Entiendo que no hay razón para acercarse al abismo, ni siquiera por curiosidad: muchos se hunden de bruces en él y, aun así, me acerqué, caminando largo por su borde: tomando plenamente conciencia de él; si bien, y para ser honesto, he de decir que siempre lo advertí de lejos. Sencillamente, estaba ahí, siempre lo está, aunque no puedas verlo. Durante algún tiempo y en la medida que mi entendimiento podía tolerar, acercándome, intentaba entender, comprender lo que ese colosal y angustioso vacío representa. Buscaba con mis propios ojos un fondo, solo con la esperanza de hallar algo perceptible, pero jamás encontré nada más allá de simas sombrías, de las se intuyen oquedades y antros, cavernas sin número que bosquejan fronteras entre mente y mundo. Un vacío, que con el tiempo, a medida que lo contemplas, te abraza y revela aquello más absoluto, invitándote hacia lugares entregados a la embriaguez de lo múltiple, mientras que, irremediablemente, apenas se advierte la pérdida paulatina de todo horizonte, y el contacto con el mundo. Pasado ese punto, mirar o no es irrelevante, pues es solo otro modo de permanecer.
Pero, por encima de curiosidad alguna (y sabemos que la curiosidad mato al gato) es la ausencia de sentido que no encontramos a la propia existencia, la que nos avoca definitivamente al vacío, en una espiral desgarradora, donde el significado de la propia vida va desapareciendo y solo queda sufrimiento; desconectando, por completo con el mundo que nos rodea. La vida puede frustrarse, entonces, cuando las metas y objetivos ―el choque entre expectativas y realidad― no terminan de realizarse. Es tan dramática la apatía en ese momento que únicamente la decepción y el desencanto hacen acto de presencia en nosotros, al igual, que cuando una crisis amenaza nuestra seguridad haciendo acto de presencia, no encontrando los pertrechos adecuados para hacerla frente. Todo ello desemboca, ineludiblemente, en una profunda etapa de naufragio personal, que nos vacía por dentro y, en ocasiones, nos lleva hacia un descomunal páramo, en el que perdemos por completo la orientación, así como la capacidad de conectar y relacionarnos con el mundo y otras personas. Penetramos un estado de neurosis existencial: entendida, como “el fracaso para encontrar significado a la vida, donde uno no tiene ninguna razón para vivir, para luchar, para esperar… y es incapaz de encontrar una meta o una directriz, no albergando ninguna aspiración en la vida”. Pues, seamos sinceros, de alguna forma, todos albergamos esa necesidad imperante de hacer algo con nuestra vida: algo, que sea no únicamente bueno, sino también hecho por nosotros y nos reconforte. Por lo tanto, el sentido de nuestra vida está relacionado, en gran medida con nuestro propio destino, a través de aquello que amamos, deseamos o necesitamos; y es a través de ese querer, que procuramos nuestro desarrollo y libertad, ya que viviendo plenamente la libertad trasciende, y comprendemos que el sentido de la vida no se reduce ―jamás debe hacerlo― solo a lo material y finito; sino que esta debe ir más allá. El problema es cuando esto no ocurre como se esperaba, y las circunstancias impiden que podamos cumplir las expectativas de nuestros proyectos.
saber más: En busca de un Sentido
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