LA ESCALERA DE JACOB



Bastaría  una noche, no más, para darse cuenta – extrapolando una expresión utilizada en física y exactas - que existen múltiples dimensiones en la mente, del mismo modo que coexisten  múltiples dimensiones en el espacio. Y así, del mismo modo que matemáticos y cosmólogos barajan  teorías y posibilidades, acerca de la existencia de infinidad de universos, independientes, los unos de los otros, sin dejar de formar parte de un mismo conjunto; no es necesario profundizar en ecuaciones eternas, para afirmar, que en modo semejante opera el subconsciente; desarrollándose, de manera paralela e inconexa al consciente y, sin por ello, dejar de formar parte de un mismo y único yo. Así, entendemos los sueños o bien, los estados inducidos de catarsis como profundas bifurcaciones, generadas, de manera espontánea sobre  mismo espacio en el que se manifiestan los pensamientos, si bien, surgiendo a un plano –normalmente superior o como poco distinto – ajeno éste, a las reglas físicas universales que rigen la vida, el espacio y el tiempo. Sin duda, esto motiva en el hombre, la posibilidad de experimentar un suceso singular e inquietante.

Por su puesto, desarrollar algún día de un modo controlado tales procesos, nos abriría las puertas que conducen entre inexplorados caminos hacia inimaginables fuentes de sabiduría y conocimientos, las cuales apenas podemos sospechar. Sin embargo, este ejercicio ya sea inducido o generado de manera involuntaria también abre los cerrojos de un espantoso laberinto, por el que transitan horrores y angustias; monstruosidades, que habitan en lo más profundo de cada uno de nosotros y, de los que la mayoría, no hemos oído hablar jamás.
           <Hay cosas que la inteligencia podría buscar por sí misma, pero que sola no  encontrará jamás. Son aquellas que el instinto encontraría, pero que nunca buscará>.                                                                                                                 (H. Bergson)

        La mente consciente, nos dice David J. Chalmers,  nos es a la vez, lo más familiar y lo más misterioso del mundo. Nada hay que conozcamos de forma más directa y, sin embargo, nada hay más complicado que ella>.. Lo cierto es, que averiguar de qué profundos secretos nos vela esa necesaria e infatigable compañera que nos da la razón y, nos niega el conocimiento de su compleja esencia, son las grandes metas que hoy por hoy ansían alcanzar los más avezados exploradores, de lo que se ha dado en llamar ciencia. Desvelar sus profundos enigmas parece, en principio, una ardua y difícil empresa. Pero, si complicado puede ser entender la mente consciente, cuánto más intrincado puede ser entender, el misterioso propósito que motiva al subconsciente:  Ese “Otro yo” como  lo llaman algunos, que despierta en el interior de todos nosotros, normalmente, durante el sueño estremeciendo nuestro bien merecido descanso; acelerando el pulso con sudores y sobresaltos; privándonos del descanso reparador y, cuyo origen luego, al despertar nos es tan embarazoso concretar. 

Ciertamente, a muchos infunde temor la visión de esa espesa selva reticular, hacia la que solo algunos curiosos -aventureros inquietos- de manera consciente se adentran; buscando la exótica naturaleza de aquellos manantiales etéreos de los cuales emanan caudalosos ríos de omnisciencia. Pero, dejando de un lado a Freud y su necio simbolismo pueril, relacionado con los sueños y, por el cual, todos y cada uno de nosotros somos en mayor o menor medida víctimas de patologías neuróticas y, por lo tanto enfermos; lo que es tanto como decir: que se trata de un proceso natural, y todos, en mayor o menor medida somos personas relativamente “normales”; desde hace tiempo me pregunto: si los sueños no son algo más que un amasijo de imágenes pertenecientes a la vida física; si no entrañan algún otro propósito al margen de lo que hoy algunos científicos entienden, como un aspecto fundamental de los mecanismos de la memoria, a la hora de deshacernos de innecesarios recuerdos.

A menudo por la noche, aprovechando los momentos de mayor silencio, mientras descanso estirado en la cama o en el sofá, con la vista fija en el techo, me pregunto, a solas, en la oscuridad, si entre los brumosos pasillos de ese laberinto no se halla perdida, olvidado entre los tejidos más antiguos del tiempo; un interruptor liberador de un mecanismo de ocultos propósitos que transita entre los intrincados significados de los sueños y, por el cual las personas seríamos capaces de abrir una puerta que ha permanecido cerrada desde el orígen de los tiempos. Por otro lado, es curioso darse cuenta y, esto lo observo a menudo, como la mayoría de la sociedad en occidente obvia los posibles significados dimanantes de tales experiencias, atribuyendo a tal evento un proceso natural, sin nada de particular, como lo puede ser un dolor de cabeza o las molestias que causa el estreñimiento. Pocos se detienen por un momento a pensar en el lóbrego y desconocido mundo onírico al que tan singulares imágenes pertenecen, sin reparar, en la importancia o no que para ellos pueda llegar a tener, cuanto menos intentar recordarlas, ya no digo comprenderlas. 

Modestamente, opino que deberíamos ser como poco cautos, en relación, a aquellos sucesos que de manera inconsciente nos abordan, así como con la subjetiva realidad que percibimos; precisamente debido a nuestra incapacidad de co-relacionar los múltiples y, a veces, incomprensibles sucesos que de ambos estados se derivan. Por mi parte, cuanto más  me adentro en mis pensamientos, me reafirmo en la creencia de la existencia de un algo – rehúso decir el que - parejo a nuestra realidad consciente donde posiblemente se encuentran registradas las claves de un complejo conocimiento que, sin embargo, no podemos observar de manera voluntaria y consciente. Se trataría, en todo caso, de una dimensión velada a nuestros sentidos ordinarios y, a la que de alguna manera el subconsciente tiene relativo acceso, asomándose de vez en cuando y del que quizá -quien sabe- de algún modo nos intenta salvaguardar.

De todos es conocido que el cerebro no es auto-suficiente; que se sirve de los distintos sentidos para crear la realidad subjetiva que la mayoría de nosotros percibimos, representando un sin fin de cosas, todas ajenas al mismo. Este, ayudado por los mecanismos de la memoria, ejercicios de comparación y la progresiva experiencia, lentamente va componiendo lo que todos llamamos consciencia – consciencia de sí mismo, y del mundo que le rodea -. Si este proceso se ve censurado o abortado por algún motivo, encontramos que la consciencia se ve drásticamente limitada; algo así como lo descrito por Platón, en su mito de la taberna. Lo cierto es, que el cerebro no sabe que un color existe hasta que no lo percibe; no distingue que un  amarillo es débil si no conoce diferentes tonos de  amarillo entre los que los poderlo procesar. Lo mismo ocurre con otros tipos de experiencias: es imposible determinar lo grande, o bien, que aquello que se observa es un armario, si no es comparándolo con medidas u otros objetos anteriormente procesados. De ello se deduce que la interacción con el mundo es fundamental, en el proceso de maduración Cognoscitiva. Luego, con el tiempo, la mente alcanza una cierta habilidad: aun si la información recibida sobre algún tipo de objeto, está fragmentada o es insuficiente, esta recrea una imagen totalmente completa, sobre la base de experiencias anteriormente adquiridas, mostrando un conjunto que total o parcialmente, no está siendo  observado. Ello quiere decir que el cerebro toma los elementos que le están siendo suministrados, o bien tiene almacenados, valiéndose de ellos para informarnos de aquello que, aunque no vemos, este puede comprender. Sin embargo, ¿Qué ocurriría si la mente, en este caso el subconsciente, percibiese sensaciones superiores, información ajena a los sentidos que poseemos? Sensaciones que el pudiese percibir, pero no explicar, pues no posee experiencias similares conscientes en que basarse, para poderlas representar. Evidentemente, no permanecería impasible. Lo más probable es que este se valiese de nuevo de aquello que tiene a mano, las imágenes y percepciones relativas a la vida cotidiana ya almacenadas, utilizándolas con la finalidad de representar las nuevas percepciones. De ahí posiblemente, el aparente caos y abstracción que sugieren los sueños. El problema sería tal, como tener que  explicar a un ciego los colores, quien sabe; pocos  entenderían el mensaje. Pero, Lo cierto es, que esa comunicación quizá existe.

         Me remito a  Schopenhauer, quien en su principio de la razón suficiente afirmó, que ”la única diferencia esencial entre el hombre y los animales es aquella facultad de conocimiento exclusivamente propia y totalmente particular del hombre, basada en el hecho de que el hombre tiene una  clase de representaciones de las cuales no participa ningún animal”. Huelga decir que se refiere, no a cosas sino a conceptos: representaciones abstractas en contraposición a las intuitivas de las cuales se extraen las primeras. Por algún motivo que supera toda posible explicación, los conceptos -por poner un ejemplo-, del espacio y el tiempo, aparecen en la mente humana surgidos de ningún lugar más allá de la única motivación de las propias ideas. La geometría es fruto de tales representaciones, llevadas al plano humano y. como con ella, ocurre con otros muchos conceptos y materias. Algo parecido le ocurrió Ramón Llull. Teólogo y visionario que retirado al monte Randa en busca de renovación espiritual, tras muchos días de ayuno y contemplación juro haber tenido una revelación. Plasmada en su gran arte o “ars magna” si bien, en su caso, la comunicación fue por medio de fórmulas que difícilmente, incluso el, parecía poder entender y menos aún hacer funcionar. 

         Pero... ¿de dónde surgen tales ideas? Nada surge de la nada. Sin embargo, en ocasiones los sueños y el subconsciente van más allá de ampliar las limitadas fronteras de nuestra consciencia, entablando relación directa con misteriosas fuerzas que se encuentran más allá de todo lógico razonamiento. Se trata en todo caso de personas que interpretan con asombrosa claridad y sorpresa, incluso para sí  mismos, la turba de imágenes que bombardea durante la vigilia nuestra consciencia. De la importancia que suponen los sueños, podemos encontrar claro ejemplos en la historia como e la biblia, testimonios de personas que un día se levantaron con laberintos en la cabeza, que desconocían cuando se fueron a acostar. Así, Giordano Bruno hace 500 años, proclamó en su cena de las cenizas, que el mundo era el efecto infinito de una causa infinita, además de escribir aquella frase famosa que decía “podemos afirmar con certidumbre que el universo es todo centro, o que el centro del universo está en todas partes y la circunferencia en ningún lugar”, entonces lo enjuiciaron y quemaron por ello; hoy, sin embargo, ningún científico negaría tan acertada revelación. De cómo Giordano llegó en aquel tiempo, no sólo a ésta, sino a otras muchas ideas, algunos afirman que fue ayudado por visiones y sueños. También  la propia Biblia, nos narra la historia de lo sucedido al  patriarca Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, quien salió de Berseba dirección a Jarán y al llegar a un lugar llamado luz, se dispuso a pasar allí la noche. En aquel lugar tuvo un sueño donde vio una enorme escalera anclada al suelo por la que subían y bajaban ángeles del cielo. Arriba, estaba el Señor, quien le señaló un camino profetizando así su destino. Al despertar tubo tanto miedo, que exclamó - ¡Qué terrible, nada menos que la casa de dios, y la puerta del cielo! –.

© Copyright 2009 – 2020 Jorge Maqueda Merchán

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