Seamos realistas, el sentimiento trágico de la vida está pasando de moda; Es más, la consecuencia de vivir en una sociedad de individuos afanosos y siempre apresurados; pero, sobre todo, de huérfanos. Huérfanos, de mitos que olvidamos y dioses que nos abandonaron, bajo la creencia —en estos últimos— que volverían, y no lo hicieron. Personas, que hoy viven en un mundo liso, suave y aplanado, sin aquel imaginario desbordante de lo primitivo y todo lo que ello supone y, en su lugar, adoran superhéroes.
Nos afligimos, pero quien se aflige es porque quiere, o quiere llamar la atención. Nadie, absolutamente nadie con un mínimo de sentido común ha dicho o dijo nunca, que la vida necesitase garantías, ¿garantías de qué? Quién dice que larga y próspera, o debamos estar a salvo de desastres. Tragedias como las que hoy o mañana nos puedan alcanzar a nosotros, ya alcanzaron antes a otros, e igualmente, como especie, alcanzaron a todas en este planeta en un momento u otro y, al universo entero: cada día muere una estrella. Lo cierto es, que esta ansiedad perpetua del hombre, surge, precisamente, cuando la sociedad inventa al elemento indispensable para esta: el individuo y, en consecuencia, a partir de ese momento la relación entre organismo (hombre) y ecosistema se dificulta y problematiza. La angustia que sentimos es síntoma claro de esta fractura. Una fractura que se asienta con el tiempo cada vez con más fuerza funcionando, al punto de convertirse en motor del sistema actual, tanto en lo productivo, como en lo institucional: así nos encontramos viviendo en una cultura de la angustia y “el problema”. Problema nunca resuelto, entre lo individual y lo social, lo dicho y lo no dicho, lo singular y lo universal. Tensión y sentimiento trágico que, sin embargo, no es más que una convención cultural como cualquier otra. Por tanto, que estas dudas trágicas sobre el sentido o no de la vida no merecen ser tomadas en consideración: la realidad no necesita garantías. Lo absoluto y originario, por suerte para algunos de nosotros, sencillamente permanece —subyace— ahí fuera, y lo hace ante nuestros propios ojos, aunque a algunos no les guste mirar.
Más allá, esa la burbuja placentera y cómoda en la que vivimos, la desolación y desconfianza que sentimos al salir de esta, nos aterra. Y miramos al cosmos, no para aprender o conocerlo, sino buscando en él todo aquello que antes teníamos, que olvidamos y ya no encontramos en la tierra. Y para ello, nos apoyamos en ese nuevo dios llamado ciencia y en el trabajo. Sin embargo, este alejamiento de lo natural hace que sigamos precisando continuamente de explicaciones —como niños de vacaciones fuera de su casa— explicaciones para todo. Y la ciencia, puede explicar bastante, aunque luego no esté en lo todo lo cierto, aun así, tampoco las explicaciones nos consuelan, sabemos que existen 2000 exoplanetas; pero menos aún, esto solucionará nuestros más inmediatos problemas.
Al alejarnos de lo natural, ahora nos damos cuenta, dejamos atrás una parte importante y esencial de nosotros mismos. No solo nos convertimos en huérfanos, sino que también nos quedamos solos: solos y medio vacíos, en un pequeño lugar, en medio de un vasto universo que reconocemos inconcebiblemente violento y destructivo. Nos hemos quedado solos, mirándonos unos a otros, y sin poder entender nada.
1 - LA INTELIGENCIA
2 - HUERFANOS
3 - SOMOS EL RESULTADO DEL CAOS
4 - LIBRES, AUNQUE NOS CUESTE LA VIDA
5 - UNA MORAL SUBORDINADA
6 - EL ESTADO CONTRA EL INDIVIDUO
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