HEIDEGGER: TODO PENSAMIENTO ES HIJO DE SU TIEMPO / Jordi Maqueda

 La Nada y el Hombre/ Jordi Maqueda / Aceuchal -  Badajoz, 21 de Enero de 2023

Palabras clave:
  Heidegger; La Nada; Nihilismo; Conocimiento; Reflexiones; Teorías; Filosofía;




Negando y rechazando el sendero que conduce al pensamiento por la vía extraviada y errática de la Nada, Parménides abrió la primera brecha hacia, quizás, la más incipiente y genuina cuestión, pero a la vez igualmente vacilante, cuando no: la más injustificada de todas ellas. La piedra de toque más dura, para probar el carácter del pensar y no desvariar, a la que ya se acercaron en el pasado remoto algunos, luego advirtiendo de aquel funesto aspecto de ella, pero que todavía otros buscan, pero solo encontrarán aquellos ‘encantados’ o que habiendo caído a la sombra de sus dudas —pues “la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas” (J 3:19-36)— pusieron sus esperanzas en la promesa de redención para las limitaciones humanas y los males del mundo que les hacía la ciencia. Luego y habiendo buscado a todo un sentido racional, buscaron también sentido (al ser) donde no había… justo en aquello que no lo tenía; mas en la oscuridad y abatidos por la verdad solo la angustia cabía entonces llenar sus vidas, pues de tal búsqueda no hallaron fruto, sino un enorme despilfarro de fuerzas, sumado a la impotencia que de ocasionar habría este 'en vano' vivido luego como decepción, ante aquella presunta «verdad» que al final no lo sería: creencia en la negación absoluta que remediaba el vacío dejado antes por la mayor: la ausencia ‘en ellos’ de Dios, y, por tanto, de esperanza ni vía. Cuando la realidad ha puesto final abrupto y macabro a tales esperanzas: y que lejos de curar los males de la humanidad, la ciencia, solo ha servido para exponer nuestras miserias, e incrementar exponencialmente nuestra capacidad de autodestrucción.

Heidegger

TODO PENSAMIENTO ES HIJO DE SU TIEMPO

Quizá antes de presentar las siguientes ideas, o primeras conclusiones, deba hacer notar la razón por la que entiendo que Heidegger concibe la Nada, y lo hace de un modo concreto: a su modo, y que no creo me distancie mucho del razonamiento de terceros. Puedo hablar del siglo XX con cierta propiedad, habiendo vivido el último cuarto de un siglo que me vio nacer, sumergido plenamente en este, así como igualmente el comienzo del nuevo siglo que me verá morir, cuando está ya presto a agotar su primer cuarto, lo que me sitúa frente a ese horizonte que se abre (o cierra) al que cumplió los 55 años de edad. Sin embargo, no todo es malo cuando se van cumpliendo los plazos obligados en la vida, pues precisamente esto me permite hablar con propiedad, de una época donde las creencias que tenían nuestros padres y abuelos fueron dando paso —como la niebla que avanza en la madrugada— a esa relativa intrascendencia o vacío vital: e incluso indiferencia mostrada por la vida, tan presente hoy en la sociedad, y que sentimos, aunque se pretenda por los medios y gobiernos ocultar ―mírense la tasa de suicidios, violaciones y asesinatos, sobre todo en la juventud― y donde el carácter problemático, la precariedad, y la manifiesta falta empatía y de oportunidades del presente, deriva en un nombre: nihilismo, o como lo llaman algunos (época del nihilismo).

Un Nihilismo que reconocemos a partir de F. Nietzsche y exaltado por otros, a través de sus obras y escritos, las cuales se dieron a conocer en el siglo XIX, extendiéndose luego su lectura al principio y mediados del S. XX, sobre todo durante los años anteriores y posteriores a segunda Guerra Mundial. ―Guerras, sobre todo la última, que debería haber mejorado el mundo, pero que por alguna razón no lo hizo― alargándose luego la sombra de este Nihilismo, de la mano de aquellos filósofos llamados existencialistas, Sartre o G. Marcel en Francia, Jaspers en Alemania y otros que también formaban parte aquel movimiento que arrollaría a la filosofía, propio de la Europa de entreguerras. Pues recordemos, tanto Heidegger, al igual que los autores antes mencionados crecen y maman de la primera guerra mundial, así como después padecerán la segunda en todo su nefasto alcance y consecuencias, de modo que términos como angustia o la Nada van a ser sintomáticos de aquella generación: de su forma de pensar y hacer filosofía, en una Europa (Alemania, sobre todo) asfixiada tras la gran guerra y luego desolada por la segunda, y cuya ciudadanía, pensadores incluidos, vacilaban frente aquellas soluciones políticas y científicas que habían heredado del siglo XIX, por lo que no es de extrañar, que recuperarán para la filosofía no precisamente a aquellos pensadores herederos de la Ilustración, que los había llevado literalmente a la Nada: a la destrucción de toda una generación y sumisión a otras potencias; sino que resignados, escriben a la sombra de autores como Kierkegaard o el mismo Nietzsche: creando  a partir de ellos una serie de valores, con los que poder guiarse en su tragedia y miseria, hacia una vida fructífera, pero sobre todo: intensa, a pesar del reconocimiento una muerte, inevitable y manifiesta durante aquellos largos años de guerra, pero que enfrentan. Siendo precisamente ese enfrentamiento ―y reconocimiento de la muerte― lo que más les refuerza; rechazando aquellos valores tradicionales como: la fama, la riqueza, el prestigio social, en favor del libre albedrío, la dignidad, el amor íntimo y personal y el esfuerzo creativo.

Lucha y sufrimiento personal, por tanto, cobran un valor positivo en la sociedad, en cuanto que añaden una comprensión del sentido trágico de la vida, marcando este pensamiento luego, toda la segunda mitad del siglo XX en Europa, de la mano de aquellos pensadores existencialistas y hasta nuestros días, en lo que se podría denominar “la victoria de la intrascendencia”; y que se suma a la falta ya de interés por las cosas en general y dentro de la sociedad del momento: ese gusto por no-ser, y desprecio por todo, que vemos reflejado en el aburrimiento, el absurdo y las ganas de no hacer y estar en nada, donde uno de los temas filosóficos y científicos prevalecientes fue (y sigue siendo) precisamente esa idea de La Nada (como algo que es). Tanto así, que uno de los textos filosóficos más representativos del pensamiento filosófico europeo, habla y remite precisamente a la Nada. ¿Qué es metafísica? (Heidegger) cuyo entendimiento, en tanto a entorno y pensamiento, de aquel momento, puede darnos a entender o permitir hacernos una idea sobre la preeminencia del pensamiento a partir de la Nada: una Nada reconocida y reconocible en aquellos días —y tan presente como el dolor—en la devastación existente en toda Alemania y Europa, siendo luego a partir de esa experiencia, de la que el alma angustiada esperaba diese esta a luz la posibilidad de algo.

El existencialista, e por tanto, un individuo (para sí: auténtico) que reconoce su finitud y afronta la muerte con valor y suma dignidad (sentido último de ser y tiempo). Su existencia es un esfuerzo de hacerse más individual y menos mero miembro de un grupo (o la masa: en Ortega), "el Uno" en Heidegger, que presentaría su dimisión como rector el 21 de abril de 1934, un año después de haber accedido al cargo. Tampoco aceptó el nombramiento como rector en Berlín. En uno de sus Cuadernos negros, Heidegger explica: «Dejo mi cargo a disposición porque ya no es posible ninguna responsabilidad. ¡Vivan la mediocridad y el ruido!»). Al mismo tiempo se trasciende la universalidad —el hombre "en general"—en favor de una mayor individualidad, o sea, el "hombre de carne y hueso" de Unamuno.

Pero, y si bien interés por la nada y por el nihilismo, sitúan igualmente a Heidegger y Nietzsche ―sálvense diferencias— en la prolongación de una tradición filosófica (Nihilista) que se remonta a Jacobi, de igual forma hay otra tradición filosófica, todavía más lejana, como nos recuerda Remedios Ávila Crespo (Pensar la nada, 2007) y que estos dos pensadores prolongan también, donde encontramos aquel interés primero por el problema de la Nada. Una tradición, que desde Parménides (o deberíamos decir “Parmeneides”) y luego Gorgias, pasando por Scoto, Eckhart, Dionisio, Juan de la Cruz, J. Beihme, Angelus Silesius, Leonardo da Vinci, Francisco Sánchez, y que llega hasta Schelling; y donde prevalece, todavía hoy, aquella interrogación que ha constituido uno de los núcleos de la filosofía: « ¿Por qué hay algo más bien que nada? Pues la nada es más simple y más fácil que cualquier cosa», (Leibniz ―De Los Principios de la Naturaleza y la Gracia). Pregunta esta, por cierto, que parece luego quedar al margen del pensamiento de Heidegger por alguna razón (me entenderán, seguro) pensando no ya ¿Por qué hay algo?, o ¿Por qué hay algo más bien que nada?, sino y a mi modo de ver y entender, cambiando, pero sin expresarlo abiertamente el signo de la pregunta: avocándose de cabeza a la Nada, en lo que podríamos llamar, un ¿y por qué no la nada?, cuestión, por cierto, que se plantean sutil, o no tan sutilmente, hoy muchos, entre ellos “filósofos” (profesores y estudiantes de filosofía) tal y como se deduce de innumerables escritos, haciendo oídos sordos, como el mismo Heidegger hiciese de sí mismo (inicio de ¿Qué es metafísica?: preguntarse por la nada) o del mismo Parménides que ya advertía de lo infructuoso del asunto, lanzándose a la Nada: y otros ahora le vayan detrás. Cuando de cierto, se trata de una pregunta que, como ya advirtiera el mismo Heidegger: no solo parece absurda, sino que lo es, pues no sobrepasa los límites de la lógica y del sentido común, sino que carece por completo de toda lógica y sentido común. Como tampoco entiendo, o me cuesta muchísimo entender, que la angustia sea la respuesta a la llamada de una Nada “que no existe”. Quizás e incluso peor que el nihilismo sea, más que en negarse a ver y escuchar, luego esforzarse a escuchar y aprender, y hacerlo a partir de la Nada. Pues nada hay de la Nada y en la Nada para el hombre, sino una inmensa oscuridad.


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