Heidegger: La angustia como horizonte / Jorge maqueda merchán / jordi maqueda

 

La angustia como horizonte―La angustia, como todo, ha sido entendida en tanto aquello que es a las personas y para las personas, dependiendo de cada momento, cultura y época, por lo que las causas y consecuencias de esta→ angustia, depende de cada uno i contexto en el que se ubiquen. Aun así  al igual que otras emociones o conductas, la angustia es experimentada por todos nosotros→ las personas de una forma parecida, pudiendo presentarse ante una situación de amenaza o enfermedad seria, como el cáncer, por ejemplo, o también escuetamente como una duda de tipo religioso, o filosófico. La angustia, en todo caso, denota una firma distintiva y a la vez estática: la nitidez con la que el individuo capta el fenómeno se atenúa donde no hay propensión al escape, es decir, no hay una predisposición motora en el organismo que lo capacite, en principio para ponerse en marcha→ queda atrapado en esa esfera de angustia. Sin embargo, la angustia puede ser adaptativa y acomodarse dependiendo de su magnitud del tipo de individuo que la padece y de su respuesta / pues precisamente es una situación que predispone a tener que moverse de esa situación angustiosa a otra que no lo sea. Por lo tanto, el conflicto puede repercutir, negativamente o no, en el comportamiento y la salud, como más adelante y dentro ya del concepto, entenderemos a partir de Kierkegaard.

Para los filósofos, ninguna otra ciencia como la filosofía ha conseguido ocuparse tan profundamente de aquello que es primordial en el hombre y para sí mismo y, por consiguiente: de la angustia en sí misma; y es por esta razón que afirman que solo a partir de sus propios postulados filosóficos se puede explicar el contenido histórico y el concepto de angustia (si bien observaremos que tales postulados varían). En este sentido, adentrándonos en el concepto filosófico y definido, nos encontramos frente a una angustia primaria y existencial (Kierkegaard) originaria a partir de la misma entidad del individuo sano; venida o, mejor sería decir: una angustia surgida del hecho mismo de vivir y convivir. Pero prestemos atención a las palabras de Kierkegaard, pues es esta una angustia controlable― y digamos que de alguna manera, incluso sana― “pues es capaz de dinamizar aspectos creativos de la persona, facilitando el rendimiento y la motivación para la realización de proyectos” (Kierkegaard, 1844).

Kierkegaard, considera que el origen de la angustia que el individuo experimenta, se encuentra en su libertad y de esta libertad, y dadas todas las posibilidades (de elegir) surge la posibilidad de fallo, es decir: surge la angustia ante la posibilidad de error; de no tomar la decisión correcta y no alcanzar la meta final: llegando a nada. Pero en Kierkegaard, la Nada, en su sentido más general, no significa el final de todo /ausencia absoluta: muerte, como puede significar para otros pensadores. Kierkegaard nunca podría centrarse en esa Nada, pues no la percibe siquiera como una idea, sino que percibe la nada como la posibilidad de no acertar en el uso de la libertad del individuo, en tanto que a las posibilidades no se actúe de forma adecuada y, por tanto, habla de un presentimiento que es propio, de una nada sumergida en la propia existencia y posibilidades del individuo que yerra y no llega a nada: quedándose en nada. Sin embargo, Heidegger tomará este concepto de Kierkegaard, pero entendiendo y afirmando que la angustia está formada por un doble carácter; de un lado: un fenómeno de hundimiento de los puntos de apoyo; del otro: como generadora de una máxima quietud que deja al individuo que la sufre clavado y fijo en ese nuevo ‘vacío’ (la nada) que surge ante él. Hablamos, por tanto, de una nada y un vacío subjetivo. Luego, y en relación con los afectos (o estados de ánimo) Heidegger se pronuncia, afirmando: “Lo que en el orden relacionado con el ente designamos con el término de disposición afectiva es, en tanto a este ente, lo más conocido y cotidiano es: el estado de ánimo, el temple anímico”- (Heidegger).

Adivinamos de las palabras anteriores, lo que va a suponer en adelante la disposición afectiva o estados de ánimo, en lo concerniente al pensamiento de Heidegger, encontrando precisamente en la angustia una nueva dimensión a su pensamiento (atrapado de una idea). Sin embargo, esta atención que Heidegger mostrará hacia los sentimientos ― muy criticada por cierto dentro de la filosofía― podría suponer, o poner de manifiesto, que la reflexión no vendría tanto de la vía de la razón, como relacionado con un problema o aflicción- (L. Sáez)— y que sobreviene a través o por medio de este sentimiento [La angustia patológica refleja una reacción desproporcionada respecto a la situación que se presenta; este tipo de angustia es estereotipada, revive continuamente el pasado, e imagina un conflicto tal vez inexistente ―(Ayuso, 1988) ...//... Puede darse el caso (en la angustia patológica) de que dichas crisis afloren de forma secundaria o simplemente que las acompañen otros trastornos... El sujeto no se ve capaz de iniciar una acción que alivie el sentimiento que está provocando esa angustia; ese estado de indefensión es el que le impide a moverse de ser→ libre. Como consecuencia, esto conlleva un grave y marcado deterioro del funcionamiento fisiológico, psicológico y social del individuo ― Rev. Mal-Estar Subj. v.3 n.1 Fortaleza mar. 2003/ Juan Carlos Sierra; Virgilio Ortega; Ihab Zubeidat)].

Sin embargo, Heidegger no solo da una vuelta de tuerca a la angustia que toma de Kierkegaard, sino que se opone igualmente a la habitual manera de entender estos sentimientos y, por lo tanto: ‘sus propios sentimientos’ (pues hablamos de su entender aquí) afirmando: “estos no son algo irracional, pasajero, sin importancia; tienen, por el contrario, una función). De este modo, lo que se observa es a un Heidegger que se potencia sobre esos mismos afectos, como en una palanca y hacia delante y justificándose; pues él mismo señala que «la primera interpretación de los afectos fue realizada por Aristóteles en el marco de la psicología en el segundo libro de la Retórica». Por lo tanto, Heidegger se remonta primero hacia atrás y luego se prolonga sobre el pensamiento de Aristóteles, encontrando la doctrina de los afectos, ese punto de apoyo que valide y sostenga su teoría. Teniendo esto presente, e imbuido por su propia experiencia, Heidegger halla un significado a la disposición afectiva: lo que llevaría a una filosofía de las emociones ―o participada de las estas― en tanto, que los estados de ánimo son emociones que sentimos: pero, igualmente son [“aquellos sentimientos que hacen que la condición de un individuo se transforme, pudiendo ser de tal grado, que su juicio quede afectado y, siempre acompañados de placer o dolor” (Sobre las Emociones/ Aristóteles, trad. en 1994, 1378 a 20)]. Sin embargo: El estado de ánimo manifiesta el modo “como uno está y como a uno le va”. En este "como uno está", el temple anímico pone al ser en su “ahí”, afirma Heidegger. Pero, es en su análisis de la angustia (1), donde Heidegger tendrá muy en cuenta las reflexiones de Kierkegaard sobre la angustia, otorgando a la angustia un papel filosófico fundamental ―de la misma manera que Kierkegaard antes le otorgaba un carácter educativo― y que resulta de gran interés en nuestras consideraciones acerca de la Nada, a partir de la angustia, en Heidegger.

(1) «La disposición afectiva fundamental de la angustia como modo eminente de la apertura del Dasein»

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