engañarse? Sería estúpido… En América me aburriría, entre hombres por completo justos y a menudo también razonables, pero incultos y que sólo tienen dólares en la cabeza. Me horroriza el sano y aburrido sentido común de un americano. Tengo la más alta estima por Washington, pero me aburre…”. Ciertamente: El aburrimiento es de hecho la consigna y la forma vivencial en la que el artista del siglo XIX, a su manera, dirige la perspectiva de la teoría crítica a las formas ya en construcción de la vida y la experiencia modernas, que luego definirán el siglo XX, como el siglo donde aparece el aburrimiento (como aquello definido: y que define al individuo que se aburre), y el inicio del siglo XXI, como el siglo donde matamos el aburrimiento: con juegos en red, redes sociales y metaversos, plataformas de difusión de series y películas, etc.

El análisis de la cultura de masas, a entender de Leo Löwenthal
resulta fácil asociarlo al concepto de aburrimiento. Hoy, a mi entender, y creo que a entender de cualquier observador crítico ocurre lo mismo, permitiendo desdeel aburrimiento: el acceso a lo decisivo, a saber, a la parálisis de la fantasía
que bloquea la experiencia artística (y cultural) por la que somos condicionados, y por tanto: dejando (dejamos) espacio libre a la manipulación (de la mano de esa cultura de masas que entra en nuestras casas a través de los medios). Pues cuando el individuo tiene el bienestar asegurado (cultura del bienestar) y lo tiene logrado, “inevitablemente cae en el aburrimiento, contra el cual intentará todo lo imaginable: baile, teatro, cine, publicaciones en redes, todo dentro de ente o forma social y de manera (consentida): luego, la pregunta a la respuesta ¿Cómo influye la cultura en la sociedad del bienestar?

Antaño en América, el análisis de la biografía popular tuvo otro significado. L. Löwenthal, lo explica mostrado en su trabajo sobre el triunfo de los ídolos de masas en algunas revistas americanas, señalando el cambio estructural en el tratamiento de la biografía popular durante el tránsito del capitalismo liberal al colectivismo manipulado: que hoy podemos identificar (imperante) igualmente en nuestras sociedades occidentales. Lo llamó el tránsito de los ídolos de la producción, a los ídolos del consumo. Mientras que en torno al cambio de siglo, los llamados “héroes” eran los portadores de la producción, progresivamente fueron convirtiéndose al final de los años treinta y al comienzo de los cuarenta (S. XX) en deportistas, o entertainer (animadores, no sé si es una buena traducción al castellano), pero dirijámonos a los protagonistas (artistas) especialmente del cine, donde lo que aparecía en ellos como más importante eran los asuntos privados en lugar de las funciones productivas. La identificación que la cultura de masas ofrecía a sus espectadores ya no era el ascenso del empresario al éxito (en la fábrica), sino con la imitación del consumo: reflejado de aquellos protagonistas de la pantalla que fumaban tabaco, bebían y andaban de fiestas (ofreciendo un estereotipo). En última instancia, en el fenómeno americano se reflejan ciertos rasgos idénticos o parecidos al fenómeno alemán, francés o español si bien en otros contextos políticos. Así lo expresó entonces Löwenthal: 

Pero el abismo entre lo que puede hacer un hombre común y las fuerzas y poderes que de hecho deciden sobre su vida, se ha vuelto tan infranqueable que este hombre se desliza de buena gana hacia la identificación con la mediocridad, incluso con el aburrimiento filisteo. Para el hombre sencillo de la calle, a quien le han arrancado el sueño de Horatio Alger (El "sueño americano", que en la actualidad es una "farsa", asegura el economista y filósofo Daniel Markovits ), quien desespera por no poder comprender la complejidad de las elevadas estrategias de la política y los negocios, significa un consuelo que sus héroes sean una pandilla de tipos simpáticos a quienes les gusta o no les gusta los cigarros, el zumo de tomate, el golf o las fiestas – como a él mismo: y con lo que se identifica. Sabe por lo tanto, de las películas de sus ídolos cómo debe comportarse en el ámbito del consumo (que comprar, como vestir y obrar) y aquí tampoco puede cometer ningún error. Luego su horizonte se ha estrechado: lo ha hecho, estrechándolo el mismo: se ha definido en una forma a través de la sombra de aquellos: en el reflejo proyectado de aquellos). Pero es luego, y justo por eso, que experimentará la satisfacción de participar en las preocupaciones y dichas de los grandes, aunque solo los ve por televisión y es confirmado en sus propias preocupaciones y alegrías (al ver los noticiarios) se identifica con aquello que le sucede a los que imita. Luego Los grandes y desconcertantes problemas de la política y la economía, las contradicciones y conflictos sociales, se retiran para él detrás de su vivencia de saberse uno con los grandes y superior en el mundo del consumo.


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