Hay un lugar olvidado al Ser, que es origen de todos los deseos e, igualmente, punto de partida en el que es forjado el destino de toda vida. Un lugar vivido antaño de manera absoluta, ahora deshabitado y, que de ser buscado habrá de hallarse en algún momento perdido y preciso de la niñez: apenas, sostenido éste en el presente sobre un reflejo indefinido que lentamente se derrumba, sobre el impreciso caudal del tiempo que advierte a remolino y, por ello la memoria siempre lo evita; pues yace sobre un laberinto cuyos caminos una vez transitados no permiten la huida, y donde la angustia resultara de todas partes al comprobar que podemos volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero jamás retornar sobre los propios pasos. De modo, que solo una esperanza alberga quien llegado a la mitad del camino conserve un hilo de cordura: "agarrarse a él con todas las fuerzas".
Ocurre, que aquellos fundamentos que gobiernan los misterios del universo, comienzan como engranajes de un viejo reloj a temblar, avanzando en movimiento infinito, sin vuelta atrás; cuando unos niños en la roca sentados, imaginando historias en silencio contemplan, con la vista perdida en el horizonte y la esperanza labrada en el tiempo, la difusa silueta de un sueño, forjado entre el murmullo sibilino del viento y el rugido furioso de olas que golpean los límites impuestos al mar.
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