(26) LA NADA / CONCLUSIONES (segunda parte) /Jorge Maqueda

 


Heidegger:
Conclusiones finales a la Nada, segunda parte.
"La angustia como horizonte"

LA ANGUSTIA COMO HORIZONTE

LA ANGUSTIA QUE REVELA LA NADA EN HEIDEGGER
(Explicada al final)

LA ANGUSTIA DESDE LA PERSPECTIVA DE KIERKEGAARD

OBJECIONES A LA NADA ABSOLUTA REVELADA DESDE LA ANGUSTIA


Heidegger
LA ANGUSTIA COMO HORIZONTE

La angustia, como todo, ha sido entendida en tanto a, aquello que es a las personas y para las personas, dependiendo de cada momento, cultura y época, por lo que las causas y consecuencias de esta: angustia, dependen del contexto en el que se ubiquen. Aun así, y al igual que otras emociones o conductas, la angustia es experimentada por todos nosotros, los seres humanos, de forma parecida, pudiendo presentarse ante una situación de amenaza o enfermedad seria, como el cáncer, por ejemplo, o también escuetamente como una duda de tipo religioso, o filosófico. La angustia, en todo caso, denota una firma distintiva y a la vez estática: la nitidez con la que el individuo capta el fenómeno se atenúa donde no hay propensión al escape, es decir, no hay una predisposición motora en el organismo que lo capacite, en principio, para ponerse en marcha. Sin embargo, la angustia puede ser adaptativa y acomodarse dependiendo de su magnitud, del tipo de individuo que la padece y de su respuesta. Por lo tanto, el conflicto puede repercutir, negativamente o no, sobre el comportamiento y la salud, como más adelante y dentro ya del concepto, entenderemos a partir de Kierkegaard.

Para los filósofos, ninguna otra ciencia como la filosofía ha conseguido ocuparse tan profundamente de aquello que es primordial en el hombre y para sí mismo y, por consiguiente: de la angustia en sí misma; y es por esta razón que afirman que solo a partir de sus propios postulados filosóficos se puede explicar el contenido histórico y el concepto de angustia (si bien observaremos que tales postulados varían). En este sentido, adentrándonos en el concepto filosófico y definido, nos encontramos frente a una angustia primaria y existencial (Kierkegaard) originaria a partir de la misma entidad del individuo sano; venida o, mejor sería decir: una angustia surgida del hecho mismo de vivir y convivir. Pero prestemos atención a las palabras de Kierkegaard, pues es esta una angustia controlable― y digamos que de alguna manera, incluso sana― “pues es capaz de dinamizar aspectos creativos de la persona, facilitando el rendimiento y la motivación para la realización de proyectos” (Kierkegaard, 1844).

Kierkegaard, considera que el origen de la angustia que el individuo experimenta, se encuentra en su libertad y de esta libertad, y dadas todas las posibilidades (de elegir) surge la posibilidad de fallo, es decir: surge la angustia ante la posibilidad de error; de no tomar la decisión correcta y no alcanzar la meta final: llegando a nada. Pero en Kierkegaard, la Nada, en su sentido más general, no significa el final de todo /ausencia absoluta: muerte, como puede significar para otros pensadores. Kierkegaard nunca podría centrarse en esa Nada, pues no la percibe siquiera como una idea, sino que percibe la nada como la posibilidad de no acertar en el uso de la libertad del individuo, en tanto que a las posibilidades no se actúe de forma adecuada y, por tanto, habla de un presentimiento que es propio, de una nada sumergida en la propia existencia y posibilidades del individuo que yerra y no llega a nada: quedándose en nada. Sin embargo, Heidegger tomará este concepto de Kierkegaard, pero entendiendo y afirmando que la angustia está formada por un doble carácter; de un lado: un fenómeno de hundimiento de los puntos de apoyo; del otro: como generadora de una máxima quietud que deja al individuo que la sufre clavado y fijo en ese nuevo ‘vacío’ (la nada) que surge ante él. Hablamos, por tanto, de una nada y un vacío subjetivo. Luego, y en relación con los afectos (o estados de ánimo) Heidegger se pronuncia, afirmando: “Lo que en el orden relacionado con el ente designamos con el término de disposición afectiva es, en tanto a este ente, lo más conocido y cotidiano es: el estado de ánimo, el temple anímico”- (Heidegger).

Adivinamos de las palabras anteriores, lo que va a suponer en adelante la disposición afectiva o estados de ánimo, en lo concerniente al pensamiento de Heidegger, encontrando precisamente en la angustia una nueva dimensión a su pensamiento. Sin embargo, esta atención que Heidegger mostrará hacia los sentimientos ― muy criticada por cierto dentro de la filosofía― podría suponer, o poner de manifiesto, que la reflexión no vendría tanto de la vía de la razón, como relacionado con un problema o aflicción- (L. Sáez)— y que sobreviene a través o por medio de este sentimiento [La angustia patológica refleja una reacción desproporcionada respecto a la situación que se presenta; este tipo de angustia es estereotipada, revive continuamente el pasado, e imagina un conflicto tal vez inexistente ―(Ayuso, 1988) ...//... Puede darse el caso (en la angustia patológica) de que dichas crisis afloren de forma secundaria o simplemente que las acompañen otros trastornos... El sujeto no se ve capaz de iniciar una acción que alivie el sentimiento que está provocando esa angustia; ese estado de indefensión es el que le impide ser libre. Como consecuencia, esto conlleva un grave y marcado deterioro del funcionamiento fisiológico, psicológico y social del individuo ― Rev. Mal-Estar Subj. v.3 n.1 Fortaleza mar. 2003/ Juan Carlos Sierra; Virgilio Ortega; Ihab Zubeidat)].

Sin embargo, Heidegger no solo da una vuelta de tuerca a la angustia que toma de Kierkegaard, sino que se opone igualmente a la habitual manera de entender estos sentimientos y, por lo tanto: ‘sus propios sentimientos’ (pues hablamos de su entender aquí) afirmando: “estos no son algo irracional, pasajero, sin importancia; tienen, por el contrario, una función clave: «abrirnos» nuestro propio ser, darnos a entender nuestra situación original”. De este modo, lo que se observa es a un Heidegger que se potencia sobre esos mismos afectos, como en una palanca y hacia delante y justificándose; pues él mismo señala que «la primera interpretación de los afectos fue realizada por Aristóteles en el marco de la psicología en el segundo libro de la Retórica». Por lo tanto, Heidegger se remonta primero hacia atrás y luego se prolonga sobre el pensamiento de Aristóteles, encontrando la doctrina de los afectos, ese punto de apoyo que valide y sostenga su teoría. Teniendo esto presente, e imbuido por su propia experiencia, Heidegger halla un significado a la disposición afectiva: lo que llevaría a una filosofía de las emociones ―o participada de las estas― en tanto, que los estados de ánimo son emociones que sentimos: pero, igualmente son [“aquellos sentimientos que hacen que la condición de un individuo se transforme, pudiendo ser de tal grado, que su juicio quede afectado y, siempre acompañados de placer o dolor” (Sobre las Emociones/ Aristóteles, trad. en 1994, 1378 a 20)]. Sin embargo: El estado de ánimo manifiesta el modo “como uno está y como a uno le va”. En este "como uno está", el temple anímico pone al ser en su “ahí”, afirma Heidegger. Pero, es en su análisis de la angustia (1), donde Heidegger tendrá muy en cuenta las reflexiones de Kierkegaard sobre la angustia, otorgando a la angustia un papel filosófico fundamental ―de la misma manera que Kierkegaard antes le otorgaba un carácter educativo― y que resulta de gran interés en nuestras consideraciones acerca de la Nada, a partir de la angustia, en Heidegger.

(1) «La disposición afectiva fundamental de la angustia como modo eminente de la apertura del Dasein»

Heidegger
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LA ANGUSTIA QUE REVELA LA NADA Y EL SER EN HEIDEGGER


Pero si bien en Kierkegaard, la intención primera es desterrar la angustia del todo, permaneciendo no más que lo necesario en ella, en Heidegger encontramos que se pretende lo contrario, permanecer ahí: en la angustia; pues solo de ese modo “La angustia revela la nada” ―nos dice― frase esta, por cierto que observamos entre dos párrafos más extensos, quizá pretendiendo de algún modo señalarla. El párrafo anterior leemos: [Solemos decir que en la angustia “uno está desazonado”. ¿Qué quiere decir este “uno”? No podemos decir de qué le viene a uno esta desazón. Nos encontramos simplemente así: todas las cosas, como nosotros mismos, se sumergen en la indiferenciación. Pero no como si fuera un mero desaparecer, sino como un alejarse que es un volverse hacia nosotros. [En] Este alejarse el ente en total, que nos acosa en la angustia, nos oprime. No queda asidero ninguno. Lo único que queda y nos sobrecoge al escapársenos el ente es este “ninguno”]. Y en el párrafo siguiente: [“Estamos suspensos” en angustia. Más claro: la angustia nos deja suspensos porque hace que se nos escape el ente en total. Por esto sucede que nosotros mismos (estos hombres que somos), estando en medio del ente, nos escapamos de nosotros mismos. Por esto, en realidad, no somos “yo” ni “tú” los desazonados, sino “uno”. Solo resta el puro existir en la conmoción de ese estar suspenso donde no hay nada donde agarrarse.] Una Idea, esta última por cierto, tomada de Kierkegaard, "estar suspensos en la angustia" cuando Kierkegaard refiere “aquella araña que desde un punto fijo se precipita hacia sus consecuencias; viendo siempre ante sí un espacio vacío, en el que no encuentra lugar donde apoyarse”. Ciertamente, ambos párrafos resumen en buena medida la idea que Heidegger propone, entendiendo que se nos invita a permanecer en la angustia (si queremos y a través de la Nada esperar al ser: suspensos) como veremos... Sin embargo, queda saber qué es el “uno” que se angustia; qué es exactamente la angustia y; qué se entiende por la Nada y, de este modo, poder así entender a la frase de Heidegger: su significado.

Uno se siente extraño en la angustia, ¿qué quiere decir? No nos están diciendo yo me siento extraño, o aquel tipo se siente extraño; sino que usa el pronombre indefinido “uno”, (“man” en alemán) (1). Además, se nos dice que el hombre (el Dasein) es en el mundo, bien en la propiedad (de sí-mismo y ‘auténtico’), o bien en la impropiedad (no siendo sí-mismo, sino parte del "uno" / de "los otros": una persona inauténtica). Aquí entendemos el "uno". Podríamos decir que “Ser y tiempo” cuenta el camino del Dasein o el hombre impropio y no auténtico (que es parte del uno /de ‘los otros’) hacia la propiedad (o autenticidad) de la existencia, entiendase: la recuperación de su “sí mismo” de su autenticidad. De tal modo que el hombre (el Dasein) se encuentra extraño en el mundo en la impropiedad de la existencia, dominado (por el "uno"/"los otros"), dicho de otra manera: dominado por la masa / o masas (en términos orteguianos). Esta masa ya referida por ortega, es el uno en Heidegger. Sin embargo, para poder escapar de este dominio de las masas (y su influencia) es necesario que (el hombre/Dasein) se encuentre en un estado de ánimo especial, capaz de hacerle ‘tambalear’, y permitiendo esa fractura que luego permita vislumbrar sobre el horizonte la posibilidad de la existencia propia y no determinada por la masa: los medios, la opinión, los otros... el uno. (Obsérvese cierto retorno a Parménides, cuando nos habla de evitar el camino de la doxa: la opinión, tomando el camino de la verdad).

Entonces, ¿qué entendemos de esto? Acaso ¿es la angustia ese estado de ánimo que, por medio de ella permite revelar la Nada? Efectivamente: así lo afirma Heidegger. Mientras, en Kierkegaard se nos revela la angustia  como aquello que constituye, el punto de partida hacia un acuerdo sobre una vida: la nuestra, ya sin angustia ni desesperación; en Heidegger, esta angustia ―con sus propios matices― es la encargada de revelarnos la Nada. La angustia, por lo tanto, será aquel estado de ánimo que se caracterice (siempre de manera subjetiva y según Heidegger) por su capacidad revelarnos la Nada (que no olvidemos, luego nos revela en sí misma al ser). Pero cómo. Que revelar la Nada sea su característica ontológica (de la angustia), no implica que reconozcamos la angustia de esa manera, sino más bien la reconocemos por ser un tipo particular de miedo: “un miedo sin objeto” (nos dice Heidegger). Sin embargo, discrepo, pues no es ese mi caso ni el de muchos creo; pues no me angustio sin objeto y menos aún tengo ninguna clase de miedo sin razón alguna. Y quizá, sea en este punto es donde  encontramos la eficacia de Heidegger y su constructo, basado en la fe o (veracidad) que tienen para algunos sus palabras, cuando nos atenemos no solo a lo que dice, sino que igualmente creemos a pies juntillas, aquello que nos dice: “pues generalmente tenemos miedo de esto o aquello, pero en la angustia, uno tiene miedo de todo y nada a la vez, pues nada en particular está provocando la angustia; sin embargo, uno se siente completamente amenazado en la angustia, y lo que le amenaza está tan cerca que corta la respiración. ¿Pero qué puede ser lo amenazante en este estado de ánimo de la angustia?:  La nada”, nos dice... pero entonces ¿qué es la Nada?, quiero decir: ¿qué es esa ‘Nada’ que nos hace sentirnos tan amenazados en nuestra propia angustia?

Pues bien, Heidegger llega a ella, a la Nada, y la define como la completa negación de la totalidad de lo ente, es decir: negación, pero no ausencia de todas las cosas, con lo que no hablamos de ausencia del ser, sino de negación: negación del ser. Pero la Nada en su sentido estricto, precisamente habría de ser: ausencia total y absoluta de la totalidad de lo ente y no negación total de lo ente, y en consecuencia esta no es la Nada absoluta, es otra nada: que ciertamente ‘sí’, se revela, y lo hace como la imposibilidad aparente por parte de Heidegger de tratar la Nada absoluta, hecho más que evidente al tomar esta otra salida: la más apropiada para llegar de algún modo/a algún lugar, que él luego nos sabrá explicar, pero que no es la Nada absoluta, sino la negación absoluta del ser: y no hay mayor negación que negar a Dios. Luego, lo interesante del planteamiento (o constructo) planteado por Heidegger no es tanto ya la determinación metafísica de la Nada, como el modo en que, según Heidegger, nos vamos a relacionar con esta otra nada  (y que es negación y no ausencia) en lo que él llama “experiencia fundamental de la nada”. Pero ¿Qué nos revela esa experiencia? “, solo en la clara noche de la nada de la angustia, surge por fin la originaria apertura de lo ente como tal: que es ente y no nada”. Leamos de nuevo: la “nada de la angustia”. y no, la Nada absoluta.

De modo que Olvidando por un momento nuestra desilusión, pues el constructo no nos lleva donde esperábamos, pero, centrándonos ahora en lo que Heidegger, en líneas generales, nos quiere decir, entendemos: que el hombre/Dasein se comprende no solamente como siendo en el mundo, sino también como la posibilidad de ser, o llegar a ser. Que no es un ente acabado (definido y auténtico) sino que debe hacerse a sí mismo, asumiendo el compromiso que deriva de sí, y de su existencia: hacerse/construirse; pero todo esto no es nuevo, ya se adivina en Santo Tomas: cuando habla de que el hombre es autoperfectible para obrar de manera virtuosa y escoger libremente su meta en la vida, sin importar su edad o condición física; y más próximo a nosotros en el tiempo, lo encontramos también en el mismo en Kierkeggard —hombre religioso, por cierto— cuando nos habla de la responsabilidad del existir, del sufrimiento, angustia e indeterminación que ello: el “estar aquí” en “el mundo” le supone al hombre, y que para evitar esta desesperación, el individuo, debe construirse a sí mismo: y dar un “salto de fe” similar al de una vida religiosa, donde dios nos alumbra el salto (Kierkegaard). LuegoHeidegger prosigue: La aptitud de la conciencia es fundamental en el camino hacia la propiedad (autenticidad del individuo) ―afirma Heidegger― por lo que es necesario escuchar su llamada y decidirse a asumir la responsabilidad, que es primera elección del Dasein/hombre, y que debe tomar en libertad, fuera de las ataduras del uno (de los otros), trascendiendo el propio mundo hacia sí mismo, incluso, si queremos ir un poco más allá, hacia ese sí-mismo que aún no-es. Y es en este punto, donde Kierkegaard incita al sujeto a dar un “salto de fe” similar al de una vida religiosa, cuando Heidegger coloca al sujeto angustiado, en suspenso, frente a ese vacío que surge ante él (recuerdan el ejemplo de Kierkegaard: frente al abismo), donde no hay nada donde agarrarse, animándole a dar ese salto de fe y a hacerlo ya: de fe, (Sí) pero, y en este caso en sus palabras (de Heidegger) y a saltar, pero, a saltar no dentro de ese vacío que aparece frente a él en kierkegaard: sino lanzarse al abismo de la Nada (de heidegger), donde no hay nada en apariencia donde agarrarse, aunque con la promesa de encontrar allí algo, donde Nada hay: al ser. Y mi pregunta es: que puede haber ahí:donde no hay nada, y tan universal, que nos invite Heidegger a todos a saltar y soltarnos en el vacío hacia la nada, y él estar en la seguridad de que que nos estrellamos o estaremos en la Nada cayendo, por tiempo infinito en el tiempo.

Aclaración: sobre la nada absoluta y porque afirmo (estando  seguro) que no es la Nada absoluta, ese vacío que aparece frente al angustiado. Sencillamente, porque la Nada no existe, no existe en el plano cognitivo existencial y no existe porque es la ausencia total y absoluta de todo ser, y no puede estar allá donde hay ser. Pues si hay ser, no hay (ausencia de ser: una Nada); pero, y aunque hubiese una Nada, supongamos: la Nada sería y estaría en algún lugar (démoslo por hecho): un lugar en el espacio, de modo que ese espacio donde está, sería algo (donde ahora está algo que llamamos Nada) por lo tanto, no sería tampoco la Nada, pues si hay un espacio: aunque este vacío y haya Nada en él, en ese espacio – ese espacio ‘es’. Y del mismo modo, tampoco podemos imaginar aquello que no existe (eso que llamamos la Nada) sino por medio de constructos y a partir de lo existente, pues la mente puede generar algo nuevo (imaginar) con retazos de lo existente y sobre lo existente ―nadie imaginaría un submarino de no existir ni conocer el agua y los océanos, y luego la posibilidad de estar bajo ella―pero, además, la mente no puede imaginar algo, a partir la inexistencia y total ausencia de ese algo: es por esta razón que llamamos Nada, a lo que se entendió ―en un momento dado de la historia ― que suponían debió haber antes del ser: antes de la primera partícula en el universo, y llamaron Nada a esa posibilidad (que es solo posibilidad / e improbable) de algo que no-es, pues: este habría de ser un no-estado, del que lo desconocemos todo, incluso un haber sido y con razón, pues de la nada: nada puede ser.

Por lo tanto, cuando hablamos de la nada hoy, en cualquier ámbito donde se lea: la nada es, o, es la nada, hablamos siempre de otra cosa que no es la Nada absoluta; que si se quiere puede ser negación, o algunos de los sucedáneos de esta: algo que podemos entender, pero Jamás, “jamás la nada absoluta” pues no-es. (Debiendo hablar entonces, refiriendo la nada absoluta: como aquello que no-es, pues ni puede tener nombre).

(1) [Aclarar que Heidegger evita, utilizar ciertos conceptos que, a lo largo de la historia de la filosofía, se han llenado de prejuicios que ocultan su sentido originario. De ahí la famosa jerga heideggeriana. Pues bien, uno de estos conceptos a evitar es el de hombre, al que denomina Dasein (existencia, en español), aunque traducido de muy diversas maneras. Para Heidegger, el modo de ser de este Dasein es [el hombre es el ser en el mundo y desde este modo de ser debe ser comprendido].

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LA ANGUSTIA DESDE LA PERSPECTIVA DE KIERKEGAARD

La angustia y la enfermedad mortal representan el origen del existencialismo en Kierkegaard, que se manifiesta como una filosofía personalista, concreta, pero sobre todo cristiana, y que no le es ajena a Heidegger. Por eso ningún otro lugar más a propósito para calar hasta el fondo metafísico que alcanzan los análisis existenciales en Kierkegaard, que en (El concepto de la angustia). Y ningún otro mejor que Kierkegaard, entendiendo el concepto de la angustia en este, para luego entender a Heidegger.

En la vida tomamos decisiones, y estas decisiones nos llevan a realizar ciertas actividades en detrimento de otras, pues no podemos abarcar todo, ni tomar una decisión que nos lleve a dos resultados distintos. Tomar una decisión, nos obliga, por lo tanto, a renunciar a otra posibilidad, y es aquí donde nos encontramos con la angustia (¿tomaré la decisión correcta?). Esa angustia del devenir: el qué será de nosotros y nuestro futuro si me equivoco―en un mundo en el que nos encontramos vacíos y solos― es la angustia a la que se refiere Kierkeggard. Las decisiones son, por lo tanto, importantes, lo que hace que no solo dé miedo tomarlas, sino y más aún: equivocarnos. De ahí la famosa frase «La angustia es el vértigo de la libertad»; o, podemos recordar también aquella metáfora, sobre el hombre que frente al abismo es libre de elegir, si tirarse o no. El mero hecho de que uno tenga la posibilidad y la libertad de hacer algo, incluso siendo la más terrorífica de las posibilidades ―arrojarse al abismo― dispara inmensos temores. Kierkegaard lo llamará "mareo de libertad". Esta libertad, nos dice Kierkegaard, hay que aceptarla tal y como: con sus consecuencias (y mareos) y, por lo tanto, aceptar que conlleve un peso, en el sentido de responsabilidad por esa misma libertad. Pero, igualmente, y para disfrutar plenamente de esta (nuestra libertad) hay que animarse a dar un salto ―a tomar una decisión― y bien sabe Kierkegaard que el vértigo que implica ese salto no es nada fácil. Debemos, por lo tanto, tomar nuestras decisiones y tener fe en el camino que hemos elegido y afrontar esa angustia de libertad, aceptarla, llevándola con nosotros, pero reconociendo la responsabilidad que supone tomar ciertas decisiones: tomarlas sabiamente, meditando las posibles consecuencias. Para Kierkegaard, la vida no es un problema a ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada en libertad. Sin embargo, la mayoría de nosotros perseguimos el placer con tal presteza que, y sobre todo debido a la prisa, pasamos de largo de nosotros mismos. Atreverse, por lo tanto, es igualmente ‘detenerse’ para poder tomar sabias decisiones: y perder el equilibrio momentáneamente.

De todo ello deducimos, que Kierkegaard nos habla de la angustia, no desde el dolor o el sufrimiento o desde: un pasarlo mal; sino más bien se analiza lo que significa la existencia, el “estar aquí”, la responsabilidad de existir [la angustia e indeterminación que ello: el “estar aquí” en “el mundo” supone al hombre en sí mismo] pues no estamos determinados desde lo racional, ni tampoco desde lo biológico, sino que somos (nosotros: las personas) arrojadas a este mundo con elementos desconocidos y en medio de circunstancias que no podemos controlar, y son imponderables, los que hemos de tomar nuestras propias decisiones. Sin embargo, el ser humano siempre se siente atraído por la falta y la carencia, llevándolo a un sentimiento de desesperación. Para evitar esta desesperación, el individuo debe construirse, tiene que dar un “salto de fe” similar al de una vida religiosa. Así, la angustia y desesperación constituyen la base de partida de un acuerdo, sobre una vida sin angustia ni desesperación: (nada de estar eternamente en la angustia, sino precisamente para destruirla)

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OBJECIONES A LA NADA REVELADA DESDE LA ANGUSTIA

"La nada es eso terrible que crece haciendo más grande a lo que pierdes, la nada lo destroza todo; es el vacío que queda, como una ciega desesperación que destruye el mundo y no se sustituye por otra cosa, es solo desesperación". - (Gmork)

Por supuesto, he experimentado la angustia, a mi pesar; pero he de decir que no estoy de acuerdo en las apreciaciones que se entienden a partir de la exposición de Heidegger. Y no quiero decir con ello que la Nada, no tenga que ver directamente con el ser; quiero decir: con el problema del ser, entiéndase, relativo a la pregunta ¿Existió algo antes que el ser?, sino más con esa angustia, en tanto esta es reveladora de la Nada ―y me refiero a la única Nada que yo entiendo, y entiendo que podemos entender todos: la Nada absoluta― estando más próximo a la idea que se desprende en relación con angustia, a partir de los textos de Kierkeggard. Pues, aun sintiendo en ocasiones ese estado de angustia frente a un problema, o anticipación de un problema ‘real y concreto’: sea este una decisión importante o una mala noticia, no encuentro ahí lugar: en la angustia, ni razón en ella para afirmar reconocer la posibilidad de que algo pueda surgir a partir de esa situación de manera razonada, o que yo vaya a buscar (sino más angustia todavía o, en una persona sana: la razón misma de huir–de la angustia). Como tampoco tengo claro, sí "en la angustia" se puede estar frente a nada o a la Nada, manteniendo las capacidades cognitivas para reconocerla y considera como tal, o si tan siquiera uno es capaz de considerar nada en esas condiciones, precisamente allí, donde la nitidez con la que el individuo capta el fenómeno más se atenúa y desdibuja / donde al no verse capaz de iniciar una acción que alivie el sentimiento que está provocando esa angustia ―por ser, precisamente, ese tipo particular de miedo (un miedo sin razón y objeto–Heidegger)― la situación conlleva un grave y marcado deterioro del funcionamiento fisiológico, psicológico y social del individuo ― (Rev. Mal-Estar Subj. v.3 n.1 Fortaleza mar. 2003/ Juan Carlos Sierra; Virgilio Ortega; Ihab). Pues mientras la angustia normal (venida de la amenaza real: enfermedad o toma de decisiones) en un individuo sano, no implica una reducción de la libertad del ser humano, sino al contrario, pudiendo potenciarlo a buscar una salida apropiada, como entendemos en Kierkegaard, a saltar, pero luego “la angustia patológica (aquella percibida sin razón ni objeto) se muestra, por el contrario, como una reacción desproporcionada respecto a la situación que se presenta, siendo primaria y profunda; una angustia estereotipada y anacrónica, que revive e imagina un conflicto tal vez inexistente” (Ayuso, 1988). Pero y como dije anteriormente, al final de la otra entrada, no son pocos los que lo hacen... lanzarse a los abismos de un vacío, sin fondo, con la falsa promesa de encontrar allí, donde nada hay para él: la nada / que revela al ser.

I

He leído de la mano de un profesor de filosofía al que admiro—pero con el que desafortunadamente no estoy de acuerdo en algunas de sus apreciaciones—que: “la cuestión de la Nada está implicada en la vida del que la entiende (?), y esto afecta directamente en su percepción antropológica”. “Por tanto, concebir al hombre desde la Nada propiciará, ineludiblemente, que se tenga que replantear la concepción que se tiene sobre lo que es mejor para el humano mismo, es decir, las ideas sobre lo que significa el Desarrollo o la superación del humano” — Contemplar la Nada, Un camino alterno hacia la comprensión del Ser (Héctor Sevilla, doctor en filosofía). Pero y como dije, no estoy de acuerdo con Héctor, es más: apenas entendí lo expresado en esas líneas; o quizá entendí algo ―pues algo dice― pero solo me parecen palabras que fuera del texto no llevan a contexto alguno y concreto de la realidad; o acaso: ¿ya entendimos la Nada?, cuando dice Héctor en su libro: “la cuestión de la Nada está implicada en la vida del que la entiende y esto afecta directamente en su percepción antropológica”. Pero, ¿estamos hablando de la Nada? (de la Nada absoluta) o, estamos hablando de aquella Nada revelada en la angustia por Heidegger; pues quedó claro que no hablamos de la misma cosa, dado un supuesto u otro. De todas formas, y dando por supuesto que hablamos de la única de la que podemos hablar: la revelada por Heidegger, parece sabemos muchas cosas de esa Nada, y todo a partir de la experiencia de otro, en la angustia, que nos esforzamos muchos por entender, pero que recordemos: parte sobre la experiencia subjetiva de la idea reveladora del ser, a partir de la Nada, revelada en la angustia, que luego revela al ser, y todo ello interpretado por Heidegger... si no voy mal encaminado.

Pero Héctor me habla de entender la Nada y yo me pregunto ¿cómo puedo entender la Nada? He sufrido dolor: muchísimo, pero no entiendo el dolor; he amado, pero no entiendo el amor; he estado a las puertas de morir, pero no entiendo la muerte; he sufrido y menos entiendo el sufrimiento; conozco muy bien a algunas personas, pero observo, que luego no las entiendo y menos aún las conozco; vivo, creo que plenamente, pero soy incapaz de entender el sentido último de la vida: ni siquiera sé por qué estoy aquí, en el mundo: yo no lo pedí y, por supuesto mis padres tampoco: aunque, posiblemente para todo haya una razón o al menos, eso espero.

De modo que al leer el párrafo anterior, me encuentro desarbolado e incapaz a la vez, pues no parezco entender ni siquiera, siendo aquello venido de mi propia experiencia; así pues, ¿cómo podría yo entender la Nada?, y menos que esta parta de una angustia que de manera consciente con todas sus fuerzas mi naturaleza rechaza: de la que huyo, y doy por sentado que ninguno queremos conocer, y menos experimentar (si no es obligado); aunque, luego la experiencia te dé eso: experiencia y un cierto ‘acostumbrarse’ sobre aquel ámbito tormentoso de la existencia. Sobre todo, cuando los que hemos surcado esas aguas tempestuosas, conocemos sus corrientes, y si bien es siempre desagradable el encuentro, como Sísifo, transitamos el páramo cada vez con menor aflicción (Camus). Pues si algo es propio del hombre es la costumbre y a todo se acostumbra este —incluso, a los infiernos si se da el caso— y la angustia no es ni de lejos el infierno. Pero la Nada: eso es otra cosa (que no-es) que no puede estar donde uno está, de ningún modo; acaso, podrá estar cuando [ya no-estés] y esa es su terrible realidad: cuando al pretender asomarse a ella se intuye difuso el rostro de la muerte, lo primero, que la abandera. De modo que, olvidándonos por un momento si entendemos mejor esto o aquello respecto a la Nada, lo que sí, entendemos de una determinada línea de textos, respecto a lo que nos ocupa, cuestionarnos la Nada: parece más que de conocimiento, hablamos de un camino de aceptación de una realidad que choca de frente con el motor y voluntad de todo hombre: un abocarse a los abismos, literalmente, en busca de la Nada, azotado por la zozobra de la angustia y unas circunstancias adversas, cuando solo pensar en ello ya antecede lo pavoroso, y no digo que la angustia no tenga su interés, su qué, y su razón de ser (anticipar el peligro) pero si este es el camino, consciente, luego no es de extrañar que desde otros ámbitos hayamos hecho de la Nada (de la desconocida) una desdibujada conocida: banalizada, haciéndola más soportable y cercana a nuestra realidad y comprensión.

Pero qué encontrase Heidegger su Nada en la angustia, a partir de su propia experiencia, ¿es esto óbice para que otros puedan encontrar la Nada, o al ser, en otro sitio? Y de vuelta, ¿Por qué la angustia?, no parece este estado de ánimo/entorno (tomado por entero por la propia angustia) lugar para otra cosa que no sea angustia (hablo por mi experiencia). Jünger afirma que Heidegger da en la diana al afirmar: “La angustia es un estado de ánimo totalmente particular, e indeterminado. Cuando llega se le percibe en todas partes, pero, sin embargo, es imposible localizarla en un sitio exacto”. Sí, tal vez es el estado de ánimo fundamental del hombre, ese extraño ser que atraviesa el tiempo y en su lucha contra la Nada ha de hacer frente a dos pruebas inevitables: la de la duda y la del dolor. (Jünger). Pero prestemos atención a esto último, es interesante, pues y aunque nos sea imposible localizar la angustia en un sitio exacto, como afirma Jünger, lo que sí localizamos inmediatamente es su origen, en la duda, esa duda que es la desazón que alimenta y proyecta la angustia, así como el dolor/ o la razón del dolor que la causa, y que no son la razón de la angustia: sino la misma angustia.

Una angustia, que por supuesto tiene su (causa-de ser / la duda) y su (razón-de ser / anticipar - el peligro) pero nada que ver con la razón de permanecer en ese estado de angustia, y menos frente a la Nada, suponiendo que en ese estado se pueda acceder, ni siquiera inconscientemente a algo más que a aquello que causa la angustia, o al dolor que provoca: esto en la vida real —a menos que no nos estemos remitiendo a la realidad, o nuestra realidad se limite a lo afirmado en lo subjetivo de unos textos, claro está—. Y precisamente sobre esos textos, una vez elaborada la pregunta por la nada, trata Heidegger de responder a tal pregunta pasando y aportando de la angustia y la Nada algunas caracterizaciones donde, además, nos advierte que aquello que la Nada descubre, no es ni ente, ni objeto: «En la angustia la nada aparece “a una” con el ente en su totalidad»18. «En la angustia el ente se torna caduco» 20. Y a esta caducidad acompaña una especie de tranquilidad, de fascinación, o de «calma hechizada» 21, que Heidegger entiende como Nichtung, entiéndase: desistimiento, anonadamiento (La nada no atrae hacia sí, más bien rechaza, pero "en tanto que sentimos el rechazo de la nada, somos a la vez remitidos a lo que precisamente se escapa de nosotros, o sea, al ente en total"). Es el escaparse de las cosas y el retroceder del Dasein lo que describe el funcionamiento de la nada. Heidegger ha llamado a esto «el anonadamiento de la nada» (cf. COHN, P., o.cit., p. 157). — R. ÁVILA, (HEIDEGGER Y EL PROBLEMA DE LA NADA).

Sin embargo, si yo fuese abogado protestaría, cuando de las frases anteriores «En la angustia el ente se torna caduco»/ «En la angustia la nada aparece “a una” con el ente en su totalidad»/ «Y a esta caducidad acompaña una especie de tranquilidad, de fascinación, o de calma hechizada», y que Heidegger entiende como Nichtung (desistimiento, anonadamiento) sugiere ―así lo entiendo yo― un predisponernos / se nos dice lo que debemos ver, entender, sobre una experiencia que juzgo siempre será subjetiva (de él). Pero nadie puede hablar de la angustia / en la angustia, de manera objetiva, afirmando condición alguna de esta, en otro ser: por lo que ninguna persona puede hablar a otra de lo que es, o como es la angustia: su propia angustia, del otro, con cierta propiedad. En todo caso, lo que sí podemos afirmar todos con propiedad, es aquello que no es la angustia: no es tranquilidad, no es fascinación, o calma de ningún tipo (si no estás en algún estado conciencia alterado). Si acaso y obviamente, será algo más parecido a todo lo contrario: intranquilidad, terror, desvelo, agotamiento, temblores, inseguridad, por poner algunos ejemplos: a no ser que no hablemos de las mismas cosas, ni de la misma angustia, ni de las mismas personas, ni de la misma realidad, sin que todo ello ponga en cuestión el trabajo de Heidegger, lo que lleva a tomar en consideración primero ese predisponer, y luego, que la angustia (su angustia) no sea exactamente la angustia como todos la entendemos, y se deba a alguna razón, influencia (o predisposición por…) de la que, algo ya he dejado caer: un problema o aflicción.

(18) Qué es metafísica?, en Hitos, trad. H. Cortés y A. Leyte, Alianza, Madrid, 101 (ed. alemana, 113).
(19) Cf. COHN, P., o.cit., parágrafo 155.
(20) Hitos, ed. cit., p. 101 (ed. alemana, 113). (21) Ib.

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