El mundo es el reflejo de la impotencia del ser y la imagen del tener que ser de una forma determina del lugar dentro de la estructura social. La persona, aislada en un entorno urbano dominado por la verticalidad y la artificialidad, aparece reducida a un sujeto absorbido por el mundo técnico y financiero, Atrapado en la impersonalidad (manifiesta de la imagen y una mascarilla donde no hay nadie más) y su existencia es guiada por normas externas que lo alejan de su autenticidad y de la propia salud. De una búsqueda, quizás un intento fallido de ser, en los límites arquitectónicos y el entorno económico que refuerzan la sensación de alienación. al imponer una realidad estructurada Aquí, la vejez no es simplemente el paso del tiempo, sino la decadencia de la posibilidad a la dependencia, el momento en el que el ser ya no puede proyectarse libremente porque ha sido terminado por el mundo que lo rodea y queda restringida y definido por aquello que "se hace" en lugar de lo que podría ser genuinamente vivido. En este contexto, la imagen es un testimonio silencioso de la existencia atrapada en un sistema de muros que ha amputado su devenir..
La pandemia en Mérida se convirtió en un espejo sombrío que refleja la impotencia de uno en el entorno urbano impuesto de nosotros mismos (el lugar que elegimos vivir) La ciudad, antes llena de vida y movimiento (como en toda España), se viste de silencio y aislamiento; las calles vacías y la arquitectura implacable refuerzan la idea de que el “tener que ser” se impone desde una estructura social que ha dejado atrás su autenticidad.
Nos advirtieron sobre la deshumanización que surge cuando la racionalidad domina la sociedad. En Mérida, las medidas sanitarias necesarias para combatir el covid-19 también evidenciaron cómo el individuo se ve sometido a una lógica impersonal, donde la técnica y la burocracia cobran mayor protagonismo que la vida auténtica. Esta situación recuerda lo que Marcuse expone en "el hombre unidimensional": la sociedad tecnológica reduce la capacidad del sujeto para proyectarse y resistir ante la alienación.
y se enfrenta la obligatoriedad de seguir modos normativos. en plena pandemia, el ciudadano merideño queda confinado tanto en espacios físicos como en esquemas mentales, incapaz de escapar a la rutina dictada por el miedo. la experiencia de encierro destaca la brecha entre la potencia del ser –esa capacidad inherente de abrirse a lo nuevo– y la realización concreta, truncada por un sistema que privilegia la supervivencia social por sobre la autenticidad. Schopenhauer nos recuerda que la voluntad, ese impulso vital que define el ser, se enfrenta a un sufrimiento que parece ineludible. la incertidumbre y aislamiento intensifica la sensación de deseo insatisfecho, donde cada individuo se ve reducido a cumplir roles como deber pagar los impuestos y en un cajero una persona mayor expuesta.. En Merida (como en tantos sitios) la pandemia no solo es crisis sanitaria, sino también un escenario donde la crítica social y la filosofía existencialista y del absurdo se encuentran del paisaje reflexionar sobre el precio de la luz (o la libertad) donde el reflejo de su propia imagen es más que un simple testimonio visual, que invita a repensar en recuperar la autenticidad perdida de un mundo es el reflejo de la impotencia del ser, donde la imagen del “tener que ser” se impone desde un lugar determinado dentro de la estructura social. en el entorno urbano, dominado por la verticalidad y la artificialidad, el individuo aparece reducido a un sujeto absorbido por los mandatos del mundo técnico y financiero. tal como argumentan adorno y Horkheimer en dialéctica de la ilustración (1947), este sujeto, atrapado en la impersonalidad (de Heidegger), se ve guiado por normas externas que lo alejan de su autenticidad y de una vida verdaderamente humana.
Desde una perspectiva crítica, se constata que la estructura social impone roles que transforman la potencia del ser en mera funcionalidad. en el hombre unidimensional (1964), Marcuse expone cómo la sociedad tecnológica y capitalista restringe la capacidad del individuo para proyectarse libremente, reduciéndolo a una lógica de consumo y productividad que refuerza su alienación. esta crítica resuena con la imagen que se presenta: un ser cuya existencia es moldeada por un sistema que le amputó la posibilidad de trascender. A la par, el pensamiento existencialista –influido por Schopenhauer– señala que la voluntad, entendida como la fuerza inherente al ser, se ve atrapada en un ciclo de deseo insatisfecho que conduce al sufrimiento. esta tensión entre el anhelo de autenticidad y la represión impuesta por lo social se evidencia en la imagen como un testimonio visual de la decadencia de la posibilidad del ser: los muros, tanto físicos como simbólicos, evidencian la limitación de una existencia genuina.
Luego La teoría crítica de la escuela de Frankfurt nos invita a cuestionar la ilusión de progreso que refuerza la lógica instrumental del sistema, haciendo que el individuo se pierda en una sucesión de actos prefijados. en conjunto, tanto la mirada de adorno y Horkheimer como la de Marcuse y Schopenhauer integran una llamada urgente: recuperar la autenticidad del ser y resignificar la posibilidad de autodeterminación en medio de una estructura social que, en su racionalidad, ha intentado homogenizar y truncar la verdadera realización humana.
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