Pensar la idea del suicidio


Pensar la idea del suicidio (Observaciones sobre el Suicidio - 4)

La mayoría de las personas no entienden necesario deliberar sobre su existencia, existir ya se concibe como implícito en todo lo que hacemos y no es necesario darle más vueltas. Sin embargo, reflexionar sobre la idea de la muerte: el suicidio, en este caso, nos permite abordar en primer plano la razón de la propia existencia, pues sólo por aquel, se pone en tela de juicio la importancia de ésta, moviéndonos a madurar en nuestras propias motivaciones, sueños y esperanzas; además, de en todo aquello que nos da seguridad. La enfermedad ayudó a pensar al enfermo; la certeza de la muerte mueve a reflexionar; y el suicidio nos obliga a deliberar seriamente sobre el sentido del mundo y la propia existencia. Dedicarse a tal empeño implica carácter y atrevimiento pues, tratamos con ello de sacar provecho a ese debate, donde entenderemos casi con toda seguridad que el suicidio debe permanecer en constante suspenso, como salida última que siempre debemos ver a distancia. Pero ¿por qué verla a distancia y, sencillamente, no contemplarla como opción? 

Coincido, que lo políticamente correcto en este caso, es descartarla definitivamente como opción: eso sería lo políticamente correcto. Sin embargo, como apunté al en el párrafo anterior, no se trata de un escrito “políticamente correcto” sino, que se trata más de “una evaluación, a modo de introspección, proponiéndolo como una experiencia de vida y proyecto propio”. Y llegado a lo subjetivo, entiendo, que una vida es autentica, cuando se tiene la posibilidad de elegir; pues, el peso de la existencia sólo puede llevarse con ligereza, cuando somos conscientes de que tenemos la libertad de terminar con nuestra vida; pues, a pesar de las dificultades, las restricciones y prejuicios es lo único que no nos puede ser arrebatado; y, precisamente esa libertad “ecuménica” nos empodera y procura la fuerza descomunal, que luego triunfa sobre los pesos que nos aplastan; de tal forma que encontremos un sinsentido a poner fin a nuestros días; o, por lo menos, a no hacerlo antes de haber demostrado hasta dónde podemos llegar. Aunque, y ciertamente, admitámoslo: los suicidas creen en su precocidad; y en no pocas ocasiones consuman su acto muchas veces antes de estar maduros, algunos siendo muy jóvenes; razón esta que hace de los suicidios algo horrible, precisamente, porque se destruye un destino en lugar de coronarlo. 

Buscando entender, puedo entender que un hombre/mujer quiera acabar con su vida: eso lo puedo entender y aceptar (todos deberíamos) pero, con matices: entendido, como el acto de culminación de un proyecto satisfactorio de vida, es decir, un proyecto puntual venido de la razón, “pensado con detenimiento” mediante un examen reflexivo y crítico; y jamás como resultado de un querer irreflexivo e inmediato. El final, si se quiere así, tiene que cultivarse como si fuera un huerto, eligiendo el momento más favorable de su desarrollo. Pero cuidado, aquí entramos en arenas movedizas, pues no me refiero al fenómeno, por ejemplo, de los famosos que se quitan la vida: “entendiendo, o pretendiendo con ello dar a entender a todos, que están en la cumbre y desean que se les recuerde así”. Eso es Falso. Normalmente tales suicidios se deben a abusos de drogas, alcohol, etc... Y una total falta de control en situaciones de estrés o presión extraordinarias, y una incapacidad manifiesta para controlar sus adicciones y a ellos mismos. 

Recuerdo la carta de suicidio de Kurt Cobain, donde podía leerse una cita de una canción de Neil Young: "Es mejor consumirse rápidamente que desaparecer poco a poco". Cierto que Kurt estaba en la cumbre, como artista: pero no así en lo personal, debido a sus problemas, problemas que le llevaron a hacer lo que hizo, y no otra cosa o razón. Lo cierto es, que el último y definitivo descenso a los infiernos de K. Cobain no fue sorprendente; y posiblemente, ya se había iniciado unos meses antes de que decidiese llevarse el cañón de una pistola a la barbilla, pero eso es otra historia. Sin embargo, precisamente ese carácter desesperanzador de la existencia: el desencanto ante la vida, se presenta no pocas veces a muchas personas ―en algunos casos como una especie de iluminación― como proceso de descubrimiento hacia una vida sin ornamentos; increíblemente dura; y en la que afloran esos sentimientos de desesperanza que todos hemos sentido en algún momento, ante los cuales tenemos siempre la posibilidad del suicidio. Porque ¿Quién no ha pensado en el suicidio alguna vez? Todos hemos pensado en algún momento en suicidarnos, así sea de forma remota o hipotética, hemos pretendido renegar de la vida deseando la muerte, pensamiento éste, y vinculo indisoluble, entre los que eligen el suicidio y los que no. Y, precisamente, es esa posibilidad, aunque la entendamos remota, de reflexionar sobre nuestro propio suicidio ―motivos, recursos, la disposición del lugar― y vernos muertos anticipadamente, la que nos ayuda, en gran medida, a replantear nuestra vida. De otro lado, negarnos esa posibilidad de sentirnos dueños de nuestra propia existencia o bien, ocultar nuestro pensamiento por miedo a lo que puedan decir los demás, es negar nuestra propia libertad y convertirnos en otro gusano envilecido, reptante sobre la carroña cósmica.

© Copyright 2003 - 2009 – 2020 Jorge Maqueda Merchán - All Rights Reserved
Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - SinObraDerivada 3.0 España

No hay comentarios:

Publicar un comentario