1.0. Et In Arcadia Ego— 1.1-Qué Sabéis vosotros
de las Sirenas—.1.2.-Un lugar más allá de las sirenas—1.3.-Sobre el saber, y saber
“que por necesidad somos impulsados”—. 1.4.-Sobre la búsqueda y el
deseo de felicidad—“1. 5.-Precipitarse hacia las
propias consecuencias—
1.0. Et In
Arcadia Ego — «Auchichwar
in Arkadien geboren» escribe Schiller, al inicio de aquel poema al
que tituló Resignatión. Lo cierto es, que parece no ser
necesario sentirse seducido por el aire cargado de esencias que desprenden sus
versos, para que de inmediato advirtamos —marginando, el significado literal y
ateniendo a lo que el poeta, verdaderamente nos decía— que Schiller tenía
razón. Diríase aún, que la sigue teniendo: «Todos nacemos en Arcadia».
Del mismo modo que les ocurriera a aquellos pastorcillos que dicen las líricas, poblaban antaño la fértil región del Peloponeso: nacemos y crecemos convencidos de hallarnos en un extraordinario paraíso donde alimentamos deseos y esperanzas, imaginando algún día trasladarlo a buen fin. Sin embargo, cuan cruel se manifiesta a los hombres su destino que a poco de haber iniciado tan ansiado camino —y apenas habiendo recorrido unos míseros días— comprobamos (todos), consternados ante la evidencia que debemos hacer frente a una realidad distinta: hasta entonces desconocida y preñada de innumerables peligros, tal que nos fueron representados por Guercino, en aquella advertencia sobre el camino que atenaza, con faz descarnada, conmoviendo la liviana existencia de nuestras vidas: presta a devorar toda fantasía que nuestras ingenuas almas pudieran todavía albergar. Será en ese instante, cuando intuyendo la vida ajena y desbordados ante el desconcierto que nos envuelve y abruma, recordemos, igual que aquellos pastorcillos paralizados frente a la siniestra osamenta, aquellas palabras de Dante, cuando temeroso refería apenas iniciado él su camino: «Extraviado me vi por selva oscura; que la vía directa era perdida: ¡Ay cuanto referir es cosa dura de esta selva agreste y fuerte, que aún conserva el pecho la pavura!» (Divina comedia; canto I)
1.-Que Sabéis vosotros de las Sirenas—. Entiendo, que aquellos que no estén familiarizados con la mitología Griega, y tengan una imagen de estas dentro de un folklore más actual; metamorfoseado por el cine y los libros de cuentos, que de niños nuestros padres nos solían comprar, al leer las líneas más abajo expuestas se extrañaran, exclamando, al tiempo que se preguntan, sorprendidos: «Demonios ¿qué son las Sirenas?». Y, lo cierto es, que aquella imagen que nos habíamos formado, de pronto se viene al traste al conocer algunas, de las muchas referencias que de ellas remite la literatura; sin embargo, lo peor, es que muy pocos convendrán en ponerse de acuerdo a la hora de opinar en torno al tema: ofreciéndonos nunca una descripción o explicación exacta de ellas. De modo, que al intentar determinar su origen, número o cometido dentro del enorme entramado mitológico nos sentimos abrumados; sumergidos, en un mar de opiniones, en algunos casos incluso contradictorias pues, son varias las versiones que se barajan al respecto y, que se recogen extraídas de la vasta mitología y la Poesía Helena. Así, unas veces las encontramos como horribles monstruos marinos o terrestres que atormentan a los hombres; y otras, en un papel que resulta compasivo, piadoso con aquellas víctimas que lograron conmoverlas, personificando el alma tranquilizadora que comparte la tristeza de los vivos, después de haber sido un peligro para ellos. Pero al mismo tiempo, y esto no deja de ser curioso, las podemos encontrar como fieles protectoras de tumbas —contra las acometidas de los malos espíritus—. Luego está su origen, a priori atribuido a Forcis —el anciano del mar—; si bien, observamos otras posibilidades, sugeridas a partir de unas gotas de sangre caídas de la punta del río Aqueloo, en cuyo caso sus madres bien podrían ser varias: desde Gea, pasando por alguna de las tres musas: Melpomene, Caliope o Terpsicore. Por último, estaría su número, dos o bien tres, dependiendo del autor y que varían en función de la madre. En el caso de ser Melpóneme, sus nombres serían: Telxipea, Aglaope y Pesinoe; mientras que si su maternidad es atribuida a Terpsicore, sus nombres varían siendo: Parténome, Leucosia y Ligea. Pero de lo que no cabe duda, es que entre tanta vacilación, encontramos un bonito y sugestivo nombre —hoy profanado y hartamente manoseado hasta la saciedad— para describir unos seres “míticos” y fabulosos, de los que apenas sabemos nada. Inventadas, por la imaginación humana, nos dicen unos pero, quién puede afirmar, no haber escuchado jamás ―en los más profundo de sí― en momentos cuando el alma se encuentra sosegada, aquellas melodiosas voces seductoras por las que dejándonos llevar, nos hemos sentido hechizados y visto que nuestra alma era empujada.
«Llegarás primero
a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que
imprudente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a su hogar; sino
que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y
tiñendo a su alrededor, enorme montón de huesos, de hombres putrefactos cuya
piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con
cera blanda, a fin, de que ninguno las oiga; mas si tú deseas escucharlas haz
que te aten a la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la
parte inferior del mástil. Y acaso, de que supliques o mandes a los compañeros
que te suelten, atente, con más lazos todavía». «Homero —
Odisea; Rapsodia XII».
Leyendo atentamente el fragmento de la
traducción de la Odisea realizada, por L. Segala i Estaella y editada por la
colección Austral —posiblemente una de las mejores transcripciones realizadas
al castellano, dada su fidelidad literal— algunas inquietantes respuestas con
relación a estos extraños seres parecen emerger a la luz, surgidas de las
palabras escritas hace milenios de la mano del genial Homero. Gracias a él y a
modo de apercibimiento se nos revela una primera descripción sorprendente, y no
menos aterradora; quizá, un tanto somera que incluso ensancha el profundo mar
de desconocimiento que de estos legendarios seres “míticos” poseemos hoy día
las personas. En cualquier caso —monstruos marinos y demonios alados para unos,
o vírgenes protectoras de las almas para otros— la mitología nos recuerda, que
podría tratarse de parientes próximos a Erinas y Arpías, ambas poseedoras una
dilatada y endiablada leyenda negra, marcada por la desgracia y la tragedia,
que no debemos en ningún caso orillar. Por tanto y, observando la advertencia
—por cierto a tener muy en deferencia— que la divina Circe “diosa de lindas
trenzas” dedica al valeroso argivo «Odiseo» parecería obvio comprender, si
damos pie a la leyenda, el motivo por el que a lo largo de los siglos no
hemos tenido noticia de aquellos que se han aventurado a buscar ese lugar,
insólito y remoto: desbordante de belleza y paz para unos;
maldito, despiadado y despreciado por otros, que con sus
encantadoras y sonoras voces habitan, protegiendo sin tregua y con desvelo las
incansables y melódicas sirenas. Pues los peligros, sufrimientos y
miserias que aguardaban, acechantes a cuantos escuchando, partiesen en su busca
serían dignos a tener muy en consideración y pocos, muy pocos serán, quienes se
atreverán finalmente a desafiar las advertencias.
2.-Un lugar más allá de las
sirenas—La historia no trata acerca de aquellos que partieron un día y sucumbieron
antes de poder regresar con relatos de sus destinos, y que pudrieron sus huesos
y pieles al sol. Sin embargo, y como cabría esperar, existen versiones—menos
comentadas— que circulan entre algunos hombres: de la mar y la
montaña. Se trata de antiguos y curiosas leyendas que, con el tiempo
han formado parte de mitos y de los que es muy complicado afirmar su veracidad.
En todo caso, es algo que tan solo conocen unos pocos, los más viejos y sabios
que guardan celosamente de desvelar a extraños. Solo, la ingenuidad de quien
pregunta puede abrir los labios sellados de quienes protegen su secreto. Solo
entonces, abordo de un pesquero en alta mar o en el interior de inalcanzables
refugios en las montañas, sobre heladas cumbres, cuando la nieve cubre los
pasos y los hombres se reúnen arropados por el fuego, es cuando se relata no
sin temor, que hay quienes un día escucharon una llamada partiendo, no sabiendo
nadie de ellos durante meses o incluso años —llegando a dárseles por
muertos— o perdidos en la tormenta. Pero que un día volvieron, regresados
quizá por la misma tempestad que se los había tragado, y portando aquellas
mismas ropas que cuando se fueron; raídas por el tiempo y evidenciando miserias
y penalidades; si bien, quienes los vieron llegar afirmaron que luego de hablar
con ellos parecían ser otros: personas muy distintas de las que un día
partieron, y que al ser preguntados sobre donde estuvieron, jamás lograron
sonsacarles o que hablaran de ello. Como si un fiel juramento sellara sus
labios para la eternidad, y la vida les fuese en ello. Tan solo se podía
observar una delicada sonrisa y un brillo radiante en su mirada al ser
preguntados, que delataba a aquellos rostros magullados por el frío, el sol o
la sal. Aquel brillo, decían los viejos, era el reflejo de quienes alcanzan un
destino utópico a la razón, inimaginable al simple mortal, donde se encuentran
todos los matices de la tierra, el cielo y el universo. Un lugar en el que la
naturaleza (que gusta de ocultarse) se muestra al hombre y le hace partícipe de
su grandeza, velada hasta entonces a sus sentidos. Ese lugar donde el hombre,
solo después de mucho batallar, y desafiando la propia vida puede alcanzar la
verdadera patria y aquella paz tan anhelada, para con sus semejantes y consigo
mismo.
Sin embargo, esa misma y terrible ausencia
de hechos confirmados, acerca de aquellos valientes o locos desvariados, que
arriesgando su vida hubiesen partido hacia las verdes praderas; agudiza el
talante mítico de tan asombroso lugar, pues sugiere dos posibles opciones.
Una de ellas, la mítica: «aquel que imprudente se acerca al lugar ya no
vuelve a su hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto
sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor enorme montón de huesos de
hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo». La Otra, escéptica: «se
trata de seres y lugares imaginarios: inventados por la mente humana y no
habitan otro lugar que esta». Cabría entonces preguntarse entonces ¿qué
puede haber de cierto en todo ello? Evidentemente, recurriendo a la lógica y a
la razón, una respuesta parece demoledora. Pero no seré yo quien la manifieste
o argumente, pues saben las divinas Cárites que de ello me guardaré, como me he
guardado la peste y el hambre. Y al punto viene observar esta
exhortación, "pues aquellos que ligeros emiten juicios y de
confianza se sienten colmados — erguidos sobre el arrecife de las Sirenas los
primeros serán hechizados”.
Precisamente Pausanias (aquel griego
de provincias de profesión sus viajes) — no solo
poeta sino también filósofo, que vivió bastante y deambuló mucho más
—perteneciente a la escuela escéptica de Pirrón de Elis, al igual que Timón de
Fliunte y por ello pragmático estudioso de Homero, como lo fueron: Aristóteles
y Eustaquio “comentarios a la Iliada”; Heraclito "alegorías homéricas” y
Platón “Hipias menor”, es quien al final de su Nekuia «evocación de los
muertos» cierra de modo inquietante y sin aparentemente motivo
advirtiendo al lector, de tomar a la ligera juicios, no sabemos exactamente
relacionados con qué. Pues al tratarse tan solo de un fragmento perteneciente a
la parte final, desconocemos que poderosos motivos pudieron llevarle a
manifestar tal advertencia, pero sin olvidar, que de por medio andan las
sirenas.
Llegados a este punto, quizá, debamos ser nosotros quienes intentemos atisbar: si encerrado entre el mito y la leyenda existe algo más, algo que podamos extrapolar a la realidad. Entiendo, por supuesto, que puede parecer una tarea complicada y reservada a quienes tras muchos años de estudios y formación poseen, el método y el medio, para bucear en la compleja dimensión en la que se muestran tan singulares textos. Pero razonemos un momento y situémonos en la piel del poeta; comprendamos su modo de ver el mundo, las personas, los sentimientos; o, mejor aún, reflexionemos acerca del modo de expresarse de estos. Me viene a la memoria una lectura; “la poesía” - Borges, donde alude al Panteísta Irlandés Escoto Erigena, quien dijo, “La sagrada escritura encerraba un infinito número de sentidos" comparándola con el plumaje tornasolado de la cola de un pavo real. Luego, de todos es conocido que los poetas, proceden por hipérbolas; pues bien, al leer poesía caminamos, a veces sin saberlo, sobre una calculada y trabajada configuración metafórica, con la que ha entretejido el autor su poema. Lentamente, al profundizar en este, y del tumulto de sus palabras se comienzan a advertir diversos significados; interpretaciones, todas posibles, pero de las que tan solo una permanecía latente en la mente del autor: “Su mensaje” o, en este caso “advertencia”. Así pues, la pregunta correcta, no sería ¿qué son? sino, ¿qué es aquello que representan? A qué se está refiriendo realmente el poeta, cuando nos advierte de las sirenas.
Pero no esperen por mi parte una
respuesta. Desembarazarse del oscuro y abultado velo que cubre nuestras
conciencias y ver más allá, es tarea que incumbe individualmente a cada uno de
nosotros: un ejercicio intimista y personal. Ya resulta bastante
embarazoso para mí tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente
me embargan: voces, que en ocasiones resuenan con fuerza en nuestro interior,
provocando que alcemos la vista hacia lugares insólitos y lejanos de nuestras tierras.
Lugares, donde habita la fascinación y el encanto y, desde donde se escucha el
sutil y melódico canto de unas vírgenes aladas que con pujanza, tiran de
nuestras almas. Cuánto más complicado, todavía, sería para mí tener que
describir esas pasiones que nos llevan voluntariamente a partir en una azarosa
búsqueda, y más aún, hacerlo a aquellos que las ignoran. Que ignoran el
sonido oculto y camuflado en el fuerte viento: en las montañas, o tras el
rugido de olas que se estrellan furiosas contra solitarios acantilados en las
rocas; cómo describir ese lamento que exhala la nieve al crujir bajo las botas,
al ser pisoteada, o el rumor del agua que se advierte risueño en primavera bajo
los vapores de un diminuto arroyo en la escarcha; o la mirada en ese destello
que se filtra buscándonos entre las hojas de los árboles al levantar el sol, y
que torna de tonos mágicos la realidad, como si está, de alguna manera tratase
de insinuarse, mostrándome por unos instantes tonos extrañamos, antes ocultos
sobre las mismas formas. Cómo explicar esa necesidad de mirar,
escuchar y hablarle a las estrellas, de ir más allá del horizonte y seguir
adelante caminando entre la tempestad cuando, aparentemente, delante no hay más
que soledad y un intenso frío, sin saber qué Parca, o qué más allá en silencio
nos aguarda.
3.-Sobre el saber, y saber
“que por necesidad somos impulsados”—.
"impulsado", pero ¿a dónde? - Da igual, así te despiertes y te
veas al borde del cráter de un volcán, mirando las piedras que te caen de
arriba, ahora caminar el borde es parte del camino, luego desciende y no te
detengas, no seas ni sigas a la piedra, que a la orilla está y se queda
arriba, pues si no es hoy: mañana esta se derrumbará dormida, cayendo al mismo
profundo agujero en la tierra que le dio la vida.
«Por naturaleza —afirma Aristóteles—
tienen todos los hombres deseo de saber»1[πάντεςἄνθρωποι τοῦεἰδέναι ὀρέγονται
φύσει, 980α 21]2. Ciertamente, Aristóteles nació hace más de veinticuatro
siglos en la Antigua Grecia. Sin embargo, no por haber vivido en un lugar y
momento que nos pueda parecer tan lejano en el tiempo, le eran ajenos los
sentimientos y deseos o las propias sensaciones, que son al
ejercicio que me propongo aquellas cosas que conciernen. Independientemente
éstas, de quién y en qué lugar o tiempo las experimente (pues se trata de
experiencias). Pero y dado que pocos encontraré mejor que él facultados, en
tanto al saber en cuanto a tal: “concepto·, y que exponerlo en toda su magnitud
sería —a este ejercicio— un exceso, consideraré, por el momento y con ello
también así finalizar el exordio en el que me veo envuelto, que Aristóteles no
solo tenía razón sino que sigue hoy estando en lo cierto. Cierto: que
no hay nada que ocurra en el universo y consecuentemente en el mundo —derivado de
la naturaleza o las personas— que no estimule al pensamiento, en el hombre que
observa y aprende, a través, del medio en el que se desenvuelve, impulsándole a
saber. «Saber» que en su conjunto y resumido en una sola palabra es
entendimiento (de algo: cosa / ente); facultad ésta, que habrá de
adquirirse por el examen de aquellas mismas cosas/ ente, y a partir de aquellas
experiencias sensibles —también llamadas impresiones— y la información que
estas últimas le ofrecen al juicio respecto de las primeras— procurando llegar
a «conocer» y consecuentemente a su producto «el conocimiento» a partir de de
lo observado, y las sensaciones e impresiones por las que somos abordados de la
experiencia. «Conocimiento pero —nos dice Kant en la
primera línea de su estética trascendental—comienza con la experiencia; pero esto no significa
que todo él derive de la experiencia (según Kant). Principio no
significa pues origen sino fundamento» primero del hecho
empírico, que lleva luego a reflexión: jerarquiza, estructura, ordena,
discrimina la información; y que igualmente, encuentra respuestas—a las
cuestiones— y soluciones a los problemas e ideas derivados por la razón de
aquellas mismas de las cosas… Esto es el entendimiento, que
da sentido (razonado) hoy al mundo, venido de despejar el horizonte. Un
«Horizonte —pero—limitado, pues nace de una limitación:
limitación (subjetiva) que la razón (del individuo) encuentra de las propias
cosas que experimente (en sí mismas y hacia nuestros sentidos),luego igualmente
de nuestra visión o entendimiento de ellas, cuando a falta de las propias
experiencias en el medio natural y de las cosas, estas son impuestas
(razonamiento a partir de otros expuesto a nosotros: en una ausencia total
propia ( en el individuo) de experiencias (sensaciones e impresiones) de
aquella realidad de las cosas que pretende entender, pero y más importante
todavía, cuando desconocemos ( de las cosas) su razón primera y última de ser
ahí: “se decide sobre la verdad y la falsedad , la razón y la locura
sin conocer en qué principios se funda”—Hume .
Luego sería insensato (sino absurdo) por
nuestra parte abandonarnos — llegado el momento de la madurez como es mi caso—
hacia pueriles cavilaciones ingeniosas a partir de la vasta infinitud de ideas propuestas
hoy de la filosofía y el pensamiento todos los días, cuando la causa principal
—como afirmaba Berkeley —de los errores e incertidumbre que se encuentran (aún
y quizá más hoy) en la filosofa, es la creencia en la capacidad del para formar
ideas abstractas (válidas) (Hist. DP T-4 p10). Se
precisa pues de esta labor que me propongo un orden y establecer alguna
prioridad cuando de verdad pretendemos conocer (conocimiento).: “Si cae en
nuestras manos algún volumen, por ejemplo de teología o metafísica
preguntémonos ¿contiene algún razonamiento experimental sobre cuestiones
de hecho y de existencia? No, pues entonces arrojémoslo al
fuego, porque no contiene más que supercherías y engaños” (Hist. D. P Tomo-4
p23). Pero ya nos advirtió de algo de esto Sócrates (por platón)
siendo el primero que tomando conciencia de la tragedia que de manera continua
discurría ante sus ojos —lejos de especular con vanos conceptos— nos recordó,
que dados a la reflexión era “la existencia el primer y
mayor problema a abordar, “incitando” con ello al examen incesante de uno
mismo, y al de los demás: examinar “a los demás”, pues lo que observamos, es la
total ausencia de razón que justifique el sufrimiento que deviene de la
manifestación —tantas veces fatídica— de esa existencia: siendo, como somos,
incapaces todavía de prever aquellos fatales eventos que habrán de seguir
aconteciendo (al no remitirnos de la experiencia, proyectada hacia nosotros de
aquellos mismos que nos mostraron (de unos hechos: luego de estos) sus
consecuencias.
Así pues, sería precisamente llevado de
esta aptitud entorno de las circunstancias que condicionan, dando o restando
sentido a la vida, y donde precisamente el saber justamente está en ser buscado
—cuando éste posibilita los cambios— que de los resultados obtenidos a partir
de una primera introspección, buscando no fui capaz de advertir otro móvil que
a diario determinase mis pasos, al margen de aquel mismo deseo que desde antaño
ha guiado mis actos, e igualmente, el devenir de buena parte de la humanidad.
Pues, según pude constatar, fue Aristóteles quien —al igual que ahora yo
intuyese— entonces convino, que debía existir un fin supremo, deseado, no solo
por él sino por todos mortales —principio liberador de todos los males—
deduciendo, finalmente, que este fin no debía ser otro que la felicidad (como
objetivo): pues «Siendo la felicidad mejor y más bella que todas las cosas, es
también la más placentera» [ἡμεῖς δ᾽ αὐτῷμὴσυγχωρῶμεν. ἡ γὰρεὐδαιμονία
κάλλιστον καὶ ἄριστον ἁπάντωνοὖσα ἥδιστονἐστίν.1214α]3.
Sin embargo, cuál sería mi asombro que
entregado a un mayor profundizar, reflexionando en el conocimiento de mi propia
experiencia, y habiendo a la sazón repudiado la senda del autoengaño —que
conduce a no encontrarse ni a saberse uno quién es jamás — pude observar, y no
solo de mis actos, que la búsqueda de la felicidad o el mero hecho de desearla
pudiera ser aquello que fatalmente motivase cuanto de trágico en la vida
hubiere de acontecer. Y parece lógico preguntarse… ¿cómo puede ser? ¿Qué de
malo puede haber?, la verdad, es que yo tampoco lo sabía, siquiera apenas lo
intuía antes de comprender gracias a unas viejas lecciones aquello que
Aristóteles de forma modesta, al comienzo de su metafísica nos refería, a
saber: que primero y por encima de cualquier anhelo de saber «Tienen
todos los hombres deseo…» Deseo éste, pero, que no es una clase mayor
de querer, sino un impulso, o disposición genérica de la razón “sine
iudicium” (sin juicio) entendida, esta razón (subjetiva) como puro
ámbito de representaciones: “inerte” y sometida a las pasiones mismas
—dice Hume— en tal medida, que no puede pretender otro oficio que
obedecerlas y servirlas (por unos medios hacia unos fines). No alcanzando de
este modo la razón, ser motivo de acción, ni mucho menos oponerse a la pasión
(deseo), que venida a lomos del impulso y “encubierto” bajo su estela, se
muestra ya como una sola cosa, en cuanto a tal: poderosa, que da origen a la
acción. Pues, ocurre con el deseo como con tantas
cosas, al desnudarlas, encontramos un saber: que arropadas bajo éstas
existen otras que nos son dadas encubiertas y así veladas a la razón, que todo
lo ignora de ellas cuando, ingenua, las experimenta. Y, es por ello que
concluyo con una sugerencia: que no habrá de darse por pedestre este saber; «pues
saber, que por naturaleza estamos impulsados, no es un saber cualquiera».
1.4.-Sobre la búsqueda y el
deseo de felicidad—“μη επιθυμει αδυνατα"1 —"No quieras (no
desees) imposibles"— nos dice Quilón, 16. Todos tenemos el mismo
anhelo: esperamos vivir, y (el mismo defecto) “deseamos” vivir siendo
felices: como si vivir fuese poco (buscamos la felicidad, siempre
cuanto más arriba), en lugar de vivir plenamente la propia vida. Hallar esa
felicidad parece ser la labor infinita del hombre, y esperarla sin la
conciencia del tiempo que pasa, su castigo. Por desgracia, el hombre solo
aprende a vivir desde el momento en que ya no puede esperar nada: justo cuando
deja de tocar los tambores y empieza a escuchar al viento...
Del saber antes mencionado «que somos
impulsados» se deduce, igualmente, que toda búsqueda —por inocente o bien
intencionada que parezca— es precedida por ese deseo (subjetivo) que la
origina. «Deseo que es atributo y misma esencia del hombre» (Spinoza),
y que para reconocerlo, antes debemos comprender que al sentirlo está ya en sus
partes constituido y en nuestra consciencia obrando, en tanto, que condiciona
pudiendo hacer nada para librarnos de lo que nos representa, cuando no por mil
veces lo deseado, seguimos aún tan lejos de alcanzarlo. Constituido (he dicho),
pero bien pudiera haber sido maquinado pues parece más la obra del diablo; o
acaso un gusano forjado a partir del misma génesis de la conciencia: germen que
eclosiona y toma su asiento y sustento primero a partir de la propia extrañeza
de las cosas; más cuando mayor sea la fijación, mayor será su
necesidad de alimento, que irá en aumento—más allá de lo racional—
sostenida por uno o varios sentimientos: necesidades pero,
que bien pudieren también no serlas aunque sí parecerlas, llevando al individuo
a diferentes estados de conciencia (emocional), donde se retroalimenta lo que
todavía no, pero ya se intuye impulso (potencial de una acción) hasta el
momento en que se desata “el impulso” (“sentimiento e
instinto” más que razón. Pues la misma razón
que a veces duda y ahora busca, no es sino una
manifestación de la naturaleza instintiva del hombre—Hume. H
del P T4p.22).
Impulso —como crisol— que funde todas
las partes y donde se fragua naciendo el deseo, que habrá de tornarse en acción
de la voluntad; voluntad que nos estimula y arrastra por desconocidos e
intrincados laberintos hasta conseguir, no siempre, la tan anhelada meta (la
felicidad); pues no son pocos los que opinan que podría no alcanzarse
jamás, alegando que la felicidad es como el cielo, a veces, creemos estar
en él imaginando una realidad y, sin embargo, de inmediato advertimos que se
trata de una ilusión temporal: una fantasía, que nos llena de desconsuelo al
comprobar instantes después, que seguimos con los pies descalzos sobre el
suelo”. Esta misma idea se desprende de aquellos textos de Schopenhauer,
donde retomaría los estudios acerca de la felicidad, iniciados siglos atrás por
Aristóteles; estableciendo, que dicha felicidad así como la suerte de los
mortales, podía reducirse a tres condiciones básicas y fundamentales: lo
que uno es, lo que uno tiene, y lo que uno se representa; refiriéndose
en este último caso, al honor, la categoría y la gloria. Pero, no se dejen
seducir por lo que se pretende, sea un decano de los libros de autoayuda. Si
bien, es cierto que aquel ilustre filósofo trato ampliamente el tema de la
felicidad y de cómo acceder a ella, lo que verdaderamente deducimos luego de su
lectura es, la imposibilidad absoluta de acceder a ella concluyendo: que
el Arte del buen vivir es esencialmente un manual, en el que se desarrolla el
complicado arte de sobrevivir en el mundo. Sin embargo, inteligente
por nuestra parte también, sería no olvidar la advertencia, surgida de aquella
mente, dicen algunos que atormentada y que abocaba a su dueño continuamente al
pesimismo, cuya dimensión más crítica se encontraba representada por una
voluntad irracional, aludida y ampliamente desarrollada en sus escritos, de la
que se entiende nos previno: describiéndola, como una voluntad
infinita, discorde y devoradora de sí misma. Una voluntad
esencialmente que es desdicha y dolor «Pues ningún bien final saciará la avidez
de ese genio del engaño —llamado voluntad— que encadena, la libertad y la
independencia del intelecto (...) (…) no hay libre
albedrío; en todos los casos, la búsqueda racional esta movida por los
intereses de la voluntad, voluntad que jamás se ve saciada, y cuya única forma
de liberación posible, para el hombre, es la total auto aniquilación de la
misma». Con ello—dice Nietzsche (Mas allá del bien y del
mal)—Schopenhauer nos da a entender la voluntad como la única cosa que nos es
propiamente conocida , del todo y por entero, sin sustracción ni añadidura. Nos
describe una voluntad que es en sí misma libre. Si bien, esta voluntad también
puede, aunque no sin esfuerzo promover, en el hombre y para el hombre su propia
liberación; siempre, que no perezca sometido a ella (En el umbral del
tratado de ética, que debe indicar el camino de la liberación humana de la
voluntad de vivir, Schopenhauer se debate ampliamente con el problema de la
libertad. ¿Cómo puede el hombre liberarse de la voluntad si no es libre frente
a ella, si es un esclavo de la voluntad misma? (Hist. Del pensamiento.
Sarpe) Por lo que “claramente” se nos exhorta a renunciar a un
cuarto aspecto, sugerido, pero no incluido junto en los anteriormente
expuestos, y a mi modo de ver más relevante incluso que aquellos. Refiero al
que sin duda alguna condiciona el destino y la felicidad de las personas en
nuestro tiempo; entiéndase: no lo que somos, tenemos o representamos,
sino aquello que desde el fondo más insobornable de nosotros mismos, anhelamos
ser.
1('epithymei') y
αδυνατον ('adynaton') se refieren a conceptos fundamentales del pensamiento
griego sobre el deseo, la afectividad, el apetito y sus objetos, su sentido, su
dinámica, en definitiva, su "potencia", por jugar con una de las
versiones que va a tener, en otro contexto, la δυναμις ('dynamis'), que
comparte el mismo territorio semántico que “lo posible” (δυνατον,
'dynaton') en la filosofía de Aristóteles.
5.-Precipitarse hacia las
propias consecuencias—Hoy más que nunca podemos afirmar, sin temor a
equivocarnos, que pertenecemos a la era de la complejidad y la incertidumbre
(S. Pániker). Las barreras que antaño nos recluían en celdas “sociales”
apartados de esperanzas y anhelos han ido cayendo. Los hombres no nacen
condicionados y las aspiraciones no se ven limitadas, debido, sobre todo, a un
bajo estatus social. Consecuentemente, desde muy jóvenes todo lo que somos,
tenemos o la opinión que merecemos a los demás nos parece insuficiente; nos
sabe a poco queriendo más: más reconocimiento. Pero sobre
todo, deseamos sentirnos protagonistas y diferentes al resto de la sociedad.
Sin embargo, al levantamos por la mañana la realidad nos saluda: arrojándonos a
la cara un jarro de agua fría. Nos miramos entonces ¿cuántas veces? resignados
frente al espejo, aborreciendo de nosotros mismos, de lo que somos y de nuestra
vulgaridad. Entonces nos afligimos, nos afligimos por todo aquello que deseamos
desde lo más profundo del alma; desde esa misma profundidad, por la que
igualmente sabemos que jamás lograremos, nunca, nuestro propósito. Y he aquí el
lugar: “la fortaleza” de nuestro hogar; y el instante, frente al espejo. Ese
preciso lugar y momento, en el que la conciencia se despereza y nos mira desde
el otro lado con nuestro propio reflejo, susurrándonos, con voz sutil y encantadora,
de tal manera que las palabras adquieren propia luminiscencia: más, cuando
«Rotas y sin vigencia, las normas que durante tanto tiempo prestaron
contingencia dentro de la sociedad al individuo, no puede este ahora
construirse una dignidad, sino extrayéndola del fondo de sí mismo»
(Gaset). Pero cuidado: la imaginación es mala cabalgadura para un
hombre sensato; lo decía Pío Baroja y no le faltaba razón. Hay
ocasiones, en que esas efímeras e inofensivas visiones, plagadas casi siempre
de buenas intenciones, mueven a despertar profundos deseos: exacerbadas
pasiones, que lejos de parecer arriesgadas nos seducen de manera singular:
tirando de nuestras almas —desoyendo las advertencias— cuando atisbamos a lo
lejos la posibilidad de ir más allá convencidos, de hacer los sueños realidad.
Se trata de verdaderos orgasmos deslumbrantes, de luz delirante y fabuladora
que incitan a mover y cambiar el modo de ser y pensar: a actuar creyendo, que
si seguimos adelante lograremos permutar el despreciable destino al que se
dirige nuestra existencia. No negaré, que el ejercicio resulta convincente, y
más para quien ya se encuentra desilusionado consigo mismo. De modo, que la
catarsis contribuye al embelesamiento, desmantelando así toda
defensa de la persona, frente a ese caballo blanco que avanza llamado voluntad,
y que el individuo pudiera haber construido y así defenderse de su violencia.
Violencia devastadora, con la que luego irrumpe arrasando cual salvaje montura
pertrechada de etéreas substancias con las que nos invita a cabalgar, haciendo
frente a las eventualidades del mundo que puedan salir al paso.
Muy pocos entonces intuyen el enorme coste
y sacrificio que supone un precipitado juicio; una determinada elección en ese
justo momento de nuestra vida, sobre todo, cuando se quiere ir más allá de uno
mismo. Aún son menos, quienes cuentan con la voraz tormenta que pueda tragarse,
mandando a pique la tan anhelada empresa. No son pocas las ocasiones, que
embarcamos la vida en un frágil junco, construido apenas con algo más que
buenas intenciones, sin saber, que nos aventuramos a un mar bravío seno de
frustraciones y desventuras; pues es una travesía muchas veces malograda de
ante mano, por no haber calculado “la infinitud del deseo” ni previsto las
dificultades de tan arriesgada singladura.
No pasa mucho tiempo para cuando la
tempestad arrecia desarbolando las velas: desatando los problemas y volviendo
los titanes en contra nuestra. Solo entonces, nos acordamos de aquellos
desestimados consejos y surgen las primeras dudas: recelos primero, que darán
luego paso al miedo, que se agrava durante la noche, cristalizando en sombrías
pesadillas que, una vez manifiestas, se tornan perversas atormentando al
individuo y consumiéndolo más que la propia vida. Con ellas se revelarán uno tras
otro los peores fantasmas, surgidos como demonios no invocados en la noche
oscura: duendes del subconsciente que invitados por ese “otro yo” —que algunos
afirman “todos llevamos dentro”—, disfruta martillando lenta la conciencia
cuando nos reprocha que quizá nos equivocamos, o aún peor: recordándonos, lo
terriblemente atroz y absurda en que puede llegar a convertirse la propia vida.
Por fin, y una vez ya presa de la red
tejida por la incertidumbre y el caos; la misma, donde deposita sus gérmenes la
locura, veremos el futuro de forma distinta; sintiéndonos, como aquel que
tantas veces frecuento la angustia y la duda, dotándola de sentido, y que de
manera elocuente, al preguntarse qué le depararía el futuro, comparó sus
sensaciones con las de una araña que desde un punto fijo se descuelga,
suspendida, teniendo ante sí el enorme vacío, pataleando sin encontrar un lugar
donde apoyarse: víctimas ahora de la propia voluntad y precipitado a sus
consecuencias.
1.1."Los hombres mueren
y no son felices"—. 1.2 «Todo destino es dramático y
trágico en su más profunda dimensión»—1.3 El pueblo
español se entrega, al suicidio— 1.4 Todo
acontece por una causa— 1.5 Acerca del Trauma de la
lucidez / Extraviarse en los tópicos—. 1.6El Minotauro y la
Paradoja—.1.7. La filosofía
occidental se halla en situación crítica—.
1.1"Los hombres mueren
y no son felices" — (Calígula, Acto I - Escena V -Camus). Realizar
buena parte de lo aquí publicado conlleva cierto esfuerzo, a la vez, que una
enorme satisfacción. Mas para concluirlo —si se puede considerar concluso— no
quise ni deseé buscar deliberadamente ideas o pensamientos que me condujesen a
un fondo, sino dejándome alcanzar por este me liberé del pensar, y con esto de
sus limitaciones —de las que me reconozco (de la razón)— a decir: de un saber,
que hallo como el universo, inmenso. Siendo este motivo más que suficiente,
para que el propósito de este ejercicio sea tan modesto. Si bien creo (lo leí
en algún lugar) “son las cosas modestas aquellas que luego se tornan más
difíciles de acometer”.
1.2 «Todo destino es dramático y
trágico en su más profunda dimensión»—escribió en alguna ocasión Gaset. Hace
algunos años leí un bello pasaje en un libro que afirmaba: “la verdadera patria
de todo hombre y mujer, origen de sus deseos e igualmente, punto de partida en
el que es forjado el destino de nuestras vidas, se encuentra en algún momento
de la infancia”. Por mi parte reconozco haberme sentido seducido, y no en pocas
ocasiones pasar muchas tardes y no pocas noches de invierno en vela, buscando
en el pasado, de los recuerdos, ese preciso instante hasta dar con él.
Estupidez solo posible en aquel que ignora —de lo que le dicen otros—“que poco
importa el origen, y solo ya el destino afecta, apenas sostenido en ese reflejo
indefinido que se derrumba una vez y otra—formando parte de uno mismo. De modo
que poco interesa si tal afirmación es cierta y de nada habrá de servir el
ejercicio, cuando uno se reconoce “mártir” del devenir.., ”Vuelve y
tómame, amada sensación, (…) cuando la memoria se despierta, y el viejo deseo
corre otra vez por las venas (Cavafis).
1.3 ¡El pueblo
español se entrega, al suicidio! Decía Unamuno. Concretamente
esta es la primera frase de «El sentimiento trágico de la vida», su última
obra. En esa nota estaba reflejada la lucha
de un hombre que fue fiel a sí mismo yendo en contra de unos y
otros y rodeado del ambiente hostil de la propia ciudad a la que tanto
amó, con la desesperación de quien ve cómo se va quedando solo, mientras se
tambalea su mundo, su propia vida y hasta sus creencias» - (M. Unamuno de
sus apuntes).
Pero en algún lugar leí que un
hombre (y del mismo modo entiendo que una nación) primero debe morir,
para luego volver a nacer: y España allí se aniquiló a
sí misma, para luego muy lentamente (de aquellas mismas cenizas)
volver a nacer. Renacer (se supone) libres del odio y del dominio (que nos
llevo a aquello y que hoy nos permite al recorrerlo—de las secuelas del
recuerdo y el dolor de nuestras familias aún compartido— reconocernos todos
a nosotros mismos de aquella sangre derramada, habiendo
aprendido del sacrificio nuestros abuelos (sacrificio no por sus
propias necesidades o las de sus familias, sino por las ideas o
ideales que les inculcaron otros/ arrebatándoles primero su
libertad (condicionados a otros) , luego identidad de españoles
primero, y de padres de familia (o hijos) después,
para finalmente tantos de ellos entregar su vida recorriendo aquel
camino de sangre, para que nosotros pudiésemos (de su sacrificio
aprender) y renacer a una nueva vida, en una nueva nación: sin odio, pues hay
dos manera de ser y vivir : haciéndolo solo para uno mismo
(egoístamente), o también vivir y ser ocupándonos de los demás, como
personas ayudando en nuestras ciudades a quienes
lo necesitan / y como nación: a quien auxilio
necesite y nos pida.
1.4 “Todo acontece por una
causa”—. «Aquello que sucede, sucede necesariamente por una causa»— nos dice
Platón, en su Timeo). Plutarco, al final de su libro de fato, señala: «lo
primero y más importante no es tanto saber, que nada deviene sin una causa,
sino que todo deviene en virtud de causas anteriores» entendiendo de esto “una
primera causa origen de todas la anteriores”. Parecería, por tanto (y recalco
“parecería”) sensato de nuestra parte no eternizarnos, buscando aquellas causas
primeras ya lejanas, concluyendo (ingenuamente) entonces: que “todo principio
es causa de la anterior y continua sucesión acontecimientos, los cuales
conducen hasta “un determinado origen (pero que no es principio): sino principio
inductor, al que yo llamo (catástrofe / así lo llamaría C. Zeeman), que
ciertamente altera los factores que hasta el momento han guiado nuestra vida
hasta ese momento, pero que al entender, de aquello (de catástrofe: un
origen →como principio) igualmente conjuraríamos de nuevo a las
parcas que maniobran infinitos los destinos, siendo partir de entonces caminar
sobre un hilo que habrá de nuevo de ir siendo tejido, desconociendo aquello que
aguarda más allá “desde el principio”, escondido, tras los vados y las sombras
del camino, pero que ya no reconoceremos de nuestro camino… pues: “aquellos
fundamentos que gobiernan los misterios del universo, comienzan como engranajes
de un viejo reloj a temblar, avanzando en movimiento sin vuelta atrás, cuando
uno niño en la roca sentado, imaginando historias en silencio contempla, con la
vista perdida en el horizonte y su esperanza labrada en el tiempo, la difusa
silueta de unos sueños, forjados el murmullo sibilino del viento, y el rugir
furioso de las olas golpeando, aquellos límites impuestos al mar”.
1.5 Acerca del
Trauma de la lucidez / Extraviarse en los tópicos — Hoy,
cuando las antiguas creencias están declinando y el final de las grandes
síntesis se acentúa, un hambre manifiesta avanza peregrinando el mundo. Se
trata, de una imperiosa necesidad de saber: saber quiénes somos, de
dónde venimos o cuál es el velado propósito, de la que en tantos casos resulta
una miserable vida. De tal modo, multitud de personas de la más variada
condición, cuyo nexo común encuentra su raíz más profunda en la angustia, se
han dejado seducir en torno a temas que van más allá de su quehacer
acostumbrado. Seducidos, hacia cuestiones “profundas y metafísicas” ―cuando no,
víctimas del que resulta ser el humilde parásito de la ingenuidad― arrojadas y
a la aventura de hallar unas nuevas expectativas, en las que habrán de volverse
a replantear aquellos mismos y pretéritos temas relativos a la
existencia.
Apreciable en innumerables manifestaciones
y formas, esta aptitud se observa en mayor medida, al comprobar el creciente
interés mostrado por buena parte de la ciudadanía, encandilada en torno a una
amplia gama de tópicos y actividades: ufología, sectas, parapsicología,
“meditación”. Sin embargo, sería ventajista por mi parte arremeter directa y
exclusivamente contra todo contra aquello que más nos parecen disparates,
cuando el más ligero soplo de aire dirigido contra estos lo derrumba. No
requiriéndose tanto pulmón, como una buena dosis de coraje y osadía para
dirigirlo, sin vacilar, contra las imponentes fortificaciones de la filosofía.
Entiéndase, en esta (la filosofía) más que en ningún otro lugar, donde
el pensamiento desventurado ha escarbado, hundiéndose con mayor pasión y
resuelta vehemencia en busca de "Nada", pero labrando tan vasta maraña
de galerías que si decidimos aventurarnos a ellas correremos riesgo de
extraviarnos, amplificando así la magnitud de la inquietante perspectiva
que nos habrá finalmente de causar, caminar hacia un horizonte del que no se
intuye la dicha.
1.6 El Minotauro
y la Paradoja — La morada tiene muchos nombres y algunos,
como yo mismo, refieren el lugar como “el laberinto”. Pero este no es un
dédalo cualquiera, sino un enorme santuario fortificado de sapiencia y
erudición, donde solo contadas personas se adentran: unas llevadas por la
pasión y otras, sencillamente ―a través del cenagoso sendero de la existencia―
cuando son arrastradas al mismo, y donde una vez atrapadas se verán condenadas
a habitar por largo tiempo sus ambiguas mazmorras y galerías. Aun así, no es
extraño hoy, que ante una providencia tan amenazante como indefinida sean
legión aquellos profanos, que penetran el templo en el que habitan el Minotauro
y la paradoja… la razón. Y los motivos no parecen ser otros que encontrar algo
con que aligerar el enorme fardo, que en el páramo demora su transitar, a la
vez que abruma abatidas sus conciencias. En la marcha se les distingue
fácilmente: pertrechados con un utillaje arcaico de nociones que le
sean de utilidad, con ellos viaja siempre la duda: en todo momento presta y
dispuesta a interrogar, siempre sobre aquellas difíciles cuestiones que más
profundamente inquietan, y por qué no decirlo, a todos nos atormentan.
Se trata de preguntas laberínticas cuya complejidad es muy superior a cualquier
lenguaje hablado o escrito; y que desde hace milenios se encuentran envueltas
en una densa niebla de desconocimiento, por la que lentamente, se ha estado
abriendo paso la razón. Hueras esperanzas alimentan el tortuoso camino del
peregrino, mientras recopila cuanta más información, a la espera de poder
cuanto antes alcanzar su meta, desentrañando el significado codificado de toda
ella. Pero, es fácil comprobar que invierno tras invierno, todo ese saber
extraordinario y acumulado no ayuda ni propone solución alguna a los
innumerables males que atormentan el espíritu. Lo que antes parecía una
extraordinaria guía para comprender los misterios velados de la existencia, se
revela escrito de un lenguaje secuestrado e imposible de descifrar. Luego el
carácter en ocasiones talmúdico, que parecen ir adquiriendo algunos textos
compromete en gran medida la ardua tarea de descifrarlos. Así, las grandes
preguntas del hombre, las grandes cuestiones, permanecen ajenas para siempre al
individuo, confiscadas en un laberinto cuyos caminos, una vez transitados no
permiten huida y, donde la angustia resulta de todas partes al
comprobar, que podemos volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero
jamás, retornar sobre los propios pasos.
Sin embargo, en
ocasiones los muros de ese complejo laberinto parecen derrumbarse ante aquel
que reconoce un camino sin salida, proporcionando por unos instantes algo de
luz a la angustiosa perspectiva: un centelleo lóbrego y tenebroso,
aunque siempre revelador de la realidad. El precio a pagar habrá sido
elevado, Pues solo cuando la existencia muestra su más dramática figura,
parecerá la mente consciente (la razón) derrotada —ahora sí— entender lo que
gritaban desde hacía tanto tiempo aquellos libros. Comprendiendo no las
palabras, sino a las personas que las escribieron. Vislumbrando por fin, que en
el laberinto (la filosofía) no se hallará solución alguna a los problemas, sino
siempre las mismas preguntas, angustias y pesares que a lo largo del tiempo,
los hombres, se ha planteado a sí mismos cuestionándose, por el destino y el
fundamento de su propio ser. Hallando entonces la verdad de los
libros (de sus autores), encontramos que “no hay esperanza, más acá, ni más
allá de la muerte en ella (en la filosofía) para nosotros”. Por ello, coincido
de una parte (pero no plenamente), en que (“Toda filosofía no Valdrá una
hora de dolor” — Pascal). Pero sí, que le deberíamos prestar (al
sentido de esta tarea del pensar), al menos algo de atención.
1.7. La filosofía occidental se
halla en situación crítica —y esto no lo afirmo yo— es un hecho.
Luego, que no sirve para nada es un dicho, venido a raíz de una tradición que
parece desgastada (viciada) si no agotada, visto el fracaso a partir de sus
teorías y un repetir dando la vuelta siempre a las mismas (ideas), explicadas
de mil y una maneras, pero sin aportar nada nuevo ni relevante a la realidad; y
más importante: olvidándose por completo de explorar nuevas formas de
pensamiento o de entender el mundo: es imposible, por
tanto, no puede sostenerse aquello que se da de golpes contras sus
propias paredes y a la vez da la espalda al mundo y a la realidad, a
la entrada de un milenio que aguarda y del que algunos afirman: será un milenio
más universal o “no será”, dada la deriva
de acontecimientos en la que nos vemos envueltos. Es por ello que muchas
personas creen que la filosofía (como disciplina) es un método de conocimiento
que pertenece al pasado, habiendo sido superada por la ciencia y la técnica
(por lo real). Pero este agotamiento académico, en tanto a disciplina (del
pensar, otorgando un sentido subjetivo a las cosas), no puede ni debe alejar
nuestra atención de lo redundante: el hecho de experimentar (por
nosotros mismos) la realidad, y la obligación de hacerlo (de
hallar una verdad) a partir de todo aquello a nuestro alrededor (que se nos
hace presente a la luz, y por la misma luz a nuestros sentidos) y se proyecta
hacia nosotros ( esperando de nuestra parte ser reconocido, por lo que es
(dejándolo nosotros que se nos muestre), pues una planta no se eleva a la luz
preguntándonos a nosotros al pasar ¿y tú, amigo, qué dices que soy, sencilla
mente esta se eleva para que (no pensando, nosotros, en lo que creemos que es)
solo la observamos, dejándola ser: a ver… qué nos dice ella.. esto es: que
reaccionemos a los estímulos y sensaciones que nos produzcan.... llamamos a las cosas
por lo que genéricamente entendemos estas son: veo una flor, y si me dirijo
valientemente a ella, me digo ¡una flor! y me planto frente a ella (pero
igualmente si veo un hombre, no me dirijo a él llamando ¡Hombre! Sino que me
dirijo a él por el nombre propio (en mi pueblo por el apodo: “cara huevo”, por ejemplo; — ¡qué
pasa cara huevo!— no es una pregunta, es un saludo, yo lo reconozco (al
llamarlo por un nombre que los dos reconocemos suyo, y él me reconoce de mi voz
al reconocerlo (el catalán de los cojones otra vez). En El diálogo Cratilo,
de Platón, trata del origen del lenguaje y discute ampliamente la cuestión de
si los nombres de las cosas les pertenecen «por naturaleza» o «por convención /
acuerdo», si están unidos a ellas como una de sus partes naturales, o si les
son arbitrariamente impuestos por el hombre. Luego A la hora de
responder, «Creo que la mejor solución de estos asuntos es ésta,
Sócrates: que algún poder más grande que el humano puso los primeros
nombres a las cosas y, por lo tanto, tienen que ser inevitablemente los únicos
adecuados» (The Greek Philosophers. From Thales to Aristotle William
K. C. Guthrie, 1950). Entienden ahora: cuando un niño, instintivamente,
pone a otro “cara
huevo” y tanto “el cara huevo”, como “otros niños”, y
“otras personas”, empiezan a reconocerlo y “este igualmente” a
reconocerse por ese nombre. La cuestión entonces sería (extrapolando y si
queremos caminar un rato, a la derecha, por fuera del camino que todos transitan) lo que sucedería si a
esa flor que veo todos los días al pasear, me aparto a un lado para acercarme
(me paro) y me dirijo a ella no como a una ¡bonita margarita! (¡una flor! más); y,
por el contrario, mirándola fijamente le digo:¡que pasa cara huevo!
¡Esa, y no otra es la cuestión! Que ocurriría entonces con la luz (y
esos fotones saltarines entrelazados que van de la margarita – reflejados- a
mis ojos) cuando la miro y me dirijo a ella llamándola por un nombre, que ahora
los dos reconocemos como suyo (por supuesto ella – la margarita- me pondrá, o
podrá ponerme otro nombre: que mejor no queremos saber pero
esa no es la cuestión, la cuestión… es otra ¿verdad? Por cierto, el nombre que
le puse para reconocerla, para nada este refiere o pretende indicar (lo que mi
nueva amiga cara huevo es, sino solo un modo de
reconocernos, digamos como yo la veo, con un cierto humor extremeño…/…por
cierto: no sea que se me olvide: ¡jamás le preguntéis
si tiene sentido del humor, pues..., solo piensa de
dónde (de que animal todos decimos) que venimos nosotros... Y En este sentido
¿no merece el reino de las plantas, como los otros, igualmente nuestra
atención?), no podemos perder la oportunidad de atender “ahora” la
necesidad de unos nuevos planteamientos o formas de observar más
universales, que nos lleven a entender y a poder expresarnos (no tanto de
pensar en, sino …) hacia → la naturaleza, en unas formas renovadas
“incluso atrevidas” pero no del modo que pretendido por algunos filósofos no
hace mucho: en tanto nuevas formas que “bien pudiesen alimentarse de la
misma disolución de esa razón ilustrada, ahora en período de rebajas”… ¡No¡
sino, más radicalmente: liquidar dicha tradición esa: razón
ilustrada (y la mala costumbre de pensar, en ¿qué es? (subjetivo,
para mí), aquello que ya es (algo / real en la naturaleza) (pero que quizá no
entendemos), y precisamente, nunca podremos entender, en tanto no lo dejamos
ser hacia nosotros (por sí mismo) en aquella observación (más objetiva del
mundo y las cosas y seres en este), que nos permita, y no discrimine
aquella posibilidad (potencia) de interacción entre seres vivientes que se
reconocen (La filosofía hoy no implica una movilidad libre en el
pensamiento, es un acto censurador (que actúa sobre, condicionando la razón
objetiva por el pensamiento, y que disuelve o amputa literalmente las potencias
naturales de las personas. —contradiciendo… a
Martin Heidegger). Y refiero necesidad, al ser manifiesto el
hecho de que la filosofía ha perdido hoy por completo su razón objetiva (por
aquella subjetiva e interesada), y perdiendo igual y definitivamente su
orientación y espíritu libre.
Luego desde mi posición, no me siento
obligado continuar nada (ya fracasado con anterioridad). Cada cual vive cada
día sus experiencias, pero como al caminar —pensar solo me distrae de la
realidad presente/ pensar en la flor solo me distrae, interfiriendo los
sentidos de que aquello se muestra pero que yo me empeño en llamarlo flor y
entenderlo como una flor— uno sencillamente dirige primero pasos, hasta que
estos luego lo dirigen a él. Por lo tanto, elegir qué sería fantasear (de
manera subjetiva dirigiéndome hacia mis intereses) en un mundo donde la
realidad ya condiciona de antemano mostrándonos lo relevante, donde una
decisión o elección (subjetiva hacia que…) pensar nos desviaría del camino
natural, hacia lo improductivo (no natural) e irrelevante (subjetivo) que por
cierto a muchos agradaría: una existencia bien pagada, insensible y
relajada, ausente de la realidad. Si bien, esto parece más grave
cuando se te dice o dirige sobre qué, cómo, o cuál es la forma apropiada de ser
(en tanto pensar) como, cuando se desea publicar y estar en el candelero y las
cátedras (en la nube – en el sueño), en lugar de vivir y estar en la
realidad). Nada de eso hallarán aquí, y esto me permite una cierta libertad
para maniobrar en un terreno en el que —y todo hay que decirlo— se observa una
cierta intolerancia (a los cambios que apesta en la lejanía), cuando entiendo
que sería "un gran paso" empezar por aquella correcta educación
que enseñe a observar (liberándonos de pensar de entrada en aquello
observado: la realidad, dejando que esta, como a un niño, se
muestre por sí misma. Debiendo primero atender de nuestros propios errores,
antes de declarar (de la naturaleza) cualquier (interesada) certeza, que no es
nunca más certeza, que interesada esta.
1.9. El sueño de la razón produce monstruos—1.9.1 Los Escenarios del Absurdo—. 1.9.2 El Sinsentido de la Razón— 1.9.3. La crítica de Horkheimer a la (razón, de la) Ilustración— 1.10. Del ocaso de la filosofía—1.11 Objeciones a la ciencia—.
1.9. El sueño de la razón produce
monstruos—es el título de un grabado que lo dice todo, sin necesidad de
análisis alguno. Conocedor, como nadie de su tiempo, el artista, Francisco
de Goya, representándose a sí mismo, nos muestra aquel
momento en que la razón se adormece; y en el que se le aparecen
visiones y alucinaciones de seres monstruosos salidos de la oscuridad de la
noche: Se trata de uno de los grabados más conocidos de la serie de los 80
grabados al aguafuerte del artista español Francisco de Goya y
Lucientes (1746-1828), publicados en 1799 y conocida como Los
Caprichos. En la estampa, es el propio Goya es el que aparece en su mesa de
trabajo adormecido, cuyo significado trasciende al tiempo, al artista y la
propia España, más allá de aquel significado primero, que le quisieron dar
algunos en tanto era revelador de una España que habría de dar batalla
entre otras cosas a los problemas sociales de su tiempo, como la
ignorancia y la superstición. Sin embargo, también
podemos mirar en ángulo y ver lo que nos dice (de
nosotros) de aquel sujeto que se pinta a si mismo dormido ―pero está despierto
y piensa mientras pinta― y que había nacido del humanismo (de unas
aspiraciones), y las corrientes racionalistas y empiristas del siglo XVII, que
luego desembocarían en la ilustración XVIII. . Ciertamente artista lo podría
haber pintado hoy y el grabado guardaría toda su potencia y significado
atemporal: cuando a una sociedad adormecida (como la nuestra) se le revelan
monstruos en sus peores pesadillas, aquello que no podemos ver si
estamos también dormidos: los monstruos de la razón del ilustrado adormecido:
por medio de aquella misma razón, que nos lleva a leer las palabras del texto,
sin mirar el ángulo (en el lado derecho) y que nos advierte de aquello que no
vemos si estamos dormidos, pero que se muestra del lado izquierdo, y que cuando
el Goya despierto (se pinta dormido) puede ver: de aquello que
no podemos ver si estamos también dormidos: los monstruos de la razón del
ilustrado adormecido, y a las que el resto de la sociedad, todos hoy al míralo
en el pasado pensamos, pero nos reconocemos nosotros, reflejados ahí…(todavía
dormidos).
1.9.1 Los Escenarios del Absurdo—.
«Hay una felicidad Metafísica en defensa de la Absurdidad del Mundo —dice
Camus—. Esta idea, traída del concepto que define una determinada corriente o
pensamiento, y es a la vez ilustración de un determinado momento, habría de
durar poco: no pudiendo sostenerse, sin aquel pensamiento profundo y constante
que la animaba con fuerza». La idea se encontraría igualmente manifiesta
—además de en otras expresiones— en lo que se dio en llamar Teatro del Absurdo;
Y, particularmente, representada en aquella obra del dramaturgo irlandés Samuel
Beckett, donde los personajes muestran de manera resuelta el tedio y carencia
de significado, que para ellos tiene la vida moderna. Sin embargo, el
“absurdismo” no tiene lugar ni época que lo contenga, y aquel nihilismo apático
propio de posguerra, cafés y variedades risueñas, de algún modo daría paso a un
nuevo paradigma —contingencia esta propia de nuestros tiempos— cuando la
exégesis de la manifestación escénica se vio en algún momento proyectada, y de
su propio marco desligada, aumentando la entropía de lo irracional ya no sobre
las tablas, sino en el turbulento albero de la falacia que recuerda, con
desvelo, que tras el último acto de la comedia, aguarda paciente, dar comienzo…
la tragedia.
«Todos nacemos
locos; algunos, continuarán así siempre».
(S. Beckett)
Texto incluido en: Observaciones acerca de algunas cuestiones fundamentales y otras de carácter fronterizo.
1.9.1 El Sinsentido de la Razón—. El hecho de percibir, y aceptar dentro de sí ideas eternas que sirvieran al hombre como metas fue llamado, desde hace mucho tiempo, razón. Sin embargo, observamos hoy que la tarea, e incluso la verdadera esencia de la razón, consiste en (razonar para hallar medios /para lograr unos objetivos: fines) propuestos en cada caso “singular” / entiéndase una razón de medios y fines: La razón se ha limitado a individualizar, construir y perfeccionar una serie de medios /o instrumentos, que bien pueden ser también otras personas, para conseguir los fines. Aquí hay un momento, donde el hombre ilustrado se durmió (perdiendo con la razón la posibilidad de una autocrítica lucida) y desembocando en una pesadilla, haciendo que esta deviniera en una razón instrumental. La Ilustración mutiló la razón y, por encima de la búsqueda de la verdad ―teórica y moral―, aconteció una "renuncia al sentido" dando lugar al “sin-sentido”: donde el sueño de la razón / y de racionalidad ilustrada quedó reducido a la "instrumentalización": al Sinsentido de la Razón. Una razón patológica (tan patológica como lo eran aquellos mismos ilustrados adormecidos) y que todavía se pretende justificar, de algún modo, en tanto nos refieren → razonar sobre la razón ilustrada (una dialéctica). Cuando más razón, es lo que quiere la razón, mas no sentido, para, precisamente por la razón volver a justificarse. (Quiero recordar, en este sentido, a Habermas)
1.9.2. La
crítica de Horkheimer a la (razón, de la) Ilustración — muestra un
proceso mediante el cual se desencadena la desmitificación del mundo por vía de
un "acto de dominio" de la razón. Esta
dialéctica no solo devela la crisis irreversible de la razón
instrumental, sino que deja vigente, en la discusión de la teoría
crítica, una "patología social de la razón", a partir de la cual
puede proponerse la reivindicación de un "horizonte normativo" de
justicia; dejando entrever en el escenario de la discusión ética la falta de
racionalidad de las sociedades. "El peligro de que
se introduzca el dominio en los seres humanos a través de sus necesidades
monopolizadas no es una creencia de hereje que pudiera exorcizarse
mediante conjuros, sino una tendencia real del capitalismo tardío "
—(30 de junio de 1942, Theodor Adorno). Precisamente, es en este contexto, en el que Axel Honneth
propone la reivindicación del horizonte normativo así como el interés práctico
de la Teoría Crítica, colocando en el escenario de la discusión el núcleo ético
-horizonte normativo que devela la falta de racionalidad de las
sociedades. La idea de un "horizonte normativo" de la
razón, consiste en un accionar ético que asume como inaceptable un ejercicio de
la razón a-crítico y a-histórico sin punto de fuerza (torque) máxima con la
sociedad. Precisamente, el valor de la reivindicación que
hace Honneth (2009a; 2009b) del "horizonte normativo de la razón en la
Teoría Crítica" radica en que la autorrealización individual está
vinculada a una práctica común que es, finalmente, el resultado de la razón. (Aquí
cabe una reflexión terrible: ¿no buscábamos al ser humano
libre emancipado? Luego ¿qué ocurre cuando unos pocos se liberan,
emancipándose, a costa de todos los demás? Pues es sencillo, se pretenderá (por
estos) preservar dicho estado: obedece, y observa las reglas
sociales– nos dicen, las personas, que hablan por la
sociedad). por supuesto se puede vivir sin obedecer, al ente
social, a esas personas: el problema será que te denuncien o te
arresten: a tal efecto la
ciencia, ya no es “o puede servir
como instrumento de opresión” (como
antaño se insinuaba) sino que ya “es la ciencia una herramienta no
encubierta, y descarada de opresión” que consentimos (cuando
las ciudades están llenas de cámaras de los cuerpos de seguridad / como en
china / china nos dicen que es una dictadura, y que te controlan con las cámaras
(¡aquí no!- dicen) pero mis ciudades parecen cada vez con más cámaras ya
ciudades chinas: (es por razones de seguridad- dicen). pero yo no puedo poner
una cámara mirando a la calle (y me han roto el buzón, 3 veces), por mi
seguridad, pues invade la intimidad de los demás/ y no solo se
estaría cometiendo no solo una infracción administrativa, sino también un
delito penal, ya que estarías invadiendo la privacidad de otras personas. Mi
coche es propiedad privada, no he cometido ningún delito (y hablo de delito) y
no una absurdez que resulte de una sanción administrativa pero,
me observan en él dentro con cámaras desde la carretera, en postes, desde
helicópteros y drones: pero es por nuestra seguridad / Se establece
que la instalación de
equipos y sistemas de video vigilancia se hará en lugares en los que contribuya a prevenir, inhibir y combatir
conductas ilícitas y a garantizar el orden y la tranquilidad de los
habitantes / una seguridad, por
tanto, que debería manifestarse y hacerse evidente en arrestos de criminales,
llamémoslos así, ellos los llaman así: (ahora calculen al mes los criminales,
arrestados por prueba de videocámara/ y de esa misma videocámara cuenten las
multas puestas primero, y luego abonadas por nosotros al estado, por nuestra
seguridad. Lo cierto es que también nos protegen las cámaras de
personas que puedan protestar, reivindicar→ en acto→ de viva voz contra el ente
social, la política y los políticos: las formas de justicia, y de hacer
política. Esto lo estamos viendo continuamente (incluso hoy mismo en
Madrid contra las políticas de Sánchez /ni me sumo ni me quito): así es,
igualmente una herramienta disuasoria (contra aquellos “descontentos” en
la sociedad que reivindican formas distintas de sociedad y justicia)
“La rebelión de los esclavos en la moral se inicia cuando el
resentimiento mismo se vuelve creador y alumbra valores: resentimiento
de esos seres a los que está vedada la auténtica reacción, la reacción del
acto, de esos que sólo se resarcen mediante una venganza imaginaria. Mientras
que toda moral noble brota de un triunfante decir «sí» a uno mismo, la moral de
esclavos dice de antemano «no» a un «afuera», a un «de otro modo», a un
«no-idéntico» [Nicht-selbst]: y este «no» es su acto creador.
Esta inversión de la mirada que instaura valores, esta necesaria dirección
hacia fuera en lugar de hacia atrás, hacia sí mismo, pertenece precisamente al
resentimiento: la moral de esclavos necesita siempre, para surgir, primero un
mundo opuesto y exterior; necesita, por decirlo en lenguaje fisiológico,
estímulos externos para actuar; su acción es radicalmente reacción. luego
Sucede lo contrario en la manera noble de valorar: actúa y crece
espontáneamente, sólo busca su antagonista para decirse a sí misma «Sí» con más
gratitud aún, con más alegría aún..., su concepto negativo «bajo», «vulgar»,
«malo» es tan sólo un contraste pálido y secundario comparado con su concepto
fundamental positivo, empapado de vida y pasión de parte a parte: «¡nosotros
los nobles, nosotros los buenos, -nosotros los bellos, nosotros los felices!».”
(La genealogía de la moral, I, 10.) Por ello, también se puede escribir un libro, como protesta
contra la razón: eso ya hoy no asusta a nadie y lo hacen algunos
(pocos filósofos) pero, además, ya casi nadie lee libros. “Diríase que el sabio ha tomado como modelo el triunfo
de las fuerzas reactivas ―no
se expresan fuerzas que no externalizan sus acciones; pues ellas se vuelven sobre sí (re-sentimiento) ―. Invoca
su respeto por el hecho y su amor a la verdad. Pero el hecho es una
interpretación: ¿qué tipo de interpretación? La verdad expresa una voluntad:
¿quién quiere la verdad? Y, ¿qué quiere el que dice: busco la verdad? Nunca
hasta ahora la ciencia había llevado tan lejos en un cierto sentido la
exploración de la naturaleza y del hombre, pero tampoco nunca había llevado tan
lejos la obediencia al ideal y al orden, establecido” (Deleuze,
1971: 105-106). Por desgracia, los logros culturales, la
productividad intelectual, el libre despliegue de fuerzas hoy siguen llevando
el estigma de la violencia y la explotación. La razón no es más que un
instrumento del orden.
Tengo rabia, se nota… y la quiero
expresar, sobre todo a los que se llaman (dentro de ese orden y que, mansamente
lo critican desde dentro claro está: a vosotros «¡… los nobles, …los
buenos, …los bellos, …los felices!».” … se han mencionado algunas
condiciones bajo las cuales, a pesar de nocivas influencias contrarias, puede
al menos nacer el genio filosófico en nuestro tiempo: libre virilidad del
carácter, temprano conocimiento de los hombres, nada de educación erudita, nada
de apego patriótico, ninguna necesidad de ganarse el pan, ninguna relación con
el Estado; en una palabra, libertad y sólo libertad: el mismo elemento
extraordinario y peligroso en el que les fue lícito crecer a los filósofos
griegos. Quien quiera reprocharle, como Niebuhr reprochó a Platón, que es un
mal ciudadano, que lo haga y se limite a ser él mismo un buen ciudadano (hoy
todos lo hacen): éste tendrá razón, y lo mismo Platón. Otro habrá que
interprete esa gran libertad como presunción; también éste estará en lo cierto,
porque él mismo, con esa libertad, no sabría hacer nada razonable;
y, por lo demás, si la desease para sí sería, es cierto, muy presuntuoso.. /…
Aquella libertad es verdaderamente una culpa grave, y sólo podrá expiarse por
medio de grandes obras. En verdad, el común de los mortales tiene derecho a
mirar con rencor a cada uno de esos privilegiados: mas quiera algún dios
librarlo a él mismo de convertirse alguna vez en uno de ellos, es decir, de
verse tan terriblemente comprometido. Perecería enseguida en su
libertad y en su soledad, y se volvería loco, un loco malvado, por el
aburrimiento. De Schopenhauer como educador, Tercera
consideración intempestiva ( Nietszche)
Por cierto, Kant fue para él, un
“demorador” (Tardanza en el cumplimiento de una obligación desde que es
exigible) A diferencia del
imperativo hipotético, el categórico exige incondicionalmente que
hagamos ciertas cosas o que las dejemos de hacer ¡Y no me hables ahora del imperativo categórico, amigo
mío! Esta palabra hace cosquillas en mi oído y tengo que reír, a pesar de tu
presencia tan seria: me hace pensar en el viejo Kant, quien, en castigo por
haber introducido subrepticiamente "la cosa en sí" -¡un asunto
bastante ridículo también!-, quedó sobrecogido de temor por el "imperativo
categórico", y con él en el corazón regresó extraviado nuevamente a
"Dios", al "alma", a la "libertad" y a la
"inmortalidad", igual que un zorro que regresa extraviado a su jaula-
¡y su fuerza y astucia fueron las que habían roto esta jaula! (Nietzsche, 1990,
§ 335: 193-194). “La razón no es más que un instrumento
y Nietzsche advertirá cómo Kant en sus
propuestas del conocimiento y de la acción, conduce a los espíritus a caer en
el instinto del rebaño.. Leamos: "De un examen de
doctorado. "¿Cuál es la tarea de todo sistema escolar superior?"
Hacer del hombre una máquina. "¿Cuál es el medio para ello?" El
hombre tiene que aprender a aburrirse. "¿Cómo se consigue esto?" Con
el concepto del deber. "¿Quién es su modelo en esto?" El filólogo:
éste enseña a ser un empollón1. "¿Quién es el hombre
perfecto?" el funcionario estatal. "¿Cuál es la filosofía que
proporciona la fórmula suprema del funcionario estatal?" La de Kant: el funcionario
estatal como cosa en sí, erigido en juez del funcionamiento estatal como
fenómeno". (F. Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos)
"Apenas se encontrará aún en unos
pocos eruditos ya viejos una comprensión básica de la filosofía kantiana.
Porque los escritores filosóficos actuales han puesto de manifiesto un
escandaloso desconocimiento de ella, que aparece del modo más indecente
en las exposiciones de la misma, pero que también salta a la vista
claramente tan pronto como se ponen a discursear sobre la filosofía kantiana,
fingiendo saber algo de ella. Entonces es indignante comprobar cómo personas
que viven de la filosofía desconocen en el fondo “la doctrina” más
importante de los últimos dos mil años, una “doctrina” casi
contemporánea de ellas". (A. Schopenhauer, Sobre la
filosofía de universidad)
Luego, no es que no existan intentos serios de avalar teóricamente la afirmación de la verdad racional. Desde Descartes grandes corrientes de la Nueva Filosofía aspiraron a un arreglo entre teología y ciencia. “La facultad de ideas intelectuales (la razón)”1 desempeñaba el papel de mediadora. “Lo divino de nuestra alma consiste en su capacidad para concebir ideas”, leemos en los escritos póstumos de Kant. Semejante fe en 5 Como en el caso de otros fenómenos culturales atacados por la decadencia, el siglo XX repitió el proceso histórico. En 1900, año de la muerte de Nietzsche, aparecen las Logische Untersuchungen (Investigaciones lógicas), de Husserl, con el propósito de fundamentar una vez más, con rigor científico, la percepción del ente espiritual, la contemplación de lo esencial. Si bien Husserl se ocupó principalmente de las categorías lógicas, Max Scheler y otros extendieron su teoría para que abarcase estructuras morales». Desde sus comienzos, este esfuerzo lleva el signo de lo restaurativo. La autodisolución de la razón en cuanta substancia espiritual obedece a una necesidad interior. La teoría debe hoy reflejar y expresar el proceso, la tendencia socialmente condicionada hacia el neo-positivismo, hacia la instrumentalización del pensamiento, como asimismo los vanos intentos de salvación.
1.10. Del ocaso de
la filosofía— Me pregunto, si es posible que nos encontremos
próximos a un ocaso, advirtiendo la mayor miseria que se ha dado jamás en “el
pensamiento” humano. Pues, ¿Hay alguna tragedia mayor que en la que se
encuentra hoy la filosofía? Una filosofía que ya no tiene nada que decir desde
que los intelectuales quedaron atrapados en el propio sueño de la razón, siendo
incapaces de asimilar, adaptándose y poniéndose a la altura de los avances
de una nueva ciencia & tecnología, en una sociedad cada vez más moderna,
que derivaría en signo y representación de la civilización moderna; decidiendo
luego ocuparse de cualquier cosa, menos de aquellas que realmente interesan. Lo
cierto es, que “ahora y desde hace años sumida en una profunda crisis, olvidada
por el hombre común y desterrada del plano practico (al marco de las
universidades), la filosofía se contempla como la actividad marginal de
personas “confinadas en (sus propias ideas) y pensamientos” al margen de la
realidad cotidiana, y sin salir apenas nunca de su pequeña órbita profesional,
de su mundo (ideas) y círculo más inmediato académico. Igualmente, la
falta de entusiasmo, la moderación de los criterios y la disolución del alma en
todo aquello material, vano y absurdo, han hecho que se pierda la costumbre de
sentir el viejo consuelo de la rabia debilitando así no solo el vigor de
nuestro corazón, sino también la necesidad de adquirir experiencias, y todo en
favor de pensar y repensar únicamente ideas”. ¡A esto nos han conducido
siglos de educación y de erudita majadería!" (Gritaría Ciorán).
Pensamos, que la filosofía nos puede
ayudar a comprendernos y comprender mejor al mundo, incluso ayudarnos a encaminarnos
en una dirección; sin embargo, en contra de los que muchos pueden creer, la
filosofía no va a ayudar al individuo —si no es en provecho de la propia
filosofía—, aunque, el individuo (sí) podrá apoyarse en ésta. Pero me
explicaré. La filosofía no busca sólo conocimiento: un saber; sino y
generalmente busca y si encuentra un conocimiento, digamos que práctico
(como lo es un instrumento), pretende luego, y por este un
establecimiento de ideas y doctrinas (un edificio), cuyas propuestas no siempre
sirven al hombre (al individuo) sino que generalmente sirven a esa escuela, y
luego a quienes cualesquiera sirva esa filosofía –“pues en función del
momento o país donde se produzca, esa filosofía habrá de servir como
‘superestructura’ a la política del régimen o sistema de turno”. De
este modo Aristóteles, aunque no coincidía en exceso, secundaba y participaba
de la política de Alejandro; la escolástica, del mismo modo sirvió igualmente
al feudalismo: reyes e imperios; y Kant, o el Kantismo
a Bismark (Gustavo Bueno, conferencias, Heidegger). En resumen,
cada universidad, desde el momento en que éstas se fundan, como parte y bajo la
tutela del estado, ha promovido y desarrollado un pensamiento acorde
con ‘el propio régimen’ que las fundó, o en su defecto, con aquel que las
mantiene. Luego los (filósofos, caso de alguno) y profesores deben producir
para esas universidades, que son propietarias de sus escritos y enseñar a otros
las doctrinas pertinentes ganándose el sueldo; y hasta que
no abandonan éstas, y siempre si el régimen permite la libre expresión, serán
entonces soberanos en sus ideas, si no quieren, de otro modo perder el trabajo
o, como en el pasado, algo más: su reputación. Por tanto, la
filosofía, en principio no nos ayudará a ser (independientes
nosotros en nuestras ideas) si bien, sí nos ayudará (a nosotros nos sirve)
para conocer la historia del pensamiento ―el mundo pensado en cada momento del
tiempo: filosofía no es sino una Historia del Pensamiento registrada―
y con esto poder hacernos una línea temporal y lineal de éste pensamiento, que
es el propio del hombre y sus políticas a lo largo de la historia (en nuestro
caso de occidente). En definitiva, la filosofía no nos ayuda pero nos
sirve para entender cómo, de qué manera y, por qué precisamente de esa manera,
funcionaba de un modo concreto una sociedad. Y lo hacemos (lo entendemos) no
por los medios dados (escuelas, universidades, etc. donde otros —subjetiva y de
manera dirigida, interesada— nos lo explican), sino que lo hacemos desde aquel
lugar, o mejor dicho por las personas que pensaron esa (algunos crearon) esa
sociedad, que se desarrolla a lo largo de los siglos hacia (el momento que hoy
vivimos nosotros). Una vez recorrida esta primera parte de nuestro camino,
luego podremos abordar no la filosofía, sino a los filósofos, no como
estudiantes o discípulos dejándonos adoctrinar, sino como individuos
“observadores indeterminados” de unas ideas y de las personas que las tuvieron:
de como se aplicaron y, sobre todo: de sus consecuencias, al observar la
historia paralela).
La filosofía jamás
fue cosa de intelectuales, no crean eso. Quizá es cierto que hoy se pretende
así: una filosofía académica (que sirve al sistema); pero aquellos primeros
filósofos eran poetas, y al decirse filósofos aquellos sofistas se reconocían,
así mismos modestos aficionados (observadores del medio) y, ciertamente, todos
somos unos aficionados al iniciar cualquier camino hacia el entendimiento de la
natura; nadie posee un saber universal y, menos la verdad universal de nada:
cada cual encuentra la suya (su verdad, del conocimiento de las cosas y
experiencias que estas le proporciona a lo largo de su vida). luego solo
buscando y herrando hallaremos cada uno nuestra verdad, nuestra realidad
y sentido a nuestra vida: no la vida o la verdad que nos proponen e
imponen por medio de cualquier idea otros, llevada luego a
razonamiento (que será subjetivo de aquel), y nunca la verdad que nosotros
vamos a descubrir. [El hombre puede sin duda
componer ideas entre sí de los modos mas arbitrarios y fantásticos, y lanzarse
con el pensamiento hasta los límites del universo; pero no dará nunca
un paso más allá de sí mismo, porque no poseerá nunca otra especie de
realidad que la de sus propias impresiones (Hume Trac., 1, 2, 6). Pero Entendamos
lo de no dar un paso más allá de si mismo (cuando somos
firmes en nosotros mismos y nuestras experiencias). [Dos hombres de
temperamentos contrapuestos están sujetos a dar respuestas diferentes a las
cuestiones filosóficas. En realidad, es probable que las respuestas no sean ni
siquiera contradictorias; serán, sencillamente, imposibles de coordinar. No
sólo diferirán en su contenido, sino que serán dos géneros diferentes de
respuesta. Un ejemplo nos ayudará a ver esto con más claridad. Supongamos que
dos hombres discuten acerca de la materia de que está hecho el mundo, y mientras
uno dice que todo es agua, el otro afirma que todo es aire. En este caso, los
dos responden a la misma pregunta del mismo modo, pero sus respuestas son,
sencillamente, contradictorias. Los dos argumentan sobre la misma base, cada
uno de ellos puede aducir hechos comunes a la observación de ambos en apoyo de
su opinión, y es posible que el uno acabe por convencer al otro. Pero
supongamos que la siguiente pregunta: ¿Qué es el mundo, en último análisis?,
está siendo discutida en un plano no tan crudamente material, en un plano más
filosófico, y que uno de los hombres dice que el mundo no es otra cosa que
cargas de electricidad positiva y negativa, mientras el otro afirma que es una
idea en la mente de Dios. Es poco probable que gasten provechosamente su tiempo
en argumentar ni que lleguen a ningún resultado satisfactorio para los dos. Son
dos especies diferentes de hombres. Quizás el segundo está muy dispuesto a
aceptar lo que el primero dice de la electricidad, pero no admite que ello
afecte en nada a su propia respuesta. De manera análoga, el primero, aunque
probablemente más inclinado a negar la verdad de lo que el otro dice, replicará
quizá que puede ser o no ser cierto, pero que, en todo caso, no es pertinente.
Las dos respuestas corresponden a los dos tipos filosóficos perdurablemente
opuestos, y que se manifiestan en sus contestaciones a la que Aristóteles
llamaba la pregunta eterna: « ¿Qué es la realidad?». No es una pregunta tan
imposible de contestar como parece. Significa, sencillamente: al pensar en una
cosa cualquiera, ya sea el universo todo, ya un objeto particular de los que
hay en él, ¿qué es lo que consideras esencial en esa cosa, qué es lo primero
que dirías si te preguntasen qué es? ¿Y qué es lo que consideras como
secundario, y sin importancia? Todos podemos averiguar fácilmente a cuál de los
dos tipos pertenecemos. Supongamos que la pregunta es la siguiente: ¿Qué es
este pupitre?, y pensemos cuál de las dos respuestas siguientes se nos
presentaría como más inmediatamente adecuada: a) madera; b) una cosa para poner
encima libros y papeles. Estas contestaciones, como se ve, no son
contradictorias, sino que son de diferente género. Y la inmediata e instintiva
elección de una de ellas nos dice si uno es por temperamento inclinado al
materialismo o a la teleología—(The Greek Philosophers. From Thales
to Aristotle William K. C. Guthrie, 1950) p. 62]. Del mismo modo, Locke
restringió el conocimiento humano a los límites de la experiencia, no pretendió
con ello disminuir su valor (de hecho la experiencia de una persona (activa en
la vida) puede ser la de otras 500 personas pasivas que no salen apenas de su
casa y entorno); entonces lo que se reconocen son unos límites (estos en
función primero de cada persona, singular, actividad y experiencia) luego de
las propias capacidades , que entendemos universales en todas las personas,
pero que recordemos, los sentidos son más agudos en determinadas zonas del
planeta en un sentido o en otro, y por lo tanto distintos en su ancho y largo,
pero igualmente estos se potencian, como un ciego potencia extraordinariamente
el oído. Pero el conocimiento (y no la explicación del conocimiento que es otra
cosa) deriva y ha de serlo así: a partir de la experiencia. Pero por qué nos
dicen los libros: restringió, y sencillamente no dicen: que, encontró Locke que el
conocimiento humano deriva de la experiencia (esto es: el
conocimiento de una persona deriva de su experiencia personal en el mundo y en
su relaciones con este). Bien, pues esto ocurre cuando de una idea
(idea de que las cosas son, por ejemplo, de otra manera o más de lo que
son) reconocemos un conocimiento humano insuficiente de dicha
experiencia (la nuestra) (pretendiendo encontrar lo que aún ni sabemos que
buscar) pues no podemos hallar, interaccionar mas allá de nuestros sentidos
expuestos al medio. Hume alegará que la experiencia, por si misma no puede
fundar la plena validez del conocimiento, el cual encerrado de sus límites, no
es cierto sino solamente probable. (Pero la experiencia es cierta, y la
impresiones de estas también son ciertas, por tanto dicho conocimiento es
cierto y no probable: aunque alguien lo consideró insuficiente) pero es
suficiente en tanto a ese conocimiento de la cosa, en ese momento y estado: en
todo caso la probabilidad aumentará con sucesivas experiencias (pero para eso
se necesitan muchas más experiencia, para tener un conocimiento más completo de
la realidad de una cosa concreta).
Entendemos, y vemos que la realidad no
afecta por igual a dos personas distintas (y únicas en su propias
experiencias), que nos explicarán la realidad (suya, de cada uno)
del mundo de manera distinta frente a una misma cuestión: pero igualmente
frente a algo (cosa/ ente / ser), y donde solo tienen a su disposición las
impresiones (subjetivas), las ideas propias que le acontecen y sus relaciones,
del mismo modo encontrarán ( ambos) resultados diferentes a la misma
experiencia, y a la vez (solo resuelta de sus elementos primitivos: dados a los
sentidos ordinarios ) como observó el mismo Hume. Una realidad por
tanto, de la que (en verdad) se observan unas luces, pero igualmente, de estas
luces: unas sombras (la realidad no queda resuelta por completo; pero por que,
acaso no se acusa la falta de un mayor número de experiencia puras) elementos primitivos
(los sentidos) a lo que se entiende, hemos de sumar el sentido (ya no
primitivo) del juicio:(la razón); esto es ( las ideas que de las
experiencias se sugieren al juicio).
Luego, sobre las ideas: Hume (como
Berkeley) aceptará la negación de la existencia de idea abstracta, pues existen
solo ideas particulares, tomadas como signos de otras
ideas particulares semejantes a ellas. Luego entendamos signo (la
función de signo) como posibilidad de que una idea evoque otras semejantes:
para ello Hume recurre a un principio: el
hábito… [Cuando hemos descubierto una cierta semejanza entre ideas que en otros
aspectos son distintas (por ejemplo entre ideas de diversos hombres y de
diversos triángulos emplearemos entonces un Nombre Único (hombre
o triangulo) para señalarla. De este modo se forma en nosotros el habito de
considerar unidas entre si las ideas designadas con un único nombre, por
tanto el nombre mismo suscitará en nosotros, no una sola de aquellas ideas ni
todas, sino el habito que tenemos de considerarlas juntas y, por
consiguiente una u otra , según la ocasión. La palabra hombre suscitara el
hábito de considerar juntamente a todos los hombres (apunto: incluidas “las
mujeres”) en cuanto son semejantes entre sí, y nos permitirá evocar la idea
(subjetiva) de este o aquel individuo en particular (Hume trac.
1,1, 7)]. Esta función puramente lógica que Locke y Berkeley habían
tomado de Ockham, se convierte en Hume “en
un hecho psicológico”, en un hábito que carece en sí de toda
justificación.
Por todo ello, de aquellos pensamientos
observados de los textos, a veces quirúrgicamente extraigo algunas de aquellas
idas con pinzas, cuando estas pueden apoya algún punto de mi juicio y son
acordes con mi forma de ver o exposición de algo (entendiendo lo positivo, en
tanto: muestra la experiencia o la ausencia de esta experiencia del sujeto que
lo afirma). De este modo busco en ellos apoyos y refuerzos, y encontrando
siempre caminos que recorrer: pues si pensamos (entendiendo por nosotros, de
nuestros saberes interpretando aquello que experimentamos, contrastado de lo
que leemos) no es fácil que nos dejamos influenciar por ideas, no importará en
qué medida o hasta que punto, pueda el individuo sentirse identificado con las
necesidades establecidas por la sociedad o, en qué medida en ellas (o en un
filosofo) encuentre satisfacción de su lectura, como la encuentro en mi caso de
algunos: lo superará, por su verdad resuelta de contrastar la
idea con su realidad (subjetiva) y luego con la verdad (realidad objetiva) de
las cosas que son y de observar cómo se comporta una ida o hecho expuesto a la
realidad de la propia experiencia; luego seguimos adelante, aunque
pese a muchos, siendo lo que somos individuos (ahora pensantes) pero recordando
lo que también somos (de nuestros principios, en simbiosis con nuestro
entorno), y no un subproducto o mercancía como se pretende, dirigido por medio
de intereses y dogmas –aceptados, unas veces desde de la ignorancia, otras
desde el derrotismo–, sin embargo, es un hecho necesario, que hay que
desterrar la necesidad y dependencia absurda del individuo actual en tanto
aquello de lo que se rodea, y de cuanto se pretende necesario (necesidades) y
saberes que no lo son, y solo nos nubla la visón. Y debemos hacerlo tanto en el
interés de una sociedad saludable (por las generaciones que vendrán),
como el de todos aquellos cuya miseria es el precio de su felicidad.
Luego afilare arpones que a su momento habré de utilizar, pues "Su vida
escoge el hombre, su objetivo, y ganará libre de error sabiduría, pensamientos,
recuerdos que perdiéronse en el mundo / cuando el esplendor de la naturaleza
embellece sus días, otórgale entonces a su espíritu nuevas vestiduras. En su
interior, y así contempla la verdad, el más alto sentido, y las más singulares
preguntas. Podrá el hombre conocer entonces el sentido de la vida, y nombrar su
meta lo más alto, saber que uno es sentido, de la humanidad y de la existencia,
Considerando que el más alto placer es la más noble vida". La
Vida Más Elevada (Scardanelli) o, Johann Christian Friedrich Hölderlin,
1.11 Objeciones a la Ciencia—Pero
la ciencia no queda atrás de la filosofía en estas críticas. Una ciencia donde
al escrutarla con atención, se observa que mantiene dos varas muy distintas de
medir, dependiendo en tanto aquello que trata o estudia: fuera o dentro de
nuestro planeta. En el primero de los supuestos —aquello que sucede fuera de
nuestro planeta— se muestra irreconocible y abierta de forma permanente a
nuevas perspectivas, tesis y descubrimientos como los agujeros negros, energía
oscura, teoría de cuerdas, pliegues del espacio-tiempo, etc., reconociendo en
ello la existencia de nuevas realidades sin necesidad de verlas, deduciéndolas
de forma indirecta (mecanismo este, se quiera ver así o no: próximo a la intuición
o clarividencia) no cerrando las puertas, y admitiendo su ignorancia y
esas otras posibilidades válidas del pensar. Sin embargo, en el otro supuesto
—aplicado a lo que ocurre aquí, en nuestro planeta—ocurre algo muy distinto y
enormemente reductor, donde todo tiene que ser medido, experimentado y solo es
válido en tanto se pueda comprobar directamente. Luego los sucesos que no
encajen en las teorías supuestas al uso (en el paradigma actual) se desprecian
e ignoran, o se les fuerza a encajar de cualquier modo, incluso a costa de
falsear estudios o la misma realidad.
A primera vista se advierte diferencia: como si ambos niveles (de una misma ciencia) no estuvieran intrínsecamente relacionados. Lo que nos lleva en la práctica, a que algunos científicos se hayan convertido en nuevos guardianes celosos de la ortodoxia, e inquisidores de una ciencia, en ocasiones más dogmática e intolerante que la religión, y todo en nombre de una diosa llamada razón extremadamente sectaria e intransigente que solo mira hacia fuera y nunca dentro (que ve la mota de polvo en el ojo ajeno y nunca la viga en el propio). Sin embargo, todo ello no nos habría de llevar al error de despreciar o criticar el pensamiento científico y sus logros, sino a afirmar una obviedad: que el método o paradigma actual no es suficiente, que no alcanza para abarcarlo todo (ni la realidad, ni la realidad de las todas las personas) lo que urge en un cambio: que no será sin esfuerzo, y por nuestra parte algo más que un poco de sacrificio. Para terminar, solo añadir que no comulgaré con ruedas de molino sobre lo que filosofía o la ciencia nos ofrece, dando por sentado Nada, o sobre cualquier cosa, objeto de estudio en estos textos, pues esa “razón (objetiva) y común a todos, aunque olvidado en muchos casos” se atestigua, al desafiar lo aceptado, tomando aquel camino que nos habrá de enfrentar a las propias sombras y ponernos a prueba, sea en la forma que venga.
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