PRIMERA APROXIMACIÓN
A mis padres
Observaciones Fundamentales
Entiendo la vida de una forma “crítica” y, de algún modo, la reflexión e incluso en ocasiones la denuncia, han sido formas con las que he aprendido a afrontar el presente, enfrentando así la realidad que nos ha tocado vivir: el drama y las tragedias que se dan en el mundo: principalmente, a causa de las Guerras, Desastres Naturales, el Hambre u otras Monstruosidades.
Pienso, que hablar de estas cosas, algunas terribles, que acontecen en nuestro mundo es, igualmente, un modo i ejercicio moral de denuncia hacia quienes las provocan e incitan, al tiempo que abrimos un canal al mundo a todos los olvidados, derrotados, enfermos y los desplazados que lo perdieron todo (i presentes o no), en definitiva: a los abandonados y huérfanos de nuestra tierra, de los que soy uno de ellos. Además, reflexionar en torno a estas u otras materias no precisas de grandes saberes previos (es decir→ basta del acto moverse en el mundo y mínima empatía para con los demás.
Luego son pocas las ocasiones, que dudo de la utilidad práctica de lo que pienso, más allá, claro está, de lo que supone para mí mismo. Ignoro, incluso si alguien lee algo de lo que escribo y publico; aun así, prefiero escribir a rumiar para mis adentros; dado que esos mismos pensamientos, expresados en palabras, se desahogan y ordenan así mismos hacia (o desde uno en lo de fuera i-de la idea moviéndose I-de aquello de uno la experiencia luego adentro ( en la cocina i de lo de casa igual rumiar) lo después afuera i de un texto) Pues, por encima de pretender mostrar nada o camino, está la intención de encontrar el mío Y Sería por completo un iluso si pretendiese, como hacen otros, con solo palabras ayudar, educar, instruir, dirigir o salvar a nadie. No hallareis pretensión alguna aquí de las palabras→ cuando no puedo ni salvarme de mí mismo Y en todo caso saber: no existen palabras o libros que ayuden por si mismas i solas a nadie, sino es ayudándose (él → de sí mismo) y de moverse hacia las cosas i personas o actos que le causan presión (desahogándose i ser uno de sí mismo luego de ellas / uno de lo (después i aquello / luego una experiencia i de sí mismo aquello) en otro lugar / es decir→ moviéndonos igual y cuando es necesario / o se nos precisa de la misma experiencia). Por tanto, la idea de estos textos no es otra que expresar y compartir de lo después experiencias locas i antes solo ideas: que luego del pensamiento de uno i moverse de ellas son (eso luego de lo que podemos hablar desde antes nuestras inquietudes luego experiencias.
Por lo Además: la humanidad ya está—y con ella el mundo entero y todos nosotros— (entiéndase → desde la propia naturaleza i los miedos que nos conducen irremediablemente a ello) como el fuego que devora todo a su paso ignorando en su esencia de un principio el propio fin. Sin embargo, en el tránsito de su condena, como Sísifo en la suya, el individuo, también puede encontrar momentos de reflexión, lucidez y a veces, incluso de alegría (y fiesta con los amigos).
Al Lector—. Realizar buena parte de lo aquí
publicado me ha llevado cierto esfuerzo, a la vez, que una enorme satisfacción.
Mas para concluirlo —si se puede considerar concluso— no quise buscar ideas o
pensamientos que, de inmediato, me condujesen a un fondo; sino al modo en que
dejándome alcanzar por este, lo fuese en algún momento, igual, por los otros.
Solo así me liberé del enorme pesar que me causan las limitaciones, y el vacío
o desconocimiento —en el que me reconozco— a decir del saber, que hallo como el
universo: inmenso, cuando allá donde miro, buscando, veo infinito en todas
direcciones. Siendo esta razón, última, para que el propósito de este ejercicio
sea tan modesto; si bien, creo haber leído en alguna ocasión, que “son las
cosas modestas, aquellas, que luego se tornan más difíciles de acometer”1 Pues:
Cuando miro atrás en el tiempo, desde la distancia, y recuerdo aquellos
maravillosos momentos hallados en lo ordinario de mi vida, igualmente, observo
que no puedo ni he podido nunca, desvincular estos del dolor, la fatalidad y
sufrimiento, resultante de la propia existencia.
(1) (Nativel Preciado)
Todo acontece por una causa—. Hace tiempo —corría el año 2003— comencé a escribir una serie de singulares textos: frágiles artificios de quien se encuentra —como diría Borges— extraviado entre la literatura, las ciencias y la metafísica”. En aquel libro, suponiendo que fuese un libro, trataba a modo de ensayo1, de una parte, temas específicos referidos a materias diversas, y de otra, pensamientos aislados que alternaban sobre temas aún más variados. Supongo, que pretendía de algún modo razonar. No obstante, ya entonces tenía presente de los ejercicios propuestos que muchos sino la mayoría carecerían de pleno sentido: tal que la contradicción primera habría de residir en el hecho mismo de escribirlos, sujetos a la parcialidad que resulta de un razonamiento limitado, y sobrepasado, por una complejidad que empequeñece cualquier recurso relativo al propio discurso (S. Pániker). Esa certeza —esa agónica imposibilidad— motivó que aquellos textos quedasen relegados al fondo de un cajón, no publicándose, o al menos, en el modo deseado. Si bien, y a resultas de aquel penoso extravió hacia vagas lontananzas hube de verme, en algún momento, acometido por el impulso ya no de roer unos problemas —intentando darles sentido— sino más a observarlos detenidamente, prestándoles mayor atención; valorando así diferentes puntos de vista—algunos pretéritos— para, de ese modo, volver luego a redescubrirlos. Sería pasado el tiempo, hacia finales de 2009, cuando partiendo ya de otro enfoque —ese que sólo se encuentra cuando todo a nuestro alrededor se está desmoronando, despertando en nuestro interior ese “temple de ánimo que coloca al hombre ante la nada misma” ―Heidegger— que retomase, no solo aquellas primeras cuestiones sino otras, que entiendo, a mi modo de ver, son más trascendentales.
Mas luego
comprender, las razones que me movieron a recorrer un paisaje diferente* al
común, que otros transitan, no se podrá concebir sin atender, de un lado, esa
fatiga angustiosa que empuja al hombre a penetrar en uno mismo y, de otro, el
enorme placer que en el errante caminar del pensamiento —escudriñando nuevas
posibilidades— me ha causado y me sigue causando transitarlo. Igualmente, el
modo como he pretendido hilvanar en relación a diversas materias y
sensibilidades —que bien podrán hallase desordenadas en este cuaderno, tanto o
más que dispersas en nuestro tiempo3— no es la expresión metódica y estricta,
de una manera de pensar: tampoco de sentir. Es sencillamente —y sin querer, por
el momento, ahondar en la precisa y sobria reflexión— la “representación” de
una manera de pensar y de sentir, que podrá observarse resuelta, en atrevidas
formas que se prestan a todo tipo de elucubraciones ingeniosas: un «tanteo»,
donde traslado al lector por un particular derrotero —cuanto menos singular—
por el que no se acometen juicios pretendidamente certeros, adecuados o
convenientes a la razón; exigiendo, en todo momento, la adhesión de quien
pudiere leerlos. Ninguna metafísica interviene aquí, a excepción, de aquel
espantoso momento, en que uno mismo, en el ejercicio se adivine inmerso,
“apelando al misterio de la realidad, del interrogante y del mundo, como punto
de partida para formular una respuesta a su problema personal. (b). Pronto se
advertirá, que lejos de reclamar condescendencia, la esencia de lo escrito asienta
—por encima de ninguna filosofía o ciencia— en el placer mismo de escribir.
Placer este que habría de ir objetivando, al avanzar, reflexionando y
“componiendo” más sobre arquitectura, muchas veces de la propia experiencia, y
las sensaciones halladas en esta: buscándole una voz, en lugar de afanarme
hacia un “utilitarismo” escrupuloso y creciente, llevado a modo de recetario,
que bien podemos hoy observar en tantas librerías y supermercados. Sin embargo,
al obrar de este modo no he pretendido abandonarme a una puerilidad más o menos
dicharachera, a un pensar sin objeto que todos, en mayor o menor medida hemos
conocido. De tal modo, que el esfuerzo de este cuaderno expondrá un particular
modo de desenvolverse en sí mismo: en sus propias formas —formas que no allanan
precisamente el camino— pero que, de otro lado, no se opondrán jamás a un
fondo. Éste, por cierto, siempre difícil de integrar logrando esa necesaria
tensión que, si no concurrirá en todo momento práctica, cuanto menos resultará
interesante, pudiendo gustar en mayor o menor medida al lector —dependiendo de
ese cierto grado de parentesco, llamémoslo “intelectual”—, al haberse
considerado para ello unas sencillas reglas, representadas: en el interés, la
observación y el respeto a la ciencia, la filosofía y el arte; aunque,
reconociéndome lejos de los rigores de la primera; próximo a las formas de la
segunda; y sobrepasado por la imaginación y extravagancia del tercero. Sin
embargo, «toda observación es relativa al punto de vista »6 afectando al fenómeno
que se observa7. De tal manera, cabría esperar que esta, así como cualesquiera
otras lecturas sean relativas: estén afectadas, por el punto de vista, las
ideas, la educación o el estado de ánimo del lector que, de algún modo
condicionará “siempre” lo leído, afectando causal o intencionadamente al
sentido que, verdaderamente, se representa. Es por ello, y no por otra razón,
que me gustaría invitarles a que considerasen la posibilidad de sufrir estas
páginas, más como quien lee para sorprenderse —dejándose extrañar— antes que
para juzgar lo expuesto. Y para ello apelaré al buen sentido del ya en tiempo
nos refirió Descartes (1556–1650) como «la cosa que mejor repartida está en el
mundo, pues todos juzgan que poseen tan buena provisión de él, que incluso los
más difíciles de contentar en otras materias, no suelen apetecer más del que ya
tienen. —Discurso del Método. 1637—». Y “Debido a aquel atrevimiento primero
―aproximándome a ciertas formas de asociación y representación desdeñadas― que
deviene, ahora, este otro mayor”.
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1 del Ensayo francés, entendido como tanteo, u
ocurrencia; y que entendido así se presta a todo tipo de brillanteces
ingeniosas.
2 la filosofía como intento de localizar la experiencia de una época ha dejado
de ser una tarea con sentido. Los filósofos son incapaces no ya de modelar sino
incluso de expresar su propia época. (S. Pániker: Aproximación al origen, 2001)
3 Lo que ocurre es que la filosofía es hoy esencialmente marginal, y surge
cuando los especialistas (biólogos, matemáticos, físicos, cosmólogos etc.)
encuentran obstáculos en la frontera de su propia especialidad, y plantean,
interrogantes transdisciplinarios (S. Pániker) (Aproximación al origen —Ed.
Kairós- 2001)
4 Camus
6 (Einstein),
7(Heisenberg).
9 aproximación al origen (S. Pániker —de la filosofía2)
(b). Del prólogo de P. Laín (Las máscaras de lo trágico: Filosofía y tragedia
en Miguel de Unamuno) de Pedro Cerezo Galán.
Et in Arcadia3 ego—. «Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho»—F. Nietzsche - «Así hablo Zaratustra» Y«Auch ichwar in Arkadien3 geboren»1 escribió Schiller, al inicio de aquel bello poema al que tituló Resignatión2. Lo cierto, es que parece no ser necesario sentirse seducido, por el aire cargado de esencias que desprenden aquellos versos para que, de inmediato, advirtamos —marginando el significado literal y ateniéndonos a lo que el poeta verdaderamente nos decía— que Schiller tenía razón. Diríase aún que la sigue teniendo.
Del mismo modo que les ocurriera a aquellos inocentes pastorcillos que dicen las líricas, poblaban antaño la fértil región del Peloponeso: crecemos convencidos de hallarnos en un fabuloso paraíso en el que alimentamos deseos y esperanzas, imaginando, trasladarlas algún día a buen fin. Sin embargo, cuán cruel se manifiesta, en ocasiones, a los hombres su destino pues suele ocurrir que a poco de iniciado nuestro camino, apenas habiendo recorrido unos míseros días, comprobamos —consternados ante la evidencia—,3.1 que debemos hacer frente a una realidad distinta —tan inminente como ineludible— preñada tormentos, calamidades y sufrimientos; tal que así nos fuese esta, en forma de advertencia y sobre una siniestra pintura revelada por Guercino (4); sirviendo atenazar, con la turbadora presencia de aquella faz descarnada, la liviana existencia de cuantos en ella reparan: devorando toda fantasía que unas joviales almas pudieran todavía albergar Y Es en ese preciso instante que —siempre extrapolado a nuestro dominio— a todos nos ha de llegar; a saber: “paralizados ante la oportuna osamenta” e intuyendo “el comienzo de aquello que ya no podremos soportar”; no ya un «ser o no ser» sino un «tener que ser» a pesar de «no-poder ser»; cuando reconoceremos en la vida la terrible miseria de esta. Advirtiendo, acaso muy tarde, la inminencia opresiva de esa lucha terrible y final entre las dos posibilidades, “llegar a ser plena y definitivamente o dejar totalmente de ser «quedar en nada»” (5). Será entonces, entre el rechinar de dientes quebrándose unos con otros, y desbordados por la angustia y el llanto impotente de la desesperación, al sentir cercano el alarido de la mutua matanza, cuando recordemos, posiblemente, y al igual que debieron hacer aquellos inocentes pastorcillos que magistralmente pintara Guercino, las palabras de Dante, que apenas iniciado su camino temeroso decía: «Extraviado me vi por selva oscura; que la vía directa era perdida: ¡Ay cuanto referir es cosa dura de esta selva agreste y fuerte, que aún conserva el pecho la pavura!». — (Divina comedia; canto I)
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(1) Yo también nací en Arcadia,
(2) Renuncia
(3) Arcadia: región montañosa de la Grecia antigua, en la parte central del Peloponeso, habitada por Arcadios o arcades, pueblo de pastores y que las ficciones de los poetas convirtieron en la mansión de la inocencia y la felicidad.
(3.1) que entendemos como advertencia
(4) (Et in Arcadia ego), «Y en Arcadia yo...». Título del primer cuadro conocido, en el cual se utiliza dicha expresión y Pintado por Guercino en 1618. la frase parece no estar acabada y quizá no sea casualidad; pues el misterio ha rodeado desde hace siglos todos los cuadros relacionados con Les Bergers y pastorsd´Arcadia; sobre todo, los realizados por Poussin . Si bien, de ese mismo misterio se deduce que algo inquietante aguarda en el camino, la muerte quizá, como parece advertirnos la calavera que figura en el cuadro de Guercino, y que los pastores sorprendidos no dejan de observar.
(5). Del prólogo de Pedro Laín Entralgo (Las máscaras de lo trágico: Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno) de Pedro Cerezo Galán. Referida la frase a Unamuno.
-Acerca del
trauma de la lucidez / Extraviarse en los tópicos-. «Conocimiento por conocimiento — ésa es la última
trampa que la moral tiende: de ese modo volvemos a enredarnos completamente en
ella». —Más allá del bien y del mal— (F. Nietzsche)
Hoy cuando las antiguas creencias están declinando y el final de las grandes síntesis se acentúa, un hambre manifiesta avanza peregrinando el mundo. Se trata de una imperiosa necesidad de saber: “saber quiénes somos, de dónde venimos o cuál es el velado propósito de la que, en muchos casos, resulta ser una miserable vida”. De tal modo multitud de personas, de la más variada condición, cuyo nexo común encuentra su raíz más profunda en la angustia se han dejado cautivar, de manera vehemente, en torno a temas que van más allá de su quehacer acostumbrado. Seducidos, hacia cuestiones profundas —cuando no, víctimas del que resulta ser el humilde parásito de la ingenuidad1— se ven proyectadas a la contingencia de tener que hallar unas nuevas expectativas, en las que habrán de volverse a replantear aquellos mismos y pretéritos temas relativos a la existencia. Apreciable, en innumerables manifestaciones y formas, esta aptitud se observa, en mayor medida, al comprobar el creciente interés mostrado por buena parte de la ciudadanía, encandilada, en torno a una amplia gama de tópicos: ufología, sectas, parapsicología… Sin embargo, sería ventajista por mi parte arremeter, directa y exclusivamente contra semejante disparate pseudocientífico, cuando el más ligero soplo de aire, dirigido contra este, lo derrumba. No requiriéndose tanto un pulmón poderoso como una buena dosis de osadía para dirigirlo, sin vacilar, contra las imponentes fortificaciones de la filosofía. Entendiendo, es en esta más que en ningún otro lugar, «aquel», donde el pensamiento desventurado ha escarbado hundiéndose con mayor pasión y vehemencia; labrando tan vasta maraña de galerías que correremos serio riesgo de extraviarnos, al aventurarnos desprovistos a ellas, amplificando la magnitud de aflicciones por largo tiempo contenidas, e igualmente, la ansiedad que habrá de resultar caminar hacia un plomizo horizonte, tras el que no se intuye la desolación ni, mucho menos, la desdicha.
El Laberinto del minotauro y la paradoja―. Algunos refieren el lugar como un templo; otros hablan de un laberinto. Lo cierto, es que no se trata de un dédalo cualquiera, sino de un enorme santuario fortificado de sapiencia y erudición, en el que sólo contadas personas se adentran: llevadas, unas por la pasión, y otras sencillamente ―a través del cenagoso sendero de la existencia― viéndose arrastradas al mismo; donde una vez apresadas se verán condenadas a morar, por largo tiempo, sus lóbregas y mohosas galerías. Aun así, no es extraño encontrar a quienes, ingenuamente, penetran el templo que guarda la Esfinge y en el que habitan el minotauro y la paradoja. La razón ―ante una providencia tan indefinida― no es otra, que encontrar algo con que aligerar el pesado fardo que “por el hecho de ser hombre, todo hombre lleva consigo” y en el páramo demora su transitar; a la vez, que fustiga sus abatidas conciencias, cuando se impone ante ellos la perspectiva angustiosa de la aniquilación. En la marcha se les distingue fácilmente: pertrechados con un utillaje arcaico de nociones, con ellos viaja siempre la duda; en todo momento presta a interrogar, sobre aquellas cuestiones que más profundamente inquietan y, por qué no decirlo, a todos nos atormentan. Se trata de preguntas laberínticas, cuya complejidad es superior a cualquier discurso relativo a las mismas. Cuestiones estas, desde hace milenios envueltas en una densa niebla de desconocimiento por la que lentamente se ha estado abriendo paso la razón.
Hueras
esperanzas alimentan el camino mientras el peregrino recopila cuanta más
información, a la espera de alcanzar “esa gran falacia de nuestro tiempo”(a).
Así, luego pasado un corto período tiempo resulta fácil comprobar, como todo
ese saber extraordinario y acumulado en su transitar, no ayuda ni propone
solución alguna a los innumerables males que atormentan el espíritu. Lo que
antes parecía una extraordinaria guía: un modelo, para comprender los misterios
de la existencia, pasado algún tiempo se manifiesta escrito en un lenguaje
distinto: diríase que secuestrado e imposible de interpretar. El carácter, en
ocasiones talmúdico que parecen adquirir algunos textos compromete, en gran
medida, la ardua tarea de descifrarlos. Consecuentemente, las grandes preguntas,
las grandes cuestiones del Ser permanecen ajenas al individuo; confiscadas,
sino extraviadas en un laberinto, donde la angustia resulta de todas partes al
comprobar, que podemos volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero
jamás retornar sobre los propios pasos: «quien, sin estar obligado, intenta
alcanzar el completo conocimiento prueba sin duda, ser audaz hasta la
temeridad» (3). Tenemos por el laberinto tal curiosidad (4) que olvidamos el
dolor y sacrificio que cuesta al hombre transitarlo. Y peor aún, es que
«suponiendo que la razón del individuo perezca en fútil intento, este se
encontrará ya tan lejos del entendimiento que jamás, podrán sus semejantes
sentirlo ni comprenderlo (5). De modo, que todo ello no ha hecho más que
acrecentar el prejuicio, ampliamente extendido―sobre todo entre “hombre común
(11)” ― de que la filosofía no tiene nada que ver con ellos: con la realidad
que acontece en sus vidas; que escrito entre esas líneas no existe un nexo con
los deseos y necesidades intelectuales del aquellos, o incluso, con los de uno
mismo. Sin embargo, en ocasiones los muros de ese complejo laberinto se
derrumban ante aquel, que alcanzando el punto más bajo de sí mismo ha tocado
fondo, reconociendo en el laberinto un camino sin salida; hallando así un hilo
de luz por el que guiarse ante la angustiosa perspectiva, que habrá de resultar
encontrarse sumido, palpando con las propias manos el abismo: tomando plena
conciencia de aquello más absoluto. El precio a pagar, sin embargo, habrá sido
elevado: soledad, sufrimiento y no pocas veces la locura, serán la moneda de
cambio exigida por el Sr. Minotauro. Pues solo cuando la existencia muestra su
más dramática figura, parece la mente derrotada entender lo que desde hacía
tanto tiempo aquellos libros decían; entendiendo, no ya las palabras sino a las
personas y, finalmente, comprendiendo que en el laberinto no hallará solución
alguna sino las mismas preguntas, angustias y pesares que a lo largo del
tiempo, los hombres se han planteado a sí mismos, cuestionándose, por el
destino y fundamento de su propio ser. Finalmente, hallando la verdad
encontraremos que no hay esperanza en ella; que “la verdad última significa
muerte” (6) y su símbolo así nos lo anuncia (7): “pues en el anuncio de su
verdad suprema, el cumplimiento de su esencia, el destino de la necesidad se
conjuga en su desaparición. ¿Acaso el hombre desea la muerte aun cuando esta es
la verdad, y no quiere alejarse de ella, en tanto que contribuye a la no
verdad?” (8). “Cuando se percibe el fin se va más aprisa que el tiempo. La
iluminación, decepción fulgurante, otorga una certeza que transforma al
desengañado en liberado.” (9) que después, y más allá de la confusión total no
siendo capaz de distinción alguna, logrará su salvación de la única manera
posible: aferrándose a lo absurdo, a la inutilidad absoluta, a esa nada
fundamentalmente inconsciente, cuya ficción es susceptible, sin embargo, de
crear la ilusión de la vida (10).“Toda filosofía no Valdrá una hora de dolor”.
Desde mi época de insomnios he hecho inconscientemente esta afirmación de
Pascal, siempre, que he leído o releído a un filósofo. (E M Cioran).
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1 el engaño. Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.
2. la verdad, que habrá de ser igualmente la muerte.
(a)Schopenhauer nos procura el recelo necesario frente a la idolatría del progreso, y frente a esa obsesiva búsqueda de la felicidad que es la gran falacia de nuestro tiempo. (Rafael Hernández Arias) Parerga y Paralípomena, Ed Valdemar (Pról. Pág. 16)
3. Jaspers, intr. a Nietzsche
4. Jaspers, intr. a Nietzsche 16,437
5. Jaspers intr. a Nietzsche 7, 49
6. Nietzsche
7. del Zaratustra
8. Nietzsche
9. E M Cioran
10. E.M.Cioran
11(así refiere Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres cap. 1 - sobre aquellos que son mas propicios a la dirección del mero instinto natural y no consienten a su razón que ejerza gran influencia en su hacer u omitir.
Sobre el saber… y saber que somos impulsados—. «Por naturaleza —afirma Aristóteles— tienen todos los hombres deseo de saber»1[πάντεςἄνθρωποι τοῦεἰδέναι ὀρέγονται φύσει, 980α 21]2. Aristóteles nació hace más de veinticuatro siglos, en la Antigua Grecia; sin embargo, no por pertenecer a un lugar y tiempo, que nos puedan parecer ahora tan sumamente lejanos le eran ajenos los sentimientos, deseos o las propias sensaciones que son, al ejercicio que me propongo aquello que nos concierne, independientemente, de quién y en qué lugar o tiempo las experimente. Y dado que pocos encontraré, mejor facultados que él, en tanto al «Saber», y que exponerlo en toda su magnitud sería a este ejercicio un exceso, consideraré, por el momento, y con ello también así finalizar el exordio en el que me veo envuelto, que Aristóteles no solo tenía razón sino que sigue hoy estando en lo cierto: Cierto, que no hay nada que ocurra en el universo y consecuentemente en el mundo —derivado de la naturaleza o las personas— que no estimule al pensamiento, en el hombre que observa y aprende, a través, del medio en el que se desenvuelve, impulsándole a saber. «Saber» que en su conjunto y resumido en una sola palabra es entendimiento; facultad esta que habrá de adquirirse por el examen de las cosas a partir de aquellas experiencias sensibles2.1 —también llamadas impresiones— y la información que estas últimas le ofrecen al juicio respecto de las primeras— procurando llegar a «conocer» y, consecuentemente a su producto: «el conocimiento». Conocimiento que —como dice Kant en la primera línea de su estética trascendental— comienza con la experiencia, pero esto no significa que todo él derive de la experiencia 2.1.0, y que llevando a reflexión jerarquiza, estructura, ordena y discrimina la información, e igualmente encuentra respuestas y soluciones —a las cuestiones y problemas derivados de las cosas— por medio de la razón y los demás caudales adquiridos2.1.1 a través de ella. Esto es, «el entendimiento» que da sentido al mundo, venido del asombro a despejar el horizonte2.2: “nuestro horizonte”; «horizonte, pero limitado, pues nace de una limitación: limitación, que delimitan las propias cosas, e igualmente, también, nuestra visión de ellas»212. Sin embargo, de tantas cosas que nos son extrañas, sería insensato abandonarnos, admirando asombrados todas ellas: deleitándonos luego, en pueriles cavilaciones ingeniosas. Se precisa de esta labor un orden y, sobre todo, establecer cierta prioridad. Más cuando lo que de cierto apremia ahogándonos con el juramento de su lobreguez, es la total ausencia de razón que justifique el sufrimiento que deviene de la manifestación de la propia existencia. Esto ya lo advirtió Sócrates —filósofo, pero antes soldado— siendo el primero que, tomando aguda conciencia, de la vasta tragedia humana que, de manera continua, discurría ante sus ojos —lejos de especular con vanos conceptos—recordó, que “dados a la reflexión es la existencia el primer y mayor problema que debemos abordar”: estimulando así una nueva forma de pensar, e incitando con ello al examen incesante de uno mismo, así como igualmente al de los demás.
Sería luego
llevado de esta aptitud entorno a las circunstancias que condicionan, dando o
restándole sentido a la vida; y donde precisamente el saber está en ser buscado
—más cuando hallado posibilita favorables los cambios— que, de los resultados
obtenidos a partir de una primera introspección, no advertí móvil alguno que a
diario determinase mis pasos, más allá del mismo deseo que, desde antaño, había
guiado mis actos; e igualmente, el devenir de buena parte de la humanidad. Pues
según pude constatar fue igualmente Aristóteles, quien convino que debía
existir un fin supremo: deseado no sólo por él sino por todos mortales
—principio liberador de todos los males— deduciendo, finalmente, que este fin
no debía ser otro que la felicidad; pues «Siendo la felicidad mejor y más bella
que todas las cosas, es también la más placentera» [ἡμεῖς δ᾽ αὐτῷμὴσυγχωρῶμεν.
ἡ γὰρεὐδαιμονία κάλλιστον καὶ ἄριστον ἁπάντωνοὖσα ἥδιστονἐστίν. 1214α]3. Sin
embargo, cuál sería mi asombro, que habiendo a la sazón repudiado la senda del
autoengaño, que conduce a no a saberse uno quién es jamás, pude observar —y no
sólo de mis actos— que la búsqueda de la felicidad o el mero hecho de desearla,
pudiera ser aquello que motivase cuanto de trágico en la vida hubiere de
acontecer. Y parece lógico preguntarse, cómo puede ser; qué de malo puede
haber; y la verdad yo tampoco lo sabía: siquiera apenas lo intuía antes de
comprender, gracias a unas viejas lecciones4 de filosofía, aquello que
Aristóteles al comienzo de su metafísica nos refería, a saber: que primero y
por encima de cualquier anhelo de saber «Tienen o sienten todos los hombres
deseo…» Deseo que no tanto es una clase mayor de querer sino más un “impulso” o
disposición genérica de la razón “sine iudicium”; entendida la razón 5 como
puro ámbito de representaciones: “inerte” y sometida a las pasiones —dice
Hume6— en tal medida, que no puede esta pretender otro oficio que servirlas. No
alcanzando de este modo la razón ser motivo de acción, ni mucho menos oponerse
a la pasión que venida a lomos del impulso —antes “velado” y alimentado bajo
una sutil estela― se mostrarán ambos luego como «una sola cosa» en cuanto tal,
y poderosa que dará origen a la acción. Pues ocurre con el deseo como con
tantas otras cosas que, al desnudarlas, encontramos en ellas un saber: “saber
que resguardadas bajo estas existen otras que la constituyen, forman y
alimentan, y que son dadas encubiertas, veladas a la razón, que las ignora
cuando ingenua las experimenta”. Y es por ello que concluyo que no habrá de
darse por pedestre este saber: «pues saber que por naturaleza estamos
impulsados, no es un saber cualquiera».
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1. Traducción
de X. Zubiri - Cinco lecciones de Filosofía, La filosofía como modo de saber;
Ed Alianza 1988, Pág. 17.)
2Aristotle'sMetaphysics (Metafísica, de Aristóteles), ed. W.D. Ross. Oxford:
Clarendon Press. 1924.
2.1Todos los materiales del pensar se derivan de nuestras sensaciones externas
o internas (Investigación sobre el entendimiento humano, Hume)
2.1.0 Zubiri - Cinco lecciones de Filosofía, Kant: la formulación del problema
filosófico, Ed Alianza 1988, Pág. 64.)
2.1.1 de la experiencia
2.1.2 (Sobre el problema de la filosofía y otros escritos, Alianza Ed, 2002)
2.2 El mundo según Husserl, adquiere sentido por su horizonte
3Aristotle'sEudemianEthics (Ética Eudemia, de Aristóteles), ed. F. Susemihl.
Leipzig: Teubner. 1884.
4Zubiri - Cinco lecciones de Filosofía, La filosofía como modo de saber; Ed
Alianza 1988, Pág. 17.)
5 Expresado este concepto de razón, por aquel componente negativo que
reivindica Hume: como un instinto maravilloso y a la vez inteligible, que nace
de «la observación y de la experiencia pasadas» (TNH I, iii, 16)
6 «Reason is, and oughtonlyto be theslaveofthepassions, and can
neverpretendtoanyother office thanto serve and obeythem. » (TNH, II, iii, 3)
6 Zubiri - Ibíd., Ibíd.; Ibíd., Ibíd.,
Sobre la búsqueda de la felicidad—. Del saber antes mencionado —que somos impulsados— se deduce, igualmente, que toda búsqueda —por inocente o bien intencionada que parezca— es precedida por el deseo que la origina. «Deseo que es atributo y misma esencia del hombre» (Spinoza) y que, para reconocerlo, antes debemos saber que al sentirlo ya está en su mayoría, o en todas sus partes constituido, y por lo tanto, en nuestra consciencia obrando, en tanto, que nos condicionará pudiendo hacer nada para librarnos del tormento que nos causará, cuando no por mil veces deseado seguiremos tan lejos de alcanzarlo. Constituido he dicho, pero bien pudiera haber sido maquinado pues más parece la obra del diablo. Acaso un gusano forjado a partir del mismo génesis de la conciencia: un germen que eclosiona y toma su sustento, primero a partir de la propia extrañeza, más cuanto mayor sea la fijación, mayor será su alimento (que en parte la misma razón multiplica) y que irá en aumento igual que su necesidad, sostenida por uno o varios sentimientos. Necesidades, pero que bien pudieren no serlas y sí parecerlas, aunque —y al igual que ocurre con las obsesiones— jamás se verán estas, por completo satisfechas; llevando así al individuo a diferentes estados de conciencia donde se irá retroalimentando, lo que todavía no, pero ya se intuye impulso (potencial de la acción); hasta llegado el momento en que este se desata fraguando el deseo; deseo que habrá de tornarse inmediatamente en acción de la voluntad. Voluntad, esa voluntad que nos estimula y arrastra por desconocidos e intrincados laberintos hasta conseguir, no siempre, nuestra tan anhelada felicidad. Si bien, no son pocos aquellos que opinan, que esta felicidad podría no alcanzarse jamás; alegando, que “la felicidad es como el cielo: en ocasiones creemos estar en él, imaginando una realidad y, sin embargo, de inmediato advertimos que se trata de una ilusión temporal: una fantasía, que nos llena de desconsuelo, al comprobar instantes después que seguimos con los pies descalzos sobre el suelo”; o el mismo Kant (Fud. De la Metafísica de las costumbres) cuando decía, referido a aquella y su búsqueda por la razón, a saber: “En realidad encontramos que cuanto más se ocupa la razón cultivada del propósito de gozar de la vida y alanzar la felicidad, tanto más se aleja el hombre de la verdadera satisfacción, por lo cual muchos, y precisamente los más experimentados en el uso de la razón, acaban por sentir, con tal de que sean suficientemente sinceros para confesarlo, cierto grado de misología u odio a la razón” (Kant). Del mismo modo esta idea se desprende, sino igual de manera parecida, de los textos de Schopenhauer, en los que retomaba los estudios acerca de la felicidad, iniciados siglos atrás por Aristóteles; estableciendo, que dicha felicidad, así como la suerte de los mortales podría reducirse a tres condiciones básicas y fundamentales: lo que uno es, lo que uno tiene, y lo que se representa; refiriéndose, en este último caso al honor, la categoría y la gloria. Pero no se dejen seducir por lo que pretende ser un decano de los libros de “autoayuda”. Si bien, es cierto que aquel ilustre filósofo trato ampliamente el tema de la felicidad y de cómo acceder a ella, lo que verdaderamente se deduce, deducimos luego de su lectura, es la imposibilidad absoluta de esta, concluyendo: que el Arte del buen vivir es esencialmente un manual, en el que se desarrolla el complicado arte de sobrevivir en el mundo. Sin embargo, inteligente por nuestra parte sería, igualmente, no olvidar la advertencia surgida de aquella mente atormentada (dicen) y que abocaba a su dueño continuamente al pesimismo; pero cuya dimensión más crítica, se encontraba representada por una voluntad irracional aludida y ampliamente desarrollada en sus escritos, de los que se entiende nos previno, describiéndola: como una voluntad infinita, discorde y devoradora de sí misma. Una voluntad esencialmente que es desdicha y dolor «Pues ningún bien final saciará la avidez de ese genio del engaño —llamado voluntad— que encadena, la libertad y la independencia del intelecto (...) (…) no hay libre albedrío; en todos los casos, la búsqueda racional esta movida por los intereses de la voluntad, voluntad que jamás se ve saciada, y cuya única forma de liberación posible, para el hombre, es la total auto aniquilación de la misma». Con ello—dice Nietzsche (Mas allá del bien y del mal)— Schopenhauer, nos da a entender la voluntad, como la única cosa que nos es propiamente conocida —del todo y por entero— sin sustracción ni añadidura. Nos la describe en sí misma libre. Si bien, esta voluntad también puede, aunque, no sin esfuerzo promover en el hombre y para el hombre su propia liberación: siempre, que no perezca sometido a ella1→1 En el umbral del tratado de ética, que debe indicar el camino de la liberación humana de la voluntad de vivir, Schopenhauer se debate ampliamente con el problema de la libertad. ¿Cómo puede el hombre liberarse de la voluntad si no es libre frente a ella, si es un esclavo de la voluntad misma? (Hist. Del pensamiento. Sarpe) Por lo que claramente se nos exhorta a renunciar a un cuarto aspecto, sugerido, pero no incluido junto en los anteriormente expuestos i-que, a mi modo de ver, es más relevante incluso que aquellos primeros. Me refiero, al que condiciona el destino y la felicidad de las personas en nuestro tiempo: entiéndase, no lo que somos, tenemos o representamos; sino aquello que desde el fondo más insobornable de nosotros mismos anhelamos ser.
“Asegurar la
felicidad propia es un deber, al menos indirecto, pues el que no está contento
con su estado, el que se ve apremiado por muchas tribulaciones sin tener
satisfechas sus necesidades, puede ser fácilmente víctima de la tentación de
infligir sus deberes”. ―Kant.
Precipitarse hacia las propias consecuencias—. Hoy, más que nunca, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que pertenecemos a la era de la complejidad y la incertidumbre (S. Pániker). Las barreras que antaño nos recluían en celdas sociales, apartados de esperanzas y anhelos, han ido cayendo y los hombres no nacen condicionados; así sus aspiraciones no se ven limitadas debido a un bajo estatus social. Consecuentemente, desde muy jóvenes todo lo que somos, tenemos o la opinión que merecemos a los demás nos parece insuficiente: nos sabe a poco y queremos más: reconocimiento. Pero sobre todo soñamos; soñamos, y en nuestros sueños nos sentimos diferentes: admirados por la sociedad. Luego, al levantamos por la mañana la realidad nos saluda, arrojándonos a la cara un jarro de agua fría. Nos miramos entonces, cuántas veces, resignados frente al espejo: aborreciendo de nosotros mismos, de lo que somos y de nuestra vulgaridad. Pero sobre todo nos afligimos; y nos afligimos por todo aquello que deseamos desde lo más profundo del alma: profundidad esta, por la misma que igualmente reconoceremos que jamás lograremos nuestro propósito. Sin embargo, he ahí el lugar, “la fortaleza” de nuestro hogar, y el instante, “frente al espejo”. Ese preciso lugar y momento en el que la conciencia se despereza y nos mira desde el otro lado, con nuestro propio reflejo, susurrándonos, con voz encantadora, de manera que las palabras adquieren su propia luminiscencia. Y más, cuando «Rotas y sin vigencia, las normas que durante tanto tiempo prestaron contingencia dentro de la sociedad al individuo, no puede este ahora construirse una dignidad, sino extrayéndola del fondo de sí mismo» (Gasset).
Pero cuidado, la imaginación es mala cabalgadura incluso para un hombre sensato — lo decía Pío Baroja y no le faltaba razón—. Hay ocasiones en que esas efímeras e inofensivas visiones, plagadas casi siempre de buenas intenciones mueven a despertar profundos deseos: exacerbadas pasiones, que lejos de parecernos arriesgadas nos seducen, de manera singular: tirando de nuestras almas —desoyendo las advertencias— cuando atisbamos a lo lejos la posibilidad de ir más allá, convencidos, de “poder” hacer nuestros sueños realidad. Se trata de verdaderos orgasmos deslumbrantes, de luz delirante y fabuladora que incitan a mover, y cambiar el modo de ser y pensar. A actuar creyendo que si seguimos adelante lograremos permutar el despreciable destino al que se dirige nuestra existencia. No negaré, que el ejercicio resulta convincente, y aún más para quien ya se encuentra atribulado: desilusionado consigo mismo. De modo, que la catarsis contribuirá al embelesamiento, desmantelando así toda defensa frente a ese caballo blanco que avanza llamado voluntad, y contra el que el hombre no puede defenderse de su violencia. Violencia devastadora, con la que luego irrumpe arrasando cual salvaje montura pertrechada de etéreas enjundias, con las que nos invitará a cabalgarlo, haciendo frente a las eventualidades del mundo que pudieran ir surgiendo al paso. Muy pocos intuyen, entonces, el enorme coste y sacrificio que supone un precipitado juicio: una determinada elección en nuestra vida; sobre todo, cuando de esta se quiere ir más allá uno (de aquello) de sí mismo. Menos son aquellos que cuentan con que la voraz tormenta pueda tragarse, mandando a pique, la tan anhelada empresa. No son pocas las ocasiones que embarcamos nuestras vidas y aspiraciones en un frágil junco, construido apenas con algo más que buenas intenciones; sin saber que nos aventuramos a un mar seno de frustraciones y desventuras, pues se trata de una travesía muchas veces malograda, de ante mano, por no haber sabido calcular “la infinitud del deseo”, ni previsto las dificultades de tan arriesgada singladura. No pasa mucho tiempo para cuando la tempestad arrecia desatando los problemas: volviéndose los titanes en contra nuestra. Sólo entonces nos acordamos de aquellos desestimados consejos, y nos surgen las primeras dudas: recelos que darán paso, durante la noche, a sombrías pesadillas que una vez manifiestas, atormentan al individuo, consumiéndolo, más que la propia vida. Con ellas se revelan, uno tras otro, los peores fantasmas surgidos, como demonios, en la noche oscura: duendes del subconsciente invitados por ese otro yo, que —algunos afirman— “todos llevamos dentro”; y que disfruta martillando, lenta pero infatigablemente, la conciencia cuando nos reprocha, o aún peor, recuerda lo terriblemente atroz e insoportable en que puede llegar a convertirse la vida. Por fin, y una vez presa de la red tejida por el caos y la incertidumbre —la misma donde deposita sus gérmenes la locura, veremos el futuro de forma muy distinta: sintiéndonos como aquel que tantas veces frecuento la angustia y la duda y que, de manera elocuente, al preguntarse qué le depararía el futuro comparó sus sensaciones con las de una araña que desde un punto fijo se descuelga: suspendida, teniendo ante sí siempre solo el enorme vacío, pataleando sin encontrar un lugar donde apoyarse. Víctima de su voluntad y precipitada hacia a sus propias consecuencias.
Una última y breve observación sobre el destino—. «Todo destino es dramático y trágico en su más profunda dimensión» escribió, en alguna ocasión Gasset. Hace algunos años leí un bello pasaje en un libro el cual afirmaba que la verdadera patria de todo hombre y mujer: origen de sus deseos, e igualmente, punto de partida en el que es forjado el destino de sus vidas, se encontraba en algún momento lejano de la infancia”. Por mi parte, reconozco haberme sentido seducido, y no en pocas ocasiones haber pasado tardes y noches en vela, cavilando, dejando pasar sus horas serenas: pensado, cuando no buscando en el pasado ese preciso instante, hasta dar con él. ¡Que estupidez la mía! sólo posible en aquel que ignora que no importa el origen —apenas sostenido en un reflejo indefinido, que se derrumba una vez y otra en el impreciso caudal de la memoria—; pues poco importa si tal afirmación hubiera de ser cierta, ya que de poco o nada sirve el ejercicio, sino para reconocernos víctima del devenir; pues antes, al igual que ahora, ignoraba el final del camino que emprendía; y, consecuentemente, hacia dónde el destino me conduciría.
Platón, en su Timeo dice que «aquello que sucede, sucede necesariamente por una causa». Plutarco, al final de su libro de fato entiende, que «lo primero y más importante, no es tanto saber que nada deviene sin una causa, sino que todo deviene en virtud de causas anteriores». Por lo tanto, sería inteligente no buscar causas primeras, concluyendo, que todo principio es causa de la anterior y continua sucesión de diversos acontecimientos pasados, los cuales, conducen hasta un determinado principio: principio inductor —catástrofe lo llamarían algunos— o mera discontinuidad que altera los factores que hasta el momento han guiado nuestras vidas, y en el que sin saberlo conjuramos, de nuevo, a las parcas que maniobran infinitos destinos. Será a partir de entonces —y del mismo modo que ya ocurriese con anterioridad— que caminaremos sobre un hilo que por nosotros mismos ira siendo tejido, desconociendo, aquello que aguarda más allá, escondido tras los vados y sombras del camino. Y así será hasta provocar otra inflexión en la maquinaria que rige los destinos: Pues ocurre, que “aquellos fundamentos que gobiernan los misterios del universo, comienzan como engranajes de un viejo reloj a temblar, avanzando en movimiento singular, sin vuelta atrás, cuando unos niños en la roca sentados, imaginando historias en silencio contemplan, con la vista perdida en el horizonte y la esperanza labrada en el tiempo, la difusa silueta de sus sueños, forjados el murmullo sibilino del viento y el rugir furioso de olas, que golpean los límites que le han sido impuestos al mar."
Acerca de la satisfacción de un deseo resuelto en su representación—. Llevaba algo más de dos meses buscando las obras completas de Wittgenstein. Cuál sería mi sorpresa, que tras largo tiempo después de haberlas solicitado, y cuando ya creía tenerlas en mis manos, comprobé, no sin asombro, que faltaban del tomo el Tractatus Lógico-philosophicus - (1921) e igualmente, las Investigaciones filosóficas (Philosophische Untersuchungen - (1953). Las obras se repartían en dos tomos y me había tocado el segundo, que recogía diarios y conferencias, además, de otros ensayos menores. Sin embargo, no iría más allá mi frustración, no hallando desperdicio de cuanto en ellos encontré. Luego, prestando atención a estos, a las notas y epístolas (1 Wittgenstein. 2 tomos. Ed. Gredos- 2009)) hallé curiosidades; algunas, como la referida a la carencia de sentido de la definición russellana del cero, y sobre la cuestión entera de la existencia de números de cosas (de una entrada a su diario filosófico 21/10/1914, Tomo II ed. Gredos 2009, pág. 37); ésta descrita en una singular hipótesis formulada, y que no me vi capaz de comprender. Sería más adelante, y a través de la lectura de notas dispersas, cuando —marginando el significado literal de la hipótesis (la ecuación antes referida) que el autor quería darnos por resuelta— resolviese a mi entender, no ya la solución de ésta en una formula dada, sino más “el deseo a la solución”, y de esta forma, y de sus propias palabras se entienda: cuando leemos en otro contexto: “la representación de un deseo es, eo ipso, la representación de su satisfacción” ((observaciones a «la rama dorada de Frazer» Wittgenstein Ed. Gredos T2 pg.535)). Y me pregunto ¿no es igualmente la representación de su deseo —una hipótesis (resuelta en la ecuación) — la solución, a la cuestión que nos ha sido propuesta? De lo que resulta, la obtención de un deseo en su representación; e igualmente y, por lo tanto, de esta se obtenga la representación de su satisfacción (de un deseo): independientemente, del significado o la veracidad esta.
Hacia las profundidades del abismo-. Entiendo que no hay razón para acercarse al abismo, ni siquiera por curiosidad: muchos se hunden de bruces en él y aun así me acerqué, caminando largo por su borde ( lo mismo de un volcán): tomando plenamente conciencia de él; si bien y para ser honesto, he de decir que siempre lo advertí de lejos. Sencillamente, estaba ahí, siempre lo está, aunque no puedas verlo o reconocerlo de las formas i el tiempo pasado por el. Durante algún tiempo y en la medida que mi entendimiento podía tolerar, acercándome, intentaba entender, comprender lo que ese colosal y angustioso espacio profundo representa. Buscaba con mis propios ojos un fondo, solo con la esperanza de hallar algo perceptible, pero que no encontré de loa primera y nada más allá de simas sombrías, de las que del humo y olor a azufre se intuyen oquedades y antros, cavernas sin número que bosquejan fronteras entre mente y mundo. Un vacío, que, con el tiempo, a medida que lo contemplas, te abraza y revela aquello más absoluto, invitándote hacia→ i de tu voluntad a ir más allá y pudiendo de la voluntad asomarte y observar de lugares imposibles entregados a la embriaguez de lo múltiple ahí en una forma, mientras que, irremediablemente, apenas se advierte la pérdida paulatina de todo horizonte, y el contacto con el mundo. Pasado ese punto, mirar o no es irrelevante, pues es solo otro modo de permanecer en él (ser de el reflejo a los demás). Pero, por encima de curiosidad alguna (y sabemos que la curiosidad mato al gato) es la ausencia de sentido que no encontramos a la propia existencia, la que nos avoca definitivamente al vacío (de lo que no entendemos), en una espiral desgarradora, donde el significado de la propia vida va desapareciendo y solo queda sufrimiento; desconectando, por completo con el mundo que nos rodea. La vida puede ser frustrante, entonces, cuando las metas y objetivos ―el choque entre expectativas y realidad― no terminan de realizarse. Es tan dramática la apatía en ese momento que la decepción y el desencanto hacen acto de presencia en nosotros, al igual, que cuando una crisis amenaza nuestra seguridad haciendo acto de presencia, no encontrando los pertrechos adecuados para hacerla frente. Todo ello desemboca, ineludiblemente, en una profunda etapa de naufragio personal, que nos vacía por dentro y, en ocasiones, nos lleva hacia un descomunal páramo, en el que perdemos por completo la orientación, así como la capacidad de conectar y relacionarnos con el mundo y otras personas. Penetramos un estado de neurosis existencial: entendida, como “el fracaso para encontrar significado a la vida, donde uno no tiene ninguna razón para vivir, para luchar, para esperar… y es incapaz de encontrar una meta o una directriz, no albergando ninguna aspiración en la vida”. Pues, seamos sinceros, de alguna forma, todos albergamos esa necesidad imperante de hacer algo con nuestra vida: algo, que sea no únicamente bueno ( y lo que se espera de otros de nosotros), sino también hecho por y para nosotros y que nos reconforte (del acto hacia los otros) . Por lo tanto, el sentido de nuestra vida está relacionado, en gran medida con nuestro propio destino en relación a las relaciones con los otros, a través de aquello que amamos, deseamos o necesitamos ( i reconocemos igual en otros) ; y es a través de ese querer (i necesidad), que procuramos nuestro desarrollo y libertad, ya que viviendo plenamente la libertad trasciende hacia los demás, y comprendemos que el sentido de la vida no se reduce ―jamás debe hacerlo― solo a lo material y finito de uno; sino que esta debe ir más allá hacia ser reflejo en la felicidad que vislumbramos de la mirada en otros . El problema es cuando esto no ocurre como se esperaba, y las circunstancias impiden que podamos reconocer de las propias expectativas i de nuestros proyectos. Que otros puedan ser con mas o menos igual de felices ( i seamos infelices por ello / simplemente por no admitir que otros sean i son mejores que nosotros)
En
busca de un Sentido-. Si pretendemos
averiguar de las cosas que acontecen de los hombres, lo más apropiado entonces,
es mirar en los propios hombres. Por ello, en muchas ocasiones vuelvo la vista
sobre mí mismo, buscando explicación a lo concreto, desde aquello a priori
ambiguo o indefinido (buscando en el principio). Así no es igual para mí hablar
de errores, que de mis propios errores que, por cierto, sólo han sido míos y
por los que no puedo culpar a nadie más que a mí mismo. Como Saltar del barco
en el que probablemente hubiese encontrado “la felicidad” parece duro, pero lo
hubiese sido más hundirme e irme a pique junto a las miserias que quedaron
abordo. En la vida la cosa más fácil es equivocarse y lo más difícil darse
cuenta uno de ello y reconocerlo. No hay deshonor en la retirada y luego volver
con lo que a uno le queda y va encontrando de mí mismo a intentarlo. El océano
de la vida es enorme y sólo espero poder elegir mejor el momento y un nuevo
rumbo. Siempre será difícil superar las propias indecisiones y echarse de nuevo
a la mar, haciéndolo con naturalidad, olvidando, aquello que nos recuerde el
pasado y nos pueda producir confusión o malestar; es por ello hay que saber
elegir, evitando todo cuanto produce ese mal estar o las personas ( ese tipo de
personas o situaciones) que lo causan, que fingen afectos en lugar de tenerlos.
Sin embargo, si hay algo en esta vida mucho peor que cometer errores es,
precisamente, no cometerlos para poder reconocernos de ellos hacia (algo mejor).
Lo importante, es no rendirse jamás y buscar (saber esperar es: resistencia) hasta
encontrar de nuestro lugar una parte del camino. Somos nosotros, por nosotros y
para nosotros los únicos responsables en ese camino de nuestros actos, de
nuestras emociones, pensamientos y nuestras decisiones hacia dónde dirigirnos;
y, por lo tanto, tenemos la opción libre de decidir por qué, ante qué o ante
quién nos consideramos responsables de dar una explicación o y quedarnos o
partir. Carl Jung, afirmaba, “el hombre necesita encontrar un significado claro
a su vida, para así poder continuar su camino en el mundo: sin ese significado,
las personas estamos pérdidas en la nada, en tierra de nadie (y sin señor que
nos represente ante dios) deambulando el laberinto de la existencia”.
Generalmente, el sentido ―a pesar de que esté mismo surja desde lo íntimo y personal― acaba culminando en unos valores universales, que, de forma regular, coinciden generalmente con los sistemas culturales, religiosos o filosóficos de la sociedad en la que vivimos. Reconocemos así, que es la conciencia social el instrumento que nos lo revela. Esto quiere decir, que la conexión con el otro o los otros es importante (?) para no perder la dirección correcta, y encontrar sentido a lo que hacemos en la vida; igual ocurre con los vínculos afectivos (familia, amigos, pareja) siempre y cuando, no se ponga toda la responsabilidad de ser feliz en ellos. Entiéndase vivir y que nos dejen vivir (en cierto modo apartados) en una sociedad profundamente enferma
Acerca de una sociedad profundamente enferma—. "La indignación es con frecuencia el mayor autoengaño a las emociones" (David Denby: The New yorker) Y Estar adaptado, educado y considerado en una sociedad profundamente enferma con toda su miseria brutalidad i conflictos —formando parte ella— es, igualmente estar enfermo (Krishnamurti) y, por tanto, predispuesto a su aviesa moral→ abandonándose completa y activamente a ella / sometidos a sus políticas unos y a sus engaños los otros. En todo caso habrá de resumirse en servir de un modo u otro al mismo sistema que los proyecta de una manera u otra (arriba o abajo / en el medio) al consumismo la dilapidación y la codicia / o lo que es igual i de muchas maneras→ ardiendo en la condenación de la servidumbre todos: esclavizados y lentamente consumidos por (eso de ellos mismos consentido ( al permitir que imbéciles puedan votar voten a imbéciles (luego manipulados) burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias gubernamentales, calificadoras de crédito y por todo aquello que en sí mismo los consienten pues se arrastran y prestan siempre —facultados ellos mismos antes en la propia mentira primero y el engaño después a los demás— a alimentar la falacia que perpetua la angustia de una infamia (que se paga con vidas). Crisis luego dicen algunos ( i lo mismo en la conciencia→ Krishnamurti afirmaba) pero como puede haber crisis en la conciencia de aquel que no se reconoce esclavo i marioneta proyectado de la conciencia i voluntad de otro creyendo-se de su actos la propia voluntad) / hablaremos pues de crisis cuando (de la propia renuncia renazcan i reconozcan-se a aquellos → unos que (de su propia voluntad advierten el propio destino i de un camino ya no pudiendo entonces aceptar las normas de todos antes aceptadas; y que son aquellas mismas normas que en el pasado han dado contingencia a una sociedad cada vez más adormecida / normas que hoy reconozco obsoletas / Luego de reconocer de la existencia i la propia vida una verdad que no lo es de los demás entendida (la falacia i solo mentiras de una voluntad de poder) de la que ya se advertía → pues "Nadie está más esclavizado, que aquel, que erróneamente creé (de lo que otros le dicen o promueven) ser libre"— Johan Wolfgang Goethe.
“Una falacia dentro de otra falacia puede pretender i pretende una verdad. Mas luego, imponer esa verdad e intereses de unos a otros (del modo i por los medios i las fuerzas vivas que sean → desde una voluntad perversa de poder de un hombre sobre otro hombre i su familia) es una infamia”.
Sobre
los escenarios del absurdo—.
Vladimir: ¡Qué!
¿Nos vamos?
Estragón: Sí,
vámonos.
No
se mueven.
(S. Beckett: Esperando a
Godot)
«Hay una
felicidad Metafísica en defensa de la Absurdidad del Mundo —dice Camus—. Esta
idea venida del concepto que define una determinada corriente o pensamiento, y
que es a la vez ilustración de un determinado momento0, habría de durar poco
tiempo: no pudiendo sostenerse, sin aquel pensamiento profundo y constante que
la animase con fuerza1». De otro lado, luego la idea se encontraría igualmente
manifiesta —además, de en otras expresiones2— en lo que se dio en llamar como
Teatro del Absurdo3. Y particularmente, en aquella obra4 del dramaturgo
irlandés S. Beckett, en la que los personajes muestran de manera resuelta, el
tedio y la carencia de significado que, para ellos, tiene la vida moderna. Sin
embargo, el absurdismo no tiene lugar ni época que lo contenga, y aquel
sentimiento apático propio de posguerra, cafés y variedades risueñas, de algún
modo daría paso a un nuevo paradigma —contingencia ésta muy propia de nuestros
tiempos— cuando la exégesis de la manifestación escénica se vio, en algún
momento desplazada: arrebata, y en una proyección de su propio marco desligada,
aumentando la entropía de lo irracional, ya no sobre las tablas, sino en el
turbulento albero de la falacia que recuerda, con desvelo, que tras el último
acto de esta farsa, aguarda pacientemente su comienzo… la tragedia. . «Todos
nacemos locos; algunos, continuarán así siempre». (S. Beckett)
_____________________
0de Europa
1«Hay una felicidad Metafísica en defensa de la Absurdidad del Mundo —dice Camus—. Si bien, no podrá ésta sostenerse, sin un pensamiento profundo y constante que la anime con fuerza».
2 literarias, pictóricas etc…
3. Teatro del Absurdo es un término empleado por el crítico Martin Esslin en 1962 para clasificar a ciertos dramaturgos, estadounidenses y europeos; franceses en su mayoría, entre 1940 y 1960. El teatro del absurdo tiene fuertes rasgos existencialistas y cuestiona la sociedad y al hombre. A través del humor y la mitificación escondían una actitud muy exigente hacia su arte. La incoherencia, el disparate y lo ilógico son también rasgos muy representativos de estas obras que pretenden recoger todas esas inquietudes y preguntas, pero sin dar respuestas; estas se las deja a usted, le deja la inquietud de la respuesta y de la interpretación; es usted quien tiene que entender que eso que vio es tan absurdo como la vida misma y que con dar una moneda a un mendigo no soluciona su problema ni el suyo. Puntualizar: que cada obra crea sus propios modelos y características implacables de lógica interna: cómica, triste, patética, macabra, humillante, angustiosa o violenta.
4. Esperando a Godot
Considerando el estado actual de las cosas…En un mundo absurdo y desprovisto de sentido; donde el caos centellea con resplandor demoniaco; donde el hombre participa de los sufrimientos mas espantosos, de “las más terribles agonías, los suplicios mas refinados, las muertes más atroces y los abandonos mas dolorosos; todos los apestados, los quemados vivos y las victimas lentas del hambre“(1), no podrán ya consolarse en el llanto venenoso de su amargura, mediante aquel inquietante pensamiento que, conservando aún el sabor agridulce de la sangre y el martirio, hundido en la tiniebla habita aquellos confines más profundos del corazón; haciendo presa en quien por la tristeza y la melancolía desorientado, y aún más fatigado por la desesperación luego tan buenas razones encuentra —en ese fundamento oscuro e in-suprimible—, alentando semillas de ira y venganza, y que siempre cosecha quien siembra... devastación._______________________
1- E.M. Cioran- En las cimas de la desesperación
«Una obra está acabada cuando no puede ya ser mejorada, aunque se la sepa insuficiente e incompleta. Se está tan exageradamente fatigado de ella que ya no se tiene el valor de añadirle ni una sola coma, aunque fuese indispensable. Lo que decide el grado de acabado de una obra no es en absoluto ninguna exigencia del arte o de la verdad, es la fatiga y, aún más, el asco». E. Cioran
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