La Nada y el Hombre/ Jordi Maqueda / Aceuchal - Badajoz, 21 de Enero de 2023
Heidegger
LA ANGUSTIA COMO HORIZONTE
La angustia, como todo, ha sido entendida en tanto a, qué es
a las personas y para las personas, dependiendo de cada momento, cultura y
época, por lo que las causas y consecuencias de esta, dependen del contexto en
el que se ubiquen. Aun así, y al igual que otras emociones o conductas, la
angustia es experimentada por todos nosotros, los seres humanos de una forma
parecida, pudiendo presentarse ante una situación de amenaza: una enfermedad
seria, como el cáncer, por ejemplo, o escuetamente como una duda de tipo
religioso, o filosófico. "La
angustia, en todo caso, denota una firma distintiva y a la vez estática: la
nitidez con la que el individuo capta el fenómeno se atenúa donde no hay
propensión al escape, es decir, no hay una predisposición motora en el
organismo que lo capacite, en principio, para ponerse en marcha". Sin
embargo, la angustia puede ser adaptativa y acomodarse dependiendo de su
magnitud, del tipo de individuo que la padece y su respuesta. Por lo tanto,
"el conflicto puede repercutir, negativamente o no, sobre el
comportamiento y la salud" como más adelante, dentro ya del concepto,
entenderemos a partir de Kierkegaard.
Para los filósofos, ninguna otra ciencia como la
filosofía ha conseguido ocuparse tan profundamente de aquello que es primordial
en el hombre y para sí mismo y, por consiguiente: de la angustia en sí misma; y
es por esta razón que afirman que solo a partir de sus propios postulados
filosóficos se puede explicar el contenido histórico y concepto de angustia (si
bien observaremos que tales postulados varían). En este sentido, adentrándonos
en el concepto filosófico definido, nos encontramos frente a una angustia
primaria y existencial (Kierkegaard) originaria a partir de la misma entidad
del individuo sano; venida o, mejor sería
decir: una angustia surgida del hecho mismo de vivir y convivir. Pero
prestemos atención a las palabras de Kierkegaard, pues es esta una angustia controlable―
y digamos que de alguna manera, que incluso sana― “pues es capaz de dinamizar aspectos creativos de la persona,
facilitando el rendimiento y la motivación para la realización de proyectos”
(Kierkegaard, 1844). Kierkegaard,
considera que el origen de la angustia que el individuo experimenta, se
encuentra en su libertad y de esta libertad, y dadas todas las posibilidades
(de elegir) surge la posibilidad de fallo, es decir: surge la angustia ante la
posibilidad de error; de no tomar la decisión correcta y no alcanzar la meta
final: llegar a nada. Pero en Kierkegaard, la Nada, en su sentido más general,
no significa el final de todo /ausencia absoluta: muerte, como puede significar
para otros pensadores: él nunca podría centrarse en esa Nada, pues no la
percibe siquiera como una idea, sino que percibe la nada como la posibilidad de
no acertar en el uso de la libertad del individuo, en tanto que a las
posibilidades no se actúe de forma adecuada; y, por tanto, habla de un
presentimiento que es propio, de una nada sumergida en la propia existencia y
posibilidades del individuo que yerra y no llega a nada: quedándose en nada.
Sin embargo, Heidegger tomará este concepto de Kierkegaard, pero entendiendo y
afirmando que la angustia está formada por un doble carácter; de un lado: un fenómeno de hundimiento de los puntos de
apoyo; del otro: como generadora de una máxima quietud que deja al individuo
que la sufre clavado y fijo en ese nuevo ‘vacío’
(la nada) que surge ante él. Hablamos por tanto de una nada y un vacio
subjetivo. Luego, y en relación con los afectos (o estados de ánimo) Heidegger
se pronuncia, afirmando: “Lo que en el
orden relacionado con el ente designamos con el término de disposición afectiva
es, en tanto a este ente, lo más conocido y cotidiano es: el estado de ánimo,
el temple anímico”- (Heidegger).
Adivinamos, de las palabras anteriores, lo que va a suponer
en adelante la disposición afectiva o estados de ánimo, en lo concerniente al
pensamiento de Heidegger, encontrando precisamente en la angustia una nueva
dimensión a su pensamiento. Sin embargo, esta atención que Heidegger mostrara
hacia los sentimientos ― muy criticada por cierto dentro de la filosofía― podría suponer, o poner de manifiesto, que
la reflexión no vendría tanto de la vía de la razón, como relacionado con un
problema o aflicción- (L. Sáez)— y que sobreviene a través
o por medio de este sentimiento [La
angustia patológica refleja una reacción desproporcionada respecto a la
situación que se presenta; este tipo de angustia es estereotipada, revive
continuamente el pasado, e imagina un conflicto tal vez inexistente ―(Ayuso,
1988) ...//... Puede darse el caso (en la angustia patológica) de que dichas
crisis afloren de forma secundaria o simplemente que las acompañen otros
trastornos... El sujeto no se ve capaz de iniciar una acción que alivie el
sentimiento que está provocando esa angustia; ese estado de indefensión es el
que le impide ser libre. Como consecuencia, esto conlleva un grave y marcado
deterioro del funcionamiento fisiológico, psicológico y social del individuo
― Rev. Mal-Estar Subj. v.3 n.1 Fortaleza mar. 2003/ Juan Carlos Sierra; Virgilio
Ortega; Ihab Zubeidat)].
Sin embargo, Heidegger, no solo da una vuelta de tuerca a la
angustia que toma de Kierkegaard, sino que se opone igualmente a la habitual
manera de entender los sentimientos, y, por lo tanto: ‘sus propios
sentimientos’ (pues hablamos de su entender aquí) afirmando: “estos no son algo irracional, pasajero, sin
importancia; tienen, por el contrario, una función clave: «abrirnos» nuestro
propio ser, darnos a entender nuestra situación original”. De este modo, lo
que se observa es a un Heidegger que se potencia sobre esos mismos afectos como
en una palanca hacia delante, justificándolo y justificándose; pues él mismo
señala que «la primera interpretación de los afectos fue realizada por Aristóteles
en el marco de la psicología en el segundo libro de la Retórica». [Por lo tanto, Heidegger se remonta primero
hacia atrás y luego se prolonga sobre el pensamiento de Aristóteles,
encontrando la doctrina de los afectos, ese punto de apoyo que valide y
sostenga su teoría. Teniendo esto presente, e imbuido por su propia
experiencia, Heidegger halla un significado a la disposición afectiva: lo que
llevaría a una filosofía de las emociones ―o participada de las estas― en
tanto, que los estados de ánimo son emociones que sentimos: pero, igualmente
son [“aquellos sentimientos que hacen que la condición de un individuo se
transforme, pudiendo ser de tal grado, que su juicio quede afectado y, siempre
acompañados de placer o dolor” (Sobre las Emociones/ Aristóteles, trad. en
1994, 1378 a 20)]. Sin embargo: «El estado de ánimo manifiesta el modo “como
uno está y como a uno le va”. En este “como uno está, el temple anímico pone al
ser en su “ahí”», afirma Heidegger. Pero, es en su análisis de la angustia (1),
donde Heidegger tendrá muy en cuenta las reflexiones de Kierkegaard sobre la
angustia, otorgando a la angustia un papel filosófico fundamental ―de la misma
manera que Kierkegaard antes le otorgaba un carácter educativo― y que resulta
de gran interés en nuestras consideraciones acerca de la Nada, a partir de la
angustia, en Heidegger.
(1) «La disposición afectiva fundamental de la
angustia como modo eminente de la apertura del Dasein»
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