Podría haber titulado esta entrada: “la
responsabilidad de vivir con nuestros padres”, pero entonces no tendría aquel sentido que le quiero dar,
más parecido a un consejo para adolescentes y no, no es a los adolescentes a
quienes me dirijo, o al menos no sólo a ellos. “La responsabilidad de vivir con
nuestros mayores” me pareció mejor título, en línea con lo que
quería decir; aunque, luego y pensándolo mejor, con los tiempos que corren “la
irresponsabilidad de no cuidar de nuestros mayores”pensé, podría ser el título adecuado: más acorde con aquello
que siento, que con lo que pienso, o incluso pueda aquí escribir.
Felipe Benítez Reyes publicó
allá por 2018 un poema titulado Residencia
de ancianos, (hoy
también lo vemos en su blog) en el
que se pueden leer unos versos hermosos y terribles, versos que
hablan de “una condensación de
tiempo inerte”, “un olor a pasado y a
morfina”, “los ojos que no miran
lo que miran” de “el miedo que recorre
los pasillos” y también habla de ese “tiempo que ha dejado
de ser vida”… poema, donde cobra sentido esa fatalidad, realidad de
aquello más egoísta e hipócrita de una sociedad utilitarista: el abandono, la soledad,
el sufrimiento y muerte de nuestros mayores en residencias. Residencias,
donde habita una muerte silenciosa y, a veces, la Inmundicia y el
maltrato; y que en muchos casos representa la obscenidad e hipocresía una
nuestra sociedad, que en lugar de ver en la experiencia un valor, ve a nuestros
mayores como inútiles y prescindibles. Sencillamente,
porque están fuera del mercado productivo, cuestan trabajo, dinero y no
producen. Mientras, ellos: los mayores, tan sólo tratan de no vivir y
morir en soledad; solicitando, de los hijos algo de atención, al menos una vez a
la semana que se los vaya a visitar, sólo eso. No quieren escuchar, y menos
sentir, que son un estorbo o un problema. Son unos padres, padres que no solo
les dieron la vida a sus hijos, sino que siempre estuvieron al lado de ellos en
las buenas y malas, levantándolos: en cada caída y en cada logro que tuvieron a
lo largo de sus vidas.
Apenas hace unas semanas,
cuidar o no de nuestros mayores en casa, podía parecer sólo una solución
afectuosa, que respondía en cada familia a unas determinadas condiciones. Por
desgracia, frente a la dolorosa actualidad, cuando la Epidemia del Covid-19
ha devastado la vida de tantos de nuestros abuelos y abierto las puertas de
geriátricos y residencias -donde poco menos muchos estaban
hacinados y desatendidos- una
realidad antes velada y ahora revelada a nuestros ojos que ha quedado expuesta:
dando a conocer la cara más amarga y desoladora de una situación terrible, ya
antes y más terrible ahora del abandono de nuestros mayores... muchos enfermos,
sin poder valerse por sí mismos; y razón misma por la que algunos
hijos toman la decisión de ingresarlos en un asilo, para que otros se ocupen de
ellos. Ese es el pago final de algunos hijos: insensibles
que solo miran su ombligo y por sí mismos, sin pensar que en algún momento de sus vidas
envejecerán, como sus padres, y que quizás estén sanos o no, y no querrán
que sus hijos los ignoren y los metan en un asilo: y si alguna vez
fueron mis padres hoy ya no son nada. Y el día que ya no estén en
la tierra, llorarán lamentándose diciendo: “pobre
mis padres, cuanto los amaba”... y uno piensa: cuánta desfachatez e hipocresía
tienen estos hijos, que no se acordaban de ellos en vida, cuando aquellos reclamaban que estuvieran a su lado y ponían excusas: excusa tras
excusa para no hacerse cargo. Conozco tantos casos que no me alcanzaría
para describir hijos/as hipócritas a las que te dicen en la cara: "no sabes
cuánto amaba a mis padres, daría cualquier cosa por..." Qué
vergüenza ajena me da escuchar esas palabras, cuando perfectamente sabes, es lo contrario. Finalmente
uno se pregunta, qué sentido tiene formar parte de una sociedad, durante tantos
años, para que luego ésta te olvide; qué sentido tiene criar hijos, durante
tantos años, para que luego éstos te abandonen; qué sentido tiene trabajar,
durante toda una vida, para al final no poder disfrutar de nada. Qué sentido
tiene para un hijo vivir con un perro: sacarlo a pasear, darlo de comer y
cuidarlo en la enfermedad y tener al padre encerrado. ¿Qué sentido tiene
nada?
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