CUADERNOS DE PAISAJE→ OBSERVACIONES FUNDAMENTALES / PRIMERA APROXIMACIÓN / jorge maqueda Merchán (Aceuchal - Badajoz (España (西班牙)

PRIMERA APROXIMACIÓN

A mis padres

Observaciones Fundamentales

Entiendo la vida de una forma “crítica” y, de algún modo, la reflexión e incluso en ocasiones la denuncia, han sido formas con las que he aprendido a afrontar el presente, enfrentando así la realidad que nos ha tocado vivir: el drama y las tragedias que se dan en el mundo: principalmente, a causa de las Guerras, Desastres Naturales, el Hambre u otras Monstruosidades.

Pienso, que hablar de estas cosas, algunas terribles, que acontecen en nuestro mundo es, igualmente, un modo i ejercicio moral de denuncia hacia quienes las provocan e incitan, al tiempo que abrimos un canal al mundo a todos los olvidados, derrotados, enfermos y los desplazados que lo perdieron todo (i presentes o no), en definitiva: a los abandonados y huérfanos de nuestra tierra, de los que soy uno de ellos. Además, reflexionar en torno a estas u otras materias no precisas de grandes saberes previos (es decir→ basta del acto moverse en el mundo y mínima empatía para con los demás.

Luego son pocas las ocasiones, que dudo de la utilidad práctica de lo que pienso, más allá, claro está, de lo que supone para mí mismo. Ignoro, incluso si alguien lee algo de lo que escribo y publico; aun así, prefiero escribir a rumiar para mis adentros; dado que esos mismos pensamientos, expresados en palabras, se desahogan y ordenan así mismos hacia (o desde uno en lo de fuera i-de la idea moviéndose I-de aquello de uno la experiencia luego adentro ( en la cocina i de lo de casa igual rumiar) lo después afuera i de un texto) Pues, por encima de pretender mostrar nada o camino, está la intención de encontrar el mío Y Sería por completo un iluso si pretendiese, como hacen otros, con solo palabras ayudar, educar, instruir, dirigir o salvar a nadie. No hallareis pretensión alguna aquí de las palabras→ cuando no puedo ni salvarme de mí mismo Y en todo caso saber: no existen palabras o libros que ayuden por si mismas i solas a nadie, sino es ayudándose (él → de sí mismo) y de moverse hacia las cosas i personas o actos que le causan presión (desahogándose i ser uno de sí mismo luego de ellas / uno de lo (después i aquello / luego una experiencia i de sí mismo aquello) en otro lugar / es decir→ moviéndonos igual y cuando es necesario / o se nos precisa de la misma experiencia). Por tanto, la idea de estos textos no es otra que expresar y compartir de lo después experiencias locas i antes solo ideas: que luego del pensamiento de uno i moverse de ellas son (eso luego de lo que podemos hablar desde antes nuestras inquietudes luego experiencias.

Por lo Además: la humanidad ya está—y con ella el mundo entero y todos nosotros— (entiéndase → desde la propia naturaleza i los miedos que nos conducen irremediablemente a ello) como el fuego que devora todo a su paso ignorando en su esencia de un principio el propio fin. Sin embargo, en el tránsito de su condena, como Sísifo en la suya, el individuo, también puede encontrar momentos de reflexión, lucidez y a veces, incluso de alegría (y fiesta con los amigos).

Al Lector. Realizar buena parte de lo aquí publicado me ha llevado cierto esfuerzo, a la vez, que una enorme satisfacción. Mas para concluirlo —si se puede considerar concluso— no quise buscar ideas o pensamientos que, de inmediato, me condujesen a un fondo; sino al modo en que dejándome alcanzar por este, lo fuese en algún momento, igual, por los otros. Solo así me liberé del enorme pesar que me causan las limitaciones, y el vacío o desconocimiento —en el que me reconozco— a decir del saber, que hallo como el universo: inmenso, cuando allá donde miro, buscando, veo infinito en todas direcciones. Siendo esta razón, última, para que el propósito de este ejercicio sea tan modesto; si bien, creo haber leído en alguna ocasión, que “son las cosas modestas, aquellas, que luego se tornan más difíciles de acometer”1 Pues: Cuando miro atrás en el tiempo, desde la distancia, y recuerdo aquellos maravillosos momentos hallados en lo ordinario de mi vida, igualmente, observo que no puedo ni he podido nunca, desvincular estos del dolor, la fatalidad y sufrimiento, resultante de la propia existencia.

(1) (Nativel Preciado)

Todo acontece por una causa. Hace tiempo —corría el año 2003— comencé a escribir una serie de singulares textos: frágiles artificios de quien se encuentra —como diría Borges— extraviado entre la literatura, las ciencias y la metafísica”. En aquel libro, suponiendo que fuese un libro, trataba a modo de ensayo1, de una parte, temas específicos referidos a materias diversas, y de otra, pensamientos aislados que alternaban sobre temas aún más variados. Supongo, que pretendía de algún modo razonar. No obstante, ya entonces tenía presente de los ejercicios propuestos que muchos sino la mayoría carecerían de pleno sentido: tal que la contradicción primera habría de residir en el hecho mismo de escribirlos, sujetos a la parcialidad que resulta de un razonamiento limitado, y sobrepasado, por una complejidad que empequeñece cualquier recurso relativo al propio discurso (S. Pániker). Esa certeza —esa agónica imposibilidad— motivó que aquellos textos quedasen relegados al fondo de un cajón, no publicándose, o al menos, en el modo deseado. Si bien, y a resultas de aquel penoso extravió hacia vagas lontananzas hube de verme, en algún momento, acometido por el impulso ya no de roer unos problemas —intentando darles sentido— sino más a observarlos detenidamente, prestándoles mayor atención; valorando así diferentes puntos de vista—algunos pretéritos— para, de ese modo, volver luego a redescubrirlos. Sería pasado el tiempo, hacia finales de 2009, cuando partiendo ya de otro enfoque —ese que sólo se encuentra cuando todo a nuestro alrededor se está desmoronando, despertando en nuestro interior ese “temple de ánimo que coloca al hombre ante la nada misma” ―Heidegger— que retomase, no solo aquellas primeras cuestiones sino otras, que entiendo, a mi modo de ver, son más trascendentales.

Mas luego comprender, las razones que me movieron a recorrer un paisaje diferente* al común, que otros transitan, no se podrá concebir sin atender, de un lado, esa fatiga angustiosa que empuja al hombre a penetrar en uno mismo y, de otro, el enorme placer que en el errante caminar del pensamiento —escudriñando nuevas posibilidades— me ha causado y me sigue causando transitarlo. Igualmente, el modo como he pretendido hilvanar en relación a diversas materias y sensibilidades —que bien podrán hallase desordenadas en este cuaderno, tanto o más que dispersas en nuestro tiempo3— no es la expresión metódica y estricta, de una manera de pensar: tampoco de sentir. Es sencillamente —y sin querer, por el momento, ahondar en la precisa y sobria reflexión— la “representación” de una manera de pensar y de sentir, que podrá observarse resuelta, en atrevidas formas que se prestan a todo tipo de elucubraciones ingeniosas: un «tanteo», donde traslado al lector por un particular derrotero —cuanto menos singular— por el que no se acometen juicios pretendidamente certeros, adecuados o convenientes a la razón; exigiendo, en todo momento, la adhesión de quien pudiere leerlos. Ninguna metafísica interviene aquí, a excepción, de aquel espantoso momento, en que uno mismo, en el ejercicio se adivine inmerso, “apelando al misterio de la realidad, del interrogante y del mundo, como punto de partida para formular una respuesta a su problema personal. (b). Pronto se advertirá, que lejos de reclamar condescendencia, la esencia de lo escrito asienta —por encima de ninguna filosofía o ciencia— en el placer mismo de escribir. Placer este que habría de ir objetivando, al avanzar, reflexionando y “componiendo” más sobre arquitectura, muchas veces de la propia experiencia, y las sensaciones halladas en esta: buscándole una voz, en lugar de afanarme hacia un “utilitarismo” escrupuloso y creciente, llevado a modo de recetario, que bien podemos hoy observar en tantas librerías y supermercados. Sin embargo, al obrar de este modo no he pretendido abandonarme a una puerilidad más o menos dicharachera, a un pensar sin objeto que todos, en mayor o menor medida hemos conocido. De tal modo, que el esfuerzo de este cuaderno expondrá un particular modo de desenvolverse en sí mismo: en sus propias formas —formas que no allanan precisamente el camino— pero que, de otro lado, no se opondrán jamás a un fondo. Éste, por cierto, siempre difícil de integrar logrando esa necesaria tensión que, si no concurrirá en todo momento práctica, cuanto menos resultará interesante, pudiendo gustar en mayor o menor medida al lector —dependiendo de ese cierto grado de parentesco, llamémoslo “intelectual”—, al haberse considerado para ello unas sencillas reglas, representadas: en el interés, la observación y el respeto a la ciencia, la filosofía y el arte; aunque, reconociéndome lejos de los rigores de la primera; próximo a las formas de la segunda; y sobrepasado por la imaginación y extravagancia del tercero. Sin embargo, «toda observación es relativa al punto de vista »6 afectando al fenómeno que se observa7. De tal manera, cabría esperar que esta, así como cualesquiera otras lecturas sean relativas: estén afectadas, por el punto de vista, las ideas, la educación o el estado de ánimo del lector que, de algún modo condicionará “siempre” lo leído, afectando causal o intencionadamente al sentido que, verdaderamente, se representa. Es por ello, y no por otra razón, que me gustaría invitarles a que considerasen la posibilidad de sufrir estas páginas, más como quien lee para sorprenderse —dejándose extrañar— antes que para juzgar lo expuesto. Y para ello apelaré al buen sentido del ya en tiempo nos refirió Descartes (1556–1650) como «la cosa que mejor repartida está en el mundo, pues todos juzgan que poseen tan buena provisión de él, que incluso los más difíciles de contentar en otras materias, no suelen apetecer más del que ya tienen. —Discurso del Método. 1637—». Y “Debido a aquel atrevimiento primero ―aproximándome a ciertas formas de asociación y representación desdeñadas― que deviene, ahora, este otro mayor”.

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1 del Ensayo francés, entendido como tanteo, u ocurrencia; y que entendido así se presta a todo tipo de brillanteces ingeniosas.
2 la filosofía como intento de localizar la experiencia de una época ha dejado de ser una tarea con sentido. Los filósofos son incapaces no ya de modelar sino incluso de expresar su propia época. (S. Pániker: Aproximación al origen, 2001)
3 Lo que ocurre es que la filosofía es hoy esencialmente marginal, y surge cuando los especialistas (biólogos, matemáticos, físicos, cosmólogos etc.) encuentran obstáculos en la frontera de su propia especialidad, y plantean, interrogantes transdisciplinarios (S. Pániker) (Aproximación al origen —Ed. Kairós- 2001)
4 Camus
6 (Einstein),
7(Heisenberg).
9 aproximación al origen (S. Pániker —de la filosofía2)
(b). Del prólogo de P. Laín (Las máscaras de lo trágico: Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno) de Pedro Cerezo Galán.

 





Et in Arcadia3 ego-.
Acerca del trauma de la lucidez / Extraviarse en los tópicos-.
El Laberinto del minotauro y la paradoja-.
Sobre el saber… y saber que somos impulsados-.
Sobre la búsqueda de la felicidad-.
Precipitarse hacia las propias consecuencias-.
Una última y breve observación sobre el destino-.
Acerca de la satisfacción de un deseo resuelto, en su representación—.
Hacia las profundidades del abismo
En busca de sentido
Acerca de una sociedad profundamente enferma
Sobre los escenarios del absurdo—.

 

Et in Arcadia3 ego«Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho»—F. Nietzsche - «Así hablo Zaratustra» Y«Auch ichwar in Arkadien3 geboren»1 escribió Schiller, al inicio de aquel bello poema al que tituló Resignatión2. Lo cierto, es que parece no ser necesario sentirse seducido, por el aire cargado de esencias que desprenden aquellos versos para que, de inmediato, advirtamos —marginando el significado literal y ateniéndonos a lo que el poeta verdaderamente nos decía— que Schiller tenía razón. Diríase aún que la sigue teniendo.

Del mismo modo que les ocurriera a aquellos inocentes pastorcillos que dicen las líricas, poblaban antaño la fértil región del Peloponeso: crecemos convencidos de hallarnos en un fabuloso paraíso en el que alimentamos deseos y esperanzas, imaginando, trasladarlas algún día a buen fin. Sin embargo, cuán cruel se manifiesta, en ocasiones, a los hombres su destino pues suele ocurrir que a poco de iniciado nuestro camino, apenas habiendo recorrido unos míseros días, comprobamos —consternados ante la evidencia—,3.1 que debemos hacer frente a una realidad distinta —tan inminente como ineludible— preñada tormentos, calamidades y sufrimientos; tal que así nos fuese esta, en forma de advertencia y sobre una siniestra pintura revelada por Guercino (4); sirviendo atenazar, con la turbadora presencia de aquella faz descarnada, la liviana existencia de cuantos en ella reparan: devorando toda fantasía que unas joviales almas pudieran todavía albergar Y Es en ese preciso instante que —siempre extrapolado a nuestro dominio— a todos nos ha de llegar; a saber: “paralizados ante la oportuna osamenta” e intuyendo “el comienzo de aquello que ya no podremos soportar”; no ya un «ser o no ser» sino un «tener que ser» a pesar de «no-poder ser»; cuando reconoceremos en la vida la terrible miseria de esta. Advirtiendo, acaso muy tarde, la inminencia opresiva de esa lucha terrible y final entre las dos posibilidades, “llegar a ser plena y definitivamente o dejar totalmente de ser «quedar en nada»” (5). Será entonces, entre el rechinar de dientes quebrándose unos con otros, y desbordados por la angustia y el llanto impotente de la desesperación, al sentir cercano el alarido de la mutua matanza, cuando recordemos, posiblemente, y al igual que debieron hacer aquellos inocentes pastorcillos que magistralmente pintara Guercino, las palabras de Dante, que apenas iniciado su camino temeroso decía: «Extraviado me vi por selva oscura; que la vía directa era perdida: ¡Ay cuanto referir es cosa dura de esta selva agreste y fuerte, que aún conserva el pecho la pavura!». — (Divina comedia; canto I)

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(1) Yo también nací en Arcadia,
(2) Renuncia
(3) Arcadia: región montañosa de la Grecia antigua, en la parte central del Peloponeso, habitada por Arcadios o arcades, pueblo de pastores y que las ficciones de los poetas convirtieron en la mansión de la inocencia y la felicidad.
(3.1) que entendemos como advertencia
(4) (Et in Arcadia ego), «Y en Arcadia yo...». Título del primer cuadro conocido, en el cual se utiliza dicha expresión y Pintado por Guercino en 1618. la frase parece no estar acabada y quizá no sea casualidad; pues el misterio ha rodeado desde hace siglos todos los cuadros relacionados con Les Bergers y pastorsd´Arcadia; sobre todo, los realizados por Poussin . Si bien, de ese mismo misterio se deduce que algo inquietante aguarda en el camino, la muerte quizá, como parece advertirnos la calavera que figura en el cuadro de Guercino, y que los pastores sorprendidos no dejan de observar.
(5). Del prólogo de Pedro Laín Entralgo (Las máscaras de lo trágico: Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno) de Pedro Cerezo Galán. Referida la frase a Unamuno.


-Acerca del trauma de la lucidez / Extraviarse en los tópicos-. «Conocimiento por conocimiento — ésa es la última trampa que la moral tiende: de ese modo volvemos a enredarnos completamente en ella». —Más allá del bien y del mal— (F. Nietzsche)

Hoy cuando las antiguas creencias están declinando y el final de las grandes síntesis se acentúa, un hambre manifiesta avanza peregrinando el mundo. Se trata de una imperiosa necesidad de saber: “saber quiénes somos, de dónde venimos o cuál es el velado propósito de la que, en muchos casos, resulta ser una miserable vida”. De tal modo multitud de personas, de la más variada condición, cuyo nexo común encuentra su raíz más profunda en la angustia se han dejado cautivar, de manera vehemente, en torno a temas que van más allá de su quehacer acostumbrado. Seducidos, hacia cuestiones profundas —cuando no, víctimas del que resulta ser el humilde parásito de la ingenuidad1— se ven proyectadas a la contingencia de tener que hallar unas nuevas expectativas, en las que habrán de volverse a replantear aquellos mismos y pretéritos temas relativos a la existencia. Apreciable, en innumerables manifestaciones y formas, esta aptitud se observa, en mayor medida, al comprobar el creciente interés mostrado por buena parte de la ciudadanía, encandilada, en torno a una amplia gama de tópicos: ufología, sectas, parapsicología… Sin embargo, sería ventajista por mi parte arremeter, directa y exclusivamente contra semejante disparate pseudocientífico, cuando el más ligero soplo de aire, dirigido contra este, lo derrumba. No requiriéndose tanto un pulmón poderoso como una buena dosis de osadía para dirigirlo, sin vacilar, contra las imponentes fortificaciones de la filosofía. Entendiendo, es en esta más que en ningún otro lugar, «aquel», donde el pensamiento desventurado ha escarbado hundiéndose con mayor pasión y vehemencia; labrando tan vasta maraña de galerías que correremos serio riesgo de extraviarnos, al aventurarnos desprovistos a ellas, amplificando la magnitud de aflicciones por largo tiempo contenidas, e igualmente, la ansiedad que habrá de resultar caminar hacia un plomizo horizonte, tras el que no se intuye la desolación ni, mucho menos, la desdicha.

 El Laberinto del minotauro y la paradojaAlgunos refieren el lugar como un templo; otros hablan de un laberinto. Lo cierto, es que no se trata de un dédalo cualquiera, sino de un enorme santuario fortificado de sapiencia y erudición, en el que sólo contadas personas se adentran: llevadas, unas por la pasión, y otras sencillamente ―a través del cenagoso sendero de la existencia― viéndose arrastradas al mismo; donde una vez apresadas se verán condenadas a morar, por largo tiempo, sus lóbregas y mohosas galerías. Aun así, no es extraño encontrar a quienes, ingenuamente, penetran el templo que guarda la Esfinge y en el que habitan el minotauro y la paradoja. La razón ―ante una providencia tan indefinida― no es otra, que encontrar algo con que aligerar el pesado fardo que “por el hecho de ser hombre, todo hombre lleva consigo” y en el páramo demora su transitar; a la vez, que fustiga sus abatidas conciencias, cuando se impone ante ellos la perspectiva angustiosa de la aniquilación. En la marcha se les distingue fácilmente: pertrechados con un utillaje arcaico de nociones, con ellos viaja siempre la duda; en todo momento presta a interrogar, sobre aquellas cuestiones que más profundamente inquietan y, por qué no decirlo, a todos nos atormentan. Se trata de preguntas laberínticas, cuya complejidad es superior a cualquier discurso relativo a las mismas. Cuestiones estas, desde hace milenios envueltas en una densa niebla de desconocimiento por la que lentamente se ha estado abriendo paso la razón.

Hueras esperanzas alimentan el camino mientras el peregrino recopila cuanta más información, a la espera de alcanzar “esa gran falacia de nuestro tiempo”(a). Así, luego pasado un corto período tiempo resulta fácil comprobar, como todo ese saber extraordinario y acumulado en su transitar, no ayuda ni propone solución alguna a los innumerables males que atormentan el espíritu. Lo que antes parecía una extraordinaria guía: un modelo, para comprender los misterios de la existencia, pasado algún tiempo se manifiesta escrito en un lenguaje distinto: diríase que secuestrado e imposible de interpretar. El carácter, en ocasiones talmúdico que parecen adquirir algunos textos compromete, en gran medida, la ardua tarea de descifrarlos. Consecuentemente, las grandes preguntas, las grandes cuestiones del Ser permanecen ajenas al individuo; confiscadas, sino extraviadas en un laberinto, donde la angustia resulta de todas partes al comprobar, que podemos volver la vista atrás, hacia el punto de partida, pero jamás retornar sobre los propios pasos: «quien, sin estar obligado, intenta alcanzar el completo conocimiento prueba sin duda, ser audaz hasta la temeridad» (3). Tenemos por el laberinto tal curiosidad (4) que olvidamos el dolor y sacrificio que cuesta al hombre transitarlo. Y peor aún, es que «suponiendo que la razón del individuo perezca en fútil intento, este se encontrará ya tan lejos del entendimiento que jamás, podrán sus semejantes sentirlo ni comprenderlo (5). De modo, que todo ello no ha hecho más que acrecentar el prejuicio, ampliamente extendido―sobre todo entre “hombre común (11)” ― de que la filosofía no tiene nada que ver con ellos: con la realidad que acontece en sus vidas; que escrito entre esas líneas no existe un nexo con los deseos y necesidades intelectuales del aquellos, o incluso, con los de uno mismo. Sin embargo, en ocasiones los muros de ese complejo laberinto se derrumban ante aquel, que alcanzando el punto más bajo de sí mismo ha tocado fondo, reconociendo en el laberinto un camino sin salida; hallando así un hilo de luz por el que guiarse ante la angustiosa perspectiva, que habrá de resultar encontrarse sumido, palpando con las propias manos el abismo: tomando plena conciencia de aquello más absoluto. El precio a pagar, sin embargo, habrá sido elevado: soledad, sufrimiento y no pocas veces la locura, serán la moneda de cambio exigida por el Sr. Minotauro. Pues solo cuando la existencia muestra su más dramática figura, parece la mente derrotada entender lo que desde hacía tanto tiempo aquellos libros decían; entendiendo, no ya las palabras sino a las personas y, finalmente, comprendiendo que en el laberinto no hallará solución alguna sino las mismas preguntas, angustias y pesares que a lo largo del tiempo, los hombres se han planteado a sí mismos, cuestionándose, por el destino y fundamento de su propio ser. Finalmente, hallando la verdad encontraremos que no hay esperanza en ella; que “la verdad última significa muerte” (6) y su símbolo así nos lo anuncia (7): “pues en el anuncio de su verdad suprema, el cumplimiento de su esencia, el destino de la necesidad se conjuga en su desaparición. ¿Acaso el hombre desea la muerte aun cuando esta es la verdad, y no quiere alejarse de ella, en tanto que contribuye a la no verdad?” (8). “Cuando se percibe el fin se va más aprisa que el tiempo. La iluminación, decepción fulgurante, otorga una certeza que transforma al desengañado en liberado.” (9) que después, y más allá de la confusión total no siendo capaz de distinción alguna, logrará su salvación de la única manera posible: aferrándose a lo absurdo, a la inutilidad absoluta, a esa nada fundamentalmente inconsciente, cuya ficción es susceptible, sin embargo, de crear la ilusión de la vida (10).“Toda filosofía no Valdrá una hora de dolor”. Desde mi época de insomnios he hecho inconscientemente esta afirmación de Pascal, siempre, que he leído o releído a un filósofo. (E M Cioran).

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1 el engaño. Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.
2. la verdad, que habrá de ser igualmente la muerte.
(a)Schopenhauer nos procura el recelo necesario frente a la idolatría del progreso, y frente a esa obsesiva búsqueda de la felicidad que es la gran falacia de nuestro tiempo. (Rafael Hernández Arias) Parerga y Paralípomena, Ed Valdemar (Pról. Pág. 16)
3. Jaspers, intr. a Nietzsche
4. Jaspers, intr. a Nietzsche 16,437
5. Jaspers intr. a Nietzsche 7, 49
6. Nietzsche
7. del Zaratustra
8. Nietzsche
9. E M Cioran
10. E.M.Cioran
11(así refiere Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres cap. 1 - sobre aquellos que son mas propicios a la dirección del mero instinto natural y no consienten a su razón que ejerza gran influencia en su hacer u omitir.

Sobre el saber… y saber que somos impulsados—. «Por naturaleza —afirma Aristóteles— tienen todos los hombres deseo de saber»1[πάντεςἄνθρωποι τοῦεἰδέναι ὀρέγονται φύσει, 980α 21]2. Aristóteles nació hace más de veinticuatro siglos, en la Antigua Grecia; sin embargo, no por pertenecer a un lugar y tiempo, que nos puedan parecer ahora tan sumamente lejanos le eran ajenos los sentimientos, deseos o las propias sensaciones que son, al ejercicio que me propongo aquello que nos concierne, independientemente, de quién y en qué lugar o tiempo las experimente. Y dado que pocos encontraré, mejor facultados que él, en tanto al «Saber», y que exponerlo en toda su magnitud sería a este ejercicio un exceso, consideraré, por el momento, y con ello también así finalizar el exordio en el que me veo envuelto, que Aristóteles no solo tenía razón sino que sigue hoy estando en lo cierto: Cierto, que no hay nada que ocurra en el universo y consecuentemente en el mundo —derivado de la naturaleza o las personas— que no estimule al pensamiento, en el hombre que observa y aprende, a través, del medio en el que se desenvuelve, impulsándole a saber. «Saber» que en su conjunto y resumido en una sola palabra es entendimiento; facultad esta que habrá de adquirirse por el examen de las cosas a partir de aquellas experiencias sensibles2.1 —también llamadas impresiones— y la información que estas últimas le ofrecen al juicio respecto de las primeras— procurando llegar a «conocer» y, consecuentemente a su producto: «el conocimiento». Conocimiento que —como dice Kant en la primera línea de su estética trascendental— comienza con la experiencia, pero esto no significa que todo él derive de la experiencia 2.1.0, y que llevando a reflexión jerarquiza, estructura, ordena y discrimina la información, e igualmente encuentra respuestas y soluciones —a las cuestiones y problemas derivados de las cosas— por medio de la razón y los demás caudales adquiridos2.1.1 a través de ella. Esto es, «el entendimiento» que da sentido al mundo, venido del asombro a despejar el horizonte2.2: “nuestro horizonte”; «horizonte, pero limitado, pues nace de una limitación: limitación, que delimitan las propias cosas, e igualmente, también, nuestra visión de ellas»212. Sin embargo, de tantas cosas que nos son extrañas, sería insensato abandonarnos, admirando asombrados todas ellas: deleitándonos luego, en pueriles cavilaciones ingeniosas. Se precisa de esta labor un orden y, sobre todo, establecer cierta prioridad. Más cuando lo que de cierto apremia ahogándonos con el juramento de su lobreguez, es la total ausencia de razón que justifique el sufrimiento que deviene de la manifestación de la propia existencia. Esto ya lo advirtió Sócrates —filósofo, pero antes soldado— siendo el primero que, tomando aguda conciencia, de la vasta tragedia humana que, de manera continua, discurría ante sus ojos —lejos de especular con vanos conceptos—recordó, que “dados a la reflexión es la existencia el primer y mayor problema que debemos abordar”: estimulando así una nueva forma de pensar, e incitando con ello al examen incesante de uno mismo, así como igualmente al de los demás.

Sería luego llevado de esta aptitud entorno a las circunstancias que condicionan, dando o restándole sentido a la vida; y donde precisamente el saber está en ser buscado —más cuando hallado posibilita favorables los cambios— que, de los resultados obtenidos a partir de una primera introspección, no advertí móvil alguno que a diario determinase mis pasos, más allá del mismo deseo que, desde antaño, había guiado mis actos; e igualmente, el devenir de buena parte de la humanidad. Pues según pude constatar fue igualmente Aristóteles, quien convino que debía existir un fin supremo: deseado no sólo por él sino por todos mortales —principio liberador de todos los males— deduciendo, finalmente, que este fin no debía ser otro que la felicidad; pues «Siendo la felicidad mejor y más bella que todas las cosas, es también la más placentera» [ἡμεῖς δ᾽ αὐτῷμὴσυγχωρῶμεν. ἡ γὰρεὐδαιμονία κάλλιστον καὶ ἄριστον ἁπάντωνοὖσα ἥδιστονἐστίν. 1214α]3. Sin embargo, cuál sería mi asombro, que habiendo a la sazón repudiado la senda del autoengaño, que conduce a no a saberse uno quién es jamás, pude observar —y no sólo de mis actos— que la búsqueda de la felicidad o el mero hecho de desearla, pudiera ser aquello que motivase cuanto de trágico en la vida hubiere de acontecer. Y parece lógico preguntarse, cómo puede ser; qué de malo puede haber; y la verdad yo tampoco lo sabía: siquiera apenas lo intuía antes de comprender, gracias a unas viejas lecciones4 de filosofía, aquello que Aristóteles al comienzo de su metafísica nos refería, a saber: que primero y por encima de cualquier anhelo de saber «Tienen o sienten todos los hombres deseo…» Deseo que no tanto es una clase mayor de querer sino más un “impulso” o disposición genérica de la razón “sine iudicium”; entendida la razón 5 como puro ámbito de representaciones: “inerte” y sometida a las pasiones —dice Hume6— en tal medida, que no puede esta pretender otro oficio que servirlas. No alcanzando de este modo la razón ser motivo de acción, ni mucho menos oponerse a la pasión que venida a lomos del impulso —antes “velado” y alimentado bajo una sutil estela― se mostrarán ambos luego como «una sola cosa» en cuanto tal, y poderosa que dará origen a la acción. Pues ocurre con el deseo como con tantas otras cosas que, al desnudarlas, encontramos en ellas un saber: “saber que resguardadas bajo estas existen otras que la constituyen, forman y alimentan, y que son dadas encubiertas, veladas a la razón, que las ignora cuando ingenua las experimenta”. Y es por ello que concluyo que no habrá de darse por pedestre este saber: «pues saber que por naturaleza estamos impulsados, no es un saber cualquiera».

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1. Traducción de X. Zubiri - Cinco lecciones de Filosofía, La filosofía como modo de saber; Ed Alianza 1988, Pág. 17.)
2Aristotle'sMetaphysics (Metafísica, de Aristóteles), ed. W.D. Ross. Oxford: Clarendon Press. 1924.
2.1Todos los materiales del pensar se derivan de nuestras sensaciones externas o internas (Investigación sobre el entendimiento humano, Hume)
2.1.0 Zubiri - Cinco lecciones de Filosofía, Kant: la formulación del problema filosófico, Ed Alianza 1988, Pág. 64.)
2.1.1 de la experiencia
2.1.2 (Sobre el problema de la filosofía y otros escritos, Alianza Ed, 2002)
2.2 El mundo según Husserl, adquiere sentido por su horizonte
3Aristotle'sEudemianEthics (Ética Eudemia, de Aristóteles), ed. F. Susemihl. Leipzig: Teubner. 1884.
4Zubiri - Cinco lecciones de Filosofía, La filosofía como modo de saber; Ed Alianza 1988, Pág. 17.)
5 Expresado este concepto de razón, por aquel componente negativo que reivindica Hume: como un instinto maravilloso y a la vez inteligible, que nace de «la observación y de la experiencia pasadas» (TNH I, iii, 16)
6 «Reason is, and oughtonlyto be theslaveofthepassions, and can neverpretendtoanyother office thanto serve and obeythem. » (TNH, II, iii, 3)
6 Zubiri - Ibíd., Ibíd.; Ibíd., Ibíd.,

 

Sobre la búsqueda de la felicidad—. Del saber antes mencionado —que somos impulsados— se deduce, igualmente, que toda búsqueda —por inocente o bien intencionada que parezca— es precedida por el deseo que la origina. «Deseo que es atributo y misma esencia del hombre» (Spinoza) y que, para reconocerlo, antes debemos saber que al sentirlo ya está en su mayoría, o en todas sus partes constituido, y por lo tanto, en nuestra consciencia obrando, en tanto, que nos condicionará pudiendo hacer nada para librarnos del tormento que nos causará, cuando no por mil veces deseado seguiremos tan lejos de alcanzarlo. Constituido he dicho, pero bien pudiera haber sido maquinado pues más parece la obra del diablo. Acaso un gusano forjado a partir del mismo génesis de la conciencia: un germen que eclosiona y toma su sustento, primero a partir de la propia extrañeza, más cuanto mayor sea la fijación, mayor será su alimento (que en parte la misma razón multiplica) y que irá en aumento igual que su necesidad, sostenida por uno o varios sentimientos. Necesidades, pero que bien pudieren no serlas y sí parecerlas, aunque —y al igual que ocurre con las obsesiones— jamás se verán estas, por completo satisfechas; llevando así al individuo a diferentes estados de conciencia donde se irá retroalimentando, lo que todavía no, pero ya se intuye impulso (potencial de la acción); hasta llegado el momento en que este se desata fraguando el deseo; deseo que habrá de tornarse inmediatamente en acción de la voluntad. Voluntad, esa voluntad que nos estimula y arrastra por desconocidos e intrincados laberintos hasta conseguir, no siempre, nuestra tan anhelada felicidad. Si bien, no son pocos aquellos que opinan, que esta felicidad podría no alcanzarse jamás; alegando, que “la felicidad es como el cielo: en ocasiones creemos estar en él, imaginando una realidad y, sin embargo, de inmediato advertimos que se trata de una ilusión temporal: una fantasía, que nos llena de desconsuelo, al comprobar instantes después que seguimos con los pies descalzos sobre el suelo”; o el mismo Kant (Fud. De la Metafísica de las costumbres) cuando decía, referido a aquella y su búsqueda por la razón, a saber: “En realidad encontramos que cuanto más se ocupa la razón cultivada del propósito de gozar de la vida y alanzar la felicidad, tanto más se aleja el hombre de la verdadera satisfacción, por lo cual muchos, y precisamente los más experimentados en el uso de la razón, acaban por sentir, con tal de que sean suficientemente sinceros para confesarlo, cierto grado de misología u odio a la razón” (Kant). Del mismo modo esta idea se desprende, sino igual de manera parecida, de los textos de Schopenhauer, en los que retomaba los estudios acerca de la felicidad, iniciados siglos atrás por Aristóteles; estableciendo, que dicha felicidad, así como la suerte de los mortales podría reducirse a tres condiciones básicas y fundamentales: lo que uno es, lo que uno tiene, y lo que se representa; refiriéndose, en este último caso al honor, la categoría y la gloria. Pero no se dejen seducir por lo que pretende ser un decano de los libros de “autoayuda”. Si bien, es cierto que aquel ilustre filósofo trato ampliamente el tema de la felicidad y de cómo acceder a ella, lo que verdaderamente se deduce, deducimos luego de su lectura, es la imposibilidad absoluta de esta, concluyendo: que el Arte del buen vivir es esencialmente un manual, en el que se desarrolla el complicado arte de sobrevivir en el mundo. Sin embargo, inteligente por nuestra parte sería, igualmente, no olvidar la advertencia surgida de aquella mente atormentada (dicen) y que abocaba a su dueño continuamente al pesimismo; pero cuya dimensión más crítica, se encontraba representada por una voluntad irracional aludida y ampliamente desarrollada en sus escritos, de los que se entiende nos previno, describiéndola: como una voluntad infinita, discorde y devoradora de sí misma. Una voluntad esencialmente que es desdicha y dolor «Pues ningún bien final saciará la avidez de ese genio del engaño —llamado voluntad— que encadena, la libertad y la independencia del intelecto (...) (…) no hay libre albedrío; en todos los casos, la búsqueda racional esta movida por los intereses de la voluntad, voluntad que jamás se ve saciada, y cuya única forma de liberación posible, para el hombre, es la total auto aniquilación de la misma». Con ello—dice Nietzsche (Mas allá del bien y del mal)— Schopenhauer, nos da a entender la voluntad, como la única cosa que nos es propiamente conocida —del todo y por entero— sin sustracción ni añadidura. Nos la describe en sí misma libre. Si bien, esta voluntad también puede, aunque, no sin esfuerzo promover en el hombre y para el hombre su propia liberación: siempre, que no perezca sometido a ella1 En el umbral del tratado de ética, que debe indicar el camino de la liberación humana de la voluntad de vivir, Schopenhauer se debate ampliamente con el problema de la libertad. ¿Cómo puede el hombre liberarse de la voluntad si no es libre frente a ella, si es un esclavo de la voluntad misma? (Hist. Del pensamiento. Sarpe) Por lo que claramente se nos exhorta a renunciar a un cuarto aspecto, sugerido, pero no incluido junto en los anteriormente expuestos i-que, a mi modo de ver, es más relevante incluso que aquellos primeros. Me refiero, al que condiciona el destino y la felicidad de las personas en nuestro tiempo: entiéndase, no lo que somos, tenemos o representamos; sino aquello que desde el fondo más insobornable de nosotros mismos anhelamos ser.

“Asegurar la felicidad propia es un deber, al menos indirecto, pues el que no está contento con su estado, el que se ve apremiado por muchas tribulaciones sin tener satisfechas sus necesidades, puede ser fácilmente víctima de la tentación de infligir sus deberes”. ―Kant.


Precipitarse hacia las propias consecuencias—. Hoy, más que nunca, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que pertenecemos a la era de la complejidad y la incertidumbre (S. Pániker). Las barreras que antaño nos recluían en celdas sociales, apartados de esperanzas y anhelos, han ido cayendo y los hombres no nacen condicionados; así sus aspiraciones no se ven limitadas debido a un bajo estatus social. Consecuentemente, desde muy jóvenes todo lo que somos, tenemos o la opinión que merecemos a los demás nos parece insuficiente: nos sabe a poco y queremos más: reconocimiento. Pero sobre todo soñamos; soñamos, y en nuestros sueños nos sentimos diferentes: admirados por la sociedad. Luego, al levantamos por la mañana la realidad nos saluda, arrojándonos a la cara un jarro de agua fría. Nos miramos entonces, cuántas veces, resignados frente al espejo: aborreciendo de nosotros mismos, de lo que somos y de nuestra vulgaridad. Pero sobre todo nos afligimos; y nos afligimos por todo aquello que deseamos desde lo más profundo del alma: profundidad esta, por la misma que igualmente reconoceremos que jamás lograremos nuestro propósito. Sin embargo, he ahí el lugar, “la fortaleza” de nuestro hogar, y el instante, “frente al espejo”. Ese preciso lugar y momento en el que la conciencia se despereza y nos mira desde el otro lado, con nuestro propio reflejo, susurrándonos, con voz encantadora, de manera que las palabras adquieren su propia luminiscencia. Y más, cuando «Rotas y sin vigencia, las normas que durante tanto tiempo prestaron contingencia dentro de la sociedad al individuo, no puede este ahora construirse una dignidad, sino extrayéndola del fondo de sí mismo» (Gasset). 

Pero cuidado, la imaginación es mala cabalgadura incluso para un hombre sensato — lo decía Pío Baroja y no le faltaba razón—. Hay ocasiones en que esas efímeras e inofensivas visiones, plagadas casi siempre de buenas intenciones mueven a despertar profundos deseos: exacerbadas pasiones, que lejos de parecernos arriesgadas nos seducen, de manera singular: tirando de nuestras almas —desoyendo las advertencias— cuando atisbamos a lo lejos la posibilidad de ir más allá, convencidos, de “poder” hacer nuestros sueños realidad. Se trata de verdaderos orgasmos deslumbrantes, de luz delirante y fabuladora que incitan a mover, y cambiar el modo de ser y pensar. A actuar creyendo que si seguimos adelante lograremos permutar el despreciable destino al que se dirige nuestra existencia. No negaré, que el ejercicio resulta convincente, y aún más para quien ya se encuentra atribulado: desilusionado consigo mismo. De modo, que la catarsis contribuirá al embelesamiento, desmantelando así toda defensa frente a ese caballo blanco que avanza llamado voluntad, y contra el que el hombre no puede defenderse de su violencia. Violencia devastadora, con la que luego irrumpe arrasando cual salvaje montura pertrechada de etéreas enjundias, con las que nos invitará a cabalgarlo, haciendo frente a las eventualidades del mundo que pudieran ir surgiendo al paso. Muy pocos intuyen, entonces, el enorme coste y sacrificio que supone un precipitado juicio: una determinada elección en nuestra vida; sobre todo, cuando de esta se quiere ir más allá uno (de aquello) de sí mismo. Menos son aquellos que cuentan con que la voraz tormenta pueda tragarse, mandando a pique, la tan anhelada empresa. No son pocas las ocasiones que embarcamos nuestras vidas y aspiraciones en un frágil junco, construido apenas con algo más que buenas intenciones; sin saber que nos aventuramos a un mar seno de frustraciones y desventuras, pues se trata de una travesía muchas veces malograda, de ante mano, por no haber sabido calcular “la infinitud del deseo”, ni previsto las dificultades de tan arriesgada singladura. No pasa mucho tiempo para cuando la tempestad arrecia desatando los problemas: volviéndose los titanes en contra nuestra. Sólo entonces nos acordamos de aquellos desestimados consejos, y nos surgen las primeras dudas: recelos que darán paso, durante la noche, a sombrías pesadillas que una vez manifiestas, atormentan al individuo, consumiéndolo, más que la propia vida. Con ellas se revelan, uno tras otro, los peores fantasmas surgidos, como demonios, en la noche oscura: duendes del subconsciente invitados por ese otro yo, que —algunos afirman— “todos llevamos dentro”; y que disfruta martillando, lenta pero infatigablemente, la conciencia cuando nos reprocha, o aún peor, recuerda lo terriblemente atroz e insoportable en que puede llegar a convertirse la vida. Por fin, y una vez presa de la red tejida por el caos y la incertidumbre —la misma donde deposita sus gérmenes la locura, veremos el futuro de forma muy distinta: sintiéndonos como aquel que tantas veces frecuento la angustia y la duda y que, de manera elocuente, al preguntarse qué le depararía el futuro comparó sus sensaciones con las de una araña que desde un punto fijo se descuelga: suspendida, teniendo ante sí siempre solo el enorme vacío, pataleando sin encontrar un lugar donde apoyarse. Víctima de su voluntad y precipitada hacia a sus propias consecuencias.

Una última y breve observación sobre el destino—. «Todo destino es dramático y trágico en su más profunda dimensión» escribió, en alguna ocasión Gasset. Hace algunos años leí un bello pasaje en un libro el cual afirmaba que la verdadera patria de todo hombre y mujer: origen de sus deseos, e igualmente, punto de partida en el que es forjado el destino de sus vidas, se encontraba en algún momento lejano de la infancia”. Por mi parte, reconozco haberme sentido seducido, y no en pocas ocasiones haber pasado tardes y noches en vela, cavilando, dejando pasar sus horas serenas: pensado, cuando no buscando en el pasado ese preciso instante, hasta dar con él. ¡Que estupidez la mía! sólo posible en aquel que ignora que no importa el origen —apenas sostenido en un reflejo indefinido, que se derrumba una vez y otra en el impreciso caudal de la memoria—; pues poco importa si tal afirmación hubiera de ser cierta, ya que de poco o nada sirve el ejercicio, sino para reconocernos víctima del devenir; pues antes, al igual que ahora, ignoraba el final del camino que emprendía; y, consecuentemente, hacia dónde el destino me conduciría.

Platón, en su Timeo dice que «aquello que sucede, sucede necesariamente por una causa». Plutarco, al final de su libro de fato entiende, que «lo primero y más importante, no es tanto saber que nada deviene sin una causa, sino que todo deviene en virtud de causas anteriores». Por lo tanto, sería inteligente no buscar causas primeras, concluyendo, que todo principio es causa de la anterior y continua sucesión de diversos acontecimientos pasados, los cuales, conducen hasta un determinado principio: principio inductor —catástrofe lo llamarían algunos— o mera discontinuidad que altera los factores que hasta el momento han guiado nuestras vidas, y en el que sin saberlo conjuramos, de nuevo, a las parcas que maniobran infinitos destinos. Será a partir de entonces —y del mismo modo que ya ocurriese con anterioridad— que caminaremos sobre un hilo que por nosotros mismos ira siendo tejido, desconociendo, aquello que aguarda más allá, escondido tras los vados y sombras del camino. Y así será hasta provocar otra inflexión en la maquinaria que rige los destinos: Pues ocurre, que “aquellos fundamentos que gobiernan los misterios del universo, comienzan como engranajes de un viejo reloj a temblar, avanzando en movimiento singular, sin vuelta atrás, cuando unos niños en la roca sentados, imaginando historias en silencio contemplan, con la vista perdida en el horizonte y la esperanza labrada en el tiempo, la difusa silueta de sus sueños, forjados el murmullo sibilino del viento y el rugir furioso de olas, que golpean los límites que le han sido impuestos al mar."

Acerca de la satisfacción de un deseo resuelto en su representación—. Llevaba algo más de dos meses buscando las obras completas de Wittgenstein. Cuál sería mi sorpresa, que tras largo tiempo después de haberlas solicitado, y cuando ya creía tenerlas en mis manos, comprobé, no sin asombro, que faltaban del tomo el Tractatus Lógico-philosophicus - (1921) e igualmente, las Investigaciones filosóficas (Philosophische Untersuchungen - (1953). Las obras se repartían en dos tomos y me había tocado el segundo, que recogía diarios y conferencias, además, de otros ensayos menores. Sin embargo, no iría más allá mi frustración, no hallando desperdicio de cuanto en ellos encontré. Luego, prestando atención a estos, a las notas y epístolas (1 Wittgenstein. 2 tomos. Ed. Gredos- 2009)) hallé curiosidades; algunas, como la referida a la carencia de sentido de la definición russellana del cero, y sobre la cuestión entera de la existencia de números de cosas (de una entrada a su diario filosófico 21/10/1914, Tomo II ed. Gredos 2009, pág. 37); ésta descrita en una singular hipótesis formulada, y que no me vi capaz de comprender. Sería más adelante, y a través de la lectura de notas dispersas, cuando —marginando el significado literal de la hipótesis (la ecuación antes referida) que el autor quería darnos por resuelta— resolviese a mi entender, no ya la solución de ésta en una formula dada, sino más “el deseo a la solución”, y de esta forma, y de sus propias palabras se entienda: cuando leemos en otro contexto: “la representación de un deseo es, eo ipso, la representación de su satisfacción” ((observaciones a «la rama dorada de Frazer» Wittgenstein Ed. Gredos T2 pg.535)). Y me pregunto ¿no es igualmente la representación de su deseo —una hipótesis (resuelta en la ecuación) — la solución, a la cuestión que nos ha sido propuesta? De lo que resulta, la obtención de un deseo en su representación; e igualmente y, por lo tanto, de esta se obtenga la representación de su satisfacción (de un deseo): independientemente, del significado o la veracidad esta.

Hacia las profundidades del abismo-. Entiendo que no hay razón para acercarse al abismo, ni siquiera por curiosidad: muchos se hunden de bruces en él y aun así me acerqué, caminando largo por su borde ( lo mismo de  un volcán): tomando plenamente conciencia de él; si bien y para ser honesto, he de decir que siempre lo advertí de lejos. Sencillamente, estaba ahí, siempre lo está, aunque no puedas verlo o reconocerlo de las formas i el tiempo pasado por el. Durante algún tiempo y en la medida que mi entendimiento podía tolerar, acercándome, intentaba entender, comprender lo que ese colosal y angustioso espacio profundo representa. Buscaba con mis propios ojos un fondo, solo con la esperanza de hallar algo perceptible, pero que no encontré de loa primera y nada más allá de simas sombrías, de las que del humo y olor a azufre se intuyen oquedades y antros, cavernas sin número que bosquejan fronteras entre mente y mundo. Un vacío, que, con el tiempo, a medida que lo contemplas, te abraza y revela aquello más absoluto, invitándote hacia→ i de tu voluntad a ir más allá y pudiendo de la voluntad asomarte y observar de lugares imposibles entregados a la embriaguez de lo múltiple ahí en una forma, mientras que, irremediablemente, apenas se advierte la pérdida paulatina de todo horizonte, y el contacto con el mundo. Pasado ese punto, mirar o no es irrelevante, pues es solo otro modo de permanecer en él (ser de el reflejo a los demás). Pero, por encima de curiosidad alguna (y sabemos que la curiosidad mato al gato) es la ausencia de sentido que no encontramos a la propia existencia, la que nos avoca definitivamente al vacío (de lo que no entendemos), en una espiral desgarradora, donde el significado de la propia vida va desapareciendo y solo queda sufrimiento; desconectando, por completo con el mundo que nos rodea. La vida puede ser frustrante, entonces, cuando las metas y objetivos ―el choque entre expectativas y realidad― no terminan de realizarse. Es tan dramática la apatía en ese momento que la decepción y el desencanto hacen acto de presencia en nosotros, al igual, que cuando una crisis amenaza nuestra seguridad haciendo acto de presencia, no encontrando los pertrechos adecuados para hacerla frente. Todo ello desemboca, ineludiblemente, en una profunda etapa de naufragio personal, que nos vacía por dentro y, en ocasiones, nos lleva hacia un descomunal páramo, en el que perdemos por completo la orientación, así como la capacidad de conectar y relacionarnos con el mundo y otras personas. Penetramos un estado de neurosis existencial: entendida, como “el fracaso para encontrar significado a la vida, donde uno no tiene ninguna razón para vivir, para luchar, para esperar… y es incapaz de encontrar una meta o una directriz, no albergando ninguna aspiración en la vida”. Pues, seamos sinceros, de alguna forma, todos albergamos esa necesidad imperante de hacer algo con nuestra vida: algo, que sea no únicamente bueno ( y lo que se espera de otros de nosotros), sino también hecho por y para nosotros y que nos reconforte (del acto hacia los otros) . Por lo tanto, el sentido de nuestra vida está relacionado, en gran medida con nuestro propio destino en relación a las relaciones con los otros, a través de aquello que amamos, deseamos o necesitamos ( i reconocemos igual en otros) ; y es a través de ese querer (i necesidad), que procuramos nuestro desarrollo y libertad, ya que viviendo plenamente la libertad trasciende hacia los demás, y comprendemos que el sentido de la vida no se reduce ―jamás debe hacerlo― solo a lo material y finito de uno; sino que esta debe ir más allá hacia ser reflejo en la felicidad que vislumbramos de la mirada  en otros . El problema es cuando esto no ocurre como se esperaba, y las circunstancias impiden que podamos reconocer de las propias expectativas i de nuestros proyectos. Que otros puedan ser con mas o menos igual de felices ( i seamos infelices por ello / simplemente por no admitir que otros sean i son mejores que nosotros) 

En busca de un Sentido-. Si pretendemos averiguar de las cosas que acontecen de los hombres, lo más apropiado entonces, es mirar en los propios hombres. Por ello, en muchas ocasiones vuelvo la vista sobre mí mismo, buscando explicación a lo concreto, desde aquello a priori ambiguo o indefinido (buscando en el principio). Así no es igual para mí hablar de errores, que de mis propios errores que, por cierto, sólo han sido míos y por los que no puedo culpar a nadie más que a mí mismo. Como Saltar del barco en el que probablemente hubiese encontrado “la felicidad” parece duro, pero lo hubiese sido más hundirme e irme a pique junto a las miserias que quedaron abordo. En la vida la cosa más fácil es equivocarse y lo más difícil darse cuenta uno de ello y reconocerlo. No hay deshonor en la retirada y luego volver con lo que a uno le queda y va encontrando de mí mismo a intentarlo. El océano de la vida es enorme y sólo espero poder elegir mejor el momento y un nuevo rumbo. Siempre será difícil superar las propias indecisiones y echarse de nuevo a la mar, haciéndolo con naturalidad, olvidando, aquello que nos recuerde el pasado y nos pueda producir confusión o malestar; es por ello hay que saber elegir, evitando todo cuanto produce ese mal estar o las personas ( ese tipo de personas o situaciones) que lo causan, que fingen afectos en lugar de tenerlos. Sin embargo, si hay algo en esta vida mucho peor que cometer errores es, precisamente, no cometerlos para poder reconocernos de ellos hacia (algo mejor). Lo importante, es no rendirse jamás y buscar (saber esperar es: resistencia) hasta encontrar de nuestro lugar una parte del camino. Somos nosotros, por nosotros y para nosotros los únicos responsables en ese camino de nuestros actos, de nuestras emociones, pensamientos y nuestras decisiones hacia dónde dirigirnos; y, por lo tanto, tenemos la opción libre de decidir por qué, ante qué o ante quién nos consideramos responsables de dar una explicación o y quedarnos o partir. Carl Jung, afirmaba, “el hombre necesita encontrar un significado claro a su vida, para así poder continuar su camino en el mundo: sin ese significado, las personas estamos pérdidas en la nada, en tierra de nadie (y sin señor que nos represente ante dios) deambulando el laberinto de la existencia”.

Generalmente, el sentido ―a pesar de que esté mismo surja desde lo íntimo y personal― acaba culminando en unos valores universales, que, de forma regular, coinciden generalmente con los sistemas culturales, religiosos o filosóficos de la sociedad en la que vivimos. Reconocemos así, que es la conciencia social el instrumento que nos lo revela. Esto quiere decir, que la conexión con el otro o los otros es importante (?) para no perder la dirección correcta, y encontrar sentido a lo que hacemos en la vida; igual ocurre con los vínculos afectivos (familia, amigos, pareja) siempre y cuando, no se ponga toda la responsabilidad de ser feliz en ellos. Entiéndase vivir y que nos dejen vivir (en cierto modo apartados) en una sociedad profundamente enferma


"Los hombres mueren y no son felices"
Calígula, Acto I - Escena V (Camus)

Acerca de una sociedad profundamente enferma—. "La indignación es con frecuencia el mayor autoengaño a las emociones" (David Denby: The New yorker) Y Estar adaptado, educado y considerado en una sociedad profundamente enferma con toda su miseria brutalidad i conflictos —formando parte ella— es, igualmente estar enfermo (Krishnamurti) y, por tanto, predispuesto a su aviesa moral→ abandonándose completa y activamente a ella / sometidos a sus políticas unos y a sus engaños los otros. En todo caso habrá de resumirse en servir de un modo u otro al mismo sistema que los proyecta de una manera u otra (arriba o abajo / en el medio) al consumismo la dilapidación y la codicia / o lo que es igual i de muchas maneras→ ardiendo en la condenación de la servidumbre todos: esclavizados y lentamente consumidos por (eso de ellos mismos consentido ( al permitir que imbéciles puedan votar voten a imbéciles (luego manipulados) burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias gubernamentales, calificadoras de crédito y por todo aquello que en sí mismo los consienten pues se arrastran y prestan siempre —facultados ellos mismos antes en la propia mentira primero y el engaño después a los demás— a alimentar la falacia que perpetua la angustia de una infamia (que se paga con vidas). Crisis luego dicen algunos ( i lo mismo en la conciencia→ Krishnamurti afirmaba) pero como puede haber crisis en la conciencia de aquel que no se reconoce esclavo i marioneta proyectado de la conciencia i voluntad de otro creyendo-se de su actos la propia voluntad) / hablaremos pues de crisis cuando (de la propia renuncia renazcan i reconozcan-se a aquellos → unos que (de su propia voluntad advierten el propio destino i de un camino ya no pudiendo entonces aceptar las normas de todos antes aceptadas; y que son aquellas mismas normas que en el pasado han dado contingencia a una sociedad cada vez más adormecida / normas que hoy reconozco obsoletas / Luego de reconocer de la existencia i la propia vida una verdad que no lo es de los demás entendida (la falacia i solo mentiras de una voluntad de poder) de la que ya se advertía → pues "Nadie está más esclavizado, que aquel, que erróneamente creé (de lo que otros le dicen o promueven) ser libre"— Johan Wolfgang Goethe.

Una falacia dentro de otra falacia puede pretender i pretende una verdad. Mas luego, imponer esa verdad e intereses de unos a otros (del modo i por los medios i las fuerzas vivas que sean → desde una voluntad perversa de poder de un hombre sobre otro hombre i su familia) es una infamia”.

 

Sobre los escenarios del absurdo—.

  Vladimir: ¡Qué! ¿Nos vamos?

               Estragón: Sí, vámonos.

                                   No se mueven.

                        (S. Beckett: Esperando a Godot)

«Hay una felicidad Metafísica en defensa de la Absurdidad del Mundo —dice Camus—. Esta idea venida del concepto que define una determinada corriente o pensamiento, y que es a la vez ilustración de un determinado momento0, habría de durar poco tiempo: no pudiendo sostenerse, sin aquel pensamiento profundo y constante que la animase con fuerza1». De otro lado, luego la idea se encontraría igualmente manifiesta —además, de en otras expresiones2— en lo que se dio en llamar como Teatro del Absurdo3. Y particularmente, en aquella obra4 del dramaturgo irlandés S. Beckett, en la que los personajes muestran de manera resuelta, el tedio y la carencia de significado que, para ellos, tiene la vida moderna. Sin embargo, el absurdismo no tiene lugar ni época que lo contenga, y aquel sentimiento apático propio de posguerra, cafés y variedades risueñas, de algún modo daría paso a un nuevo paradigma —contingencia ésta muy propia de nuestros tiempos— cuando la exégesis de la manifestación escénica se vio, en algún momento desplazada: arrebata, y en una proyección de su propio marco desligada, aumentando la entropía de lo irracional, ya no sobre las tablas, sino en el turbulento albero de la falacia que recuerda, con desvelo, que tras el último acto de esta farsa, aguarda pacientemente su comienzo… la tragedia. . «Todos nacemos locos; algunos, continuarán así siempre». (S. Beckett)

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0de Europa
1«Hay una felicidad Metafísica en defensa de la Absurdidad del Mundo —dice Camus—. Si bien, no podrá ésta sostenerse, sin un pensamiento profundo y constante que la anime con fuerza».
2 literarias, pictóricas etc…
3. Teatro del Absurdo es un término empleado por el crítico Martin Esslin en 1962 para clasificar a ciertos dramaturgos, estadounidenses y europeos; franceses en su mayoría, entre 1940 y 1960. El teatro del absurdo tiene fuertes rasgos existencialistas y cuestiona la sociedad y al hombre. A través del humor y la mitificación escondían una actitud muy exigente hacia su arte. La incoherencia, el disparate y lo ilógico son también rasgos muy representativos de estas obras que pretenden recoger todas esas inquietudes y preguntas, pero sin dar respuestas; estas se las deja a usted, le deja la inquietud de la respuesta y de la interpretación; es usted quien tiene que entender que eso que vio es tan absurdo como la vida misma y que con dar una moneda a un mendigo no soluciona su problema ni el suyo. Puntualizar: que cada obra crea sus propios modelos y características implacables de lógica interna: cómica, triste, patética, macabra, humillante, angustiosa o violenta.
4. Esperando a Godot
Considerando el estado actual de las cosas…

En un mundo absurdo y desprovisto de sentido; donde el caos centellea con resplandor demoniaco; donde el hombre participa de los sufrimientos mas espantosos, de “las más terribles agonías, los suplicios mas refinados, las muertes más atroces y los abandonos mas dolorosos; todos los apestados, los quemados vivos y las victimas lentas del hambre“(1), no podrán ya consolarse en el llanto venenoso de su amargura, mediante aquel inquietante pensamiento que, conservando aún el sabor agridulce de la sangre y el martirio, hundido en la tiniebla habita aquellos confines más profundos del corazón; haciendo presa en quien por la tristeza y la melancolía desorientado, y aún más fatigado por la desesperación luego tan buenas razones encuentra —en ese fundamento oscuro e in-suprimible—, alentando semillas de ira y venganza, y que siempre cosecha quien siembra... devastación.

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1- E.M. Cioran- En las cimas de la desesperación

 

 

 


 

«Una obra está acabada cuando no puede ya ser mejorada, aunque se la sepa insuficiente e incompleta. Se está tan exageradamente fatigado de ella que ya no se tiene el valor de añadirle ni una sola coma, aunque fuese indispensable. Lo que decide el grado de acabado de una obra no es en absoluto ninguna exigencia del arte o de la verdad, es la fatiga y, aún más, el asco».  E. Cioran


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CUADERNOS DE PAISAJE : OBSERVACIONES DE CARÁCTER FRONTERIZO / Por Jorge Maqueda Merchán 2012 - (A mis padres)


Por Jorge Maqueda Merchán 2012
A mis padres

1-Acerca de la satisfacción de un deseo resuelto, en su representación. 2-Acerca de una sociedad profundamente enferma—. 3-Acerca de una nueva, aunque ya pretérita teoría de la visión  4-Acerca i-de la interpretación de Copenhague a una cuestión (idea antes  5- La primera bifurcación 6-Bajo la Fisura de Rolando—.  7-Monstruos  8-Un lugar más allá de las sirenas· I

1-Acerca de la satisfacción de un deseo resuelto, en su representaciónEn alguna ocasión dijo Borges y, siempre que puede recuerda Savater: “me enorgullezco no de lo que escribo sino más de lo que leo” empero, en mí caso, más son las veces luego que me arrepiento. Llevaba algún tiempo, más de dos meses buscando las obras completas de Wittgenstein. Cuál sería mi sorpresa, pero, que tras algo más de un mes después de haberlo solicitado, y cuando por fin ya lo tenía en mis manos que: «Ay dios —exclamé— este libro no es». No podía ser. Comprobé, no sin asombro, que faltaban del tomo: el (Tractatus lógico-philosophicus. (1921) e igualmente, las Investigaciones filosóficas (Philosophische Untersuchungen (1953). Sin embargo, no iría mi gozo al fondo del pozo cuando, del tomo, los diarios de Wittgenstein descubrí, que me eran antes del todo ajenos para mí. De ahí, luego que lejos de la decepción me embargase el asombro. No escapa a nadie que se trata de uno de los personajes más influyentes del siglo XX, y de cuanto encontré no hallé desperdicio; mas es curioso que prestando atención al diario, las notas y epístolas(1) de algunas, como la carencia de sentido de la definición russellana del cero, y sobre la cuestión entera de la existencia de números de cosas(2), más adelante y, a través, de otras notas dispersas se comprenda —marginando el significado literal de la hipótesis que el autor quería darnos por resuelta— no ya la solución de esta, por una fórmula dada, sino más el deseo a la solución tal y como nos es propuesta; y de esta forma de sus propias palabras se entienda, o se pueda entender, cuando leemos en otro contexto: “la representación de un deseo es, eo ipso, la representación de su satisfacción”(3). Y me pregunto, acaso ¿no es igualmente la representación de su deseo —una hipótesis— la solución, que nos ha sido propuesta? De lo que resulta la obtención de un deseo, en su representación que es, igualmente, y por tanto, la representación de su satisfacción. Independientemente, del significado o la veracidad esta.

©Jorge Maqueda Merchán (2011)
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1 (Wittgenstein, Tomos I y II. Ed. Gredos- 2009)
2 (de una entrada a su diario filosófico 21/10/1914, Tomo II ed. Gredos 2009, pag 37)
3 (observaciones a «la rama dorada de Frazer» Wittgenstein Ed. Gredos T2 pg.535)


2-Acerca de una sociedad profundamente enferma—. Darse cuenta, que estar adaptado, educado y considerado en una sociedad profundamente enferma (1) con toda su miseria, brutalidad y conflictos —formando parte ella— es, igualmente, estar enfermo y predispuesto a su aviesa moral, abandonándose completa y activamente a ella los unos; o bien, sometidos a sus políticas y engaños los otros. Todo habrá de resumirse en servir, de un modo u otro al sistema, sea en el consumismo, la dilapidación y la codicia, o bien, ardiendo en la condenación de la servidumbre: esclavizado y lentamente consumido por burócratas, banqueros, políticos, jueces, agencias: gubernamentales, calificadoras, de crédito y por todo aquello que en sí mismo consiente se arrastra y presta —facultado en la mentira y el engaño— a alimentar la falacia, que perpetua la angustia de esta terrible infamia. Crisis dicen. No hay crisis, sino en la conciencia: cuando ésta, ya no puede ya aceptar antiguas normas, aquellas mismas normas, que en el pasado le dieron contingencia. Pero, considerando el estado actual de las cosas...."La indignación es con frecuencia el mayor autoengaño a las emociones" (David Denby: The New yorker)

(seguiré seguro)

Una falacia dentro de otra falacia es... "una verdad". Luego, imponer esa verdad que está, sustentada en una falacia que está, dentro de otra es... "una infamia" (08/11/2010)(1/30a)

"Nadie está más esclavizado que aquel, que erróneamente creé ser libre"
(Johan Wolfgang Goethe)

3-Acerca de una nueva, aunque ya pretérita teoría de la visión— . Hay cuestiones que por alguna razón y desde siempre han atraído desconcertado las mentes más instruidas. Si bien, tal desconcierto no habrá de ser mayor al debate que genera postular de esas mismas cuestiones, algunas de sus posibles soluciones. Y se observa esta circunstancia, en mayor medida, cuando de lo que se trata es de la realidad; entendida, esta como aquella realidad material que percibimos a través de los sentidos. El propio Heisenberg (1901–1976) —físico conocido sobre todo por formular el principio de incertidumbre— para quien todo aquello que observamos no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a nuestros ojos, ya se cuestionó la existencia de la realidad en sí misma, tal y como la percibimos. Niels Böhr (1885–1962) posiblemente, el físico que realizó algunas de las mayores y más importantes contribuciones a la comprensión de la estructura del átomo y de la mecánica cuántica, en su momento, también fomentaría el debate, afirmando: "Todo aquello que nos parece un mundo estable, tangible y visible no es más que una ilusión": a decir de aquello que oculta o enmascara la realidad. Y, si bien, es cierto que tal afirmación a muchos desconcierta, existe otra que, profundamente entendida, aún más nos inquieta, a saber: del ensayo de una nueva teoría de la visión. Así llamó George Berkeley (1685-1753) filósofo, y natural de Irlanda, a su primera obra publicada apenas con 24 años de edad. Berkeley, desarrollaba en esta la tesis por la cual, se entendía la negación de una realidad externa y objetiva al ser humano, estando aquella sugerida al hombre por las propias sensaciones que se derivan directamente de la persona que se encuentra observando el objeto en cuestión. Del mismo modo, Berkeley, afirmaba que el tamaño, volumen y situación de los objetos no se podían ver de un modo directo, sino que todo ellos eran interpretaciones del significado de los colores (la luz) los cuales son en realidad lo único que realmente podemos ver, afirmando: "La coincidencia de las sensaciones táctiles con las visuales carece de toda justificación, pues aquellas y estas sensaciones, también llamadas impresiones, son simplemente signos de los cuales consta el metódico y codificado lenguaje de la naturaleza, dirigido por Dios a los sentidos y la inteligencia de los hombres". Luego ya más avanzado el ensayo, Berkeley describe este lenguaje metódico y creado por Dios, afirmando, que tendría por objeto instruir y guiar al hombre, a la hora de regular sus actos en la tierra con fin de que obtuviese todo aquello que le fuese necesario para la vida en ella. Si bien —a mi modo de entender— aceptar esta interpretación contiene una segunda lectura, implícita (no descrita), que nos llevaría a cuestionar si este magnífico lenguaje codificado habría podido ser creado por Dios, no solo con el objeto de que el hombre obtuviese todo aquello que le fuese necesario para la vida en la tierra, sino también, con el propósito de mantenerlo alejado de todo aquello que sobre esta, y sutilmente velado a nuestros sentidos y a la razón, pudiese fatalmente destruirlo. Pues, de sobra por todos conocido que existen en la naturaleza innumerables amenazas, además, de aquellos peligros que percibimos o podemos también también intuir: sin embargo, hay otros no, pues tan velados a la razón, o al menos lo están, hasta que ya es demasiado tarde. Y es precisamente llegados a este punto: tarde y sobrepasado el límite dado a la razón, que regresan surgidas del infierno a tomar desquite aquellas fuerzas terribles y distintas a las que se suponían y que acompañadas de unas veces de dolor y sufrimiento, lo son otras además, de un bárbaro y profundo sentimiento de devastación. Pues "Hay cosas que solo la inteligencia buscaría, pero que por sí sola no podrá encontrar. Son aquellas que solo el instinto encontraría, pero que no debería buscar jamás."(Bergson)

Acerca i-de la interpretación de Copenhague una cuestión o idea antes / luego i-de la idea moviéndose uno después uno i--del pensamiento a-ser (hacia→ uno desde la experiencia antes de observar fuera i luego dentro después (en conciencia de aquello luego de uno ) entender del otro i experiencia igual observado un principio-ahí luego de dos II i complementariedad del ser-antes hacia ser i no-ser de un punto luego ahí- eso i de la experiencia onda (i-de lo mismo él→ observador después i materia bariónica de la vista otra vez hacia él i que lo pueda reconocer i del-lo sentido lo mismo lo que ve i no ve i le parece que no-es i luego-es i-de él (observador ser (de su experiencia i ahora (eso de él) igual  j (no igual de la misma forma que o-TRos) un-o que observa-la sin dañar la naturaleza de lo que es i de que es→   un-o  (n abajo como el pez i derecho de un ojo I solo (el testigo es- Lo después→ i. de su propia naturaleza /-i antes  de Y luego  (de lo otro i-de εdespués-h\ξ de 1n de1 medio abajo \ ε(L  de1 medio de arriba de1 o\ξpuesto (a-2brazos Yarriba en ángulo) / 45ºI-arriba de (. Luego abajo)

Cuando el silencio habla → (de1) horizonte 

eΓλyᶯ (Elyón)



La forma (rupa) es percibida y el sentido de la vista (indriya) es su perceptor. Este es percibido y la mente (manas) es su perceptor. La mente (dhīvṛtti) es percibida y el Testigo (sākṣim) es su perceptor. Este (el Testigo) es ciertamente el único Perceptor y (tiene el mensaje) por lo tanto, i-que no puede ser percibido (por ningún otro) Y de otra maa-nera i-de lo mismo - La forma es percibida y el sentido de la vista es su perceptor. El sentido de la vista es percibido y la mente es su perceptor. La mente, junto con sus modificaciones, es percibida y la Conciencia No-dual (es de un ojo solo-lo que-es su perceptor. La Conciencia No-dual no es percibida por ningún otro agente previo ni posterior.

Son cuatro los elementos primordiales mediante los cuales el Vedanta teoriza respecto al proceso de la cognición: forma, sentidos (para el caso del śloka, la vista), mente y Conciencia No-dual o ātman. A través de estos cuatro elementos es posible determinar un modelo metafísico suficientemente coherente para que coincida con las experiencias comunes que el ser humano tiene cuando intenta conocer o conocerse  Y, a saber El universo no cambia; es el perceptor quien lo recuerda constantemente diferente (Sesha) / o bien como lo que (es  i no-es) si en vez de con uno solo observamos de  oYo  (de los dos ojos / ser (antes / i  del mismo instante i moviéndose) estar-ahí (de un lugar concreto) a la vez) 

luego Posiblemente usted se pregunte, qué interés puede tener en este blog un acercamiento a esta curiosa interpretación, que incorpora el principio de incertidumbre de Heisenberg, y presentada por Niels Bohr a finales de los años veinte, llamada entonces “idea o principio de la complementariedad”. Espero, que el texto se justifique a sí mismo, y que al final dicha cuestión quede, si no del todo, en buena medida satisfecha.

     Bohr  señaló—corría el año 1927—, que mientras en física clásica (determinista) se concibe que un sistema de partículas funcione como un aparato de relojería —independientemente, de que éstas sean observadas o no—, en física cuántica el observador interactúa con el sistema, en tal medida que el sistema no puede considerarse independiente del observador: interpretación ésta, participatoria del principio antrópico. 

  • Principio antrópico débil

Debemos estar preparados para tener en cuenta el hecho de que nuestra ubicación en el universo es necesariamente privilegiada en la medida de ser compatible con nuestra existencia como observadores.

  • Principio antrópico fuerte

El universo (y por lo tanto los parámetros fundamentales de los que depende) debe ser tal que admita la creación de observadores dentro de él en algún momento.


La consecuencia directa de la interpretación de Copenhague se puede entender más fácilmente o que ocurre cuando se realiza una observación buscando, a saber I-que en primer lugar se debe aceptar el hecho que al observar hacia i en el medio común igual de la cosa que de este al sentirse ( i de la observación del otro) se altera (luego i del movimiento i onda) cambia (modifica  / y modifica a nuestra intención al observar dicha cosa, i-o del deseo de que la cosa sea: una determinada cosa (i- del deseo en una forma concreta al deseo antes del observador de ( una idea de la cosa) i luego en una determinada forma i manera después) de lo que se desprende que al observar, se afecta directamente lo observado (afectamos al espacio observado i que en él hay i observamos con la vista, la retina de los ojosy, por lo tanto, el observador estará, por medio i de la vista, alterando (entendiendo) la cosa, pero lo hará en función de nuestros saberes y conocimientos adquiridos por experiencia o ausencia de esta en la naturaleza (y ángulo y grado arriba o abajo i de la visión igualmente)  formando parte en todo momento del experimento i observado i ausente de los otros sentidos que nos mhace ser /en tanto la cosa observada será observadora igual: desde Lo que realmente la cosa es (mirada holística objetiva) hacia él i-que el observador, bien por falta de ángulo de visión o experiencia no deja que sea i desea que sea derivando a una "visión subjetiva" desde lo observado el opuesto i del reflejo. luego se habrá de considerar, que toda la información que constituyen los resultados adquiridos del experimento (definición de la cosa observada del observado igual) viene dado de su lado por la capacidad del observador de entender de lo observado reflejo advertido opuesto del otro lado i plano de la curva del ojo dentro i reflejado i luego fuera hacia i del lo reflejado reflejado i opuesto dentro i del ojo (esfera) Lo representado del a luz  un positivo fuera invertido del opuesto i  apariencia-es del ser observado i del observador la forma de un punto haci i de recorrer la forma-su desde él ( lo que no es él-ahí de apariencia i del deseo es (i del experimento antes se puede luego entender lo que es del deseo después) I-en  este sentido, seria releyendo a J. Gribbin “En busca del gato de Schrödinger” Ed. Salvat- 1986,  donde encontré una de las mejores explicaciones que he leído jamás, en tanto a aquello que la interpretación de Copenhague representa, refiriendo un ejemplo de extraordinaria sencillez facilitado por Eddington, allá por los años treinta. Eddington, en su libro “The philosophy of Physical Science”, y refiriéndose al asunto en cuestión, reseñó, que lo que se percibe y aprende en un experimento, siempre está altamente influido por las expectativas: expectativas (deseo) de quien investiga ¿hablamos de una voluntad ejercida sobre el medio observado? No, no lo creo. Pero mejor, vayamos con el ejemplo.

"Supongamos, afirma Eddington, que un artista asegura que en el interior de un bloque de mármol yace oculta la figura de una cabeza humana. ¿Absurdo? Pero entonces, el artista —un escultor se intuye— comienza a hacer aquello que mejor sabe: su trabajo, y con algo tan sencillo como un martillo y un cincel, pasadas unas horas, pone al descubierto la forma oculta". Gribbin, acertadamente, se pregunta, si sería quizás ese, el modo en que Rutherford descubrió el núcleo. “Hemos de recordar que el descubrimiento, no amplía el conocimiento que tenemos del núcleo” —afirma Eddington—. Lo cierto, es que nadie, ni antes ni ahora, ha visto jamás un núcleo atómico. Lo que se observa son siempre los resultados de los experimentos, que se interpretan en términos de núcleos (piensen ahora en términos de montañas). Tampoco nadie jamás encontró un positrón hasta que Dirac sugirió que podían existir, y hoy los físicos aseguran conocer mayor número de partículas que elementos existen en la tabla periódica (En busca del gato de Schrödinger - John Gribbin-1986). 

Luego e Independientemente, de cómo cada cual entienda esta explicación, lo cierto, es que se trata de un concepto no relativo i subjetivo a la realidad tal y como la percibimos, entendida, no como meros observadores ajenos, sino más bien formando parte integrante de ella: de la realidad observada en sí misma y desde uno mismo, por lo tanto, interactuando continuamente con ella antes en tanto luego entender en función de lo que percibimos después de la experiencia si antes no queremos i deseamos entender de lo que aun no es i luego nos limitamos del deseo de lo que quero sea i entender no-es comprenderla de uno mismo  i de su deseo que sea después  . Dicho de otro modo: creando una realidad que somos nosotros y nuestras expectativas y experiencias en ella (piensen de nuevo en términos de montañas). A partir de aquí, deberán ser ustedes quienes juzguen si cuando miramos hacia el horizonte, "y no en este caso de lo infinitamente pequeño", vemos un paisaje genuino o, más bien, en ese horizonte y lo que vemos en él, es aquello: que queremos ver o tememos ver. El mundo, según Husserl, adquiere sentido por su horizonte / sentido y entendimiento del mundo, que ha de venir del “asombro”, de despejar ese horizonte (oscuro) dice Zubiri. Pero entendamos ese horizonte, ese nuevo paisaje que asoma ante nuestros ojos y lo que hacemos como resultado de despejarlo que querer o necesitar la verdad., 


La primera bifurcación 

Bastaría una noche y, no más, para darse cuenta extrapolando una expresión utilizada frecuentemente en física y otras ciencias exactas, que existen múltiples dimensiones en la mente, del mismo modo, que coexisten múltiples dimensiones en el espacio. Y así, igual que los matemáticos barajan teorías y posibilidades, acerca de la existencia de infinidad de universos, independientes, los unos de los otros pero, sin dejar de formar parte de un mismo conjunto; no es necesario profundizar en antiguas doctrinas lulianas o ecuaciones interminables para afirmar que, de modo semejante opera el subconsciente: desarrollándose de manera paralela e inconexa al consciente pero, sin por ello, dejar de formar parte de un mismo y único yo de uno. De tal modo entendemos los sueños, o igualmente, aquellos estados de catarsis inducidas como profundas bifurcaciones, que de uno mis i de otro yo  generadas de manera espontánea sobre el mismo espacio en el que se manifiestan los pensamientos, si bien, surgiendo a un plano superior o, como poco distinto i en apariencia opuesto o ajeno a las reglas físicas universales que rigen la vida, el espacio y el tiempo de lo que entendemos materia i forma barionica. Sin duda, esto motiva en el hombre la posibilidad de experimentar un suceso singular e inquietante. Y, por su puesto, que desarrollar algún día de modo controlado tales procesos nos abriría las puertas que conducen entre inexplorados caminos, hacia inimaginables fuentes de sabiduría y conocimientos las cuales apenas hoy podemos sospechar. Sin embargo, este ejercicio ya sea inducido o generado de manera involuntaria también abre los cerrojos de un laberinto, por el que transitan horrores y angustias; monstruosidades espantosas es de Lo que habita en lo más profundo i sombra de cada uno de nosotros y, de los que les puedo garantizar: la mayoría no hemos oído hablar jamás.


           <Hay cosas que la inteligencia podría buscar por sí misma, pero que sola no  encontrará jamás. Son aquellas que el instinto encontraría, pero que nunca buscará>.                                                                                                                 (H. Bergson)

        
La escalera de Jacob

La mente consciente, nos dice David J. Chalmers,  nos es a la vez, lo más familiar y lo más misterioso del mundo. Nada hay que conozcamos de forma más directa y, sin embargo, nada hay más complicado que ella. Lo cierto es, que averiguar de qué profundos secretos nos vela esa necesaria e infatigable compañera que nos da la razón y, a la vez, nos niega el conocimiento de su compleja esencia, son las grandes metas que hoy por hoy ansían alcanzar los más avezados exploradores de lo que se ha dado en llamar ciencia. Desvelar sus profundos enigmas parece, en principio, una ardua y difícil empresa. Pero, si complicado puede ser entender la mente consciente cuánto más intrincado puede ser entender, el misterioso propósito que motiva luego al subconsciente: Ese “Otro yo” como  lo llaman algunos, que despierta en el interior de todos nosotros, normalmente, durante el sueño estremeciendo nuestro bien merecido descanso; acelerando el pulso con sudores y sobresaltos; privándonos del descanso reparador y, cuyo origen luego, al despertar nos es tan embarazoso concretar. 

Ciertamente, a muchos infunde temor la visión de esa espesa selva reticular, hacia la que solo algunos curiosos -aventureros inquietos- de manera consciente se adentran; buscando la exótica naturaleza de aquellos manantiales etéreos de los cuales emanan caudalosos ríos de omnisciencia. Pero, dejando de un lado a Freud y su necio simbolismo pueril relacionado con los sueños y, por el cual, todos y cada uno de nosotros somos en mayor o menor medida víctimas de patologías neuróticas y, por lo tanto enfermos; lo que es tanto como decir: que se trata de un proceso natural, y todos, en mayor o menor medida somos personas relativamente “normales”; desde hace tiempo me pregunto: si los sueños no son algo más que un amasijo de imágenes pertenecientes a la vida física; si no entrañan algún otro propósito al margen de lo que hoy algunos científicos entienden: como un aspecto fundamental de los mecanismos de la memoria, a la hora de deshacernos de innecesarios recuerdos.

A menudo por la noche, aprovechando los momentos de mayor silencio, mientras descanso estirado en la cama o en el sofá, con la vista fija en el techo, me pregunto, en la oscuridad, si entre los brumosos pasillos de ese laberinto no se halla perdida, olvidado entre los tejidos más antiguos del tiempo; un interruptor liberador de un mecanismo de ocultos propósitos que transita entre los intrincados significados de los sueños y, por el cual las personas seríamos capaces de abrir una puerta que ha permanecido cerrada desde el origen de los tiempos. De otro lado, es curioso darse cuenta, y esto lo observo a menudo, como la mayoría de la sociedad en occidente obvia los posibles significados dimanantes de tales experiencias, atribuyendo a tal evento un proceso natural, sin nada de particular, como lo puede ser un dolor de cabeza o las molestias que causa el estreñimiento. Pocos se detienen por un momento a pensar en el lóbrego y desconocido mundo onírico al que tan singulares imágenes pertenecen, sin reparar, en la importancia o no que para ellos pueda llegar a tener, cuanto menos intentar recordarlas, ya no digo comprenderlas. 

Modestamente, opino que deberíamos ser como poco cautos, en relación, a aquellos sucesos que de manera inconsciente nos abordan, así como con la subjetiva realidad que percibimos; precisamente debido a nuestra incapacidad de co-relacionar los múltiples y, a veces, incomprensibles sucesos que de ambos estados se derivan. Por mi parte, y cuanto más  me adentro en mis pensamientos, me reafirmo en la creencia de la existencia de un algo – rehúso decir el que - parejo a nuestra realidad consciente donde posiblemente se encuentran registradas las claves de un complejo conocimiento que, sin embargo, no podemos observar de manera voluntaria y consciente. Se trataría, en todo caso, de una dimensión velada a nuestros sentidos ordinarios y, a la que de alguna manera el subconsciente tiene relativo acceso, asomándose de vez en cuando y del que quizá (quien sabe) de algún modo nos intenta salvaguardar.

De todos es conocido que el cerebro no es auto-suficiente, y que se sirve de los distintos sentidos para crear la realidad subjetiva que la mayoría de nosotros percibimos, representando un sin fin de cosas, todas ajenas al mismo. Este, ayudado por los mecanismos de la memoria, ejercicios de comparación y la progresiva experiencia, lentamente va componiendo lo que todos llamamos consciencia – consciencia de sí mismo y del mundo que le rodea -. Si este proceso se ve censurado o abortado por algún motivo, encontramos que la consciencia se ve drásticamente limitada; algo así como lo descrito por Platón, en su mito de la taberna. Lo cierto es, que el cerebro no sabe que un color existe hasta que no lo percibe; no distingue que un  amarillo es débil si no conoce diferentes tonos de  amarillo entre los que los poderlo procesar. Lo mismo ocurre con otros tipos de experiencias: es imposible determinar lo grande, o bien, que aquello que se observa es un armario, si no es comparándolo con medidas u otros objetos anteriormente procesados. De ello se deduce que la interacción con el mundo es fundamental, en el proceso de maduración Cognoscitiva. Luego, con el tiempo, la mente alcanza una cierta habilidad: inclusive si la información recibida (de fuera) sobre algún tipo de objeto, está fragmentada o es insuficiente, esta recrea (dentro) una imagen o representación totalmente completa, sobre la base de experiencias anteriormente adquiridas, mostrando un conjunto que total o parcialmente, no está siendo observado. Ello quiere decir que el cerebro toma los elementos que le están siendo suministrados, o bien tiene almacenados, valiéndose de ellos para informarnos de aquello que, aunque no vemos por completo, este puede hacernos comprender. Sin embargo, ¿Qué ocurriría si la mente, en este caso el subconsciente, percibiese sensaciones superiores, información desconocida i lo mismo ajena a la información anterior y almacenada de los propios sentidos i experiencias del medio que poseemos? Sensaciones que del medio él pudiese percibir, pero no explicar, pues no posee experiencias similares conscientes propias en que basarse, para poderlas representar. Evidentemente, no permanecería impasible. Aunque lo más probable es que este se valiese de nuevo de aquello que tiene a mano, las imágenes y percepciones relativas a la vida cotidiana ya almacenadas, utilizándolas con la finalidad de representar i hacernos entender las nuevas percepciones. De ahí posiblemente, el aparente caos y abstracción que sugieren los sueños / pero lo mismo es altos estados de sensibilidad i percepción de las formas del medio / lo cierto es , que problema sería tal, como tener que  explicar a un ciego los colores y, quien sabe; pocos entenderían el mensaje. Pero, Lo cierto es, que esa comunicación existe.

         antes me remití a Schopenhauer, quien en su principio de la razón suficiente afirmó, que ”la única diferencia esencial entre el hombre y los animales es aquella facultad de conocimiento exclusivamente propia y totalmente particular del hombre, basada en el hecho de que el hombre tiene una  clase de representaciones de las cuales no participa ningún animal”. Huelga decir que se refiere, no a cosas del medio de las que participan los animales / sino a conceptos / es decir: representaciones abstractas en contraposición a las intuitivas de las cuales se extraen las primeras. Por algún motivo que supera toda posible explicación, los conceptos (venido de la razón y por poner un ejemplo) del espacio y el tiempo, aparecen en la mente humana surgidos de ningún lugar más allá de la única motivación antes de las propias ideas luego los conceptos. La geometría es después el fruto de tales representaciones, llevadas al plano humano y lo mismo como con ella, ocurre con otros muchos conceptos y materias / pero no se extravíen No hablamos  (exactamente) de eso / Ramón Llull. Teólogo y visionario que retirado al monte Randa en busca de renovación espiritual, tras muchos días de ayuno y contemplación juro haber tenido una revelación (sueño lucido / es decir. escribe sin saber de antes aquello o de donde i luego por que eso ahí y Plasmada después en su gran arte o “ars magna” en su caso, El Ars desarrollando un lenguaje formal basado en la lógica combinatoria para poder hablar de todo aquello relevante a la filosofía y la religión sin la barrera de las lenguas  / pero i mas allá de la idea / la cuestión es... ¿de dónde surgen tales ideas? Nada surge de nada. Sin embargo, en ocasiones los sueños i lo mismo el subconsciente (mientras estamos incluso conscientes sentimos) que va más allá de de las limitadas fronteras (que entendemos) de nuestra consciencia, entablando relación directa con misteriosas fuerzas que se encuentran más allá del todo lógico razonamiento (que a estas revelaciones queramos dar). Se trata en todo caso de personas que no interpretan y con asombrosa claridad y sorpresa desarrollan de si mismos, la turba de imágenes que bombardea durante la vigilia nuestra mente consciente hacia ser consciencia de uno Y De la importancia que supone  (este dejarse llevar del subconsciente - de manera consciente) podemos encontrar claro ejemplos en la historia como e la biblia, testimonios de personas que un día se levantaron con laberintos en la cabeza, que desconocían cuando se fueron a acostar. Así, Giordano Bruno hace 500 años, proclamó en su cena de las cenizas, que el mundo era el efecto infinito de una causa infinita, además de escribir aquella frase famosa que decía “podemos afirmar con certidumbre que el universo es todo centro, o que el centro del universo está en todas partes y la circunferencia en ningún lugar”. Entonces lo enjuiciaron y quemaron por ello; hoy, sin embargo, ningún científico negaría tan acertada revelación. De cómo Giordano llegó en aquel tiempo, no sólo a ésta, sino a otras muchas ideas, algunos afirman que fue ayudado por visiones y sueños. Igual la propia Biblia, nos narra la historia de lo sucedido al  patriarca Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, quien salió de Berseba dirección a Jarán y al llegar a un lugar llamado luz, se dispuso a pasar allí la noche. En aquel lugar tuvo un sueño donde vio una enorme escalera anclada al suelo, por la que subían y bajaban ángeles del cielo. Arriba, estaba el Señor, quien le señaló un camino profetizando así su destino. Al despertar tubo tanto miedo, que exclamó - ¡Qué terrible, nada menos que la casa de dios, y la puerta del cielo! –.

Bajo la fisura de Rolando

Muchos años me he estado acostando temeroso y sabedor de que apenas fuese a acostarme y, sin tiempo, apenas de cerrar los ojos sentía, el desasosiego turbar mi frágil descanso(1). La calma y el silencio que antes de irme a la cama circulaban, como suaves y tibias corrientes perfumadas sobre mi cuarto, se desvanecían, ante la convulsa impresión causada del abismo, que surgido de la nada, parecía engullir de una enorme bocanada mi cuerpo: arrojándome, a un vacío expectante en el que lentamente, iban apareciendo, aquellas criaturas que moran sus avernos y, que acechan mi alma, cubriéndola de espanto. Así ha sido, una noche tras otra, durante años. ¿Dónde estoy? —me pregunto—.

Una puerta enorme, de centelleante marfil, se ha cerrado tras de mí: tronando, con un sonoro ruido; empujándome, de pronto a salir de un inconcebible portal. Arrojándome, vacilante a las mórbidas garras de ese animal de sombra eterna y monstruosa, que guarda las fronteras preconscientes, de aquellos mundos, donde se entretejen multiformes cadenas que sujetan y someten a las almas, conduciéndolas, hacia la trágica hermosura de un destino que ellas mismas ignoran.

Todo me parece confuso, salvando la convicción que en mí despierta la noche, amenazante y siniestra, que perpetua el horror de todo aquello que es muy antiguo. Contemplo, en silencio, la vaporosa topografía que a un lado y a otro se erige, salpicada de extraños destellos: que rasgan, hiriendo, de vertiginosos reflejos la tensa oscuridad de la que comienzo a sentirme preso. Advierto, como en un artificio del espacio, la prolongación de mi propio ser, desdoblado y desprendido de mi cuerpo. Soy arrastrado, conducido, sobre el escenario descarnado de un teatro onírico y sombrío. En ello, una débil voz se hace oír en mi interior, susurrando, insinuándome al oído: que no debo dar crédito a lo que experimento. Mi mente, aletargada y confusa, la ignora. Ni le da ni le quita la razón. a esa tímida observación, que aparece de repente, surgida del más absoluto silencio. La única certeza que sin advierto es, la profunda oscuridad que oprime mi alma como una urna sellada, la madrugada; la soledad, y el frío que atraviesa como una afilada lanza las inadecuadas ropas, que de cierto, en ningún momento recuerdo haberme puesto.

Inquieto como un antílope siento, las carnes estremecer, y el corazón palpitar alarmado; expectante, ante esta tenebrosidad incomprensible y censora. Camino sintiéndome privado de toda voluntad; transportado a lomos de una inquieta yegua que cabalga los campos yermos de la noche, recogiendo las almas de quienes se encuentran, perdidos en el laberinto que delimita mezquinas fronteras más allá, del espacio y del tiempo. Me dejo guiar, sorteando trampas expectantes en una acera de innumerables baldosas etéreas. Mugrienta albañilería, al contacto con las entrañas de esa espeluznante dama, vaporosa, que avanza sigilosa, en incertidumbres robadas al mar, de calles y esquinas desiertas, por las que nadie se aventura a transitar.

Monstruos 

Opuestamente a lo que pudo haber imaginado Hamlet, yo no albergo fundado temor a unos sueños atroces, que atormenten mi reposo tras la muerte. Al contrario, descreo firmemente que llegado el momento, la consciencia, pueda emerger alarmada a un vacío expectante i poblado de horribles criaturas que turben nuestro merecido descanso. Allá, donde unos ven infiernos, otros, vemos liberación. Además, y como diría Poe: "dado que tengo entendido que tanto Shakespeare como Mr. Emmons fallecieron alguna vez, es posible que hasta yo tenga que morir" Y dado por supuesto, que el río por el que transita el caudal tiempo aquello sigue fluyendo, en mi caso con mayor intensidad, no es una locura o tontería afirmar, que más temprano que tarde, la mal llamada terrible e impopular muerte: i esa primera noche tranquila, firme y ultima realidad de la vida, dispondrá, liberarme de sombras y penitencias propias y ajenas, viniéndome a rescatar. Liberándome, por fin, de la cruel consciencia que atormenta, un día tras otro, nuestras insignificantes miserias. Luego, ya todo da igual: Llámense Sueños o Pesadillas al igual que la noche obradas i sobre una sustancia infinita, se trata de emanaciones creadas, tejidas y sustentadas sobre fundamentos etéreos y retroalimentan las diversas formas del tiempo: pasado, presente y futuro; éstas simples representaciones subjetivas, pertenecientes a una compleja eternidad, en la que no existe realmente aun cuando ni por supuesto... tampoco, ningún lugar.

Un lugar mas allá de las sirenas.

La primera vez que comprendí el sentido de antes y después de Lo tenía tan solo cincuenta i seis años de i parece que fuese hoy (23/10/ 2024) cuando Volvía del instituto, en moto un 11 de abril y pasadas las diez i media un coche se cruzó en mi vida: saltándose un semáforo en rojo y llevándose por delante sabe Dios cuantas cosas. De pronto y tirado en medio de la carretera no podía moverme: solo atisbaba a no ver la sangre y los trozos de hueso atravesando la carne de mis piernas. Alguien, que en aquel momento caminaba por el paseo de los Almogávares (Sabadell) se acercó preguntándome no sé, i de que cosas, pues apenas podía yo distinguir nada: siquiera algunas formas con la vista. Todo era terriblemente confuso y lo único que pude apreciar no claramente fueron las sirenas: sirenas a un lado i otro rodeándome Y Luego i de la oscuridad — Homo liber cogitat / et ejus sapientia non tenebris sed lux meditatio est→ Un hombre libre piensa / y su sabiduría es meditación no en las tinieblas sino en la luz.
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Así, unas veces las encontramos como horribles monstruos marinos o terrestres que atormentan a los hombres; y otras, en un papel que resulta compasivo, piadoso con aquellas víctimas que lograron conmoverlas, personificando el alma tranquilizadora que comparte la tristeza de los vivos, después de haber sido un peligro para ellos. Pero al mismo tiempo, y esto no deja de ser curioso, las podemos encontrar como fieles protectoras de tumbas —contra las acometidas de los malos espíritus—. Luego está su origen, a priori atribuido a Forcis —el anciano del mar—; si bien, observamos otras posibilidades, sugeridas a partir de unas gotas de sangre caídas de la punta del río Aqueloo, en cuyo caso sus madres bien podrían ser varias: desde Gea, pasando por alguna de las tres musas: Melpomene, Caliope o Terpsicore. Por último, estaría su número, dos o bien tres, dependiendo del autor y que varían en función de la madre. En el caso de ser Melpóneme, sus nombres serían: Telxipea, Aglaope y Pesinoe; mientras que si su maternidad es atribuida a Terpsicore, sus nombres varían siendo: Parténome, Leucosia y Ligea. Pero de lo que no cabe duda, es que entre tanta vacilación, encontramos un bonito y sugestivo nombre —hoy profanado y hartamente manoseado hasta la saciedad— para describir unos seres “míticos” y fabulosos, de los que apenas sabemos nada. Inventadas, por la imaginación humana, nos dicen unos pero, quién puede afirmar, no haber escuchado jamás ―en los más profundo de sí― en momentos cuando el alma se encuentra sosegada, aquellas melodiosas voces seductoras por las que dejándonos llevar, nos hemos sentido hechizados y visto que nuestra alma era empujada.

«Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a su hogar; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor, enorme montón de huesos, de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, a fin, de que ninguno las oiga; mas si tú deseas escucharlas haz que te aten a la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil. Y acaso, de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, atente, con más lazos todavía». «Homero — Odisea; Rapsodia XII»
Leyendo atentamente el fragmento de la traducción de la Odisea realizada, por L. Segala i Estaella y editada por la colección Austral —posiblemente una de las mejores transcripciones realizadas al castellano, dada su fidelidad literal— algunas inquietantes respuestas con relación a estos extraños seres, parecen emerger a la luz, surgidas de las palabras escritas hace milenios de la mano del genial Homero. Gracias a él y a modo de apercibimiento se nos revela una primera descripción, sorprendente, y no menos aterradora; quizá, un tanto somera, pero que ensancha el profundo mar de desconocimiento que de estos legendarios seres “míticos” poseen hoy día las personas. En cualquier caso —monstruos marinos y demonios alados para unos, o vírgenes protectoras de las almas para otros— la mitología nos recuerda, que podría tratarse de parientes próximos a Erinas y Arpías, ambas poseedoras una dilatada y endiablada leyenda negra marcada, por la desgracia y la tragedia y, que no debemos en ningún caso orillar. Por lo tanto y, observando la advertencia —por cierto a tener muy en deferencia— que la divina Circe “diosa de lindas trenzas” dedica al valeroso argivo «Odiseo» parecería obvio comprender —si damos pie a la leyenda entendiéndola por cierta— el motivo, por el que a lo largo de los siglos, no hemos tenido noticia de aquellos que se han aventurado a buscar ese lugar, insólito y remoto: desbordante de belleza y paz para unos; maldito, despiadado y despreciado por otros, que con sus encantadoras y sonoras voces habitan, protegiendo sin tregua y con desvelo, las incansables y melódicas sirenas. Los peligros, sufrimientos y miserias que aguardarían acechantes a cuantos partiesen en su busca serian dignos a tener muy en consideración y, pocos serian, quienes se atreverían finalmente a desafiar las advertencias. Por desgracia, la literatura o relatos existentes no nos hablan de aquellos que partieron un día, sucumbiendo, antes de regresar con alguna noticia de sus destinos y que dejaron pudriendo sus huesos y pieles al sol sobre soleadas praderas verdes, o colgados de abruptas paredes: en escarpados acantilados o en el fondo oscuro del mar. Sin embargo, y como cabría esperar, existen otras versiones —menos comentadas— que circulan entre algunos hombres: hombres de la mar y la montaña. Se trata de antiguos y curiosos relatos que, con el tiempo han formado parte de la leyenda y, de los que es muy complicado afirmar su veracidad. En todo caso, es algo que tan solo conocen unos pocos, los más viejos y que guardan celosamente de desvelar a extraños. Solo la ingenuidad de quien pregunta puede abrir los labios sellados de quien protege su secreto. Entonces —abordo de un pesquero en alta mar o en el interior de inalcanzables refugios en las montañas, sobre heladas cumbres nevadas, cuando la nieve cubre los pasos y los hombres se reúnen arropados por el fuego— es, cuando se relata, no sin miedo, que sí: hay quienes un día partiendo con el grupo luego se perdieron, no sabiendo nadie de ellos durante semanas, meses o incluso años, llegando a dárseles por muertos: ahogados o perdidos en la tormenta. Sin embargo, un día volvieron, regresados quizá por la misma tempestad, portando aquellas mismas ropas que cuando se fueron; ropas raídas por el tiempo pero que, además, evidenciaban sufrimiento, miserias y penalidades si bien, quienes dicen que los vieron luego afirmaban, que al hablar con ellos, les parecían otros: personas muy distintas ya las que un día partieron y, que al ser preguntados sobre donde estuvieron jamás, lograron sonsacarles o que hablaran de ello. Como si un fiel juramento sellara sus labios para la eternidad y la vida, les fuese en ello. Tan solo se podía observar una delicada sonrisa y un brillo radiante de paz en su mirada que les delataba los rostros, magullados por el frio o la sal. Aquel brillo, decían los viejos, era el reflejo de quienes alcanzan un destino utópico a la razón, inimaginable al simple mortal, donde se encuentran todos los matices de la tierra. Un lugar, en el que la naturaleza (que gusta de ocultarse) se muestra al hombre y le hace partícipe de su grandeza, velada hasta entonces a sus sentidos. Ese lugar donde el hombre, solo después de mucho batallar, desafiando a la muerte y la propia vida puede alcanzar, la verdadera felicidad y paz: para con sus semejantes y consigo mismo.

Sin embargo, esa terrible ausencia de hechos confirmados y contrastados de noticias, acerca de aquellos valientes o locos desvariados, que arriesgando su vida, hubiesen partido hacia las verdes praderas; agudiza el talante mítico de tan asombroso lugar, pues, nos sugiere dos posibles opciones. Una, la mítica: «aquel que imprudente se acerca al lugar ya no vuelve a su hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo». La Otra, escéptica: «se trata de seres y lugares imaginarios: inventados por la mente humana y no habitan otro lugar que esta». Cabría entonces preguntarse: ¿Qué puede haber de cierto en todo ello? Evidentemente, recurriendo a la lógica y a la razón, una respuesta nos parece demoledora. Pero no seré yo, quien la manifieste o argumente. Bien saben las divinas Carites que de ello me guardare, como me he guardado del hambre o de la peste. Y al punto, viene observar esta otra advertencia, pues aquellos que ligeros emiten juicios  de confianza se sienten colmados por las Sirenas y advirtiendo, al lector, de tomar a la ligera juicios, pues — desconoce de que poderosos motivos pueden llevar a uno a manifestar tal advertencia. Y, llegados a este punto, quizá, se deba de cada uno que intente atisbar: si encerrado entre el mito y la leyenda existe algo más, algo que podamos extrapolar a la realidad. Entiendo, por supuesto, que puede parecer una tarea complicada y reservada para quienes tras muchos años de estudios y formación ( no tienen ninguna clase  de experiencia de aquello de lo que hablan tantas veces ) poseyendo el método, si, por nunca estando en el medio para ( del met6odo) bucear en la compleja dimensión en la que se muestran ( de las palabras) tan singulares textos cuando de estos uno se remite (pudiendo hacerlo desde estos  hacia luego y de la propia experiencia después entender aquello (lo mismo algo de el)

Pero razonemos por un momento y, situémonos en la piel del poeta; comprendamos su modo de ver el mundo, las personas, los sentimientos. O mejor aún, reflexionemos, acerca del modo de expresarse de estos. Me viene a la memoria una vieja lectura; un ensayo de Borges “la poesía” en ella alude al Panteísta Irlandés Escoto Erígena quien, parece ser dijo, que “La sagrada escritura encerraba un infinito número de sentidos" comparándola con el plumaje tornasolado de la cola de un pavo real. Luego, de todos es conocido que los poetas, proceden por hipérbolas; pues bien, al leer poesía caminamos, a veces sin saberlo, sobre una calculada y trabajada configuración metafórica, con la que ha entretejido el autor su poema. Lentamente, al profundizar en este, del tumulto de sus palabras se comienzan a advertir diversos significados; interpretaciones, todas posibles, pero de las que tan solo una permanecía latente en la mente del autor: “Su mensaje” o, en este caso “advertencia”. Así pues, la pregunta correcta, no sería ¿Qué son? sino, ¿Qué es aquello que representan? ¿A qué, se está refiriendo realmente el poeta, cuando nos advierte de las sirenas? Pero no esperen que yo les de la respuesta. Desembarazarse del oscuro y abultado velo que cubre nuestras consciencias y ver más allá, es una tarea que incumbe individualmente a cada uno de nosotros: un ejercicio que deberemos realizar de modo intimista y personal. Ya resulta bastante embarazoso para mí, que tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente me embargan: voces, que en ocasiones resuenan con fuerza en nuestro interior, provocando, que alcemos la vista hacia lugares insólitos y lejanos de nuestras tierras. Lugares donde habita la fascinación y el encanto y, desde donde se escucha el sutil y melódico canto de vírgenes aladas que con pujanza, tiran de nuestras almas. Cuánto más complicado, todavía, sería tener que razonar, describir esas pasiones, que nos llevan voluntariamente a partir en una azarosa búsqueda y, más, hacerlo a aquellos que las ignoran. Que ignoran el sonido oculto, camuflado tras el fuerte viento, en la tormenta; sobre las altas cumbres o tras el rugido de olas que se estrellan furiosas contra las rocas, en solitarios acantilados; en el lamento, que exhala la nieve al crujir bajo las botas, cuando es pisoteada; en el monótono rumor del agua, que se advierte risueño, en primavera bajo los vapores de un diminuto arrollo escarchado. Cómo explicar esa necesidad de ir más allá, de seguir navegando caminando entre la tempestad de la inexperiencia cuando aparentemente delante no hay más que soledad y un intenso frío  sin saber qué Parca en silencio aguarda .