Ante la la emergencia de la necesidad,de saber /The urgent need to know / jordi maquesa
Heidegger
la necesidad de saber
The urgent need to know
No
hay razón para acercarse al abismo, dicen, muchos se hunden de bruces en el,
aún así, yo lo he caminado su borde. Tome conciencia de él hace mucho tiempo; aunque,
siendo honesto, he de decir que siempre lo advertí de lejos: no era un sueño.
Estaba ahí. Pero senda que yo transitaba no termina en él: nunca lo hace, lo
bordea. Aún y así, durante algún tiempo, y en la medida que mi entendimiento
podía tolerar, acercándome, mirando desde si borde intentaba entender,
comprender lo que ese colosal y angustioso vacío representa. Busqué ver con mis
propios ojos su fondo, metiendo incluso la cabeza en el, con la esperanza de
hallar algo, pero jamás encontré un fondo más allá de sus cascadas y simas
sombrías de las que parecían abrirse inextricables oquedades y antros, cavernas
sin número que delineaban fronteras entre mente y mundo. Un vacío que con el
tiempo, a medida que lo contemplas te abraza y revela aquello más absoluto,
invitando hacia lugares entregados a la embriaguez de lo múltiple... mientras,
adviertes la pérdida paulatina de todo horizonte: pasado ese punto, mirar o no, es
sólo otro modo de permanecer en él. Bien es cierto, que con ello he
probado algo más que mi valentía. Aunque, no pretendo que mis semejantes lo
entiendan, al fin y al cabo: "No hay fondo, Donde no hay nada que buscar",
así he sentido ese vacío; aunque, cualquiera puede asomarse y comprobarlo por
el mismo, que mi admiración tendrá por ello, pues, quien sin estar obligado,
intenta alcanzar cierto conocimiento de cierto prueba, sin duda, ser audaz
hasta la temeridad y, suponiendo que la razón del individuo no perezca en el
fútil intento, de regreso éste se encontrará tan lejos del entendimiento, que difícilmente,
sino jamás, podrán sus semejantes comprenderlo. De ahí que pocos estén dispuestos
a mirar, donde en todo, al mirar, solo se puede mirar uno mismo. (el abismo,
escrito 01-10-2020)
Nosotros
hemos descubierto la felicidad, conocemos el camino, hallamos la salida de
muchos milenios de laberinto. ¿Quién más la encontró? ¿Acaso el hombre moderno?
“Yo no sé ni salir ni entrar; yo soy todo lo que no sabe ni salir ni
entrar” así suspira el hombre moderno... (F NIetzsche)
II-La imperiosa necesidad de saber
Es un hecho, que comprender la
razón de las cosas, aunque sea a nuestro modo, en tanto a como éstas “cosas” o
“entes” a nosotros se nos representan y las entendemos, así sea la vida misma, ha
llevado a dotarnos de valiosos mecanismos por los cuales se premia al individuo
con emociones agradables y salvaguardas, recompensando en el individuo ese
entendimiento; pero, igualmente, castigando con incomodidad, malestar y odio la
ignorancia y al ignorante. Pues es más fácil vivir a la luz y la realidad de
las cosas, que hacerlo bajo la sombra de ésta realidad y su oscurantismo. Así,
la razón de iniciar este viaje hacia el saber (de algunas cosas y las personas)
igual que en otros viajes, no la hallamos sólo en el destino sino, igualmente,
en todo lo que descubrimos en el camino.
Es muchas ocasiones, incluso a una
edad tardía, e influenciados por, vaya usted a saber, algunas personas, también
de clase humilde y trabajadora, sencillamente, comienzan a advertir esa
terrible seducción: atracción, por aquellos temas que van más allá de su
quehacer cotidiano. Digamos, que son seducidos hacia cuestiones “metafísicas”,
que desde tiempo inmemorial han inquietado de manera fabulosa tanto a personas
comunes como notables. Estos últimos: ahora; pero al igual que aquellos:
entonces, de alguna manera comienzan a hacerse preguntas en torno a sí mismos,
y sobre aquello que más profundamente les inquieta o, porque no decirlo, les
angustia y atormenta. Se trata de preguntas laberínticas: interrogantes
profundos que atañen a cuestiones desde hace milenios envueltas en una densa
niebla y desconocimiento, por la que lentamente se abren paso la consciencia y
la razón. No es extraño, por tanto, que a resultas de este interés
el “individuo” en algún momento de su vida decida aventurarse y realizar pequeñas
lecturas, “incursiones” podríamos calificarlas, dado el carácter esporádico y
breve de éstas, y que tienen como único fin encontrar algunas respuestas. Son muchos los que durante años recopilan libros e ideas
sobre los estantes de su librería: religión, psicología, e incluso grandes
teorías y ensayos filosóficos, a la espera, de con el tiempo ir comprendiendo
el profundo significado que se encuentra bajo aquellas gruesas tapas. Pero, en
algunas ocasiones, y cuanto más profunda sea la pregunta y, por tanto la
respuesta que se quiere revelar, encontramos, que pasan los años e, invierno
tras invierno, es fácil comprobar cómo la que fue en principio una agradable
lectura, de páginas repletas de un saber extraordinario, no ayudan ni proponen
solución alguna a la pregunta (en cuestión), menos a aún a los innumerables
problemas que día tras día plantea la vida: algo así como tener una
extraordinaria guía para comprender todos los misterios de la existencia, pero
escrita en un idioma imposible de descifrar, cuando nos encontramos zambullimos
en una Metafísica que nos conduce nada; pero, precisamente, ese aspecto en
tantas ocasiones inescrutable que sugieren algunos caninos de la filosofía,
como una la selva espesa que oculta sus secretos y se muestra infranqueable,
parece ser lo más seductor, al menos para quien como a mí: la selva, la autentica
selva tropical es su medio.
Sin embargo, aquel el carácter en ocasiones
talmúdico que parecen adquirir las palabras y reflexiones, de algunos, por no
decir de casi todos los grandes pensadores, compromete cuando menos la
capacidad intelectual del individuo común para descifrarlos y, las grandes
preguntas, las grandes cuestiones de la vida, permanecen ajenas a éste y a la
mayoría de las personas –La insatisfacción y el descontento, esa especie de
dolor por el amor de quien te ignora agudizaba el desencanto– la falta de
adhesión y la distancia mostrada por aquellos sabios atormenta. Muchos son los
que abandonan y olvidan entonces aquellos libros sobre sus estanterías. Pues,
ciertamente, pretender alcanzar el conocimiento puede ser descorazonador; más,
para aquel que carece del consejo de las cátedras: conocer pues, los profundos
misterios, extraer conclusiones del estudio y la lectura de aquellos libros
parece estar destinado a aquellos que, solo y previa intensa formación
académica, poseen el método y el medio para poder bucear e interpretar la
compleja dimensión del pensamiento, en el cual se expresan aquellos singulares
textos (o eso antes pensaba); pero como no podía ser de otro modo, esto no ha
hecho, ni hace más que acrecentar el prejuicio ya existente, y ampliamente
extendido entre las clases más humildes, de que la filosofía no tiene nada que
ver con ellos y su dramática realidad: que escrito entre esas líneas no existe
un nexo alguno con los deseos ni necesidades del hombre común: el
trabajador, mucho menos con los suyos propios. Sin embargo, hay quienes no
se resignan, no capitulan, no solo en ésta su búsqueda, sino que no se rinden
jamás; pretendiendo demostrar que la vida, su vida.nuestra vida tiene sentido, pues, entienden, y entienden del sentido, igualmnete (sentido de aquello irracional que en ocasiones, ese otro yo, al que dimos y damos rienda
suelta (nuestra sombra: que nos conduce hacia aquello que consideramos más irracional)
igualmente puede abrir las puertas de la razón al profano, proporcionando,
aunque sea por unos instantes algo de luz a su perspectiva. Un centelleo éste, muchas veces lóbrego y tenebroso, mas una
luz que será casi siempre reveladora de la triste y angustiosa realidad, si
bien, no parece importar el precio que por “saber” se tenga que pagar, cuando
adviertes verdad. Sin embargo, esto es una realidad, es en ésta (en la
filosofía), más que en ningún otro lugar, donde el pensamiento desventurado ha
escarbado hundiéndose con mayor pasión y vehemencia (en un solo pensar sin actuar, ajeno a la experiencia que
proporciona luz a la verdad), labrando entonces tan vasta maraña de profundas galerías
que si decidimos aventurarnos, por nuestra cuenta a ellas, entrando solos:
incompletos, ajenos a nuestra propia vedad y realidad) corremos serio
riesgo de extraviarnos en las verdades, que son y no son verdades, o son
verdades a medias de otros;
amplificando así, la magnitud de todas las aflicciones por largo tiempo
contenidas, como la ansiedad, surgida frente a la inquietante perspectiva
surgida de transitar la oscuridad profunda de un camino, tras el que no se
intuye final, vista de horizonte ni perspectiva.
III-El laberinto, El Minotauro y La Paradoja
Algunos refieren el lugar como templo (son aquellos que andan sobre el suelo, iluminado); otros hablan refriendo de este de un laberinto (son los que se sumergen y caminan bajo el suelo, en la oscuridad). Lo cierto, y hablo de los de abajo, es que en todo caso no se trata de un dédalo cualquiera, sino de un enorme santuario fortificado, en el que contadas personas se adentran, de facto: cuando de ser lectores de respuestas a las preguntas formuladas por de otros, y meros comentaristas de lo expuesto sobre el suelo, pasan a mirar bajo este (suelo) cuestionándose su verdad y la propia realidad de la que participan, formulándose entonces su propias preguntas, y ataviados con lo puesto y sobre la propia experiencia, por ellos mismos empiezan pensar: unos llevadas por la pasión o curiosidad.., estos poco avanzanrán en la propia oscuridad, y otras empujadas a través del cenagoso sendero de la existencia hacia borde (del abismo), cuando no han sido arrastradas al fondo del mismo, donde una vez allí se verán condenadas a morar por largo tiempo aquellas lóbregas y mohosas galerías. Aún y así, no es extraño encontrar quienes, ingenuamente, penetran el templo que guardan el Minotauro y La Paradoja. La razón ―ante una providencia tan indefinida― no es otra, que encontrar algo con que aligerar el pesado fardo que “por el hecho de ser hombre, todo hombre lleva consigo” y en el páramo (desierto) demora su transitar; a la vez, que fustiga sus abatidas conciencias, cuando se impone ante ellos la perspectiva angustiosa de la aniquilación. En la marcha, a estos, se les distingue fácilmente, pertrechados con un utillaje arcaico de nociones, con ellos viaja siempre la duda; en todo momento presta a interrogar acerca de cuestiones confiscadas, si no extraviadas en un laberinto, donde la angustia resulta de todas partes al comprobar, que podemos una vez dentro de él volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero jamás retornar sobre los propios pasos: pues «quién sin estar obligado, intenta alcanzar el completo conocimiento prueba sin duda, ser audaz hasta la temeridad» (3). Tenemos por el laberinto tal curiosidad (4) que olvidamos el sacrificio y dolor que cuesta al hombre transitarlo. Y peor aún «suponiendo que la razón del individuo no perezca en el fútil intento, éste se encontrará ya tan lejos del entendimiento que jamás, podrán sus semejantes comprenderlo» (5).
Sin embargo, en
ocasiones muy contadas, los muros de ese complejo laberinto se derrumban ante
aquel, que alcanzando el punto más bajo de sí mismo, hubiere tocado fondo,
reconociendo en el laberinto un camino, a la vez sin salida; hallando así, en la “angustia” un
hilo de luz por el que guiarse ante la trágica perspectiva que habrá de
resultar encontrarse sumido, palpando con las propias manos el fondo: tomando
plena conciencia de aquello más absoluto. El precio a pagar habrá sido elevado:
soledad, sufrimiento y no pocas la locura, será moneda de cambio exigida por el
Minotauro. Pues sólo cuando la existencia muestra al individuo su más dramática
figura, parece la mente derrotada entender, lo que desde hacía tanto tiempo
aquellos libros decían; entendiendo, no las palabras sino a las personas que
escribieron, finalmente, comprendiendo que en el laberinto no hallará solución
alguna (a las preguntas) sino esas
mismas preguntas y angustias que a lo largo del tiempo, los hombres se han
planteado a sí mismos, cuestionándose,
por el destino y fundamento de su propio ser (cuando no se trata de leer a
quien pensó la muerte, sino de ser y
pensar por el mismo la vida, por la vida, para entender la muerte).
Finalmente, hallando esa última verdad encontrará que no hay esperanza en ella
(la muerte) y su símbolo así nos proclama (7): “pues en el anuncio de su verdad
suprema encontramos la Paradoja, cuando el destino de la necesidad se conjuga
con su desaparición pues ¿Acaso el hombre desea la muerte aún cuando ésta
es la verdad, no queriendo alejarse de ella, en tanto que contribuya
así a la no verdad?” (8). Sin embargo, “cuando
se percibe el fin se va más aprisa que el tiempo. La iluminación primera y la
decepción inmediata y fulgurante, otorga entonces una certeza que transforma el
desengaño en liberación.”(9) una liberación que después, y más allá de la
confusión total y, no siendo capaz de distinción alguna, logrará su salvación
de la única manera posible: aferrándose a lo real y absurdo, a la inutilidad
absoluta de ser, ahí, en el límite, en esa nada fundamentalmente inconsciente,
cuya ficción es susceptible, sin embargo, de crear la ilusión de la vida. (10).
Una vez alcanzado este punto ya habremos entendido que la filosofía no es otra
cosa que la expresión escrita de un profundo y continuo interrogante
humano, descubriendo: que
nunca hemos sido nada, más que aquello que nos dejaron ser: precisamente,
por no haber sido, ni decidido ser nosotros, y no pensar por nosotros. Y sin
embargo, es ahí, cuando presintiendo de esa angustia el fin… éste no lo será;
pues, no es poco este angustioso saber: fin para algunos (antes de llegar) mas fin sólo del principio es para otros “que son allí conducidos: y están-ahí,
conscientes-siendo-catapultados por esa misma angustia, sombra que era y nada, resuelta
en un todo que ahora: se es, origen, de lo se-será.
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1 el engaño. Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.
2. la verdad, que habrá de ser igualmente la muerte.
(a)Schopenhauer nos procura el recelo necesario frente a la idolatría del progreso, y frente a esa obsesiva búsqueda de la felicidad que es la gran falacia de nuestro tiempo.(Rafael Hernández Arias)Parerga y Paralípomena, Ed Valdemar (Pról. Pág. 16)
3. Jaspers, intr. a Nietzsche
4. Jaspers, intr. a Nietzsche 16,437
5. Jaspers intr. a Nietzsche 7, 49
6. Nietzsche
7. del Zaratustra
8. Nietzsche
9. E M Cioran
10. E.M.Cioran
11(así refiere Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres cap. 1 - sobre aquellos que son mas propicios a la dirección del mero instinto natural y no consienten a su razón que ejerza gran influencia en su hacer u omitir.
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