- J M Basquiat "SEE" 1985 - |
Si pretendemos averiguar de las cosas que acontecen de los hombres, lo más apropiado entonces, es mirar en los propios hombres. Por ello, en muchas ocasiones vuelvo la vista sobre mí mismo, buscando explicación a lo concreto, desde aquello a priori ambiguo o indefinido. Así no es igual para mí hablar de errores, que de mis propios errores que, por cierto, sólo han sido míos y por los que no puedo culpar a nadie más que a mí mismo.
Saltar del barco en el que probablemente hubiese encontrado “la felicidad” parece duro, pero lo hubiese sido más hundirme e irme a pique junto a las miserias que quedaron abordo. En la vida la cosa más fácil es equivocarse y lo más difícil darse cuenta uno de ello y reconocerlo. No hay deshonor en la retirada. El océano de la vida es enorme y sólo espero poder elegir mejor el momento y un nuevo rumbo. Siempre será difícil superar las propias indecisiones y echarse de nuevo a la mar, haciéndolo con naturalidad, olvidando, aquello que nos recuerde el pasado y nos pueda producir confusión o malestar; es por ello hay que saber elegir, evitando todo cuanto produce ese mal estar, o las personas que lo causan, que fingen afectos en lugar de tenerlos. Sin embargo, si hay algo en esta vida mucho peor que cometer errores es, precisamente, no cometerlos. Lo importante, es no rendirse jamás y buscar hasta encontrar nuestro lugar y destino. Somos nosotros, por nosotros y para nosotros los únicos responsables en el camino de nuestros actos, de nuestras emociones, pensamientos y nuestras decisiones; y, por lo tanto, tenemos la opción libre de decidir por qué, ante qué o ante quién nos consideramos responsables.
Carl Jung, afirmaba, “el hombre necesita encontrar un significado claro a su vida, para así poder continuar su camino en el mundo: sin ese significado, las personas estamos pérdidas en la nada, en tierra de nadie, deambulando el laberinto de la existencia”. Generalmente, el sentido ―a pesar de que esté mismo surja desde lo íntimo y personal― acaba culminando en unos valores universales, que de forma regular, coinciden generalmente con los sistemas culturales, religiosos o filosóficos de la sociedad en la que vivimos. Reconocemos así, que es la conciencia social el instrumento que nos lo revela. Esto quiere decir, que la conexión con el otro o los otros es importante (?) para no perder la dirección correcta, y encontrar sentido a lo que hacemos en la vida; igual ocurre con los vínculos afectivos (familia, amigos, pareja) siempre y cuando, no se ponga toda la responsabilidad de ser feliz en ellos. Entiéndase vivir por y para ellos esperando (olvidándonos por completo de nosotros mismos), un error éste en el que se cae de manera recurrente y del que luego con los años, sobreviene pesar y arrepentimiento. Pero dicho esto, de alguna forma todos entendemos, generalmente, que una vida con sentido es una vida arraigada en lo social.
Cuando uno se individualiza más allá de cierto punto, separándose demasiado de los demás hombres o cosas, se encuentra incomunicado con las fuentes de las que se nutre. Y, en ese vacío extraordinario, no queda otra cosa más que reflexionar entorno a las propias miserias. No encontrando objeto de juicio sobre otra cosa, más que sobre la nada en la que se asienta, y la tristeza que es su consecuencia. Por lo tanto se trata, por encima de sólo reflexionar, de hacerlo adoptando una condición reflexiva apropiada, que permita indagar en nuestro interior, encontrando en ello lo propósitos necesarios. Y si bien es cierto es que existen múltiples maneras de definir el sentido de la vida (tantas como personas) e, incluso, podemos cambiar nuestro propósito vital a lo largo de nuestra existencia. Se resuelve, que lo que importa primordialmente, no es dar un sentido de la vida a nivel general o universal, sino más bien de encontrar ese significado que otorgamos a un momento dado, comprendiendo, que es a nosotros a quienes se nos inquiere: contestando al sentido de la vida, respondiendo a nuestra propia vida. Pues, aunque hayamos invertido tiempo, energía, esfuerzo y corazón, la vida, a veces, no es justa. Y cuando las cosas van mal dadas, siempre tenemos dos opciones: aceptar que no podemos cambiar lo ocurrido y, por tanto, somos víctimas de las circunstancias; o bien, aceptar que efectivamente no podemos cambiar lo que nos ha ocurrido pero, sí nuestra actitud hacia ello. Pues el sentido de la vida siempre está cambiado: nunca cesa y a cada momento tenemos la oportunidad de tomar decisiones que determinan, si quedamos sujetos a las propias circunstancias o si bien actuamos con dignidad, responsabilidad y libres de las trampas del placer y la satisfacción inmediata.
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