Se
mire como se mire, la vida es un cúmulo de desengaños, falacias y mentiras;
esto es obvio, al igual que es obvio que son pocas, muy pocas, una minoría las
personas que alcanzan de pleno sus verdaderas metas y propósitos en esta vida.
De otro lado, está la inmensa mayoría: aquellos que deberán conformarse con lo
que las circunstancias, el entorno, los acontecimientos o accidentes propios de
la vida, les permitan ser, a saber: serán lo que puedan (u otros les dejen
ser), más allá de lo que un día se propusieron ser. “Pues un hombre hace lo que puede, con lo que otros van dejando de él” –vino a decir, no
precisamente un ingenuo. Y, sin embargo, lo peor no es la capitulación de uno
mismo, de las propias aspiraciones: hincando la rodilla, viéndose agonizar
lentamente. No. Lo peor es angustia que sobre el horizonte envuelve la imprecisa
perspectiva del futuro que aguarda… esa mirada al fondo del abismo sabiendo,
que el siguiente paso conlleva hundirse de pleno en él, ignorando aquello
último en lo que se convertirán. Y todo, porque un día, el peor día de
sus vidas, sin duda, eligieron morir... algunos lentamente… dejando que se derrumbasen,
desvaneciéndose, paulatinamente todos sus sueños… Llegados a este punto, la angustia castiga con toda su furia el
alma.
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