DE LA EXISTENCIA
0-.De la existencia—. 0.1. Acabar con la vida—. 0.2 Acerca de la voluntad de vivir ― 0.4 Sobre la imposibilidad de convivir /o sobrevivir la realidad social―. 0.5 Tomar conciencia de que podemos elegir―. 0.6Cuando asumimos la responsabilidad de la existencia―.
0.0-.De la existencia—La mayoría de las personas no entienden necesario deliberar sobre la existencia: existir ya se concibe como implícito en todo lo que hacemos y no es necesario darle más vueltas (aunque afirmemos estar de agua hasta el cuello). Sin embargo, reflexionar sobre la existencia es hacerlo sobre la idea de la vida y por tanto de la muerte: pero de manera singular el suicidio, tener conciencia de este, nos permite abordar en primer plano la razón de la propia existencia, pues se pone en tela de juicio la importancia que damos a ésta, moviéndonos a madurar en nuestras propias motivaciones, sueños y esperanzas; además de en todo aquello que nos da seguridad. La enfermedad ayudó a pensar al enfermo, y la certeza de la muerte mueve a reflexionar; y el suicidio (en este caso la posibilidad de un “suicidio”) nos obliga a deliberar seriamente sobre el sentido “real” del mundo y la propia existencia.
0.1-.Acabar con la vida—Por mi parte puedo
entender que un hombre/mujer quiera acabar con su vida (literalmente): lo puedo
entender y aceptar pero con matices: entendido, como el acto de culminación de
un proyecto insatisfactorio; es decir, un proyecto puntual y fallido
(inacabado) venido de una mala decisión, de la irracionalidad (de una razón)
que luego lo justifica o explicará (lo que viene a ser lo mismo). Precisamente
cuando el suicidio se afronta desde la sociología o psicología (desde el ente
social) se impone generalmente un discurso crítico que persigue por todos los
medios prevenirlo, como si se tratase de una consecuencia propia de nuestras
sociedades, digamos un daño colateral. Lo que en mi opinión es así;
pues no encuentro en otros seres algo parecido al observar (en toda su
extensión la naturaleza, hasta donde he podido mirar y ver), solo a estos —los
seres, de todo tipo y clase— proyectándose, y mostrándose impulsados hacia los
demás seres vivos (y mostrándosenos, igualmente a nosotros mismos en la única
forma de “ser”). Luego razonar el suicido como una forma (que podemos explicar
y aceptar razonadamente en la sociedad (psicología) o —y me remito ahora al
otro lado— por el mismo suicida, razonado y cultivado aquello (el acto) como si
fuera un huerto, eligiendo el momento más favorable de su desarrollo, esto
(observado en ambas direcciones, cuando lo explican (y da igual el modo o
manera, luego la sociedad asintiendo sin más, a si “estaba loco” o “era
un valiente”) descalifica a esta —a la sociedad misma— y a la razón que
lo explica, y por tanto justifica de algún modo, como forma y medio natural de
los seres vivientes. El suicidio «es una de las hierbas invasoras que
florecen en nuestra mente, y se multiplican, en la atmósfera de nuestra
civilización moderna, solo por que se nos arrancaron y escondieron las otras
flores, que ahora solo algunos cultivan para sí, y que nos inspiraban a salir
proyectándonos hacia… con el sol a cada nuevo día y vivir».
0.2-acerca de la voluntad de vivir ―La metafísica o estudios
filosóficos acerca de la voluntad de vivir no son ajenos a esa línea de
pensamiento (tampoco a mi experiencia, por lo que algo puedo decir). Sin
embargo, desde aquellas perspectivas propias que nos llevan a ser
autoconscientes, en un intento de captar la esencia íntima de las cosas (que
son), luego encarando la propia voluntad (autenticas motivaciones), es decir,
enfrentándonos a nosotros mismos (mirando y analizando lo que somos) esa
misma voluntad de vivir emerge del anonimato para encontrar su propia
identidad, si bien (entonces y ante lo evidente) esta puede
comenzar el curso de su propia negación: cuando las circunstancias no
nos permiten gozar de esa vida propia (que algunos anhelamos y por la que nos
dejamos la piel), no permitiendo el entorno (marco social) culminar
aquellas expectativas que esperamos (nosotros) de una vida autentica. Luego
en esa situación tomar conciencia del suicidio (como potencia o posibilidad),
no es considerado (particularmente y hablo por mi) como una señal de querer
dejar de vivir, por el contrario resulta ser la manifestación más indiscutible
de alguien para afirmar la propia y autentica vida que desea→
encontrándose: lo que uno es (por encima de lo que se
desea de la sociedad que uno sea), entendiendo (el suicidio) aquel
modo esquivar el sufrimiento que advertimos de una posibilidad todavía remota,
de sentirnos y ser lo que otros desean que seamos ( instrumentos
motivadores del ente y la maquinaria social)
Precisamente (y entendamos esto que acabé
de decir): ese carácter desesperanzador de la existencia y el
desencanto ante la vida se presenta no pocas veces ― en algunos
casos como una especie de iluminación― como proceso en el camino hacia el
descubrimiento de la posibilidad de una vida mejor y sin ornamentos: dura,
y en la que pueden aflorar sentimientos de desesperanza que todos hemos sentido
en algún momento, ante los cuales, no existe la posibilidad
(evidentemente) de terminar con la vida. Pero ¿Quién no ha pensado en el
suicidio? Todos lo hemos pensado en algún momento, sea de forma remota o
hipotética, hemos pretendido renegar de la vida, pensamiento éste y vinculo
indisoluble, entre los que eligen arbitrariamente el suicidio y los que no.
Pero ese tipo de suicidio (arbitrario) y quienes eligen dicho camino, este nada
tiene que ver con una fuga hacia delante (hacia una vida mejor); se trata de
suicidios proyectados desde la lucidez de la razón (que es sin
razón) y plena conciencia (que es inconsciencia) al ser hilvanados
desde la asunción de la responsabilidad (mas irresponsable con los que amamos )
y el compromiso con los demás (y esto es lo más absurdo, cuando nos aniquilamos
en lugar de ayudarlos), resultando entonces coherente con la historia (y la
razón de medios y fines) de quien decide realizarlo (pero incoherente con el
sentido común) pretendiendo en ello un acto de libertad y heroísmo final a ojos
de quienes comparten sus mismas ideas (o de la ceguera más absoluta, a ojos de
quienes observamos aquella razón absurda (y subjetiva) que nos va a
explicar (porque va a quitarse la vida), explicación: y solo palabras ( sin
ningún valor) por la que se solapa la mayor de las cobardías cuando el enemigo
lo tienes delante y te retiras (inmolado) en vez de luchar por uno mismo
(por tu vida, tu familia) y a la vez por los demás, mostrándoles aquel otro
camino, y no: un final (literal) del camino.
0.3 Del auto-sacrificio―Luego (del
auto-sacrificio) entiéndase aquel que muchos entienden que puede justificarse),
este se representa siempre en el derecho a decidir sobre la propia
vida, cuando esta ya ha perdido toda dignidad y horizonte de proyecto: y
se prolonga una agonía, que se siente como una condena innecesaria;
pero lo cierto es que luego ahí no queda nadie (quiero decir nadie preguntarle
a quien abnegó de su vida), para poder preguntarle ¿ cómo has llegado hasta
aquí?, ¿Cómo llegaste a este punto? … empezando por el principio (pues a veces
nos lanzamos de cabeza al vacio sin observar las consecuencias). En todo caso,
esa respuesta y no otra es la que me gustaría escuchar (me equivoque), de aquel
que renunció a seguir viviendo en unas condiciones que quizá posibilito el
mismo / sedentarismos, mala alimentación, actos temerarios… etc) y no del que
luego, razonadamente, me lo explica (como un acto de heroísmo: ante la
imposibilidad de vivir, o sobre vivir a las consecuencias de los propios
actos), y cuando lo que teníamos delante no era otra cosa que la parte
final de la propia condena que el mismo sujeto se declaro (yo he cumplido
algunas), quiero decir: de los propios actos (asumir/ sobrepasando) luego las
consecuencias.
0.4- Sobre la imposibilidad de
convivir /o sobrevivir la realidad social―. Mainländer ya auguraba
que en el futuro (hoy) la política contribuirá a la renuncia voluntaria a la
vida. “Se creará un Estado capaz de satisfacer todas las necesidades
materiales de los ciudadanos. Con ello, y todos los deseos vitales satisfechos,
aumentará el aburrimiento y con ello, el deseo de muerte”. Mainländer
aduce en el fondo razones ontológicas al acabar con su vida, horas después de
recibir el ejemplar recién publicado de La filosofía de la redención,
en una cosmovisión según donde el trasfondo de la realidad se vuelve una
experiencia tan destructiva, que resulta imposible vivirla sin terminar dañado,
optándose simplemente por no perseverar más en ella. Esa ley del sufrimiento es
presentada, no obstante, como necesaria para el fin último, el descanso en la
paz eterna, la muerte absoluta, la nada. Pocas existencias se han mostrado
tan coherente (y a la vez tan absurda) con una idea propia como la del pensador
de Offenbach am Main, quien puso fin a sus días tras haber
descubierto que el devenir del mundo se encamina hacia la nada, aunque
solo entendiese el devenir de esa nada a partir de una idea propia del futuro
de las sociedad que le atormentaba (luego, no solo no haciendo “él
tampoco nada” por evitarlo: y evitar la deriva de la sociedad que
auguraba), sino y en su caso acelerándose hacia esa misma nada que anticipaba
del mundo, donde hoy 8,000,000.000 de personas se enfrentan al hecho mismo de
existir, que el negaba, y lo hacen todos los días), dirigiéndose, por
tanto Mainländer hacia el no ser, en virtud de una pura
voluntad de morir, frente a la posibilidad de solucionar sus problemas
(aquellos que refiere y le atormentan de la posibilidad de una sociedad de la
nada) y con ello poder ayudar (mostrando un camino de vida) a los
demás, en lo que él (del futuro de las sociedades) ya intuía o veía
venir.
Precisamente en los países de mayor
calidad de vida (al norte) industrializados, es donde dicha voluntad de
morir (literalmente) y el miedo, es mayor y en aumento, a la vez que
aumenta el distanciamiento entre las personas, y donde a veces basta con mirar
a tu alrededor para poder ver un mundo plano habitado por rutinarios
de la desesperación; que se aceptan unos a otros, sin más sentido que
cumplir una moral y formalidad útil (y no puedo decir que nunca estuve
allí): despertarse, ducharse, desayunar, llevar los niños
(nueva fuerza de trabajo y mano de obra) al cole, ir (por supuesto) a trabajar,
ir (por supuesto) a comprar: consumir, comer, conducir (consumir energía),
llegar a su casa, dormir y de nuevo lo mismo un día y otro estos se van en
(producir, pagar y consumir: en un circuito cerrado ) esa nuestra
existencia en occidente, hasta que un día (te das un golpe en la
cabeza “al caer de culo”) despiertas y te preguntas: si es posible encontrar un
sentido al curso que lleva la propia vida. Luego, y aún no del todo despierto
las noticias de guerra continuas y los avances de la ciencia (contra la
detección temprana del cáncer de colon o el calentamiento global) pues tampoco
ayudan. Saber si hay vida en Venus o en Marte, si la tierra se encuentra en
algún punto de la galaxia o si se ha descubierto un nuevo exo-planeta no
responde a búsqueda alguna de sentido. En resumen, parece como si la vida (que
aceptamos llevar) no se ocupase más que en entretenernos y aplazar el momento
en que podríamos librarnos de ella”, o bien como dice Víctor Hugo: “Estamos
todos condenados a muerte, si bien con una especie de aplazamiento incierto”.
En este sentido, y como siempre me alineo con Camus al manifestar "Es
fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico hasta el fin. Los
hombres que se matan (los suicidas) y siguen así hasta el final la pendiente de
su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la
ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay alguna lógica (en
la vida común de los mortales) hasta la muerte?"(Camus 1966)
De modo que entiendo (aunque no de la
misma forma) que una vida es auténtica solo cuando se tiene la posibilidad de
elegir: suicidarse, si, de acuerdo; pues ciertamente el
peso de la existencia sólo puede llevarse cuando somos conscientes de que
tenemos la libertad de terminar con nuestra vida (Kierkeggard / la angustia);
pero una vez “que tenemos el valor de reconocerlo” que hemos pensado en
ello (y nuestras razones tendremos) ahora, y atendiendo a estas mismas
razones ¿por qué no lo hacemos?, quiero decir: socialmente.
Esto es: cambiar, y hacerlo hacia otro modo de ser y estar en la
vida y el mundo, para poder vivir genuinamente la existencia:
esa que ahora sabemos que podemos cambiar. Entonces… ¿elegiremos?, ¿nos
saldremos del marco propuesto?. Pues, y a pesar de las dificultades,
restricciones y prejuicios, cambiar es lo único que no nos puede ser arrebatado;
precisamente esa libertad de cambiar nos procura una fuerza descomunal, que
luego triunfa sobre los pesos que nos aplastan; de tal forma que encontremos un
sinsentido a poner fin (literal) a nuestros días. Pues, y esto tenemos que
entenderlo: aunque los suicidas creen en su precocidad, estos consuman
su acto muchas veces antes de estar maduros y siendo aún muy jóvenes; razón que
hace de los suicidios (literales) aquello que destruye un verdadero
destino, en lugar de coronarlo y coronarse en la vida.
Pero dedicarse a tal empeño de cambiar
(morir para volver a nacer) implica carácter y atrevimiento, pues tratamos con
ello de sacar provecho, donde entendemos del sopor y la falta de motivación que
el suicidio, como forma (literal) de terminar con la propia vida) debe
permanecer en suspenso; solo como aquella salida última que siempre debemos
observar —de los que sucumbieron— y a distancia, solo recorriendo del borde
(por lo que oímos, y entendemos que expresan y nos muestran los demás) de
aquella forma de la que de alguna manera empezamos a reconocernos (y a la que
nos acercamos), pero a la que no debemos entrar jamás.
Pero y por qué, ¿por qué la necesidad
de verlo?, de proponerlo y reconocernos, aunque sea a
distancia, y sencillamente no descartarla sin más.
Descartarla definitivamente sería lo políticamente correcto (así se hace
normalmente / no mirando a los ojos del momento). Pero en lo personal,
entiendo, que la persona solo puede descartarse de aquello (formas) que
reconoce en él de las primeras causas (y luego al observar de estas, las
últimas causas que reconoce en los otros). Se trata entonces
de “una evaluación a modo de introspección, primero nos reconocernos en el
lugar ese que ahora estamos (ahí), y a la vez saber que podemos
mejorar (y proyectarnos y salirnos) hacia una experiencia o proyecto de
vida mejor y propio”. Precisamente es la posibilidad, aunque la entendamos
remota, de reflexionar sobre el suicidio ―motivos, recursos, la disposición del
lugar, consecuencias…― vernos muertos y enterrados
anticipadamente, la que nos ayuda en gran medida a entender
(lo que el espíritu nos está diciendo) de la propia vida: algo sobre lo
que demos meditar, para luego poder replantearnos, de nuevo esta: nuestra
vida. De otro lado negarnos esa posibilidad de sentirnos dueños de
nuestra propia existencia; o bien, ocultar nuestro pensamiento por miedo a lo
que puedan decir los demás, es negar nuestra propia libertad y
convertirnos en otro gusano envilecido más, y reptante sobre la carroña
cósmica que habita esta tierra.
0.5 Tomar conciencia de que podemos
elegir―. Pero tomar conciencia de que podemos elegir es igualmente asumir un
grave conflicto (angustia) donde por un lado, nuestros
sufrimientos nos reprimen y empujan al abismo, y por otro nuestros instintos se
oponen obligándonos a vivir aunque de inicio estemos sujetos y limitados a
nuestro tiesto. Luego a medida que vamos madurando y reflexionando sobre la
vida, ya con unos años, descubrimos la vacuidad manifiesta de la misma, aunque
para entonces los instintos se han reconvertido hacia la razón que guía
(la sociedad) y nuestros actos, refrenando nuestro crecimiento natural (del
límite que aceptamos nosotros mismos impuesto, del tamaño y volumen del
tiesto en el que aceptamos existir, estando limitados de este) igualmente en el
vuelo de nuestra inspiración (nos vemos limitado por esa misma razón absurda,
ente social, que nos dirige. Despertamos al mundo y la
realidad demasiado tarde. Sin embargo, aún en ese momento tardío
tendremos consciencia de nuestra libertad, pudiendo ser dueños de una elección
que se hace más significativa, en tanto más nos retrasamos no
poniéndola en práctica, pero que “nos hace soportar los días y, aún
más las noches", pues no nos sentimos pobres ni oprimidos: al disponer
de recursos; y aunque no los explotásemos nunca y
acabáramos en la expiración tradicional, hemos tenido un tesoro en
nuestros desánimos; pues no hay mayor riqueza que disponer de la propia vida
(para poder cambiar), aún cuando la hubiésemos decidido desaprovechar (por
algún tiempo), pues nunca es tarde para renacer (dice San Juan
3:4-6) y volver a empezar, reconstruyéndonos de aquellas experiencias
que supimos superar.
Pero morir (socialmente, o precisamente
por ello) precisa igualmente de razones. Entendiendo aquí una
"salida" de la antigua vida, no como huida sin freno, sino más como
el producto de una profunda reflexión y muestra de poder sobre la propia
existencia (contra la voluntad del hegemom). Todos
escuchamos y leemos en medios hoy sobre la Eutanasia, que vendría a significar
«buena muerte»: y, me pregunto, ¿quién no tiene derecho a una buena muerte?,
luego a renacer y escribir su propio epitafio en vida, cuando habiendo visto
hacia donde pudieron llegar las cosas (de los otros) quiso no tener humillarse
frente a sí mismo y suplicar luego su propia muerte (literal) en una cama
enmohecida. Esa es la verdadera libertad que yo entiendo y en ella cada uno
debe descubrir el momento oportuno para abandonarse, según le parezca o no, de
acuerdo a su situación personal, sea ésta (su vida actual) digna de ser
vivida. Pues no tiene sentido prolongar la agonía de
determinada forma de estar en un mundo tan maravilloso como el nuestro, cuando
no sabemos o no podemos disfrutarlo (pues apenas lo entendemos ni nos
entendemos mínimamente a nosotros: las personas), y este, el mundo, la
naturaleza (todo) termina por no tener sentido para nosotros. Es mejor
entonces, al menos así ha sido en mi caso, ser los autores de nuestro propio
destino. Se trata de una iniciativa por la cual rescatamos una vida (la
nuestra) cuando no vale la pena ser vivida, sintiéndonos más prisioneros de
ella que afortunados de tenerla. Presa de los propios sueños y deseos
demenciales y patógenos: que son los sociales, y las
opiniones degeneradas, demenciales y dañinas que observamos de unos a
otros. La actitud entendida de los signos de los tiempos, luego aplicada a
los nuestros, ante la imposición de unas reglas y normas absurdas y por
tanto inasumibles (algunas por injustas), es de absoluta confianza y tranquilidad,
pues no existe ningún temor cuando enfrentamos actos de injusticia hacia
nosotros y los demás (como enfrentar un director de banco, en tanto: hacerle
entender, y atenerse a consecuencia, si le quitan la casa, su lugar a
nuestra madre (que ha luchado siendo para algunos Madre y Padre a
la vez, durante todos los días de nuestra vida/ o igualmente yendo a
protestar en las calles, porque nos quieran mantener encerrados (ilegalmente),
y por meses, creando además de pánico un número indeterminado de muertes
(evitables) por la exposición a los virus en unas urgencias atestadas, luego
con la única intención de mantener intacta la mano de obra industrial, y
avocarnos a vacunas, cuando si la defensa de un organismo sobre otros es de
manera natural, aquel se alinea con el ritmo de la evolución de otros
organismos y de todo el entorno en la naturaleza, y si cambia el entorno,
nosotros también debemos naturalmente adaptarnos a este, con la armadura que la
madre naturaleza y, por tanto: dios nos ha dado: entendiendo de
dios, aquella parte, que de la naturaleza y siendo parte del todo nos
trasciende. Y no, no hacemos concesiones (ninguna) ni a nadie, en
contra de lo justo, por temor a las consecuencias (pues a estas nos
sobrepondremos, por justicia) o a la muerte social Ser en la muerte social
—como acto voluntario— para poder vivir libremente, barriendo basura, antes que
no poder ser, ni ser uno mismo.
0.6- Cuando asumimos la
responsabilidad de la existencia ― Siempre ha sido cuestión de elegir. Vivir
es elegir. Sólo del saberse y reconocerse surge la verdadera
angustia. Se mire como se mire, la vida (la
sociedad) parece un cúmulo de desengaños, falacias y mentiras: esto es obvio,
al igual que es obvio que son muy pocas, una minoría las personas que
alcanzan de pleno alguna de sus metas, de aquellos propósitos
primeros, en esta vida. De otro lado luego está la inmensa mayoría: aquellos
que deberán conformarse con lo que las circunstancias, el entorno y los
acontecimientos o accidentes propios de la existencia, les permitan ser; a
saber: serán lo que puedan (u otros les dejen ser) más allá de lo que un día se
propusieron ellos ser, o pudieran haber sido. “Pues un
hombre hace lo que puede, con lo que otros van dejando de él”—vino
a decir, no precisamente un ingenuo. Sin embargo, lo peor no es la
capitulación de uno mismo, o las propias aspiraciones—en favor de la voluntad y
aspiraciones de otros—hincando la rodilla, luego viéndose agonizar (envejecer)
lentamente. No. Lo peor es angustia que envuelve la imprecisa perspectiva de
ese futuro que aguarda y esa mirada al fondo del abismo sabiendo, que el
siguiente paso conlleva hundirse de pleno en él. Y todo porque un día, el peor
de nuestras vidas elegimos “vivir” dejando que se derrumbaran
todas nuestras expectativas: nos dejamos de mover, o nos movíamos tras
otros. Llegados a ese punto la angustia castiga con su cólera el
alma: al saber y reconocernos únicos responsables de nuestros actos y
consecuencias: de todo lo que no hicimos y de todo lo que ya no
podremos hacer, pues “no elegimos” entonces “vivirlo”. Por tanto, quien
tenga valor y aún este a tiempo que elija: siempre ha sido solo
cuestión de elegir. Pues vivir es “elegir” ― esta
apreciación, seguro que no se le escapa a nadie―. Vivir es tener que tomar
decisiones (“elegir”) y tomarlas a diario (para “vivir”). Elegir
es (por acción) pensar (de nuestro camino —en este—aquello (experiencia) a lo
que surgiendo “proyectándose” frente a nosotros “elegimos” prestar atención).
Y Solo al elegir por nosotros a lo largo de nuestro camino — (acto de elegir
/ pensar hacia → y dirigirnos a aquello) — vivimos "genuinamente"
nuestras nuestras vidas. Luego en cada elección, en cada acto (al
elegir) nos vamos haciendo y transformando: definiéndonos a nosotros mismos
al ser, y ser de todo en lo que encontramos, comprometiéndonos aún más si con
ese destino “incierto” de quienes viven, de veras, su camino... ―
cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de
aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar
es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los
lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los
llevas dentro.., si no los yergue tú alma ante ti. Pide que el camino sea
largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y
alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y
hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de
perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a
muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios. Ten siempre a
Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Pero no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de
cuanto ganaste en el camino sin esperar a que Ítaca te enriquezca. Ítaca te
brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no
tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así,
sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan
las Ítacas (Cavafis).
De aquellos temas que
trata Heidegger después a Ser y tiempo, la noción de ‘pensar’ destaca
(por una razón muy obvia, entiendo) ocupando buena parte de estos
planteamientos tardíos, como un camino —“(superación del pensar (en tanto
aquella noción que tenemos del pensar: “de la necesidad del pensar”
casi obligatoriamente de algo— hacia la superación de la metafísica (como
superación de dicha “necesidad del individuo” de pensar acerca
de.. (Por la de solo observar meditativamente) aquello que se nos
proyecta frente a nosotros: una flor por ejemplo), como medio
para poder replantearnos la relación del ser humano con el ser (pues primero
que pretender relacionarse con “el ser” de las cosas / debemos relacionarnos,
primero, con esas cosas (por ejemplo esa flor) frente a nosotros. Y Esto es: no
entendiendo “ la flor” (pensado de entrada nosotros en aquello que decimos o
creemos que las cosas son, sino observándolas ( libres de los propios
pensamientos que nos las definen relacionados de ellas) para que estas
sean (ellas mismas) hacia nosotros en nosotros, lo que son (lo que es esa
flor en particular) a nosotros (en ese momento), y en relación con nosotros y
en relación con todo lo demás; pues lo que comprobamos de algo observado en
la naturaleza (por ejemplo de esta flor, frente a la que estamos) es que hay
otras plantas a su lado, iguales o diferentes, y más entes junto a estas ( la
flor esta rodeadas de seres, formas y rocas: y yo ahí, estoy rodeado de seres
vivos, formas, y rocas y de la luz ( el sol) “que me las proyecta”
reflejándose de ellas hacia mí. Pero si miramos entre el ramaje,
vemos las sombras: hay una parte (las raíces) que están en el suelo,
enterradas: no las vemos, y por tanto hay algo que no vemos de las plantas,
pero que está ahí, oculto) .luego Esa flor, esas flores, son mucho más de lo
que vemos (hay cosas de ellas que no vemos (pues están ocultas, estas de las
plantas bajo el suelo). Luego vemos todo ahí: está todo en una forma
compacto de seres unidos y pegados unos a otros, en ese universo al
que nos asomamos ahora nosotros; y es así, porque sin los otros seres y las
rocas a su lado, sin el musgo (y esas otras plantas que también molestan, pero
necesita), sin los hongos, la tierra y agua, el aire y sin el sol.., (la
planta que proyecta la flor hacia a nosotros, me dice: que ella sola… sin todo
lo demás moriría.
Pero esta percepción de
la realidad de las cosas, y de la naturaleza hoy es casi inexistente: y
hablaríamos hoy de una percepción ya de entrada del mundo natural
distorsionada en nuestros días, pero no tanto (y como alude Heidegger)
por el mundo de la ciencia y la técnica (como por propia la razón subjetiva
“nuestra propia razón” que se dispara abordando la cosa, antes incluso de
que la observemos de pleno (dejándonos colmar de sensaciones e impresiones) de
la cosa misma frente a nosotros. Heidegger propone un
pensar que no es patrimonio de los filósofos, sino que está latente (en las
prácticas / y experiencias habituales de los
individuos —como bien pueda ser el caminar por el campo—proponiendo
de la experiencia, en este caso ( que es el mío propio) de caminar
observando el campo: un estimulo para “el pensar lento y meditativo” (dejémoslo
en observación meditativa, en tanto esté libre del “pensar en ideas”) y que
no busca informaciones útil para la vida, sino que se apresta a
reconocer, lo que a otros se le ‘resiste a ser explorado’]
sobre todo, cuando interviene, interrumpiendo la magia (la razón
“subjetiva”) que ni ve, ni quiere ver, ni nos deja ver, lo que la
naturaleza, por si misma nos quiere decir.
Pero vivir plenamente los sentido y la
experiencia de estos (esto es: vivir), también es renunciar y arriesgarse.
Cuando elegimos y tomamos una decisión en cualquier dirección: emprendemos un
camino nuevo, pero igualmente estamos renunciando a algo (morimos en aquello
anterior). Es por ello, que al elegir esto o aquello (al moverme y movernos)
afirmamos, al mismo tiempo el valor del camino que tomamos. Todo así, la
cuestión es sencilla ("moverse") y quien no lo entienda,
sencillamente, es que no aprendió nada todavía (la vida proveerá). Por
tanto pensemos antes de detenernos por demasiado tiempo en este o aquel lugar,
no vayamos a perder algo, o lo que es peor: no vayamos a perderlo
todo, por no movernos en nuestra propia dirección. “Que pueda en todo caso
la filosofía escrita, tras sus comienzos hace dos mil quinientos años,
mantenerse en estado virulento todavía hoy, lo debe sin duda a los resultados
de su capacidad para hacer amigos a través del texto. Se sigue
escribiendo como una cadena de la suerte a través de las generaciones, y quizás
a despecho de “todos los errores en las copias” –o aun, quizás, “gracias incluso a tales
errores”– arrastró a copistas e intérpretes con su amigable encanto” — (Peter
Sloterdijk - Reglas para el Parque Humano). "Los
días del futuro están delante de nosotros como una hilera de velas
encendidas: velas doradas, cálidas, y vivas. Quedan atrás los días ya
pasados, una triste línea de velas apagadas; las más cercanas aún despiden
humo, velas frías, derretidas, y dobladas. No quiero verlas; sus formas me
apenan, y me apena recordar su luz primera. Miro adelante mis velas encendidas.
No quiero volverme, para no verlas y temblar, cuán rápido la línea oscura
crece, cuán rápido aumentan las velas apagadas" (cavafis).
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