VARIACIONES SOBRE LA REALIDAD (1) / jorge maqueda

 

HACIA UNA NUEVA INTERPRETACIÓN DE LA VISIÓN 

La humanidad se encuentra viviendo acontecimientos y descubrimientos que comienzan a poner en cuestión nuestra visión más tradicional de la realidad y nuestro conocimiento en relación a esta. No se trata, en esta ocasión sólo de aceptar, una vez más, un cambio de paradigma como ha ocurrido en otras ocasiones, sino de cambiar de manera drástica nuestra forma común de pensar, pues lo revelado (tanto en lo individual), pero sobre todo a través de las ciencias físicas: cuántica, pone de vuelta y media nuestra propia realidad, acercándonos a un mundo insólito y desconocido hasta ahora, al que pertenecemos, pero no podemos reconocer. Los fenómenos cuánticos, la influencia de la mente en nuestros cuerpos, la naturaleza de la conciencia, o la relación entre mente y cuerpo son algunas de las cosas que rompen con el paradigma que nos rige. De hecho, y volviendo al enfoque científico, este sólo sirve para abarcar una pequeña sección de esa realidad, aquella apta para ser reconocida y medida (reconocida, entiéndase, solo por las ciencias y al límite de nuestro entendimiento racional e intelecto) Lo que dicho de otro modo es algo así, como que no estamos suficientemente evolucionados para percibir y entender la realidad tal y como es físicamente. Situación ciertamente alarmante para una especie que aspira a salir a las estrellas. Y razón esta, además, por la que cualquier enfoque científico y social  al respecto, deberá complementarse con otros: con la búsqueda y desarrollo de potencias aun no probadas del intelecto (entendimiento) y los sentidos, de un nuevo ser humano capaz de asomarse a esa nueva realidad evolucionando a ella, no a través de instrumentos, sino de sus propios sentidos.  Preparar la mente, así como desarrollar una nueva extraordinaria capacidad de análisis para responder adecuadamente los nuevos desafíos y se hace preciso y necesario, para afrontar la naturaleza  de universo violento y cambiante: y sus amenazas 

§ 1. ACERCA DE UNA NUEVA TEORÍA DE LA VISIÓN

Hay cuestiones que por alguna razón y desde siempre han atraído desconcertado las mentes más instruidas. Si bien, tal desconcierto no habrá de ser mayor al debate que genera postular de esas mismas cuestiones, algunas de sus posibles soluciones. Y se observa esta circunstancia, en mayor medida, cuando de lo que se trata es de la realidad; entendida, esta como aquella realidad material que percibimos a través de los sentidos. El propio Heisenberg (1901–1976) —físico conocido sobre todo por formular el principio de incertidumbre— para quien todo aquello que observamos no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a nuestros ojos, ya se cuestionó la existencia de la realidad en sí misma, tal y como la percibimos. Niels Böhr (1885–1962) posiblemente, el físico que realizó algunas de las mayores y más importantes contribuciones a la comprensión de la estructura del átomo y de la mecánica cuántica, en su momento, también fomentaría el debate, afirmando: "Todo aquello que nos parece un mundo estable, tangible y visible no es más que una ilusión": a decir de aquello que oculta o enmascara la realidad. Y, si bien, es cierto que tal afirmación a muchos desconcierta, existe otra que, profundamente entendida, aún más inquieta, a saber, del ensayo titulado: “Una Nueva Teoría de la Visión”. Así llamó George Berkeley (1685-1753) filósofo, y natural de Irlanda, a su primera obra publicada apenas con 24 años de edad. Berkeley, desarrollaba en esta la tesis por la cual, se entendía la negación de una realidad externa y objetiva al ser humano, estando aquella sugerida al hombre por las propias sensaciones que se derivan directamente de la persona que se encuentra observando el objeto en cuestión. Del mismo modo, Berkeley, afirmaba que el tamaño, volumen y situación de los objetos no se podían ver de un modo directo, sino que todo ellos eran interpretaciones del significado de los colores (la luz) los cuales son en realidad lo único que realmente podemos ver (y distinguir formas), afirmando: "La coincidencia de las sensaciones táctiles con las visuales carece de toda justificación, pues aquellas y estas sensaciones, también llamadas impresiones, son simplemente signos de los cuales consta el metódico y codificado lenguaje de la naturaleza, dirigido ―por Dios― a los sentidos y la inteligencia de los hombres". Luego ya más avanzado el ensayo, Berkeley describe este lenguaje metódico creado por Dios, afirmando, que tendría por objeto instruir y guiar al hombre, a la hora de regular sus actos en la tierra con fin de que obtuviese todo aquello que le fuese necesario para la vida en ella. Si bien —y a mi modo de entender— aceptar esta interpretación contiene igualmente una segunda lectura, implícita (pero no descrita), que nos llevaría a cuestionar si este magnífico lenguaje codificado habría podido ser creado por Dios, pero no solo con el objeto de que el hombre obtuviese todo aquello que le fuese necesario para la vida en la tierra, sino también, “con el propósito de mantenerlo alejado de todo aquello que sobre esta, y sutilmente velado a nuestros sentidos y a la razón, pudiese (de su atracción /como a las moscas) fatalmente destruirlo. Pues, de sobra por todos conocido que existen en la naturaleza innumerables amenazas, además, de aquellos peligros que percibimos o podemos también intuir: sin embargo, hay otros no, pues tan velados a los sentidos y la razón (pongamos el brillo de los cuerpo radiactivos como el Uranio), o al menos lo están, hasta que ya es demasiado tarde (como todos de la historia hemos podido comprobar). Y es precisamente llegados a este punto: tarde y sobrepasado el límite dado a la razón, que regresan surgidas del infierno a tomar desquite aquellas fuerzas terribles y distintas a las que se suponían y que acompañadas de unas veces de dolor y sufrimiento, lo son otras además, de un bárbaro y profundo sentimiento de devastación. Pues "Hay cosas que solo la inteligencia buscaría, pero que por sí sola no podrá encontrar. Son aquellas que solo el instinto encontraría, pero que no debería buscar jamás."(Bergson).

 

§ 2. CUESTIONES A LA INTERPRETACIÓN DE COPENHAGUE,

O PRINCIPIO DE COMPLEMENTARIEDAD (extrapolada al concepto relativo de visión y, por tanto, de la realidad tal y como la percibimos).

Posiblemente usted se pregunte, qué interés puede tener un acercamiento a esta curiosa interpretación, que incorpora el principio de incertidumbre de Heisenberg, y presentada por Niels Bohr a finales de los años veinte, llamada entonces “idea o principio de la complementariedad”. Espero, que el texto se justifique a sí mismo, y que al final dicha cuestión quede, si no del todo, en buena medida satisfecha.  Bohr señaló, —corría entonces el año 1927—que mientras en física clásica (determinista) se concibe que un sistema de partículas funcione como un aparato de relojería ―independientemente, de que éstas sean observadas o no—, en física cuántica el observador interactúa con el sistema, en tal medida que el sistema no puede considerarse independiente del observador —interpretación ésta participatoria del principio antrópico—. La consecuencia directa de la interpretación de Copenhague se puede explicar, y entender más fácilmente, en términos de lo que ocurre cuando se realiza una observación experimental, a saber: en primer lugar, se debe aceptar que el hecho de observar una cosa la cambia, de lo que se desprende que al observar, se afecta directamente lo observado y, por lo tanto, el observador estará formando parte en todo momento del experimento. Finalmente, se habrá de considerar, que toda la información la constituyen los resultados del experimento.  Sería releyendo a J. Gribbin “En busca del gato de Schrödinger” Ed. Salvat- 1986,  donde encontré una de las mejores explicaciones que he leído jamás, en tanto a aquello que la interpretación de Copenhague representa, refiriendo un ejemplo de extraordinaria sencillez facilitado por Eddington, allá por los años treinta. Eddington, en su libro “The philosophy of Physical Science”, y refiriéndose al asunto en cuestión, reseñó, que lo que se percibe y aprende en un experimento, siempre está altamente influido por las expectativas ―expectativas de quien investiga—. Pero mejor, vayamos con el ejemplo.       "Supongamos, afirma Eddington, que un artista asegura que en el interior de un bloque de mármol yace oculta la figura de una cabeza humana. ¿Absurdo? Pero entonces, el artista —un escultor se intuye— comienza a hacer aquello que mejor sabe: su trabajo, y con algo tan sencillo como un martillo y un cincel, pasadas unas horas, pone al descubierto la forma oculta". Gribbin, acertadamente, se pregunta, si sería quizás ese, el modo en que Rutherford descubrió el núcleo. “Hemos de recordar que el descubrimiento, no amplia el conocimiento que tenemos del núcleo” —afirma Eddington—. Lo cierto, es que nadie, ni antes ni ahora, ha visto jamás un núcleo atómico. Lo que se observa son siempre los resultados de los experimentos, que se interpretan en términos de núcleos. Tampoco nadie jamás encontró un positrón hasta que Dirac sugirió que podían existir, y hoy los físicos aseguran conocer mayor numero de partículas que elementos existen en la tabla periódica (En busca del gato de Schrödinger - John Gribbin-1986). Luego e Independientemente, de cómo cada cual entienda esta explicación, lo cierto, es que se trata de un concepto relativo a la realidad tal y como la percibimos, entendida, no como meros observadores ajenos, sino más bien formando parte integrante de ella: de la realidad observada en sí misma y, por lo tanto, interactuando continuamente con ella.  Dicho de otro modo: creando una realidad que somos nosotros y nuestras expectativas en ella. A partir de aquí, deberán ser ustedes quienes juzguen si cuando miramos hacia el horizonte, en este caso, de lo infinitamente pequeño, vemos un paisaje genuino o, más bien, en ese horizonte y lo que vemos en él, es aquello que queremos ver. El mundo, según Husserl, adquiere sentido por su horizonte: sentido y entendimiento del mundo, que ha de venir del “asombro”, de despejar ese horizonte dice Zubiri. Pero ese horizonte, ese nuevo paisaje que asoma ante nuestros ojos ¿existía antes de ser despejado? O bien, lo que hacemos como resultado de despejarlo, es crearlo nosotros mismos.

§ 3. VARIACIONES SOBRE LA REALIDAD (17/03/2024)

§ 3.1. En la filosofía griega había un predominio de la vista sobre los otros sentidos: otorgando (a la visión) una importancia mayor que al resto. La contemplación, de hecho es lo que aquellos primeros (filósofos) griegos mejor hacían /luego y especialmente para los pitagóricos, el silencio y la quietud iban de la mano. Esta actitud de centrarse ―en la quietud (hêsychia) y silencio de la mente― a observar, pretendía de inicio una revelación (o aletheia) de la naturaleza a nosotros, por medio de la contemplación meditada de la realidad, de aquellos objetos expuestos del mundo material. Pero de observar (contemplativamente la naturaleza / en la quietud (hêsychia) y silencio de la mente) pronto se pasó a otra cosa / un problema que todavía persiste: la razón (otros lo llaman pensar); esto es, aquella la voz que rompe el silencio y quietud de la mente cuando estamos observando en silencio, por ejemplo: una flor, y que no deja que la naturaleza misma (la propia de la flor) se exprese hacia nosotros (revelándose) de la propia observación, saltando “aquella” de un lado a otro, cuando de inmediato pretende explicarnos ella por si misma todo (incluso aquella flor, que por cierto no vio jamás), y lo hace: aunque a medias y muy mal; pero que nosotros aceptamos sin más, y de ese modo cerrando así todo camino a la luz de la revelación natural de las cosas hacia nosotros: de la flor / y abriendo entonces el camino a las sombras que nos trae la razón. (Observen) que no pocas veces llegamos a pensar (yo lo hago), que más parece que no seamos nosotros quienes usamos el lenguaje, sino que éste nos utilice a nosotros: partiendo de que todo aquello que observamos (de inmediato) se explica en nuestra mente, por el lenguaje (antes incluso de llegar nosotros frente al objeto) e incluso, a veces, antes de cuestionarnos si buscar un significado al ente (objeto), encontramos, que de inmediato (y por el pensamiento) estamos armando la frase (solo con las palabras /y sin necesidad de acercarnos mas y observar con detenimiento aquello, ya nos define a aquel ¿lo pensaron así alguna vez? Pues esto.., ¡es un verdadero problema! Pues de alguna manera nos hemos desprendido (por la razón) de la realidad, apenas quedándonos con un reflejo de la realidad (su apariencia) (esto sería como al ver el reflejo de la flor al instante de observarla en el camino paseando de lejos) y pretender conocerla, conocer algo: personas o plantas, solo de aquel instante (y de su reflejo/ lo más una  imagen vaga que se se refleja, más como una sombra en la pared posterior de nuestra conciencia.

Precisamente el mito de la caverna entiendo que nos revela igualmente ese momento, donde empezamos a encontrar unas primeras referencias a la sombras (sombras de la razón), pues resulta claro (al menos para mí) ya antes de entrar a caverna alguna, es que dentro de la caverna no se va a ofrecer imagen real alguna, de la realidad (referida esta al exterior /quizá se cuenten algunas historias de personas al calor y la luz del fuego). Pero tampoco, y aunque miremos hacia dentro, donde se proyectan aquellas sombras (que aparentemente son de personas / vivas) no conocemos ni reconocemos de ellas a persona alguna concreta. Igualmente, en la caverna, a la luz del fuego nos pueden hablar y contar la historia de una chica que recogía lavanda en el campo (todos tienen – tenemos- ya esa imagen en la mente). Pero, en realidad, nadie de los que escuchan la historia en la caverna se ha acercado a ella; y al recapacitar sobre lo escuchado entienden que desconocen el color de sus ojos (nadie de eso les ha hablado en el relato); y que se convierten en dos sombras ahora en el rostro; pero de nuevo recapacitan, pues igualmente, desconocen el sonido de su voz, y el olor mismo de la lavanda, que son dos nuevas sombras más ahora en el aire, que empiezan a enturbiar nuestro idílico cuadro.

Extranjero ¿No es posible que se engañe a los jóvenes, alejados aún de la verdad de las cosas, haciéndoles oír vanos discursos, mostrándoles, de palabra, imágenes de, todos los seres, convenciéndoles de que estas imágenes son la Verdad misma, y que el que se las presenta es, en todo, el más instruido de los hombres?

Teetetes: No se opone a que semejante arte exista.

Extranjero: Respecto a la mayor parte de los que oyen estos discursos, mi querido Teetetes, cuando, con el transcurso del tiempo, (las personas) han llegado a la edad madura, ¿no es una necesidad que, encontrándose con las cosas mismas, y forzados, por las impresiones que reciben, a fijar en ellas su atención, modifiquen sus primeras opiniones, juzguen pequeño lo que les había parecido grande, difícil lo que habían visto fácil, y que vean, en fin, desvanecerse, por todas partes, los fantasmas de aquellos discursos engañosos, al contacto de los hechos y de la realidad?

Teetetes: Así lo pienso, en cuanto lo permite mi edad; porque soy aún de los que no perciben las cosas más que de lejos.

Extranjero: He aquí por qué los presentes nos esforzaremos, y ya nos esforzamos, en aproximarte a la Verdad, aun antes de que lleguen, para ti, las advertencias de la experiencia.   

(El Sofista.―Platón)

La cuestión es ¿Por qué no miran hacia afuera? (no hay que estar muy allá / para intuir que si hay sombras de gente pasando en la pared, entender de todo ello (que la realidad que nos explican esta fuera), y no tanto que debemos ver la realidad a través de las sombras, como entender que tenemos que “salir de las sombras y donde nos metimos nosotros alejándonos de la realidad, o nos metieron los otros con el fin de  escuchar y entender algo (a todas luces absurdo /si no atendemos a la conveniencia misma de la narración).  En todo caso, volviendo de nuevo y cuanto antes a salir a luz del día, a la realidad donde encontrándose con las cosas mismas y las personas, y forzados, por las impresiones que reciben, a fijar en ellas su atención donde las cosas y las personas pasan de verdad, y en el que la sombra (al mediodía) no es oscuridad; ni la noche silencio.

Lo que nos lleva a que consideremos de la visión y lo que vemos a la luz: las formas, y sus sombras, pero en tanto más sea nuestra obligación esquivar a los “sombrilleros” esto es, y explicado solo para españoles, apartarnos de aquellos (guiris o no) que nos llenan la playa de sombrillas, metiéndonoslas por el medio y tapándonos el sol. Sería Lévinas fue (y sigo con la explicación para españoles) el primero que probablemente a partir de una experiencia propia en la playa, propuso una revisión de la visión, cuando habiéndose quedado dormido (suponemos que en Benidorm) después de hacer su gimnasia matutina, luego despertó al medio día rodeado de sombrillas con dibujos de dinosaurios raros de colores (“aterrado”) porque no veía el sol. En todo caso, recuerden: el sueño de la razón produce monstruos). Luego, solo se trata de levantarse (movernos → y elevar la mirada sobre estas sombrillas → buscando otro lugar, y dirigiéndonos después (hacia → ese) lugar apartado /en la playa → o frente a ella): una isla quizá mejor / esa frente de la playa de Levante (tiene servicio de restaurante / y chiringuito) donde además de comer paella y tras sumergirse en unas aguas más claras y limpias, puedes luego y de lleno (sin que nada tape la luz) llenarte de pleno sol (sin tener que moverte / ni tener que buscarlo) la isla no tiene sombras / solo hay rocas / y están rodeadas de agua salada / pero a las siete, cuando empieza apretar el viento, sale el último transporte, “cógelo” si no te quieres quedar toda la noche solo, mojado y aislado.

§ 3.2. Los atributos con los que concebimos las cosas no muestran la naturaleza primordial de estas, pues arrastran sombras que no propician el encuentro: aquello que la vista trae al hombre no son más que proyecciones de lo que observa, la realidad (completa) permanece oculta y no existe aquello que pueda ser visto sino en apariencia. Acercarse demasiado implica igualmente no ver, pues ver significa alzarse hacía fronterizo, esperando que aquello ya del otro lado muestre su naturaleza. Conocer, tampoco es mantener el velo de lo conocido, sino empezar a deshacernos de todo aquello que creemos conocer. Luego, conocer más allá equivale a quitar todos los velos; si bien, encontramos que resulta imposible por completo conocer; concluyendo que el desvelamiento parece no suceder, pues al desvelar algo lo velamos (sin querer) de nuevo: propiciando solo un cambio de velo. Una constante revelación que resultará siempre incompleta, si no dejamos de ser y somos igualmente lo que miramos y vemos. Cuando el hombre busca la verdad no la encuentra en sí mismo, sino a través de sí mismo: la apertura hacia las cosas no puede sustentarse en la suposición que en la cosa (de su apariencia) radica toda su verdad, sino en la interacción que permite esa nueva manera de entenderla, pues ver es distorsionar lo (aparente) observado, donde mirar no se reduce a los límites del intelecto: forma de concebir, o modo de nosotros entenderlo. Mirar requiere entonces de predisposición para ver más allá de lo aparente que se aparece y presenta, pues cuando con la vista afirmamos “esto es real”, tan real será como nosotros podamos entenderlo: así, cuando creemos sujetar la realidad, seremos igualmente necios por creerlo. La relación que nos une con lo otro es tanto su reflejo (el reflejo) de aquel, como nuestra luz (visión) reflejada en aquello: y solo es posible trascenderlo en tanto a qué, y cómo somos y nos miramos (proyectándonos) nosotros en ello. La realidad requerirá, pues, de ambos para ser resuelta: pues la mirada es ese camino que no elude las sombras ―por las que podremos guiarnos y descubrir entre ellas  la luz― pues al reconocer en ellas nuestras propias tinieblas, podemos salir a estas (transcendiéndolas), no por la razón que distingue, como por el corazón que la confunde. Allá donde estemos y miremos, siempre hay algo que vaga invisible, en exilio y sin reposo: nuestro ojo sabe que mientras vea algo (claro), no es eso lo que busca: debe trascender (lo aparente)... pues solo cuando el ojo está en la tiniebla entiende que ha llegado al Sol (Cusano). Si el hombre no cerrara alguna vez soberanamente los ojos, acabaría por no ver aquello que es importante que sea mirado” (René Char)… El velo nunca está en la realidad, sino en ojo...

§ 3.3. «Interpretamos mal el mundo y, luego decimos que nos engaña»― decía Tagore. A la sombra de ese aparente desconcierto, parecería obvia y necesaria una reestructuración de eso que llamamos realidad; sin embargo, el gran obstáculo no parece ser la realidad misma, sino la representación y/o interpretación que tenemos o hacemos de esta. Por lo tanto, el mayor logro al que puede aspirar la razón humana es a abrirnos las puertas y mostrarnos más allá de sus límites (ese lugar) que poder habitar, donde se encuentran las claves para interpretar la realidad: “Un laberinto, una luz y el caos… y más caos todavía, y luego teorías infinitas: acordes imprecisos, danzando una ceremonia imperfecta, y luego… “Nada”. Sombras maniobrando, y la vida como si fuese un breve destello. Andamos colgados de un hilo de luz, despejando sombras y nubes oscuras; atravesamos tinieblas en nuestro interior solo por la verdad, pero al salir de aquellos silencios, cada uno ve una realidad (la suya)… y solos, frente a la luz, pensamos ¿Es posible? Tal vez; pero... ¿entendimos? Tal vez, pero…

§ 3.4. Lo cierto es, que en algún momento de nuestra existencia, y si tenemos suerte, es posible que nos encontremos en ese callejón sin salida, como afirma Peter Kingsley (In the Dark Places of Wisdom, 1999). Lo que quiere decirnos Kingsley es, que si uno tiene suerte es posible que en algún momento de nuestras vidas, nos encontremos inmersos en una búsqueda larga y tediosa, pero hacia la que nos guía el alma, luego llegando a ese punto (aparentemente final) de una encrucijada, donde ninguna de las opciones pueda satisfacernos, y nos dé igual elegir, pues tanto da si tomamos el camino a la izquierda, a la derecha, al frente, como si nos damos la vuelta, terminaremos igualmente en un completo infierno. Entiéndase, ese preciso lugar, donde (en apariencia) no hay escapatoria a una verdad que nos deja vacíos y sin opción, para superar la terrible situación, y ni más alternativa que enfrentar y escoger: escuchando el palpitar de nuestro corazón que por alguna extraña razón, todavía nos alienta. Llegados a este punto y si consigues despertar aquello relegado, que nos han hecho olvidar con el paso del tiempo, empezarás a descubrir dentro de ti lo que siempre estuvo en tí, pero nunca pudiste encontrar: cierra entonces tus oídos y los ojos a la luz / y siente tu corazón hasta ver nacer en él una antorcha / esa luz que ilumine el poderoso vacío, que antes no podías contemplar. Es, por tanto, este un texto, para quien esté dispuesto a asomarse a la razón desde sus propios límites, no para quienes temen la pérdida de certezas. Pues de lo que se trata aquí es de intuir, sentir, pensar y hablar haciendo de nuestra voz algo que signifique algo y, por lo tanto, de ver sin mirar (la luz), entender y a la vez  (desvelar), y hacerlo alzándonos sobre los límites de la propia razón.

§ 3.5. La realidad está velada (y dios escondido en su revelación―nos dicen / ¿qué mejor razón precisamos entonces?). Los entes son una forma de su presencia y los signos de su ausencia; estableciéndose la frontera entre lo decible e indecible de una teofanía en la que el corazón como antorcha indaga en lo invisible, pero igualmente atisba lo transitorio (que del destello) le resulta prodigioso e inaudito, distinguiéndolo como faro en la noche. La más mínima parte de la materia (que podamos observar) contiene un rayo de luz que podemos nosotros seguir, alumbrándonos el camino hacia lo que no vemos ni comprendemos: al espíritu de la materia (que la proyecta / imagen, y materia como huella) / Aparición, dondelo transitorio se hace símbolo (de nuestra empresa), cuando ilumina el camino del ser: a la infinitud, de lo finito (que vemos).Todos los hombres llevan a sus espaldas una sombra, en el corazón la antorcha y en los ojos su luz”. 

§ 1. VARIACIONES SOBRE LA REALIDAD (1)

 

[Resumen] Hoy diríamos, entendiendo por apariencia, cuando se trata o habla de realidades veladas a nuestros sentidos (…) pero que son sólo comprensibles a la razón: a nuestra inteligencia, por medio de (números, signos, sintagmas, etc.) que nos proporcionan, una explicación de las apariencias cotidianas. Esta capacidad explicativa da mayor relevancia a la realidad, frente a las "simples" apariencias de aquella. La Apariencia, por lo tanto, se considera clásicamente un conocimiento incompleto y superficial de la realidad, cuando no obnubilado (debido a la limitada percepción de los sentidos primarios: vista oído, olfato, gusto y tacto) ―en contraposición a una realidad, verdadera y más profunda: esencia de todas las cosas, pero (nos dicen) solo accesible al sentido de la razón. Así, el término Apariencia alude inevitablemente a aquello que (no tanto oculta / del todo) sino que más bien oculta en sí-tras de sí, a los sentidos: su esencia, de la cosa (su ser). En otras palabras, y como trivialmente se suele decir: la luz es un muro que no nos deja ver el sol. La apariencia es, por tanto, lo que se muestra-manifiesta-evidencia a los sentidos primarios, pero no la naturaleza real y verdadera de las cosas (su ser), la cual estaría oculta/velada tras la apariencia dada a los sentidos: sentidos, que no fueron otorgados, o evolucionaron, para comprender esencia alguna, de las cosas cotidianas, sino más para distinguir lo útil de lo inútil, lo peligroso de lo que no lo era, lo comestible de lo que no se podía comer, y primariamente (en tanto a importancia) discernir, entre lo que ayudaba a sobrevivir, de lo que nos podía quitar la vida; y es hoy, por aquellos mismos sentidos limitados todavía, a su primaria utilidad, sumada luego la razón, que nos adentramos (o intentamos adentrarnos) en las cosas, pretendiendo de ellas “una esencia”; sin dar por hecho que en torno a lo conocido: la apariencia, ya dada por las cosas a nosotros, ―desde el primer momento y a través de de lo proyectadonos  pueda llevar a la realidad (o esencia) de esta (de su ser / el que la proyecta→ hacia→) igualmente como realidad y esencia de aquel ser que proyecta, lo proyectado: la apariencia, ésta, en sí y por sí, ente, pero igualmente real y, por tanto ser, aunque aparte ( nos dicen), y por tanto: otra cosa.

 

Pero ¿Y por qué otra cosa? la apariencia, al sentido de la vista, no es sino luz (luz que no vemos, pero Leemos: la mente le instantáneamente la lee), luz es “algo” y algo más/ es información  emitida por un cuerpo (en nuestro caso el sol), luego reflejada por otro [cuerpo/cosa /ente] hacia una mente ( la nuestra) consciente que (la lee primero, y nos la proyecta “algo “de manera interna inmediatamente después (de esa información → reflejada del objeto y que la propia mente nos nuestra), para que podamos reconocer (o nuestra conciencia pueda reconocer), de tal manera que pueda comprender y reconocer, de Aquello que está mirando. Así, cuando miramos un cuerpo (cosa/ente) ―no emisor de luz/radiación― preguntémonos (pues hay un proceso)... ¿qué vemos? ¿Vemos realmente ese cuerpo?, o lo que estamos viendo realmente es solo la luz (por ciento: una luz que no vemos) pero que aquel cuerpo nos refleja, a nuestros ojos (que obtienen la información de esta, de esa misma luz reflejada y recogida del objeto) proyectándonos, y proyectando nosotros  el fenómeno (de los reflejos /los colores / las formas) por la mente (que siempre es consciente de algo) de una forma presente ante sí, cualquiera, que deberá reconocer/ para poderla luego proyectar así mismo, y a los demás .

 "Una conclusión fundamental de la nueva física reconoce que el observador crea la realidad”. Como observadores, estamos involucrados personalmente con la creación de nuestra propia realidad, y Los físicos se ven obligados a admitir que el universo es una construcción "mental" (yo añadiría que en continua formación / revelación). El físico pionero Sir James Jeans escribió: "La corriente del conocimiento se encamina hacia una realidad no mecánica; el universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina, por lo que la mente ya no parece ser aquel intruso accidental en el reino de la materia, debiendo celebrarla como creadora de reino de la materia en el que nos desenvolvemos. Acepte esa indiscutible conclusión. 

Pero ―y vuelvo a lo de siempre―cabría entonces preguntarse… ¿qué ocurre con la luz?, esa misma luz que no vemos /pero leemos (nuestra mente lee su información, de la cosa reflejada) (para luego dar la forma/ a la cosa / ente / ser) que la proyecta o nos lo refleja / en nuestros ojos cuando miramos); (es la luz información, o canal); pues (esa luz) se ve alterada (por la cosa que lo refleja, a la conciencia que observa) pero, no es la cosa que lo refleja...  del mismo modo, que tampoco es esa luz o reflejo, la cosa (emisora) que la emitió en primera instancia: la luz (o radiación) emitida por un cuerpo emisor (una estrella / el sol): la cosa que lo emite (la estrella), aunque nos da información de la cosa que lo emite, no es la cosa que lo emite; y más profundamente, lo entendemos cuando hablamos del fotón, que tampoco es el electrón / o aquello que lo emite, sino un (producto o proyección) emanación, por radiación, a partir de ese electrón que reacciona dando como producto de la reacción el fotón, que luego alcanzamos no a ver/sino percibir (de la información), pero nunca se, ni se ve o percibe el electrón/emisor, que quedo en su sitio, solo percibimos el fotón ―(que es otra cosa (información / o canal) y distinto del electrón, y producto de una reacción)― lo que nos llega, emanada por aquel electrón, viajando hasta impactar en nosotros y nuestros los sentidos; o quizá ¿es la luz proyectada desde del sol/ todavía parte sol? Entiéndame: ¿estamos dentro del sol? De esa manera que no podemos entender; pero, que aparentemente nos sitúa fuera de este, del mismo modo que entendemos que la atmósfera es igualmente parte de la tierra.

 

problema de la apariencia, desde Parménides, ha remitido siempre al problema de la realidad, tanto que las relaciones entre ambas (apariencia y realidad) se resumen básicamente en dos propuestas: de un lado, están para los que la apariencia oculta la verdadera realidad; y de otro, aquellos para los que la apariencia es la realidad misma y manifestación de esta y, por tanto: la realidad misma; si bien, encuentro interesante, en el sentido de lo anterior (las propuestas) las palabras de Husserl, cuando refiere los fenómenos y la apariencia, presentándonos tres casos distinguibles y singulares siendo, el primero: donde la apariencia podría manifestar la verdad del objeto (y los fenomenólogos están de acuerdo); el segundo: donde la apariencia podría ocultar la verdad del objeto (no el objeto); y por ultimo y doy mayor razón, tal y como yo lo entiendo en estos textos, el tercero: donde la apariencia se muestra, como un indicador del camino que se debe seguir para llegar al objeto, lo que me lleva de nuevo a la segunda, donde la apariencia podría ocultar la verdad (el ser) del objeto (pero no el objeto) y así:  la apariencia revela un objeto (existente), pero no el ser (o esencia en su totalidad) del objeto, y de aquí podamos entender, de alguna manera la razón para los fenomenólogos, en tanto que: la apariencia es la verdad del objeto, si bien y a este respecto, del párrafo anterior se adivina mi posición. En Kant, la apariencia está en completa contraposición de la “cosa en sí” si bien él no ve en ella engaños o ilusiones. Y por último, hay un escrito, no muy conocido, libro redactado por Mariano Ibérico, allá por los años 50 La aparición; ensayos sobre el ser y el aparecer, donde se menciona, que el ser es en sí, no obstante aparece a una consciencia, y ésta lo “refleja” en tanto que apariencia, haciendo de esta forma una síntesis del ser y la apariencia. De donde, no literalmente tal se lee, pero se puede profundizar en ello, y obteniendo algunas ideas al respecto,

§ 2. VARIACIONES SOBRE LA REALIDAD (2)


La comprensión de la realidad es una característica que se ha atribuido generalmente a una sabiduría, que no implica dominar ingentes cantidades de información, sino comprender la verdadera naturaleza de las cosas. María Zambrano en El hombre y lo divino escribe que la realidad es “una irradiación de la vida que emana de un fondo de misterio”. Dimensión sagrada de lo vivo que hace temblar: ambigüedad; terror y delicia. Sin embargo, las personas percibimos el mundo exterior como una suma de entidades diferenciadas y autónomas a las que atribuimos características que creemos que poseen intrínsecamente. Luego crecemos aprendiendo que las cosas son malas o buenas,
deseables o indeseables etc., estos son nuestros desafíos ante la falta de esperanza del dualismo occidental, con el que es preciso terminar; siendo un excelente camino para empezar: Leibniz (Ortega y Heidegger en los años 30, dicen que hay que volver a él).


[Leibniz afirmaba que el pensamiento humano (el razonamiento) se encuentra inevitablemente mediado por los signos (el lenguaje). Y Ciertamente Leibniz algo nos quería decir con “inevitablemente mediado” (intermediado): pues por el lenguaje (que sería “aquel rollo escrito por delante y por detrás”) las personas nos explicamos de inmediato (a nosotros mismos ―entiéndase: la razón le dice (y explica) a la conciencia, (también a la del otro que lee) lo que tiene que ver y como lo tiene que entender― aquellas realidades (cosas, sensaciones e impresiones) de la realidad.  esto sería, solo de lo escrito por delante (y de la apariencia: e interpretando, lo que queda igualmente sepultado (de aquellas palabras) en ella)― pero, a lo que el instinto accedería frente aquello aproximándose de otra manera, esto es: a lo que, de lo escrito por delante (y de lo sepultado de las mismas palabras), queda también luego escrito por detrás (pero que no podemos leer / pues necesita sernos revelado) pero que podemos entender (inmediata y simultáneamente), cuando no solo de las palabras y también por los ojos nos miramos (reflejados el uno en el otro) reconociéndonos de aquella parte en la que somos iguales (viendo de cada uno de nosotros que guarda su corazón). El auténtico conocimiento― decía Jung, C. G― consiste en un “instinto”, en una “participación mística” con los demás. Por tanto, hoy (el razonamiento / exento del instinto y la experiencia del reflejo de la visión) nos limita, amputando las sensaciones primeras que nos llevan por aquel instinto primero (y más elevado) a entender de lo que por delante quedo escrito del rollo (exponiéndole este ―nuestro instinto más elevado― a la conciencia), luego lo “resultante” y escrito también del otro lado. En este mismo sentido, aunque no de la misma forma, Leibniz considera que no tenemos acceso a las cosas sino por medio de las ideas, y no tenemos acceso a las ideas sino por medio de los signos (del lenguaje y por el razonamiento). De modo que sólo contamos con el signo: algunos de ellos falsos, y algunos que son verdaderos (pero a los que solo acedemos a lo escrito por delante / errando al buscar (interpretando) de lo sepultado). Distinguir unos de otros, para Leibniz constituye la clave y problemática para alcanzar (a lo más) un conocimiento “ciego”. Pues el conocimiento adecuado (según Leibniz) es aquel que culmina el análisis del concepto arribando a sus elementos primitivos, y por tanto más simples (no compuestos). Por este medio, el conocimiento adecuado brinda la definición real de una (noción), la cual consiste en la enumeración de las ideas primitivas que la componen. Sin embargo Leibniz, que en este escrito se mantiene cauto respecto de la posibilidad humana de alcanzar tal grado de conocimiento, luego la rechazará, al considerar que la culminación del análisis de una noción compleja excede a las facultades limitadas del hombre. Finalmente, el conocimiento habrá de ser o ciego o intuitivo. El conocimiento intuitivo supone captar inmediata y simultáneamente la totalidad de la estructura conceptual de una noción. En tanto seres racionales y finitos, sólo somos capaces de alcanzar este conocimiento cuando las nociones son simples (a partir de aquello que reconocemos, por ejemplo cuando de una flor tenemos ya la noción, aunque nos parezca muy simple: de que esa flor  (tan hermosa, llamativa y diferente a todo lo que hay a su alrededor),  pertenece y es (a la misma planta) siendo igualmente (la flor) otra parte ―aunque aparentemente, y a la vista muy distinta / y a lo que habremos llegado de la propia observación― de aquella misma planta, que de un extremo la proyecta. Sin embargo, Leibniz dudará respecto de la posibilidad humana de captar nociones simplísimas4. Mientras que afirmará que sólo tenemos un conocimiento ciego e inadecuado de los conceptos compuestos. Dicho conocimiento ciego, también denominado Simbólico o supositivo5, es aquel que opera con signos en reemplazo de las ideas de las cosas; esto ocurre cuando no es posible concebir intuitivamente todos los componentes conceptuales de una noción. En Meditaciones, Leibniz explica: Por lo general y especialmente en un análisis de mayor extensión, no vemos, sin embargo, la naturaleza total de la cosa de un modo simultáneo sino que empleamos signos en lugar de las cosas cuya explicación, al meditar, solemos omitir por razón de economía, sabiendo o creyendo que la poseemos. Así al pensar el polígono de mil lados iguales no siempre reparo en la naturaleza de lado, ni en la de igualdad, ni en la de millar (o sea del cubo de diez) sino que empleo en mi espíritu esas palabras (cuyo sentido se presenta a la mente por lo menos de un modo oscuro e imperfecto) en lugar de las ideas que tengo de ellas pues recuerdo poseer su significado aunque por el momento juzgo que es innecesario explicarlo. Suelo llamar a este pensamiento ciego o también simbólico: se lo utiliza no sólo en el álgebra sino también en la aritmética, y casi en todo6.]

Con la secularización, la misma naturaleza también quedó desencantada, pero aunque la sociedad moderna se haya esforzado en apartar de sí lo sagrado, dioses, mitos y símbolos siguen morando en las simas profundas de la razón "Porque aunque los credos se arremolinan en el polvo, la fe falla y los hombres olvidan, estos viejos dioses del miedo y la lujuria aún se aferran a la vida"— R. Graves, accediendo estos, a lugares que la racionalidad positivista e instrumental no alcanza. Hacia esos límites o profundidades, se han dirigido pensadores, entre ellos Jung, que intentó ver el camino que introduciéndole en el mundo a través de la vida, le llevara más allá del mundo. Es por todo ello que  hoy, en el límite de la razón, se observa un retorno al corazón, pues intuimos que el mundo no es solo lo que vemos, sino también lo que intuimos y que a veces parece podemos sentir, como algo ahí: vivo, que no vemos.

La realidad, sin embargo, puede darse perfectamente en la vida de un hombre, afirmaba María Zambrano. Exigiéndosele, no obstante, a cambio algo que habrá de ponerle aparte y distingue de todos los demás seres vivientes: se le exige “despertar”. Despertar a la realidad y al tiempo. Si bien, y para despertar a la realidad, primero hay que volver de un viaje de erudición y destierro, un viaje tan lejos como el ánimo pueda alcanzar; (camino -que está, por cierto, fuera del transitar de los hombres; te llevarán las muy atentas yeguas tirando del carro. Unas doncellas empero el camino te irán mostrando), pues sentirse exiliado de la vida y el mundo, es evidenciar el tiempo como nuestro ángel (Schiller), para así lograr todavía lo más difícil: despertar antes a la verdad, y de ese modo volver a aprender a mirar las cosas, con aquellos ojos con que las mirarían los muertos si pudieran regresar (Pirandello). Llegados a este punto, nos vemos casi obligados a reflexionar de unos límites que no terminamos de entender y menos podemos precisar. Sin embargo, es en plena conciencia de ello cuando comenzamos acceder a un grado de conocimiento más elevando, poniendo la razón al servicio de otra cosa que no es ella misma. No es la derrota de la razón, sino el triunfo de esta por encima de esta / Es un morir, sin morir, para volver a re-nacer.

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