Aceuchal, Badajoz
LA (VISIÓN) Y SU SOMBRA
Lo más curioso de la sombra, o sombras, es que muchos no la ven; otros solo ven sombras a partir del estudio de los objetos; y normalmente también pueden ver las sombras de otras personas; pero, apenas nadie y frente a sí, ve la suya. Los griegos, otorgaron a la vista una importancia por encima que al resto de los sentidos, es un hecho, siendo este el eje de su conocimiento. La palabra teoría, precisamente, apunta a la contemplación. Esta actitud de centrarse en observar: en la mirada, está implícita al modo como Platón alude al entendimiento, si bien, precisamente en el mito de la caverna, encontramos esas primeras referencias a las sombras, donde resulta claro que la vista, aunque ofrece imágenes de la realidad, no representan (estas imágenes en sí mismas) la realidad de manera irrefutable, sino a través también de las sombras. Lo que nos lleva a que consideremos la visión y lo que vemos, tanto, como sus sombras. Sería (Lévinas) quien propuso una revisión de la visión, asumiéndola, bien como una de las varias herramientas utilizadas para conectar con lo que nos rodea, pero igualmente describiendo, la velación que la visión supone, y entendiendo que La realidad “de la cosa” entonces no sería “solamente” lo que ella es: aquello que ella revela (su verdad) a la razón y los sentidos, sino que también sería su doble, o proyección y cuya representación no expresa precisamente sino la función de la imagen proyectada que aún hay que determinar, a partir de esa, su sombra..
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Los atributos con los que concebimos las cosas no muestran la naturaleza primordial de estas; pues estos conllevan sombras que no propician el encuentro, y aquello que la vista trae al hombre no son más que imágenes/sombras de lo que observa, la realidad permanece oculta y no existe aquello que pueda ser visto sino en vaga apariencia. Acercarse demasiado implica igualmente no ver, pues ver significa alzarse a los límites de lo intraducible, que confiere la dignidad de ser y la propiedad de lo fronterizo; esperando que aquello del otro lado muestre su extraordinaria naturaleza: que ya no está oculto y es verdadero. Conocer tampoco es mantener el velo de lo conocido, sino deshacernos de todo aquello que creemos conocer. Conocer más allá equivale a quitar todos los velos; si bien, resulta imposible por completo: el desvelamiento no sucede jamás, cuando al desvelar algo lo velamos de nuevo: sólo es un cambio de velo, una constante no-revelación si no dejamos de ser y somos igualmente lo que miramos y no vemos. Cuando el hombre busca la verdad no la encuentra en sí mismo, sino a través de sí mismo: la apertura hacia las cosas no puede sustentarse en la suposición que en la cosa radica su verdad, sino en la interacción que permite a ambos esa nueva manera de concebir la apariencia de su verdad, pues ver es distorsionar lo aparente observado, donde no se reduce lo mirado a los límites del intelecto, forma de concebir y modo de entenderlo. Requiere predisposición (acto) →de moverse → de ir / más allá de lo aparente que se nos representa y presenta, pues cuando con la vista afirmamos “es real”, será tan real como nosotros lo entendamos: así cuando creamos sujetar la realidad, seremos igualmente necios por creerlo. La relación que nos une con lo otro es tanto el reflejo de aquel, como nuestra luz distorsionada y reflejada en ello: sólo es posible trascenderlo en tanto a qué y cómo somos y nos miramos nosotros en ello (La realidad requerirá de ambos para ser resuelta) La mirada es ese camino que no elude las sombras, por las que precisamente nos guiamos; pues al reconocer nuestras tinieblas, entre sombras podemos orientarnos, saliendo a estas, trascendiendo a su luz. Nacemos a las sombras, y quien nace a las sombras, es: habitante igualmente de la sombra, donde habitar/ hallar y ver en todas las sombras la forma.
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